En los Confines de la Tierra XIV

jueves, 24 de diciembre de 2009

Dos días después:

La humedad había llegado por sorpresa, de modo que ahora al calor y al polvo, se unía el sudor, convirtiendo a los luchadores en extraños espectros de aspecto terroso. En el sector del patio que los trolls habían tomado para sí, Zai´Jayani palpó disimuladamente la faltriquera de piel de rata que llevaba escondida en la corta túnica y se encaminó, con pasos largos y despreocupados, hacia el barracón dormitorio. El resto de esclavos siguió disfrutando del brevísimo descanso en el entrenamiento, y lavándose el rostro en el pequeño caño del que brotaba el único agua disponible del patio.
Al llegar a la puerta, hizo un discreto gesto con la cabeza al guarida que custodiaba el umbral, y este asintió levemente, se hizo a un lado y le dejó pasar. En el interior del barracón el calor era asfixiante, pero al menos el sol no escocía. Las moscas revoloteaban en aquella sombra y cuando se sentó junto al camastro, las espantó con la mano.

- ¿Tas despie´ta?- dijo en voz baja, inclinando sobre el bulto que reposaba en el camastro.

Un sollozo débil se escuchó en el silencio del barracón. Zai´Jayani contrajo el rostro en un gesto de dolor y la contempló con compasión.

- Sé que duele, bichito- dijo con ternura, acariciando el cabello empapado en sudor.- He t´aido algo, te ayudará.

Sacó la faltriquera de piel de rata de bajo de su túnica, y del interior de esta, unas hojas alargadas y carnosas de un intenso color verde, rodeadas de afilados pinchos. Luego, con un cuchillo tallado de madera que acompañaba a las hojas, abrió una de ellas por la mitad, revelando un interior carnoso y húmedo que colocó con cuidado sobre la espalda lacerada. El cuerpo en el camastro se estremeció, reprimió otro sollozo.

Zai´Jayani suspiró al contemplar las heridas. Los hombres de Broca habían aprovechado la ocasión a modo de advertencia para los nuevos reclutas y habían usado el látigo con saña, con deliberada violencia, de modo que aquel espectáculo sirviera de disuasorio a los posibles trásfugos. El látigo había lacerado la piel brutalmente, y en algunos lugares había arrancado incluso buenos pedazos de carne, el suelo se había regado de sangre, mientras la muchacha caía inconsciente, colgada de las muñecas. No pocos guerreros curtidos en las arenas habían apartado el rostro, con los dientes apretados, ante la violencia brutal que se descargaba en el patio.
Apretó los dientes con rabia. Había sabido que aquello ocurriría desde el momento en que Comadreja había decidido escapar del campo de Broca, pero cuando los centauros aparecieron al otro lado de la verja, trayéndola atada por las manos, corriendo todo el camino tras ellos… entonces… entonces había sabido que aprovecharían al máximo aquella oportunidad de terror.

Suspiró de nuevo, sacó una nueva hoja de la faltriquera y la colocó por la parte carnosa sobre las heridas de la espalda, despacio, con tacto infinito. No en vano él mismo había sufrido aquellas mismas heridas. No en vano había sido un sanador en su poblado, hacía tanto tiempo, en la vega del Tuercespina. Instintivamente, una melodía de su pueblo acudió a su memoria, la melodía que las madres cantaban a sus hijos cuando estos estaban enfermos o no podían dormir. Cantó en voz baja, suavemente, aquella melodía casi hipnótica que le trasladaba muy atrás en el tiempo. El cuerpo en el camastro se estremeció y poco a poco, lentamente, dejó de temblar, acompasó la respiración. Cubrió de este modo, sin dejar de cantar, la espalda mutilada hasta que ni un solo jirón de piel asomó bajo las hojas, y cuando estuvo seguro de que el aloe cumpliría su función, centró su atención en el hombro derecho, cubierto por una venda.

Retiró el vendaje con mucho cuidado, lentamente, procurando no dar tirones innecesarios, hasta dejar al descubierto la piel. La quemadura todavía emanaba un calor intenso si acercaba la mano, pero las ampollas habían casi desaparecido por completo. Al menos no se habían regodeado en el placer de la marca: habían hundido el hierro al rojo en la piel cuando estaba todavía inconsciente tras el castigo. Comadreja apenas se había revuelto, había gimoteado con un perrillo herido, pero no se había despertado.

Ahora, la marca que la señalaba como propiedad de Athos de Mashrapur brillaba, casi incandescente, en el hombro. Conocía bien aquella marca, él tenía a su gemela en el mismo lugar: aquella era una señal que nunca desaparecería, que atestiguaría por siempre que era una esclava y que combatía en el oscuro mundo de las arenas.

En los Confines de la Tierra XIII

martes, 22 de diciembre de 2009

El agua era deliciosamente fresca. Se lanzó al estanque con los brazos abiertos, dejó que se cerrara sobre ella como un abrazo, sintió la liviandad de sus brazos y piernas agotados y se sumergió por completo, dejando que aquella maravillosa frescura arrastrara el cansancio lejos de su cuerpo. Cuando no pudo aguantar más la respiración emergió con el cabello pegado al rostro como gruesas anguilas negras, y el rostro radiante de felicidad. Se frotó el rostro con las manos, se frotó el pelo, brazos y piernas para eliminar el polvo, y nadó hacia la pequeña cascada que brotaba del seno de la roca. Consiguió mantenerse precariamente en pie sobre las rocas resbaladizas de musgo y dejó que el agua se precipitara sobre ella llenándola de alivio. De pronto, los pies ya no le dolían, ya no le importaba el agotamiento. Permaneció en el agua, olvidando toda persecución, hasta que los dedos de las manos se arrugaron como si fueran los de una anciana. Solo entonces nadó hasta la orilla de aquel maravilloso estanque y, tras escurrir su túnica y su pelo, se tumbó plácidamente a la sombra de una de las palmeras.
No mucho después, ya descansada y saciada la sed, recordó el hambre y se puso en pie.

No fue difícil conseguir comida: había unos frutos oscuros y alargados que crecían en la cima de las palmeras, justo bajo el nacimiento de las hojas, que tras una difícil escalada y una prudentísima cata, resultaron ser extremadamente dulces y sabrosos. Y fue cuando buscaba más de estos frutos, cuyo nombre desconocía, cuando de pronto, reconoció en lo alto de otras palmeras, algo que le resultaba familiar.
Había sido en las semanas que estuvo en el campo de Frinch, aferrada a los barrotes que la separaban del mercado, buscando desesperadamente a quien pudiera ayudarla, llevar un mensaje de auxilio, pero nadie le prestaba atención, pasaban de largo como quien oye a un perro gimotear. Y fue entonces cuando vio por primera vez aquellas cosas oscuras, redondas y peludas, más grandes que un puño y más pequeñas que una cabeza, que los mercaderes exponían en sus puestos y los clientes compraban con gesto ávido. Había sabido por aquello que aquellas extrañas frutas se llamaban cocos, y que su agua, leche y pulpa eran muy apreciadas en aquellas latitudes por su frescor y su sabor.
Y ahora, muy por encima de su cabeza, los cocos esperaban desafiantes, colgando de la palmera.

Se llevó las manos a las caderas y arrugó la nariz.

- Bien…- suspiró- Acepto el desafío. Ahora a ver como os hago bajar de ahí.

Lo intentó primero del mismo modo que había trepado a las palmeras de los dátiles, ayudándose de pies y manos, abrazando aquel tronco áspero, pero esta era más alta y de algún modo la textura de la madera era distinta, y por cada metro que ascendía, un metro se deslizaba hacia abajo. Tras no pocos intentos, y no menos aterrizajes de nalgas, se puso en pie ya dolorida y obsequió a los cocos con una mirada resentida.
Dio vueltas entorno a la altísima palmera, estudiándola desde todos los ángulos, viendo si fuese posible trepar a una datilera y saltar desde su copa a un punto más alto del cocotero, pero estaban demasiado alejadas entre si. Se frotó el trasero con gesto dolorido: sí, definitivamente descartado.
Una idea cruzó entonces por su mente.
A base de tirones, arrancó de su túnica un largo pedazo de tela convirtiéndola en una extraña vestimenta de dos piezas que mostraba más que ocultaba. Rodeó entonces el tronco con la tela, y enrolló en sus puños los extremos. Tomó aire, miró hacia arriba, y echando su cuerpo hacia atrás, apoyó los pies en el tronco.

- Vamos allá.

En los Confines de la Tierra XII

domingo, 20 de diciembre de 2009

No parecía invierno.

Hasta donde conseguía recordar, los inviernos de su vida habían sido fríos y húmedos, en ocasiones acolchados por un denso manto de nieve. Había corrido por el sendero de piedras que llevaba a la posada, para cruzar el umbral y recibir la bocanada de calor como una bendición. Le había gustado sentarse delante de la chimenea, con la falda extendida en el suelo a su alrededor, como un halo. Allí refugiada en la calidez del hogar, le había gustado mirar por la ventana como, en el exterior, el viento helado y la nieve cubrían poco a poco el mundo.
Ahora hubiera pagado por salir de la posada y tirarse en la nieve sin miramientos. Rezaba por sentir de nuevo el mordisco del frío, la piel estremecida por el viento, cualquier cosa que no fuera aquel calor asfixiante, aquel sol sin tregua, el polvo áspero del camino que se le metía en la boca y le hacía toser.

No parecía invierno.

No sabía cuanto tiempo llevaba caminando. Hacía más de un día que la euforia de la libertad se había esfumado, dejando paso al agotamiento. Creía recordar que había pasado dos noches a la intemperie, echada de cualquier modo en algún cúmulo de rocas resguardado, pero tampoco estaba muy segura. Tampoco sabía en qué dirección avanzaba. Al principio había procurado guiarse por el sol, pero ahora le parecía que el sol venía de todas partes, le dolía la cabeza y le costaba enfocar la vista. Y tenía sed, mucha sed. El agua en aquel lugar parecía básicamente inexistente, la vegetación era exigua, no más que algunos matojos y unos árboles achaparrados y de aspecto seco. También había visto pocos animales, y en alguna ocasión había tenido que dar un rodeo para alejarse de las bestias de aspecto más feroz que descansaban plácidamente al sol y que la vigilaban desde los ojos entrecerrados, valorando si valía la pena el esfuerzo de la caza.

“Si tienen la mitad de hambre yo, no les culparía”

No se permitía descansar salvo cuando estaba demasiado exhausta para seguir. Según le había dicho Zai´Jayani, los hombres de Broca y Mashrapur se habrían lanzado en su búsqueda en cuanto se dieran cuenta de que no estaba, y ahora la seguían, acosándola como a una bestia. No les había visto, y seguía avanzando para poner distancia entre ellos, pero sabía que en aquel tipo de terreno, sus huellas serían un rastro claro que seguir. Por eso no paraba, por eso seguía corriendo, agradeciendo en cierto modo el entrenamiento recibido las semanas anteriores en el campo de Broca y que había mejorado su resistencia. Ahora arrastraba los pies, tropezaba, pero no se detenía, avanzaba con un trote pesado y lento, corría.
El paisaje se deslizaba lentamente a su alrededor , una vista constante de lomas estériles, llanuras sin un ápice de sombra y aquellos árboles achaparrados que parecían sostener el cielo, doblándose bajo su peso. No variaba, siempre lo mismo, siempre la constante sensación de que realmente no avanzaba, de que daba vueltas en círculos. ¿No era aquel cúmulo de rocas el mismo que había pasado al amanecer? ¿Y aquella no era la hondonada que había rodeado para atajar camino?

Sin embargo, no olvidaba que el vergel de Mashrapur tenía un río, apenas un riachuelo, que desembocaba en un estanque. Esa agua, sin duda, debía de provenir de algún sitio, salvo que aquel fuera el único vergel en aquella tierra árida. Impulsada por aquel pensamiento, continuaba su búsqueda, su carrera hacia la libertad, sin detenerse, deslizando la vista por el horizonte en busca del revelador perfil de unas palmeras.

En los confines de la Tierra XI

viernes, 18 de diciembre de 2009

Capítulo sexto:

No entendía. El mundo se extendía a su alrededor sin ningún tipo de fronteras, nada les detenía. Solo tenían que seguir caminando. Tratando de convencerse de que había entendido mal las intenciones del troll, respiró hondo antes de hablar.

- No te entiendo.- dijo al fin, la voz le temblaba- ¿Volver? ¿Al corral?

Zai´jayani asintió, como si estuviera ya acostumbrado a aquella situación y Comadreja negó vehementemente con la cabeza, ansiosa.

- ¡Estamos fuera, Zai! ¡Somos libres!- exclamó- ¡Solo tenemos que correr!

