XLXVIII

viernes, 17 de diciembre de 2010

El irbis saltó al exterior de la cueva rompiendo la densa cortina de lluvia que parecía cerrarla y de inmediato escuchó el llamamiento aterrado de un ave. El aguacero resbaló en el denso pelaje moteado pero pese a todo al instante estuvo completamente empapado. Emprendió la carrera entre los árboles en busca del origen del sonido pero el aguacero era tan intenso que la visión quedaba muy reducida. El frenético piar no venía de lejos pero debía estar arriba, entre las ramas, porque por más que husmeara el suelo empapado o buscara con la vista, era incapaz de encontrar al ave azul.

Hubiera querido tener voz para llamarla por su nombre, pero lo único que brotó de su garganta fue un rugido que restalló en el bosque. Corrió frenéticamente de un tronco a otro para ubicar el origen del llamamiento, arañó los troncos para erguirse, se valió de su olfato para encontrar el rastro, pero la lluvia se llevaba cualquier olor por intenso que fuese.

Alzó el morro y trató de atisbar algo entre las ramas, pero la lluvia se le metía con fuerza en los ojos y le obligaba a sacudir la testa, perdiendo cualquier punto de referencia que hubiera podido localizar. Sacudió la cabeza con fuerza para liberarse del agua que le empapaba y se concentró en los sonidos del bosque por debajo del rumor de la lluvia hasta que los chillidos del ave fueron claros y pudo ubicarlos con precisión. Se lanzó a la carrera, con las fuertes patas salpicando en la lluvia y hollando la tierra.

Llegó resollante frente a un grueso tronco de corteza parda y rugosa, y valiéndose de las poderosas garras delanteras se aupó para apoyarse y tratar de ver algo entre el denso follaje que lo coronaba. La cúpula verde era tan densa que apenas nada se distinguía, pero un breve destello azul cobalto entre las hojas atrajo poderosamente su atención y se impulsó con las patas traseras para encaramarse al tronco. Sus garras se clavaron fuertemente en la corteza, arrancándola en algunos tramos, y trepó con el vientre pegado al tronco husmeando, mientras ascendía, cualquier aroma que la lluvia le permitiera percibir.

El olor a tierra mojada lo llenaba todo e inundaba sus fosas nasales, pero ahora y cada vez más, se filtraba como filamentos el inconfundible olor del miedo. Alcanzó con las patas delanteras una rama más bien baja y se valió de ella para izar su peso un trecho más. Cuando las patas traseras alcanzaron la rama pudo detenerse, bien apoyada, para reponerse del esfuerzo y poder seguir. No tardó mucho y de nuevo se izó con la fuerza de sus patas contra el tronco y ascendió. Esta vez, ya en un punto más alto y de nuevo pegado el vientre a la corteza, sintió un estremecimiento proveniente de la madera, como palpitante. Resolló, inquieta. El olor del miedo era cada vez más claro y los chillidos del pájaro mucho más próximos y sus bigotes se agitaron con inquietud.

Por fin sus patas delanteras alcanzaron el nudo principal que coronaba el árbol y del que brotaban las poderosas ramas que se extendían metros y metros a su alrededor. Clavó las garras y con un gruñido izó el resto de su cuerpo, que se agazapó a continuación en posición de alerta. De pronto sintió algo deslizarse sobre su pata trasera izquierda y al mirar, vio como una extraña raíz, como un zarcillo oscuro, se extendía y deslizaba como una serpiente tratando de aprisionarla. Su chillido restalló en la tormenta, por encima de los chillidos del pájaro y de los truenos, y lo arrancó con la fuerza de sus colmillos. Como herido, el zarcillo rasgado retrocedió hasta perderse más allá del nudo de ramas.

El irbis sacudió la testa frenéticamente, buscando con la vista al pájaro azul que no dejaba de chillar. El sonido seguía proviniendo del mismo lugar, de modo que no había alzado el vuelo. No necesitó pensar demasiado: el zarcillo y los palpitantes estremecimientos del tronco tenían la clave. Un destello azul vibró ante sus ojos un poco más adelante y se abalanzó hacia allá con urgencia, en felino equilibrio sobre las ramas, con los blancos colmillos amenazantes y las garras listas para desgarrar con fiereza lo que fuera que estaba aprisionando al pájaro de sus sueños.

XLXVII

- ... y lo verás.

Kluina´ai hubiera querido encender una hoguera, pero temía que el resplandor de las llamas atrajera de algún modo a los durmientes. Tuvo que contentarse con el tenue resplandor de la luna que se filtraba por la amplia boca de la cueva. El hipogrifo estaba atado en el exterior, descansando tranquilamente mientras en el interior de la cueva la chamana tauren se inclinaba sobre la muchacha humana aún inconsciente tras varios infructuosos intentos de despertarla. La mujer, desarmada y ya sin la capucha, descansaba contra la pared de roca. La chamana no se había andado con chiquitas: sin flujo sanguíneo que interrumpir, había apretado tanto las cuerdas que había hundido la carne hasta el hueso.

La tauren se volvió para mirar a su imprevista prisionera y la observó en silencio. Aunque era evidente que se trataba de una no-muerta, el grado de descomposición no era tan acusado como había supuesto al percibir su olor a través del Espíritu del Lobo. De hecho, le recordaba a Margue: muerta, sí, pero no descompuesta, aunque Margue era mucho más cuidadosa con su higiene. Tenía ante sí a una mujer joven - o al menos, joven el día de su muerte- de gesto severo y rasgos afilados, con una exigua melena de cabello rubio y quebradizo. La piel tenía un tono amortajado y había empezado a hundirse pronunciadamente en las mejillas y bajo los ojos. No había sido atractiva de viva y tampoco lo era de muerta. Sus ojos, en lugar de resplandecer con aquel tenue fulgor dorado tan común a los renegados, resplandecían de un gris acerado que reflejaba la luz de la luna.

- ¿Sabe ella quien eres? - aventuró al fin Kluina´ai.

La mujer arqueó las cejas con una sonrisilla burlona.

- ¿Y quién soy?

La chamana estaba cansada de juegos, y le preocupaba demasiado la relación de Averil con los durmientes como para dejarse engatusar. Dio la espalda a la mujer y volvió a inclinarse sobre la muchacha, que se estremecía de frío bajo su capa.

- Despierta, Bellota- murmuró en su oído con suavidad- Vuelve conmigo. Despierta.

Tras ella, la mujer suspiró.

- El narcótico era débil, no tardará en despertar por su propia cuenta.

Kluina´ai levantó con cuidado el párpado sano de Averil. Como temía, la pupila estaba totalmente contraída. Rogaba a todos los ancestros que su inconsciencia se limitara al efecto del narcótico, pero llevaba demasiado tiempo con aquella muchacha como para permitirse conservar alguna esperanza de ese tipo.

Sintió un cosquilleo en la mano y al bajar la vista, se le heló el corazón.

Como si quisieran confirmar sus sospechas, bajo sus ojos y como dotados de vida propia, los zarcillos se retorcían.

Averil gritó.

- ¿QUÉ ESTÁ PASANDO?- bramó la mujer luchando por ponerse en pie- ¡Maldita sea! ¡Desátame! ¿Qué está pasando?

Averil gritaba de dolor, retorciéndose en su inconsciencia, mientras Kluina´ai recurría a toda la sabiduría de su pueblo para tratar de despertarla, pero su corazón latía con tanta fuerza que apenas podía concentrarse. Tras ella, la prisionera maldecía tratando de ponerse en pie, pero las cuerdas no le permitían moverse.

- ¡Suéltame o te juro que te mataré!-gritó de nuevo la mujer, llena de rabia- ¿Qué le está pasando?

Una vez al descubierto, Kluina´ai pudo ver como los zarcillos se retorcían en todo el alcance de la infección. Su estremecimiento era lento, pero parecían hundirse más y más en la piel, aprisionándola.

- Es el bosque...- jadeó Kluina´ai- la Pesadilla es más profunda aquí...

Abrió su zurrón desesperada y rebuscó entre los viales que llevaba siempre consigo. Tenía que haber algo que pudiera hacer, alguna de las pociones... Con aquella luz tan escasa no podía distinguir bien el color de las soluciones. No podía arriesgarse a darle la poción equivocada. Desenfundó el cuchillo y se volvió hacia su prisionera.

- ¡Voy a liberarte, enciende fue...!

Las palabras murieron en sus labios, y en cualquier caso su prisionera no hubiera podido oírlas.

La no-muerta estaba muerta.

XLXVI


"Por ti. Por ti. Por ti. Por ti. Por ti. Por ti. Por ti. Por ti..."


Las voces se desvanecieron en el sonido del trueno. Oía un zumbido extraño, pero comprendió que era su corazón latiendo desbocado en el pecho. Llovía con tanta intensidad que tenía las plumas totalmente empapadas y le pesaban las alas. Los zarcillos no le permitían desplegar la derecha completamente y su vuelo era bajo, irregular y agotador. Estaba tan cansada... Se poso en la fina rama de un árbol cercano para descansar. Se sentía débil, agotada, y se acurrucó bajo un nudo del tronco para protegerse del azote de la lluvia.

La tormenta traía voces de algún lugar muy lejano.

"¿Qué le has hecho?"


"Suéltame..."

XLXV

- ¡Atrás! ¡No quiero haceros daño!- jadeó Kluina´ai, que echaba en falta su escudo de una manera particularmente intensa.

