Asuntos Pendientes XVII

lunes, 30 de noviembre de 2009

Esa noche trascurrió sin incidentes y el siguiente día también. Nerisen acudió por tres veces con comida y bebida, así como a comprobar los vendajes. Habló lo justo y no respondió a las preguntas de Imoen. Por su parte, la joven no hacía otra cosa que repasar mentalmente datos del último año, intentando dar con una información que escapaba a sus deducciones.

La noche del segundo día en su “encierro”, Imoen se acostó, agotada del esfuerzo de la jornada, y soñó.

Imoen se encontraba en la plaza de la catedral, frente al Orfanato. Los niños jugaban en el exterior, mientras Ruiseñor los miraba con cariño. Tres niñas de cabello taheño se perseguían alrededor de ella, con las caras arreboladas por el esfuerzo y muertas de risa. De repente, las tres se pararon y miraron a Imoen con semblante serio.

- ¿Ocurre algo, pequeñas?
- Queremos ir con nuestra hermana.
- ¿Hermana?
- Sí, encuéntrala, por favor.
- Pero…yo no sé quién es vuestra hermana. Ni siquiera sabía que tuvierais una.
- ¿Eso piensas? Creíamos que eras más lista.

Ahora también Ruiseñor la miraba con semblante serio. Y no sólo ella. Los niños del Orfanato, las cuidadoras, los transeúntes…todos la rodearon con semblante serio y comenzaron a increparla:

- Te creía más lista…queremos ir con nuestra hermana… encuéntrala… lista… su hermana… encuentra… creíamos… lista…

Imoen se cubrió los oídos con las manos, pero era inútil, Las voces resonaban en el interior de su cabeza.

- No, otra vez, no…no podré resistirlo. No….no….¡NO!



Imoen despertó sobresaltada y bañada en sudor.

- Ha sido una pesadilla. Una maldita pesadilla.

Dolorida, se frotó las sienes ¿Por qué había tenido ese sueño? ¿Por qué se acordaba ahora de las trillizas? Las conoció en el Orfanato tiempo después de comenzar su entrenamiento a las órdenes de Shaw, en una de las múltiples ocasiones en que se escapó a ver a Ruiseñor. Una historia fea, ciertamente. Tres niñas y un bebé abandonados en un granero. Las niñas casi no hablaban con nadie salvo ellas mismas y su hermano. Las autoridades habían dejado a las niñas bajo la tutela de las cuidadoras. Estaba casi segura de que una era Hester, otra Elaine y la tercera se llamaba...

- Loraine…Se llamaba Loraine Ruran. ¿Pero qué tiene que ver con…?

Otra imagen en su cabeza. La del día en la que vio a aquella muchachita espiando a las tres niñas sin ser vista. Aquella figura, que ahora le resultaba dolorosamente familiar, no era otra que…

- Liessel, maldita sea. Liessel se apellida Ruran.

Era el apellido de su padre. Imoen lo averiguó por accidente en los archivos del SI:7, una de las veces en que buscaba clandestinamente información sobre su madre. Las trillizas debían ser…¿sus hermanas…?

- ¡Dioses! ¿Será posible que…?

Repasó mentalmente los datos que tenía de Loraine: Desolladora y trampera residente en Pino Ámbar. Se inscribió en El Gremio en el undécimo mes del pasado año bajo el nombre de Loraine Auburn, Ruran de soltera. Ruran…Loraine Ruran…

Y de repente todo encajó. La ficha sin grabado ni foto, lo esquiva que había resultado Loraine…

- Las fechas coinciden. Es tan obvio que es perfecto. Lo he tenido delante todo el tiempo y no lo he sabido ver. ¡Soy una estúpida!

Imoen se dirigió hacia la puerta de la habitación. Aunque sabía que la puerta estaba cerrada desde fuera, decidió probar nuevamente. Tal ver Nerisen se hubiera olvidado de cerrar.

- Sí, claro. Y tal vez Jasmine decida cocinar algún día comida normal.

El susurro de su voz, hablando consigo misma, se convirtió en una expresión de sorpresa cuando la puerta se abrió en silencio. Frente a la misma se hallaba un maniquí con su armadura de infiltración. Sorprendida, la examinó con un cuidado casi reverente.

- Está como nueva. Toda, hasta el casco.

Lentamente, se puso la armadura, teniendo especial cuidado en no dañar su brazo izquierdo. Al ir a colocarse el casco, un papel cayó de su interior.

- Espera, ¿qué es esto?

Recogió la nota y la miró a la luz de una vela. Cuatro palabras la miraban desde el papel.

Busca a Loraine Ruran


Y maldiciéndose a sí misma por enésima vez, Imoen abandonó la casa de Nerisen y Lunargenta.

Asuntos Pendientes XVI

Media hora más tarde, Imoen, vestida con una túnica amplia se sentaba frente a Nerisen. Su brazo de reposaba sobre su pecho, sujeto por un vendaje. Los cortes de su cara y sus doloridos oídos también habían recibido curas y el ungüento sobre su abdomen empezaba a hacer efecto. Nerisen era un artista en más de un aspecto y los primeros auxilios no escapaban a sus conocimientos.

El elfo se sentaba nuevamente frente a ella, paladeando con deleite su bebida.

- ¿Y bien?
- ¿Y bien qué? – contestó el elfo.
- Sabes a qué he venido.
- Por supuesto. No puedes vivir sin mí y quieres pasar otra noche de pasión desenfrenada. Es normal…
- No juegues conmigo, por favor. ¿Dónde está Liessel?

La mirada de Nerisen se endureció.

- A Liessel se le proporcionó una nueva identidad y se le ofreció la posibilidad de buscarle una casa, pero la rechazó. Nadie sabe dónde fue.
- ¿Cuál es la identidad actual de Liessel?

El elfo miró a Imoen.

- ¿Por qué preguntas lo que ya sabes? Te creía más lista.

Imoen se quedó de piedra.

- ¿Lo que ya sé? Pero…

Nerisen cortó la respuesta con un gesto.

- Puede que necesites algo de descanso para poner en orden tus ideas. Puedes quedarte aquí dos o tres días, si lo deseas, pero luego tendrás que irte. Quién sabe, puede que alguno de mis alumnos te encontrara por casualidad. Podría ser divertido.

Y sin darle tiempo a responder, el elfo abandonó la estancia y dejó a Imoen sumida en un mar de dudas.

Asuntos Pendientes XV

Por Imoen

Intentó irse por donde había venido, pero la puerta estaba bien cerrada. Lentamente, el techo comenzó a descender.

Imoen miró a su alrededor, buscando el cierre que pararía el movimiento del techo y la salvaría de una muerte horrible. Con el corazón latiendo desbocado en su pecho intentó calmarse. Sabía que si no lo hacía acabaría convertida en pulpa. Sus ojos recorrieron febrilmente la habitación hasta que lo vio. Un agujero, no mayor que su meñique, casi a ras de suelo. Se acercó rápidamente y, quitándose los guantes, insertó su dedo con cuidado.

Despacio, muy despacio, la pared se abrió, descubriendo un panel con varias ruedas. Lo que aparentaba ser un cristal dejaba ver varias palancas, accesibles a través de huecos. Estaba segura de que sólo una de ellas era la buena, pero ¿cuál? Su mente trabajó a toda velocidad, buscando símiles con todas las trampas que conocía y descartando una tras otra por su aspecto, posición…Era una apuesta arriesgada y lo sabía, pero no le quedaba otra opción. El diseño de una era idéntico a la primera trampa que le había explotado. El de otra semejaba la bomba sónica... Fue descartando una palanca tras otra hasta que sólo quedaron dos.

Imoen metió la mano por un hueco y accionó una. Tan pronto lo hizo, la velocidad de caída del techo aumentó perceptiblemente.

- Mierda.

Tumbada en el suelo, intentó alcanzar la otra, pero estaba fuera de su alcance por milímetros. En condiciones normales habría utilizado alguno de sus artilugios, pero los había perdido en alguna de las salas.

Entonces lo vio. Una vara sobresalía de la pared junto a la palanca. En su extremo había una especie de brazal metálico. La vara estaba conectada a una polea y ésta, a su vez, a una de las ruedas a la derecha de Imoen. Sabiendo lo que tenía que hacer, metió su mano izquierda en el brazal y comenzó a girar la rueda con la derecha hasta que notó cómo su hombro, codo y muñeca comenzaban a dislocarse.

El techo estaba ya a un metro de su cuerpo yacente.

- Sólo un poco más…

El dolor era casi insoportable, pero Imoen se obligó a seguir girando la rueda. Como anticipando su inminente muerte, por su cabeza pasaron en rápida sucesión los momentos más significativos de su vida: La alegría compartida con su madre y hermana cuando su padre volvía a casa y su enfado cuando se volvía a ir, siempre demasiado pronto; la noche en que lo perdió todo a manos de los no muertos; su estancia en el orfanato; su entrenamiento en el SI:7; las vejaciones que sufrió allí; los escasos momentos de placer; el funeral de Liessel y la locura de la búsqueda de Trisaga; Zoë ; Jasmine y la gente que parecía apreciarla a pesar de su deleznable comportamiento; Klode…su pequeña y dulce Klode…

Su visión se llenó de destellos de luz mientras notaba cómo perdía el sentido a causa del dolor de su brazo.

- No, no puedo dejarme ir. Tengo que conseguirlo. Por ellos…por Klode.

Y, dando otra vuelta a la rueda, sus entumecidos dedos alcanzaron al fin la palanca y la accionaron.