El troll negó lentamente, de pronto parecía viejo, muy viejo. Comadreja miró a su alrededor, buscando con la mirada a aquellos que habían bailado entorno a la hoguera. Sus siluetas desaparecían en la lejanía, hacia el este. Alterada, dio unos pasos hacia atrás, alejándose de Zai. Este suspiró como si le doliera y la miró con ojos implorantes.

- No lo entiendes, Comadreja.- dijo- No hay mane´a de escapah de Athos de Mash´apur. Si ansias tu libe´tad, tendrás que luchá pa ganá la espada roma. Esa se´á tu libe´ación.

Encogida como un gato a punto de saltar, la muchacha negó con la cabeza, incapaz de creer lo que oía.

- No pienso volver.- siseó, repentinamente sin aliento.- No voy a volver. Podemos huir, podemos correr y escondernos, no nos encontrarán.

Zai se acercó a ella, mostrando las palmas de las mano hacia arriba, como si se acercara a una criatura salvaje a la que intentara apaciguar. Comadreja retrocedió y el troll frenó su avance.

- Este- dijo llevándose la mano a la marca del hombro- es el p´ecio po dese´tar. No sabes hasta donde se e´tiende la sombra de Mash´apur. Lo ve to, lo sabe to, del este al oeste sus ojos vi´ilan. Tié hombres en cada rincón, en cada aldea. Eh temido y re´petado, nadie quié enemista´se con él. Pués correr, esconde´te, pero ta´de o temp´ano tendrás que ir a una aldea, y entonces te traerán de vue´ta.

- ¡No nos encontrarán! ¡Llevamos una noche entera de ventaja!- Comadreja miraba hacia el oeste y retrocedía, tendiéndole las manos, incitándole a seguirla, pero el troll permanecía inmóvil.- ¡Zai!

Zai´jayani suspiró y su gesto se turbó como si cientos de pequeños alfileres se clavaran en su pecho. Había compasión en la mirada.

- Vuelve conmigo, Comadreja.- rogó- Juntos encont´aemos la fo´ma de seh lib´es. Si esta mañana no estás en el patio, Broca manda´á a busca´te. Sus homb´es son brutales, bichito, y no t´atan bien a los dese´tores. Te atacaran, te ama´aran como si fue´as una bestia... Te marcarán, po dent´o y po fue´a. Si no eres útil, no duda´án en mata´te. Vuelve conmigo, po favó.

Comadreja contempló a su compañero con ojos implorantes. No pensaba regresar, era algo que no admitía discusión, pero no quería dejarle allí. Quería la salvación, la libertad para ambos. Podía ver también la misma lucha de Zai, aunque no la entendiera. Sencillamente no lograba concebir que pudieran atraparlos si huían juntos. Zai tenía un amplio conocimiento de la fauna y la flora de la región, era algo que había podido comprobar personalmente cuando sucedió el incidente de los alacranes. Y lo más importante ¡Ya estaban fuera! Solo tenían que elegir en qué dirección huir y moverse con discreción, evitando las poblaciones... Miró hacia el oeste, en dirección contraria al campo. Allí todavía faltaba para el amanecer, todavía era seguro.

- Por favor.- la voz de Zai la hizo volverse.

El troll seguía allí, con aquel gesto apesadumbrado, con las manos tendidas hacia ella, implorantes. Su cuerpo tendía hacia el este, como si la urgencia del regreso tirara de él pero la muchacha le retuviera. Se miraron, se rogaron en silencio que cada uno claudicara y siguiera al otro, mientras en el este, el sol ascendía en el horizonte, partiendo el cielo en dos, haciendo huir a la oscuridad hacia poniente, siempre hacia poniente. Comadreja se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no veía amanecer más allá de la empalizada. De nuevo el anhelo de libertad tiró de ella hacia un lado, la lealtad hacia el otro. De pronto, el sonido del cuerno atravesó el amanecer, la señal que anunciaba el comienzo de un nuevo día en el campo de Mashrapur. En cuestión de minutos, todos los esclavos se presentarían en el patio. No quedaba tiempo. Comadreja tomó aire y miró al que había sido su maestro y compañero los últimos meses.

- Lo siento.- murmuró, y tras llevarse la mano al corazón, comenzó a correr.

Zai´jayani contempló su silueta alejarse en la estepa polvorienta, hacia donde el cielo todavía era oscuro.

- Sue´te, pequeña Comadreja.- susurró, y emprendió de nuevo el camino hacia la cautividad.

En los confines de la Tierra X

jueves, 17 de diciembre de 2009

Aquella noche cayó rendida en cuanto se tendió en el duro camastro. El oscuro barracón estaba sumido en el particular sonido del sueño de los reclusos: ronquidos, respiraciones pesadas, quedos sollozos, ventosidades, algún gemido...

Tras el entrenamiento de aquel día y la extraña tarde con Zai´jayani se encontraba en un extraño estado de ánimo. Su cuerpo quería dormir,agotado, pero su espíritu estaba alterado, exultante por la inmensa sensación de avance que le había trasmitido aquel último día. Ya no sabía cuanto tiempo llevaba en aquel lugar, convertida en uno más de los esclavos luchadores de Athos de Mashrapur, limitada su vida a aquella rutina de entrenamientos constantes, comida proteínica y exigua, el ambiente cargado de polvo, la disciplina en la instrucción y los enfrentamientos en los momentos de descanso. Cada día el mismo ciclo. Cada día vuelta a empezar. Por alguna extraña razón, Zai´jayani había decidido adoptarla como mascota, lo cual hubiera resultado humillante de no ser porque aquello le había evitado convertirse en el blanco de todos los ataques e insultos dirigidos a la única representante de la raza humana en aquel campo de concentración.

Pese a todo, Cobra manifestaba abiertamente su desprecio hacia ella; aunque no había recurrido a la violencia fuera de los entrenamientos, la había convertido en el objetivo de sabotajes de variada gravedad. Estaban los más simples, pero no por ello más inofensivos, como la ocasión en que untó de aceite la empuñadura de sus armas, haciendo que resbalaran de sus manos durante las maniobras, pese a la arena y el magnesio. En otra ocasión, sin embargo, había encontrado alacranes en el humilde arcón en el que guardaba sus escasas pertenencias. Afortunadamente solo uno de ellos le había picado y la cantidad de veneno inyectada había sido mínima. Aún así,la mano izquierda - la más lenta en reaccionar- había enrojecido violentamente, palpitando de dolor, y se había inflamado de tal modo que no pudo flexionar los dedos hasta que Zai abrió un corte sobre la herida y sorbió el veneno antes de aplicarle unas extrañas hierbas mascadas.
Por lo demás, Zai´jayani no intervenía en conflictos de ningún tipo. Su sola sombra bastaba para ahorrarle problemas, pero no era algo que hiciera conscientemente, de modo que dejaba que se enfrentara ella sola a los riesgos que no salvaba su compañía.

Suspiró y se dio la vuelta en la cama y de pronto, allí frente a ella, se encontró con los ojos color fuego de Zai´jayani, mirándola fijamente desde la oscuridad.

- ¿Qué...?- sususrró, pero el troll se llevó un dedo a los labios, indicándole silencio.

- Vi´tete. T´espe´o fue´a.- fue su respuesta, y dicho esto se fundió de nuevo con las sombras.

Intrigada, Comadreja se incorporó en el camastro y tanteó en busca de su túnica. Una vez la ciño a su cintura con el cordón, bajó los pies al suelo y salió sigilosamente del pabellón.

Zai esperaba fuera, una sombra más en la oscuridad. Sin decir nada, echó a andar hacia la sombra que proyectaban los edificios a la luz de la luna, y le siguió. Avanzaron en silencio, al amparo de la oscuridad, cruzando todo el campo hasta llegar a la alta empalizada que delimitaba el recinto y la siguieron. Cada vez más intrigada, la muchacha fue tras su guía, esforzándose por permanecer en silencio mientras las preguntas se agolpaban contra sus labios. Llegados a un punto la empalizada quedó oculta por un granero, dejando un espacio tan estrecho para pasar que debían avanzar completamente aplastados contra la pared. Al cabo de unos instantes, el estrecho camino desembocó en un pequeño espacio en el que no hubieran cabido más de tres personas entre el granero y la empalizada, debido a unos tablones y otros materiales de construcción apoyados contra el muro. Zai volvió a hacerle señal de silencio y comenzó a retirar, uno a uno, los pesados tablones para apoyarlos en la pared del cobertizo. Y entonces, lo imposible.

En la empalizada de altura imposible se abría un pequeño hueco, suficiente para pasar estrechamente, conseguido sin duda con la extracción de uno de los postes que la componían. Más allá, el infinito de la noche esperaba en silencio.

Comadreja no pudo reprimir un jadeo ante aquella revelación, y se volvió hacia Zai con los ojos llenos de sorpresa y gratitud, pero el troll negó con la cabeza y le indicó con un gesto que pasara al otro lado. Con el corazón saltando en su pecho, la muchacha cruzó hacia su libertad y esperó con impaciencia a que su compañero hiciera lo mismo. Una vez fuera y antes de permitirle hablar, Zai´jayani señaló un diminuto cúmulo de rooibos y matojos y ambos corrieron agazapados hasta su refugio. Cuando se encontraron por fin ocultos en aquella exigua espesura, Comadreja se volvió hacia su compañero para darle las gracias, pero encontró al troll mirándo hacia algún lugar al oeste, donde un resplandor rojizo se intuía en el horizonte.

- Vamos- dijo por fin el guerrero.- Nos están espe´ando.


***

El resplandor estaba más lejos de lo que había intuido pero en algún momento de la marcha hacia el oeste comenzó a oir los timbales. Resonaban en la noche, primero como un sordo rumor y luego, según se acercaban, comenzó a distinguir el ritmo salvaje y desenfrenado que invocaban. Zai caminaba en silencio, con los ojos fijos en el resplandor de la lejanía, y avanzaba con una determinación que rozaba el fanatismo y que Comadreja no se atrevía a interrumpir con sus preguntas.

Durante aquel silencioso camino Comadreja fue haciéndose poco a poco consciente del lugar en el que se encontraban. Era un paraje salvaje, árido como habría intuido en el corral de Mashrapur, pero allí había árboles dispersos, y algunos pequeños cúmulos de vegetación que resplandecían a la luz de la luna. Sabía que había visto un paisaje como aquel, pero no conseguía recordar donde, y de todos modos no se paracía nada al vergel exultante en el que Mashrapur tenía su palacio.

Hacía calor.

Aunque según sus cálculos debían encontrarse a las puertas del invierno, vestía solo con aquella túnica corta, con las piernas y los brazos desnudos, y no sentía frío. El ambiente seco y cálido recordaba más al verano en las tierras del sur, y se preguntó en qué lugar del mundo las estaciones tenían tan poco efecto sobre el entorno. También la vida nocturna de aquel lugar atraía su atención. De cuando en cuando, al mirar hacia una zona especialmente arbolada o hacia unos matorrlaes, podía ver el brillo de unos ojos en la oscuridad, o una sombra diminuta correr rauda hacia el resguardo de unas rocas.
Durante el resto del camino, permaneció atenta a su entorno, exultante de poder correr en campo abierto, dejando cada vez más atrás el campo de esclavos de Athos de Mashrapur. No había sido consciente de lo que ansiaba dejar su mirada vagar por el horizonte hasta que la infame empalizada había rodeado todo su mundo. Ahora corría hacia la libertad, podría recuperar su pasado, todo lo que le había sido arrebatado...

Al cabo de unos minutos, ascendieron una suave loma y ya desde su cima, contempló el lugar hacia el que se dirigían.

En una depresión del terreno, unas silueta oscuras se recortaban contra el resplandor de una gran hoguera cuyas llamas se elevaban a gran altura. Giraban entorno al fuego con movimientos rítmicos y grandes saltos mientras, unos metros más allá, otro grupo parecía marcar el ritmo desenfrenado de los timbales, que se escuchaban desde allí de manera mucho más clara. Una voz se elevaba por encima del estruendo de los tambores, y aunque podía distinguirse una cadencia casi musical, Comadreja no pudo distinguir lo que decía, o si cantaba o declamaba.
Los ojos de Zai´jayani, fijos en la escena, reflejaban el fuego de la hoguera dándoles un brillo sobrenatural.

- Ya hemos llegado.- dijo el troll, sonriendo por primera vez desde que se marcharan- ¡Vamos!

Bajaron corriendo la loma, agrandes zancadas henchidas de libertad. Brincaron de tal modo que bien hubieran podido descender rodando por la ladera, bajo el cielo estrellado sin más cadenas que sus propias convicciones. Llegaron a la hoguera sin aliento, resollando como caballos, y ya allí, con el calor de la lumbre lamiéndoles el rostro, la muchacha contempló con fascinación aquella extraña reunión.

