Una noche en Lunargenta II

lunes, 28 de julio de 2008

Entrañas, dos semanas después

Gregory Charles despidió a los últimos de sus discípulos que se afanaban sobre los maniquís de madera y aguardó con disimulada impaciencia a que el eco de sus pasos desapareciera en la lejanía de las cloacas. Cuando estuvo seguro de que estaba a solas en la recóndita escuela, se volvió hacia las sombras.

- Sé que estás ahí, Nerisen.

Un elfo de alta talla y rasgos afilados emergió de las sombras con paso menos arrogante de lo que era habitual en él. Tenía el pelo del color de la paja, apenas sujeto por una discreta cinta, y vestía ropas oscuras, como él mismo, como todos los que pretendían ser corredores de las sombras.

- No esperaba menos, Charles. - respondió el elfo en viscerálico- De hecho creo que incluso uno de tus polluelos llegó a intuir que estaba aquí. Les entrenas bien - asintió satisfecho- has hecho un buen trabajo.

El viejo maestro gruño.
- No te he hecho venir para escuchar tus cumplidos, elfo.- dijo, y salió de la sala con el sindorei a su vera.

- ¿Entonces es cierto?- inquirió Nerisen mientras caminaban por los oscuros túneles de Entrañas.

El renegado asintió sin volverse y siguió caminando.

- Recibí una nota como la tuya hace diez días.- explicó mirando siempre al frente, más allá de las sombras que proyectaban las antorchas- El código pretendía ser el habitual, pero era torpe y desmañado. En cualquier caso, algo me decía que no se trataba de una broma. Y no lo era.

Nerisen frenó en seco en el pasillo.

- ¿Entonces es cierto? ¿Está aquí? - inquirió mirando fijamente al viejo maestro. No hizo falta respuesta, bastó la inmovilidad de su gesto, la tensión en su mandíbula, para saber que no mentía.- ¿Lo sabe Sylvannas?

Charles le hizo un gesto para que siguiera caminando y respondió en un susurro cuando emprendieron de nuevo el camino.

- Hemos... considerado más prudente ocultar a la Dama la naturaleza exacta de nuestro experimento. - explicó- Tal vez más adelante, si resulta ser viable, lo pongamos en su conocimiento.

- ¿Si resulta ser viable?- se extrañó el elfo?- Vuestros boticarios son expertos en este tipo de experimentos ¿Me estás diciendo que no saben si podrán hacerlo esta vez? ¿Y por qué iba a oponerse Sylvannas, mayor promotora de las pestes que cultivais en el Apothecarium?

El renegado fue a responder, pero justo su camino desembocó en el centro de aquellla mirada de ondas que era Entrañas. El banco estaba atestado y el lugar era un frenesí de idas y venidas.

Algnos saludaron al dúo de instructores, conocidos como viejos amigos, y no prestaron mayor atención: no era de extrañar que los dos instructores de asesinos se reunieran de cuando en cuando.

Gregory Charles y Nerisen cruzaron por un puente de piedra sobre las aguas inmundas de las cloacas y accedieron al primer perímetro. Algunos metros más allá, otro puente cruzaba el segundo canal y daba acceso al perímetro exterior. Al pasar ante la puerta que daba al salón de Sylvannas, saludaron a los guardias y continuaron hasta el oscuro y retorcido pasadizo que daba acceso a la sala principal del Aphotecarium.

Nerisen frunció el ceño. Los sonidos del Apothcarium siempre le habían resultado desagradables: el borboteo de los viales al fuego, el crepitar de los hornillos, el zumbido persistente de las antenas, los gemidos de las ardillas... El lugar estaba casi desierto, si podía no contarse a los desgraciados atados a las mesas de experimentos. Solo una silueta parecía tener vida en aquel lugar, afanándose entorno a una de las mesas más alejadas y oscuras de todo el taller.

Gregory Charles y Nerisen cruzaron el espeluznante lugar en dirección a aquella figura. El sindorei apretó los dientes cuando vio el cuerpo atado a la mesa de operaciones, pero guardó silencio. La figura encapuchada se volvió hacia ellos.

- Bienvenidos - dijo el Químico Fuely con su extraña voz- os estaba esperando.

- Cierto es- dijo una segunda voz, y otra figura salió de entre las sombras- ya pensabamos que no llegaríais.

Gregory Charles dio un paso hacia atrás y masculló una maldición.

- ¡Maldita sea! - se volvió con una mirada furibunda hacia el químico- ¿Qué hace él aquí, Fuley?

Metatron sonrió levemente y se encogió de hombros.

- El bueno del señor Fuley recurrió a mí en cuanto comprendió la naturaleza de su experimento.- explicó, abarcando con un elegante gesto de su brazo el cuerpo sobre la mesa- Sus conocimientos en química no son... suficientes para lo que se pretende y sabe me encantan los desafíos.

El Fantasma de Desesperanza III

viernes, 18 de julio de 2008

¿¿??

Llueve.

Bendita sea la Dama Blanca.

Llueve

¿¿??

Nunca he creído en los milagros, tampoco he creído en la Luz más que en como representación de todo lo que es Justo y Recto en esta vida; nunca creí en ninguna voluntad suprema, pero he aquí que vivo pensando que moriría, tras rogar a una visión que me auxiliara.