Por un momento el techo continuó descendiendo y, agotadas sus fuerzas, Imoen cayó en la inconsciencia y se entregó a su destino.



- Sólo uno de cada veinte de mis alumnos supera la prueba de las palancas. Te felicito, Imoen
- Gracias.

Y lo decía en serio. Por algún extraño motivo su visión de Nerisen había cambiado. ¿O era ella la que había cambiado? Toda su ira hacia el elfo había desaparecido. Las distracciones emocionales estaban relegadas a un rincón, sin que pudieran ya impedirle mantener sus sentidos y su percepción perfectamente afilados. Al mirar a Nerisen con algo que rayaba la admiración, éste le devolvió una mirada divertida, haciendo que Imoen bajara los ojos, avergonzada.

- Ahora eres lo que nunca debiste dejar de ser: Una máquina de matar perfectamente engrasada. Parece que no me equivoqué contigo, a fin de cuentas.
- Que no te equivocaste…¿Todo esto era una prueba? ¿Desde la primera vez que nos vimos?

Nerisen se encogió de hombros.

- Hay demasiado en juego en todo este asunto. Tenía que asegurarme de que eres de fiar y de que tus motivos para encontrar a Liessel son algo más que un mero “trabajito”. No conozco a muchos que hubieran llegado tan lejos por dinero o, incluso, por su sentido del deber.
- …
- Te diré cuál es la próxima parada en la búsqueda que has emprendido, pero te advierto que si alguna vez das con Liessel puede que lo que encuentres no sea lo que esperas.
- ¿A qué te refieres?
- Ya lo verás, si no mueres antes. Y ahora, veamos ese brazo…

Asuntos Pendientes XIV

viernes, 27 de noviembre de 2009

Por Imoen

Sentado tras una mesa llena de suculentas viandas, Nerisen contemplaba a Imoen con una sonrisa torcida, entre satisfecha y complaciente. En su mano sostenía una copa del cristal más fino que la joven había visto nunca. La botella que estaba sobre la mesa no dejaba lugar a dudas: El vino que llenaba la copa costaba tanto como cualquiera de los cargueros de Theramore.

- A tu salud, querida.

Frente a él, Imoen pugnaba por mantenerse en pie. Su armadura de infiltración estaba rota por varios sitios y su casco había desaparecido. Su cara estaba llena de pequeños cortes y quemaduras, un hilillo de sangre brotaba de sus oídos y su brazo izquierdo colgaba inerte en su costado.

Tres horas atrás se habría lanzado al cuello del elfo, con sus ojos destilando odio en estado puro, para destrozarlo con sus propias manos después de hacerle confesar el destino de Liessel. Tres horas atrás. Pero ahora…ahora era distinto.

- Me alegra ver que me equivocaba contigo. Quizás pueda sacarse algo bueno de ti, al fin y al cabo.

Nerisen hizo un ademán hacia una silla frente a la suya.

- Toma asiento, por favor. Tenemos que hablar.

Imoen se sentó, notando un dolor sordo en el abdomen


Imoen había llegado al local de Nerisen, sedienta de sangre, sólo para encontrarlo vacío. Intuyendo que el elfo podría tener un escondite secreto, comenzó a rastrear la estancia minuciosamente.

La primera trampa la cogió por sorpresa. El artefacto se elevó un metro sobre el suelo antes de estallar en mil pedazos. La deflagración la alcanzó de lleno y la lanzó contra la pared, aturdiéndola.

Cuando recuperó la conciencia el abdomen le dolía terriblemente, pero parecía que la armadura había resistido, aunque no estaba segura de si podría sobrevivir a otro impacto de ese calibre.


- ¿Por qué?
- ¿Por qué? ¿A qué te refieres?
- Pensaba que eres un artista. ¿Por qué no matarme cara a cara? ¿Por qué las trampas?


Allí estaba. La puerta era invisible para el ojo inexperto, pero no para ella. El cierre contenía una trampa, por supuesto, pero esta vez consiguió desactivarla. La puerta daba a una escalera que iba hacia el subsuelo. Antorchas de fuego mágico alumbraban el descenso. La escalera daba paso a una larga galería con hornacinas que conducía a una puerta. Cuando Imoen llegó a la mitad del recorrido las luces se apagaron, sumiendo al pasillo en una penumbra que a Imoen le pareció negra como boca de huargo, pero no antes de que las hornacinas se abrieran, revelando cientos de saetas afiladas como dientes de dragón, todas apuntando a la joven


- Tenía que asegurarme.
- ¿Asegurarte? ¿De qué?


La primera descarga impactó contra su casco, lanzándola hacia atrás y salvándole la vida, ya que sintió la siguiente pasar justo por el lugar donde su cuerpo estaba un segundo antes. Rápidamente se despojó de su casco y lo usó para desviar las saetas que se acercaban demasiado a su cuerpo, mientras avanzaba en la penumbra hacia el fondo del corredor. Una vez llegó allí, la luz volvió a encenderse, cegándola ligeramente. A su espalda, el pasillo parecía un acerico, con cada centímetro cuadrado cubierto de proyectiles.


- De que merece la pena gastar mi tiempo contigo, en primer lugar. – Le alargó un pañuelo - Toma, estás sangrando.


Imoen había perdido la noción del tiempo, de las trampas que había desactivado y las que no, a lo largo de las distintas habitaciones. Sus oídos sangraban por una trampa sónica que no había podido detectar a tiempo y le costaba concentrarse. Había tirado su casco, que era ya inservible, y el dolor en el abdomen hacía que le costara respirar


Imoen tomó el pañuelo con su mano derecha. Era un pañuelo amplio, de alguna tela valiosa que no llegaba a identificar, con el que se secó la sangre que le salía de los oídos y de la comisura de los labios…


La última habitación casi acaba con ella. Nada más entrar supo que era la última prueba. Conocía aquel diseño. Lo había estudiado en el SI:7. Era una maldita sala de examen



- ¿Crees que soy uno de tus alumnos?
- ¿Qué te hace pensar tal cosa?
- Has estado examinándome ahí abajo.

Nerisen enarcó una ceja y miró con descaro el brazo izquierdo de Imoen.

Asuntos Pendientes XIII

jueves, 26 de noviembre de 2009

Por Imoen

La noche era oscura en Lunargenta. Sólo las estrellas iluminaban la noche sin luna con su luz trémula, titilante. Moviéndose en silencio entre las ruinas, Imoen se aproximaba a su presa. Esta vez no la pillaría por sorpresa. Esta vez ella sería la que llevara las riendas.

Su visión nocturna seguía siendo la de siempre pero aún así distinguió a duras penas el lugar. Kronkar debía estar esperándola, si es que sabía lo que le convenía. ¡Allí estaba! El elfo se sentaba despreocupadamente, dando la espalda a las ruinas. Su arco estaba tirado descuidadamente en el suelo y no había rastro de la bestia que lo acompañaba la otra vez. ¿Sería una trampa? La voz del elfo la sacó de dudas.

- Sé lo que piensas, Imoen. No te preocupes, estoy solo y no tienes nada que temer de mí.

La voz de Imoen fue gélida en su respuesta.

- ¿Te ha dicho Nerisen que quería verte otra vez?
- No ha hecho falta. Sabía que volverías. Aún así, no ha dejado pasar la ocasión. Me ha dicho que creía que querrías matarme, después de…
- ¿Después de engañarme?

El elfo se volvió e Imoen vio su cara demacrada. Parecía llevar varios días sin dormir.

- Entiéndeme, todo este asunto se nos fue de las manos. Una vez que vi lo que le estaban haciendo, lo que le estábamos haciendo a Liessel contra su voluntad…

Kronkar apartó la mirada.

- Fue demasiado para mí. Vivo atormentado desde entonces, esperando que llegue el día en que pague por lo que hice. El día en el que ella acabe conmigo.

- Tú te llevaste a Liessel de Entrañas. ¿Dónde está?
- No lo sé.
- No vuelvas a mentirme, Kronkar.

El elfo se incorporó.

- ¡Es cierto, maldita sea! Yo sólo la traje desde Entrañas y la alojé unos dias..
- ¿La trajiste a Lunargenta?
- Había que buscarle una nueva identidad. Si se hubiera sabido que Liessel estaba viva se habría ido todo al traste.
- ¿Quién se encargó de buscarle una nueva identidad?

El elfo hizo ademán de responder, pero Imoen lo frenó con un gesto.

- Nerisen…Ese maldito bastardo…Fue él, ¿verdad?

Kronkar asintió.

- Te juro que no he vuelto a saber nada de ella a partir de ese momento. Y ahora haz lo que tengas que hacer.
- ¿A qué te refieres?
- Has venido a matarme ¿no? En cualquier caso ella lo hará tarde o temprano. Lo sé.

La risa de Imoen no tenía ni un ápice de diversión.

- No tendrás esa suerte. Sería demasiado fácil.
- ¿Qué quieres decir?
- Que no mereces una muerte rápida. Te dejaré vivir con tus remordimientos. Puede que algún día acabe contigo, o puede que Liessel lo haga antes, tal y como dices, pero no será hoy.

Imoen se volvió para marcharse.

- ¿Dónde vas?
- A buscar a Nerisen. Tenemos que hablar, y esta vez pondré yo las condiciones.
- Ten cuidado. Es muy peligroso.
- Sé cuidarme, no te preocupes

Y la joven desapareció en la noche.