Tenía un corte encima de la ceja y le sangraba profusamente sobre el ojo. Había conseguido invocar un totem de nexo terrestre que había ralentizado ostensiblemente su carga, pero seguía sin tener acceso a su tienda, donde esperaban sus armas y armadura. Ahora el totem empezaba a perder poder y los druidas no tardarían en darle alcance. Una rana saltaba frenéticamente en las cercanías, pero no tenía tanta energía como para transformarlos a todos.

"Tengo que salir de aquí"

Los druidas inmovilizados cortaban cualquier via de escape hacia el bosque y todos trataban de acercarse a ella aunque la energía del totem se lo impidiera. Buscó frenéticamente con la mirada algún lugar por el que poder escapar, no quería hacerles daño.

- ¡Esto no estaba en mi contrato!- gritó una voz chillona al tiempo que una bola de fuego brotaba del fondo del campamento directa a los druidas.

- ¡No!- pero su grito no sirvió de nada. La bola de fuego explotó en el centro de los durmientes lanzando a unos por los aires. El aire se llenó del olor a carne quemada, pero aquello no era lo peor. La fuerza de la explosión había dañado el totem y su fulgor empezaba a desvanecerse- ¡No! ¡Diblis! ¡No les hagas daño!

El diablillo apareció brincando con los ojos brillantes como ascuas mientras en sus manos se formaba una segunda bola de fuego.

- ¿Que no les haga daño? - rió, histérico- ¡Quieren sacarte los ojos y usar tus entrañas para tejer atrapasueños y me pides que no les haga daño?

Los primeros druidas se liberaron de la presa del totem y avanzaron pesadamente hacia ella. Tendían los brazos para alcanzarla y arrastraban los pies con pesadez. Una segunda bola de fuego explotó demasiado cerca y la ola de calor la alcanzó de pleno. Otros cinco druidas cayeron al suelo con la piel abrasada.

- ¡No lo entiendes!- bramó- ¡Están dormidos! ¡Dormidos!

El diablillo preparó una tercera bola fuego.

- Dormidos o no, no se van a andar con chiquitas ¿sabes?

Kluina´ai trazó un símbolo con las manos al tiempo que murmuraba una plegaria. Extendió los brazos como si fuera a golpear la tierra y como si obedeciera sus órdenes, la tierra se alzó con estruendo trazando un camino hasta el núcleo de los druidas y haciéndoles caer desequilibrados. La bola de fuego de diblis pasó sobre sus cabezas y fue a estrellarse contra una de las columnas de las ruinas.

- ¡Ni se te ocurra lanzar otra!- gritó a Diblis mientras alzaba los brazos- ¡Sal de aquí! ¡Márchate! ¡Rápido!

Diblis la miró frenético sin comprender.

- ¿Que me marche? ¡Y tu vas a poder con todos! ¿No? ¡Ja!

Kluina´ai murmuró una plegaria, sintió como la energía acudía a sus manos.

- Márchate.- repitió, respirando hondo, sin apartar la vista de los druidas que se ponían en pie torpemente.

El diablillo observó la energía azulada que empezaba a enroscarse en los brazos de la chamana y tragó saliva ruidosamente. Luego miró aterrado a los druidas que se levantaban y se escabulló a toda prisa entre los cuerpos caídos para desaparecer en la espesura. La tauren respiró hondo e invocó al espíritu del Lobo. Su esencia se fundió con la de la chamana apartándola del plano físico y con un aullido triunfal, se deslizó entre los druidas incapaces de detenerla y se internó en el bosque a la carrera.

Corrió sin descanso incluso cuando supo que ya no la seguían, pero no quería arriesgarse a llevarlos ante Bellota. El bosque se deslizaba a su alrededor a una velocidad vertiginosa, pero ni las ramas ni las raíces podían dañarla en aquella forma. Tenía que encontrar a Averil, tenía la poderosa sensación de que todo aquello estaba relacionado con la muchacha. Tenía que haberlo sabido, tenían que haber buscado otro camino para llegar a Claro de la Luna... Tenía que encontrarla antes de que fuera demasiado tarde.

En aquella forma el rastro de Averil era fácil de seguir. El espíritu del Lobo detectaba su particular olor a través del bosque con facilidad, aunque se había alejado mucho más de lo que pensaba. Otro olor la alcanzó cuando dejó atrás Jaedenar, un olor que recordaba bien. Maldijo para sí cuando alcanzó el lugar en el que ambos olores se concentraban de manera intensa y siguió el rastro que compartían desde allí. Sus patas fantasmales flotaban sobre la tierra corrupta del bosque mientras dejaba atrás más ruinas y pozas envenenadas. Un puente de madera podrida, a medio derruir, le permitió cruzar un lago de aspeco claramente vil sin acusar siquiera su peso. Algunos cocroliscos corrompidos chasquearon las mandíbulas a su paso pero ninguno pudo seguirla durante demasiado trecho.

El camino principal estaba desierto y avanzaba más rápido por él. Hubiera temido encontrarse con alguien, pero algo le decía que cualquier habitante del bosque bien podía encontrarse en el mismo estado que los druidas del Refugio Esmeralda. Bajo su inagotable carrera, el camino ascendió y viró ligeramente hacia el este. Redujo el paso para asegurarse de que no perdía el rastro. Alcanzó una zona en la que se distinguían los particulares perfiles de las tiendas de campaña kal´dorei y se agazapó por si allí hubieran más druidas durmientes. El rastro allí era particularmente intenso. Arrastrando la fantasmagórica panza por la tierra, ascendió la cuesta que llevaba a las tiendas prestando atención a cada sonido y movimiento. Alcanzó la primera tienda y comprobó que estaba desierta, y cuando miró las demás, vio que el campamento entero estaba desierto. Tal vez los druidas se hubieran marchado como habían hecho los del Refugio...

- ¡Condenado pollo del infierno! ¿Quieres estarte quieto de una vez?

El Lobo-Klui se agazapó en las sombras de una de las tiendas y trató de ubicar el origen de aquella maldición. Se deslizó en silencio fuera de la tienda y se mantuvo al resguardo de las rocas. Un estrecho sendero ascendía desde allí. Si tenía alguna duda del origen del sonido, el bramido contrariado de un hipógrifo élfico llenó el silencio de la noche. Se acercó para ver mejor, pero un intenso olor a putrefacción invadió sus fosas nasales confirmando todas sus sospechas.

La mujer de la gruta estaba en lo alto, enfundada en cuero oscuro y con la perenne capucha echada sobre el rostro. Se debatía con violencia con un hipógrifo de plumaje oscuro que se revolvía bajo su mano con rabia. En un lateral, en el suelo, descansaba Averil. Tenía los ojos cerrados pero no parecía herida. La mujer, ajena a todo, parecía decidida a enjaezar al grifo contra su voluntad. Era evidente que el grifo ponía todas sus fuerzas en evitarlo, a todas luces repelido por el inconfundible aura de la no-muerta.

- ¡Te caigo tan bien como tú a mi, creeme!- escupió la mujer tratando de pasar una lazada por la cabeza astada del animal.- ¡Estate quieto de una !**#!%!# vez o acabaremos con esto por las malas!

Kluina´ai despidió con agradecimiento al espíritu del Lobo y permaneció agazapada al resguardo de las rocas. Si la mujer conseguía dominar al grifo, perdería el rastro de Averil tal vez para siempre. Aunque el animal no parecía poner mucho de su parte, no quería arriesgarse a que la asesina cumpliera su objetivo. Se acercó un poco más, en silencio.

- ¡Agh!- gruñó la mujer con desesperación- ¡Que bien le vendrían a algunos un ligero toque de Bálsamo, eh, bestia inmunda?

La tauren se detuvo. En su mente las piezas comenzaron a ordenarse precariamente pero con coherencia. Era poco probable, pero cuanto más lo pensaba, más sentido cobraba todo.

-¡Ah! ¡Ahí!- el tono aliviado y triunfal de la mujer sobresaltó a la chamana- Ahora quietecito ¿Entendido?

El grifo se había detenido, agotado al parecer. Sin apartar al mirada recelosa de él, la mujer se agachó para cargar con el cuerpo inconsciente de Averil. Lo izó con dificultad pero no sin cuidado y lo deslizó sobre el lomo del grifo sin dejar de susurrarle maldiciones en un tono afable y cordial. Kluina´ai supo que no disponía de más tiempo, debía detenerla de inmediato. Sus armas se habían quedado en el campamento de Delaris y no quería arriesgarse a lastimar a Averil con una invocación del rayo.

Alzó los brazos y sus labios formularon el hechizo.

Una rana croó en la noche.

XLXIV

Mush´al anan fandu sujetó con cuidado el cuerpo de la muchacha cuando se desplomó entre sus brazos.

- Lo siento.- murmuró en su oído inconsciente.

La joven era liviana, mucho, y cuando la sostuvo apreció que tenía el rostro perlado de sudor incluso allí donde los zarcillos habían corrompido la piel. La invasión no había estado tan extendida cuando la había visto, apaciblemente dormida en la hierba a orillas del lago mientras un hermoso pájaro azul revoloteaba entorno al enorme cuerpo dormido de Ysera en el Santuario. Entonces los zarcillos apenas habían empezado a ascender por el rostro y Trisaga había conseguido frenar el avance. Sin embargo ahora habían capturado la mitad de sus rasgos y la piel se mostraba macilenta y ardía.