No sé quien es la Dama Blanca ni de donde viene: jamás oí hablar de ella hasta los aciagos días que arrastraron a la Dama de Oriente hacia el Gran Vacío. Pero lo que es seguro es que la vi y le rogué, no importa si fue solo fruto de mi febril imaginación, porque al poco tiempo llovió, dándome el cielo el agua que necesitaba para vivir.

Tengo ahora, gracias a la bendita previsión del señor Figgs, el contramaestre, varios recipientes llenos de agua dulce, cubiertos para que el calor no la evapore, y tengo la seguridad de que salvo que las tormentas decidan lo contrario, seré capaz de sobrevivir varios días más, con la esperanza de que algún navío me encuentre. Sin embargo no puedo ignorar el temor que me produce el permanecer aquí, olvidado, sin que nadie me encuentre jamás ¿Para qué he sido salvado entonces? ¿Por qué la Dama envió la lluvia para que sobreviviera?

He pensado que....




¿¿??

Maldita suerte la mía, estoy condenado a perecer en este bote, a merced de las olas y el sol. Unas velas se recortaron al este contra el horizonte cuando el sol se ponía. Hice señales, pero aunque se hubieran percatado de mis gestos en la lejanía, el sol poniente a mi espalda los hubiera cegado.

Dama, hazme una señal ¿Es esta tu voluntad?




¿¿??

...



¿¿??

Tierra

Narraciones

jueves, 10 de julio de 2008

16 de Marzo, 32 A.P

¿Por qué me marché?

Mentiría si te dijera que lo sé. Solo sé que para mí el mundo no tenía sentido, pero no en el modo en que no tiene sentido para los amantes que se separan. Eso sí puedes entenderlo, tú que eres eterno. Me habían arrebatado parte de mi propio ser, me habían arrancado la mitad de mi alma. Ya no era una persona, era menos que una persona, menos que un alma... El mundo ya no tenía nada para mí, yo, que existía porque ella existía, no tenía razón de ser. Recordaba las palabras de su diario, aquellas que me habían sacado de mi estupor, que me habían hecho reaccionar y recoger el diario que había caído de las manos de Imoen durante la lectura...

C i t a:
[...]Pero si cierras los ojos cuando estés junto al mar, puede que me escuches en el canto de las olas, en el susurro del viento. Piensa, hermana de mi alma, que el salitre en tus labios es en realidad, mi beso en la distancia.[...]



No, no era solo eso. Sé lo que estás pensando...

El nombre no te es deconocido, tú también lo has visto, acechando en los márgenes de mi mente como una fiera ansiosa.

Tormento

Tú eres antiguo, Dremneth, tú eres sabio. Tú puedes entender los dones de mi pueblo. Tú comprendes el que era mi don, por el que fui ordenada Bálsamo. Algo en mi presencia alivia los dolores del cuerpo y del alma, sosiega a los desesperados, apacigua a los exaltados... Bálsamo para mí era mucho más que un rango o un título. Bálsamo es lo que era, lo que me definía en este mundo. Es lo que soy ahora de nuevo, pero no sin esfuerzo... Mi educación estuvo basada en una ferrea disciplina. Ningún ser vivo nace para ser ajeno a las emociones y las pasiones, y el instinto aleja a toda criatura del sacrificio por sistema. Mi educación me preparó para eso mismo: para caminar muy por encima de las emociones y las pasiones, para ser imperturbable, para servir de apoyo, de faro, de paz... Construí en mi interión un poderoso bastión de entereza que me permitía usar mi poder, absorver el mal ajeno, aliviar de la carga a los desgraciados.

Cuando Liessel murió, cuando mi Falka se marchó del mundo, algo se rompió en mí, dando paso a un dolor infame acrecentado por los dolores arrebatados a miles de almas desgraciadas...

Cambié. Mi aura mutó. En lugar de sosegar, se oscureció, como si extendiera mi dolor a todo aquel que se encontrara cerca de mí. Era aberrante y doloroso. Porque pese a todo, de algún modo yo seguía allí, yo era consciente del mal que hacía...

No podía permitir que nadie se acercara a mí.
De modo que como Bálsamo hice mi último gesto, arrebatando las voces de la mente de Imoen. Luego ya no pude contenerla más.

Tormento lo llenó todo y yo desaparecí.

Una noche en Lunargenta I

miércoles, 9 de julio de 2008



Ruinas de Lunargenta, hace algunos meses:

Era noche cerrada y tan solo el cantar de los grillos parecía encantar la brisa. Contra las columnas derruidas, los jardines descuidados tejían su propio sendero, ajenos a la voluntad de los pocos y extraños visitantes que frecuentaban aquella parte de la ciudad.

La bruja descansaba sobre las ruinas, dejando que la túnica oscura contrastara contra el alabastro de las piedras y de sus huesos, tratando de recordar los lejanos días en que había recorrido aquellas mismas avenidas, escuchando el canto que llegaba con la brisa de los jardines. Lejos quedaba aquello ya, muy lejos. Llegó la Plaga y con ella los oscuros túneles de Entrañas, que eran más de su gusto desde que descubriera el destino que aguardaba a los Renegados entre aquellos que nunca se habían visto sometidos bajo el yugo del Rey Exánime.

Sin embargo allí estaba la bruja, y esperaba...

- Llegas tarde.- dijo con voz cascada en la vieja lengua de los altonatos, cuando una silueta oscura se recortó contra el débil resplandor de las estrellas, como una sombra ante sus ojos.

- ¿Debo recordarte que no estás en posición de hacer reproches, Sacat?- respondió la sombra, y en aquel momento la bruja sintió junto a su cuello el cálido aliento de una bestia.