Los Hilos del Destino XV

jueves, 19 de noviembre de 2009

19 de Noviembre:

Anoche, cuando regresaba de devolver a Maese Gavilla uno de los libros que me prestó durante mi investigación, mi camino se cruzó con el de Angeliss. Culpable como me sentía, consciente de mi gran fracaso, fui incapaz de levantar la vista del suelo mientras trataba de explicar mi retraso en la búsqueda, sin embargo algo en el tono de su voz, algún tipo de alarma o incomprensión, me hizo levantar la vista y mirarle.

Lo hice.

No puedo explicar, Gavilán, la dicha que me invadió en el preciso instante en que puse los ojos de mi alma sobre él y lo vi, vi el intenso lazo de luz que le une a la joven Averil, tenso y firme cuando, de estar muerta, hubiera debido ondear tristemente roto. ¡Viva, viva, Gavilán! Todavía no entiendo por qué razón soy ciega para encontrarla, pero puedo verla a través de Angeliss, y aunque no sabemos donde fue con Razier, tengo la certeza que nadie salvo Angeliss puede encontrarla, gracias al lazo que les une.

Gracias, gracias, Madre. Gracias.

No todo está perdido. Aún hay esperanza.

Asuntos Pendientes XII

martes, 17 de noviembre de 2009

17 de Noviembre, Entrañas:

Oculta entre las sombras, Liessel esperó a que el eco de los pasos de Mirlo y Nerisen se desvaneciera antes de atreverse a cambiar de postura. El corazón le latía desbocado en el pecho y sentía la garganta seca. No sabía si era la rabia acumulada, la ansiedad por estar de nuevo allí o el temor de averiguar el motivo de aquella pesadilla. Le parecía oir los gritos agónicos de las ardillas en el apothecarium, aunque sabía de buena tinta que era imposible, que estaba demasiado lejos. Las pestes de Entrañas flotaban en el aire, provocándole arcadas. Y luego estaba Mirlo... Supo, desde el momento en que Jasmine apareció en el Refugio, que era solo cuestión de tiempo que la encontraran, pero no había imaginado que sería de aquel modo. Lo sabía todo, todo... De algún modo había llegado hasta Charles y había escuchado, sin creerlo, como su antiguo aliado describía, con una fascinación casi científica, todo el proceso que se había llevado a cabo en el Apothecarium para traerla de vuelta. Como siempre, había evadido las razones que les había llevado a perpetrar su vuelta a la vida.

¿A la vida?

Tumbada bocabajo en la fría piedra del suelo de Entrañas, se sentía cada vez más echada sobre una lápida. Si lo pensaba, el corazón se le salía por la boca. Trató de concentrarse en sus pulsaciones, como había hecho tantas veces: acompasar su respiración y su ritmo cardiaco, hacerlos cada vez más leves con la sola fuerza de su voluntad. La falsa muerte, lo habían llamado los kaldorei, pero allí echada tenía bien poco de falsa aquella sensación de no-existencia. Cerró los ojos. Poco a poco, la respiración se acompasó con sus pulsaciones. Luego, cuando estuvo segura de que volvía a tener el control de su cuerpo, se puso lentamente en pie, y tras asegurarse de que no podía ser descubierta, se encaminó hacia el pequeño cuarto en el que Charles elaboraba sus venenos.

Como el irbis del que tomaba su nombre, Liessel se acercó sigilosamente hasta colocarse a su espalda y, antes de que tuviera tiempo de reaccionar, rodeó el huesudo cuello del renegado con un brazo, tapándole la mandíbula descarnada, al tiempo que apoyaba con fuerza la punta de su daga entre dos vértebras y cerraba la puerta de una patada.

- Un solo sonido, Charles, y ni siquiera tus ingenieros podrán traerte de donde te envie.

Gregory Charles no era un hombre estúpido y había sabido que aquel momento llegaría desde que dieran el primer paso del proyecto. Dejó lentamente los viales que sostenía sobre la mesa y relajó el cuerpo. Pero lejos de soltarle, Liessel le empujó con fuerza sobre la mesa, arrancándole un gruñido de dolor. Volvió a sentir la punta de su acero apoyada bajo las vértebras en su nuca. Podía percibir el control que aquella mujer tenía de su entorno, de su propio cuerpo. No era natural. No después de todo lo que le había pasado. Se contuvo para no pronunciar una frase condescendiente, sabiendo que no tenía lugar, aunque aquella actitud fuese su más efectivo escudo. Ya no tenía sentido. Se mantuvo en silencio.

Los segundos pasaron con insidiosa lentitud. El goteo de los alambiques era el único sonido audible en la pequeña habitación. Diez segundos, veinte, treinta.

- Supongo que querrás respuestas.- dijo al fin, confiando en que no presionara la daga y lo cercenara.

- Por tu bien, espero que las tengas.- respondió la voz, fría y templada, a su espalda.

Asuntos Pendientes XI

Por Imoen

- Maldito seas, Kronkar. ¡Mil veces maldito!

Imoen aguantaba a duras penas las ganas de matar a todo bicho, viviente o no, con el que se cruzaba de regreso al campamento del Orvallo. Era plenamente consciente del hedor que desprendía, pero eso ahora no le importaba. No era la primera vez que se infiltraba en Entrañas y, teniendo en cuenta su experiencia, no creía que fuera la última, así que ya estaba acostumbrada. Además, la herida en su amor propio era más fuerte que cualquier olor.

- Clavaré su cabeza en una pica…

Allí estaba ya la frontera de Tierras de la Peste. A partir de ahora podría relajarse un poco, pero no demasiado.

- Así que te habías desentendido ¿eh, Kronkar? Pagarás por haberme engañado, maldito bastardo.

La mente de Imoen retrocedió hasta el momento en el que penetró en Entrañas, horas antes.


La ruta de entrada que Nerisen le había indicado no le resultó una sorpresa a Imoen, aunque no estaba seguro de si el elfo se había percatado de ello. Al igual que a Liessel, el Orvallo le pareció el punto de partida más discreto. Sus continuas visitas a la zona mientras trabajaba para el Alba Argenta, años atrás, le habían granjeado algunas buenas amistades entre oficialía y tropa, así que la confidencialidad estaba asegurada.

Es increíble que aún mantengan el desagüe tan poco vigilado. ¿Exceso de confianza o experiencia? Sea como fuere, entrar desapercibida le costó menos esfuerzo que en su primera incursión, más de un año atrás. Aunque lo disimuló como pudo, aquella vez estaba temblando de miedo y no sabía si habría podido hacer su trabajo de ser por Liessel, que estuvo todo el rato a su lado. Sin embargo, esta vez era distinto. En lugar de miedo sentía otra cosa que no podía identificar: un vago sentimiento de inquietud que comenzó en cuanto se sumergió en los canales de Entrañas. Seguía sintiéndolo cuando llegó al punto de reunión.

El elfo estaba justo donde había dicho que estaría y su cara indicaba a todas luces que sabía que la joven ya había nadado en esos pútridos canales anteriormente.

Igual que Liessel, Imoen fue conducida ante un no-muerto que le fue presentado como Gregory Charles. De los dos ayudantes mencionados en el diario no había ni rastro. Aparentemente, Nerisen ya le había contado a Charles que la humana sabía cosas ya que, por una vez, Imoen no tuvo que jugar al gato y al ratón para conseguir información.

Sí, Liessel había sido reanimada y el proceso había sido largo y doloroso, incluyendo varios intentos de suicidio por su parte. Aunque no entendía las palabras que decía, el tono en que éstas eran pronunciadas no escapaba a la percepción de Imoen. Charles parecía entusiasmado con todo el proceso, si es que un no-muerto es capaz de sentir alguna emoción y parecía contarlo con todo lujo de detalles. Fascinación era la palabra que mejor lo definiría. La joven pícara tuve que refrenar las ganas de cercenar allí mismo la cabeza de aquel ser pero, nuevamente, su sentido del deber se impuso a sus propios deseos y se conformó con posponerlo para otra ocasión. Nerisen, en cambio, parecía a caballo entre esa misma fascinación y el horror más absoluto.

Una vez que Liessel estuvo recuperada, aunque con el cuerpo cubierto de cicatrices que le durarían eternamente, fue sacada discretamente de Entrañas y llevada a su nuevo destino por alguien. Aunque la respuesta fue en orco, Imoen entendió perfectamente el nombre que salió de la boca de Charles: Kronkar.

Imoen se giró rápidamente hacia Nerisen.

- ¿Lo sabías? ¿Me has hecho venir aquí para nada?

El elfo sonrió burlonamente y se encogió de hombros.

- Tú dijiste que querías hablar con Gregory. Querías que te llevara a él y que te hiciera de intérprete. Y eso es justo lo que he hecho.
- Tú sabías que Kronkar la sacó de aquí…
- Por supuesto, querida.
- ¿Por qué no me lo dijiste?
- Porque no lo preguntaste, querida. Pensé que sabías que la información no se proporciona nunca información no solicitada. No entiendo cómo la Alianza ha resistido tanto tiempo con espías como tú.
- Dile a Kronkar que tengo que verle otra vez. Dile que lo espero en el mismo lugar y a la misma hora de la última vez, dentro de dos días. ¿Harás eso por mí?

Nerisen entrecerró los ojos.

- Lo haré, pero lo siguiente que me pidas requerirá un pago extra.
- Sea, pero como descubra que me engañas otra vez más te vale ocultarte en el hoyo más profundo que encuentres, porque daré contigo aunque sea lo último que haga.

Despidiéndose de Charles, Imoen salió de Entrañas lo más rápido que pudo para dirigirse, nuevamente, a Lunargenta. Tenía que hablar con Kronkar.


