Una noche en Lunargenta VII

viernes, 28 de noviembre de 2008

Mar del Norte, diciembre:

La aurora boreal danzaba sobre la cubierta salpicada de espuma, sus girones de luz parecían ondear en los cielos, envueltos en brumas esmeralda. Pese a las semanas que llevaba en alta mar, su visión seguía embelsándola por completo, como si cada giro de luz la llamara por su nombre.
Una ola inmensa se avalanzó sobre el barco y Loraine Ruran tomó con fuerza el timón para evitar que la mar arbolada desviara su rumbo. Allí, en el oscuro mar del norte, ni tan siquiera las Luces servían de orientación. Solo señalaban al Norte... Siempre al Norte...

El viaje había sido la excusa perfecta para volver a pisar una cubierta de madera y dejarse mecer por el mar. La excusa perfecta para alejarse de la frustración de no encontrar a Kess´an. Una larga travesía, lo suficientemente larga para que aquella joven viuda pudiera empezar una nueva vida en las heladas tierras del norte. Una larga travesía donde aquella mujer marcada podía dejar atrás su pasado e ir donde nadie la conociera.

Había acudido al puerto de Menethil en busca de su barco, pero no lo había encontrado allí. Preguntando en la ciudad, había descubierto que Tristán había dispuesto de él para enviar las tropas del Alba a Rasganorte. Y cuando ya había asumido que tendría que viajar en un barco regular, el Lobo le había descubierto que el fallecido esposo de Loraine poseía una pequeña embarcación que continuaba anclada en el faro de los Páramos.

Y se había hecho a la mar.

Atrás quedaban todos los recuerdos desde su Despertar, la angustia de volver a respirar, la culpabilidad de Kronkar, la suspicacia de sus antiguos aliados ahora que la traición de los Boticarios se había desvelado. Veladamente sospechaban que su cuerpo y su retorno no fuera más que un arma de los taimados Renegados traidores, pero ella no sentía nada parecido. En realidad, no sentía nada que no fuera paz. Todo el tormento, el miedo y el dolor parecían estar velados por capas y capas de siglos, tan lejanos como la creación del mundo. Sabía que habían estado ahí, porque eran parte de ella, pero no representaban ya nada más que un pasado muy remoto. Como el remoto pasado que había vuelto con ella del Otro Lado.

Estaba ensimismada en las Luces y sus pensamientos cuando de pronto una oscura e inmensa mole se recortó contra el cielo, a escasas leguas de la embarcación. Corrió a soltar las velas para evitar que las olas la embistieran contra las rocas y volvió al timón para reconducir el barco por el angosto desfiladero que se abría ante ella un poco más adelante, como inmensas paredes de piedra clara que se perdían en las profundidades mientras trataban de alcanzar los restos de la Aurora Boreal.

Una noche en Lunargenta VI

jueves, 13 de noviembre de 2008

Lunargenta, semanas mas tarde:


- ¡Santo cielo, Kronkar! ¿¡Qué demonios te has hecho en el pelo!?

El sindorei resopló
- Tú también no, por favor.-gruñó en respuesta.- Además, mira quién fue a hablar.

Liessel arqueó las cejas y se recostó de nuevo en la cama, pasando las manos por la melena pelirroja.

- Exigencias del guión, ya sabes.

Kronkar dejó el arma contra la mesa y se sentó junto a ella, sobre las sábanas revueltas. Permanecieron en silencio largos minutos, él con la mirada fija en las manos, ella con la mirada fija en la nada. Solo el susurro de la fuente que se colaba por la ventana se escuchaba en la habitación.

Fue Liessel quien rompió el silencio al fin.

- ¿Por qué, Kronkar?

El sindorei apretó los dientes. No había reproche en la voz de la mujer, ni angustia, ni pena, y al mismo tiempo le parecía que todas ellas tenían lugar en aquellas tres palabras. Apretó los puños y trató de sacar de su mente el desgarrador grito que aquella mujer había proferido cuando había vuelto a abrir los ojos.

Y aquella pregunta, aquella eterna pregunta envuelta en sollozos, atormentándole en sueños...

¿Por qué, Kronkar? ¿Por qué? ¿Por qué?

Al ver que no respondía, Liessel se incorporó y rodeó los hombros del elfo con los brazos, desde su espalda. Sintió como Kronkar se tensaba para inmediatamente relajarse, como si un peso terrible se hubiera esfumado de sus hombros.

- No lo sé.- suspiró, derrotado, al fin.

Liessel le estrechó y el elfo sintió su aliento en el cuello. Parecía tan tranquila ahora... Ni siquiera ella misma recordaba su despertar, cuando por fin Sacat le había devuelto su alma. No recordaba los gritos angustiados, cómo se había debatido en la cama, atada como estaba, rogando que la dejaran volver, que la dejaran descansar....