Kronkar salió de las sombras con el arco a la espalda y el cabello oscuro derramándose sobre sus hombros. En sus ojos había una ira contenida que hacía centellar más, si cabe, sus inquietantes ojos de esmeralda.
La miró fijamente.

- No sé por qué no te mato ahora mismo.- dijo al fin, con un siseo.

Sacat borró la sonrisa burlona de su rostro descarnado y se puso en pie.

- ¿Para qué me has hecho venir, Kronkar?

El sindorei luchó por contener la rabia de sus palabras. Tras unos interminables instantes de incertidumbre, en que la bruja no supo cuan rápida muerte le daría el que un día fuera su aliado, Kronkar suspiró y un peso terrible pareció cargar sobre sus hombros.

- Tengo trabajo para tí.

De uno de sus morrales, extrajo un pliego de papel que tendió a la mano huesuda de la bruja. Sacat lo tomó y lo desplegó con disimulada inquietud. Leyó el contenido en silencio y a medio camino bajó el pliego y alzó la vista para mirar al elfo.

- No sabes lo que me pides, Kronkar.- dijo, sin creer lo que acababa de leer.

Si aquella corta nota, si aquel lugar y aquella fecha era lo que temía, realmente ahora entendía por qué no la había matado todavía.

Narraciones

martes, 8 de julio de 2008

16 de Marzo, 32 A.P

Siéntate, por favor, no te quedes de pie. Pediste que te contara mi historia, nuestra historia. Una historia que he guardado en mi corazón durante los últimos años. Ahora que has conseguido que por fin la libere, será mejor que te pongas cómodo, porque es una historia larga, una historia triste, una historia oscura...

Entiende que lo que te cuento, Dremneth, no proviene de mis propios recuerdos. En el tiempo comprendido entre su muerte y mi recuperación, mi mente fue un yermo azotado por vientos inclementes. Todo es oscuridad y dolor, todo es tormento... Con el tiempo he podido reconstruir algunos hechos, pero sigue siendo confuso...

Sé que permanecí en el Hospital, donde me encontraba cuando percibí su muerte, hasta que vinieron a buscarme para el funeral de Liessel. Me sentía como si de repente, me hubieran arrebatado el aire para respirar, como si mi mundo se hubiera trastornado por completo, faltaba una pieza imprescindible en mi vida y yo no conseguía situarme... No sé si la sensación te será familiar, porque tú no eres como yo. Nosotros, los sintientes, lo llamamos desasosiego. Desesperanza... No sabes a donde volverte, no sabes qué hacer para aplacar el dolor, no sabes de donde vienen los golpes y sabes, de una manera terriblemente absoluta, que nunca, jamás, te recuperarás. No hay consuelo posible... Es...

Solo dame un momento....

Joseph Argéntum era en aquella época magistrado del Alba de Plata, un poder en la sombra. Aunque nunca había tratado a Liessel desde un punto realmente personal, era una de esas personas que parecen ver el interior de las personas, a pesar de los escudos. No, no como tú o como yo, pero de algún modo llegó a apreciarla, a respetarla. Y cuando murió, fue un duro golpe para él. Y mientras yo estaba completamente anulada por el dolor, él tomo las riendas de todo, organizó las exequias, convocó a todos, amigos y aliados, a la última despedida.

Sabía que Liessel amaba el mar, porque todos oían el gemido del barco, el rumor del agua, y reconocían en ella el olor a cuero y sal que siempre la acompañaban. Concertó el funeral en la Bahía de Feralas.

No recuerdo como llegué allí, solo sé que de pronto estaba de pie en el embarcadero, sintiendo el aire frío del mar en el rostro, aunque estábamos en lo más cálido del verano. Fui vagamente consciente de la gente a mi alrededor, pero sé que reconocí a algunos que hacía años que no veía, gente que pensaba que había olvidado a Liessel o que le había dado la espalda, o que la propia Liessel había alejado de sí, como era costumbre.

Allí estaba Zorea, quien Liessel sospechaba que era otro fragmento de su alma... Zorea, que había sido poseída por demonios, por quien Liessel siempre había luchado... Allí estaba Tidnar, su maestro, quien perfeccionó su formación cuando regresó de las tierras de mi pueblo. Allí estaba Galador, el campesino convertido en caballero de la Luz, y Kurgar, el temible enano en compañía de Maguila, su incomparable compañero. Liessel adoraba a Maguila. Siempre se le dieron mejor los animales que las personas...

Había mucha gente, muchísima. Creo que de algún modo me sosegó darme cuenta de que, realmente, la propia Liessel se hubiera sentido sorprendida y conmovida al ver cuánta gente venía a darle su última despedida... Sí, se hubiera sorprendido... Y para disimular, se hubiera vuelto aún más huraña...

Todos esperaban en el embarcadero la llegada del barco donde se oficiaría la ceremonia.
Y entonces llegó Imoen...

El Fantasma de Desesperanza II

¿8 de Julio?

Siempre me tuve por un hombre entero, sensato y coherente. Me avergüenzan terriblemente mis últimas palabras en este diario, pero estaba sobrecogido por el horror. Ahora, aunque famélico y febril, me veo en la necesidad de explicarme, pues no quisiera que, cuando muera, sean las palabras de un demente las que me representen si este diario llegara a salvarse.

