Una noche en Lunargenta VII

viernes, 28 de noviembre de 2008

Mar del Norte, diciembre:

La aurora boreal danzaba sobre la cubierta salpicada de espuma, sus girones de luz parecían ondear en los cielos, envueltos en brumas esmeralda. Pese a las semanas que llevaba en alta mar, su visión seguía embelsándola por completo, como si cada giro de luz la llamara por su nombre.
Una ola inmensa se avalanzó sobre el barco y Loraine Ruran tomó con fuerza el timón para evitar que la mar arbolada desviara su rumbo. Allí, en el oscuro mar del norte, ni tan siquiera las Luces servían de orientación. Solo señalaban al Norte... Siempre al Norte...

El viaje había sido la excusa perfecta para volver a pisar una cubierta de madera y dejarse mecer por el mar. La excusa perfecta para alejarse de la frustración de no encontrar a Kess´an. Una larga travesía, lo suficientemente larga para que aquella joven viuda pudiera empezar una nueva vida en las heladas tierras del norte. Una larga travesía donde aquella mujer marcada podía dejar atrás su pasado e ir donde nadie la conociera.

Había acudido al puerto de Menethil en busca de su barco, pero no lo había encontrado allí. Preguntando en la ciudad, había descubierto que Tristán había dispuesto de él para enviar las tropas del Alba a Rasganorte. Y cuando ya había asumido que tendría que viajar en un barco regular, el Lobo le había descubierto que el fallecido esposo de Loraine poseía una pequeña embarcación que continuaba anclada en el faro de los Páramos.

Y se había hecho a la mar.

Atrás quedaban todos los recuerdos desde su Despertar, la angustia de volver a respirar, la culpabilidad de Kronkar, la suspicacia de sus antiguos aliados ahora que la traición de los Boticarios se había desvelado. Veladamente sospechaban que su cuerpo y su retorno no fuera más que un arma de los taimados Renegados traidores, pero ella no sentía nada parecido. En realidad, no sentía nada que no fuera paz. Todo el tormento, el miedo y el dolor parecían estar velados por capas y capas de siglos, tan lejanos como la creación del mundo. Sabía que habían estado ahí, porque eran parte de ella, pero no representaban ya nada más que un pasado muy remoto. Como el remoto pasado que había vuelto con ella del Otro Lado.

Estaba ensimismada en las Luces y sus pensamientos cuando de pronto una oscura e inmensa mole se recortó contra el cielo, a escasas leguas de la embarcación. Corrió a soltar las velas para evitar que las olas la embistieran contra las rocas y volvió al timón para reconducir el barco por el angosto desfiladero que se abría ante ella un poco más adelante, como inmensas paredes de piedra clara que se perdían en las profundidades mientras trataban de alcanzar los restos de la Aurora Boreal.

Una noche en Lunargenta VI

jueves, 13 de noviembre de 2008

Lunargenta, semanas mas tarde:


- ¡Santo cielo, Kronkar! ¿¡Qué demonios te has hecho en el pelo!?

El sindorei resopló
- Tú también no, por favor.-gruñó en respuesta.- Además, mira quién fue a hablar.

Liessel arqueó las cejas y se recostó de nuevo en la cama, pasando las manos por la melena pelirroja.

- Exigencias del guión, ya sabes.

Kronkar dejó el arma contra la mesa y se sentó junto a ella, sobre las sábanas revueltas. Permanecieron en silencio largos minutos, él con la mirada fija en las manos, ella con la mirada fija en la nada. Solo el susurro de la fuente que se colaba por la ventana se escuchaba en la habitación.

Fue Liessel quien rompió el silencio al fin.

- ¿Por qué, Kronkar?

El sindorei apretó los dientes. No había reproche en la voz de la mujer, ni angustia, ni pena, y al mismo tiempo le parecía que todas ellas tenían lugar en aquellas tres palabras. Apretó los puños y trató de sacar de su mente el desgarrador grito que aquella mujer había proferido cuando había vuelto a abrir los ojos.

Y aquella pregunta, aquella eterna pregunta envuelta en sollozos, atormentándole en sueños...

¿Por qué, Kronkar? ¿Por qué? ¿Por qué?

Al ver que no respondía, Liessel se incorporó y rodeó los hombros del elfo con los brazos, desde su espalda. Sintió como Kronkar se tensaba para inmediatamente relajarse, como si un peso terrible se hubiera esfumado de sus hombros.

- No lo sé.- suspiró, derrotado, al fin.

Liessel le estrechó y el elfo sintió su aliento en el cuello. Parecía tan tranquila ahora... Ni siquiera ella misma recordaba su despertar, cuando por fin Sacat le había devuelto su alma. No recordaba los gritos angustiados, cómo se había debatido en la cama, atada como estaba, rogando que la dejaran volver, que la dejaran descansar....

¿Por qué, Kronkar? ¿Por qué?

- Si no dices nada, - sugirió Liessel con malicia- empezaré a pensar que no puedes vivir sin mí...

El elfo se puso en pie de manera tan brusca que la mujer se retiró como si hubiera recibido una bofetada.

- ¿Qué...?

- ¿No puedes dejar de bromear, Liessel?- bramó el sindorei- ¿Crees que fue una decisión fácil para mí? ¿Que fue una decisión banal?

Los ojos grises de la mujer se estrecharon como si fueran dos rendijas y empezaron a arder, como hielo quemante. Se irguió de rodillas sobre las sábanas, como la salvaje melena roja derramándose sobre sus hombros. La sábana que la envolvía se deslizó por su cuerpo, descubriendo aquella terrible cicatriz en el vientre. Turbado por la ira de su mirada y por el recuerdo de su agonía, Kronkar le dio la espalda.

- ¿Crees que es fácil para mí, Kronkar?- siseó la mujer desde la cama. Su voz sonaba peligrosamente fría.- ¿Crees que me desperté como quien despierta de un plácido sueño? ¿O que me sacaste de una terrible pesadilla? ¡Estaba muerta, Kronkar! ¡Muerta! ¡Estaba descansando al fín! ¿Quién coño te crees que eres para quitarme eso, Kronkar? ¿Crees que levantaría agradecida por traerme de vuelta? ¿Que todo sería como en las historias?

¿Por qué, Kronkar? ¿Por qué?

Se volvió, aunque no quería se volvió para mirarla y pese a la amargura que había notado en su voz, vio que la mujer le miraba casi con compasión. Al ver que la miraba, la mujer volvió a sentarse, pero su mirada pareció marcharse lejos, muy lejos... Ella tenía razón ¿Quién era él para traerla de vuelta del sueño eterno? ¿De aquel sueño que ella había ansiado con tanta intensidad? Incapaz de articular palabra, se volvió hacia la entrada y abrió la puerta.

- No estaban, Kronkar...- murmuró la mujer desde la cama.

Kronkar bajó la mirada, a su mano sobre el pomo.
A su espalda, Liessel murmuraba para sí, embargada por la pena.

- No estaban... no estaban...

Salió tan rápido como pudo y cerró la puerta tras de sí. La lluvia repiqueteaba en los tejados y toldos del callejón oscuro, pero no importaba. Llamó a su compañero a su lado y se echó a caminar, con la eterna pregunta en su mente, atormentándolo.

¿Por qué, Kronkar? ¿Por qué?

Una noche en Lunargenta V

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Laderas de Trabalomas, principios de noviembre:

El sol del mediodía brillaba con fuerza por encima de sus cabezas, arrancando de sus frentes perladas gotas de sudor que trazaban sendas invisibles tras sus pasos. Los dos contendientes se miraban fijamente a los ojos, deslizando un puie tras otro en una danza circular, midiéndose con mirada expera, atentos a cualquier movimiento de su oponente.
No había espectadores en las gradas desiertas, ni tampoco se percibía la actividad que era usual en la vieja mansión Ravenholdt, pero pese a too habían preferido elegir con cuidado los días de entrenamiento en la casa madre.

El sonido de los cascos de un caballo marcó un alto en la extenuante sesión. Sin volverse pero sin correr, la mujer se encaminó hacia la parte trasera de la casa, oculta a la vista, mientras su compañero se adelantaba al encuentro del jinete.

- Salud, Nerisen- dijo el hombre desmontando ágilmente del caballo negro. - ¿Todo en orden

Vestía un pulcro traje oscuro, a juego con su impecable peinado y la elegante maleta de piel negra que llevaba en la mano.
El elfo le saludó con un leve movimiento de cabeza, secándose el sudor de la frente con el brazo desnudo. Llevaba el pelo recogido en una tensa coleta y el sudor bañaba el torso descubierto.

- La casa esta vacía, como dijiste.- concedió el sindorei- Hemos estado practicando toda la mañana ¿Tienes los papeles?

El hombre asintió y dirigió su mirada a la mujer que caminaba hacia ellos desde la parte trasera de la casa. Era de estatura media y llevaba el largo cabello rubio trenzado y colgando por encima de su hombro derecho. Vestía ropas de cuero, oscuras y gastadas, y también su rostro estaba perlado de sudor. Percibió el recelo en sus ojos, aquel breve instante antes de verlos repletos de la alegría del reconocimiento.

Nerisen vio como el humano trataba de parecer impasible, pero no escapó a su aguda vista su inceridumbre. Wolfe inspeccionaba a la recién llegada con la misma intensidad que había puesto él mismo en aquella idéntica situación. Podía anticiparse a su razonamiento:

Ahí está, camina hacia mí, es real. Es su rostro, pero no hay rastro de la Plaga, realmente es humana, pero ¿Cómo? ¿Es ella realmente?

La mujer también lo percibió, y se detuvo prudentemente a unos metros del recién llegado. La sonrisa de sus labios menguó hasta desaparecier, consciente como era de la evaluación de la que era objeto. Le miró fijamente a los ojos y entonces, solo entonces, hubo reconocimiento en la mirada del humano.

- Hola, señor Lobo.

La sonrisa había vuelto a los labios de la mujer, y a su mirada.
Winstone Wolfe trató de asimilar que lo que veía era real y tendió las manos abiertas hacia ella. La muchacha las tomó entre las suyas y el hombre pudo sentir la calidez de su piel. No podía estar muerta, no, no lo estaba. Estaba viva... ¡viva!

- Liessel... - acertó a decir.

Se demoró un instante más en observarla y luego se recompuso. Era evidente que cientos de preguntas se agolpaban en su mente sin que ninguna de ellas fuera lo suficiente concreta. Todas parecían, en su variedad, apuntar a la misma endiablada incógnita ¿Cómo?

Nerisen sonrió para sí, satisfecho de no ser el único en haberse visto asaltado de dudas al verla, pero aún así le alegró saber que Liessel había dado un paso más en su retorno.

***

La fresca penumbra que reinaba en el interior de la casa era bálsamo suficiente para el calor del exterior. Sentados a la mesa, Liessel y Nerisen esperaban con un deje de impaciencia a que Winstone Wolfe sacara una carpeta de su oscura maleta.

- Bien, el tema de los papeles ha sido relativamente sencillo. - explicó el hombre tomándo asiento- Recientemente ha llegado a los reinos del Este un resurgimiento de la Plaga y los no-muertos atacan pobaciones humanas a diario. Hay centenares de muertos y de desaparecidos, de modo que contamos con un buen surtido de personalidades entre las que escoger.

Liessel miró a Nerisen y este asintió: los rumores eran una realidad. La Peste había vuelto. Arthas debía haberse hecho fuerte en el norte mientras la Horda y la Alianza jugaban a la guerra. La mujer suspiró con amargura: después de todo, su lucha había sido en vano.

Al otro lado de la mesa, Winstone continuó:

- Hemos localizado el caso de una mujer joven, una viuda de los Páramos. Es especialmente conveniente porque no tenía familia alguna: su marido era un marino de la Armada que se perdió en el mar hace algunos meses. No tenían hijos. Su pasado es un agujero negro, era una doña nadie hasta que se casó. Tras la muerte de su marido, se recluyó en la hacienda familiar.- comprobó un par de notas- Fue asaltada por la Plaga en una de las oleadas en los Páramos. Los vecinos ignoran qué fue de ella y tampoco les preocupa. Su cuerpo apareció flotando cerca de una de nuestras bases de operaciones. Parece una baza segura.

Sacó una nueva carpeta de su maletín y se la tendió a Liessel.

- Su nombre era Loraine. Loraine Ruran. Tenía dieciocho años, creo que puedes dar el... - se detuvo un instante, creyendo percibir un cambio extraño en el gesto de Liessel- ¿Ocurre algo?

La mujer tomó aire levemente y negó con la cabeza.

- Disculpa. Continúa, por favor.

Wolfe frunció el ceño y miró a Nerisen, pero él tampoco parecía entender.

