Una noche en Lunargenta IV

lunes, 20 de octubre de 2008

Escuela de pícaros, Lunargenta:

- Más arriba, Cel, intentas matarla, no llevártela al catre.

Las risas en la escuela retumbaron, discretas y socarronas, entre las paredes cubiertas de tapices. Los combatientes endurecieron su mirada e intensificaron la lucha.

- Bien, Elara, firme ahí.

Nerisen rodeó el círculo destinado a la lucha lentamente, prestando atención a las esquivas, los puyazos y las acrobacias. Corrigió de paso la postura de Elara para una entrada particularmente compleja y añadió un par de gotas de cilántro a la solución que Darlia prepraba en la mesa.

Los minutos se deslizaron lentos entre el goteo de las pociones y las
exhalaciones de los combatientes en el tatami de cuerda, cuando por fín la sombra del crepúsculo alcanzó el último escalón de la sala.

- Ya está bien por hoy, chicos.- dijo Nerisen volviéndose hacia sus alumnos. - Mañana, logística.

De los labios de Elara escapó un bufido hastiado cuando se dio la vuelta para mirar a su maestro, y de pronto, con un movimiento imposiblemente rápido, se inclinó hacia un costado y el pie descalzo de Cel erró el golpe a la altura de su cuello.

Un rugido de desaprobación se elevó del coro de observadores.
- ¡Buena, Elara!
- ¡Que artero, Cel!

Nerisen observó al joven con ojo crítico y gesto serio.
- Eso ha sido ruin incluso para tí, Cel- dijo, y el muchacho alzó el mentón
desafiante- Buen trabajo.

Siete pares de cejas se arquearon al unísono. Los alumnos se miraron, sin saber si debían reir o guardar silencio. Y no lo supieron.

- Venga, chicos. Mañana más.- insistió Nerisen.

Los alumnos de la escuela abandonaron el recinto sin una palabra, como era habitual, y el rumor de sus pasos se esfumó en el oscuro callejón donde tenía Nerisen la academia. Nadie sabría nunca qué hacían aquellos jóvenes, quienes eran, en qué arteras artes eran instruidos. Nadie, salvo...

- ¿Logística, Nerisen?

El sindorei contuvo el aliento imperceptiblemente pero se recompuso rápidamente y sonrió con suficiencia.

- Tú mejor que nadie sabes que el talento no es suficiente para la infiltración.

La mujer salió de las sombras con andar felino, la capucha echada sobre el rostro. Sonreía, pero no había malicia en sus labios.

- Me alegro de verte, Nerisen.- dijo.

El elfo se volvió hacia ella y la inspeccionó con prudencia, buscando en su fisionomía las marcas inevitables de la peste, pero no había nada. La piel era limpia y clara ahí donde debía serlo, la frente alta, la nariz salpicada de pecas. Era rosada allí donde, en Entrañas, había sido azulada, y los labios volvían a ser apeteciblemente encarnados, en lugar de estar amoratados como los de la mortaja que había sido. Y los ojos, aquellos ojos de hielo quemante, allí seguían, vivos como la última vez que los había mirado, aunque tuvieran ahora un matiz de antigüedad que no había percibido antes.

Ella, que había agonizado en el campo de batalla, cuyo cuerpo había sido pisoteado y corrompido, cuyo funeral había presenciado desde la discreta orilla de Feralas.

Estaba allí, y estaba viva.