Eran diez, tal vez doce trolls, vestidos únicamente con vistosos taparrabos, con los torsos tatuados, y los brazos, y los rostros. Sus pieles variaban de tonalidad de unos a otros, pero el resplandor del fuego los bañaba a todos en un resplandor dorado, y bailaban rítmicamente entorno a la hoguera, alzando los brazos y saltando, riendo y gritando, imbuidos de un exultante espíritu de libertad. Otro troll, vestido con una túnica de vistosos colores, de cabello rojizo como el de Zai, se mantenía a cierta distancia del fuego y agitaba rítmicamente un objeto que sostenía en las manos. Era este el troll al que había escuchado desde la loma, y aunque ahora si podía afirmar que cantaba, su ritmo se acercaba más al de algún tipo de invocación y, definitivamente, no podía entender lo que decía. Eran tres los trolls que, junto a él, golpeaban rítmicamente los tambores, invocando aquella cadencia desenfrenada. Estaba tan absorta en aquel ambiente febril que tardó unos segundos en darse cuenta de que Zai´jayani se había acercado al troll que cantaba y esperaba con gesto humilde a que terminara.
Sintiéndose pequeña y extranjera en aquel ritual, se acercó un poco a ellos, manteniéndose a parte los suficiente para no invadir la privacidad de su encuentro pero no tan lejos como para sentirse desamparada. Se sentó discretamente, dejando que aquel ritmo resonara en su cabeza y en su pecho, llevándoselo todo. Quería preguntar a Zai qué harían, a donde irían ahora que habían dejado atrás la esclavitud, pero el troll parecía concentrado en el baile entorno a la hoguera, en su humilde espera, e irradiaba tal impresión de poder que no se atrevió a interrumpirle.

Al cabo de unos minutos el canto cesó pero no la música ni el baile. Zai intercambió unas palabras en su lengua con el otro troll y este le puso las manos en los hombros con paternalismo. No pudo entender lo que decían, pero acto seguido Zai sacó de un saco otra túnica y se deslizó en su interior, ocultando así los tatuajes y las cicatrices, y la terrible marca que le señalaba como esclavo. De este modo, se acercaba mucho más a la percepción que había tenido de él aquella tarde, cuando le había enseñado a gritar.
Luego, a una señal de su compañero, ambos retomaron el canto, adaptando sus voces en distintos tonos, elevándolas y bajándolas coordinadamente, con los ojos febriles fijos en la hoguera, arrebatados sus espíritus por aquel delirio mistérico.

Aquella celebración de la libertad llenó la noche durante horas, y en ningún momento descansaron ni los danzantes ni los músicos. Solo cuando se intuyó el claro resplandor del amanecer en el horizonte, como una fina linea incadescente perfilando la loma, se dejaron caer exhaustos en el suelo.

Comadreja despertó. No recordaba haberse quedado dormida, pero cuando abrió los ojos, la hoguera había desaparecido, y también los bailarines. Se puso en pie aturdida, sacudiendo el polvo de su ropa, y buscó a Zai´jayani con la mirada, para encontrarlo un poco más allá, sin la túnica ya, con la espalda surcada de cicatrices y la marca de su hombro como un grueso trazo de plata en su piel azul. Se acercó a él todavía entumecida por el sueño, arrastrando los pies, con el negro cabello revuelto. El troll se volvió hacia ella y sonrió con tristeza.

- Es hora de volver.

Comadreja arqueó las cejas, todavía adormilada, sin entender.

- Es hora de volver.- insistió Zai, señalando con la cabeza en dirección a la loma por la que habían llegado.

Aquellas palabras se enredaron en la conciencia adormilada de Comadreja, quien primero parpadeó, luego arrugó la frente y por último frunció el ceño con incomprensión y rabia al comprender.

Asuntos Pendientes XXI

martes, 15 de diciembre de 2009

El río murmuraba en plata, metros por debajo. El aire frío de la noche empezó a acariciar las copas de los árboles y la incipiente oscuridad obligó a los forestales a encender los faroles. En algún lugar del bosque, un lobo llamó a la luna que asomaba por el horizonte. Y en el Refugio Pino Ámbar, en las Colinas Pardas, el anochecer traía calma.

- Prométemelo.

Imoen suspiró, y contempló, completamente dividida, la mano que estrechaba la suya. Por una parte, aquel contacto era cercano, honesto, amigable, un contacto insospechado, casi ansiado años atrás, cuando habían servido juntas en Inteligencia. Liessel había resultado entonces lejana, violentamente inaccesible. Había podido conocerla a través de su diario mucho después, desde la prudente distancia que da el tiempo, cuando tuvo la certeza que nunca le hubiera revelado todo aquello por ella misma. Había comprendido, al leer el diario de la espía, cuan parecidas eran en realidad, cuan humana era la mujer que se ocultaba tras los escudos. Cuan vulnerable…

Ahora aquella mujer le tomaba la mano, y en aquel momento, mirándole las manos desnudas, se dio cuenta de que nada más podía ver de su piel. El rostro y las manos, solo el rostro y las manos y tan fuerte como aquella repentina intimidad, sintió la urgencia por retirar la suya, el asco…

Jamás, jamás hubiera pensado que pudiera estar tan cerca de uno de ellos y no clavarle inmediatamente cinco pulgadas de acero en el corazón. Si es que tenían… Había visto con sus propios ojos el Apothecarium, había estudiado, junto con Lobo, las terribles Pestes que se cultivaban allí. Había visto las ardillas. Había escuchado la historia de Gregory Charles, la macabra narración de cómo recuperaron un cadáver de las costas de Feralas; de cómo, con ayuda de la brujería, habían devuelto al cuerpo un fragmento de su alma, un alma tan torturada y enloquecida que en nada se distinguía de un geist o cualquier otra criatura de la peste. Había oído de los ingenieros y alquimistas que habían sido necesarios para devolver la cordura a aquella mente enloquecida, para devolverle el control sobre aquel cuerpo recompuesto, remendado, rígido por el frío de la muerte.
Una nueva peste, había anunciado Charles con orgullo, una peste refinada, completamente distinta a todas las anteriores.

Y ahora, el producto de aquella peste, aquel producto que sentía como había sentido cuando estaba viva, que recordaba todo lo que había vivido antes de aquella fatídica batalla, aquel producto que había intentado matarse al comprender en qué se había convertido, que apretaba los dientes con rabia, que sufría por la suerte de sus seres queridos, que lloraba de alegría, que ahora le sujetaba la mano y la miraba fijamente…

Aquel producto le pedía una promesa.

Respiró hondo, convocó para sí todo el poder que tenía el pasado, todo lo que sabía que yacía en la profundidad de aquella mujer, viva o muerta, y todo lo que tenía la esperanza de que siguiera siendo. Porque quería creer. Quería creer para no sentir que daba su palabra a un monstruo. Y en honor de lo que fue, y de lo que podría seguir siendo, habló.

- Lo prometo.

Asuntos Pendientes XX

La hechicera llegó con el sol ya en las alturas colándose como dedos de luz entre las ramas de los árboles. Montaba un castrado negro, alto y fuerte, una bestia hermosa, y una elegante capucha oscura ocultaba su rostro.
Arrodillada ante un venado a medio desollar, Loraine Auburn estudió a la recién llegada. No llevaba armas a la vista, ni tan siquiera un amuleto, pero hacía mucho tiempo que Liessel había dejado de necesitar semejantes rasgos para identificar a un mago. Era algo en su apostura, aún sin verle el rostro. Era el leve aroma que le traía el aire, olores tan exóticos como familiares, olor de alambiques, de partículas arcanas. Detectó también algo más, algo que no supo identificar...

No recordaba la última vez que había llorado. Hacía tiempo que su dolor se convertía en rabia, no se permitía sucumbir a las lágrimas. Hacía mucho más tiempo que no tenía razones para llorar de alegría. Ahora, sin embargo, las lágrimas brotaban de sus ojos sin descanso, empapando su rostro; un rostro que sin embargo no mostraba dolor, un rostro que reflejaba el gesto beatifico de quien ha recibido una visión divina, una revelación maravillosa. Aquella bendición la recorrió como una ola cálida, sobreviniéndole repentinamente, debilitando sus rodillas...

Eh...- dijo Jeremías- Estás muy lejos de aquí...

Liessel se disculpó y volvió al trabajo. Escuchó a la recién llegada desmontar con la agilidad de quien no solo es una experta amazona, sino que además ha gozado de la compañía de animales desde la infancia. Tenía una voz dulce cuando la oyó dirigirse a Ackerman. Cuando volvió a levantar la vista, Matthew se estaba ofreciendo para hacerse cargo de su montura, pero, pese a que el sonido le llegaba muy tenue, entendió que la visitante deseaba hacerse cargo del caballo ella misma.

- Por aquí, señorita Lumber- dijo Dumont, que había salido a recibirla- La estábamos esperando.

- Gracias, Teniente.- respondió ella, sin retirar la capucha, y ambos desaparecieron en el interior del refugio.


Frente a ella, Imoen permanecía en silencio, observándola. Más allá, junto a la fragua, Brom miraba preocupado en su direcciónm, sin atreverse a intervenir. En realidad no le importaba, ahora solo podía sentir el alivio más inmenso e insospechado... Quería reir...

Se estaba estirando como un gato cuando unos golpes leves pero constantes sonaron en su puerta. Interrumpida su relajación, Liessel se irguió y se acercó a la puerta con dos zancadas.

- Hola, preciosa- dijo Brom cuando le encontró al otro lado de la puerta.

Loraine Auburn sonrió, anticipando una noche más en el refugio de sus brazos, pero la sonrisa no llegó a surgir al ver tras el enorme herrero una figura menuda que no conocía.

- Brom...- concedió, algo confundida y dejando de lado cualquir tipo de intimidad - ¿En qué puedo ayudarte?

El hombretón se hizo a un lado levemente y cedió el paso a la mujer que aguardaba detrás. Era menuda y muy joven, apenas una muchacha, Tenía un rostro dulce y agraciado y unos inmensos ojos verdes como esmeraldas. El cabello lacio recogido en la nuca, del color de la paja en verano, le recordó a Liessel al suyo hacía tanto, tanto tiempo...


Esos ojos... Sí, sí, como aquellos otros que habían penetrado en su alma, que la habían hecho sentir, por una vez, amada. Aquellos ojos que la encendían, que la llenaban de calidez, y ahora, en aquel rostro que se le antojaba perfecto, de un alivio insospechado, como si su pecho se hubiera llenado de pronto de luz...

- Buenas noches, señora...- saludó la joven, visiblemente cohibida pero con un brillo de curiosidad en la mirada.

Loraine Auburn arqueó una ceja. Liessel también.

- El teniente Dumont -explicó Brom- necesita que un agente se haga cargo de explicar a Ave... a la señorita Lumber el funcionamiento del Refugio y el problema con el aserradero de Arroyoplata.- arqueó las cejas dando énfasis a sus palabras- La envían del Kirin Tor, tiene el encargo de informar a su regreso.

La guardabosques asintió.

- Ya veo...- miró a la muchacha y le sonrió amigablemente- No hay problema, puedo hacerlo yo.

Brom sonrió, gratamente sorprendido.

- ¡Ah! ¡Estupendo! ¡Bien, bien!- exclamó, frotándose las manos. Miró hacia la penúmbra que se acercaba desde el exterior.- Bueno, ahora es tarde. Sólo queda presentaros y retirarnos temprano. Si tenéis que llegar al aserradero antes de que atardezca, deberéis salir antes de que amanezca- inspiró profundamente- Bueno, Loraine, esta es Averil Lumber, de la Escuela de Magia de Dalaran. Señorita Lumber, esta es Loraine Auburn, nuestra más reciente adquisición y una de nuestras exploradoras más curtidas.

La mujer y la muchacha se estrecharon la mano, sonriéndose desde la prudencia.

- Encantada- dijo Loraine.
- Un placer.- respondió la hechicera.


Viva, viva, viva. Su hija viva... Su hija convertida en una muchacha resuelta, hermosa, curiosa y agradable, una hechicera como su padre... Su hija a salvo... Bellota... El mote le hizo sonreir, por encima de las lágrimas. Bellota... Una alegría inconmesurable, inmensa, llenó su pecho, le cosquilleó en la garganta. Y rió, rió sin miedo, sin sombra de duda, con carcajadas de nuevo jóvenes, llenas de libertad, por encima del llanto, convirtiendo las lágrimas en un arcoiris como cuando el sol asoma entre las nubes de lluvia...

A una distancia de unos pasos, Imoen contempló la transformación de aquella mujer, presenció con asombro por primera vez como aquel rostro que había sido iracundo, torturado, pero que por lo general era poco más que inescrutable, se volvía revelador, inmbuido de pura felicidad... La vio llorar y reir al mismo tiempo, allí, sentada en el suelo, como una alegre marioneta a la que hubieran cortado todos los hilos.