- Bien, más o menos tenía tu misma estatura, pero su pelo era rojo, de modo que tendremos que hacer algo con esa melena tuya. Como los Páramos no son una zona demasiado segura, tienes la excusa perfecta para buscar una nueva casa. Podemos proporcionarte una, si lo deseas.

Liessel sonrió, pero su sonrisa era triste y enigmática.

- No hará falta, Winstone.- dijo al fin- Sé exactamente dónde buscar.

***

Sin la camisa de su pulcro traje, Wolfe resultaba casi más intimidante que con su "uniforme" de trabajo. Los brazos eran gruesos y poderosos, y el pecho tan amplio que hubiera podido abarcar varias mujeres del tamño de Liessel.

Al otro lado del círculo de lucha, Liessel se inclinó hacia delante y entrecerró los ojos, como un felino a punto de saltar.

- Bien, bien, bien...- sonrió el Señor Lobo con diversión en la mirada- Veamos qué es lo que recuerdas, señorita.

Desde las gradas, Nerisen observó a los dos contendientes.

El combate comenzó.

Una noche en Lunargenta IV

lunes, 20 de octubre de 2008

Escuela de pícaros, Lunargenta:

- Más arriba, Cel, intentas matarla, no llevártela al catre.

Las risas en la escuela retumbaron, discretas y socarronas, entre las paredes cubiertas de tapices. Los combatientes endurecieron su mirada e intensificaron la lucha.

- Bien, Elara, firme ahí.

Nerisen rodeó el círculo destinado a la lucha lentamente, prestando atención a las esquivas, los puyazos y las acrobacias. Corrigió de paso la postura de Elara para una entrada particularmente compleja y añadió un par de gotas de cilántro a la solución que Darlia prepraba en la mesa.

Los minutos se deslizaron lentos entre el goteo de las pociones y las
exhalaciones de los combatientes en el tatami de cuerda, cuando por fín la sombra del crepúsculo alcanzó el último escalón de la sala.

- Ya está bien por hoy, chicos.- dijo Nerisen volviéndose hacia sus alumnos. - Mañana, logística.

De los labios de Elara escapó un bufido hastiado cuando se dio la vuelta para mirar a su maestro, y de pronto, con un movimiento imposiblemente rápido, se inclinó hacia un costado y el pie descalzo de Cel erró el golpe a la altura de su cuello.

Un rugido de desaprobación se elevó del coro de observadores.
- ¡Buena, Elara!
- ¡Que artero, Cel!

Nerisen observó al joven con ojo crítico y gesto serio.
- Eso ha sido ruin incluso para tí, Cel- dijo, y el muchacho alzó el mentón
desafiante- Buen trabajo.

Siete pares de cejas se arquearon al unísono. Los alumnos se miraron, sin saber si debían reir o guardar silencio. Y no lo supieron.

- Venga, chicos. Mañana más.- insistió Nerisen.

Los alumnos de la escuela abandonaron el recinto sin una palabra, como era habitual, y el rumor de sus pasos se esfumó en el oscuro callejón donde tenía Nerisen la academia. Nadie sabría nunca qué hacían aquellos jóvenes, quienes eran, en qué arteras artes eran instruidos. Nadie, salvo...

- ¿Logística, Nerisen?

El sindorei contuvo el aliento imperceptiblemente pero se recompuso rápidamente y sonrió con suficiencia.

- Tú mejor que nadie sabes que el talento no es suficiente para la infiltración.

La mujer salió de las sombras con andar felino, la capucha echada sobre el rostro. Sonreía, pero no había malicia en sus labios.

- Me alegro de verte, Nerisen.- dijo.

El elfo se volvió hacia ella y la inspeccionó con prudencia, buscando en su fisionomía las marcas inevitables de la peste, pero no había nada. La piel era limpia y clara ahí donde debía serlo, la frente alta, la nariz salpicada de pecas. Era rosada allí donde, en Entrañas, había sido azulada, y los labios volvían a ser apeteciblemente encarnados, en lugar de estar amoratados como los de la mortaja que había sido. Y los ojos, aquellos ojos de hielo quemante, allí seguían, vivos como la última vez que los había mirado, aunque tuvieran ahora un matiz de antigüedad que no había percibido antes.

Ella, que había agonizado en el campo de batalla, cuyo cuerpo había sido pisoteado y corrompido, cuyo funeral había presenciado desde la discreta orilla de Feralas.

Estaba allí, y estaba viva.

Una noche en Lunargenta III

lunes, 15 de septiembre de 2008

Lunargenta, pocos meses después:

- No has comido nada.
- No tengo hambre.

Kronkar dejó la ballesta descansando contra la mesa donde permanecía la bandeja, con la comida intacta.

- Abre las cortinas, quiero ver la luz del sol.

El elfo recogió las cortinas con un cordón y la luz bañó la habitación como si fuera líquida. En la cama, la mujer se desperezó con pereza casi felina.

- La echabas de menos ¿Eh?- inquirió.
- Entrañas está bien, pero es demasiado oscura.

Kronkar alzó una ceja escéptica.

- ¿Demasiado oscura para tí?
- Demasiado oscura para cualquiera.

Volvió a mirar la bandeja con la comida intacta.

- ¿Por qué no comes algo? Tienes que reponer fuerzas.

La mujer se encogió de hombros con suavidad.

- Ya te lo dije, no tengo hambre. Darlia me trajo algo de fruta esta mañana, me sació. Es como si ya no necesitara tanta comida.

Kronkar se acercó a la venta con gesto grave.

- ¿Sabes lo que cuesta que esta comida llegue hasta aquí? Han intensificado la guardia en toda la ciudad. A tu querida Darlia le cortarían el cuello si averiguan lo que está haciendo. ¡Lo que estamos haciendo todos, maldición!

La mujer le miró con fijeza.

- Fue idea tuya, Kronkar ¿Acaso te arrepientes?

El elfo trato de mantener su mirada, pero se sorprendió apartándola bruscamente. Conocía aquellos ojos, pero había en ellos algo que no había visto antes, algo viejo. Algo que hacía que quisiera estar muy lejos allí en aquel preciso instante.

La mujer se incorporó en la cama y suspiró, y de pronto sus ojos volvieron a ser los de siempre, los que él conocía.

- No me importa que me descubran- dijo- puedo hablar con ellos. Hacerles entrar en razón.

Kronkar reprimió una carcajada que no resultaba nada alegre.

- ¿Estás loca? ¿O esto te ha afectado más de lo que creía?

La mirada de la mujer le turbó.

- No puedes ni imaginar, Kronkar, por lo que he pasado. - dijo ella, aunque en su voz no había dureza ni reproche- No te haces una idea.

El Fantasma de Desesperanza V

miércoles, 6 de agosto de 2008

Día 9

¡Noche mágica y hechizada! ¿Cómo narrar solo con palabras lo que vi? ¿Cómo decribir lo que solo puede ser vivido? ¡Mi corazón rebosa del asombro, sobrecogido por lo que he presenciado! Lloro, porque la pena por lo que vi es más intensa que cualquier otra pena que sintiera antes, y me hace sentir nimio en comparación con el pesar que sentí al llegar... Ahora entiendo por qué las nagas rehuyen este lugar. Ellas lo sienten también. Lo que yo siento no es más que el eco del tormento que he visto esta noche, que solo puede existir en el mundo de los espíritus porque no puede ¡no podría! ser cierto en el mundo en el que yo vivo... Tanta pena, oh Dama... Tanta pena no puede ser posible....

Trataré de empezar por el principio, procurando que mis palabras, por torpes que sean, puedan plasmar en estas líneas al menos una mísera parte de lo que ví y sentí esta noche.

Aprovechando la calma del templo, me dispuse a descansar, replegado en un rincón. Nada más tumbarme, me asaltaron todos los recuerdos felices que poseo, empañados de tristeza y desesperanza. Abrazándolos para recuperarlos, caí en un sueño inquieto. No sé cuanto tiempo llevaba dormido cuando el hipnótico canto invadió el templo. Lo escuché entre mis delirios, tratando de descifrar lo que decía, cuando poco a poco fui despertándo sin querer, y me di cuenta de que realmente alguien cantaba, espectro o demonio, entre las paredes de aquel templo.

Sobrecogido por tan misterioso descubrimiento, me incorporé y busqué con la mirada la fuente del canto, pero nada ve. La voz retumbaba en todas las palabras, multiplicándose una, cien, mil veces... Recorrí la planta de templo, pero no había nadie ¡nadie! ¡Ah! ¡Cuan equivocado estaba! Después de buscar infructuosamente, me pareció que el canto parecía provenir de la parte superior, y que por eso reverberaba en la cúpula de aquella manera, de modo que busqué el inicio de la rampa de blanca piedra y ascendí.

¡Oh! ¡Qué intensa pena me invadió a cada paso que daba! ¡Cómo me costó avanzar, sintiéndome cada vez más pesado con mi carga de tristeza! Todos mis recuerdos acudieron a mí de nuevo, llenos de nostalgia, y por cada paso que daba una lágrima vertía. Solo quería detenerme, dejarme morir, reunirme con mis recuerdos, pero me obligaba a seguir, el canto me atraía, como atraía el canto de las sirenas a los marinos para hacer naufragar sus barcos. Así acudía yo, hacia el naufragio de mi vida. Vi aparecer ante mí a los ancianos que contaban historias cuando era un niño, a mi dulce Loraine, que tendía sus brazos hacia mí, sollozante, rogándome que volviera.... Mi amargura crecía, haciéndo sus raíces más profundas en mí, y las lágrimas apenas me dejaban ver. No podía más, estaba asfixiado en tristeza y todo se había vuelto turbio y neblinoso, como si pena pudiera brotar de mí, ondeando como las velas de un barco...

Me agazapé en un rincón, tras una columna rota, y me sumí en mi desconsuelo, temiéndo sentir el impulso de arrojarme al vacío para poner fin a aquella angustia, ajeno al canto que crecía en intensidad y amargura a mi alrededor. Desconsuelo, desasosiego, desesperanza, tristeza, nostalgia, melancolía... Todas las emociones me ahogaban, me sumían en la desesperación, me azotaban como un viento invisible... No hay palabras para describir lo que sentí... ¡Oh! ¡Y lo que vi! ¿Cómo describirlo?

El canto lo llenaba todo y no sé de donde saqué la fuerza y la voluntad para asomarme por encima de la columna que me cubría y mirar hacia el lugar del que parecía brotar la voz. Oh, Luz... Mi mano tiembla al recordar, los sollozos me sobrevienen solo por rememorar lo que sentí....

Había un agujero en la cúpula, una abertura en la roca a través de la cual se veía el cielo de la noche, cuajado de estrellas, fusionándose con el mar. Y frente al agujero, ajena al tiempo, a la oscuridad y a nada que no fuera su canto, había una figura. Parecía envuelta en una túnica blanca, como un sudario roto y desgarrado, y tenía la larga cabellera blanca pegada a los hombros, como si estuviera empapado... No podía ver su rostro, pues lo tenía vuelto hacia las estrellas, pero parecía estar sumida en la más absoluta tristeza... Sin embargo, lo que más me sobrecogió fueron sus alas, unas inmensas alas intangibles, hechas de dolor, de pena y de desconsuelo tan intensos que eran casi sólidos, y ondeaban a la espalda del espectro y alcanzaban todos los rincones del templo, y a mí mismo, y comprendí que mi desasosiego no era más que el efecto que aquellas abominables alas tenían sobre mí... ¡Oh! ¡Luz! ¿Cómo atormentas así a una criatura, cargándola de congoja!

Aquellas alas de tormento parecían hechas de niebla oscura, visible pero aún así intangible, como la niebla del mar que te empapa sin que puedas retenerla. Así me veía yo empapado de la tristeza de aquel canto y de aquellas alas, de la desgracia de aquel espectro. Y cuanto más crecía en intensidad el canto, tanto medraban las alas, y supe que atravesaban los muros del edificio y que eran ellas las culpables del extraño aura que había visto la noche anterior desde la ladera...

No pude apartar la mirada de aquella atormentada criatura, que siguió cantando al mar llenándolo todo de pesar. Su voz era oscura y sedosa, y estaba enjoyada de pena y grabada con dolor, y cuando una fría corriente vino del mar y se coló en el templo, el espectro se esremeció y pude ver como replegaba sus abominables alas y se envolvía en ellas, arropándose con su pena con delicadeza, casi con mimo, como si temiera quebrar la sutil materia de la que estaban hechas....

Ah, las lágrimas me ciegan... Nunca podré olvidar, ni siquiera cuando muera, el desgarrador recuerdo delespíritu atormentado arropándose con sus alas de dolor... Ese recuerdo me desgarra el alma, me hace maldecir a los dioses que permiten tan atroz castigo a una pobre alma errante... ¡Oh! ¡Pobre criatura! ¡Condenada a vagar envuelta en su propio tormento por toda la eternidad!