Me encuentro navegando a la deriva en uno de los botes del Dama de Oriente, el único que se pudo salvar del naufragio. Nadie queda de la tripulación ni del pasaje, y me encuentro solo, bajo un sol implacable, sin comida y con apenas un odre de agua que no sé cuanto podrá durar. No sé donde estoy ni consigo determinar las corrientes y los vientos que me manejan, cerca como estoy del Gran Remolino.

Vuelvo a divagar, empezaré por el principio.

A los ocho días de abandonar Costasur, con rumbo norte-noroeste para doblar Kalimdor por el norte, todos los instrumentos de navegación parecieron volverse locos. El viento roló y sopló con una fuerza inusitada para la mar tranquila que había bajo el barco. En cuanto el viento arreció, ordené soltar las escotas, pero ya era tarde y el foque se rasgó por dos puntos y quedó inutilizable. Las corrientes, que de pronto parecían girar como en un enorme torbellino, y el viento infernal acabaró por rasgar tambien la vela mayor y quebrar el mástil.

Contra todo pronóstico, la tripulación, viejos lobos de mar curtidos en mil travesías, pareció enloquecer. En lugar de afanarse a enderezar el rumbo, comenzaron a gritar y a correr, clamando a una tal "Dama Blanca" de la que jamás había oído hablar pero que, como descubrí en aquella terrible ocasión, gozaba de la devoción de los marinos. Perdimos a cuatro hombres aquella aciaga tarde, mientras el viento sacudía nuestra goleta como si fuera una hoja en las corrientes.

No sé cuando perdimos el timón, perdido ya todo resquicio de orientación en aquella extraña tormenta. Sonó un crujido, la goleta se estremeció y quedamos por completo a merced de la corriente. Tratamos de repararlo, pero fue imposible, y como tocados por el hado de la mala suerte, perdimos otros diez hombres aquel día.

Fue el bueno del doctor Oswald, que la Luz le ampare, quien nos desveló el misterio de aquella pesadilla: los vientos y las corrientes habían desviado nuestro rumbo, y mientras creíamos avanzar rumbo norte-noroeste, en realidad navegabamos al oeste y nuestro rumbo nos había acercado letalmente a las poderosas corrientes que genera el Gran Vacío por el que se derrama el mundo desde que, según explicó, fue destruido el Pozo de la Eternidad.

Ante aquella revelación, al menos ocho marinos encomendaron sus almas a la misteriosa Dama Blanca y se arrojaron por la borda, temerosos de ser engullidos por el Gran Vacío y deseándo hacer de fondo marino su última morada. Que la Luz les ampare.

Oscurece, apenas puedo escribir ya. La luz de las estrellas será un descanso y bálsamo tras el sol abrasador e implacable. Tal vez muerta hoy, si la Luz tiene piedad de mí, y no tenga que padecer el suplicio bajo el sol y las corrientes.

Sabed que siempre serví a la Corona, hasta mi último aliento. Decid a mi Loraine que la llevaré siempre en mi corazón.

Quedad con la Luz.


¿11 de Julio?

No sé cuanto tiempo ha pasado ni cuanto tiempo paso despierto entre inconsciencia e inconsciencia. Apenas queda agua y el sol continúa cayero implacable. La Luz no quiso llevarme y aquí estoy, dejándome llevar por las corrientes del mundo hasta donde tengan a bien llevarme.

Si puedo sobrellevar la espera escribiendo, escribiré.

Tras perder las velas, el mástil y el timón, y a tres cuartas partes de la tripulación, avistamos el Gran Vacío. Aquella visión espeluznante me acompaña desde entonces y no desaparece ni dormido ni despierto. El agua se derrama como si un gigante formidable hubiera abierto un inmenso agujero en el lecho marino, y tanto las corrientes como los vientos se arremolinan entorno a él, arrastrándolo todo hacia su interior. Incluso las nubes, deformadas por las fuerzas elementales, habían formado un embudo hacia el infinito, tiñéndolo todo con tintes de pesadilla.

El doctor Oswald y su hija, la dulce Livia, parecían ajenos al terror de aquella situación, inconscientes, creo yo, del peligro en el que nos encontrábamos. Ambos parecían embargados de la más intensa emoción del descubrimiento, y se afanaron a tomar notas en la cubierta cabeceante, ignorando la espuma que barría el castillo de popa cada minuto. Y fue en un precario cabeceo en que perdimos al buen Doctor, que se sumergió con el mascarón de proa para no volver a salir a la superficie.

Fue necesaria la intervención de tres hombres para evitar que la señorita Livia se arrojara al mar tras él, presa del dolor.

No tardó en realizar su deseo: cuando mandé bajar los botes de salvamento, tres de ellos fueron engullidos por el Gran Vacío, junto con el Dama de Oriente.

Yo apenas recuerdo nada más que las olas abalanzándose sobre mí y mi bote girando como una peonza en las corrientes, con aquella espiral de nubes sobre mí, como un inmenso ojo conminandome a desafiarle.

Cuanto tiempo pasó, no lo sé. Desperté aquí, bajo un sol de justicia, completamente solo y a la deriva. El Gran Vacío ha desaparecido y también sus corrientes. No hay viento que me empuje hacia costas desconocidas ni corrientes que me arrastren. Estoy solo, con la única compañía de este diario y de apenas dos tragos de agua que quedan en el odre.

Moriré mañana, lo sé.
Decid a Loraine que la quiero.


¿15 de Julio?

No queda... agua...
Señora, si existes, apiádate de mi.