Un ruido devolvió a Imoen a la realidad y por un momento sintió algo similar a las sensaciones que había tenido en Entrañas. Mirando hacia el origen del sonido, vislumbró a un explorador del Alba Argenta que, al reconocerla, la saludó con una inclinación de cabeza y volvió a otear el terreno circundante.

- Así que era eso. Lo que sentí en Entrañas es que estaba siendo observada. Definitivamente, tengo que retirarme lo antes posible. Me hago vieja, ya no respondo como antes. Hace unos años me habría dado cuenta de inmediato.

- Hace unos años no tenías tantas cosas en la cabeza, pequeña.

¿Quién había dicho eso? Sabía que estaba sola y las voces se habían ido ¿o tal vez no? Con la frente perlada de sudor frío, Imoen llegó al Orvallo.

Asuntos Pendientes X

jueves, 12 de noviembre de 2009

Por Imoen

El último día y medio había sido bastante intenso para Imoen. Lunargenta parecía estar más vigilado que la última vez que se aventuró tras sus muros. Encontrar el local de Nerisen le había costado algo más de lo planeado, pero al fin había llegado allí. Entre las sombras, observó el desarrollo de la clase. Algunos de aquellos jóvenes elfos tenían auténtico talento mientras que otros caerían en la primera escaramuza, eso si sobrevivían al entrenamiento.

Una vez que los jóvenes se marcharon, su maestro se dedicó a ordenar todo bajo la atenta mirada de Imoen. En varias ocasiones pasó cerca del lugar donde ésta se ocultaba, provocando que todos sus músculos se pusieran en tensión. Una vez todo estuvo en orden, Nerisen se cruzó de brazos y, mirando directamente a Imoen, habló en thalassiano con voz queda.

- ¿Vas a estar así todo el día? Podría sugerirte al menos media docena de planes mejores.

La sangre se heló en las venas de Imoen. ¿Podía verla? Pero eso era casi imposible.

- Venga, pequeña. Podría reducirte yo mismo. De hecho, sería divertido, pero prefiero el cortejo a la caza. Vamos. No te morderé…aún.

Rendida a la evidencia, Imoen abandonó las sombras que le servían de cobijo y habló en un thalassiano pasable.

- ¿Cuánto hace que me detectaste?
- ¡Oh! Desde el mismo momento en que entraste. La verdad es que no sé cómo has podido llegar hasta aquí con lo patosa que eres. Parece que los guardias pasan demasiado tiempo en las posadas, desfogándose. En cuanto a mis alumnos…un par de ellos llegaron a notar algo y así me lo dijeron. Nada concreto, sólo percepciones.
- ¿Tanto habéis avanzado?

El elfo se rascó la barbilla, pensativo.

- No creo que hayas venido hasta aquí para discutir quién va a la cabeza en este arte. Dime quién eres y qué quieres. No querría hacerte daño sin motivo.
- Me llamo Daala y…
- Inténtalo otra vez, y esta vez di la verdad.

La mirada del elfo era lo suficientemente explícita. Ella estaba en su terreno. Lo sabía y él también.

- Me llamo Imoen. Tengo que hablar con Gregory Charles y quiero que tú seas mi traductor.

Los ojos del elfo se entrecerraron antes de contestar.

- ¿Gregory Charles, dices? Lo siento, no lo conozco.

Imoen, tomó aire intentando serenarse.

- Nerisen. Sí, conozco tu nombre. Sabes perfectamente quién es Charles. Ya has hecho de traductor antes. Con Liessel…
- Te repito que no sé de qué hablas. – los ojos del elfo eran ya meras rendijas – Y ahora, sal de mi casa o lo lamentarás.
- He leído el diario de Liessel, Nerisen. Sé que estaba metida en algo importante contigo, Kronkar y Charles. No sé el qué y no sé si quiero saberlo, pero lo que tengo claro es que Liessel está viva, Nerisen, y tengo que encontrarla.

Los ojos del elfo retornaron a su estado normal, verde sobre verde.

- ¿Quién te ha enviado aquí? ¿Kronkar?
- En realidad, ha sido Liessel. En cierto modo, creo que estoy siguiendo sus pasos.
- Interesante. Entonces, lo que quieres es que te sirva de intérprete con Gregory ¿no?
- Ajá.
- ¿Estás dispuesta a pagar el precio?
- ¿Precio?
- ¿Liessel no mencionó en su diario nada acerca de ello?

Imoen rebuscó entre sus recuerdos del diario. Entonces lo recordó:

“[…]Una vez expuestos los términos, corrimos las cortinas y cerramos el acuerdo.[…]”

No podía ser lo que estaba pensando. Ahora entendía que el análisis visual a la que el elfo la había sometido iba más allá del plano profesional.

- No pretenderás…
- ¿El qué, querida?
- ¿Me estás diciendo que quieres acostarte conmigo como pago?
- En realidad querría que lo hicieras por voluntad propia. Me gusta que mis parejas sexuales disfruten. Y, créeme, siempre lo hacen.
- ¿Y si no quiero?
- Entonces puedes ir pensando en aprender viscerálico.

Imoen evaluó rápidamente sus opciones. No era la primera vez que se acostaba con alguien por necesidades de servicio y Nerisen era bastante atractivo, pero le había prometido a Klode que no volvería a hacerlo. Sin embargo, si no lo hacía no encontraría nunca a Liessel y no podría decirle que Zoë estaba viva. Se lo debía a Liessel y a Trisaga.

- ¿Aquí mismo?
- ¿Por qué no? Nadie nos molestará aquí.

Pidiendo perdón mentalmente a Klode, Imoen comenzó a desvestirse.

Los Hilos del Destino XIV

martes, 10 de noviembre de 2009

10 de Noviembre:

Elune me ha abandonado y Tormento ha vuelto. La siento luchar por cada fragmento de mi alma, por cada atisbo de mi entereza.

He llegado demasiado tarde. Por segunda vez, he sido incapaz de salvar la vida de aquellos a los que amo.

Desde que partí de Darnassus, una extraña inquietud me invadía, un desasosiego que no podía entender. Ahora lo entiendo: mientras yo recorría los caminos en busca de una cura a su enfermedad, la luz de la joven Averil se extinguió ante mi alma como un faro que se apaga en la lejanía.

Demasiado tarde...

El joven Dulcebrío asegura que Razier y ella se marcharon por su propio pie hace una luna, y aunque es un buen hombre y asegura y desea querer ayudarme, no hay nada que pueda hacer ya para salvar a la hija de mi corazón, ya que no de mi sangre. ¿Qué derecho tengo a portar el título de Bálsamo si he sido incapaz de salvarla, de salvar a su madre?
No quiero sucumbir a Tormento, Gavilán, pero es fuerte, y yo cada vez más débil ahora que he comprendido la inutilidad de mi existencia.

Azshara vuelve a llamarme con sus otoñales brazos abiertos para mí, para este fantasma que un día la habitó, para la Desesperanza que brota de su canto...

Asuntos Pendientes IX

lunes, 9 de noviembre de 2009

Por Imoen

Tres días después un batir de alas despertó a Imoen de su sopor. El halcón estaba posado en su percha y miraba a su alrededor, buscando su recompensa. Mientras devoraba el bocado que la joven le ofreció, la nota que portaba en su anilla pasó a manos de ésta.

La miró despacio, buscando marcas extrañas. Poco a poco la desenrolló y desdobló. Las únicas marcas extrañas eran los dobleces necesarios para que la nota entrara en la anilla del halcón, así que la abrió con cuidado y la leyó despacio. Su mirada se congeló en un párrafo en concreto.

“ […] Necesito que le digas a Imoen una cosa: Que Klode está en el embate, en cuarentena. Que es a voluntad. Y… que nada ha cambiado. Gracias de todo corazón.”

La firma no dejaba lugar a dudas K. G. Fírenan, Kloderella Gallarassia Fírenan.

- No, Klode, no…

Guardando la nota en su jubón, corrió a recoger sus cosas pero, cuando ya salía por la puerta, frenó en seco.

- No, no puedo irme. No debo…

Dejó caer sus cosas en el suelo y arrojó el casco contra la pared.

- ¡Maldito sea mi código de honor! Sabía que algún día tendría que elegir entre el deber y Klode, pero no pensé que sería así. No ahora.

Furiosa, la emprendió a golpes contra todo lo que tenía alrededor. Tras varios minutos de furia ciega lo único que quedaba en pie era la percha donde el asustado halcón se aferraba intentando que la humana no se fijara en él. Imoen, jadeando tras un esfuerzo no controlado, cayó de hinojos, sollozando. Sabía lo que tenía que hacer y se odiaba por ello, pero la decisión estaba tomada. Se odiaría a sí misma el resto de su vida si a Klode le llegara a suceder algo, pero no tenía elección.

Sacando fuerzas de flaqueza, se serenó lo mejor que pudo y sacó el comunicador.

- ¿Jasmine?
- …..
- Jasmine, pequeño engendro, contesta si sabes lo que te conviene.
- ¿Eh? ¿Qué? ¿Imoen? Pero si aún no es hora de…
- Calla y escucha. Tengo un encargo para ti.
- ¿Encargo? Pero…
- Leíste la carta, así que sabes lo que ha pasado. Quiero que averigües dónde está Klode exactamente. Quiero que la encuentres y le digas que iré por ella lo antes posible, que por mi parte nada ha cambiado y que no quiero perderla, pero que me es imposible ir en persona. Se lo explicaré cuando la vea.
- Uh…
- ¿Lo has entendido?
- Sí, sí, pero…
- ¿Pero qué?
- El Embate… - la voz de la gnoma estaba teñida de pavor- esa gente me matará si me ve aparecer.
- Es tu problema, no el mío. Si no encuentras a Klode te mataré yo misma. Y ahora ponte en marcha.
- Espera…

Pero sólo la estática respondió a la asustada gnoma.