Incapaz de contemplar más aquella desgarradora visión, me dejé caer en el suelo y sollocé tan silenciosamente como pude, pues no quería sumar mi congoja al tormento del espectro, pero él siguió cantando su triste lamento al mar y poco a poco fuí quedando dormido...

Desperté cuando un leve susurro pasó cerca de mí, y al abrir los ojos tuve que reprimir un grito angustiado: el espectro pasaba por mi lado sin verme, con la mirada perdida, y a su espalda arrastraba las alas, como si estuvieran rotas o cansadas, como si fueran solo un manto imposiblemente largo o la cola de un vestido de delirios que arrastrar trás ella. Porque era ella, porque aquel espectro tenía forma de mujer, y supe que debía tratarse del alma en pena de alguna doncella élfica que perdió su vida y su amor en este lugar...

Ya está, nada más puedo decir. En mis palabras las emociones parecen vanas y ligeras en comparación con lo que en realidad fueron. No son delirios de un hombre solo, la vi, vi al Fantasma de Desesperanza cantar a las olas y arrastrar sus alas de desconsuelo, y envolverse con ellas con cuidado...

Luz Bendita... ¿Cómo puedo vivir después de haber atestiguado semejante tormento?¿Cómo puedo compadecerme de mi dolor después de haber sido testigo de la atroz magnitud del dolor del espectro?

No puedo, Luz....

No puedo.

El Fantasma de Desesperanza IV

martes, 5 de agosto de 2008

Día 1

He decidido comenzar un nuevo calendario ahora que por fin estoy en tierra, para no volverme loco.

Avisté tierra al amanecer de hace dos dias, cuando la bruma que lo cubría todo se levantó. Distinguí, según me acercaba, la silueta de altos acantilados y remé hacia allí. Al atardecer del segundo día alcancé las ruinas de unos extraños edificios, infestados de nagas. Avancé tratando de evitarlos pero algunos de ellos trataron de hacer volcar mi bote. Me libré de ellos armado con un remo y se retiraron, para mi tranquilidad.

Alcancé la costa en una playa de arena fina cuando ya había caído la noche y arrastré el bote tierra adentro para no llamar la atención de los nagas. Exhausto como estaba, busqué algún lugar resguardado y caí rendido tras besar numerosas veces la tierra bajo mis pies.

Desperté al amanecer, este amanecer, y decidí investigar un poco el lugar en el que me encuentro. Me había refugiado entre dos columnas de mármol caídas, pero más allá seguian los restos de los extraños edificios, diseminados por la arena y algunos incluso parcialmente sumergidos. He contado al menos dos edificios en pie aunque medio derruidos, y un partenon en la playa, con las olas lamiendo sus columnas. Es un lugar misterioso e hipnótico, con un embrujo difícil de describir.

No he encontrado la manera de ascender los acantilados, de modo que me centraré en buscar un lugar seguro donde establecerme y desde donde poder hacer señales con una hoguera. Los nagas están por todas partes y me siento acosado constantemente.

Se pone el sol. Creo que es hora de apagar el fuego para no llamar la atención de esas insidiosas criaturas.

Si la Luz quiere, mañana escribiré de nuevo.


Día 2

No puedo quedarme aquí, debo buscar un lugar más seguro. Si vivo esta mañana es porque la fortuna me sonrió y no porque mi refugio fuera seguro. Las nagas acechan, se acercan, atacan. Maté a dos esta misma noche. Hoy mismo me pongo en camino para encontrar refugio en algún otro lugar. Tal vez bordeando los acantilados encuentre alguna zona que me permita ascender y ver el lugar en que me encuentro.



Día 3

Esta playa es interminable y los acantilados me parecen cada día más altos. He tratado de trepar por ciertas zonas, pero el avance en vertical era imposible. Afortunadamente, las ruinas están diseminadas hasta donde la vista alcanza, y puedo avanzar hacia el norte sirviéndome de ellas para ocultarm de la vista de los naga.

¡Cómo disfrutaría el Dr.Oswald de este lugar! ¡Qué sublimes dibujos haría su hija, la dulce Livia!

Desde donde estoy puedo observarlos con relativa seguridad, y voy descubriendo peculiaridades en estas criaturas. He podido distinguir hembras y machos, y cuanto más pasa el tiempo, más evidentes me parecen sus diferencias. También parecen tener tareas distintas: las hembras parecen ser hechiceras de algún tipo, mientras que los machos, más grandes y fornidos, parecen formidables guerreros.

Son criaturas ariscas, también entre ellas. Vagan al parecer si rumbo por la playa, entre las ruinas, sin reparar en nada que no sean ellas mismas. Si por un casual otro de ellos pasa cerca, sisean como víboras y lanzan agudos chillidos. Lo infestan todo, están por todas partes, puedo verlas en las escalinatas de los templos que se mantienen en pie, en la arena, en las profundidades, bajo las aguas claras...

Desde aquí puedo ver un cabo al norte, donde parece terminar la playa. Espero encontrar en mi camino hasta allí una vía de ascenso a lo alto de los acantilados. Necesito saber donde estoy: tal vez así descubra el modo de regresar a la civilización.

Mañana será otro día, que la Dama me ampare.


Día 4

Hoy puedo ver el final de la playa con claridad, e incluso creo apreciar una suave subida en la arena: tal vez sea la vía que necesito para alcanzar la cima de los acantilados. He decidido deternerme aquí esta noche, para alcanzar la rampa mañana: las noches aquí son aterradoras, con los chillidos de los nagas y el siseo de sus cuerpos reptiloides arrastrándose por la arena. Se acercan demasiado, el fuego de mi antorcha ya no les asusta: deben haber aprendido que si la flor roja no les toca, es inofensiva. Rezaré esta noche por llegar vivo a mañana: sería terriblemente patético que muriera esta noche, teniendo tan cerca lo que parece mi salvación.

Añoro dolorosamente a Loraine: recuerdo como si fuera ayer su última sonrisa antes de verme partir, los ojos llenos de lágrimas pero pese a todo regalándome su sonrisa como un último regalo para mi viaje. Pobre criatura, dulce Loraine, cuanto te he hecho sufrir y esperar, tú que nunca me pediste nada más que cariño. Tu recuerdo se ha establecido en mi corazón como un pesado manto de melancolía. Ojalá viva un día más para recordarte, ojalá pueda estrecharte de nuevo, besar tus ojos tristes, besar tus dulces labios.

Rezad por mí. Dama, protégeme.


Día 5

Paraíso otoñal, lecho eterno de tonos dorados y cielos de ámbar, tierra hechizada.

Azshara.

¿Cómo no reconocí tus nostálgicas playas, yo que tantas veces te oí describir en los cuentos de mi niñez? No necesité más que ver las hojas dorada que cubren tu suelo y de repente los recuerdos de mi infancia llegaron como una ola. Las noches junto a la hoguera, los ancianos contando sus leyendas, las aterradoras historias de la Reina Azshara y de su tierra hechizada... Oh, lo que daría por regresar a aquellos días de felicidad en que no tenían cabida en mi corazón ninguna pena como la que ahora me embarga...

Triste descubrimiento: ahora que sé donde estoy, pierdo toda esperanza de ser rescatado. Azshara es una tierra misteriosa y abandonada, y los viajeros no suelen cruzar sus tierras. Si abajo, en la playa, las nagas acechaban, aquí en lo alto de los acantilados, las bestias caminan a cuatro patas en lugar de reptar. He visto enormes osos y arañas, y unas criaturas parecidas a osos que llevan ropas casi tribales... Nunca saldré de aquí, nunca podré cruzar esta tierra, sin saber siquiera a donde debo dirigirme....

Tal vez debiera volver a bajar a la playa y buscar un hermoso lugar donde dejarme morir. Vi en mi camino hasta aquí un tercer templo, más grande, más alejado de la costa. Los nagas lo evitan, no se ve ninguno en las cercanías, tal vez porque les incomoda no poder reptar... No lo sé... Sin embargo se me antoja un lugar solitario y hermoso, una buena tumba para un viejo lobo de mar como yo.... Está decidido, mañana descenderé de nuevo, y que sea lo que la Dama quiera.

Dejaré un mensaje aquí para que, si algun día un viajero pisa estas tierras, sepa que aquí estuvo Jack Auburn, capitán de la Doncella de Oriente.

Loraine, no me olvides.



Día 6

Sigo aquí, hechizado por esta tierra y la decadencia nostálgica que la envuelve. No bajé al templo: hoy mientras dormía creí oír una voz que cantaba. Era lejana y no distinguía las palabras, pero era triste, tan triste... En mi sueño miraba al extraño templo que espera en las aguas y me pareció verlo envuelto en un aura de melancolía tan densa y pesada que creo que me alcanza hasta aquí. Definitivamente, debe estar hechizado él también, por algún espectro doliente en su soledad.

No temas, fantasma. No te tengo miedo. Yo iré contigo y te haré compañía durante la eternidad.


Día 7

Silencio.

Eso es todo lo que se escucha aquí, sobre el sordo rugido de las olas contra las paredes de alabastro. Me complace morir aquí, en la fresca penumbra de este lugar solitario y silencioso. Ojalá mi Loraine estuviera aquí conmigo para estrecharla, pues siento la distancia que nos separa como una cuchillada en el corazón que me quita la vida.

La tristeza se abate sobre mí ¿Acaso flaqueo ahora que me encuentro frente a mi muerte? Los recuerdos vienen a mi como la marea, mi niñez flota sobre las olas para que la vea, para que añore la feliz ignorancia en la que vivía. Regresa a mí la primera vez que vi el mar y como me enamoré de él, y el día de mi boda con Loraine, mi dulce Loraine... Pobre criatura, cuánto te hice sufrir... ¿Me perdonarás? ¿Me recordarás?


Día 8

¿Puede algo triste ser hermoso?¿Puede el dolor ser objeto de contemplación? Debo contener mi pluma para no volcarme en describir el pesar que me invade bajo forma de poesía. Es como si la pena flotara en el aire y se acumulara en los ojos, descendiendo hasta los brazos, hasta que uno cierra los puños y la atrapa.

La añoranza es como una fiel compañera que no me abandona, como si cobrara fuerza en este templo, que tantos fantasmas debe albergar. ¿Cuantos elfos perecieron cuando las aguas invadieron este reino? ¿Cuantos de ellos siguen atados a estas ruinas por cadenas invisibles?

Anoche, mientras dormía, volví a oir la canción. Sonaba mucho más próxima y ahora estoy seguro de que es de aquí de donde brota. Es tan triste, tan amarga, y al mismo tiempo tan llena de belleza... Resonaba en las paredes de alabastro en mil ecos tristes, como si una miriada de espectros compartieran su pesar... Sin embargo el templo está desierto, habitado solo por este hechizo de nostalgia.

Me estremece la pena que brota de la canción, ojalá pudiera paliar su dolor... Ojalá tuviera aquí a mi Loraine....

Una noche en Lunargenta II

lunes, 28 de julio de 2008

Entrañas, dos semanas después

Gregory Charles despidió a los últimos de sus discípulos que se afanaban sobre los maniquís de madera y aguardó con disimulada impaciencia a que el eco de sus pasos desapareciera en la lejanía de las cloacas. Cuando estuvo seguro de que estaba a solas en la recóndita escuela, se volvió hacia las sombras.

- Sé que estás ahí, Nerisen.

Un elfo de alta talla y rasgos afilados emergió de las sombras con paso menos arrogante de lo que era habitual en él. Tenía el pelo del color de la paja, apenas sujeto por una discreta cinta, y vestía ropas oscuras, como él mismo, como todos los que pretendían ser corredores de las sombras.

- No esperaba menos, Charles. - respondió el elfo en viscerálico- De hecho creo que incluso uno de tus polluelos llegó a intuir que estaba aquí. Les entrenas bien - asintió satisfecho- has hecho un buen trabajo.

El viejo maestro gruño.
- No te he hecho venir para escuchar tus cumplidos, elfo.- dijo, y salió de la sala con el sindorei a su vera.

- ¿Entonces es cierto?- inquirió Nerisen mientras caminaban por los oscuros túneles de Entrañas.

El renegado asintió sin volverse y siguió caminando.

- Recibí una nota como la tuya hace diez días.- explicó mirando siempre al frente, más allá de las sombras que proyectaban las antorchas- El código pretendía ser el habitual, pero era torpe y desmañado. En cualquier caso, algo me decía que no se trataba de una broma. Y no lo era.

Nerisen frenó en seco en el pasillo.

- ¿Entonces es cierto? ¿Está aquí? - inquirió mirando fijamente al viejo maestro. No hizo falta respuesta, bastó la inmovilidad de su gesto, la tensión en su mandíbula, para saber que no mentía.- ¿Lo sabe Sylvannas?

Charles le hizo un gesto para que siguiera caminando y respondió en un susurro cuando emprendieron de nuevo el camino.