"Pero está muerta"

Aquella certeza la golpeó como una maza, le hizo apretar los puños. Muerta, y sin embargo tan viva... ¿Puede alguien muerto sentir esa alegría genuina? ¿Llorar de felicidad? ¿Sentir auténtico amor? ¿Mostrar de aquel modo la esencia de la vida? Viva... y sin embargo tan muerta...
Apretó los dientes, odiándose al mismo tiempo por la tensión que violentaba su cuerpo, que obligaba a contener su odio, y por otro, por aquella alegría pura que se le contagiaba, que amenazaba con conmoverla...

- Gracias.- aquella palabra, pronunciada con una sinceridad abrumadora, le hizo mirar de nuevo con atención a la mujer.

Liessel descansaba las manos sobre el regazo, con los ojos enrojecidos por el llanto pero el rostro radiante de felicidad y de agradecimiento.
Se acercó un paso hacia ella, contra su voluntad, se acuclilló para poder mirarla a los ojos.

- ¿También estarás muerta para ella?- dijo con más dureza de la que pretendía, pero Liessel no acusó este hecho.

Negó con la cabeza con melancolía, pero sin dejar de sonreir, una sonrisa más tranquila, casi intima.

- Esa niña es feliz con lo que es ahora.- dijo la guardabosques- No le arrebataré su felicidad. Y yo soy feliz solo sabiendo que está viva y que está bien. Nunca jamás la perderé de vista, pero has de prometerme que nunca le dirás quien soy en realidad.

Le tomó entonces la mano, con suavidad, la estrechó con la punta de los dedos en un gesto amigable, cargado de confianza.

- Prométemelo, Imoen.

Asuntos Pendientes XIX

Percibió la tensión, era casi palpable. Reconoció la ya familiar sensación del primer reconocimiento, la primera comprensión, el primer impacto. Al fin y al cabo, no le era desconocida. No pocos antiguos aliados se habían encontrado en la misma situación. Suspiró con amargura, le cedió los segundos que sabían que eran necesarios para asumir aquel descubrimiento. Diez latidos después se volvió, preparada para la mirada llena de odio y de acusaciones, pero el rostro de Imoen se le antojó inescrutable, aunque supiera el conflicto interior que albergaba. No pudo evitar sonreír: Mirlo había acudido a rostro descubierto, tan contrario a sus principios. Ya casi había olvidado sus rasgos.
El rumor del bosque menguó, como si esperara aquel momento. El cielo ya era fuego y plata.

Imoen habló por fin. También había olvidado su voz.

- Eres… tú.- dijo, y pudo detectar aquel matiz de duda, de incredulidad, y algo más que no quería identificar- Realmente eres tú.

Al principio se encogió levemente de hombros. Quería decirle “Eso parece, así están las cosas” pero sabía que aunque ella misma había tenido un año para asimilarlo (y sin demasiado éxito), evidentemente para su compañera de armas no era tan sencillo. No podía descartarlo como algo irrelevante. Hacía un año, posiblemente se había arrodillado antes su cadáver, tal vez incluso hubiera llorado su muerte, se hubiera mortificando pensando que no había estado allí cuando aquella espada le abrió el vientre. Y ahora, un año después, se encontraba con esta terrible realidad. Sí. Si había llegado hasta aquí, merecía una explicación. Pero ¿Qué decir?

- Cuando Jasmine pasó por aquí, supe que era solo cuestión de tiempo que llegaras hasta mí.- dijo al fin.- Y cuando hablaste con Charles… bueno, supongo que no necesitarás más aclaraciones técnicas.

Maldijo en su interior por el tono de amargura que tiñó su voz. No quería sonar así, no quería que lo entendiera como un reproche. Le hacía parecer débil. Además, la mirada de Imoen le turbaba, hasta ahora nadie la había mirado con acusación, con asco… Pudo imaginar muy claramente el conflicto interior de Mirlo: tiene su rostro, sus ojos, su voz. Parece tan viva…Y sin embargo está muerta, muerta, muerta.

- Estás viva…- dijo en cambio, y no constataba un milagro.

Aquellas palabras cobraron en sus labios un nuevo sentido. Cientos de nuevos significados. Tal vez, pese a todo, lo hubiera asumido. Tal vez, pese a todo, solo necesitara verlo con sus propios ojos.

- ¿Por qué no nos buscaste?- continuó la mujer de cabello oscuro, acusándola con la mirada, apretando los puños- ¿Por qué te escondiste aquí, lejos del mundo? ¿Por qué nos dejaste creyendo que estabas muerta y no ibas a volver? ¿Sabes lo que nos hiciste? ¿Lo que le hiciste a Trisaga?

Kess´an…

Trisaga, su valiente Lágrima de Plata, su Kess´an… En su corazón, había sentido la necesidad de encontrarla, de revelarle su secreto, de volver a mirarla a los ojos, sentir su bendición, su amor. Su corazón la necesitaba, y sin embargo había tenido que luchar contra él. Un puño helado le atenazó el pecho. Se volvió de nuevo hacia el acantilado para que Imoen no pudiera ver su rostro. A su espalda, la mujer interpretó el gesto como una negación de su culpa y tiñó sus palabras de veneno.

- Enloqueció, Liessel.- siguió.- Enloqueció de tal modo que se arañó el rostro y el cuello hasta hacerse sangrar. Permaneció junto a tu cuerpo como si esperara que te pusieras en pie de un momento a otro…Y luego… - Imoen tragó saliva, como doliera- Luego cambió…

“Ah”, pensó Liessel con amargura “tú también la amas”

- Cambió- continuó Imoen- su… su aura mutó, se invirtió. Su don se convirtió en una maldición. Resultaba imposible estar a su lado sin desear la muerte, y ella… ella fue consciente de aquello, se hizo llamar Tormento, se alejó de todos nosotros, la perdimos. Durante más de un año no pudimos encontrarla, fue como si estuviera muerta para el mundo. Muerta como tú… ¡y tú ya estabas de vuelta! – el veneno resonaba amargo en su voz- Tú estabas viva ¡y no tuviste los arrestos necesarios para ir a buscarla…!

Las palabras se clavaron en su pecho como dagas, cargadas de verdad. Apretó la barandilla frente a ella hasta que le dolieron las manos. La voz de Imoen estaba teñida de incomprensión. Por un momento, ninguna de las dos habló. El rumor del río volvió a cobrar protagonismo.

- Tienes que volver. - oyó entonces a su espalda. El veneno había desaparecido, sustituido por un ruego- Tienes que…

- No.

Las palabras brotaron de sus labios sin poder evitarlo. Lentamente se dio la vuelta, miró a la mujer a los ojos. No tenía dudas sobre aquello y su voz se tiñó de firmeza.

- No lo entiendes, Imoen.-repitió- No puedo volver, por Trisaga menos que por nadie. Sabes lo que soy, sabes lo que ocurrirá tarde o temprano. Y ella ya me perdió una vez. No dejaré que pase por lo mismo de nuevo, nunca. ¿Me entiendes? Jamás. Para ella debo seguir muerta. Para todos. ¿Cuánto crees que tardarían en descubrir lo que soy? ¿Y qué ocurriría entonces? Ya es suficiente cargar con lo que soy como para además traicionarles una vez más. No quiero que tengan que matarme…No me lo perdonaría jamás…

Esta vez fue Imoen quien apretó los puños.

- Pero…

Liessel sonrió, pero su sonrisa era triste, resignada, amarga. Se miró las manos.

- No existe otra forma, Mirlo. Yo estaba allí cuando Gregory Charles te describió con todo lujo de detalles las condiciones de mi regreso ¿Recuerdas? Sabes bien lo que significa. En el Apothecarium de Entrañas no hay lugar para la Luz ni para los poderes divinos. Entrañas es peste, y drogas, y desc…- las palabras se enredaron en su boca, fue incapaz de seguir al rememorar el dolor. Apretó los puños. Su voz empequeñeció- Estoy muerta para el mundo, muerta…

Los ojos de Imoen se endurecieron, pero aquello no pudo verlo. Apreció sin embargo el tono de acusación de su voz.

- ¿También para Zoë?

Liessel tembló un instante, por un momento pareció que iba a encogerse sobre sí misma, como si le hubieran herido con un puñal. Tenía la mirada perdida, como si realmente hubiera recibido un golpe. Como si no hicieran más que lloverle golpes…

- ¿Qué le ha ocurrido a Zorea?- inquirió con la voz quebrada.

Mirlo negó con la cabeza con el semblante serio.

- Zorea lloró tu muerte, como todos. Tu diario no dejó indiferente a nadie, de todos modos. Hace tiempo que no sé nada de ella- dijo, acercándose un paso- Pero no hablo de ella, hablo de Zoë. Zoë, no Zorea.

La miró sin entender: Solo había una Zoe, y esa era Zorea, con sus cabellos bermejos, la espina en su alma. Imoen se dio cuenta entonces de que la mujer que tenía enfrente era incapaz de hacer la conexión. No sabía que la niña vivía. Se acercó un paso más.

- Zoë, Zoë Uscci.- dijo- Tu hija.

El gesto de Liessel se endureció, su mirada se afiló.

- Mi diario os ha dado buen entretenimiento ¿eh?- espetó con desprecio- Dejad a los muertos en paz. Si has leído ese diario, sabes tan bien como yo que no tengo ninguna hija.

Escupió las palabras, la ira que despertaba aquello en ella era palpable, aunque no hubiera cambiado su postura, aunque solo fuera la mirada, aunque solo fuera una voz cargada de metales afilados. Ahí estaba, el familiar escudo contra las intromisiones no deseadas. Tan habitual… Tan Liessel… Imoen tomó aire, consciente de la importancia de la revelación que iba a hacer. Escogió con cuidado las palabras, y cuando tuvo más o menos claro como proceder, habló.

- Tu hija vive, -comenzó, y cuando Liessel la miró con furia no se de tuvo- se hace llamar Averil Lumber y cualquiera que te conociera podría decir de quien es hija. Tiene tu rostro. Y los ojos de Dishmal. Y un carácter de mil demonios que no sabría a cual de los dos atribuir primero. Tú la viste, Loraine Auburn, tu conociste a la joven enviada del Kirin Tor ¿recuerdas su nombre? ¿Recuerdas su rostro?

- ¡Ya basta!- estalló Liessel, sus ojos ardían como hielo quemante. Se irguió en toda su estatura, su postura cambió, se volvió amenazadora. Irbis hacía acto de presencia. Imoen luchó por no retroceder y se mantuvo en su posición- ¡Ya basta, joder! ¡Ya basta de tantas fantasías que no hacen bien a nadie! ¿Tanto me odias? ¿Por qué me torturas? ¡Olvídate del puto diario! ¿Entiendes? ¡Olvida todo lo que leíste!

Lejos de amedrentarse, Imoen acusó más con el cuerpo, como si quisiera obligarla a escuchar.

- Precisamente por lo que leí, sé que lo digo es cierto.- insistió- Tu hija desapareció en la Ciénaga Negra, Brontos Algernon huyó para salvarla, y tu sabes bien…

- ¡Calla!- bramó Liessel, volviéndose violentamente hacia el acantilado.

Imoen la aferró por el hombro para obligarla a volverse, pero la mujer se deshizo de su presa con un violento gesto. Respiraba con pesadez, apretaba las manos entorno a la madera de la barandilla. Su cuerpo entero vibraba.

- Márchate…- rogó al fin, sin mirarla.- No me tortures más, márchate…

“Así que esto es ver a un alma torturada” debió pensar Imoen al ver quebrarse de ese modo a la que fuera la más fría de las asesinas, la maestra de espías. Respiró hondo, bajó la vista.

- La falla temporal de la Ciénaga Negra en la que murió Brontos se encuentra quince años atrás en el tiempo.- dijo con serenidad, sin tensiones, sin urgencias. No importaba que no quisiera escuchar. Tenía que saberlo- Al parecer, un matrimonio de colonos encontró a la niña, cabello de paja, ojos verdes.

Liessel no reaccionó. Permaneció inmóvil, aferrada a la barandilla, dándole la espalda.

- Como no tenían hijos, -continuó Imoen- adoptaron a la criatura. La llamaron Averil, Averil Lumber, aunque la llamaban cariñosamente Bellota.

Los hombros de la mujer se sacudieron levemente. Siguió hablando.

- Le encantan los animales, se le dan bien, y tiene el talento de su padre, pero eso ya lo sabes. La viste.- frunció el ceño, pensando qué más podría decir de aquella chiquilla, era importante no dejar de hablar- Siempre supo que los Lumber no eran sus padres, pero no fue hasta que empezó a soñar que descubrió de quien era hija en realidad.

Poco a poco, lentamente, Liessel se fue deslizando hacia el suelo, como si las rodillas no tuvieran fuerza para sostenerla. Acabó sentada en el suelo con el gesto de una muñeca desmadejada.