Loraine, te quiero



¿¿??

La he visto. No importa si son delirios o si realmente existe, pero la he visto. Se apareció en la proa de mi bote, recortándose pálida contra el intenso azul del cielo. Ahora entiendo la devoción que sentían los marinos... Es hermosa, con una hermosura que está más allá de las palabras, como hecha de nubes, de agua y de sueños.

Me miraba y sus ojos me cegaron.
Me arrastré para besarle los pies y le rogué que me salvara, pero desapareció.

La Dama Blanca vino a verme morir, ya no queda más que esperar.

Loraine, no me olvides.

Narraciones

lunes, 7 de julio de 2008

Siéntate, por favor, no te quedes de pie. Pediste que te contara mi historia, nuestra historia. Una historia que he guardado en mi corazón durante los últimos años. Ahora que has conseguido que por fin la libere, será mejor que te pongas cómodo, porque es una historia larga, una historia triste, una historia oscura...

Entiende que lo que te cuento, Dremneth, no proviene de mis propios recuerdos. En el tiempo comprendido entre su muerte y mi recuperación, mi mente fue un yermo azotado por vientos inclementes. Todo es oscuridad y dolor, todo es tormento... Con el tiempo he podido reconstruir algunos hechos, pero sigue siendo confuso...

Realmente recuerdo aquel tiempo entre nieblas muy difusas. La muerte de Liessel fue absolutamente devastadora para mí, tanto que...

No, no es fácil para mí hablar de aquello. Ni de aquello ni de lo que ocurrió después.

Solo sé que las cicatrices que llevo ahora son recordatorios de entonces, y que el vacío que apareció en mi alma en el momento en que Liessel cerró los ojos por última vez, está aquí dentro, y seguirá aquí por siempre.

¿El colgante? No sé como conseguí pensar en él en aquel momento. Imagino que pese al tormento, aún había un pedazo de lucidez en mí.
Al nacer su hija, Liessel había mandado hacer un colgante, una gargantilla que era en realidad dos piezas distintas. Ambas piezas encajaban en un diseño de hojas de una delicadeza exquisita. Llevaba una inscripción, repartida en ambas partes.

Decía: "Si me necesitas, ya sabes donde estoy. Los árboles no caminan"

Colgó al cuello de Zoe una de las mitades, y ella misma llevaba la otra. Ambas resplandecían levemente, no sé si imbuidas de algún tipo de magia. Tras la desaparición y muerte de Zoe, aquel colgante había sido para Liessel como un madero para un náufrago, como la única prueba de que aquella niña había existido realmente. Era como si temiera enloquecer y olvidarla... O como si tuviera miedo de descubrir que todo había sido un delirio...

Estoy bien, no te preocupes...

Cuando trajeron el cuerpo al hospital de Shattrath para prepararla, el colgante no estaba. No sabía si se había perdido, si estaba en el Susurro sobre las Aguas, donde vivía, o si en un arranque de rabia lo había arrojado por la borda, tal era su costumbre.

Sí, recuerdo aquella costumbre con mucho cariño...

Liessel tenía, como todo miembro del Alba de Plata, un comunicador gnómico que permitía a toda la Orden mantenerse en contacto a distancia. Aquello implicaba que siempre se estaba localizado, a todas horas, y, al tener la obligación profesional, como oficial, de tenerlo siempre encendido, no tenía más remedio que escuchar todo tipo de conversaciones...

Siempre tuvo un carácter muy difícil, era complicado tratar con ella. Era cortante, fría, inquietante y odiosa para todo aquel que no la conociera realmente.

Y, haciendo gala de aquel carácter de mil demonios, cogió costumbre de arrojar por la borda el comunicador cuando no deseaba seguir escuchando. No era poco frecuente escuchar "chof" cuando las conversaciones tomaban rumbos... poco profesionales. La intendencia de la Orden le hacía llegar siempre comunicadores nuevos, cientos de ellos, que indefectiblemente acababan reposando en el fondo de la Bahía de Baradín.

Supe más tarde, casi dos años después, que un visitante cayó al agua desde la borda del navío. Cuando salió del agua, empapado, sus ojos no podían abrirse más a causa de la sorpresa.
Había encontrado bajo el barco un extraño arrecife...

No me mires así, Vagabundo. A veces yo también merezco sonreír...

- Sé que permanecí en el Hospital, donde me encontraba cuando percibí su muerte, hasta que vinieron a buscarme para el funeral de Liessel. Me sentía como si de repente, me hubieran arrebatado el aire para respirar, como si mi mundo se hubiera trastornado por completo, faltaba una pieza imprescindible en mi vida y yo no conseguía situarme... No sé si la sensación te será familiar, porque tú no eres como yo. Nosotros, los sintientes, lo llamamos desasosiego. Desesperanza... No sabes a donde volverte, no sabes qué hacer para aplacar el dolor, no sabes de donde vienen los golpes y sabes, de una manera terriblemente absoluta, que nunca, jamás, te recuperarás. No hay consuelo posible... Es...

Solo dame un momento....

Joseph Argéntum era en aquella época magistrado del Alba de Plata, un poder en la sombra. Aunque nunca había tratado a Liessel desde un punto realmente personal, era una de esas personas que parecen ver el interior de las personas, a pesar de los escudos. No, no como tú o como yo, pero de algún modo llegó a apreciarla, a respetarla. Y cuando murió, fue un duro golpe para él. Y mientras yo estaba completamente anulada por el dolor, él tomo las riendas de todo, organizó las exequias, convocó a todos, amigos y aliados, a la última despedida.