- Hemos... considerado más prudente ocultar a la Dama la naturaleza exacta de nuestro experimento. - explicó- Tal vez más adelante, si resulta ser viable, lo pongamos en su conocimiento.

- ¿Si resulta ser viable?- se extrañó el elfo?- Vuestros boticarios son expertos en este tipo de experimentos ¿Me estás diciendo que no saben si podrán hacerlo esta vez? ¿Y por qué iba a oponerse Sylvannas, mayor promotora de las pestes que cultivais en el Apothecarium?

El renegado fue a responder, pero justo su camino desembocó en el centro de aquellla mirada de ondas que era Entrañas. El banco estaba atestado y el lugar era un frenesí de idas y venidas.

Algnos saludaron al dúo de instructores, conocidos como viejos amigos, y no prestaron mayor atención: no era de extrañar que los dos instructores de asesinos se reunieran de cuando en cuando.

Gregory Charles y Nerisen cruzaron por un puente de piedra sobre las aguas inmundas de las cloacas y accedieron al primer perímetro. Algunos metros más allá, otro puente cruzaba el segundo canal y daba acceso al perímetro exterior. Al pasar ante la puerta que daba al salón de Sylvannas, saludaron a los guardias y continuaron hasta el oscuro y retorcido pasadizo que daba acceso a la sala principal del Aphotecarium.

Nerisen frunció el ceño. Los sonidos del Apothcarium siempre le habían resultado desagradables: el borboteo de los viales al fuego, el crepitar de los hornillos, el zumbido persistente de las antenas, los gemidos de las ardillas... El lugar estaba casi desierto, si podía no contarse a los desgraciados atados a las mesas de experimentos. Solo una silueta parecía tener vida en aquel lugar, afanándose entorno a una de las mesas más alejadas y oscuras de todo el taller.

Gregory Charles y Nerisen cruzaron el espeluznante lugar en dirección a aquella figura. El sindorei apretó los dientes cuando vio el cuerpo atado a la mesa de operaciones, pero guardó silencio. La figura encapuchada se volvió hacia ellos.

- Bienvenidos - dijo el Químico Fuely con su extraña voz- os estaba esperando.

- Cierto es- dijo una segunda voz, y otra figura salió de entre las sombras- ya pensabamos que no llegaríais.

Gregory Charles dio un paso hacia atrás y masculló una maldición.

- ¡Maldita sea! - se volvió con una mirada furibunda hacia el químico- ¿Qué hace él aquí, Fuley?

Metatron sonrió levemente y se encogió de hombros.

- El bueno del señor Fuley recurrió a mí en cuanto comprendió la naturaleza de su experimento.- explicó, abarcando con un elegante gesto de su brazo el cuerpo sobre la mesa- Sus conocimientos en química no son... suficientes para lo que se pretende y sabe me encantan los desafíos.

El Fantasma de Desesperanza III

viernes, 18 de julio de 2008

¿¿??

Llueve.

Bendita sea la Dama Blanca.

Llueve

¿¿??

Nunca he creído en los milagros, tampoco he creído en la Luz más que en como representación de todo lo que es Justo y Recto en esta vida; nunca creí en ninguna voluntad suprema, pero he aquí que vivo pensando que moriría, tras rogar a una visión que me auxiliara.

No sé quien es la Dama Blanca ni de donde viene: jamás oí hablar de ella hasta los aciagos días que arrastraron a la Dama de Oriente hacia el Gran Vacío. Pero lo que es seguro es que la vi y le rogué, no importa si fue solo fruto de mi febril imaginación, porque al poco tiempo llovió, dándome el cielo el agua que necesitaba para vivir.

Tengo ahora, gracias a la bendita previsión del señor Figgs, el contramaestre, varios recipientes llenos de agua dulce, cubiertos para que el calor no la evapore, y tengo la seguridad de que salvo que las tormentas decidan lo contrario, seré capaz de sobrevivir varios días más, con la esperanza de que algún navío me encuentre. Sin embargo no puedo ignorar el temor que me produce el permanecer aquí, olvidado, sin que nadie me encuentre jamás ¿Para qué he sido salvado entonces? ¿Por qué la Dama envió la lluvia para que sobreviviera?

He pensado que....




¿¿??

Maldita suerte la mía, estoy condenado a perecer en este bote, a merced de las olas y el sol. Unas velas se recortaron al este contra el horizonte cuando el sol se ponía. Hice señales, pero aunque se hubieran percatado de mis gestos en la lejanía, el sol poniente a mi espalda los hubiera cegado.

Dama, hazme una señal ¿Es esta tu voluntad?




¿¿??

...



¿¿??

Tierra

Narraciones

jueves, 10 de julio de 2008

16 de Marzo, 32 A.P

¿Por qué me marché?

Mentiría si te dijera que lo sé. Solo sé que para mí el mundo no tenía sentido, pero no en el modo en que no tiene sentido para los amantes que se separan. Eso sí puedes entenderlo, tú que eres eterno. Me habían arrebatado parte de mi propio ser, me habían arrancado la mitad de mi alma. Ya no era una persona, era menos que una persona, menos que un alma... El mundo ya no tenía nada para mí, yo, que existía porque ella existía, no tenía razón de ser. Recordaba las palabras de su diario, aquellas que me habían sacado de mi estupor, que me habían hecho reaccionar y recoger el diario que había caído de las manos de Imoen durante la lectura...

C i t a:
[...]Pero si cierras los ojos cuando estés junto al mar, puede que me escuches en el canto de las olas, en el susurro del viento. Piensa, hermana de mi alma, que el salitre en tus labios es en realidad, mi beso en la distancia.[...]



No, no era solo eso. Sé lo que estás pensando...

El nombre no te es deconocido, tú también lo has visto, acechando en los márgenes de mi mente como una fiera ansiosa.

Tormento

Tú eres antiguo, Dremneth, tú eres sabio. Tú puedes entender los dones de mi pueblo. Tú comprendes el que era mi don, por el que fui ordenada Bálsamo. Algo en mi presencia alivia los dolores del cuerpo y del alma, sosiega a los desesperados, apacigua a los exaltados... Bálsamo para mí era mucho más que un rango o un título. Bálsamo es lo que era, lo que me definía en este mundo. Es lo que soy ahora de nuevo, pero no sin esfuerzo... Mi educación estuvo basada en una ferrea disciplina. Ningún ser vivo nace para ser ajeno a las emociones y las pasiones, y el instinto aleja a toda criatura del sacrificio por sistema. Mi educación me preparó para eso mismo: para caminar muy por encima de las emociones y las pasiones, para ser imperturbable, para servir de apoyo, de faro, de paz... Construí en mi interión un poderoso bastión de entereza que me permitía usar mi poder, absorver el mal ajeno, aliviar de la carga a los desgraciados.

Cuando Liessel murió, cuando mi Falka se marchó del mundo, algo se rompió en mí, dando paso a un dolor infame acrecentado por los dolores arrebatados a miles de almas desgraciadas...

Cambié. Mi aura mutó. En lugar de sosegar, se oscureció, como si extendiera mi dolor a todo aquel que se encontrara cerca de mí. Era aberrante y doloroso. Porque pese a todo, de algún modo yo seguía allí, yo era consciente del mal que hacía...

No podía permitir que nadie se acercara a mí.
De modo que como Bálsamo hice mi último gesto, arrebatando las voces de la mente de Imoen. Luego ya no pude contenerla más.

Tormento lo llenó todo y yo desaparecí.

Una noche en Lunargenta I

miércoles, 9 de julio de 2008



Ruinas de Lunargenta, hace algunos meses:

Era noche cerrada y tan solo el cantar de los grillos parecía encantar la brisa. Contra las columnas derruidas, los jardines descuidados tejían su propio sendero, ajenos a la voluntad de los pocos y extraños visitantes que frecuentaban aquella parte de la ciudad.

La bruja descansaba sobre las ruinas, dejando que la túnica oscura contrastara contra el alabastro de las piedras y de sus huesos, tratando de recordar los lejanos días en que había recorrido aquellas mismas avenidas, escuchando el canto que llegaba con la brisa de los jardines. Lejos quedaba aquello ya, muy lejos. Llegó la Plaga y con ella los oscuros túneles de Entrañas, que eran más de su gusto desde que descubriera el destino que aguardaba a los Renegados entre aquellos que nunca se habían visto sometidos bajo el yugo del Rey Exánime.

Sin embargo allí estaba la bruja, y esperaba...

- Llegas tarde.- dijo con voz cascada en la vieja lengua de los altonatos, cuando una silueta oscura se recortó contra el débil resplandor de las estrellas, como una sombra ante sus ojos.

- ¿Debo recordarte que no estás en posición de hacer reproches, Sacat?- respondió la sombra, y en aquel momento la bruja sintió junto a su cuello el cálido aliento de una bestia.

Kronkar salió de las sombras con el arco a la espalda y el cabello oscuro derramándose sobre sus hombros. En sus ojos había una ira contenida que hacía centellar más, si cabe, sus inquietantes ojos de esmeralda.
La miró fijamente.

- No sé por qué no te mato ahora mismo.- dijo al fin, con un siseo.

Sacat borró la sonrisa burlona de su rostro descarnado y se puso en pie.

- ¿Para qué me has hecho venir, Kronkar?

El sindorei luchó por contener la rabia de sus palabras. Tras unos interminables instantes de incertidumbre, en que la bruja no supo cuan rápida muerte le daría el que un día fuera su aliado, Kronkar suspiró y un peso terrible pareció cargar sobre sus hombros.

- Tengo trabajo para tí.

De uno de sus morrales, extrajo un pliego de papel que tendió a la mano huesuda de la bruja. Sacat lo tomó y lo desplegó con disimulada inquietud. Leyó el contenido en silencio y a medio camino bajó el pliego y alzó la vista para mirar al elfo.

- No sabes lo que me pides, Kronkar.- dijo, sin creer lo que acababa de leer.

Si aquella corta nota, si aquel lugar y aquella fecha era lo que temía, realmente ahora entendía por qué no la había matado todavía.

Narraciones

martes, 8 de julio de 2008

16 de Marzo, 32 A.P

Siéntate, por favor, no te quedes de pie. Pediste que te contara mi historia, nuestra historia. Una historia que he guardado en mi corazón durante los últimos años. Ahora que has conseguido que por fin la libere, será mejor que te pongas cómodo, porque es una historia larga, una historia triste, una historia oscura...

Entiende que lo que te cuento, Dremneth, no proviene de mis propios recuerdos. En el tiempo comprendido entre su muerte y mi recuperación, mi mente fue un yermo azotado por vientos inclementes. Todo es oscuridad y dolor, todo es tormento... Con el tiempo he podido reconstruir algunos hechos, pero sigue siendo confuso...

Sé que permanecí en el Hospital, donde me encontraba cuando percibí su muerte, hasta que vinieron a buscarme para el funeral de Liessel. Me sentía como si de repente, me hubieran arrebatado el aire para respirar, como si mi mundo se hubiera trastornado por completo, faltaba una pieza imprescindible en mi vida y yo no conseguía situarme... No sé si la sensación te será familiar, porque tú no eres como yo. Nosotros, los sintientes, lo llamamos desasosiego. Desesperanza... No sabes a donde volverte, no sabes qué hacer para aplacar el dolor, no sabes de donde vienen los golpes y sabes, de una manera terriblemente absoluta, que nunca, jamás, te recuperarás. No hay consuelo posible... Es...

Solo dame un momento....

Joseph Argéntum era en aquella época magistrado del Alba de Plata, un poder en la sombra. Aunque nunca había tratado a Liessel desde un punto realmente personal, era una de esas personas que parecen ver el interior de las personas, a pesar de los escudos. No, no como tú o como yo, pero de algún modo llegó a apreciarla, a respetarla. Y cuando murió, fue un duro golpe para él. Y mientras yo estaba completamente anulada por el dolor, él tomo las riendas de todo, organizó las exequias, convocó a todos, amigos y aliados, a la última despedida.

Sabía que Liessel amaba el mar, porque todos oían el gemido del barco, el rumor del agua, y reconocían en ella el olor a cuero y sal que siempre la acompañaban. Concertó el funeral en la Bahía de Feralas.

No recuerdo como llegué allí, solo sé que de pronto estaba de pie en el embarcadero, sintiendo el aire frío del mar en el rostro, aunque estábamos en lo más cálido del verano. Fui vagamente consciente de la gente a mi alrededor, pero sé que reconocí a algunos que hacía años que no veía, gente que pensaba que había olvidado a Liessel o que le había dado la espalda, o que la propia Liessel había alejado de sí, como era costumbre.