“No pares, sigue hablado”


- Al principio las cuentas no salían, hasta que habló con unos y con otros, con Zorea, y comprendieron el misterio de las fallas temporales. Tristán le permitió leer tu diario, lo custodia como una reliquia familiar. – suspiró- Cuando supo a que te dedicabas, se cortó el pelo como un muchacho y se dedicó a acechar por los rincones, pero Angeliss no le permite alejarse mucho de los estudios.

Definitivamente, los hombros de la mujer se sacudían levemente, rítmicamente… Ya no apretaba los puños, la tensión había desaparecido de su cuerpo, presa ahora de una debilidad insospechada. Y aunque no podía verla, sabía a ciencia cierta que estaba llorando, y riendo, bajito, en silencio. Guardó silencio.

El río recuperó su protagonismo.

Asuntos Pendientes XVIII

El sol se ponía entre las copas de los árboles y, poco a poco, la frescura de la noche iba ganando terreno en el bosque, aunque todavía se apreciara claridad en el cielo teñido ya de malvas y ocres, y naranjas ardientes. El rumor del río fluía como una secreta melodía, adornado por el grito de los pinzones, y la misteriosa sinfonía del bosque lo llenaba todo. Respiró hondo, dejando que el aire helado penetrara en sus pulmones, apreciando cada matiz de madera, resina, pino y tierra mojada, y posó las manos sobre la barandilla que la separaba del acantilado. A sus pies, muchos metros por debajo, el río se deslizaba como una fantasmagórica serpiente de plata, salpicado de salmones, aceptando en sus riveras a algún que otro oso hambriento de pescado.
Suspiró, solo esperaba que no fuera la última vez que pudiera contemplar el bosque y respirar sus aromas. Aquel paisaje le inspiraba paz, una paz que no había conocido hasta que cruzara el mar y se estableciera en el norte. Allí no había intrigas, ni oscuras misiones, solo la quietud del bosque, el rumor del río, el olor de la caza. El trabajo honrado, la paz de espíritu. Sin embargo, aquella paz era transitoria, lo sabía. Apretó la barandilla con las manos hasta que emblanquecieron los nudillos. Ahora sabía sin lugar a dudas que aquel idilio con el bosque tendría un final. Solo existía una pregunta ¿Cuando?
Y después, cuando todo terminara, el futuro se desdibujaba hasta convertirse en un misterio imposible de resolver. Imposible anticipar lo que ocurriría porque ni siquiera sabía si sería ella misma cuando llegara el momento. Como siempre, el sueño de aquella noche la había hecho despertar cubierta en sudor, y Brom la había abrazado hasta que había dejado de debatirse, pero la inquietud no le había permitido volver a conciliar el sueño.

Se estremeció. Como siempre, el sueño la había llevado a Entrañas…

Está agazapada detrás de un grupo de cajas apiladas junto a la pared. Siente la tensión de su cuerpo, esa sensación de peligro que siempre la embarga en las incursiones, esa que le hace sentir tan viva… Las manos cerradas entorno a la empuñadura de las dagas, el brillo verdoso de sus filos envenenados. En la guarda de una de ellas, el resorte de la pólvora. El olor a cuero de sus ropas, la capucha haciendo que el cabello le cosquillee en la nuca. Desde donde está puede ver a Mirlo, agazapada entre dos columnas, una sombra entre las sombras, solo perceptible para quien sepa que está allí. Y puede sentir la presencia de Lobo en su retaguardia, silencioso como la bestia de la que toma el nombre. En algún lugar por encima de sus cabezas, encaramada cual gárgola, la silueta oscura de Sierpe vigila desde las alturas. Una señal, avanzan. En silencio siempre, en más absoluto sigilo, buscando las acogedoras sombras, los rincones poco visibles. La ciudad se mantiene en silencio, nadie ha dado la alarma, pero también supone un problema: si no hay sonidos ambientes, ellos tienen que andar con el doble de tiento, ser todavía más silenciosos que de costumbre; un paso en falso o una respiración demasiado pesada podrían dar al traste con toda la operación.
Unos pasos resuenan en la galería. De nuevo se congelan en la oscuridad, negro sobre negro. Los pasos se acercan, pasan cerca de su escondite, siguen caminando, se alejan. Al cabo de unos segundos, su eco se disipa en la enorme caverna que aloja la ciudad renegada. El objetivo está cerca, apenas unos giros más en el laberinto que es Entrañas. De algún modo, conoce el camino, cada esquina, cada recodo, cada puerta que hay que atravesar. Es como si de algún modo, algo tirara de ella hacia el interior, más y más profundo en las sombras de la ciudad. También es como si algo en su mente tirara de ella en dirección contraria, hacia el exterior, lejos de esa ciudad de pesadilla. No quiere avanzar, quiere volver sobre sus pasos, regresar al aire libre, lejos del aire pútrido de Entrañas, pero su cuerpo avanza contra su voluntad, como si ella fuera una mera espectadora y su cuerpo fuera solo una marioneta. Siente la presencia de sus compañeros moviéndose cerca, siempre cerca, guardándose los flancos entre ellos, vigilantes, cuidadosos... Leales.
Aquí.
Uno a uno, entran en el estrecho corredor. No hay lugar donde esconderse, solo pueden rezar para que nadie se cruce en su camino y de la voz de alarma. Avanzan con mucho cuidado, no aparece nadie. Pero algo no anda bien, hay demasiado silencio, demasiado vacío en la, por lo general, atestada Entrañas. Ni siquiera hay guardias en la puerta que hay al otro lado del patio que les espera al final del corredor. Todos sus sentidos le alertan, le gritan.

“Es una emboscad” le dicen,”márchate ¡Largo!” pero no se vuelve hacia sus compañeros, no les hace la señal convenida para la retirada. Avanza, solo avanza, y tras ella avanzan también los compañeros que han depositado su confianza en ella.
Al llegar al patio, alza la mano.

“Deteneos”, quiere decir”A partir de aquí sigo sola”. Tras ella, el resto del comando comprende y se funde con las sombras, expectante. Ella avanza, cautelosa, conservando siempre una posición que le permita atacar con facilidad. O huir con facilidad. Rodillas flexionadas, las manos cerca de las dagas, la capucha echada sobre el rostro pero sin impedirle la visión. El patio está despejado, no es muy amplio, pero su techo se alza de pronto en una cúpula cuyo final no puede ver.
“Huye” dicen sus sentidos, la experiencia acumulada tras más de una década corriendo con las sombras, pero su cuerpo no le pertenece, solo avanza, cruza el patio, pone la mano en el pomo de la puerta “¡No abras!”
La puerta se abre, dentro está oscuro, no puede ver. Quiere salir corriendo, pero atraviesa el umbral, la puerta se cierra tras ella.
No ve nada, pero puede olerles. Puede oírles. Cerrando los ojos, toma aire y desenfunda las armas. En sus manos, las dagas comienzan su danza salvaje, no tiene que pensar, su cuerpo reacciona solo. Sin embargo tiene que buscar a cada enemigo, aunque los siente cerca, muy cerca. Tiene que avanzar un paso más, siempre, tiene que buscarlos.
Tiene que buscarlos…
Con la respiración agitada, con el corazón martilleándole en el pecho, se detiene, poco a poco baja las armas, descansa ambos brazos contra su costado. Agacha el rostro, cierra los ojos, intenta calmar el latido desbocado de su corazón. Un latido, dos, tres.

Alza el rostro perlado de sudor. En algún lugar, alguien ha encendido una luz.

Cuatro latidos, cinco, seis.

Nadie ataca.

Abre los ojos.

Los muertos la miran con sus ojos vacíos y sin vida. Todos se mantienen a un paso de distancia. Sus mandíbulas descarnadas parecen sonreír.


“Bienvenida a casa”

Y entonces despertó

Se estremeció.
El mismo sueño una y otra vez. Realmente no parecía dejar mucho lugar a dudas sobre el futuro más inmediato. La incógnita se encontraba un poco más adelante, cuando la encontraran, cuando descubrieran quien era, cuando por fin alguien decidiera a tomar medidas.
Sin duda, ese día llegaría. Por ahora solo quería respirar la quietud del bosque mientras pudiera. Pero no quedaba tiempo.

Los pasos sonaron a su espalda. No tuvo que volverse, no hacía falta, sabía quien era.

Su primera prueba.

- Hola, “chico”.- dijo Liessel sin apartar la vista del acantilado- te estaba esperando.

En los confines de la Tierra IX

Una ceja roja como el pelaje de un zorro se arqueó escépticamente.

- Un grito e´tupendo pa dobla´se de risa, bichito.

Comadreja resopló, desmoralizada. Zai le dio un topecito despreocupado en el hombro, que la hizo tambalearse.

- No pongas esa cara. Zai te enseña´a a gritar com´un auténtico po´tento. Ponte de´echa, el culo padent´o, el pecho pafue´a. Echate palante. Na de mirarse los pies ¡Parriba! Ahí. Ahora mi´a y aprende, colega.

El guerrero adoptó aquella misma postura de un modo totalmente natural, tomó aire y un rugido brutal y desgarrados brotó de su garganta. Comadreja pudo apreciar como los músculos se tensaban por debajo de la piel del troll como poderosas sogas. Los largos brazos acompañaron al grito, flexionándose y transmitiendo una clara imagen de fuerza y poder. Y entonces comprendió: no era solo el grito, la clave estaba en la actitud.

- Ties que saca´lo de dentro, bichito. Junta toa la rabia, ha´la hervir como un pozo de brea.

- ¿Espesa y maloliente?- encogió el cuello al recibir el capón, pero pese a todo, vio a Zai sonreir.

- No eh buen momento pa bromitas, Comadreja. Ties que enfada´te, pero enfáda´te de ve´dad.

- No puedo enfadarme contigo, Zai.

El troll puso los ojos en blanco y suspiró.

- Si quies vivir despues de cada a´ena, Comadreja, vah a tené que enfada´te.

La muchacha miró al suelo y endureció el gesto.

- Eh una cuestión de supe´vivencia-insistió, pero hubo algo en el modo que lo dijo que le hizo parecer lejano, muy lejano.

Comadreja levantó la vista y vio al troll con la mirada perdida del vacío. La chispa de humor había desaparecido de sus ojos y aquello la intrigó: la presencia de Zai´jayani traía por lo general una nota festiva.

- En las a´aenas- continuó- nadie espe´a, nadie da nunca un respi´o. Leh da igual si estás lihto o no. Eh matá o morí. No espe´an. No espe´an.

El silencio que siguió a aquellas palabras bañó aquella conversación de una inefable sensación de pérdida. De pronto, aquel troll que parecía haber nacido para la lucha se revelaba como algo muy distinto. Una sonrisa triste asomó a sus labios: también ella había empezado siendo algo muy diferente. Permanecieron así unos instantes, apenas unos segundos compartiendo en silencio aquella herida nunca confesada que les hermanaba de algún modo. Al cabo de unos segundos, Zai se enderezó.

- Nunca olvideh, Comadreja- dijo, como si pudiera leer su mente- No olvideh nunca po´que lo que más duele, lo que más necesitah olvidá, eh lo que te dará la rabia que nitas pa sob´eviví.

Comadreja sintió una ola de sentimientos enfrentados ante aquel consejo. Por una parte, todo lo sucedido le había dado la determinación de seguir adelante pese a todo. Pero por la otra, los recuerdos eran tan dolorosos, tan ignominiosos, que había tenido que encerrarlos en la profundidad de su mente para no destruirse a sí misma. Irinna ya no existía, ella se había quedado en la calidez de la posada, rodeada por aquellos que amaba. Ahora solo quedaba COmadreja.

- No puedo.- las palabras brotaron de sus labios sin fuerza, derrotada. Apretó los puños.

Zai´jayani se volvió hacia ella, se acuclilló para poder mirarla a los ojos y la sujetó por los hombros con una firmeza no exenta de gentileza. Comadreja rehuyó su mirada.

- Mí´ame.

Algo en su voz la turbó, sacudió cada ínfima fibra de su ser, como el eco de algo muy lejano y muy querido, algo perdido. Estremecida, buscó sus ojos sin poder evitarlo.
El troll percibió su turbación y le concedió unos instantes de tregua, en silencio.

- Lo que ereh- dijo al fin, su voz llegaba dentro, muy dentro, y parecía provenir de algún lugar profundo y secreto también- eh la unión de to lo que t´ha pasado en tu vida. Cada detalle, po pequeño que sea, deja una ma´ca en ti, como loh anillos de los á´boles. Lah cosas buenas te dan gene´osidad, compasión. Lah menos buenas te hacen fue´te, te dan ente´eza, comp´ensión del mundo que te´odea. Lah malah te dan la rabia que nitas pa enf´enta´te a las olah de la vída, lo que te pe´mite vivih to lo demás. Eh la más impo´tante de toas. La supe´vivencia. Recue´da pa vivir.