¿Por qué, Kronkar? ¿Por qué?

- Si no dices nada, - sugirió Liessel con malicia- empezaré a pensar que no puedes vivir sin mí...

El elfo se puso en pie de manera tan brusca que la mujer se retiró como si hubiera recibido una bofetada.

- ¿Qué...?

- ¿No puedes dejar de bromear, Liessel?- bramó el sindorei- ¿Crees que fue una decisión fácil para mí? ¿Que fue una decisión banal?

Los ojos grises de la mujer se estrecharon como si fueran dos rendijas y empezaron a arder, como hielo quemante. Se irguió de rodillas sobre las sábanas, como la salvaje melena roja derramándose sobre sus hombros. La sábana que la envolvía se deslizó por su cuerpo, descubriendo aquella terrible cicatriz en el vientre. Turbado por la ira de su mirada y por el recuerdo de su agonía, Kronkar le dio la espalda.

- ¿Crees que es fácil para mí, Kronkar?- siseó la mujer desde la cama. Su voz sonaba peligrosamente fría.- ¿Crees que me desperté como quien despierta de un plácido sueño? ¿O que me sacaste de una terrible pesadilla? ¡Estaba muerta, Kronkar! ¡Muerta! ¡Estaba descansando al fín! ¿Quién coño te crees que eres para quitarme eso, Kronkar? ¿Crees que levantaría agradecida por traerme de vuelta? ¿Que todo sería como en las historias?

¿Por qué, Kronkar? ¿Por qué?

Se volvió, aunque no quería se volvió para mirarla y pese a la amargura que había notado en su voz, vio que la mujer le miraba casi con compasión. Al ver que la miraba, la mujer volvió a sentarse, pero su mirada pareció marcharse lejos, muy lejos... Ella tenía razón ¿Quién era él para traerla de vuelta del sueño eterno? ¿De aquel sueño que ella había ansiado con tanta intensidad? Incapaz de articular palabra, se volvió hacia la entrada y abrió la puerta.

- No estaban, Kronkar...- murmuró la mujer desde la cama.

Kronkar bajó la mirada, a su mano sobre el pomo.
A su espalda, Liessel murmuraba para sí, embargada por la pena.

- No estaban... no estaban...

Salió tan rápido como pudo y cerró la puerta tras de sí. La lluvia repiqueteaba en los tejados y toldos del callejón oscuro, pero no importaba. Llamó a su compañero a su lado y se echó a caminar, con la eterna pregunta en su mente, atormentándolo.

¿Por qué, Kronkar? ¿Por qué?

Una noche en Lunargenta V

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Laderas de Trabalomas, principios de noviembre:

El sol del mediodía brillaba con fuerza por encima de sus cabezas, arrancando de sus frentes perladas gotas de sudor que trazaban sendas invisibles tras sus pasos. Los dos contendientes se miraban fijamente a los ojos, deslizando un puie tras otro en una danza circular, midiéndose con mirada expera, atentos a cualquier movimiento de su oponente.
No había espectadores en las gradas desiertas, ni tampoco se percibía la actividad que era usual en la vieja mansión Ravenholdt, pero pese a too habían preferido elegir con cuidado los días de entrenamiento en la casa madre.

El sonido de los cascos de un caballo marcó un alto en la extenuante sesión. Sin volverse pero sin correr, la mujer se encaminó hacia la parte trasera de la casa, oculta a la vista, mientras su compañero se adelantaba al encuentro del jinete.

- Salud, Nerisen- dijo el hombre desmontando ágilmente del caballo negro. - ¿Todo en orden

Vestía un pulcro traje oscuro, a juego con su impecable peinado y la elegante maleta de piel negra que llevaba en la mano.
El elfo le saludó con un leve movimiento de cabeza, secándose el sudor de la frente con el brazo desnudo. Llevaba el pelo recogido en una tensa coleta y el sudor bañaba el torso descubierto.

- La casa esta vacía, como dijiste.- concedió el sindorei- Hemos estado practicando toda la mañana ¿Tienes los papeles?

El hombre asintió y dirigió su mirada a la mujer que caminaba hacia ellos desde la parte trasera de la casa. Era de estatura media y llevaba el largo cabello rubio trenzado y colgando por encima de su hombro derecho. Vestía ropas de cuero, oscuras y gastadas, y también su rostro estaba perlado de sudor. Percibió el recelo en sus ojos, aquel breve instante antes de verlos repletos de la alegría del reconocimiento.