Allí estaba Zorea, quien Liessel sospechaba que era otro fragmento de su alma... Zorea, que había sido poseída por demonios, por quien Liessel siempre había luchado... Allí estaba Tidnar, su maestro, quien perfeccionó su formación cuando regresó de las tierras de mi pueblo. Allí estaba Galador, el campesino convertido en caballero de la Luz, y Kurgar, el temible enano en compañía de Maguila, su incomparable compañero. Liessel adoraba a Maguila. Siempre se le dieron mejor los animales que las personas...

Había mucha gente, muchísima. Creo que de algún modo me sosegó darme cuenta de que, realmente, la propia Liessel se hubiera sentido sorprendida y conmovida al ver cuánta gente venía a darle su última despedida... Sí, se hubiera sorprendido... Y para disimular, se hubiera vuelto aún más huraña...

Todos esperaban en el embarcadero la llegada del barco donde se oficiaría la ceremonia.
Y entonces llegó Imoen...

El Fantasma de Desesperanza II

¿8 de Julio?

Siempre me tuve por un hombre entero, sensato y coherente. Me avergüenzan terriblemente mis últimas palabras en este diario, pero estaba sobrecogido por el horror. Ahora, aunque famélico y febril, me veo en la necesidad de explicarme, pues no quisiera que, cuando muera, sean las palabras de un demente las que me representen si este diario llegara a salvarse.

Me encuentro navegando a la deriva en uno de los botes del Dama de Oriente, el único que se pudo salvar del naufragio. Nadie queda de la tripulación ni del pasaje, y me encuentro solo, bajo un sol implacable, sin comida y con apenas un odre de agua que no sé cuanto podrá durar. No sé donde estoy ni consigo determinar las corrientes y los vientos que me manejan, cerca como estoy del Gran Remolino.

Vuelvo a divagar, empezaré por el principio.

A los ocho días de abandonar Costasur, con rumbo norte-noroeste para doblar Kalimdor por el norte, todos los instrumentos de navegación parecieron volverse locos. El viento roló y sopló con una fuerza inusitada para la mar tranquila que había bajo el barco. En cuanto el viento arreció, ordené soltar las escotas, pero ya era tarde y el foque se rasgó por dos puntos y quedó inutilizable. Las corrientes, que de pronto parecían girar como en un enorme torbellino, y el viento infernal acabaró por rasgar tambien la vela mayor y quebrar el mástil.

Contra todo pronóstico, la tripulación, viejos lobos de mar curtidos en mil travesías, pareció enloquecer. En lugar de afanarse a enderezar el rumbo, comenzaron a gritar y a correr, clamando a una tal "Dama Blanca" de la que jamás había oído hablar pero que, como descubrí en aquella terrible ocasión, gozaba de la devoción de los marinos. Perdimos a cuatro hombres aquella aciaga tarde, mientras el viento sacudía nuestra goleta como si fuera una hoja en las corrientes.

No sé cuando perdimos el timón, perdido ya todo resquicio de orientación en aquella extraña tormenta. Sonó un crujido, la goleta se estremeció y quedamos por completo a merced de la corriente. Tratamos de repararlo, pero fue imposible, y como tocados por el hado de la mala suerte, perdimos otros diez hombres aquel día.

Fue el bueno del doctor Oswald, que la Luz le ampare, quien nos desveló el misterio de aquella pesadilla: los vientos y las corrientes habían desviado nuestro rumbo, y mientras creíamos avanzar rumbo norte-noroeste, en realidad navegabamos al oeste y nuestro rumbo nos había acercado letalmente a las poderosas corrientes que genera el Gran Vacío por el que se derrama el mundo desde que, según explicó, fue destruido el Pozo de la Eternidad.

Ante aquella revelación, al menos ocho marinos encomendaron sus almas a la misteriosa Dama Blanca y se arrojaron por la borda, temerosos de ser engullidos por el Gran Vacío y deseándo hacer de fondo marino su última morada. Que la Luz les ampare.

Oscurece, apenas puedo escribir ya. La luz de las estrellas será un descanso y bálsamo tras el sol abrasador e implacable. Tal vez muerta hoy, si la Luz tiene piedad de mí, y no tenga que padecer el suplicio bajo el sol y las corrientes.

Sabed que siempre serví a la Corona, hasta mi último aliento. Decid a mi Loraine que la llevaré siempre en mi corazón.

Quedad con la Luz.


¿11 de Julio?

No sé cuanto tiempo ha pasado ni cuanto tiempo paso despierto entre inconsciencia e inconsciencia. Apenas queda agua y el sol continúa cayero implacable. La Luz no quiso llevarme y aquí estoy, dejándome llevar por las corrientes del mundo hasta donde tengan a bien llevarme.

Si puedo sobrellevar la espera escribiendo, escribiré.

Tras perder las velas, el mástil y el timón, y a tres cuartas partes de la tripulación, avistamos el Gran Vacío. Aquella visión espeluznante me acompaña desde entonces y no desaparece ni dormido ni despierto. El agua se derrama como si un gigante formidable hubiera abierto un inmenso agujero en el lecho marino, y tanto las corrientes como los vientos se arremolinan entorno a él, arrastrándolo todo hacia su interior. Incluso las nubes, deformadas por las fuerzas elementales, habían formado un embudo hacia el infinito, tiñéndolo todo con tintes de pesadilla.

El doctor Oswald y su hija, la dulce Livia, parecían ajenos al terror de aquella situación, inconscientes, creo yo, del peligro en el que nos encontrábamos. Ambos parecían embargados de la más intensa emoción del descubrimiento, y se afanaron a tomar notas en la cubierta cabeceante, ignorando la espuma que barría el castillo de popa cada minuto. Y fue en un precario cabeceo en que perdimos al buen Doctor, que se sumergió con el mascarón de proa para no volver a salir a la superficie.

Fue necesaria la intervención de tres hombres para evitar que la señorita Livia se arrojara al mar tras él, presa del dolor.

No tardó en realizar su deseo: cuando mandé bajar los botes de salvamento, tres de ellos fueron engullidos por el Gran Vacío, junto con el Dama de Oriente.

Yo apenas recuerdo nada más que las olas abalanzándose sobre mí y mi bote girando como una peonza en las corrientes, con aquella espiral de nubes sobre mí, como un inmenso ojo conminandome a desafiarle.

Cuanto tiempo pasó, no lo sé. Desperté aquí, bajo un sol de justicia, completamente solo y a la deriva. El Gran Vacío ha desaparecido y también sus corrientes. No hay viento que me empuje hacia costas desconocidas ni corrientes que me arrastren. Estoy solo, con la única compañía de este diario y de apenas dos tragos de agua que quedan en el odre.

Moriré mañana, lo sé.
Decid a Loraine que la quiero.


¿15 de Julio?

No queda... agua...
Señora, si existes, apiádate de mi.

Loraine, te quiero



¿¿??

La he visto. No importa si son delirios o si realmente existe, pero la he visto. Se apareció en la proa de mi bote, recortándose pálida contra el intenso azul del cielo. Ahora entiendo la devoción que sentían los marinos... Es hermosa, con una hermosura que está más allá de las palabras, como hecha de nubes, de agua y de sueños.

Me miraba y sus ojos me cegaron.
Me arrastré para besarle los pies y le rogué que me salvara, pero desapareció.

La Dama Blanca vino a verme morir, ya no queda más que esperar.

Loraine, no me olvides.

Narraciones

lunes, 7 de julio de 2008

Siéntate, por favor, no te quedes de pie. Pediste que te contara mi historia, nuestra historia. Una historia que he guardado en mi corazón durante los últimos años. Ahora que has conseguido que por fin la libere, será mejor que te pongas cómodo, porque es una historia larga, una historia triste, una historia oscura...

Entiende que lo que te cuento, Dremneth, no proviene de mis propios recuerdos. En el tiempo comprendido entre su muerte y mi recuperación, mi mente fue un yermo azotado por vientos inclementes. Todo es oscuridad y dolor, todo es tormento... Con el tiempo he podido reconstruir algunos hechos, pero sigue siendo confuso...

Realmente recuerdo aquel tiempo entre nieblas muy difusas. La muerte de Liessel fue absolutamente devastadora para mí, tanto que...

No, no es fácil para mí hablar de aquello. Ni de aquello ni de lo que ocurrió después.

Solo sé que las cicatrices que llevo ahora son recordatorios de entonces, y que el vacío que apareció en mi alma en el momento en que Liessel cerró los ojos por última vez, está aquí dentro, y seguirá aquí por siempre.

¿El colgante? No sé como conseguí pensar en él en aquel momento. Imagino que pese al tormento, aún había un pedazo de lucidez en mí.
Al nacer su hija, Liessel había mandado hacer un colgante, una gargantilla que era en realidad dos piezas distintas. Ambas piezas encajaban en un diseño de hojas de una delicadeza exquisita. Llevaba una inscripción, repartida en ambas partes.

Decía: "Si me necesitas, ya sabes donde estoy. Los árboles no caminan"

Colgó al cuello de Zoe una de las mitades, y ella misma llevaba la otra. Ambas resplandecían levemente, no sé si imbuidas de algún tipo de magia. Tras la desaparición y muerte de Zoe, aquel colgante había sido para Liessel como un madero para un náufrago, como la única prueba de que aquella niña había existido realmente. Era como si temiera enloquecer y olvidarla... O como si tuviera miedo de descubrir que todo había sido un delirio...

Estoy bien, no te preocupes...

Cuando trajeron el cuerpo al hospital de Shattrath para prepararla, el colgante no estaba. No sabía si se había perdido, si estaba en el Susurro sobre las Aguas, donde vivía, o si en un arranque de rabia lo había arrojado por la borda, tal era su costumbre.

Sí, recuerdo aquella costumbre con mucho cariño...

Liessel tenía, como todo miembro del Alba de Plata, un comunicador gnómico que permitía a toda la Orden mantenerse en contacto a distancia. Aquello implicaba que siempre se estaba localizado, a todas horas, y, al tener la obligación profesional, como oficial, de tenerlo siempre encendido, no tenía más remedio que escuchar todo tipo de conversaciones...

Siempre tuvo un carácter muy difícil, era complicado tratar con ella. Era cortante, fría, inquietante y odiosa para todo aquel que no la conociera realmente.

Y, haciendo gala de aquel carácter de mil demonios, cogió costumbre de arrojar por la borda el comunicador cuando no deseaba seguir escuchando. No era poco frecuente escuchar "chof" cuando las conversaciones tomaban rumbos... poco profesionales. La intendencia de la Orden le hacía llegar siempre comunicadores nuevos, cientos de ellos, que indefectiblemente acababan reposando en el fondo de la Bahía de Baradín.

Supe más tarde, casi dos años después, que un visitante cayó al agua desde la borda del navío. Cuando salió del agua, empapado, sus ojos no podían abrirse más a causa de la sorpresa.
Había encontrado bajo el barco un extraño arrecife...

No me mires así, Vagabundo. A veces yo también merezco sonreír...

- Sé que permanecí en el Hospital, donde me encontraba cuando percibí su muerte, hasta que vinieron a buscarme para el funeral de Liessel. Me sentía como si de repente, me hubieran arrebatado el aire para respirar, como si mi mundo se hubiera trastornado por completo, faltaba una pieza imprescindible en mi vida y yo no conseguía situarme... No sé si la sensación te será familiar, porque tú no eres como yo. Nosotros, los sintientes, lo llamamos desasosiego. Desesperanza... No sabes a donde volverte, no sabes qué hacer para aplacar el dolor, no sabes de donde vienen los golpes y sabes, de una manera terriblemente absoluta, que nunca, jamás, te recuperarás. No hay consuelo posible... Es...

Solo dame un momento....

Joseph Argéntum era en aquella época magistrado del Alba de Plata, un poder en la sombra. Aunque nunca había tratado a Liessel desde un punto realmente personal, era una de esas personas que parecen ver el interior de las personas, a pesar de los escudos. No, no como tú o como yo, pero de algún modo llegó a apreciarla, a respetarla. Y cuando murió, fue un duro golpe para él. Y mientras yo estaba completamente anulada por el dolor, él tomo las riendas de todo, organizó las exequias, convocó a todos, amigos y aliados, a la última despedida.

Sabía que Liessel amaba el mar, porque todos oían el gemido del barco, el rumor del agua, y reconocían en ella el olor a cuero y sal que siempre la acompañaban. Concertó el funeral en la Bahía de Feralas.

No recuerdo como llegué allí, solo sé que de pronto estaba de pie en el embarcadero, sintiendo el aire frío del mar en el rostro, aunque estábamos en lo más cálido del verano. Fui vagamente consciente de la gente a mi alrededor, pero sé que reconocí a algunos que hacía años que no veía, gente que pensaba que había olvidado a Liessel o que le había dado la espalda, o que la propia Liessel había alejado de sí, como era costumbre.