Sabía que tenía que darse prisa, pero había ansiado tanto aquel momento... Acarició con los dedos enguantados el largo cabello rubio, tan parecido al suyo propio cuando había estado viva... Y había visto el hermoso ojo verde no alcanzado por la corrupción, trayéndole desde el pasado a su fantasma más querido... Sacudió la cabeza, no quería aquellos pensamientos ahora, debía apresurarse, tenía que sacar a Zoe de Frondavil y alejarla todo lo posible de Claro de la Luna antes de que los druidas comprendieran quien era y lo que estaba a punto de suceder. Cargó el cuerpo dormido sobre sus hombros, estremecida por los recuerdos de la última vez que había cruzado aquel bosque maldito con aquella niña en brazos.

- Vamos, joder, no la cagues ahora- se dijo, acomodando el cuerpo dormido sobre sus hombros para no lastimarla.

No había contado con tener que cargar con ella, ni siquiera con que avanzara tantísimo. Realmente había tenido fe en que diera media vuelta en Vallefresno y olvidaran su empresa, o que el inlfujo del bosque la asustara tanto que no tuviera otra opción que regresar sobre sus pasos. Y sin embargo, allí estaban: dos mujeres solas en la siniestra noche de Frondavil. Tenía que encontrar la manera de salir de allí lo más rápido posible. Miró al cielo, tratando de ubicar su posición en el bosque, pero la espesura no le permitía distinguir apenas nada. Recordó sin embargo que había pasado junto a un peñasco elevado sobre el bosque desde el que tal vez pudiera situarse y con un suspiro, se encaminó hacia allí.

Tenía que haber contado con aquello, haber traído al menos algún caballo, aunque fuera uno de esos caballos esqueléticos tan populares en Entrañas. O la moto, pero la moto era poco discreta para desplazarse por el bosque. En realidad cualquier montura era un estorbo para una labor de rastreo e infiltración. Y no era solo por la dificultad de trepar con el cuerpo inconsciente de la niña sobre sus hombros, sino a lo lento de su avance. ¿Cuanto tardaría en darles alcance aquella tauren en cuanto se diera cuenta de la desaparición de Averil? No tenía tiempo que perder, tenían que salir de allí cuanto antes. El influjo del bosque también le afectaba a ella, en menor medida que cuando estaba viva, pero pese a todo notaba aquella influencia insidiosa intentando hacer presa en ella.

- Solo quedamos nosotras.- dijo en voz alta, como si la muchacha pudiera oirla- Ojalá Trisaga estuviera aquí...

Alcanzó el peñasco tras una eternidad abriéndose paso por la espesura. La cuesta era empinada, de modo que no podría trepar con Averil a cuestas: nunca había sido fuerte, y la muchacha ya casi había alcanzado su estatura de adulta. Buscó con la mirada algún lugar donde pudiera ocultarla mientras ascendía, lejos del alcance de las alimañas. Había un cúmulo de rocas de gran tamaño a unos pasos y se acercó a él con resolución. Dejó a Averil en el suelo y se aupó, liviana ahora, a la roca para comprobar que no se tratara de la madriguera de alguna bestia. Tras una primera inspección, comprobó que estaba vacío y sin rastros de presencia animal, de modo que arrastró el cuerpo inconsciente de Averil entre las rocas y la acomodó con cuidado. Cuando la muchacha estuvo al resguardo de las rocas, se arrodilló junto a ella y depositó un beso en su frente.

- No tardaré.- murmuró- Nunca más te dejaré sola.

Saltó las rocas y ascendió sin dificultad el pequeño peñasco. Afortunadamente se elevaba lo suficiente como para dejar por debajo parte del bosque y allí la luna alumbraba algo más, aunque fuera de aquel color verde enfermizo que lo cubría todo. Buscó con la mirada algún punto de referencia y llegó a la conclusión de que se encontraba en la mitad superior del bosque, dejando atrás Jaedenar. Si su memoria no la engañaba, al noreste encontraría un pequeño asentamiento y allí con suerte tendrían algún animal que pudiera robar para transportarlas fuera del bosque. No le inspiraba demasiada confianza acercarse tanto al túnel de los Brezomadera, pero no tenía otra opción.

Bajó agilmente del peñasco y volvió con Averil, que seguía inconsciente a causa del veneno. La cargó de nuevo sobre sus hombros y se puso en camino.

XLXIII

Era ya entrada la noche cuando las tres mujeres se despidieron y se retiraron para dormir. Al día siguiente tendría lugar la búsqueda y todas debían descansar. Tras dejar atrás a Delaris y a Erida, Kluina´ai se encaminó a su tienda, reflexionando en los cambios que había sufrido Averil desde que llegaran al bosque.

El cambio de carácter de la joven humana había sido más que evidente a medida que se prolongaba su estancia en el bosque maldito de Frondavil. El pequeño ritual de Delaris parecía haber surtido algo de efecto aliviando la presión de la magia en su organismo y en su mente, pero Averil había seguido mostrándose arisca, intolerante e iracunda, cuando su carácter incluso a través de las penurias había sido franco, alegre e infinitamente curioso. Era evidente que había dos poderes invadiendo a la muchacha: por un lado el ritual de silencio al que la había sometido Manchado de Sangre y por otro, la inquietante presencia de los zarcillos. El bosque tenía un poderoso influjo en ella, no podía ser otra cosa. Aquella corrupción, tan similar a la que la muchacha había visto en sueños tenía un significado poderoso.

Llegó a la tienda y levantó la lona para entrar pero antes incluso de poner un pie en el interior supo que la encontraría vacía. Volvió al exterior y observó el suelo. Junto a las huellas de sus cascos podía ver las más pequeñas del pie de la muchacha, entrando en la tienda y saliendo hacia el bosque. Nada más: no había sido un secuestro, sencillamente se había marchado. No sabía cuanto hacía desde que abandonó el campamento, podía llevar horas en el bosque, sola.

Volvió sobre sus pasos y se acercó a la tienda de Eridan, en cuyo interior ardía el fuego alegremente.

- ¿Eridan?- inquirió con urgencia desde el exterior- Eridan, Averil se ha marchado, tenemos que encontrarla.

Del interior no llegó ninguna respuesta, pero sin embargo podía ver la silueta tumbada de Eridan en su camastro. Kluina´ai frunció el ceño y apartó la lona. El interior estaba ordenado y exiguamente decorado. Eridan descansaba sobre su camastro, bajo un completo atrapasueños hecho de corteza, cuerda y cuentas que centelleaban al resplandor de la hoguera. Se acercó a ella y depositó con cuidado su mano en el hombro de la durmiente.

- Eridan- llamó con voz queda- Eridan, despierta, Averil se ha marchado.

La respiración de la druidesa era pausada y su gesto apacible, pero no hizo amago de despertar.

- Eridan.- insistó Kluina´ai- Eridan, despierta.

La kaldorei se estremeció y en su rostro se dibujó un gesto de dolor. Kluina´ai la sacudió levemente y la llamó por su nombre, pero sin resultado. Bajo su mano, la druidesa se agitó y gimió algo en sueños sin despertar. Kluina´ai respiró hondo: si Eridan se había sumido en el Sueño Esmeralda, no sería capaz de traerla de vuelta, del mismo modo en que había tenido que aguardar impotente junto a Averil cuando era consumida por las pesadillas.

- ¡NO!-gritó Eridan desde el lecho, agitando ante ella las manos como si tratara de defenderse de algo- ¡Atrás! ¡Atrás!

En un último intento, Kluina´ai la aferró por los hombros y la sacudió con fuerza, pero a su tacto la druidesa se revolvió con violencia y trató de golpearla. La tauren murmuró las palabras del cántico que reservaba para calmar los sueños de Bellota, pero como tantas veces le había sucedido con la muchacha humana, no tuvo resultado alguno. Eridan continuó debatiéndose en el lecho, pataleando y lanzando zarpazos mientras un sonido a medio camino entre el gemido y el gruñido brotaba de su pecho. No podía hacer nada por ella.

- ¡Delaris!

Kluina´ai salió corriendo de la tienda hacia el pabellón de la quel´dorei gritando su nombre, sin embargo nadie salió. Temiendo lo peor, apartó la lona de la entrada y encontró a Delaris derrumbada boca abaho en el suelo, junto a la hoguera, inmóvil.

- Mu´sha la Blanca, protégenos...- murmuró la tauren arrodillándose junto a la taumaturga y agarrándola por el hombro para darle la vuelta.

Delaris llevaba el largo cabello blanco deshecho en desordenadas guedejas y apretaba con fuerza ojos, dientes y puños. Todo su cuerpo estaba en tensión, pero igual que Eridan, estaba profundamente sumida en su sueño. No, no en su sueño... Aquella tensión, aquel gesto de estoico sufrimiento, junto a los gritos de Eridan que llegaban allí desde su tienda, no eran los indicadores de un apacible sueño, ni siquiera del misterioso Sueño Esmeralda.

Las dos eran presas de la Pesadilla, se estaba acabando el tiempo.

- ¡YA VIENEN!- el grito agudo del exterior la sobresaltó y se puso en pie rápidamente.

- Diblis....- murmuró la tauren con desfallecimiento, y salió apresuradamente de la tienda.- ¿Qué...?

