I

domingo, 5 de noviembre de 2006


Un hombre, no especialmente bueno, tampoco especialmente malo, solo uno más de los resistentes campesinos que habitan Villanorte. El hombre ha sido joven, ha soñado con dejar la granja paterna y unirse a las filas de la Alianza, defender la tierra que ama, ganar fama, nadar en oro... Es el único hijo de una familia humilde y entrena duro, no tiene dinero para pagarse una espada, pero practica contra los árboles con los aperos de la labranza. El hombre atesora contra su pecho el cartel de alistamiento que parece prometerle la gloria que ansía, pero sus sueños se hunden en los canales de Ventormenta. Es miope, no puede servir al ejército.
El hombre se casa con una mujer de buenas caderas pero de pocas luces. Parece solo aletargada al principio, pero con el tiempo se convierte en una muñeca que permanece sentada, sonríe, come, respira y da a luz. Cuatro fuertes varones trae al mundo, cuatro hijos sanos para un marido que la destesta pero que la preña porque no puede pagarse las prostitutas de la ciudad. Descuida a sus hijos, se hunde en el alcohol y paga su frustración golpeando a una mujer perennemente embarazada que no se defiende.

El quinto de sus vástagos es una niña, una criatura menuda y silenciosa, no grita, no llora. Los hermanos varones miran hacia otro lado cuando su padre golpea a su madre. Han ido instruidos en la sabiduría popular que dice que un hombre es libre de hacer lo que le plazca en el interior de su casa. La niña crece sola, tomando como ejemplo a sus hermanos, que se pelean, montan a caballo, trepan a los árboles y se revuelcan en el barro. Ajena a todo, la niña es feliz.
Sus hijos crecen y el hombre cae cada vez más profundo. Los varones perfilan en su horizonte el deseo de servir a la Alianza, trabajan duro para poder pagarse las armas. La niña no entiende por qué su madre no se defiende cuando su padre la golpea, observa sobrecogida el infierno que es su hogar hasta que un día la rabia es tan intensa que se interpone entre ellos. La niña no grita y su padre se enfurece y la golpea más fuerte. La niña silenciosa aprende lo que es gritar y luchar, provocar a su padre para que olvide que su mujer está en la habitación contigua.

Con el tiempo, la niña crece y el padre decide que ya es mayor para asumir otra de las funciones de su madre. El mismo año de su primera sangre, la niña pierde a su primer hijo. Nadie lo sabe, a nadie le importa, y la niña entierra a su criatura, tan pequeña como su puño, en el patio trasero de la casa. No llora, no entiende... Los hermanos mayores siguen con la mirada fija en el horizonte.



Su madre da a luz a tres trillizas y la niña se ofrece a su padre porque sabe que otro embarazo hará que no haya leche para las criaturas. Su cuerpo es tan pequeño y frágil que la niña pierde a su segundo hijo.El tercero nace, es una niña, y su pequeña madre la ahoga en el río mientras gruesas lágrimas recorren la cara manchada de polvo. Tiene doce años y sus hermanos se han marchado en busca de fortuna. Está sola.
La niña intenta matar a su padre, pero es demasiado frágil, demasiado pequeña, y agoniza en el granero después de la paliza recibe como castigo. El hombre mira a las trillizas. La niña mira a su padre y se arrastra hasta el granero con las piernas rotas para que vuelva a tomarla y deje en paz a sus hermanas y a una madre de nuevo embarazada.

Un nuevo hermano nace y la niña coge a las trillizas y al pequeño y abandona la granja paterna para ocultarse en un granero. La niña roba para dar de comer a sus hermanos, pero el dinero no es suficiente. La niña se vende en los caminos y descubre que hay hombres que pagan para poder yacer con una niña.
Una mañana despierta rota, dolorida y ensangrentada en el bosque y sus hermanos no están en el granero.
Los recupera de la Abadía de Villanorte. No puede arriesgarse a que se los quiten de nuevo.
La niña adelgaza para dar de comer a sus hermanos, se vuelve enfermiza, frágil de nuevo, torpe. Por tres veces es llevada al calabozo, por tres veces sus hermanos quedan solos en el granero durante días. A la cuarta vez, los niños son llevados al orfanato de Ventormenta, donde tienen comida y techo. La niña se despide de ellos con lágrimas en los ojos, oculta entre las sombras que proyecta la catedral.

La niña crece. Ya no es la criatura frágil que vivía en Villanorte. Aprende, se convierte en una sombra entre las sombras, en una asesina. Se forja una vida, una reputación, los elfos la llaman Mush´al an an fandu, susurro entre las sombras. Construye una nueva familia sin lazos de sangre. Le ata al pasado una piedra al cuello y lo arroja al río.