Las palabras resonaron en su mente como una vibración sumamente poderosa, amenazando con derrumbar los precarios muros de su entereza. Luchó contra ellas, contra todo lo que evocaban. Les negó la razón que tenían, la certeza de lo que decían, rehuyó todos sus significados y acalló la voz de su interior que encontraba sentido a aquella descripción de la vida. Pero las palabras siguieron temblando en su pecho, y poco a poco los muros de su determinación se resquebrajaron. Su alma se llenó de la calidez de la chimenea ante la que solía sentarse de niña, con la inmensa sombra de su tío cierniéndose protectora sobre ella. No había lugar para el temor ante la luz trémula del fuego del hogar, arropada por un amor que no conocía barreras. Recordó la alegría de los Tres Soles repleta de clientes riendo, hablando en voz alta, narrándole sus sueños ante una jarra de hidromiel. La escena de difuminó para dejar paso a una noche estrellada, acurrucada a la orilla del mar, desnuda y empapada, deliciosamente cohibida, sintiendo a su lado la vibrante calidez de Baner, su cortés distanciamiento, que la hacía sentir como una dama...

Los recuerdos se derramaron por sus mejillas empapándole el rostro.

- Ahí ehtá.- dijo la voz de Zai´Jayani lejos, pero a la vez muy cerca.- Si duele, es que estás viva.

Recordó la apacible presencia de Bálsamo Trisaga, la luz de sus ojos inundándola de paz, la sabiduría de sus palabras, tan certeras siempre, tan cercanas... La alegría de Klode, su genuina bondad, el paternalismo de Tristán, los silencios de Razier, la silueta de Angeliss junto a la chimenea, la esperanza en los ojos de Averil, perdida y recuperada. Los recuerdos la bañaron como una lluvia cálida, haciéndola temblar. Sintió las manos de Gaerrick en su cintura, la euforia de aquel salto al vacío para caer en sus brazos, su incorregible vocabulario, el fuego de su pasión... Se estremeció y de pronto aquellos recuerdos comenzaron a desdibujarse.

"No"

Oscuridad. Miseria.

"Volved"

Las rodillas le flaquearon, sumida en el terror de recordar más allá.

"Volved"

Unas manos callosas, un aliento apestoso a escasos centímetros de su rostro. Gusanos. Ratas.

"No, no, no, no"

El peso infame sobre su cuerpo, el dolor lacerante que le traspasaba el vientre.
Una vez, y otra, y otra...

Se tambaleó. Sollozaba

A su lado, la presencia de Zai´jayani resultaba remota, como un rumor sordo e imperceptible.

"Volved"


El tirón de una soga, la boca llena de polvo... Y aquellos rostros, aquellos rostros infames burlándose de ella, vomitando palabras de odio y desprecio. Intentó esconderse, ocultarse del veneno de sus palabras, pero se convirtieron en puntas de lanza lacerando su cuerpo una y otra vez, arrancándole gritos teñidos de angustia. Se encogió sobre sí misma en aquel paisaje demente que dibujaba su recuerdo, trató de hacerse tan pequeña que pudiera desaparecer, pero cuanto más pequeña se hacía, tanto más la herían las lanzas.

- Las malas te dan la rabia que necesitas... lo que te permite vivir todo lo demás...
La rebelión ascendió desde el suelo a través de sus piernas, medrando con cada lanza que engullía. Aquellas lanzas, aquellos rostros, eran los responsables de su angustia, los causantes de su desdicha, los que le habían arrebatado todo cuanto era querido.

"¡Devolvédmelo!"

En su mente, se puso precariamente en pie. Las lanzas siguieron cayendo, pero no les dio el poder de herirla. La ira la llenó de calidez, sanando sus heridas. Como una llamarada roja y ardiente, ascendió por su vientre y en su pecho se hinchó poderosamente, trepando por su garganta. Quería arrojar aquellas llamas sobre los rostros infames, borrar los recuerdos oscuros con su calor. Dejó que se acumulara sobre su ombligo hasta que le abrasó la garganta y, cuando no pudo más, afianzó los pies en el suelo y dejó que saliera.

El grito brotó con la fuerza descontrolada de una estampida, retumbando en cada fibra de su ser, proyectando su cuerpo hacia adelante. Con él se llevó todas las lanzas y el veneno, purificando el campo sagrado de sus recuerdos. Aquel grito estaba repleto de promesas de un dolor infame, de una venganza sin limites, de una determinación aterradora... Brotó de sus labios, que ni siquiera sabían, hasta aquel momento, que pudieran contener semejante fuerza, dejando su espíritu deliciosamente limpio y su cuerpo vibrante. Se sentía pletórica, repleta de una energía renovada que la impelía a luchar, a avanzar, siempre avanzar.

Sintió la mano firme de Zai´Jayani en el hombro, sabia.

- Bienvenida.

Los Hilos del Destino XVI

martes, 1 de diciembre de 2009

Domingo 29 de Noviembre:

Portento, dicen mis sentidos.
Aberración, dicen mis recuerdos.

Hace horas que Sayera me dejó a solas en la orilla del lago para que mi espíritu encontrara la paz y la entereza que serán necesarias para esta empresa. Contemplo con dicha y tristeza a la vez al hermoso pájaro de plumas azul cobalto que revolotea fuera de mi alcance, en el tejido del Sueño que envuelve a la Ysera durmiente, haciendo cabriolas caprichosas y paseando despreocupadamente sobre los inmensos cuernos del Aspecto Verde en su Reino Onírico. A mi lado, la joven Averil yace dormida, con el gesto distendido y apacible, a pesar de los zarcillos oscuros que le cubren ya la mitad del rostro. Parece como si el Santuario la meciera en su descanso, pues hierbas y flores se han congregado a su alrededor, como si su cuerpo fuera un abono portentoso para este jardín de ensueño y este quisiera recompensarle dándole un blando colchón donde descansar. Dijo Sayera que la infección ya estaba muy avanzada cuando la criatura llegó al Santuario, acompañada de Razier el Silencioso. Todavía no he podido hablar con él, pues no está aquí e ignoro donde buscarle, pero según dice esta criatura portentosa que viste la carne de un mortal, la niña llegó sonámbula a través de la nieve, descalza y sin abrigo, en la noche clara del norte, cuando debería estar descansando en el Templo.

Desesperado por encontrar una cura a su mal, Razier la obligó a dormir, y cada vez fue más difícil despertarla. Hasta que no despertó más y el travieso pájaro de plumas azules que aparecía con su sueño, no volvió a marcharse. Y ahí está, revoloteando alegremente con sus fascinantes alas de fuego azul, y comprendo lo que estoy viendo, recuerdo lo que vi en la pesadilla de la joven Averil, en lo que Angeliss dijo de ella cuando supe de su existencia.

"Sueña que es un pájaro"

Ya no queda ningún tipo de duda: todos aquellos que defendían el Sueño Esmeralda como reducto exclusivo de los druidas, se equivocan. He aquí que veo ante mí la figura de Ysera dormida, desdibujada en las materias del Sueño. Y he aquí que hay un pájaro que no me es desconocido correteando por su cuerpo inmenso.

Sayera es paciente como corresponde a una criatura eterna que cuida de un jardín eterno. Ha ilustrado mi ignorancia con benevolencia y ha completado las lagunas en mi conocimiento. Si bien es cierto que fueron los druidas quienes llegaron al acuerdo con Ysera para recorrer las sendas infinitas de su mundo, dice, otras criaturas, tales como hadas y dragones feéricos también recorren los bosques. Sin embargo, no solo los habitantes del Sueño vagan por sus bosques, tal dice. Afirma, y yo no puedo sino creerla, que criaturas de todo Azeroth visitan constantemente el Bosque, conscientemente o no, recibiendo en ocasiones visiones proféticas. La Pesadilla, según dice, se compone de los miedos y ansias de los soñadores.

Ya no hay lugar a dudas, ahora comprendo los inmensos lobos que acechaban a Averil en su sueño, las terribles criaturas que brotaban del corazón de la tierra. ¿Eran solo reminiscencias de los trágicos sucesos con la secta de los licántropos? ¿O quiere decir algo más? ¿Es una profecía o solo un sueño?

Sayera dice que mientras Averil duerma en el Santuario, la Pesadilla no avanzara en su cuerpo. Su temor, dice, es que como ocurrió en las Cuevas de los Lamentos, su Pesadilla se materialice en el mundo, pero asegura que si en algún lugar puede envitarse esto, es junto a Ysera la durmiente. Respondiendo a las preguntas que en su momento planteó Angeliss, espera a esta niña un sueño eterno si no se encuentra una cura. Sayera no parece disgustada por ello, ya que según dice, les es querida como una hermana y gozar de su compañía durante la eternidad no es una idea desagradable. Sin embargo comprende la necesida de Angeliss y mía propia, la necesidad de los mortales que la amamos de retenerla a nuestro lado y nos ha regalado un atisbo de esperanza.

Nozdormu el Atemporal, el aspecto de Bronce que recibió de Aman´Thul el poder cósmico que le convierte en el más portentoso de los Aspectos, puede ayudarnos, puesto que él puede ver las sendas del destino, lo que ha ocurrido y lo que ocurrirá, y tal vez pueda ayudarnos a nosotros, simples mortales, a salvar a la niña que duerme un sueño que no le pertenece.

Es por todos sabido que el Vuelo de Bronce controla las Corrientes de las Cavernas del Tiempo. Tal vez sea un buen lugar por el que empezar a buscar. Alguien, en algún lugar o tiempo, debe saber donde y cuando encontrar a Nozdormu el Dorado.

El viaje no ha hecho más que empezar.

Asuntos Pendientes XVII

lunes, 30 de noviembre de 2009

Esa noche trascurrió sin incidentes y el siguiente día también. Nerisen acudió por tres veces con comida y bebida, así como a comprobar los vendajes. Habló lo justo y no respondió a las preguntas de Imoen. Por su parte, la joven no hacía otra cosa que repasar mentalmente datos del último año, intentando dar con una información que escapaba a sus deducciones.

La noche del segundo día en su “encierro”, Imoen se acostó, agotada del esfuerzo de la jornada, y soñó.

Imoen se encontraba en la plaza de la catedral, frente al Orfanato. Los niños jugaban en el exterior, mientras Ruiseñor los miraba con cariño. Tres niñas de cabello taheño se perseguían alrededor de ella, con las caras arreboladas por el esfuerzo y muertas de risa. De repente, las tres se pararon y miraron a Imoen con semblante serio.

- ¿Ocurre algo, pequeñas?
- Queremos ir con nuestra hermana.
- ¿Hermana?
- Sí, encuéntrala, por favor.
- Pero…yo no sé quién es vuestra hermana. Ni siquiera sabía que tuvierais una.
- ¿Eso piensas? Creíamos que eras más lista.

Ahora también Ruiseñor la miraba con semblante serio. Y no sólo ella. Los niños del Orfanato, las cuidadoras, los transeúntes…todos la rodearon con semblante serio y comenzaron a increparla:

- Te creía más lista…queremos ir con nuestra hermana… encuéntrala… lista… su hermana… encuentra… creíamos… lista…

Imoen se cubrió los oídos con las manos, pero era inútil, Las voces resonaban en el interior de su cabeza.

- No, otra vez, no…no podré resistirlo. No….no….¡NO!



Imoen despertó sobresaltada y bañada en sudor.

- Ha sido una pesadilla. Una maldita pesadilla.

Dolorida, se frotó las sienes ¿Por qué había tenido ese sueño? ¿Por qué se acordaba ahora de las trillizas? Las conoció en el Orfanato tiempo después de comenzar su entrenamiento a las órdenes de Shaw, en una de las múltiples ocasiones en que se escapó a ver a Ruiseñor. Una historia fea, ciertamente. Tres niñas y un bebé abandonados en un granero. Las niñas casi no hablaban con nadie salvo ellas mismas y su hermano. Las autoridades habían dejado a las niñas bajo la tutela de las cuidadoras. Estaba casi segura de que una era Hester, otra Elaine y la tercera se llamaba...

- Loraine…Se llamaba Loraine Ruran. ¿Pero qué tiene que ver con…?

Otra imagen en su cabeza. La del día en la que vio a aquella muchachita espiando a las tres niñas sin ser vista. Aquella figura, que ahora le resultaba dolorosamente familiar, no era otra que…

- Liessel, maldita sea. Liessel se apellida Ruran.

Era el apellido de su padre. Imoen lo averiguó por accidente en los archivos del SI:7, una de las veces en que buscaba clandestinamente información sobre su madre. Las trillizas debían ser…¿sus hermanas…?

- ¡Dioses! ¿Será posible que…?

Repasó mentalmente los datos que tenía de Loraine: Desolladora y trampera residente en Pino Ámbar. Se inscribió en El Gremio en el undécimo mes del pasado año bajo el nombre de Loraine Auburn, Ruran de soltera. Ruran…Loraine Ruran…

Y de repente todo encajó. La ficha sin grabado ni foto, lo esquiva que había resultado Loraine…

- Las fechas coinciden. Es tan obvio que es perfecto. Lo he tenido delante todo el tiempo y no lo he sabido ver. ¡Soy una estúpida!