En los Confines de la Tierra VIII

viernes, 6 de noviembre de 2009

Aquella noche no durmió, se mantuvo en pie por la fuerza de su determinación. Los párpados le pesaban, pero no dejaba que se cerraran. Se afanaba con resolución en la tarea impuesta por Zorg, dispuesta a no dejarse vencer.

No comerás ni beberás, ni podrás dormir siquiera hasta que vea con mis propios ojos que eres capaz de golpear al muñeco dos veces seguidas sin bajar el arma.

Sin bajar el brazo... Si pensaba en ello sentía que desfallecía. El brazo derecho le ardía y apenas podía levantarlo después de haber intentado golpear sin éxito todo el día. Afortunadamente, Cobra no había vuelto a acercarse con su mirada burlona y sus sinuosos movimientos. El que sí que había regresado era el troll, que se sentaba contra el muro a su espalda y la observaba con interés. Había decidido no prestarle atención y se había afanado con el muñeco, concentrada en golpearlo y no soltar la espada, acalambrados como tenía brazo y mano. Durante horas no cejó en su empeño, sin conseguir nada que no fuera estar mucho más cansada y dolorida.

De pronto, absorta como estaba, sintió como le arrebataban el arma sin esfuerzo. Sobresaltada, se volvió con gesto furibundo y se encontró con la mirada divertida del troll que la miraba desde arriba y que sostenía la espada muy por encima de su cabeza.

- Devuélvemela.- siseó con la garganta seca, tratándo de alcanzar el arma. El troll sonrió y alzó la espada un poco más.

- ¿Pa´qué, colega? ¿Pa´seguih bailandoh con ella?

Irinna no respondió. Se limitó a mirarle tratando de no mostrar su frustración, sus ganas de que se llevara el arma bien lejos y la dejaran descansar. Malinterpretando su silencio, el troll se carcajeó.

- La lucha en lah arenah no eh calculah, colega- sus ojos brillaban, divertidos- Acción, reacción. Si quiereh quitarme el arma, hazlo. Nadie da nada por nada, p´queño mono.

Los ojos de Irina se estrecharon, irritada. Trató de alcanzar de nuevo el arma, saltando y estirando los brazos por encima de su cabeza. Sus dedos rozaron la empuñadura antes de que el troll, sin inmutarse, la alzara de nuevo fuera de su alcance antes de ponerse a bailotear ridículamente, alejándose de ella.

- Ya basta- siseó Irinna- Devuélveme el arma y vete al infierno.

El baile del troll cambió visiblemente, sus movimientos se volvieron más amplios y profundos, más cadenciosos, y la sonrisa de sus labios se volvió sinuosa y mezquina. Su voz se tiñó de evidente burla.

- Pa´ece que Cobra tie razón- canturreó sin dejar de bailar, manejando el arma con tal destreza que parecía una extensión de su brazo- Ereh torpe e inútil como un múrloc manco y cojo. Y seráh un murloc manco, cojo y muerto si no me quitah el arma y Zorg se encuentra con que le has hecho perder el tiempo. Ereh menoh que un animal, y al animal lisiado se le sacrifica, y Cobra se dará un gran banquete con esas patitas tuyas tan blanditas.

Irinna, que no estaba dispuesta a seguir tolerando burlas y burdas amenazas, dejó que la ira y la determinación se llevaran el agotamiento y, con un bufido de rabia, cargó contra el roll, ya sin más intención que hacerle callar y borrarle aquella sonrisa de los labios.

El troll, que en aquel momento le daba la espalda, se dio la vuelta con sorprendente agilidad y abrió los brazos de pronto, como si quisiera recibirla en un inmenso abrazo. Irinna contuvo el aliento al comprender lo inevitable de la presa, pero reaccionó demasiado tarde y sintió los poderosos brazos del troll cerrándose entorno a ella, apresándola. Decididida a no dejarse vencer, se retorció, volviendo la presa inestable, y aprovechó para deslizarse penosa pero efectivamente fuera del abrazo, huyendo por un costado y aupándose contra la rodilla del troll para encaramarse a sus hombros.

Escuchó la carcajada sumamente divertida del troll y de pronto el mundo se inclinó y el suelo voló a su encuentro, y se sintió impulsada hacia delante. Tratando de evitar lo inevitable, entrelazó ambas manos entorno al cuello grueso y firme, y cuando su cuerpo voló, lanzado hacia delante, la presa la retuvo, arrancándole al troll un jadeo de sorpresa y haciéndola aterrizar con las rodillas plegadas contra el inmenso pecho tatuado. Y antes de darle tiempo a reaccionar, estiró las piernas bruscamente, empujando al troll y saltándo hacia atrás, bien lejos de su oponenete, con la respiración agitada, todavía agazapada como una fiera a punto de saltar.

El troll se enderezó y durante uno instantes se observaron en silencio, evaluándose mutuamente y luego, para sorpresa de Irinna, rompió a reir con carcajadas francas y alegres y le arrojó la espada para que la empuñara, antes de revolverse el pelo con las manos, sin dejar de reir.

- Ereh rápida, pequeño mono, y escuriddiza- dijo, y declarando el final del combate, la tensión de su cuerpo se desvaneció.

- No soy un mono.- respondió Irinna, tratando de recuperar el aliento, clavando la espada en el sueño y acuclillándose.

El troll la miró un instante, entretenido.

- Está bien, colega. No ereh un mono pero te escurreh y trepah ¿Qué ereh entonceh?

- Una comadreja.- respondió Irinna sin pensar, y se arrepintió de inmediato, tan pronto como las palabras abandonaron sus labios.

Comadreja era el nombre con el que su tío la había llamado siempre cariñosamente. De pronto, el último reducto de su mundo, que permanecía inviolable, estaba expuesto. No dejó que aquello la venciera y hundiera. Recogió los fragmentos de sus recuerdos y sus pasados y los guardó a buen recaudo con la dulce Irinna. Ya no había sitio para ella en aquel lugar.

El troll entrecerró los ojos, como si pudiera percibir el cambio que acababa de operarse en ella.

- Comadreja.- repitió, como para sí- ¿También bailah, pequeña Comadreja? ¿Quiereh bailah? Zay´Jayani te enseñará a bailah, bichito, pero primero tieneh que descansah.

Comadreja frunció el ceño y Zay´Jayani se acercó a ella, la sujetó de las axilas como si fuera una muñeca y la puso en pie. Luego cogió la espada del suelo y se la puso en la mano.

- Sujetala como si fuera un cayado, una maza... ¿una cazuela?

Los ojos de Comadreja brillaron y de pronto sus dedos encontraron la posición correcta en la empuñadura. Había sido tan sencillo, y ella había estado tan ciega... Sonrió con fiereza y, con un grito de júbilo, golpeó el muñeco que tenía delante dejando que el eco de sus golpes llenara el amanecer del campo de esclavos.

En los Confines de la Tierra VII

jueves, 5 de noviembre de 2009

Al día siguiente:

El aire era asfixiante y estaba cargado de polvo. Vestida con una burda túnica de lana sin cardar, Irinna bajó del carro sin esperar la señal del guardia. Al mirar a su alrededor pudo ver muñecos de entrenamiento como los que había en Theramore. Luchadores de todas las razas, vestidos con la misma túnica que llevaba ella, los golpeaban con fuerza, ora armados ora con los puños desnudos, y más allá, peleaban entre ellos con fiereza.
aire era asfixiante y estaba cargado de polvo. Vestida con una burda túnica de lana sin cardar, Irinna bajó del carro sin esperar la señal del guardia. Al mirar a su alrededor pudo ver muñecos de entrenamiento como los que había en Theramore. Luchadores de todas las razas, vestidos con la misma túnica que llevaba ella, los golpeaban con fuerza, ora armados ora con los puños desnudos, y más allá, peleaban entre ellos con fiereza.

- Este es el campo de entrenamiento.- dijo el guardia rudamente- A partir de ahora pasarás las horas de luz aquí. Dormirás en los barracones con el resto y comerás lo que te dejen comer.

Hizo a continuación una señal a un ogro de piel oscura, que se acercó con una espada bastarda en la mano y la miró con desaprobación.

- Esta no sirve- dijo. Tenía la voz ronca- Es pequeña y demasiado delgada. No duraría ni dos asaltos. Broca no podrá hacer nada con ella. Llévatela.

El guardia frunció el ceño.

- Broca tendrá que quedarse con ella de todos modos. Mashrapur quiere verla en la arena para el torneo de Batalla.

El ogro se encogió de hombros.

- Mashrapur decide- concedió con desgana- pero hembra y humana no llegará al torneo de Batalla. Se la llevaré a Broca para que decida qué hacer con ella.

Y tirando de la soga atada a su cuello, se llevó a Irinna en dirección a los barracones.

***

Broca les recibió en su despacho, al fondo del pabellón principal. Era un orco de mediana estatura, con la piel curtida por los elementos y unos ojos verdes como rendijas en una máscara de cuero. Los colmillos inferiores sobresalían entre los labios y tenía el pelo corto y blanco.

- ¿Qué me traes, Zorg? - inquirió recostado contra el respaldo de su asiento, mirándola con desinterés.

El ogro la empujó para mostrársela al viejo orco.

- Mashrapur quiere que luche en el próximo torneo de Batalla.

Los ojos de Boca brillaron con malicia.