Allí estaba Zorea, quien Liessel sospechaba que era otro fragmento de su alma... Zorea, que había sido poseída por demonios, por quien Liessel siempre había luchado... Allí estaba Tidnar, su maestro, quien perfeccionó su formación cuando regresó de las tierras de mi pueblo. Allí estaba Galador, el campesino convertido en caballero de la Luz, y Kurgar, el temible enano en compañía de Maguila, su incomparable compañero. Liessel adoraba a Maguila. Siempre se le dieron mejor los animales que las personas...
Había mucha gente, muchísima. Creo que de algún modo me sosegó darme cuenta de que, realmente, la propia Liessel se hubiera sentido sorprendida y conmovida al ver cuánta gente venía a darle su última despedida... Sí, se hubiera sorprendido... Y para disimular, se hubiera vuelto aún más huraña...

Todos esperaban en el embarcadero la llegada del barco donde se oficiaría la ceremonia.
Y entonces llegó Imoen...

¿Por qué me marché?

Mentiría si te dijera que lo sé. Solo sé que para mí el mundo no tenía sentido, pero no en el modo en que no tiene sentido para los amantes que se separan. Eso sí puedes entenderlo, tú que eres eterno. Me habían arrebatado parte de mi propio ser, me habían arrancado la mitad de mi alma. Ya no era una persona, era menos que una persona, menos que un alma... El mundo ya no tenía nada para mí, yo, que existía porque ella existía, no tenía razón de ser. Recordaba las palabras de su diario, aquellas que me habían sacado de mi estupor, que me habían hecho reaccionar y recoger el diario que había caído de las manos de Imoen durante la lectura...

[...]Pero si cierras los ojos cuando estés junto al mar, puede que me escuches en el canto de las olas, en el susurro del viento. Piensa, hermana de mi alma, que el salitre en tus labios es en realidad, mi beso en la distancia. [...]

No, no era solo eso. Sé lo que estás pensando...

El nombre no te es desconocido, tú también lo has visto, acechando en los márgenes de mi mente como una fiera ansiosa.
Tormento

Tú eres antiguo, Dremneth, tú eres sabio. Tú puedes entender los dones de mi pueblo. Tú comprendes el que era mi don, por el que fui ordenada Bálsamo. Algo en mi presencia alivia los dolores del cuerpo y del alma, sosiega a los desesperados, apacigua a los exaltados... Bálsamo para mí era mucho más que un rango o un título. Bálsamo es lo que era, lo que me definía en este mundo. Es lo que soy ahora de nuevo, pero no sin esfuerzo... Mi educación estuvo basada en una férrea disciplina. Ningún ser vivo nace para ser ajeno a las emociones y las pasiones, y el instinto aleja a toda criatura del sacrificio por sistema. Mi educación me preparó para eso mismo: para caminar muy por encima de las emociones y las pasiones, para ser imperturbable, para servir de apoyo, de faro, de paz... Construí en mi interior un poderoso bastión de entereza que me permitía usar mi poder, absorber el mal ajeno, aliviar de la carga a los desgraciados.

Cuando Liessel murió, cuando mi Falka se marchó del mundo, algo se rompió en mí, dando paso a un dolor infame acrecentado por los dolores arrebatados a miles de almas desgraciadas...
Cambié. Mi aura mutó. En lugar de sosegar, se oscureció, como si extendiera mi dolor a todo aquel que se encontrara cerca de mí. Era aberrante y doloroso. Porque pese a todo, de algún modo yo seguía allí, yo era consciente del mal que hacía...

No podía permitir que nadie se acercara a mí.
De modo que como Bálsamo hice mi último gesto, arrebatando las voces de la mente de Imoen. Luego ya no pude contenerla más.

Tormento lo llenó todo y yo desaparecí.

La caída

domingo, 6 de julio de 2008

Vacío.

Silencio.

Nada.

Como el dolor sordo del miembro ausente.

Contempló el rostro como dormido, el gesto apacible, la piel clara salpiada de pecas contra las pestañas doradas. Había acariciado mil veces aquel rostro, besado aquellos párpados durante una eternidad, pero la piel era fría ahora, como un insidioso recordatorio de que aquellos ojos no se volverían a abrir.

¿Dónde estás?

Se maldijo diez veces en la vieja lengua, en la intimidad de su mente. La amargura era como una bestia ansiosa, rasgando los precarios muros de una entereza que hasta entonces había sido su bastión más poderoso. ¿De qué le servía? Maldita fuera tres veces ¿De qué le había servido? ¿Por qué Elune le había dado su Don si no iba a poder salvar a la otra mitad de su alma?

Vacío.

Silencio.

Nada.

Como una tortura cruel e infinita los recuerdos volvieron a ella, colmándola de amargura.

No se esforzó por evitarlos, no luchó contra ellos. Les dio filo y veneno. Dejó que laceraran su alma como cuchillos bien templados, el dolor no importaba ¿qué importaba ya luchar? Los brazos inertes, la mirada perdida. El cabello siempre pulcramente trenzado a su espalda, desmañado ahora, en largos mechones sobre sus hombros.

"Se ha ido" se dijo. Y repitió "Se ha ido, se ha ido, se ha ido, se ha ido..."

Para siempre. No volvería a ver la sonrisa tímida en aquellos ojos que tantas veces habían sido el reflejo de su propio ser, ni podría acariciar las cicatrices de aquel espíritu atormentado para aliviar su carga y su soledad. La garganta le ardía de ganas de gritar y de llorar, como había gritado y llorado cuando sintió que de pronto aquello que siempre había estado ahí, había desaparecido para no volver. Todavía eran patentes las marcas de su rostro y en su cuello, allí donde las uñas habían quebrado la piel en su pueril intento te mitigar el dolor de su corazón trasladándolo a su cuerpo, mera herramienta. Más no había servido de nada, más que para convencer a los que la rodeaban de que debían contenerla antes de que se dañara más a sí misma. Pero ellos no entendían, no podían entender que ya nada podía herirla más de lo que ya estaba. El dolor era tan intenso que apenas sí podía respirar, mil veces más insoportable que todo el dolor que había aliviado en su labor como Bálsamo...

Vacío.

Silencio.

Nada.

En el Hospital, alguien lloraba con desgarrador desconsuelo.

La sensación de ahogo no se había mitigado con los días, seguía sintiendo como si un puño terrible le atenazara el pecho, privándole del aire para respirar. Perdida en su propia mente, sumida en el desasosiego, permanecía sentada junto a la ventana, ajena sin embargo a lo que sucedía ante sus ojos mientras, a su alrededor, el mundo continuaba su rutina cautelosamente.

XII

La puerta estaba apenas a unos pasos, podía verla a través de las decenas de defensores en la lucha encarnizada, cuando el dolor le traspasó el vientre como una lanza ardiente, pulsante con la fuerza de mil soles.

El tiempo se detuvo de pronto, transcurriendo tan lentamente como si algun ente supremo lo sujetara fuertemente con las manos.

"Ya está" se dijo, y lo acogió casi con alivio.

Mientras el mundo se volcaba en aquella caída infinita, vio los rostros a su alrededor como en un caleidoscopio, deformados por la ira, velados por el fuego. El sonido desapareció, amortiguado como si estuviera sumergida, y el espacio a su alrededor se deformó hasta invertirlo todo. Vio los ojos llameantes de los sin´dorei resplandecer con fuerza, embargados por el trance de la batalla; vio el rostro deformado por la tensión de los sacerdotes ante la masacre, entregando su propia vida por aquellos que luchaban junto a ellos... Le pareció ver a Tristan, luchando encarnizadamente, abriéndose paso hacia las celdas, pero la ola de guerra lo engulló y lo perdió. Buscó con la mirada algun rostro conocido, pero a nadie reconocía. El dolor era tan intenso que apenas podía respirar. Le sobrevino un extraño vértigo cuando sintió como sus fuerzas huían por el tajo abierto en el vientre.

"Ya llega"
pensó, y cerró los ojos, tratando de ver el mar, pero las olas se negaron a regresar a su mente.

Un gemido brotó de sus labios, regado de sangre encarnada, cálida y de sabor metálico. El sonido regresó antes de que abriera los ojos para comprobar, con terror, que pese a todo seguía allí. Los pasos retumbaban en el suelo sobre el que había caído, y el fuego, la sangre y el dolor lo llenaban todo. Sentía el dolor de los pies que la magullaban sin verla, pero no importaba, solo importaba el mar.




¿Por qué no regresaba? ¿Por qué el mar la rehuía?

El dolor se extendió desde la herida en el vientre por su cuerpo, a través de los brazos, recorriendo las piernas, estremeciéndola por completo. Era afilado, pulsante, oscuro y abrasador, una debilidad tan absoluta que las lágrimas de impotencia se le agolparon en los ojos mientras la sangre burbujeaba en sus labios.

"No debería ser así
" sollozó con desesperación en su interior, sintiéndo que la fuerza huía demasiado despacio, haciendo el dolor interminable, una tortura como jamás había imaginado. No era lo que había visto en sueños, no era aquel el final rápido y determinante que había visto... No, aquel dolor no lo había creído posible...

Cerró los ojos de nuevo, esperando, deseando con fervor que todo acabara, que el dolor desapareciera, pero cada vez que respiraba el dolor la traspasaba y la sangre se le agolpaba en la garganta, ahogándola.
¿Por qué no acababa? ¿Por qué le había sido dado ver su muerte si era una falacia?
Un nuevo terror se sumó a su pesadilla: aquel era el apotecarium, la cuna de las pestes, podía ver los viales ponzoñosos vertidos en el suelo... Trató de moverse, necesitaba salir desesperadamente de allí, pero sus dedos arañaron la dura piedra fría sin fuerza.

"No quiero morir aquí" gimió, pero de sus labios solo brotó un gorgote inaudible. Los sollozos eran débiles, pero las sacudidas, por leves que fueran, convertían cada suspiro en una tortura atroz. Apretó los ojos con toda la fuerza que le quedaba y rogó por que todo terminara. Trató de concentrarse en el latido débil de su corazón, como si con desearlo pudiera detenerlo, pero también su mente flaqueaba, se tambaleaba como si estuviera hecha de una manera intangible como el sueño. El dolor persistió y también el miedo.

El latido abrasador de la herida impregnó cada partícula de su ser como si fuera aceite, incapaz de desprenderse de él. Era fío y caliente al mismo tiempo, afilado, pulsante y contudente, como si todas las texturas y formas del dolor se hubieran concentrado en su viente para sumirla en la más completa desesperación. El dolor se convirtió en un pozo de paredes resbaladizas, frío y oscuro como una mazmorra, y se dejó caer.

Y cayó...

El dolor la arrancó de la caída y gimió de nuevo, sollozante. Sus ojos se negaban a abrirse, pero consiguió desentrelazar las pestañas para atisbar lo que había al otro lado.

Unos ojos la miraban, unos ojos que conocía, llegándo hasta ella a través del caos. Poco a poco reconocio el rostro, que gritaba palabras que no podía oír. Hizo acopio de fuerzas y habló.

"Sácame de aquí", quiso gritar, pero la voz era apenas un susurro y la sangre le llenaba la boca.

Rictus la tomó en brazos como si fuera una niña y lo último que pudo recordar fue la seguridad de sus brazos, la respiración agitada en el pecho magullado y el cabello de plata haciéndole cosquillas en el rostro.

La oscuridad llegó como un bálsamo largo tiempo ansiado, envolviéndola en su calidez aterciopelada, llevándose el dolor, la tristeza y el miedo. Flotó en la oscuridad durante la eternidad, más allá de los sueños y la realidad, en un lugar donde los fantasmas y los demonios ya no podían alcanzarla. El olor de la hierba la llenó por completo y por un momento creyó estar tendida en un lecho de hojas húmedas.

- Liessel...

Escuchó voces y de algún modo llegó a preguntarse si realmente la estaban esperando al otro lado.
La voz era cercana, teñida de preocupación. Quiso extender las manos para acariciar el rostro, pero ya no tenía manos, ni ojos, ni mente, ni cuerpo. Era solo oscuridad, era solo paz.

- Liss...

Primero volvió el dolor, y cuando sollozó, regresó la sangre a sus labios. La sensibilidad regresó como una bestia infame. El dolor la sumió de nuevo en un delirio incesante. Hacía frío, podía sentir las manos aletargadas, incapacez de moverse... Y las piernas... ¿Por qué no sentía las piernas?

- Liessel...

La voz sonó cercana esta vez, tan cerca que casi podía sentir el cosquilleo de las palabras en la piel. El dolor se retiró como una ola, siempre presente pero convertido en un sordo rumor acechante. Ahora sabía que era solo cuestión de tiempo, que el final llegaría, y aquel conocimiento se llevó el miedo y la oscuridad.

Cuando abrió los ojos, estaba tendida en la hierba y las aguas frescas de un lago le besaban los pies. Rictus estaba arrodillado a su lado, con el gesto fruncido en profunda preocupación, los ojos resplandecientes mirándola fijamente como si con mirarla bastara para retenerla.