Sabía que Liessel amaba el mar, porque todos oían el gemido del barco, el rumor del agua, y reconocían en ella el olor a cuero y sal que siempre la acompañaban. Concertó el funeral en la Bahía de Feralas.

No recuerdo como llegué allí, solo sé que de pronto estaba de pie en el embarcadero, sintiendo el aire frío del mar en el rostro, aunque estábamos en lo más cálido del verano. Fui vagamente consciente de la gente a mi alrededor, pero sé que reconocí a algunos que hacía años que no veía, gente que pensaba que había olvidado a Liessel o que le había dado la espalda, o que la propia Liessel había alejado de sí, como era costumbre.

Allí estaba Zorea, quien Liessel sospechaba que era otro fragmento de su alma... Zorea, que había sido poseída por demonios, por quien Liessel siempre había luchado... Allí estaba Tidnar, su maestro, quien perfeccionó su formación cuando regresó de las tierras de mi pueblo. Allí estaba Galador, el campesino convertido en caballero de la Luz, y Kurgar, el temible enano en compañía de Maguila, su incomparable compañero. Liessel adoraba a Maguila. Siempre se le dieron mejor los animales que las personas...
Había mucha gente, muchísima. Creo que de algún modo me sosegó darme cuenta de que, realmente, la propia Liessel se hubiera sentido sorprendida y conmovida al ver cuánta gente venía a darle su última despedida... Sí, se hubiera sorprendido... Y para disimular, se hubiera vuelto aún más huraña...

Todos esperaban en el embarcadero la llegada del barco donde se oficiaría la ceremonia.
Y entonces llegó Imoen...

¿Por qué me marché?

Mentiría si te dijera que lo sé. Solo sé que para mí el mundo no tenía sentido, pero no en el modo en que no tiene sentido para los amantes que se separan. Eso sí puedes entenderlo, tú que eres eterno. Me habían arrebatado parte de mi propio ser, me habían arrancado la mitad de mi alma. Ya no era una persona, era menos que una persona, menos que un alma... El mundo ya no tenía nada para mí, yo, que existía porque ella existía, no tenía razón de ser. Recordaba las palabras de su diario, aquellas que me habían sacado de mi estupor, que me habían hecho reaccionar y recoger el diario que había caído de las manos de Imoen durante la lectura...

[...]Pero si cierras los ojos cuando estés junto al mar, puede que me escuches en el canto de las olas, en el susurro del viento. Piensa, hermana de mi alma, que el salitre en tus labios es en realidad, mi beso en la distancia. [...]

No, no era solo eso. Sé lo que estás pensando...

El nombre no te es desconocido, tú también lo has visto, acechando en los márgenes de mi mente como una fiera ansiosa.
Tormento

Tú eres antiguo, Dremneth, tú eres sabio. Tú puedes entender los dones de mi pueblo. Tú comprendes el que era mi don, por el que fui ordenada Bálsamo. Algo en mi presencia alivia los dolores del cuerpo y del alma, sosiega a los desesperados, apacigua a los exaltados... Bálsamo para mí era mucho más que un rango o un título. Bálsamo es lo que era, lo que me definía en este mundo. Es lo que soy ahora de nuevo, pero no sin esfuerzo... Mi educación estuvo basada en una férrea disciplina. Ningún ser vivo nace para ser ajeno a las emociones y las pasiones, y el instinto aleja a toda criatura del sacrificio por sistema. Mi educación me preparó para eso mismo: para caminar muy por encima de las emociones y las pasiones, para ser imperturbable, para servir de apoyo, de faro, de paz... Construí en mi interior un poderoso bastión de entereza que me permitía usar mi poder, absorber el mal ajeno, aliviar de la carga a los desgraciados.

Cuando Liessel murió, cuando mi Falka se marchó del mundo, algo se rompió en mí, dando paso a un dolor infame acrecentado por los dolores arrebatados a miles de almas desgraciadas...
Cambié. Mi aura mutó. En lugar de sosegar, se oscureció, como si extendiera mi dolor a todo aquel que se encontrara cerca de mí. Era aberrante y doloroso. Porque pese a todo, de algún modo yo seguía allí, yo era consciente del mal que hacía...

No podía permitir que nadie se acercara a mí.
De modo que como Bálsamo hice mi último gesto, arrebatando las voces de la mente de Imoen. Luego ya no pude contenerla más.

Tormento lo llenó todo y yo desaparecí.

La caída

domingo, 6 de julio de 2008

Vacío.

Silencio.

Nada.

Como el dolor sordo del miembro ausente.

Contempló el rostro como dormido, el gesto apacible, la piel clara salpiada de pecas contra las pestañas doradas. Había acariciado mil veces aquel rostro, besado aquellos párpados durante una eternidad, pero la piel era fría ahora, como un insidioso recordatorio de que aquellos ojos no se volverían a abrir.

¿Dónde estás?

Se maldijo diez veces en la vieja lengua, en la intimidad de su mente. La amargura era como una bestia ansiosa, rasgando los precarios muros de una entereza que hasta entonces había sido su bastión más poderoso. ¿De qué le servía? Maldita fuera tres veces ¿De qué le había servido? ¿Por qué Elune le había dado su Don si no iba a poder salvar a la otra mitad de su alma?

Vacío.

Silencio.

Nada.