Las palabras murieron en sus labios y detuvieron su carrera. Ante ella se alzaba la imponente figura del druida kaldorei que había mirado con tanto odio a Averil a su llegada al Refugio Esmeralda. Tras él, decenas de otros druidas, tauren y kal´dorei, aguardaban en silencio, mirándola. No, no la miraban a ella. Conocía aquella vista fija pero vacía, la conocía bien... Estaban dormidos, todos dormidos.

- Por los dioses, Bellota - murmuró, lívida bajo su blanco pelaje- ¿Qué has hecho?

Los druidas cargaron.

XLXII

La información que consiguieron extraer de Diblis resultó inquietante. Como había dicho, la llave estaba oculta en otro plano y como era evidente, ninguna de las mujeres tenía la capacidad de cambiar de fase ni se fiaba del diablillo para aquel cometido. Debían conseguir la llave para atravesar la barrera de los sátiros y obtener la Garra de Tycondrius, un arma de gran poder que les era necesaria para erradicar la corrupción del bosque.

Delaris envió a Eridan a recoger unas muestras de las babosas que habitaban en las cercanías para ver si, mezclándolas con un poco de sangre de Diblis conseguían algún tipo de ungüento que les permitiera fluctuar entre los planos. El diablillo chilló como un gato cuando le pincharon con el afiler para obtener la sangre, pero cuando por fín obtuvieron los materiales, la arcanista elaboró el ungüento con ayuda de algo de magia y se lo tendió a la resginada Eridan. Establecieron que al día siguiente, la druidesa se embadurnaría con el ungüento y partiría en busca de la llave. Averil se ofreció para acompañarla, pero esta vez la negativa vino de las tres mujeres mayores, que no cedieron.

Se retiró temprano a la tienda, resentida y de mal humor. Al principio le había parecido que realmente Delaris podía ayudarla, conociendo como conocía la corrupción de Frondavil, pero pese a todo la altonata parecía más interesada en conseguir aquella llave que en ayudarla a ella. ¿Es que no entendía que su vida corría peligro mientras aquellos zarcillos la tuvieran presa? ¿No veía que el bosque podía esperar? Y Kuina´ai, siempre encima, vigilándola como si fuera un bebé inútil, y Eridan negándose en rotundo a tocarla siquiera... No, ninguna de ellas lo entendía y ninguna de ellas podía ayudarla. ¡Ella tenía que ir a Claro de la Luna! ¡Encontrar al Guardián! ¡No podía perder más tiempo en aquel estúpido campamento de druidas!

¿Cuanto tiempo llevaban en camino? Kluina´ai había dicho que estaban en el mes de diciembre y era cierto que las temperaturas habían descendido, de modo que llevaban más de medio año recorriendo Azeroth con un único punto de destino, sí, pero como si el destino se divirtiera poniendo obstáculos en su camino... No, no medio año... ¿Cuanto hacía desde que despertó con la herida en el codo? ¿Cuanto desde que recibiera la bola de sombras que iba dirigida a Angeliss? Total, para que luego se fuera con otra... ¿Cuanto hacía desde que se había marchado con Razier a Rasganorte? ¿Cuanto desde que atravesara la estepa helada del Cementerio de Dragones con los pies descalzos, sumida en su sueño? ¿Cuanto desde que había dormido a los pies de Ysera en el Santuario Esmeralda y despertado con el rostro invadido?

Un año... Un año entero... Un año de su vida totalmente perdido, arrebatado por un don que se había transformado en una maldición, un don que ella no había pedido. Un don que no solo la había maldecido a ella, sino que se había cobrado con la vida de personas que se habían visto arrastradas por el malévolo magnetismo de su madre. Ya, madre... Una asesina, una espía traidora que había dado la espalda al mundo y se había dejado matar en Entrañas... Todos habían jugado con ella, todos le habían fallado: sus padres, el maestro Aiglos, el maestro Ithryon, Irinna y Klode, Razier, Pristinaluna, Angeliss, incluso Bálsamo Trisaga... Todos habían pasado por su vida para infundirle esperanza y crearle ilusiones y se habían desvanecido en el tiempo como si jamás hubieran existido... Y ahora, tan cerca del final, se demoraban en aquel estúpido campamento de druidas donde era evidente que no las querían. Todavía recordaba las miradas hostiles del Refugio Esmeralda, los murmullos a su paso, el desprecio en el sencillo gesto de darle la espalda...

- No los necesito...- arrojó una ramita a la hoguera que ardía en el interior de la tienda y contempló como se consumía en las llamas- No necesito a nadie.

Se puso en pie lentamente, sin apartar la vista de las llamas. Fuego, eso era lo único que aquel campamento le había ofrecido. Nada más, solo fuego. Podría prender fuego al campamento para devolverles el favor, pero aquello la delataría demasiado deprisa y de todos modos parecía una locura ¿En qué estaba pensando? Sacudió la cabeza para liberarse de la sensación de aturdimiento y cogió su petate, que descansaba contra la lona de la tienda. Se asomó al exterior para comprobar que no hubiera nadie que la viera. Podía ver el resplandor de la hoguera en el interior de la tienda de Delaris y las tres siluetas de las mujeres que seguían allí.

Ya había perdido suficiente tiempo, era hora de volver al camino. Se echó el petate al hombro y desapareció en la espesura.

Llevaba horas avanzando trabajosamente por la espesura. Se valía del cuchillo de Caramarcada para abrirse paso entre ramas, arbustos y espinas y se alejaba del campamento tan deprisa como podía, pero tropezaba a menudo y las ramas bajas le arañaban el rostro. No sabía a donde iba, pero si no se había equivocado se dirigía al norte, siempre al norte, hacia el paso de los Faucemadera para llegar a Claro de la Luna. Si hubiera avanzado por el camino hubiera ido más deprisa, pero era más probable que la encontraran si Kluina´ai, Delaris o Eridan reparaban en su ausencia. Podía escuchar los gruñidos a su alrededor, el aullido de los lobos, el borboteo de las babosas y sin embargo no sentía miedo. Tal vez ya no le quedara más miedo en su interior, tal vez ya lo hubiera agotado todo.

- Averil, detente.

Se volvió sobresaltada. La voz había sonado en algún punto a su derecha, pero no veía nada en la frondosa espesura. No había sido la voz grave y profunda de Kluina´ai, ni tampoco de las mujeres del campamento...

- No tengas miedo, no voy a hacerte daño.

La muchacha empuñó con fuerza la daga, mirando frenéticamente a su alrededor, con las rodillas flexionadas lista para lanzarse contra quien fuera necesario. No iban a detenerla tan cerca del final...

- ¿Quién eres?- siseó - Sal donde pueda verte...

Se encontraba en el límite de un pequeño claro en la espesura, tan diminuto que podía cruzarlo en dos zancadas, delimitado por las ramas retorcidas de unos árboles tan corruptos como su rostro. El resplandor de la luna se abría paso a duras penas entre las densas nubes que cubrían el cielo, pero aún así su fantasmagórico fulgor iluminaba exiguamente el lugar. Averil aguardó sin dejar de empuñar la daga, deslizando la vista sobre las siluetas retorcidas y oscuras de los árboles que circundaban el diminuto claro. De pronto, una silueta oscura pareció enderezarse y avanzó un paso dentro del claro para que la exigua luz de la luna revelara su auténtica forma.

- Tú...

La extraña mujer vestía la misma armadura de cuero oscuro que había llevado durante su primer encuentro en la cueva. La capucha seguía ocultando sus rasgos y el afilado cuchillo estaba enfundado en su cadera, aunque no dudaba que fuera capaz de desenvainarlo antes de que pudiera reaccionar siquiera. Como un macabro contrapeso al lado contrario, oscilaba lentamente un manojo de largas plumas sujetas por un cordel. La recién llegada alzó las manos enguantadas lentamente, mostrándose desarmada.

Averil la observó sin bajar el arma. Había algo felino en su forma de moverse, una seguridad y un aplomo que desentonaba con aquel bosque maldito pero que sin embargo no la asustaba. La mujer no hizo amago de acercarse y se limitó a mirarla, con las manos alzadas, desde el otro extremo del pequeño claro.

- ¿Por qué me sigues?- espetó, manteniendo el cuchillo enhiesto ante ella, lista para echar a correr al más mínimo signo de amenaza.

La mujer no respondió ni tampoco bajó las manos, como si tratara de apaciguar a una bestiezuela asustada. Solo permaneció allí, inmóvil. Averil se revolvió inquieta.

- ¡Responde!- amenazó con el cuchillo, temblorosa.

La recién llegada bajó los brazos y respiró hondo.

- No quiero hacerte daño.- dijo al fin, con aquella voz como gastada, infinitamente cansada- Vuelve sobre tus pasos, regresa a casa... Aléjate de los druidas...

Averil dejó escapar una carcajada que no tenía nada de alegre.

_ Los druidas, claro...-sacudió la cabeza- ¿Qué te importará a tí lo que yo haga? ¡Ni siquiera me conoces! ¡No sé quien eres ni quiero saberlo!

La mujer dio un paso hacia ella.

- ¡No te acerques a mí!- gritó la muchacha, agitando el cuchillo- ¿Qué vas a hacerme? ¿Vas a matarme como a todos esos druidas? ¡Pues yo no tengo ninguna pluma para tu estúpida colección, me oyes? Te mataré, te juro que te mataré como des un solo paso más...

De pronto la mujer ya no estaba allí. Averil giró sobre sí misma, sin bajar el cuchillo, buscando frenéticamente en los límites del claro.