- ... no puedes irte así...

Sí, era aquella voz la que la había traído de vuelta desde la oscuridad. Consiguió mover una mano, casi tan ajena como los pájaros que volaban, para arrastrarla hasta la mano del kal´dorei, empapada en sudor y sangre.

- Ric..

El elfo pareció regresar, repentinamente ausente, y la miró fijamente, alarmado, como sorprendido de que todavía siguiera allí. Apretó la mano casi inerte y Liessel sonrió débilmente desde el pozo de oscuridad que tiraba de ella.
No entendía por qué seguía allí, no podía decirle que lo había visto en sueños y que los sueños le habían mentido. No quería mentirle, no a él.

Respiró con dificultad y tragó dolorsamente saliva bañada en sangre.

- Lo que tenga que ser..- susurró, tan débilmente como el murmullo de las aguas tranquilas de un estanque- ... sea...

La mirada de Rictus se centró en ella fijamente, casi dolorosamente ser consciente de su intensidad. Había preocupación en sus ojos, genuina preocupación, y sintió que nunca nadie se había preocupado tanto por ella. Era indigna de tanta atención, siempre lo había sabido, y ahora aquellos ojos la miraban a ella, solo a ella, y le rogaban que se quedara.

Sintió la magia cuando ya era tarde. Como si hubieran abierto una exclusa, las pocas fuerzas que le quedaban se precipitaron al vacío. Vio, como en sueños, como Rictus se levantaba bruscamente de su lado. Quería decirle que se quedara, que todo estaba bien, pero vio como desenfundaba las armas y se preparaba para luchar. No quería mentirle, no a él...

- Rictus...- burbujeó su voz, casi inaudible, llegando de algún lugar lejano. El elfo apartó la mirada de la bruja y la miró de nuevo- Déjala...

Incomprensión en sus ojos ¿Acusación? Quería decirle que no estaba claudicando, que solo quería descansar. De pronto, como un regalo, como el perdón divino que había buscado durante tanto tiempo, su mente se llenó del eco de las gaviotas y sintió gratitud, una gratitud absoluta e infinita.

"El mar..." consiguió pensar antes de que las olas se la llevaran "... es tan hermoso..."

El dolor desapareció, y el mar se lo llevó todo.

XIV

jueves, 26 de junio de 2008

And when you need a friend
well you could count on anyone
but sure know i´ll defend
the tragedy that we knew as the end...
Brandy Carlyle, Tragedy


Menethil, cinco días después de Litha:

Lo he visto.

El final está tan cerca que casi puedo tocarlo y sujetarlo con las manos.

De algún modo lo sabía, podía percibirlo en el aire, en el agua, en los sueños... Todo apuntaba al final y no supe interpretar los augurios. Pero ahora lo sé, lo he visto, y no tengo miedo. Aceptaré cuando llegue, sin rabia, sin tristeza, sin dolor. Lucharé, sí, pero porque nunca he cedido sin presentar batalla, ni siquiera a la felicidad, ni siquiera al amor, por breves que fueran. Ahora sé que moriré luchando como luchando viví.

Pero ahora, cuando el final está tan cerca, se que ya no tiene sentido resistirme a los sueños, a ver sus rostros. Se que los veré, y tal vez me esperen o tal vez me den la espalda, porque yo, yo y nadie más, soy la causa primera de sus muertes. Tal vez, incluso, me cacen como yo los cacé y no pueda descansar en toda la eternidad. Pero debo ir, debo inclinar la cabeza y pedir perdón por arrastrarles a la perdición, para que decidan perdonarme o castigarme. Ambas aceptaré porque creo que ambas merezco. Mis fantasmas me esperan y deberé rendir cuentas ante ellos.

Todos me esperan allí, lo he visto en sueños, incluso aquellos que primero murieron, aquellos que no llegaron a ser siquiera. Ellos son los que mas deben odiarme pero es de ellos de quien espero la mayor comprensión. La pequeña Elisa, que tuvo su nombre cuando se grabó en la lápida... ¿Tú me perdonarás? ¿Tú que moriste a manos de tu madre podrás perdonar? Siempre te quise, aun cuando con estas manos te maté. No hubo placer en esa muerte, solo miedo, miedo por tí, miedo por lo que podía ser de tí. No hay día que no piense en tí y no me maldiga por lo que te hice. Te maté, hija mía, te maté para salvarte y pagué caro mi crimen.

¿Y tú, el mayor de mis demonios? ¿Me perseguirás cuando muera para cobrarte venganza? No te temo, como no te temí entonces. Ya no soy la niña que temblaba cuando cruzabas el umbral. Ahora soy yo el filo oscuro, el terror acechante. Y si hemos de perseguirnos eternamente, no temeré.

¿Y vosotros, que por auxiliarme caisteis? Venerable Finarä, que desafiaste a los Dioses para devolverme lo que me había sido arrebatado. Tú que purgaste el veneno de mi cuerpo y me devolviste la esperanza. Tu precio no fue justo, Hija del Roble, porque diste tu vida por esta mujer maldita sin pedir apenas nada a cambio... ¿Y tú, Brontos, gigante de inmenso corazón, de lealtad sin fin, de fuerza inconmesurable? Tú que me diste apoyo y calor, que me proporcionaste un millar de noches apacibles al calor de la lumbre, aquel rincón tranquilo en el que hubiera podido pasar el resto de mis días... Tú que por salvar mi legado caíste... ¿Tú me perdonarás?

Y Zoe, mi pequeña Zoe, la razón de mi existencia, la causa primera de mi mayor felicidad y de mi dolor más atroz... Por tí dormí el Sueño del Roble, el sueño maldito -ahora lo sé- y por tí tu padre renunció a su pasado, a la carne de su carne, para que dejaras de ser un sueño y te convirtieras en realidad... Tú que en tus venas llevas sangre, magia y salvia... Tú que fuiste odiada y amada mucho antes de existir siquiera... Tú que naciste para traer la muerte a los que te amaban... ¿Me perdonarás tú por traerte al mundo?

¿Qué ojos son estos que me traspasan el alma? Dos esmeraldas centelleantes, repletas de fuego y de furia... Tu nombre acude a mis labios como un suspiro, como si tu recuerdo solo bastara para quitarme el aliento... Dishmal, oh, Dishmal... De entre todos, mi fantasma más querido... ¿Conservas para mí tu sonrisa maliciosa, el deseo de tu mirada y el calor de tu abrazo? Tú que me diste todo y nada pediste, tú que me devolviste tanto y no me quitaste nada... Mi compañero... Ojalá al otro lado nuestros caminos sigan discurriendo juntos, para poder inclinarme sobre tí, fundirme en tu abrazo y decirte lo que ya sabías pero nunca pronuncié. ¿Por qué te marchaste? ¿Por qué tú, entre todos, tuviste que dejarme sola? Tú que eras el único que se atrevía a acercarse a mí sin temor a herirte con mis espinas... ¿Me perdonarás por todo el daño que te hice?

Todos vosotros me esperáis, lo sé, lo he visto en sueños. Me ofreceré a vosotros sin reservas para que toméis de mí todo lo que os arrebaté o me disteis, para que cobréis mis deudas con vosotros por el resto de la eternidad. Vosotros, que erais mi pasado, sois de pronto mi futuro...

¿Y qué hay de mi presente, abocado irremisiblemente a convertirse en pasado? ¿Qué hay de los que quedarán atrás, aquí, para enfrentarse al mundo? Atended mi petición: acoged mi marcha con alivio, porque allá donde voy ya no puedo haceros daño, porque allí, al otro lado ya no seré una carga para ninguno de vosotros...

Trisaga, mi dulce Trisaga, la hermana de mi alma, mi Kess´an. Tú que eres parte de mí, que me devolviste la fe, la cordura y la humanidad...Tú que siempre has sido como una sombra silenciosa, siempre pendiente de cuidar al necesitado, sin reclamar nunca que alguien cuidara de tí... Trisaga, mi fuerte Trisaga Làgrima de Plata... Sé fuerte una vez más, haz que tu luz brille más allá del mundo y lleva el sosiego y la paz a quien lo merece en estos tiempos tan aciagos. Cuidad de ella, vosotros, los que permanecéis, velad su llama como el buen guardián del faro, para que sirva de guía a los perdidos y de hogar a los descastados. Te llevaré siempre en mi corazón, dulce Trisaga, como no podía ser de otro modo. Perdoname si me marcho, mi Kess´an si contra la leyenda no vuelvo a por tí. Tú, tú sobre todas las personas, sabes cuanto ansío descansar al fin... Pero si cierras los ojos cuando estés junto al mar, puede que me escuches en el canto de las olas, en el susurro del viento. Piensa, hermana de mi alma, que el salitre en tus labios es en realidad, mi beso en la distancia. No me olvides, te lo ruego.

Zorea, fragmento perdido, espina en mi alma... Por tí me enfrenté a demonios y con orgullo llevo las marcas de tus manos en la garganta. Espero que en el Otro Lado no desaparezcan mis cicatrices, para recordarme el sagrado lazo que nos unía. Te di la espalda, mi Zoe, te di la espalda cuando más lo necesitabas, pero no porque no te quisiera. Te di la espalda porque era cobarde, porque tu dolor despertaba mis propios demonios. Fui cobarde y te abandoné cuando más necesitabas mi apoyo... Magro favor te hizo quien más te amaba... Porque nunca dejé de amarte, Zorea, siempre fuiste para mí otro fragmento perdido de mi alma ¿Como no quererte si somos un mismo ser? ¿Puede acaso un dedo odiar a sus hermanos? ¿El corazón no amar a la piel? Eras tan vital para mí como el aire que respiro. Perdoname por fallarte, Zorea, y no me guardes rencor. Te quiero.

Y por último queda aquel al que más debo, al que más daño hice, al que más odié.

Dos veces me salvaste la vida, Tristán. Dos veces arriesgaste por mí todo lo que tanto trabajo te costó construir. Tú me pusiste a salvo cuando no era más que una chiquilla asustada de su pasado, perseguida por sus fantasmas... Tú me trajiste por primera vez a este barco desde el que escribo, que convertí en mi hogar por una única razón que jamás admitiría en público: al traerme aquí, la protección que me diste aquel día quedó grabada a fuego en las paredes de madera, en los cristales de las ventanas, en el aire mismo de esta habitación... Me siento segura aquí, Tristán, porque me imagino que tu protección me alcanza incluso ahora, aunque ya no tengas en realidad ninguna razón para desear protegerme, mi señor. No tengo derecho, lo sé, porque el bien que me hiciste te lo devolví con dolor, con traición, con un odio que no merecías. Te odie porque tú entre todos podías ver a través de mis corazas y descubrir mi debilidad y sentí miedo. Te lo ruego, perdóname. Perdóname aunque no lo merezca... Fui para tí siempre un fantasma quejumbroso cargado sobre tus hombros en lugar de ser un apoyo, fallé a tu confianza cuando debia ser fuerte y me convertí en una carga que arrastrar. No me odies, te lo ruego. Olvida la criatura oscura, triste y amargada en que me he convertido y conserva de mí la imagen de la chiquilla alegre que cantaba y sonreía cuando era ocasión de fiesta, que con gusto se hubiera entregado por cualquiera de sus hermanos y sobre todo por tí, que tanto bien me hiciste.

Te veré al otro lado, mi señor, donde ya nunca más seré una carga y donde por fín podré llamarte como siempre debí hacerlo: Padre.

En esta hora delirante miro por la ventana y veo el mar abrirse ante mí, con la luna, la inmensa luna, rielando hasta la orilla. ¿Habrá un mar como este al Otro Lado? ¿Podré volver a ver la luna? ¿Podré sentir el viento salado en el rostro y despertar con los chillidos de las gaviotas? Cuando caiga, quiero tener esta imagen en mi mente, quiero llenar mis ojos con la luz de la luna y sentir como me mecen las olas. Es esta estampa de paz la que quiero recordar cuando el acero me traiga el descanso, quiero vivir por siempre flotando en el aire salado, con las olas besándome los pies mientras mi cabello se convierte en hojas de otoño y mi voz en el susurro del viento.
Un fantasma quiero ser, y encantar por siempre esta nave, para poder asomarme cada noche por la borda y dejar que la luz de la luna pase a través de mí...

Deliro ya, divago como una anciana, pero anciana me siento, como si sobre mis hombros cargara el peso de mil vidas. Extraño efecto tiene en mí estar sobria por primera vez en tanto tiempo... Pero no quiero dormir. No quiero dejar de mirar el mar... Temo que cuando llegue el momento, sea incapaz de recordarlo. Por eso no cerraré los ojos: pretendo mirarlo hasta que llegue el momento de cabalgar hacia mi destino, y cuando lo haga lo haré recordando, sin miedo, solo avanzando en paz, sabiendo que al otro lado, me espera el descanso tanto tiempo ansiado.