Nerisen vio como el humano trataba de parecer impasible, pero no escapó a su aguda vista su inceridumbre. Wolfe inspeccionaba a la recién llegada con la misma intensidad que había puesto él mismo en aquella idéntica situación. Podía anticiparse a su razonamiento:

Ahí está, camina hacia mí, es real. Es su rostro, pero no hay rastro de la Plaga, realmente es humana, pero ¿Cómo? ¿Es ella realmente?

La mujer también lo percibió, y se detuvo prudentemente a unos metros del recién llegado. La sonrisa de sus labios menguó hasta desaparecier, consciente como era de la evaluación de la que era objeto. Le miró fijamente a los ojos y entonces, solo entonces, hubo reconocimiento en la mirada del humano.

- Hola, señor Lobo.

La sonrisa había vuelto a los labios de la mujer, y a su mirada.
Winstone Wolfe trató de asimilar que lo que veía era real y tendió las manos abiertas hacia ella. La muchacha las tomó entre las suyas y el hombre pudo sentir la calidez de su piel. No podía estar muerta, no, no lo estaba. Estaba viva... ¡viva!

- Liessel... - acertó a decir.

Se demoró un instante más en observarla y luego se recompuso. Era evidente que cientos de preguntas se agolpaban en su mente sin que ninguna de ellas fuera lo suficiente concreta. Todas parecían, en su variedad, apuntar a la misma endiablada incógnita ¿Cómo?

Nerisen sonrió para sí, satisfecho de no ser el único en haberse visto asaltado de dudas al verla, pero aún así le alegró saber que Liessel había dado un paso más en su retorno.

***

La fresca penumbra que reinaba en el interior de la casa era bálsamo suficiente para el calor del exterior. Sentados a la mesa, Liessel y Nerisen esperaban con un deje de impaciencia a que Winstone Wolfe sacara una carpeta de su oscura maleta.

- Bien, el tema de los papeles ha sido relativamente sencillo. - explicó el hombre tomándo asiento- Recientemente ha llegado a los reinos del Este un resurgimiento de la Plaga y los no-muertos atacan pobaciones humanas a diario. Hay centenares de muertos y de desaparecidos, de modo que contamos con un buen surtido de personalidades entre las que escoger.

Liessel miró a Nerisen y este asintió: los rumores eran una realidad. La Peste había vuelto. Arthas debía haberse hecho fuerte en el norte mientras la Horda y la Alianza jugaban a la guerra. La mujer suspiró con amargura: después de todo, su lucha había sido en vano.

Al otro lado de la mesa, Winstone continuó:

- Hemos localizado el caso de una mujer joven, una viuda de los Páramos. Es especialmente conveniente porque no tenía familia alguna: su marido era un marino de la Armada que se perdió en el mar hace algunos meses. No tenían hijos. Su pasado es un agujero negro, era una doña nadie hasta que se casó. Tras la muerte de su marido, se recluyó en la hacienda familiar.- comprobó un par de notas- Fue asaltada por la Plaga en una de las oleadas en los Páramos. Los vecinos ignoran qué fue de ella y tampoco les preocupa. Su cuerpo apareció flotando cerca de una de nuestras bases de operaciones. Parece una baza segura.

Sacó una nueva carpeta de su maletín y se la tendió a Liessel.

- Su nombre era Loraine. Loraine Ruran. Tenía dieciocho años, creo que puedes dar el... - se detuvo un instante, creyendo percibir un cambio extraño en el gesto de Liessel- ¿Ocurre algo?

La mujer tomó aire levemente y negó con la cabeza.

- Disculpa. Continúa, por favor.

Wolfe frunció el ceño y miró a Nerisen, pero él tampoco parecía entender.

- Bien, más o menos tenía tu misma estatura, pero su pelo era rojo, de modo que tendremos que hacer algo con esa melena tuya. Como los Páramos no son una zona demasiado segura, tienes la excusa perfecta para buscar una nueva casa. Podemos proporcionarte una, si lo deseas.

Liessel sonrió, pero su sonrisa era triste y enigmática.

- No hará falta, Winstone.- dijo al fin- Sé exactamente dónde buscar.

***

Sin la camisa de su pulcro traje, Wolfe resultaba casi más intimidante que con su "uniforme" de trabajo. Los brazos eran gruesos y poderosos, y el pecho tan amplio que hubiera podido abarcar varias mujeres del tamño de Liessel.

Al otro lado del círculo de lucha, Liessel se inclinó hacia delante y entrecerró los ojos, como un felino a punto de saltar.

- Bien, bien, bien...- sonrió el Señor Lobo con diversión en la mirada- Veamos qué es lo que recuerdas, señorita.

Desde las gradas, Nerisen observó a los dos contendientes.

El combate comenzó.