Como una tortura cruel e infinita los recuerdos volvieron a ella, colmándola de amargura.

No se esforzó por evitarlos, no luchó contra ellos. Les dio filo y veneno. Dejó que laceraran su alma como cuchillos bien templados, el dolor no importaba ¿qué importaba ya luchar? Los brazos inertes, la mirada perdida. El cabello siempre pulcramente trenzado a su espalda, desmañado ahora, en largos mechones sobre sus hombros.

"Se ha ido" se dijo. Y repitió "Se ha ido, se ha ido, se ha ido, se ha ido..."

Para siempre. No volvería a ver la sonrisa tímida en aquellos ojos que tantas veces habían sido el reflejo de su propio ser, ni podría acariciar las cicatrices de aquel espíritu atormentado para aliviar su carga y su soledad. La garganta le ardía de ganas de gritar y de llorar, como había gritado y llorado cuando sintió que de pronto aquello que siempre había estado ahí, había desaparecido para no volver. Todavía eran patentes las marcas de su rostro y en su cuello, allí donde las uñas habían quebrado la piel en su pueril intento te mitigar el dolor de su corazón trasladándolo a su cuerpo, mera herramienta. Más no había servido de nada, más que para convencer a los que la rodeaban de que debían contenerla antes de que se dañara más a sí misma. Pero ellos no entendían, no podían entender que ya nada podía herirla más de lo que ya estaba. El dolor era tan intenso que apenas sí podía respirar, mil veces más insoportable que todo el dolor que había aliviado en su labor como Bálsamo...

Vacío.

Silencio.

Nada.

En el Hospital, alguien lloraba con desgarrador desconsuelo.

La sensación de ahogo no se había mitigado con los días, seguía sintiendo como si un puño terrible le atenazara el pecho, privándole del aire para respirar. Perdida en su propia mente, sumida en el desasosiego, permanecía sentada junto a la ventana, ajena sin embargo a lo que sucedía ante sus ojos mientras, a su alrededor, el mundo continuaba su rutina cautelosamente.

XII

La puerta estaba apenas a unos pasos, podía verla a través de las decenas de defensores en la lucha encarnizada, cuando el dolor le traspasó el vientre como una lanza ardiente, pulsante con la fuerza de mil soles.

El tiempo se detuvo de pronto, transcurriendo tan lentamente como si algun ente supremo lo sujetara fuertemente con las manos.

"Ya está" se dijo, y lo acogió casi con alivio.

Mientras el mundo se volcaba en aquella caída infinita, vio los rostros a su alrededor como en un caleidoscopio, deformados por la ira, velados por el fuego. El sonido desapareció, amortiguado como si estuviera sumergida, y el espacio a su alrededor se deformó hasta invertirlo todo. Vio los ojos llameantes de los sin´dorei resplandecer con fuerza, embargados por el trance de la batalla; vio el rostro deformado por la tensión de los sacerdotes ante la masacre, entregando su propia vida por aquellos que luchaban junto a ellos... Le pareció ver a Tristan, luchando encarnizadamente, abriéndose paso hacia las celdas, pero la ola de guerra lo engulló y lo perdió. Buscó con la mirada algun rostro conocido, pero a nadie reconocía. El dolor era tan intenso que apenas podía respirar. Le sobrevino un extraño vértigo cuando sintió como sus fuerzas huían por el tajo abierto en el vientre.

"Ya llega"
pensó, y cerró los ojos, tratando de ver el mar, pero las olas se negaron a regresar a su mente.

Un gemido brotó de sus labios, regado de sangre encarnada, cálida y de sabor metálico. El sonido regresó antes de que abriera los ojos para comprobar, con terror, que pese a todo seguía allí. Los pasos retumbaban en el suelo sobre el que había caído, y el fuego, la sangre y el dolor lo llenaban todo. Sentía el dolor de los pies que la magullaban sin verla, pero no importaba, solo importaba el mar.




¿Por qué no regresaba? ¿Por qué el mar la rehuía?

El dolor se extendió desde la herida en el vientre por su cuerpo, a través de los brazos, recorriendo las piernas, estremeciéndola por completo. Era afilado, pulsante, oscuro y abrasador, una debilidad tan absoluta que las lágrimas de impotencia se le agolparon en los ojos mientras la sangre burbujeaba en sus labios.

"No debería ser así
" sollozó con desesperación en su interior, sintiéndo que la fuerza huía demasiado despacio, haciendo el dolor interminable, una tortura como jamás había imaginado. No era lo que había visto en sueños, no era aquel el final rápido y determinante que había visto... No, aquel dolor no lo había creído posible...

Cerró los ojos de nuevo, esperando, deseando con fervor que todo acabara, que el dolor desapareciera, pero cada vez que respiraba el dolor la traspasaba y la sangre se le agolpaba en la garganta, ahogándola.
¿Por qué no acababa? ¿Por qué le había sido dado ver su muerte si era una falacia?
Un nuevo terror se sumó a su pesadilla: aquel era el apotecarium, la cuna de las pestes, podía ver los viales ponzoñosos vertidos en el suelo... Trató de moverse, necesitaba salir desesperadamente de allí, pero sus dedos arañaron la dura piedra fría sin fuerza.