***


- Las tropas de la Alianza se coordinaron para realizar un ataque conjunto a Entrañas y rescatar al Arzobispo.

Trisaga dejó que la arena se escurrieran entre sus dedos, incapaz de retenerla. Lentamente, Dremneth puso sus manos, considerablemente más grandes, formando un cuenco bajo las de ella, y retuvo la arena.

- Yo nada sé de estrategias y batallas, pero recuerdo que se crearon dos grupos separados: uno bien nutrido, de caballeros a caballo, el grueso del ejército. Y otro pequeño, muy pequeño y discreto, silencioso, con los más sigilosos de las mesnadas. El grupo principal penetraría en Entrañas por la puerta de Lordaeron, mientras que los otros entrarían un poco más tarde por la puerta de las cloacas...

Y dentro, la Horda esperaba...

XIII

lunes, 23 de junio de 2008

Menethil - Dos días después de Litha

Se acerca el final.

No sabría explicar por qué, pero todo parece estar impregnado de ese aura indefinible de fatalidad. Yo he hecho ya todo lo que estaba en mi mano, nada queda. Solo espero que por una vez mi voluntad de ayudar no sea la perdición de quienes confiaron en mí.

Anoche por fin lo hicimos. Eramos pocos, pero lo preferí. Lobo, Mirlo y Sierpe acudieron, tampoco necesitaba más.

Nos reunimos en la torre derruida que hay al oeste de la vieja Lordaeron: allí, agazapados en las sombras, bien hubieramos podido ser espectros o gárgolas. Nos dividimos en dos equipos: Lobo y Sierpe por un lado, y Mirlo y yo por el otro. Como habíamos acordado, cortamos todos los lazos que nos unían con la hermanad para evitar comprometer la diplomacia. Activamos los comunicadores gnómicos y penetramos en Entrañas.

Nuestra misión estaba clara: observación. Efectivos, inventario, acceso... Una recopilación de datos para que el rescate del Arzobispo no sea un auténtico fracaso. Todo se sucedió con normalidad, con esa dosis de tensión que nos mantiene alerta. Por varias veces temimos haber sido descubiertos, pero nadie dio la voz de alarma. Una vez llevada a cabo la primera parte de la misión, dio paso la segunda y tal vez más crucial.

Sierpe y Lobo tenían la misión de localizar los laboratorios y tomar cuantas muestras fuera posible para someterlas a un estudio y ver si existe la posibilidad de desarrollar algún antídoto. Tuvieron un enfrentamiento con uno de los boticarios y consiguieron deshacerse de él si que se diera la voz de alarma en la ciudad.

Mirlo y Irbis debíamos localizar a los prisioneros e investigar qué se hace con ellos en ese lugar. Los tienen, están allí hacinados como animales, y prueban en ellos su repulsivos experimentos. Tuve que contenerme para no matarles allí mismo y liberarles de su sufrimiento. Semejante acto nos hubiera delatado al instante.

Había una celda excavada en la pared, con una puerta negra y sólida, de metal, en la que no había ninguna abertura salvo la finísima ranura a ras del suelo. Cual fue nuestra sorpresa cuando vimos asomar bajo la puerta un pequeño trozo de papel. Mirlo se hizo con él.

Nos reunimos en la salida del apotecarium y nos dirigimos a la sala en la que imparte justicia Sylvannas.

Estaba cantando.

La melancolía de su canción, la nostalgia y el dolor que bañaban sus ojos, no lo olvidaré jamás. Tampoco ella olvida, lo sé.

¿Por qué no se dan cuenta?

***

- Supongo que ella misma era, de algún modo, consciente de que había tocado fondo, que podía seguir viviendo de esa manera. Para cualquier otra persona, rehacerse, rehabilitarse hubiera sido una opción, pero para ella era solo una perdida de tiempo, supongo. Estaba tan cansada de vivir, tan cansada de que se le arrebatara siempre la paz y la felicidad a cada momento, que la muerte parecía la mejor de las opciones.

El diario hablaba de sueños, sueños extraños. ¿Proféticos? En aquel momento no lo creí, pero los sucesos que tuvieron lugar después, el descubrimiento de Averil y el misterio de su existencia, me hacen pensar que realmente vio el final, con sus propios ojos...

El Fantasma de Desesperanza I

viernes, 20 de junio de 2008

Extractos del diario de a bordo de Jack Auburn, capitán de la goleta "Dama de Oriente", de la Real Armada de su Majestad.


20 de Junio

Viento de Jaloque.
Velocidad: 17 nudos con los cangrejos antagallados en segunda faja.
Pasajeros: Dr. Primus Oswald e hija, la señorita Livia Oswald.
Destino: Puerto de Theramore
Se mantiene la tripulación habitual salvo el Guardamarina Lockbot, que fue enviado de vuelta a Villa del Lago debido a las heridas contraídas en el último encuentro con los piratas Velasangre. En su lugar, entra en servicio el Guardamarina Modey, de la Fragata "Estrella del Sur".

Salimos del puerto de Menethil con buen tiempo y mar rizada nada más salir el sol. La tripulación goza de moral alta ante la perspectiva del buen tiempo y de una travesía tranquila. La ruta establece la navegación de cabotaje a lo largo de la costa occidental del continente antes de cruzar el Mare Magnum en dirección a la Costa Oscura para recorrer las costas de Kalimdor. El fin del viaje nos espera en el puerto de Theramore.

Viajamos bajo bandera civil en misión oficial. El Dr.Oswald tiene como objetivo analizar el comportamiento Naga en las costas abiertas por la destrucción del Pozo de la Eternidad y los efectos geológicos de esta para un informe requerido por el Consejo Científico de ventormenta. Su hija, la señorita Livia Oswald, le acompaña en calidad de asistente.

Nuestra primera escala será en el puerto comercial de Costasur, donde recogeremos órdenes para el viaje de vuelta.



23 de Junio

Viento de Mistral
Velocidad: 13 nudos

Cuarto día de travesía tras una parada de día y medio en el puerto comercial de Costa Sur. El Dr. Oswald ha tomado apuntes del comportamiento naga en la zona, mientras que su hija, la Señorita Livia, ha hecho algunos bocetos de las criaturas con una destreza nada desdeñable.

La tripulación se muestra supersticiosa ante la calidad de la misión, puesto que el mar abierto por el Pozo de la Eternidad les inquieta. Rehuyen al Doctor, e incluso a su hija, lo cual es sorprendente dado que en las demás ocasiones en que hemos llevado mujeres a bordo, he tenido que reprenderles por mirarlas con demasiada insistencia. En cualquier caso, tanto el doctor como su hija parecen ajenos este comportamiento y si no están centrados en su trabajo, están en su camarote. Las dos últimas noches, ambos han aceptado cenar conmigo y los oficiales, y han demostrado ser gente afable, sensata y nada dada a las fantasías. No hacen siquiera amago de interferir en el trabajo de la goleta y es algo de agradecer.

Si el viento persiste, espero que mañana estemos cerca de la mitad de camino hacia Kalimdor, antes de virar hacia el noroeste para rodear el continente por el norte.


6 de Julio

¡Que la Luz me ampare! ¡Cuan terrible destino! ¡Pobres almas arrojadas el abismo de las aguas! ¡Qué visión tan espeluznante! ¡Ah, Luz Bendita! ¡No me hagas vivir así! ¿Por qué me salvaste a mí y les mataste a ellos!
¡Ah, piedad! ¡Que el sol implacable acabe con mi vida, a la deriva como estoy , para descansar junto a mis compañeros!

Una teoría de la Sombra

lunes, 12 de mayo de 2008

En mis recientes estudios ha llegado a mis manos un viejo tomo de cierto estudio teórico de las Sombras, del que se daban por desaparecidos todos los ejemplares. El autor, Martin Pale, excéntrico teólogo de la Vieja Lordaeron, dedicó toda su vida a elaborar esta obra, en la que pone a un mismo nivel al poder Sagrado y al poder Sombrío, en una época en que la Iglesia de la Luz tenía total supremacía tanto en los cultos ilustrados como sobre la plebe.

Tras su publicación, el libro fue declarado herético por la Iglesia de Lordaeron y sus ejemplares destruidos. Martin Pale fue procesado, declarado culpable de herejía y ejecutado.

Es, como bien podéis imaginar, algo totalmente excepcional que se haya conservado un ejemplar de este estudio hasta nuestros días. Creo firmemente que la época que vivimos puede arrojar una nueva luz sobre este razonamiento y que una teología más relajada podría sacar algunos datos de interés de los estudios de Pale, pese a que parte de sus razonamientos se hayan demostrado obsoletos.

Transcribir aquí todo el estudio es una tarea tediosa y que además no nos interesa, sin embargo creo que sería interesante que todos aquellos que gocen del estudio de los poderes arcanos, el verter opiniones sobre un capítulo concreto de esta obra. Sería necesario, para entender este capítulo en concreto, el haber leído los anteriores, particularmente el primero, donde Pale asienta los cimientos de su teogonía. Sin embargo creo que puedo resumir en ideas generales su planteamiento, de modo que sea comprensible para todos.


Una Teoría de la Sombra
por Martin Pale

El principal argumento de Pale en su Teoría de la Sombra (en adelante, teoría de Pale) razona que todo ser vivo, animado o no, está imbuido de una cierta cantidad de energía de clase arcana. Sin embargo esta energía es, digamos, un producto que se encuentra en bruto y que es inherente a todas las criaturas vivas, aunque no sean conscientes de ello, del mismo modo en que respiran sin pensarlo o no son plenamente consciente del corazón que bombea dentro del pecho. La única excepción que Pale admite a esta regla es la de aquellas criaturas que tienen una inclinación
natural hacia la magia. Estas personas son conscientes de su propia energía, extrayéndola bajo la forma de maná. Con ella, aprenden a destilar una parte de la energía, que por sus caracerísticas, Pale decidió llamar Energía Sagrada y Energía Sombría, manteniéndose ambas en perpetuo equilibro en su estado natural.

(Nota: La palabra maná proviene de la sustancia líquida de sabor a miel que secretan ciertos vegetales espontáneamente o por incisión de sus hojas o de sus ramas)

Estos son los cimientos de la teoría de Pale que, aunque obsoletos, nos son necesarios para entender lo que deseo mostraros.

Ahora, veamos el capítulo que nos interesa.

Capítulo Quinto- Catalizadores

Sin embargo, de entre aquellos capaces de extraer el maná de su cuerpo, Pale destaca una nueva distinción, a la que llama "catalizadores".

Al destilar Energía Sagrada, los restos de Sombría permanecen en el aire, mientra que si es al contrario, es la Energía Sagrada quien queda sin utilizar. Las energías sagrada y sombría tienen cada una sus propias
características, siendo la luminosa una fuerza principalmente defensiva y curativa, dada su tendencia dócil a reintegrarse en los organismos vivos si no es utilizada.
La sombría es, al contrario, principalmente agresiva y por sus características es incapaz de reintegrarse y permanece en el aire, impregnando con una carga negativa a todo ser vivo, animado o inanimado. La acumulación de partículas de Sombra, llegados casos extremos, puede convertir a un individuo, un lugar o incluso una época, en una especie de agujero negro que absorbe y destruye las energías que entran en su zona de alcance, sean estas vitales o arcanas. No es necesario, creo, resaltar la gravedad que reviste este hecho.

Los catalizadores, como los llama Pale, son seres vivos, animados y dotados de inteligencia, que por sus características y entrenamiento, son capaces de, digamos, reciclar las particulas de energía que permanecen en el aire tras el destilamiento inicial. Dado que la Energía Sagrada tiende a reintegrarse, es labor de los Catalizadores el canalizar las partículas sombrías, doblegando esta fuerza oscura y sometiéndola a su voluntad, para dirigir el daño y las cargas negativas.

Esta escuela de magia no es en absoluto popular, dada la imagen siniestra y aterradora de los Catalizadores en el momento más álgido de la canalización y las penurias que conlleva esta labor, pese a su utilidad. Estudios han demostrado que, con el tiempo, el Catalizador empieza a absorber cierto resíduos de energía sombría que, llegados a cierto punto, pueden incurrir en la muerte de este. Pocos Catalizadores son capaces de sobrevivir a la Sombra pasados los años, y estos son, de entre todos, aquellos con mayor disciplina y fuerza de voluntad inquebrantable.


Eso es todo.

Aunque el origen de la Energía Sombría ha quedado aclarado por descubrimientos más recientes, no por ello es menos cierto su poder. Y si los Catalizadores existieron, es posible que constituyan un recurso poderoso en nuestra actual lucha contra la Legión y la Plaga. Si la Hermandad consiente, pido permiso para investigar más a fondo este asunto, con el fin de averiguar cuanto de verdad hay en estas teorías y si realmente revisten la utilidad que aparentan.