Imoen se dirigió hacia la puerta de la habitación. Aunque sabía que la puerta estaba cerrada desde fuera, decidió probar nuevamente. Tal ver Nerisen se hubiera olvidado de cerrar.

- Sí, claro. Y tal vez Jasmine decida cocinar algún día comida normal.

El susurro de su voz, hablando consigo misma, se convirtió en una expresión de sorpresa cuando la puerta se abrió en silencio. Frente a la misma se hallaba un maniquí con su armadura de infiltración. Sorprendida, la examinó con un cuidado casi reverente.

- Está como nueva. Toda, hasta el casco.

Lentamente, se puso la armadura, teniendo especial cuidado en no dañar su brazo izquierdo. Al ir a colocarse el casco, un papel cayó de su interior.

- Espera, ¿qué es esto?

Recogió la nota y la miró a la luz de una vela. Cuatro palabras la miraban desde el papel.

Busca a Loraine Ruran


Y maldiciéndose a sí misma por enésima vez, Imoen abandonó la casa de Nerisen y Lunargenta.

Asuntos Pendientes XVI

Media hora más tarde, Imoen, vestida con una túnica amplia se sentaba frente a Nerisen. Su brazo de reposaba sobre su pecho, sujeto por un vendaje. Los cortes de su cara y sus doloridos oídos también habían recibido curas y el ungüento sobre su abdomen empezaba a hacer efecto. Nerisen era un artista en más de un aspecto y los primeros auxilios no escapaban a sus conocimientos.

El elfo se sentaba nuevamente frente a ella, paladeando con deleite su bebida.

- ¿Y bien?
- ¿Y bien qué? – contestó el elfo.
- Sabes a qué he venido.
- Por supuesto. No puedes vivir sin mí y quieres pasar otra noche de pasión desenfrenada. Es normal…
- No juegues conmigo, por favor. ¿Dónde está Liessel?

La mirada de Nerisen se endureció.

- A Liessel se le proporcionó una nueva identidad y se le ofreció la posibilidad de buscarle una casa, pero la rechazó. Nadie sabe dónde fue.
- ¿Cuál es la identidad actual de Liessel?

El elfo miró a Imoen.

- ¿Por qué preguntas lo que ya sabes? Te creía más lista.

Imoen se quedó de piedra.

- ¿Lo que ya sé? Pero…

Nerisen cortó la respuesta con un gesto.

- Puede que necesites algo de descanso para poner en orden tus ideas. Puedes quedarte aquí dos o tres días, si lo deseas, pero luego tendrás que irte. Quién sabe, puede que alguno de mis alumnos te encontrara por casualidad. Podría ser divertido.

Y sin darle tiempo a responder, el elfo abandonó la estancia y dejó a Imoen sumida en un mar de dudas.

Asuntos Pendientes XV

Por Imoen

Intentó irse por donde había venido, pero la puerta estaba bien cerrada. Lentamente, el techo comenzó a descender.

Imoen miró a su alrededor, buscando el cierre que pararía el movimiento del techo y la salvaría de una muerte horrible. Con el corazón latiendo desbocado en su pecho intentó calmarse. Sabía que si no lo hacía acabaría convertida en pulpa. Sus ojos recorrieron febrilmente la habitación hasta que lo vio. Un agujero, no mayor que su meñique, casi a ras de suelo. Se acercó rápidamente y, quitándose los guantes, insertó su dedo con cuidado.

Despacio, muy despacio, la pared se abrió, descubriendo un panel con varias ruedas. Lo que aparentaba ser un cristal dejaba ver varias palancas, accesibles a través de huecos. Estaba segura de que sólo una de ellas era la buena, pero ¿cuál? Su mente trabajó a toda velocidad, buscando símiles con todas las trampas que conocía y descartando una tras otra por su aspecto, posición…Era una apuesta arriesgada y lo sabía, pero no le quedaba otra opción. El diseño de una era idéntico a la primera trampa que le había explotado. El de otra semejaba la bomba sónica... Fue descartando una palanca tras otra hasta que sólo quedaron dos.

Imoen metió la mano por un hueco y accionó una. Tan pronto lo hizo, la velocidad de caída del techo aumentó perceptiblemente.

- Mierda.

Tumbada en el suelo, intentó alcanzar la otra, pero estaba fuera de su alcance por milímetros. En condiciones normales habría utilizado alguno de sus artilugios, pero los había perdido en alguna de las salas.

Entonces lo vio. Una vara sobresalía de la pared junto a la palanca. En su extremo había una especie de brazal metálico. La vara estaba conectada a una polea y ésta, a su vez, a una de las ruedas a la derecha de Imoen. Sabiendo lo que tenía que hacer, metió su mano izquierda en el brazal y comenzó a girar la rueda con la derecha hasta que notó cómo su hombro, codo y muñeca comenzaban a dislocarse.

El techo estaba ya a un metro de su cuerpo yacente.

- Sólo un poco más…

El dolor era casi insoportable, pero Imoen se obligó a seguir girando la rueda. Como anticipando su inminente muerte, por su cabeza pasaron en rápida sucesión los momentos más significativos de su vida: La alegría compartida con su madre y hermana cuando su padre volvía a casa y su enfado cuando se volvía a ir, siempre demasiado pronto; la noche en que lo perdió todo a manos de los no muertos; su estancia en el orfanato; su entrenamiento en el SI:7; las vejaciones que sufrió allí; los escasos momentos de placer; el funeral de Liessel y la locura de la búsqueda de Trisaga; Zoë ; Jasmine y la gente que parecía apreciarla a pesar de su deleznable comportamiento; Klode…su pequeña y dulce Klode…

Su visión se llenó de destellos de luz mientras notaba cómo perdía el sentido a causa del dolor de su brazo.

- No, no puedo dejarme ir. Tengo que conseguirlo. Por ellos…por Klode.

Y, dando otra vuelta a la rueda, sus entumecidos dedos alcanzaron al fin la palanca y la accionaron.

Por un momento el techo continuó descendiendo y, agotadas sus fuerzas, Imoen cayó en la inconsciencia y se entregó a su destino.



- Sólo uno de cada veinte de mis alumnos supera la prueba de las palancas. Te felicito, Imoen
- Gracias.

Y lo decía en serio. Por algún extraño motivo su visión de Nerisen había cambiado. ¿O era ella la que había cambiado? Toda su ira hacia el elfo había desaparecido. Las distracciones emocionales estaban relegadas a un rincón, sin que pudieran ya impedirle mantener sus sentidos y su percepción perfectamente afilados. Al mirar a Nerisen con algo que rayaba la admiración, éste le devolvió una mirada divertida, haciendo que Imoen bajara los ojos, avergonzada.

- Ahora eres lo que nunca debiste dejar de ser: Una máquina de matar perfectamente engrasada. Parece que no me equivoqué contigo, a fin de cuentas.
- Que no te equivocaste…¿Todo esto era una prueba? ¿Desde la primera vez que nos vimos?

Nerisen se encogió de hombros.

- Hay demasiado en juego en todo este asunto. Tenía que asegurarme de que eres de fiar y de que tus motivos para encontrar a Liessel son algo más que un mero “trabajito”. No conozco a muchos que hubieran llegado tan lejos por dinero o, incluso, por su sentido del deber.
- …
- Te diré cuál es la próxima parada en la búsqueda que has emprendido, pero te advierto que si alguna vez das con Liessel puede que lo que encuentres no sea lo que esperas.
- ¿A qué te refieres?
- Ya lo verás, si no mueres antes. Y ahora, veamos ese brazo…

Asuntos Pendientes XIV

viernes, 27 de noviembre de 2009

Por Imoen

Sentado tras una mesa llena de suculentas viandas, Nerisen contemplaba a Imoen con una sonrisa torcida, entre satisfecha y complaciente. En su mano sostenía una copa del cristal más fino que la joven había visto nunca. La botella que estaba sobre la mesa no dejaba lugar a dudas: El vino que llenaba la copa costaba tanto como cualquiera de los cargueros de Theramore.

- A tu salud, querida.

Frente a él, Imoen pugnaba por mantenerse en pie. Su armadura de infiltración estaba rota por varios sitios y su casco había desaparecido. Su cara estaba llena de pequeños cortes y quemaduras, un hilillo de sangre brotaba de sus oídos y su brazo izquierdo colgaba inerte en su costado.

Tres horas atrás se habría lanzado al cuello del elfo, con sus ojos destilando odio en estado puro, para destrozarlo con sus propias manos después de hacerle confesar el destino de Liessel. Tres horas atrás. Pero ahora…ahora era distinto.

- Me alegra ver que me equivocaba contigo. Quizás pueda sacarse algo bueno de ti, al fin y al cabo.

Nerisen hizo un ademán hacia una silla frente a la suya.

- Toma asiento, por favor. Tenemos que hablar.

Imoen se sentó, notando un dolor sordo en el abdomen


Imoen había llegado al local de Nerisen, sedienta de sangre, sólo para encontrarlo vacío. Intuyendo que el elfo podría tener un escondite secreto, comenzó a rastrear la estancia minuciosamente.

La primera trampa la cogió por sorpresa. El artefacto se elevó un metro sobre el suelo antes de estallar en mil pedazos. La deflagración la alcanzó de lleno y la lanzó contra la pared, aturdiéndola.

Cuando recuperó la conciencia el abdomen le dolía terriblemente, pero parecía que la armadura había resistido, aunque no estaba segura de si podría sobrevivir a otro impacto de ese calibre.


- ¿Por qué?
- ¿Por qué? ¿A qué te refieres?
- Pensaba que eres un artista. ¿Por qué no matarme cara a cara? ¿Por qué las trampas?


Allí estaba. La puerta era invisible para el ojo inexperto, pero no para ella. El cierre contenía una trampa, por supuesto, pero esta vez consiguió desactivarla. La puerta daba a una escalera que iba hacia el subsuelo. Antorchas de fuego mágico alumbraban el descenso. La escalera daba paso a una larga galería con hornacinas que conducía a una puerta. Cuando Imoen llegó a la mitad del recorrido las luces se apagaron, sumiendo al pasillo en una penumbra que a Imoen le pareció negra como boca de huargo, pero no antes de que las hornacinas se abrieran, revelando cientos de saetas afiladas como dientes de dragón, todas apuntando a la joven


- Tenía que asegurarme.
- ¿Asegurarte? ¿De qué?


La primera descarga impactó contra su casco, lanzándola hacia atrás y salvándole la vida, ya que sintió la siguiente pasar justo por el lugar donde su cuerpo estaba un segundo antes. Rápidamente se despojó de su casco y lo usó para desviar las saetas que se acercaban demasiado a su cuerpo, mientras avanzaba en la penumbra hacia el fondo del corredor. Una vez llegó allí, la luz volvió a encenderse, cegándola ligeramente. A su espalda, el pasillo parecía un acerico, con cada centímetro cuadrado cubierto de proyectiles.


- De que merece la pena gastar mi tiempo contigo, en primer lugar. – Le alargó un pañuelo - Toma, estás sangrando.


Imoen había perdido la noción del tiempo, de las trampas que había desactivado y las que no, a lo largo de las distintas habitaciones. Sus oídos sangraban por una trampa sónica que no había podido detectar a tiempo y le costaba concentrarse. Había tirado su casco, que era ya inservible, y el dolor en el abdomen hacía que le costara respirar


Imoen tomó el pañuelo con su mano derecha. Era un pañuelo amplio, de alguna tela valiosa que no llegaba a identificar, con el que se secó la sangre que le salía de los oídos y de la comisura de los labios…


La última habitación casi acaba con ella. Nada más entrar supo que era la última prueba. Conocía aquel diseño. Lo había estudiado en el SI:7. Era una maldita sala de examen



- ¿Crees que soy uno de tus alumnos?
- ¿Qué te hace pensar tal cosa?
- Has estado examinándome ahí abajo.

Nerisen enarcó una ceja y miró con descaro el brazo izquierdo de Imoen.

Asuntos Pendientes XIII

jueves, 26 de noviembre de 2009

Por Imoen

La noche era oscura en Lunargenta. Sólo las estrellas iluminaban la noche sin luna con su luz trémula, titilante. Moviéndose en silencio entre las ruinas, Imoen se aproximaba a su presa. Esta vez no la pillaría por sorpresa. Esta vez ella sería la que llevara las riendas.

Su visión nocturna seguía siendo la de siempre pero aún así distinguió a duras penas el lugar. Kronkar debía estar esperándola, si es que sabía lo que le convenía. ¡Allí estaba! El elfo se sentaba despreocupadamente, dando la espalda a las ruinas. Su arco estaba tirado descuidadamente en el suelo y no había rastro de la bestia que lo acompañaba la otra vez. ¿Sería una trampa? La voz del elfo la sacó de dudas.