- ¡Eso! ¡Escóndete!- bramó- ¡Corre a esconderte de los druidas! ¡Seguro que están encantados de escuchar por qué lo haces! ¡Por qué asesinas a sus hermanos!

Un susurro a su espalda le hizo comprender que había cometido un terrible error. Un brazo rápido como una serpiente golpeó su mano haciéndole soltar el cuchillo. Sintió un aliento pútrido junto a su oído.

- Por tí.

Sintió un dolor intenso en la nuca y luego todo se volvió negro.

XLXI

A la mañana siguiente Averil despertó descansada y extrañamente fortalecida. Kluina´ai ya estaba despierta y preparaba sus infusiones en un pequeño fuego.

- ¿Cómo te sientes?- preguntó la chamana.

Averil frunció el ceño. No terminaba de entender qué había hecho Delaris con ella el día anterior. Eridan se había negado a ponerle las manos "encima", pero había colaborado con la arcanista y habían intercambiado susurros en darnassiano mientras ella sentía como la energía fluctuaba en su interior, creciendo y menguando como una marea. Las elfas les habían cedido una de las tiendas de campaña para pasar la noche.

- Bien, creo...- gesticuló abriendo y cerrando la boca- Creo que se me han destapado los oídos ¿A tí no?

Un breve resoplido brotó del hocico de la tauren, sonido que Averil había aprendido a entender como lo más parecido a una risa contenida en su peculiar compañera.

- Si debemos creer a nuestra amiga, no son los oídos lo que se te ha destapado, Bellota.

Averil abrió mucho los ojos con sorpresa y extendió la mano frente a ella. La sorpresa se tornó en desilusión cuando chasqueó los dedos y no sucedió nada. Su talento no había vuelto.

- Delaris dijo que necesitarías algo de tiempo.- la consoló Kluina´ai echando las piedras calientes en su taza.- Y que tampoco te excedas. Debe fluir naturalmente y en eso debo estar de acuerdo con ella. Mesura es lo que necesitamos, mesura...

Con un largo suspiro, Averil tomó su taza y bebió a cortos sorbos la infusión caliente.

Se reunieron con Eridan y Delaris antes del mediodía bajo una arcada de piedra que permanecía impretérita entre las ruinas.

- Los sátiros esconden su Poza de la Luna corrupta tras una barrera de fuego demoníaco. Sus fuerzas deben de tener algún modo de cruzar.- estaba diciendo Eridan cuando las alcanzaron.

Delaris, frente a ella, negó con la cabeza.

- Interrogar a los sátiros no servirá de nada,- respondio´- pero los diablillos con los que tratan serán fácilmente persuadidos. Tengo en mente a uno en concreto... En las laderas del este han visto a un diablillo solitario vagar alejado de los otros demonios. Debería ser fácil cogerlo.

- ¿Cogerlo?- inquirió Averil sin poder ocultar su curiosidad- ¿A un diabillo? ¿Un diablillo de la Legión?

La arcanista asintió y tendió a Eridan lo que parecía un pequeño saco de arpillera.

- Debilítalo en combate y luego usa este saco encantado para capturarlo. Yo hablaré con él...

La druidesa asintió y se retiró para prepararse. Kluina´ai y Averil se encontraron a solas con Delaris bajo la arcada.

- ¿Cómo te sientes esta mañana, Averil?- preguntó la quel´dorei, con una sonrisa apacible.

La muchacha se estremeció. Aquella sonrisa le recordaba terriblemente a Trisaga, aunque supiera que no tenían nada que ver la una con la otra. Sacudió la cabeza.

- Bien, mejor... ¿De verdad vais a capturar a un diablillo de la Legión?

- Eridan sabe moverse como nadie por estos bosques, y lleva siglos luchando contra ese tipo de criaturas. No tendrá ningún problema, y menos si está solo y no hay sátiros alrededor.- entrecerró los ojos- ¿Te gustaría acompañarla?

Un soplido de desaprobación brotó de los labios de Kluina´ai, cosa que no pasó desapercibida a Delaris.

- No existe ningún peligro, Kluina´ai, de veras que Eridan sabe como manejarse con esto. Creo que acompañarla puede ser bueno para Averil, tal vez la emoción de la caza facilite un poco más el flujo de energías en sus canales. Aunque si te sientes más segura, seguro que a Eridan no le importa llevaros a las dos.

***

- ¡No puedes hacerme esto! ¡Tengo mi propio fragmento de alma!

Avanzaban las tres por el bosque de vuelta a las ruinas, con el vociferante diablillo revolviéndose en su bolsa. Por su parte Averil observaba la bolsa con auténtica curiosidad: siempre había pensado que los diablillos eran mucho más temibles, pero a aquel lo habían encontrado danzando sobre una loma totalmente solo y despotricando contra un tal Niby que según él le había vendido. Eridan solo había tenido que dejar caer el saco sobre él, bueno, casi ¡Qué decepción!

- ¡Deja de zarandearme!- protestaba airado- ¡Sácame de aquí y te concederé tres deseos! ¡Lo juro!

Lo cierto era que había esperado ver a Eridan en acción, verla convertirse en algún animal, o echar a volar, o invocar el poder de las raíces para retener a su objetivo, pero había sido tan fácil... En cualquier caso se preguntaba como haría Delaris para hablar con aquella criatura. Estaba claro que podía razonar y hablar pero ¿Por qué iba a querer un esbirro de la Legión, aunque fuera uno de menor categoría, hablar con una quel´dorei?

- ¡Dejadme salir!- aulló el diablillo desde su bolsa, lastimero- ¡Aquí dentro apesta a elfo!

Oh, así...

[...]

Aunque quería ver como Delaris sometía al diablillo, la arcanista se encerró con el engendro en la tienda más grande dando a entender que no deseaba compañía. En el exterior Eridan, Kluina´ai y Averil aguardaron, encogiendo la cabeza entre los hombros a causa de los estridentes quejidos del diablillo y de los cegadores destellos de luz que brotaban del interior de la tienda.

-¡Está bien! ¡Está bien!- bramó al cabo el pequeño engendro desesperado, y acto seguido los destellos cesaron y ambos, diablo y arcanista, salieron de la tienda.

Diblis, como se hacía llamar el diablillo, se frotaba vigorosamente los ojos y despotricaba por lo bajo. Junto a él, Delaris se dirigía con absoluta dignidad, como si nada de lo que se hubiera visto u oído desde fuera hubiera tenido lugar. La arcanista se acercó a las tres mujeres mientras que el pequeño demonio buscaba un rincón resguardado bajo la arcada.

- Parece que colaborará.- anunció Delaris por encima de los gruñidos resentidos del diablillo- Diblis ha confesado saber como acceder a la poza...

Eridan se golpeó la palma abierta con el puño.

- ¡Bien!

- ¿Ha dicho ya qué es lo que hay que hacer?- inquirió Kluina´ai, pasando su mirada de la arcanista al diablillo.

Averil dejó de prestar atención: jamás había visto un diablillo tan de cerca. Apenas le llegaba a la cadera, su piel era oscura como el carbón y estaba envuelto en unas llamas verdes que no parecían dañarle. Se movía nerviosamente y rezongaba por lo bajo, con sus inmensas orejas y sus manazas coronando extremidades esqueléticas. En cierto modo, recordaba a una marioneta...

- ¿Qué miras?- espetó el diablillo cuando la vio acercarse, pero en cuanto reparó en los zarcillos su expresión huraña cedió paso a la perplejidad.

La muchacha parpadeó.

- ¿Es verdad que sabes como expulsar a los sátiros de Frondavil?- inquirió hablando despacio, como si se dirigiera a un niño pequeño o a un tonto.

El diablillo puso los ojos en blanco, que en su caso era negro.

- Sí, sí, la estirada de tu amiga maga ha dado en el clavo. Los diablillos de la Cresta Acechumbra esconden la llave de la barrera de los sátiros en el vacío. Está justo ahí, pero no puedes verlo o tocarlo a menos que cambies de fase.

- ¿En el vacío? ¿Cambiando de fase?- Averil frunció el ceño, aquello no lo había estudiado en clase.

Diblis dejó escapar una risilla siniestra.

- Pero me parece que la fortuna no te sonríe, ¡porque solo los diablillos pueden cambiar de fase! Así que deberías cerrar los ojos, darte la vuelta y dejarme ir...

Esta vez fue Averil quien puso los ojos en blanco. El efecto en su ojo infectado debió ser sobrecogedor, porque el diablillo se encogió en el acto, alzando los brazos para protegerse.

- ¡Es broma! ¡No me hagas daño!- chilló, aterrado.

Aquello llamó la atención de las tres mujeres, que se acercaron alertadas. Kluina´ai se interpuso entre Averil y el amedrentado diablillo.

- ¿Qué está pasando aquí?- inquirió Delaris con voz severa, mirando con dureza a Averil al comprobar el lamentable estado de ánimo del diablillo.

La muchacha frunció el ceño y se apartó de la cobertura de Kluina´ai.

- ¡Yo no he hecho nada! Dice que solo se puede acceder a la llave de la barrera entrando en fase, y que eso solo pueden hacerlo los diablillos. No soy tan estúpida ¿Sabes?

No había querido sonar tan dura, pero la mirada sorprendida de las tres mujeres clavada en ella le hizo saber que había sido mucho más taxativa de lo que se esperaba. Se dio cuenta entonces de que le daba igual...