"No quiero morir aquí" gimió, pero de sus labios solo brotó un gorgote inaudible. Los sollozos eran débiles, pero las sacudidas, por leves que fueran, convertían cada suspiro en una tortura atroz. Apretó los ojos con toda la fuerza que le quedaba y rogó por que todo terminara. Trató de concentrarse en el latido débil de su corazón, como si con desearlo pudiera detenerlo, pero también su mente flaqueaba, se tambaleaba como si estuviera hecha de una manera intangible como el sueño. El dolor persistió y también el miedo.

El latido abrasador de la herida impregnó cada partícula de su ser como si fuera aceite, incapaz de desprenderse de él. Era fío y caliente al mismo tiempo, afilado, pulsante y contudente, como si todas las texturas y formas del dolor se hubieran concentrado en su viente para sumirla en la más completa desesperación. El dolor se convirtió en un pozo de paredes resbaladizas, frío y oscuro como una mazmorra, y se dejó caer.

Y cayó...

El dolor la arrancó de la caída y gimió de nuevo, sollozante. Sus ojos se negaban a abrirse, pero consiguió desentrelazar las pestañas para atisbar lo que había al otro lado.

Unos ojos la miraban, unos ojos que conocía, llegándo hasta ella a través del caos. Poco a poco reconocio el rostro, que gritaba palabras que no podía oír. Hizo acopio de fuerzas y habló.

"Sácame de aquí", quiso gritar, pero la voz era apenas un susurro y la sangre le llenaba la boca.

Rictus la tomó en brazos como si fuera una niña y lo último que pudo recordar fue la seguridad de sus brazos, la respiración agitada en el pecho magullado y el cabello de plata haciéndole cosquillas en el rostro.

La oscuridad llegó como un bálsamo largo tiempo ansiado, envolviéndola en su calidez aterciopelada, llevándose el dolor, la tristeza y el miedo. Flotó en la oscuridad durante la eternidad, más allá de los sueños y la realidad, en un lugar donde los fantasmas y los demonios ya no podían alcanzarla. El olor de la hierba la llenó por completo y por un momento creyó estar tendida en un lecho de hojas húmedas.

- Liessel...

Escuchó voces y de algún modo llegó a preguntarse si realmente la estaban esperando al otro lado.
La voz era cercana, teñida de preocupación. Quiso extender las manos para acariciar el rostro, pero ya no tenía manos, ni ojos, ni mente, ni cuerpo. Era solo oscuridad, era solo paz.

- Liss...

Primero volvió el dolor, y cuando sollozó, regresó la sangre a sus labios. La sensibilidad regresó como una bestia infame. El dolor la sumió de nuevo en un delirio incesante. Hacía frío, podía sentir las manos aletargadas, incapacez de moverse... Y las piernas... ¿Por qué no sentía las piernas?

- Liessel...

La voz sonó cercana esta vez, tan cerca que casi podía sentir el cosquilleo de las palabras en la piel. El dolor se retiró como una ola, siempre presente pero convertido en un sordo rumor acechante. Ahora sabía que era solo cuestión de tiempo, que el final llegaría, y aquel conocimiento se llevó el miedo y la oscuridad.

Cuando abrió los ojos, estaba tendida en la hierba y las aguas frescas de un lago le besaban los pies. Rictus estaba arrodillado a su lado, con el gesto fruncido en profunda preocupación, los ojos resplandecientes mirándola fijamente como si con mirarla bastara para retenerla.

- ... no puedes irte así...

Sí, era aquella voz la que la había traído de vuelta desde la oscuridad. Consiguió mover una mano, casi tan ajena como los pájaros que volaban, para arrastrarla hasta la mano del kal´dorei, empapada en sudor y sangre.

- Ric..

El elfo pareció regresar, repentinamente ausente, y la miró fijamente, alarmado, como sorprendido de que todavía siguiera allí. Apretó la mano casi inerte y Liessel sonrió débilmente desde el pozo de oscuridad que tiraba de ella.
No entendía por qué seguía allí, no podía decirle que lo había visto en sueños y que los sueños le habían mentido. No quería mentirle, no a él.

Respiró con dificultad y tragó dolorsamente saliva bañada en sangre.

- Lo que tenga que ser..- susurró, tan débilmente como el murmullo de las aguas tranquilas de un estanque- ... sea...

La mirada de Rictus se centró en ella fijamente, casi dolorosamente ser consciente de su intensidad. Había preocupación en sus ojos, genuina preocupación, y sintió que nunca nadie se había preocupado tanto por ella. Era indigna de tanta atención, siempre lo había sabido, y ahora aquellos ojos la miraban a ella, solo a ella, y le rogaban que se quedara.

Sintió la magia cuando ya era tarde. Como si hubieran abierto una exclusa, las pocas fuerzas que le quedaban se precipitaron al vacío. Vio, como en sueños, como Rictus se levantaba bruscamente de su lado. Quería decirle que se quedara, que todo estaba bien, pero vio como desenfundaba las armas y se preparaba para luchar. No quería mentirle, no a él...

- Rictus...- burbujeó su voz, casi inaudible, llegando de algún lugar lejano. El elfo apartó la mirada de la bruja y la miró de nuevo- Déjala...

Incomprensión en sus ojos ¿Acusación? Quería decirle que no estaba claudicando, que solo quería descansar. De pronto, como un regalo, como el perdón divino que había buscado durante tanto tiempo, su mente se llenó del eco de las gaviotas y sintió gratitud, una gratitud absoluta e infinita.

"El mar..." consiguió pensar antes de que las olas se la llevaran "... es tan hermoso..."

El dolor desapareció, y el mar se lo llevó todo.