- Sé lo que piensas, Imoen. No te preocupes, estoy solo y no tienes nada que temer de mí.

La voz de Imoen fue gélida en su respuesta.

- ¿Te ha dicho Nerisen que quería verte otra vez?
- No ha hecho falta. Sabía que volverías. Aún así, no ha dejado pasar la ocasión. Me ha dicho que creía que querrías matarme, después de…
- ¿Después de engañarme?

El elfo se volvió e Imoen vio su cara demacrada. Parecía llevar varios días sin dormir.

- Entiéndeme, todo este asunto se nos fue de las manos. Una vez que vi lo que le estaban haciendo, lo que le estábamos haciendo a Liessel contra su voluntad…

Kronkar apartó la mirada.

- Fue demasiado para mí. Vivo atormentado desde entonces, esperando que llegue el día en que pague por lo que hice. El día en el que ella acabe conmigo.

- Tú te llevaste a Liessel de Entrañas. ¿Dónde está?
- No lo sé.
- No vuelvas a mentirme, Kronkar.

El elfo se incorporó.

- ¡Es cierto, maldita sea! Yo sólo la traje desde Entrañas y la alojé unos dias..
- ¿La trajiste a Lunargenta?
- Había que buscarle una nueva identidad. Si se hubiera sabido que Liessel estaba viva se habría ido todo al traste.
- ¿Quién se encargó de buscarle una nueva identidad?

El elfo hizo ademán de responder, pero Imoen lo frenó con un gesto.

- Nerisen…Ese maldito bastardo…Fue él, ¿verdad?

Kronkar asintió.

- Te juro que no he vuelto a saber nada de ella a partir de ese momento. Y ahora haz lo que tengas que hacer.
- ¿A qué te refieres?
- Has venido a matarme ¿no? En cualquier caso ella lo hará tarde o temprano. Lo sé.

La risa de Imoen no tenía ni un ápice de diversión.

- No tendrás esa suerte. Sería demasiado fácil.
- ¿Qué quieres decir?
- Que no mereces una muerte rápida. Te dejaré vivir con tus remordimientos. Puede que algún día acabe contigo, o puede que Liessel lo haga antes, tal y como dices, pero no será hoy.

Imoen se volvió para marcharse.

- ¿Dónde vas?
- A buscar a Nerisen. Tenemos que hablar, y esta vez pondré yo las condiciones.
- Ten cuidado. Es muy peligroso.
- Sé cuidarme, no te preocupes

Y la joven desapareció en la noche.

Los Hilos del Destino XV

jueves, 19 de noviembre de 2009

19 de Noviembre:

Anoche, cuando regresaba de devolver a Maese Gavilla uno de los libros que me prestó durante mi investigación, mi camino se cruzó con el de Angeliss. Culpable como me sentía, consciente de mi gran fracaso, fui incapaz de levantar la vista del suelo mientras trataba de explicar mi retraso en la búsqueda, sin embargo algo en el tono de su voz, algún tipo de alarma o incomprensión, me hizo levantar la vista y mirarle.

Lo hice.

No puedo explicar, Gavilán, la dicha que me invadió en el preciso instante en que puse los ojos de mi alma sobre él y lo vi, vi el intenso lazo de luz que le une a la joven Averil, tenso y firme cuando, de estar muerta, hubiera debido ondear tristemente roto. ¡Viva, viva, Gavilán! Todavía no entiendo por qué razón soy ciega para encontrarla, pero puedo verla a través de Angeliss, y aunque no sabemos donde fue con Razier, tengo la certeza que nadie salvo Angeliss puede encontrarla, gracias al lazo que les une.

Gracias, gracias, Madre. Gracias.

No todo está perdido. Aún hay esperanza.

Asuntos Pendientes XII

martes, 17 de noviembre de 2009

17 de Noviembre, Entrañas:

Oculta entre las sombras, Liessel esperó a que el eco de los pasos de Mirlo y Nerisen se desvaneciera antes de atreverse a cambiar de postura. El corazón le latía desbocado en el pecho y sentía la garganta seca. No sabía si era la rabia acumulada, la ansiedad por estar de nuevo allí o el temor de averiguar el motivo de aquella pesadilla. Le parecía oir los gritos agónicos de las ardillas en el apothecarium, aunque sabía de buena tinta que era imposible, que estaba demasiado lejos. Las pestes de Entrañas flotaban en el aire, provocándole arcadas. Y luego estaba Mirlo... Supo, desde el momento en que Jasmine apareció en el Refugio, que era solo cuestión de tiempo que la encontraran, pero no había imaginado que sería de aquel modo. Lo sabía todo, todo... De algún modo había llegado hasta Charles y había escuchado, sin creerlo, como su antiguo aliado describía, con una fascinación casi científica, todo el proceso que se había llevado a cabo en el Apothecarium para traerla de vuelta. Como siempre, había evadido las razones que les había llevado a perpetrar su vuelta a la vida.

¿A la vida?

Tumbada bocabajo en la fría piedra del suelo de Entrañas, se sentía cada vez más echada sobre una lápida. Si lo pensaba, el corazón se le salía por la boca. Trató de concentrarse en sus pulsaciones, como había hecho tantas veces: acompasar su respiración y su ritmo cardiaco, hacerlos cada vez más leves con la sola fuerza de su voluntad. La falsa muerte, lo habían llamado los kaldorei, pero allí echada tenía bien poco de falsa aquella sensación de no-existencia. Cerró los ojos. Poco a poco, la respiración se acompasó con sus pulsaciones. Luego, cuando estuvo segura de que volvía a tener el control de su cuerpo, se puso lentamente en pie, y tras asegurarse de que no podía ser descubierta, se encaminó hacia el pequeño cuarto en el que Charles elaboraba sus venenos.

Como el irbis del que tomaba su nombre, Liessel se acercó sigilosamente hasta colocarse a su espalda y, antes de que tuviera tiempo de reaccionar, rodeó el huesudo cuello del renegado con un brazo, tapándole la mandíbula descarnada, al tiempo que apoyaba con fuerza la punta de su daga entre dos vértebras y cerraba la puerta de una patada.

- Un solo sonido, Charles, y ni siquiera tus ingenieros podrán traerte de donde te envie.

Gregory Charles no era un hombre estúpido y había sabido que aquel momento llegaría desde que dieran el primer paso del proyecto. Dejó lentamente los viales que sostenía sobre la mesa y relajó el cuerpo. Pero lejos de soltarle, Liessel le empujó con fuerza sobre la mesa, arrancándole un gruñido de dolor. Volvió a sentir la punta de su acero apoyada bajo las vértebras en su nuca. Podía percibir el control que aquella mujer tenía de su entorno, de su propio cuerpo. No era natural. No después de todo lo que le había pasado. Se contuvo para no pronunciar una frase condescendiente, sabiendo que no tenía lugar, aunque aquella actitud fuese su más efectivo escudo. Ya no tenía sentido. Se mantuvo en silencio.

Los segundos pasaron con insidiosa lentitud. El goteo de los alambiques era el único sonido audible en la pequeña habitación. Diez segundos, veinte, treinta.

- Supongo que querrás respuestas.- dijo al fin, confiando en que no presionara la daga y lo cercenara.

- Por tu bien, espero que las tengas.- respondió la voz, fría y templada, a su espalda.

Asuntos Pendientes XI

Por Imoen

- Maldito seas, Kronkar. ¡Mil veces maldito!

Imoen aguantaba a duras penas las ganas de matar a todo bicho, viviente o no, con el que se cruzaba de regreso al campamento del Orvallo. Era plenamente consciente del hedor que desprendía, pero eso ahora no le importaba. No era la primera vez que se infiltraba en Entrañas y, teniendo en cuenta su experiencia, no creía que fuera la última, así que ya estaba acostumbrada. Además, la herida en su amor propio era más fuerte que cualquier olor.

- Clavaré su cabeza en una pica…

Allí estaba ya la frontera de Tierras de la Peste. A partir de ahora podría relajarse un poco, pero no demasiado.

- Así que te habías desentendido ¿eh, Kronkar? Pagarás por haberme engañado, maldito bastardo.

La mente de Imoen retrocedió hasta el momento en el que penetró en Entrañas, horas antes.


La ruta de entrada que Nerisen le había indicado no le resultó una sorpresa a Imoen, aunque no estaba seguro de si el elfo se había percatado de ello. Al igual que a Liessel, el Orvallo le pareció el punto de partida más discreto. Sus continuas visitas a la zona mientras trabajaba para el Alba Argenta, años atrás, le habían granjeado algunas buenas amistades entre oficialía y tropa, así que la confidencialidad estaba asegurada.

Es increíble que aún mantengan el desagüe tan poco vigilado. ¿Exceso de confianza o experiencia? Sea como fuere, entrar desapercibida le costó menos esfuerzo que en su primera incursión, más de un año atrás. Aunque lo disimuló como pudo, aquella vez estaba temblando de miedo y no sabía si habría podido hacer su trabajo de ser por Liessel, que estuvo todo el rato a su lado. Sin embargo, esta vez era distinto. En lugar de miedo sentía otra cosa que no podía identificar: un vago sentimiento de inquietud que comenzó en cuanto se sumergió en los canales de Entrañas. Seguía sintiéndolo cuando llegó al punto de reunión.

El elfo estaba justo donde había dicho que estaría y su cara indicaba a todas luces que sabía que la joven ya había nadado en esos pútridos canales anteriormente.

Igual que Liessel, Imoen fue conducida ante un no-muerto que le fue presentado como Gregory Charles. De los dos ayudantes mencionados en el diario no había ni rastro. Aparentemente, Nerisen ya le había contado a Charles que la humana sabía cosas ya que, por una vez, Imoen no tuvo que jugar al gato y al ratón para conseguir información.

Sí, Liessel había sido reanimada y el proceso había sido largo y doloroso, incluyendo varios intentos de suicidio por su parte. Aunque no entendía las palabras que decía, el tono en que éstas eran pronunciadas no escapaba a la percepción de Imoen. Charles parecía entusiasmado con todo el proceso, si es que un no-muerto es capaz de sentir alguna emoción y parecía contarlo con todo lujo de detalles. Fascinación era la palabra que mejor lo definiría. La joven pícara tuve que refrenar las ganas de cercenar allí mismo la cabeza de aquel ser pero, nuevamente, su sentido del deber se impuso a sus propios deseos y se conformó con posponerlo para otra ocasión. Nerisen, en cambio, parecía a caballo entre esa misma fascinación y el horror más absoluto.

Una vez que Liessel estuvo recuperada, aunque con el cuerpo cubierto de cicatrices que le durarían eternamente, fue sacada discretamente de Entrañas y llevada a su nuevo destino por alguien. Aunque la respuesta fue en orco, Imoen entendió perfectamente el nombre que salió de la boca de Charles: Kronkar.

Imoen se giró rápidamente hacia Nerisen.

- ¿Lo sabías? ¿Me has hecho venir aquí para nada?

El elfo sonrió burlonamente y se encogió de hombros.

- Tú dijiste que querías hablar con Gregory. Querías que te llevara a él y que te hiciera de intérprete. Y eso es justo lo que he hecho.
- Tú sabías que Kronkar la sacó de aquí…
- Por supuesto, querida.
- ¿Por qué no me lo dijiste?
- Porque no lo preguntaste, querida. Pensé que sabías que la información no se proporciona nunca información no solicitada. No entiendo cómo la Alianza ha resistido tanto tiempo con espías como tú.
- Dile a Kronkar que tengo que verle otra vez. Dile que lo espero en el mismo lugar y a la misma hora de la última vez, dentro de dos días. ¿Harás eso por mí?

Nerisen entrecerró los ojos.

- Lo haré, pero lo siguiente que me pidas requerirá un pago extra.
- Sea, pero como descubra que me engañas otra vez más te vale ocultarte en el hoyo más profundo que encuentres, porque daré contigo aunque sea lo último que haga.

Despidiéndose de Charles, Imoen salió de Entrañas lo más rápido que pudo para dirigirse, nuevamente, a Lunargenta. Tenía que hablar con Kronkar.


Un ruido devolvió a Imoen a la realidad y por un momento sintió algo similar a las sensaciones que había tenido en Entrañas. Mirando hacia el origen del sonido, vislumbró a un explorador del Alba Argenta que, al reconocerla, la saludó con una inclinación de cabeza y volvió a otear el terreno circundante.

- Así que era eso. Lo que sentí en Entrañas es que estaba siendo observada. Definitivamente, tengo que retirarme lo antes posible. Me hago vieja, ya no respondo como antes. Hace unos años me habría dado cuenta de inmediato.

- Hace unos años no tenías tantas cosas en la cabeza, pequeña.

¿Quién había dicho eso? Sabía que estaba sola y las voces se habían ido ¿o tal vez no? Con la frente perlada de sudor frío, Imoen llegó al Orvallo.