- Mashrapur la quiere en las arenas- dijo, meditabundo. Luego la miró a los ojos, divertido- ¿Qué le has hecho, humana? Athos de Mashrapur suele tener otros planes reservados para las muñequitas como tú. Debes haberte portado muy muy mal.- Una cacajada ronca brotó de sus labios oscuros- Así que vas a pelear... Bien, no le garantizo a tu señor que sobrevivas hasta el torneo, pero si él quiere que te entrene, te entrenaré.

Irinna miró a aquel orco de aspecto fiero.

- ¿Es tu amo también?

Broca rió.

- ¿Ese humano perfumado mi amo?- se carcajeó de buena gana. El ogro le acompañó, como si hubiera dicho algo realmente gracioso. Luego el viejo entrenador dejó de reir y la miró con severidad.- No te corresponde hacer preguntas, gatita. Haz lo que se te diga y a lo mejor podrás llegar viva a la semana que viene.

Luego, con un gesto de la mano, les despidió.

En el exterior, el ogro la llevó hacia uno de los muñecos de entrenamiento y le tendió una espada corta y pesada, que tomó sin protestar.

- Golpea.- le dijo.

Irinna sopesó la espada, comprobando el equilibrio. Su mano tanteó la empuñadura sin conseguir adaptarse. Aquella espada no era como la que sir Varian le había proporcionado para los entrenamientos, más larga y pesada para la que necesitaba ambas manos. Se sentía completamente desequilibrada cargando el peso en un solo lado del cuerpo. Si flexionaba las rodillas como había aprendido, se desestabilizaba. Su centro de gravedad, desplazado hacia la derecha, la hacía sentir inestable, pero tampoco conseguía desplazarlo a la izquierda para equilibrarse.

- Golpea.- insistió Zorg.

Tomando aire, alzó como pudo el arma con la mano y trató de golpear, de arriba a abajo, como hacía con el mandoble. La inercia del arma al descender tiró de ella, haciéndole dar un paso torpe que la llevó a golpearse aparatosamente contra el muñeco, lastimándose el rostro. Oyó el bufido hastiado del ogro y algunas risas burlonas a su alrededor.

"No llores" se dijo cuando sintió los ojos peligrosamente húmedos.

Se separó del muñeco, sujetando el arma con ambas manos y apretando los dientes.

- Yo tenía razón- escupió Zorg- No sirves para nada. Mashrapur hubiera hecho mejor de cortarte la lengua y hacerte su puta. Más te vale seguir intentándolo hasta que lo consigas. No comerás ni beberás, ni podrás dormir siquiera hasta que vea con mis propios ojos que eres capaz de golpear al muñeco dos veces seguidas sin bajar el arma.

Dicho esto, se encogió de hombros con indiferencia y se alejó.

Irinna miró la espada y al muñeco y resopló, decidida a no llorar. Calculando de nuevo el equilibrio, alzó el arma y volvió a descargarla con frustración sobre el muñeco. De nuevo la espada la desestabilizó, haciéndola trastabillar. Sintiendo crecer la rabia en su interior, se enderezó y lo intentó de nuevo, una vez, dos, tres. Por cada intento, nuevas risas se sumaban a la burla y nuevos curiosos se acercaban a su posición para observarla con evidente mofa. Trató de no prestarles atención y por un instante lo consiguió, pero de pronto, entre las voces que se burlaban de ella, reconoció una que había escuchado en otro lugar y alzó la vista para encontrar su origen.
Rodeada de sus congéneres, Cobra dijo algo en su idioma y escupió en el suelo sin dejar de mirarla. Sus compañeros rieron con sorna como respuesta a su comentario y luego, tras echarle una última mirada cargada de desprecio, se alejaron para seguir con su entrenamiento.

Con la marcha de los orcos, el resto de observadores se disolvieron en cuestión de segundos. Solo quedó un troll de piel azulada y cabello rojo con el pecho surcado de cicatrices que, sentado con las piernas cruzadas y apoyado contra la pared, la observaba con diversión.

En los Confines de la Tierra VI

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Dos semanas más tarde:

El agua olía a rosas, y pese a la humillación que sentía, no pudo evitar el agradecimiento por aquel baño que le permitía quitarse la suciedad y el cansancio acumulados tras dos semanas en el campo de Frinch. No pudo evitar apartar el rostro con gesto brusco cuando una de las sirvientas, la más joven, le frotó el cabello con aceite perfumado. Vio el rostro de la muchacha, no mucho mayor que ella, preocupado y asustado por su reacción.

- Lo siento.- murmuró, arrepentida por su brusquedad. La muchacha asintió bajando la mirada- Lo haré yo.

La sirvienta se retiró con la mirada baja y otra de más edad tomó su lugar para ayudarla a salir de la bañera. No tenía sentido rechazarla a ella también, ya debía ser suficientemente humillante servir a una esclava, como para encima recibir órdenes de una. Se resignó: no la trataban como a una señora. La limpiaban y adornaban como quien lustra la plata antes de un banquete.

Dejó que la perfumaran y empolvaran su piel con suaves afeites, y que delinearan sus ojos con pinceles oscuros. Habían dejado su ropa sobre la cama y, de pie en la rica alfombra, dejó que la vistieran con aquellas prendas, alzando los brazos como si fuera una muñeca dócil. Vio en el amplio espejo del ropero como transformaban a la sucia esclava que había llegado al palacio, en una exquisita criatura de piel alabastrina y ojos brillantes, envuelta en sedas y brocados, con el cabello negro y resplandeciente ceñido por una diadema de plata. Ella nunca había tenido ropas tan lujosas, ni en sueños.

- No soy yo- se dijo, y de pronto aquel pensamiento la llenó de una inesperada sensación de paz.- No soy yo.

Estaban calzándole los pies con sandalias enjoyadas cuando sonaron dos golpes discretos en la puerta. La sirvienta más joven acudió a abrir: dos guardias armados, vestidos con librea, esperaban al otro lado.

- Está lista.- dijo la sirvienta mayor, y la empujó levemente, como se empuja a un potrillo en sus primeros pasos.

Los guardias la escoltaron en silencio a través de los salones blancos adornados con plantas y tapices hasta lo que parecía un ala privada en el palacio. Los aposentos de Athos Mashrapur, su nuevo señor.
Allí los pasillos estaban adornados con vaporosas cortinas y alfombras de vivos colores, y al pasar junto a un patio interior conectado con el exterior, puso ver como más allá, en los amplios jardines, pastaban y descansaban exóticas bestias que solo había visto en los libros de historia natural. Tras recorrer largos pasillos, los guardias al fin se detuvieron ante una gran puerta de madera, profusamente tallada con motivos selváticos, y llamaron con dos discretos golpes. Abrió la puerta un hombre pelo cano y gesto severo, que la estudió durante unos instantes con una mirada claramente despectiva. Uno de los guardias le dio un leve toque en el hombro indicándole que entrara, el hombre se retiró de la puerta e Irinna cruzó el umbral.

Si la sala en la que la habían adornado le parecía lujosa, aquella en la que se encontraba ahora estaba más allá de cualquier descripción. Era amplia, no, inmensa, y por toda ella había repartidas columnas de alabastro conectadas entre sí por hermosos velos que hacían las veces de paredes, y adornadas en su base con frondosas plantas. Había alfombras y cojines, a cada cual más hermoso, amontonados por los rincones, como si aquella sala no fuera más que una inmensa y lujosa tienda de campaña en mitad de la espesura selvática. Olía a incienso y la luz que entraba por entre los velos del techo se teñía de colores imposibles creando un ambiente onírico.

Athos de Mashrapur, su nuevo dueño, estaba recostado con languidez en lo que parecía un lecho circular adornado con vaporosas cortinas. En lugar del traje de monta manchado de polvo que había llevado cuando le vio la primera vez en el mercado, vestía ahora una holgada túnica de seda blanca, bordada con hilo de oro, y unos amplios panalones del mismo color, e iba descalzo. Llevaba el cabello largo y oscuro recogido en una sencilla coleta en la nuca, y el hermoso rostro se le antojó apacible y distendido. Aquella sencillez en mitad de todo el lujo no hizo más que acrecentar la sensación de irrealidad y opulencia.

- Acércate - dijo con voz autoritaria pero suave.

Con el severo criado a su espalda, Irinna se acercó hasta quedar a varios pies de la cama. Mashrapur se levantó entonces con elegancia y caminó lentamente a su alrededor, evaluándola y, de cuando en cuando, asintiendo con aprobación. Irinna permaneció inmóvil, con la mirada fija al frente, hasta que su nuevo dueño volvió a situarse frente a ella con una sonrisa de satisfacción.

- No me equivocaba.- dijo entonces, mirándola con evidente deseo- Eras hermosa en la jaula, cubierta de polvo, , pero limpia y vestida lo eres aún más. Esos colores resaltan el verde de tus ojos ¿te gusta tu nuevo traje?

Sabía que tenía que apreciar aquella amabilidad: el señor no tenía por qué ser siquiera cortés con sus esclavos, pero alzó la vista y le miró a los ojos, serena.

- ¿Vas a violarme?

Mashrapur parpadeó un instante, sorprendido por su franqueza y osadía, y luego rompió a reir, divertido y condescendiente. Luego, al ver que ella no bajaba la mirada ni mostraba rubor alguno, arqueó las cejas y una sonrisa sinuosa se dibujó en su rostro.

- No necesariamente. Es tu elección- respondió.- ¿Cómo te llamas?

- Irinna. ¿Cómo es posible que pueda elegir?

Mashrapur sonrió y mostró las palmas abiertas.