Estaba harta de que la trataran como a una niña.

XLX

jueves, 16 de diciembre de 2010

- Sé bienvenida, Portavoz de los Elementos- la saludó formalmente Delaris, inclinándose levemente.- Espero que disculpes que haya secuestrado tan poco sutilmente a tu compañera. La joven Averil y yo estábamos compartiendo una taza de té.

Kluina´ai miró fijamente a a la arcanista y luego a Averil evaluando la situación.

- Gracias por vuestra hospitalidad- dijo al fin, y pareció que un gran peso abandonaba sus hombros- Pensábamos que no encontraríamos ningún otro asentamiento del Círculo hasta llegar el extremo norte del bosque.

Eridan asintió a sus palabras vehementemente y se volvió hacia Delaris.

- ¡Ni siquiera les dijeron que estábamos aquí!- susurró indignada- No van a mandar refuerzos nunca, Delaris.

La arcanista asintió lentamente y miró un instante el contenido humeante de su taza. Averil abrió mucho los ojos, intrigada ¿Qué estaban haciendo las dos elfas en aquellas ruinas en mitad de un bosque corrupto y solas?

- Hm, no quisiera resultar una entrometida - inquirió suavemente - pero ¿Refuerzos?¿Para?

Delaris, Kluina´ai y Eridan se miraron.

- Sátiros.- suspiraron al unísono.
Averil frunció el ceño, algo revoloteó en su mente.

- ¿Sátiros?

Fue Eridan quien tomó la palabra en primer lugar.

- Los sátiros Fuego de Jade llevan milenios corrompiendo nuestras tierras, desde la primera venida de la Legión.- explicó.

Kluina´ai, que hacía años había colaborado en aquel mismo bosque con el Círculo Cenarion, asintió ante sus palabras pero frunció el ceño.

- Sus fuerzas siempre se han reunido en Jaedenar ¿Qué es lo que ha cambiado?

- Algo está sucendiendo- tomó la palabra Delaris- Sus fuerzas se están haciendo cada vez más fuertes, ganando alcance, y es cada vez más dificil luchar contra ellas. Incluso cuentan con diablillos de la Legión. La corrupción de la fauna y la flora de Frondavil es cada vez más virulenta y avanza a pasos agigantados, el Círculo no da abasto.

Al decir esto, sus ojos volaron al rostro de Averil, gesto que ni pasó desapercibido a Kluina´ai ni le gustó ni un ápice. También Eridan siguió la mirada de su compañera y pareció llegar a las mismas conclusiones que la arcanista. Sus ojos brillaron acerados. Inquieta por aquella subita atención que se desviaba hacia su protegida, Kluina´ai formuló la siguiente pregunta en alta voz.

- ¿Y no se puede acceder a las ruinas y neutralizar su Poza?

Su ardid surtió efecto en parte y al menos la druidesa apartó la vista de la muchacha para responder.

- Los sátiros esconden su Poza de la Luna corrupta tras una impenetrable barrera de fuego demoníaco. Sus fuerzas deben de tener algún modo de cruzar.- suspiró Eridan apoyándo firmemente las manos en el suelo alfombrado, con gesto frustrado.

Kluina´ai arrugó el ceño.

- ¿Y no hay forma de averiguarlo?- inquirió.

Eridan negó suavemente con la cabeza, pero la mirada de Delaris seguía fija en Averil. Su ceño se había curvado levemente y en sus ojos había una pregunta no formulada. Lentamente tendió la mano hacia la muchacha, como si quisiera recoger su taza y la joven, que ya había terminado el té, se la tendió despreocupada, pero en el momento en que sus manos se tocaron, una descarga seguida de una ola de debilidad le sobrevino, haciendo que dejara caer la taza sin fuerzas y se doblara sobre sí misma sin aliento.

Kluina´ai se puso en pie y llevó la mano a su maza.

- ¿Qué le has hecho?- inquirió mirando ansiosa a la muchacha.- ¿Qué le pasa?

Su mirada furibunda voló un instante a la arcanista, pero en el rostro de la quel´dorei se había dibujado la preocupación más genuina y esta se había llevado los dedos a los labios como intentando contener una exclamación.

- Pobre criatura...- susurró Delaris entonces, sin apartar la vista de la muchacha y se inclinó sobre ella, inquieta.

- ¿Qué me has hecho?- preguntó Averil desde el suelo, con voz débil pero con firmeza, masajeándose las sienes.

La arcanista tendió las manos queriendo auxiliarla, pero se contuvo a escasos centímetros de su piel. Por un momento pareció no saber qué hacer pero cerró los ojos, inspiró hondo y expulsó lentamente el aire de sus pulmones. Sus manos comenzaron entonces a recorrer el cuerpo de Averil sin tocarlo, volando lentamente por encima de su cabeza, entorno a su rostro, y a cada segundo el gesto de su rostro se tornaba más y más apesadumbrado.

- Podía percibir las energías concentradas en tí,- susurró la maga trazando aquellos dibujos en el aire con sus dedos- pero hasta que no te he tocado no he visto realmente el nudo que bloquea tus canales. Ah, pobre niña... - Dirigió su mirada a Kluina´ai, que permanecía en pie con la maza en la mano.

- Percibía algo extraño en esta niña- explicó a la tauren volviendo su mirada a la muchacha y concentrándose en su tarea- Las energías pulsan en su interior con mucha fuerza, y sin embargo ni un poco de esas energías consigue llegar al exterior. No le he hecho daño, la debilidad desaparecerá en breve. Sin embargo el bloqueo...

Tras escuchar aquellas palabras Kluina´ai aún permaneció un instante empuñando la maza. Eridan se había agazapado lista para saltar pero pareció relajarse un tanto, y al cabo también la tauren dejó descansar el arma y se acercó para arrodillarse junto a la arcanista y la muchacha postrada.

- ¿Cómo te sientes, Bellota?- inquirió inclinándose para estar más cerca de su rostro.

Averil suspiró lentamente, malhumorada.

- ¿Te acuerdas de lo que hablamos del tren subterráneo de Ventormenta?

Kluina´ai cabeceó asintiendo.

- Pues más o menos eso.- parpadeó molesta cuando una de las manos de Delaris trazó un dibujo en el aire frente a su rostro.- ¿Qué estás haciendo?

La arcanista, que poco a poco había cerrado los ojos, respondió sin dejar de hacer aquellos gestos con las manos.

- Intento localizar el origen de tu bloqueo. Hay muchísima energía acumulada en tí, pulsando. No es bueno que no la liberes ¿No has recibido instrucción sobre tu potencial?

La muchacha hizo un mohín y puso los ojos en blanco.

- Estudié en Dalaran con una beca- explicó impaciente- Estaba aprendiendo a usar los canales y las corrientes. Mis maestros decían que tenía un don para la rama arcana, aunque en una ocasión conseguí invocar un elemental de agua más grande que yo, y eso que pertenece a la rama de la escarcha. Que no pueda hacer magia ahora no es culpa mía ni de mis maestros ¿Sabes?

Delaris asintió aún con los ojos cerrados, sus manos se había detenido a la altura del vientre de la muchacha y permanecían allí sin tocarla. Había encontrado algo.

- ¿Eridan?- inquirió volviendo el rostro hacia donde se encontraba la druidesa- ¿Puedes acercarte?

XLIX

El asentamiento del Círculo Cenarion era un buen refugio, pero no era un campamento para alojar viajantes. Resultaba evidente que las labores que desempeñaban los druidas se orientaban en su totalidad a eliminar la corrupción del bosque, pero ninguno evidenció el más mínimo interés en investigar un poco más a fondo la particular... invasión de la muchacha humana. Kluina´ai había intentado obtener más información al respecto de sus compatriotas tauren en el Refugio Esmeralda, pero al parecer los temores de los druidas pertenecían a esa clase de secretos envueltos en un temor reverencial y tuvo que desistir con la frustante impresión de que los discípulos de Cenarius sabían algo que temían demasiado como para poder hablar libremente de ello. De hecho las dos viajeras habían terminado por abandonar aquel lugar ante las inquietas miradas que intercambiaban los druidas a su paso, y el murmullo velado que parecía brotar de sus labios cuando salían de alguna habitación. La Hija del Roble, decían, la Hija del Roble.

Y así se encontraron de nuevo en el camino, aunque esta vez más descansadas y con las alforjas provistas de comida y agua para el resto del camino. Más al norte, les habían dicho, aguardaba otro asentamiento donde tal vez pudieran descansar antes de acometer la travesía del Túnel Brezomadera que las llevaría a Claro de la Luna. Averil, por su parte, resultaba cada día más silenciosa y taciturna, y a menudo Kluina´ai la sorprendía masajeándose las sienes con un gesto de dolor dibujado en el rostro. Ninguna hablaba demasiado, avanzaban lentamente y siempre alerta a través del bosque maldito, pendientes de los movimientos más allá de la franja de árboles, o de las putrefactas charcas infestadas de mocos reptadores. A menos de un día de viaje, encontraron a la vera del camino un pequeño asentamiento compuesto únicamente por dos tiendas de claro estilo kal´dorei. Una elfa de la noche de corto cabello azul celeste montaba guardia armada con bastón y les hizo un gesto para que se acercaran.

- Ishnu Allah- saludó, apoyando su arma en el suelo y estudiando a las dos viajeras con suspicacia- ¿Sois las enviadas del Refugio Esmeralda?