Pero el pasado regresa. Un hombre que olvidó sus sueños y los ahogó en alcohol y con golpes a su hija descubre en el rio un diminuto esqueleto y recuerda... La perfidia que ha ido creciendo en él con los años hace el resto y al poco tiempo una orden de arresto recorre Ventormenta. La niña ve como el pasado vuelve como un fantasma quejumbroso, trayendo unos recuerdos que tuvo que arrancarse a mordiscos para sobrevivir.

La niña, que en realidad nunca fue una niña, se ve inmersa de nuevo en un pasado que la ahoga y decide que es hora de terminar lo que un día empezó. Rompe con todo lo que conoce, porque no quiere que ese pasado insidioso manche un presente que tanto le ha costado conseguir, y hace lo que mejor sabe hacer.

Un muerto. No fue un hombre especialmente bueno, tampoco especialmente malo, solo uno más de los resistentes campesinos que habitan Villanorte. El hombre fue joven, soñó con dejar la granja paterna y unirse a las filas de la Alianza, defender la tierra que amaba, ganar fama, nadar en oro... Era el único hijo de una familia humilde y entrenaba duro, no tenía dinero para pagarse una espada, pero practicaba contra los árboles con los aperos de labranza...

Con mano sutil, Trisaga acarició las escamas broncíneas de Dretelemverneth mientras este ascendía por las corrientes cálidas en busca del cielo abierto. El aire fresco le golpeaba el rostro y agitaba su cabello en aquel vuelo liberador.

“¿Así la conociste?” inquirió el draco en su mente con suavidad.

Trisaga asintió, absorta en sus recuerdos.

- Yo era solo una novicia el día que llegó a la Casa Madre, hace una vida. Resulta curioso echar la vista atrás y darse cuenta de que hace menos de una década que nos cruzamos por primera vez…- suspiró- Era una muchacha joven incluso para los humanos, una criatura menuda, taciturna y reservada, con el cuerpo y el alma heridos de un modo que yo jamás había visto entre las paredes de la Casa del Reposo. Yo, en la reclusión de la Casa Madre, apenas había visto a ningún miembro de la raza humana, pues la sociedad kal´dorei los trataba con recelo, y la primera vez que la vi, llegué a pensar que se trataba de un muchacho, con el cabello tan corto y de aquel extraño color dorado, y aquella forma de conducirse, tan propia de los varones. Llegó en un barco, con ropa vieja y sucia y un petate más bien pequeño donde llevaba lo poco que poseía.

Supe más tarde que había vagado por Azeroth largo tiempo, sin un objetivo, sin una razón. Se había exiliado de su hogar, estaba rota por dentro y por fuera, sentía que había perdido su batalla y que había fallado a sus hermanos. Solo tenía quince años. Acudió a Teldrassil en busca de alguien que le enseñara el modo de obtener su venganza, un maestro. Había escuchado historias aquí y allá sobre mi pueblo y su afinidad con la naturaleza, y supuso acertadamente que nosotros podríamos enseñarle la sutileza que necesitaba. Sin embargo, su alma estaba tan llena de rabia y de odio, tan llena de ira, que aquellos que podían enseñarle se negaron a instruirla hasta que fuera capaz de aprender el Arte sin sucumbir a sus emociones.

Y fue a la Casa del Reposo” Dremneth agitó las alas y ascendió un poco más, siguiendo la pronunciada pendiente hasta la salida.

La sanadora suspiró débilmente.

- Era necesario, debía sanar antes de aprender para no contaminar las enseñanzas de sus maestros. Era reacia a abrir su alma, estaba repleta de escudos… Como aprendiz de Bálsamo, fui asignada a su caso. Fue duro llegar hasta ella, empezar siquiera a atisbar la profundidad de sus heridas, un trabajo lento y penoso el cumplir el objetivo que mis maestras me habían asignado.

Nos llevó años, paso a paso. Durante los primeros, Liessel habitó la Casa del Reposo, pero según fueron sanando las heridas de su espíritu y su cuerpo, sus maestros iniciaron su formación y ella se convirtió en el primer atisbo de la sombra que sería después. Aquellas enseñanzas la llevaron a seguir la senda druídica de mi pueblo, comenzó, sin saberlo, a adorar a los dioses que nos acompañan, puesto que ellos guiaban sus pasos. Los habitantes de las sombras la llamaron Mush´al anan Fandu, y su nombre creció, se extendió en los territorios de mi raza, como un temor velado. Sin embargo, aunque en aquel tiempo yo había empezado a sospechar el lazo que nos unía, tan ajeno al tiempo y a nuestro mundo, y aunque su aprendizaje exigía el máximo secreto, Liessel, el Susurro en las Sombras que inspiraba tanto temor en mi pueblo, acudía a la Casa para hablarme de su alma, de sus miedos, de sus esperanzas. Yo la amaba, la amaba con un sentimiento más allá del amor de los amantes, de los hermanos… A mi mente acudían las viejas leyendas de mi pueblo…