- Puedes entregarte voluntariamente o puedes resistirte. De cualquier modo el resultado será el mismo así que ¿por qué no disfrutar del amor?

Los ojos de Irinna se clavaron en los suyos.

- ¿Por qué hablas de amor?

El hombre parpadeó.

- ¿Qué?

- No hay amor en esto. - contestó Irinna con fiereza- Me has comprado como una bestia en el mercado y ahora quieres obtener placer a expensas de la poca dignidad que me queda.

Athos de Mashrapur se acercó a ella y la sujetó por los brazos, con la ira deformando sus hermosos rasgos.

- ¡No te he llamado para que discutas conmigo, puta! Harás lo que te diga.

La empujó con fuerza hacia atrás, haciendola tropezar con la cola de su vestido, que se rasgó con un susurro. El criado la agarró por los hombros, apretando tanto que sentía los dedos clavándose en su carne.

- Desnúdala- espetó Mashrapur a su criado, que asintió con solicitud, aflojando la presa para arrancarle los velos que la cubrían.

- No- murmuró Irinna y de pronto su codo voló hacia atrás, golpeando al criado en el rostro con fuerza y haciéndole retroceder, tropezando. La sangre fluía de su nariz y se llevaba las manos al rostro con gesto de dolor. Giró sobre si misma y aprovechando el vestido roto, alzó la pierna dandose impulso con el giro y golpeó con fuerza al criado bajo el mentón, lanzándole hacia atrás y haciéndole caer con estrépito sobre una mesa repleta de jarrones.

- ¡Guardias!- bramó Athos de Mashrapur.

Irinna se volvió rápidamente hacia la puerta, buscando por la mirada alguna posible ruta de escape, pero en apenas unos segundos la puerta se abrió con brusquedad y los dos guardias aparecieron en el umbral, listos para la lucha.

"Piensa" se dijo "Rápido".

Los guardias se lanzaron a por ella al unisono, grandes como osos, con los brazos alzados prestos a apresarla. Por un instante se quedó paralizada por el miedo al verles precipitarse hacia ella, pero de pronto se dio cuenta de que en realidad eran lentos y pesados, que tenía tiempo para esquivarlos. Como si el tiempo transcurriera a cámara lenta, se inclinó hacia su derecha flexionando la rodilla y, cuando casi la habían alcanzado, pivotó sobre sí misma, poniéndose fuera de su alcance. Como un flash, recordó los entrenamientos en la Ciudadela Garrida, ahora lejanos, y casi sin pensar, deslizó la pierna extendida bajo su cuerpo, y lo atravesó en la zancada del guardia más cercano. Como un tronco cortado desde la base, el guardia se inclinó hacia delante y cayó estrepitosamente sobre el vientre, soltando un gruñido a causa del impacto. El otro guardia se volvió al mismo tiempo que ella se erguía, e Irinna dejó que los latidos de su corazón marcaran el ritmo de la lucha. Él la acosó, ella le esquivó. Ella lanzó un golpe, él lo rechazó. Danzaron aquella violenta danza durante un segundo, dos, tres. Cien. Durante unos instantes tuvo la impresión de que su sangre se inflamaba y la impelía a luchar. No se dejaría prender, no. Antes moriría que ser tomada por la fuerza. Un golpe, una finta, un salto. El guardia le hizo una presa, sujetándole el brazo contra la espalda, forzando tanto la articulación de su hombro que un gemido de dolor escapó de sus labios.

"No" se dijo "¡No!"

El dolor hizo que se le doblaran las rodillas. Apretó los dientes, intentó liberarse. Nada. El guardia ejerció presión en su brazo hasta que estuvo completamente arrodillada y con la otra mano la obligó a mirar al suelo. Vencida.

Los pies descalzos de Athos de Mashrapur aparecieron ante sus ojos, ofensivamente limpios. No podía alzar la vista para mirarle, el guardia le mantenía la cabeza baja. Apretó los dientes.

- Una lástima- suspiró Mashrapur. Se inclinó sobre ella y le alzó el mentón, obligándola a mirarle. Tenía una sonrisa irónica en el rostro.- Que hermosa estúpida eres, Irinna. Qué tonta. Me gustabas, de veras. Hubieras vivido rodeada de lujos, hubieras tenido comida en tu plato todos los días ¿Y todo a cambio de que?- suspiró con fingida afectación- Con fingir un poco de amor. O ni siquiera amor, hubiera bastado con ser fría pero dócil...

Le soltó la barbilla bruscamente y se llevó las manos a la espalda, donde las unió. Caminó pausadamente por la sala.

- Hubiera sido tan fácil si hubieras querido, Irinna. Hubieras vivido tranquila, tal vez incluso hubieras llegado a amarme, pero no... Tenías que ser fuerte ¿verdad? Tenías que ser ridículamente heróica... Bien, te daré la oportunidad de ser todo lo heroica que puedas... - bufó con burla- O que te dejen.

El guardia la puso en pie de un tirón.

Asuntos Pendientes VIII

Por Imoen

- …escuchas?

Imoen ajustó el dial de su comunicador personal lo mejor que pudo. La voz, aunque distorsionada, parecía de Jasmine. De todos modos, no podía ser otra. El comunicador de Klode lo habían saboteado en Valgarde.

- Imoen, ¿me escuchas?

¿Qué querría la gnoma? Debía ser importante si la llamaba a arriesgándose a una reprimenda o algo peor.

Con un encogimiento de hombros mental, pulsó el botón de transmisión y respondió con voz queda.

- Habla, rápido. No sé si la comunicación es segura.

Un suspiro de alivio se oyó al otro lado.

- Al fin. Llevo tres días intentando hablar contigo. Sólo a las horas convenidas, claro está, porque sé que si no…
- Basta de cháchara. Di lo que tengas que decir y más te vale que sea importante.

La voz de la gnoma respondió entre dolida y temerosa.

- La señorita Klode te ha mandado una carta. Como no sabía dónde encontrarte, me la ha enviado a mí. La he puesto donde siempre. Parecía urgente, aunque la verdad es que no sé por qué la señorita Klode querría nada de alguien como…
- ¿La has leído?
- Errr….sí, venía a mi nombre, ¿qué querías que hiciera?
- Eso ya da igual. Ni una palabra a nadie de esto, ¿entendido?
- Pero…
- Ni una palabra, o lo lamentarás. Conecta cada día a las horas de costumbre hasta nuevo aviso.
- Está bien, lo que tú digas, Imoen.

Imoen cortó la comunicación y meditó acerca de los recientes acontecimientos. La información que Kronkar le había dado era bastante reveladora. Liessel estaba viva o, al menos, lo había estado hasta que el elfo se desvinculó del asunto meses atrás. Ahora tenía que averiguar qué le habían hecho, si era realmente ella o sólo un engendro de los boticarios, un ser incompleto o una bomba de relojería que habría que eliminar lo antes posible.

Entrañas era su próximo destino, pero antes tendría que hacer una visita a Nerisen. Lunargenta era bastante más accesible que la ciudad de los Renegados y creía saber dónde encontrar al maestro de asesinos de los elfos de sangre. Tendría que convencerlo para que fuera su intérprete, igual que hizo Liessel en su momento ya que, al igual que a ésta, el orco se le escapaba y no aspiraba a poder hablar la lengua de los renegados.

Por otro lado, lo que Jasmine le había dicho era turbador. ¿Qué sería tan importante como para que Klode se arriesgase a que alguien descubriese su relación? Aquello la iba a retrasar, aunque ¿qué importancia podía tener una semana o dos?

No, sabía que no podía dejarlo pasar tanto tiempo. Maldijo su sentido del deber y, tras escribir una escueta nota, abandonó su escondite para dirigirse a uno de los puntos de encuentro que el SI:7 mantenía por todo Azeroth, ocultos a los ojos de casi cualquiera. En ellos solía haber varios halcones mensajeros, alimentados por un ingenioso sistema gnómico que hacía que sólo hiciera falta visitar las instalaciones cada 5 o 6 meses. Cuidadosamente, Imoen rastreó la zona donde sabía que se encontraba la entrada hasta encontrar la puerta oculta. Sus habilidosos dedos manipularon el cierre y una abertura se formó en un lugar donde instantes antes sólo había roca lisa.

- ¿Qué demonios?

Las jaulas estaban vacías y un solitario halcón la miraba con curiosidad desde lo alto de una percha. Al menos parecía estar en buenas condiciones. Tendría que valer, fuera como fuese. Imoen llamó al halcón y éste respondió a su voz de mando y al alimento que le ofrecía. La anilla de los mensajes estaba intacta, así que Imoen sujetó a ella la pequeña nota que había escrito y, sacando al ave fuera la lanzó al aire mientras le decía:

- ¡A casa!

El halcón se elevó rápidamente y se dirigió al Sur, hacia Ventormenta.

Asuntos Pendientes VII

martes, 3 de noviembre de 2009

Por Imoen

Imoen y Kronkar hablaron largo y tendido, hasta que las primeras luces comenzaron a asomar por el horizonte. Al elfo no parecía intrigarle especialmente el hecho de que la joven entendiera el Thalassiano. Mucha gente trataba con los Arúspices de Shattrath, por lo que no era extraño que con el tiempo aprendieran su lengua.

Al parecer, Kronkar y Liessel se habían conocido años atrás, no lejos del lugar en el que estaban, mientras ella exploraba desarmada el territorio afectado por la plaga y, rápidamente, se convirtieron en aliados en su intento de aunar Horda y Alianza frente al enemigo común: Plaga y Legión.