Vestía cómodas rópas de cuero y sus ojos resplandecían de luz en aquel lúgubre bosque. La forma en que movió la cabeza para estudiarlas mejor recordó a Averil a un nervioso pajarillo. Se caló la capucha y dejó que Kluina´ai tomara la palabra.

- Ishnu Allah- respondió la tauren acercándose y sacándose el casco- Nos dirigíamos al norte, no sabíamos que había Hermanos del Círculo en esta zona del bosque.

La elfa de la noche resopló con hastío y se pasó una mano por el corto cabello azul. Su mirada se desvió un instante hacia unas ruinas medio sepultadas en la espesura que había un poco más atrás y puso los ojos en blanco. A Averil no le pasó desapercibido aquel gesto.

- En fin- suspiró la elfa con amargura volviéndose de nuevo ante las viajeras montadas- no sé de qué me sorprendo.

Kluina´ai agitó una oreja, intrigada, y desmontó para acercarse a ella. Resoplando irritada por aquella interrupción, Averil desmontó también y permaneció junto a su montura mirando a su alrededor. La tauren se había acercado a la guardia y hablaban de temas que a Averil no le interesaban lo más mínimo. Sin embargo, la furtiva mirada de la elfa hacia las ruinas del fondo había despertado su curiosidad, y mientras Kluina´ai y la druida departían a la orilla del camino, ella se internó en el pequeño campamento con aire distraido y dejó atrás las tiendas de campaña.

Las ruinas que había mirado la elfa no estaban lejos: blancas columnas de piedra, algunos bancos, jarrones rotos... Más allá, más adentro en la espesura, le pareció ver el destello blanco de otros edificios. Tal vez si se acercara más...

- Este no es lugar para una muchachita - dijo una voz femenina a su espalda, haciendo que se volviera sobresaltada.

Lo primero que pensó  fue que de nuevo estaba soñando o que acaso no había despertado en todos aquellos días. Bálsamo Trisaga la miraba con gesto severo pero con un brillo de curiosidad en los ojos de luz. No, un momento... Los rasgos eran más afilados, casi etéreos, y el gesto era más adusto que el de la apacible sacerdotisa. Había sido el cabello, aquella holgada trenza blanca que asomaba por encima del hombro de la kal´dorei que tenía frente a sí y que la estudiaba sin disimular, el que había hecho que por un momento creyera estar viendo el fantasma del difunto Bálsamo. Sin embargo, algo en aquellos rasgos le resultaba familiar sin que acertara a dilucidar el qué.

- ¿Cómo te llamas?- inquirió la elfa acercándose a ella un paso. Su mirada estaba clavada en los zarcillos y había un algo indescifrable en los ojos, aunque no era hostil. Averil lo reconoció al cabo de un instante puesto que era algo que conocía bien: auténtica curiosidad.

Por un momento había pensó en darle el nombre con el que había nacido, pero se dijo a tiempo que si Liessel había atravesado aquel mismo bosque hacía menos de cinco años, no era seguro utilizar su apellido.

- Soy Averil, Averil Lumber - respondió retirando la capucha.

Una leve sonrisa se dibujó en el rostro de la elfa.

- Yo soy Delaris, Averil- se presentó con una leve inclinación cabeza- Arcanista Delaris.

Averil frunció el ceño: los kal´dorei repudiaban el poder arcano, lo había estudiado en la academia cuando vivía en Dalaran. Los únicos magos eran los ahora elfos de sangre, y desde luego aquella mujer no parecía oriunda del Bosque Canción Eterna. Entonces aquella mujer debía ser... ¡Luz bendita! ¡Un altonato! ¡Uno de los primeros estudiosos de la magia, directamente desde el Pozo de la Eternidad! Por eso sus rasgos le habían resultado tan familiares, claro que sí. Los había visto dibujados una y otra vez en los tratados de historia de la magia en la academia. Pero ellos habían sido quienes...

Delaris pareció adivinar sus pensamientos.

- Soy muy consciente de que la presencia demoniaca en este bosque se le puede achacar a mi raza.- explicó con un leve matiz de disculpa- Pero tampoco soy la primera Altonato que intenta expiarse, y le agradezco al Círculo Esmeralda que tenga el pragmatismo de aceptar mi ayuda.

Sorprendida, Averil parpadeó en silencio. Altonatos...

- Ven conmigo, Averil.- señaló la arcanista haciendo un gesto hacia una de las tiendas.- Pareces cansada, prepararé algo de té.

La muchacha miró un instante hacia donde Kluina´ai seguía enfrascada en su conversación con la druida y siguió a la quel´dorei. Entraron en una pequeña tienda, acondicionado a modo de vivienda y tomaron asiento en la alfombra que cubría el suelo. Un pequeño brasero humeaba en un rincón y Delaris se acercó para coger unas pinzas de metal.

- Acércame dos tazas, por favor.- pidió a su joven invitada, señalando un pequeño estante junto a la entrada.

Averil localizó dos tazas de cerámica muy simples y se las acercó a su anfitriona. Delaris cogió entonces con las pinzas unas piedras pequeñas y redondas que se calentaban en el brasero y echó una en cada taza. A continuación, de una tetera que descansaba junto al fuego, las llenó de agua y añadió un puñado de hierbas de una pequeña caja que aguardaba sobre la mesa. Un aroma amaderado pero relajante inundó la tienda y Averil aspiró con avidez el vapor cuando Delaris le tendió su taza. Dio un sorbo, el sabor era amargo pero no desagradable y el calor que se deslizó en su estómago era reconfortante.

- Bien- dijo al fin Delaris, sosteniendo la taza humeante con ambas manos y mirando con interés los zarcillos- ¿Qué hace una joven humana tan lejos de los dominios de la Alianza?

La muchacha sintió el primer impulso de encogerse de hombros, pero no lo hizo. No sabía hasta qué punto podía revelar el destino de su viaje a aquella mujer, pero tampoco podía quedarse callada y no responder a la pregunta formulada.

- Disculpa- Delaris alzó las manos, indicándole que no era necesario que respondiera- No quería incomodarte. Es solo que esas marcas que tienes en el rostro... Bueno, mantienen un paralelismo interesante con la corrupción del bosque.

Averil se llevó una mano a los zarcillos inconscientemente. Estaban calientes y casi le parecía sentir que se estremecían levemente. Delaris entornó los párpados.

- Están reaccionando al bosque ¿verdad?

La lona de la entrada se apartó entonces, sobresaltando a la muchacha, y el rostro de la guardia apareció en la abertura. Delaris alzó la mirada con curiosidad, pero la druida no detuvo su mirada hasta caer sobre Averil.

- Está aquí.- dijo a alguien en el exterior, y acabó de apartar la lona para entrar. Tras ella, Kluina´ai tuvo que agarcharse para cruzar el umbral y miró con curiosidad a la arcanista que aguardaba sentada con una taza humeante entre las manos. Si también ella había confundido sus rasgos al primer vistazo, Averil no lo notó.

- Por favor, ponte cómoda- dijo la quel´dorei extendiendo una mano para señalar un lugar frente a ella.

Sin esperar una invitación particular, Eridan Vientoazul - así se llamaba la guardia- entró en la tienda y se sentó sin ceremonias cerca de Delaris. Kluina´ai por su parte observó primero la situación, no sin recelo. Las últimas muestras de hospitalidad que había encontrado desde que entraran en tierras de los elfos habían sido cuanto menos... inquietantes. Sin embargo Eridan era miembro del Circulo Esmeralda y no mostraba recelo alguno hacia la quel´dorei, y Averil parecía tranquila, con su taza en las manos, sin la capucha. El ambiente en la tienda era más bien distendido. Respopló levemente y buscó un lugar donde acomodarse dentro de la tienda.

XLVIII

miércoles, 15 de diciembre de 2010

El sol se ponía, su luz agonizante apenas lograba filtrarse entre las densas ramas del bosque de Frondavil, pero aún así el resplandor mortecino servía para dilucidar si era noche o día. Llevaban avanzando todo el día pero llegaba la hora del crepúsculo y no había ni rastro del refugio que debían encontrar en aquella zona.
Averil miró a su alrededor y después a Kluina´i. La Tauren olisqueaba discretamente en todas direcciones, incómoda. Llevaba el yelmo calado y parecía alerta. Ella misma estaba inquieta y cansada, muy cansada. Bostezó.

- ¿Está muy lejos todavía el próximo asentamiento?- inquirió recostándose sobre el cuello de su montura.

Kluina´ai negó con la cabeza.

- No lo estaba.

La muchacha asintió y espoleó a su montura para seguir avanzando. No tenía ganas de hablar, se sentía huraña y todavía no acababa de discernir si estaba dormida o no. Estaba tan cansada... Y Klui era a veces tan sobreprotectora, siempre encima, siempre preguntando... Continuaron avanzando en silencio por el camino bordeado de árboles muertos. Sus monturas se movían pesadamente, como si aquel ambiente las afectara también a ellas. Ninguna dijo nada, se limitaron a caminar pero Averil sentía la mirada atenta de Kluina´ai en ella y aquello le molestaba. ¿Por qué tenía que estar siempre tan pendinte? El solitario aullido de un lobo atravesó el bosque desde la lejanía y Averil detuvo a su montura casi involuntariamente, presa de un escalofrío.

- Este sitio me da escalofríos- gruño para sí, irritada. El verde pútrido del bosque parecía interpelarla directamente - ... me recuerda....