Aunque reacio a dar nombres, Kronkar confesó finalmente que contaban con la confianza de ciudadanos clave de distintas facciones de Azeroth. El que Imoen ya conociera esos nombres, gracias al diario de Liessel, ayudó a soltarle la lengua. Nerisen, Gregory Charles y sus ayudantes...nombres que conocía por el diario pero que no había podido ubicar del todo.

Kronkar fue contando a Imoen cosas que ya sabía alternadas con información nueva. La desaparición de Liessel, su estancia en Claro de Luna, cómo se hundió en el alcohol…

Todo esto le fue relatado de forma totalmente fría, como si Liessel fuese sólo un efectivo en esa campaña. Un efectivo muy valioso, eso sí, pero nada más. Le recordó a la forma en la que hablaba Shaw cuando preparaban un “trabajito” o cuando hablaban de las bajas de una operación. Profesionales que no dejan que los sentimientos propios interfieran en su quehacer.

El secuestro del arzobispo fue un golpe muy duro para el plan de Liessel y todo lo que se había construido a su alrededor. Eso explicaba todo el empeño que ella había puesto en el rescate, el repentino cambio de ser un despojo que nadaba en alcohol a la máquina de precisión de antaño durante la incursión en Entrañas, semanas antes del rescate.

Luego habló de la muerte de Liessel, de cómo Sacat la remató y capturó un fragmento del alma de Liessel sin que Rictus o él pudieran hacer nada por evitarlo.

Llegados a ese punto, Kronkar calló por un momento, reacio a seguir. Cuando parecía que ya no seguiría, comenzó a hablar de nuevo, pero esta vez su tono de voz pasó de ser neutro y frío a teñirse de culpa.

Tras la muerte de Liessel, su cuerpo fue rescatado de las aguas de Feralas la misma noche del funeral y llevado a Entrañas. Un aprendiz de boticario llamado Metatron realizó a petición de Kronkar un tratamiento experimental perfeccionado en el apothecarium de Entrañas. Usando el fragmento del alma de Liessel conservado en el cristal de Sacat, consiguieron volver a imbuir de vida el cuerpo muerto de la joven y restituirle su espíritu o, al menos, parte de él. Todo el proceso se llevó a cabo a espaldas de Sylvannas. Nerisen y Gregory Charles también estaban implicados en el asunto.

El elfo guardó silencio nuevamente.

- ¿Y qué pasó, Kronkar?

[Thalassiano]: El experimento fue un éxito.

- ¿Quieres decir que Liessel realmente está viva?

Kronkar guardó silencio.

- Contesta, por favor. Tengo que saberlo.

El elfo suspiró, resignado. El tono de su respuesta fue la de un hombre turbado, atormentado quizás por algo que se le ha ido de las manos.

[Thalassiano]: Pasaron meses. El proceso fue muy duro para todos, empezando por Liessel.

- ¿Qué le hicieron?

[Thalassiano]: No puedo decirlo. No quiero volver a revivir aquel infierno.

Kronkar miró fijamente a Imoen.

[Thalassiano]: Escucha. Lo que hicimos fue un error. Nunca debí prestarme para llevar a cabo algo así. No tenía derecho a jugar con el alma de nadie, ¿lo entiendes?

Imoen asintió.

[Thalassiano]: No, no tienes la menor idea. Aún me despierto con los gritos de Liessel resonando en mis oídos, preguntándome por qué la trajimos de vuelta.

El elfo la miró a los ojos.

[Thalassiano]: ¿Crees que tuvo un despertar apacible? ¿Qué abrió los ojos y dijo “¡Hola, qué tal! Gracias por haberme revivido”? Pues te equivocas. Liessel gritaba angustiada, rogaba que la dejáramos descansar, imploraba seguir muerta. Y, aún así, la obligamos a volver.

Kronkar apartó la mirada y guardó silencio.

- ¿Dónde está Liessel ahora?
[Thalassiano]: No lo sé. Me apartaron del proyecto y sólo volví a verla un par de veces después de eso. Gregory Charles se encargó de ella.
- ¿Quién es Gregory Charles?
[Thalassiano]: Un instructor de Entrañas. Enseña a gente como tú.

Kronkar suspiró.

[Thalassiano]: Y ahora, si me disculpas, necesito estar solo. Y tú deberías irte. Durante el día hay patrullas por la zona.

- Kronkar,…

Pero el elfo ya había desaparecido.

-…gracias.

Asuntos Pendientes VI

Por Imoen

La ciudad de Lunargenta se alzaba orgullosa en la noche. La luna, brillando en el cielo, iluminaba la caprichosa arquitectura elfa. Aunque buena parte de sus habitantes descansaba tranquila tras sus murallas, Imoen sabía que los guardias estaban en sus puestos, alertas, prestos a lanzarse sin dilación sobre aquello que consideraran una amenaza.

Imoen miró al cielo con preocupación. La noche avanzaba y ella llevaba retraso. La Cicatriz y las ruinas de la parte oeste de la ciudad estaban más pobladas que la última vez. Los engendros pululaban por doquier y, aunque débiles, podrían ponerla en aprietos si acudían en masa. Así pues, Imoen debió avanzar despacio, esquivando cuidadosamente a los desgraciados habitantes de las ruinas mientras buscaba al elfo. Kronkar, ése era su nombre o, al menos, el nombre que Rictus había conseguido arrancarle a Sacat. Los informadores del SI:7 decían que probablemente lo encontraría en algún lugar de las ruinas y el diario de Liessel también comentaba algo al respecto, así que decidió probar suerte antes de introducirse en la zona “viva” de la ciudad. Pero el tiempo pasaba y no había encontrado ni rastro del elfo ni esa bestia que llevaba como mascota.

Estaba pensando en desistir cuando lo vio. O debería decir que casi tropezó con él. El elfo se encontraba de pie, con la espalda apoyada en una pared medio derruida y un arco en las manos. Su negro cabello se derramaba sobre sus hombros, pero su cara permanecía en penumbra. Parecía no haberse percatado de la presencia de Imoen y ella no iba a dejar que diera la voz de alarma, así que comenzó a rodear al elfo con cuidado mientras desenvainaba sus armas sin ruido.

[Thalassiano]: Respiras tan fuerte que podría dispararte en la oscuridad.

Imoen se tensó instintivamente, apostando una postura de ataque.

[Thalassiano]: Yo que tú no haría eso, salvo que quieras darle una alegría a mi amigo.

Una respiración junto a su nuca hizo que Imoen se parara en seco y desviara su atención del elfo por un momento. Tiempo suficiente para encontrarse con que el elfo le apuntaba ahora con su arco. Lentamente, la joven bajó las armas.

[Thalassiano]: Eso está mejor. Los de tu raza no suelen venir por aquí. Al menos no en solitario. Demasiado peligroso para alguien acostumbrado a luchar en proporción de diez a uno.

El elfo tensó su arco.

[Thalassiano]: De todos modos no entiendes una sola palabra de lo que digo, así que…

- Yo que tú no estaría tan seguro de eso.

El elfo, sorprendido, aflojó ligeramente la cuerda de su arco.

[Thalassiano]: ¿Entiendes mi idioma?

Imoen sonrió bajo su casco. Su respuesta llevaba un timbre mordaz.

- Y tú el mío, así que estamos empatados, ¿no crees?

La respuesta del elfo estaba definitivamente cargada de diversión.

[Thalassiano]: En realidad diría que yo soy el cazador y tú la presa, así que dime qué haces aquí y puede que tengas una muerte rápida e indolora.
- Busco a un elfo.
[Thalassiano]: ¡Vaya! Una chistosa. En fin, adiós, pequeña…
- Se llama Kronkar.

El arco se movió casi imperceptiblemente La flecha dejó un surco en el cuero del casco de Imoen y atravesó la cabeza de uno de los engendros, que cayó sin emitir un sonido.

[Thalassiano]: Kronkar ¿eh? ¿Qué quieres de él?
- Necesito información…sobre alguien. Cierta bruja no muerta dijo que ese Kronkar podría ayudarme…que tú podrías ayudarme, Kronkar.

El elfo se quedó mirándola, sin decir nada.

- Tú eres Kronkar, ¿verdad? Coincides con lo que me han dicho de ti.
[Thalassiano]: ¿Y qué te han dicho de mí?
- Muchas cosas. Entre ellas, que no eres un asesino a sangre fría. Y me lo has demostrado.
[Thalassiano]: Yo, en cambio, no sé nada de ti. ¿Por qué habría de fiarme de una humana?

Imoen adoptó una postura neutra y soltó sus armas. Sabía que era una temeridad, pero algo le decía que no corría peligro. Aún no.

- Te fiaste de otra humana antes. ¿Te suena el nombre de Liessel?

La tensión en el elfo habría sido imperceptible para alguien que no supiera lo que Imoen sabía. Pero para ella fue clara como la luna brillando en el cielo.

[Thalassiano]: ¿Quién? Lo siento, no conozco a nadie con ese nombre.
- No me mientas. Sacat lo confesó todo.

El elfo se encogió de hombros.

[Thalassiano]: Sacat está loca. Y ahora vete. Pronto será de día. Si te ven los guardias no podré detenerlos.

Y con esas palabras dio por terminada la conversación e hizo ademán de irse.

- Leí el diario de Liessel, Kronkar. Sé que la conocías. Sé que estabas metido con ella en algo muy serio, así que deja de fingir, te lo ruego. Necesito respuestas. Tengo que saber si es cierto que Liessel está viva.

Kronkar suspiró lenta y relajadamente.

[Thalassiano]: Suponía que este día llegaría, pero nunca pensé que sería tan pronto.