Recordó el bosque corrupto de su sueño ¿Quería eso decir que estaba despierta? ¿Podía un sueño recordar a otro sueño? Sacudió la cabeza para sacar aquellos pensamientos de su mente, e iba a espolear de nuevo a su montura cuando escuchó la voz de Kluina´ai tras ella.

- ¿Averil?

Respiró hondo, armándose de paciencia.

- ¿Hm?

La montura de Kluina´ai avanzó hasta situarse a su lado.

- ¿Cómo te sientes?

Averil puso los ojos en blanco en el refugio de su capucha.

- Cansada- sentenció, y como aquello podría interpretarse como una invitación a seguri preguntando, añadió- Me duele la cabeza.

Si había esperado que Kluina´ai entendiera que no quería seguir hablando, la decepción no tardó en hacerse patente. La tauren la miraba con genuina preocupación en los ojos.

- Escucha... Necesito saber todo lo que puedas decirme. Yo... yo voy a ciegas.

Algo en su voz hizo que una punzada de culpabilidad la aguijoneara. Estaba siendo injusta con la chamana. Kluina´ai la había rescatado de Krog´nash y había cuidado de ella durante todo el camino sin pedir nada a cambio. Desconocía sus motivaciones pero la tauren siempre estaba allí con su infusión de hierbas cuando despertaba de una pesadilla. Pagar su cansancio y su mal humor con ella no era justo en absoluto. Respiró hondo.

- No duermo bien desde que llegamos, pero eso ya lo sabes- explicó, tratando de que su voz no sonara tan tajante- Y todo esto me recuerda demasiado a... bueno, a mi sueño.

Oyó el peculiar suspiro de Kluina´ai.

- Háblame de tu sueño.

Reemprendieron el paso tranquilamente mientras Averil trataba de explicar en sencillas palabras la complejidad de aquel primer sueño en el que todo había comenzado.

- Bueno, yo...- comenzó- Sé que suena ridículo, pero era un pájaro, iba volando y vi un dragón. Quise seguirle y llegamos a una zona como... enferma, de un verde oscuro, malsano como este bosque- hizo un gesto que abarcaba la fronda a su alrededor- Allí había un árbol, un árbol inmenso, y parecía que toda la enfermedad salía de allí. De allí salían los lobos... Así empezó todo, supongo.

Recordaba muy vívidamente la mirada cruel y amarilla de aquellas bestias cuando abatieron al dragón y se fijaron en el pequeño pájaro azul que contemplaba la escena paralizado por el miedo. Recordaba su propio miedo, la sensación de un corazón tan rápido como un zumbido, el dolor en su ala cuando el primero de ellos cerró sus fauces sobre ella. Se estremeció y detuvo su montura de nuevo.

- Esto está lleno de lobos, Klui...- suspiró- Tengo miedo...

Kluina´ai desmontó de su inmenso kodo y se acercó a ella.

- No estás sola.- dijo sujetando las rieda sen la mano- Y el miedo es bueno, Bellota, pero no permitas que te domine.

Averil respiró profundamente. Las palabras de Kluina´ai volvían a aguijonear una sensación que no le gustaba nada, le irritaba que pensara que seguía siendo una cría sin fortaleza alguna.

- Lo intento, créeme- espetó- el miedo no es el único aquí dentro que intenta hacerse con el control.- se caló la capucha profundamente- Vayamos al refugio, tal vez esos druidas conozcan al Guardián.

Liberó sus riendas de la mano de Kluina´ai y espoleó a su montura para seguir avanzando.

No tardaron en avistar por fin el refugio en una loma a la derecha del camino, verde sobre verde. Estaba medio oculto por la espesura, pero Kluina´ai sabía donde buscar con la mirada y supo localizarlo para señalárselo a su compañera. Averil se aseguró de que su rostro se perdiera en la profundidad de la capucha y se puso los guantes. No olvidaba las palabras de la mujer que habían encontrado en Vallefresno, no estaba segura de que los druidas del Círculo Cenarion fueran a recibirla de brazos abiertos. Había tomado la resolución de no revelar su condición a nadie hasta que encontrara al Guardián.

El Refugio Esmeralda en Frondavil contaba de unas pocas construcciones de madera, con un vallado para los exóticos hipógrifos de los elfos. El lugar, que había pasado casi desapercibido desde el camino, bullía en realidad con una intensidad que no tenía nada que ver con lo que uno pudiera esperar de un emplazamiento druídico, al menos según decían los libros. Averil jamás había visto tantos elfos juntos, ni siquiera en Dalaran. Estos vestían largas túnicas decoradas con motivos boscosos casi como si se hubieran tejido con hojas en lugar de con hilo. Había tauren también, desperdigados aquí y allá, ora hablando entre ellos, ora preparándo algún tipo de ritual. Vio que Kluina´ai alzaba la mano para saludar a alguien entre todas aquellas personas.

- ¡Ah!- exclamó la chamana- Hay aquí algunos conocidos, de hace tiempo. Estaremos bien.

Averil buscó con la mirada a aquel que había saludado su compañera, pero todo el mundo parecía inmerso en sus propios asuntos. Sintió entonces la pecular sensación de saberse observado y se revolvió inquieta en su silla mientras buscaba el origen de aquella mirada. Se trataba de un druida kal´dorei de cabellos oscuros como el cielo de noche, que se decoraba con un colgante de cuentas ambarinas y plumas y la miraba intensamente, con una fijeza nada casual. Se sentía escrutada bajo aquella mirada, amenazada.

- Vamos dentro, Klui.- dijo en voz baja pero para que su compañera pudiera oirla- Por favor...

La chamana, alertada por un temblor en la voz de la muchacha, se volvió hacia el druida de las cuentas de ámbar y le miró con dureza durante unos segundos. El elfo no dijo nada, tampoco se movió, pero siguió mirándolas mientras avanzaban por la explanada en busca del refugio, una pequeña edificación en el extremo norte del emplazamiento.

Este era un pequeño y acogedor edificio casi en penumbra. Había algunas personas descansando en futones en el suelo, y se oían algunos cuchicheos, pero se respiraba un aire tranquilo. Averil avanzó tratando de acostumbrarse a la oscuridad mientras Kluina´ai se encargaba de amarrar las monturas en el exterior. Encontró un rincón vacío y dejó caer su petate con un sonido sordo y un suspiro de agotamiento. Se sentía extramañente alerta en aquel lugar, tensa. Permaneció de pie contra la pared mirando a su alrededor hasta que Kluina´ai regresó.

- Ponte cómoda, Bellota- susurró, y al reparar en la tensión en los hombros de la muchacha- ¿Te incomodan?

Averil frunció el ceño e hizo un gesto hacia la puerta.

- ¿Has visto como me miraba el elfo de ahí fuera? ¿Y si la mujer del bosque tenía razón?

La tauren se quitó el yelmo y depositó maza y escudo en el suelo. Tomaron asiento y sus músculos agradecieron al fin el descanso, aunque ambas estuvieran demasiado en alerta como para aprovecharlo. Kluina´ai miró a la muchacha antes de hablar.

- Aunque así fuera, dime ¿Qué otra opción tenemos?

La muchacha resopló y se encogio de hombros.

- Escucha- continuó la chamana- Quería darte las gracias. Confías en mí, una desconocida.

Lo insólito de aquella afirmación atrajo toda la atención de la joven humana, que frunció el ceño sin entender.

- Trisaga confiaba en tí- trató de no pensar en los ojos del último Bálsamo al morir, ni el modo en que se había extinguido una luz que oscureció todo Azeroth- Y ella veía mejor que yo en las personas.

Kluina´ai arqueó las cejas y ensayó una sonrisa.

- Oh... Ella... Seguramente sacaba lo mejor de cada uno. -dijo con melancolía- No sé por qué confió en mí.

Guardaron silencio rememorando cada una sus encuentros con la joven sacerdotisa de Elune. Al cabo de unos minutos, Kluina´ai pareció no poder contener más lo que quería decir y miró fijamente a Averil.

- Necesito que me lo cuentes todo.- pidió- Perdóname, pero necesito saber. En el Pantano la cabeza quería estallarte, ¿verdad?

Averil asintió. Su mirada era grave y su gesto serio, y Kluina´ai supo que a pesar de su ingenuidad y su alegría, la muchacha había dejado un buen pedazo de su infancia en aquel pantano.

- ¿Sabes qué quería ese... ese... orco? ¿Qué te hizo, corazón?

La joven agitó la cabeza como si quisiera alejar algún pensamiento de su mente e inspiró profundamente.

- No lo sé, me hizo pruebas - dijo al fin- Me drogaba, no podía pensar con claridad.

Kluina´ai suspiró.

- Pero ahora puedes pensar ¿Verdad?

Los cordones de las botas parecieron atraer toda la atención de Averil, que comenzó a juguetear con ellos antes de responder.

- Sí, si, claro, pero los hechizos se me resisten y es como si fuera a explotar. Como si fuera una vaca sin ordeñar... sin ánimo de ofender. Y ahora es como si la energía estuviera aquí dentro, pulsando... Duele.

La chamana guardó silencio, invitándola a continuar.

- Me llevó al Nodo, quería saber qué pasaría.- prosiguió la muchacha- No hacía más que preguntarme qué sentía mientras nos acercábamos. Cuando aquello apareció...- su cuerpo se tensó involuntariamente, apretó los puños pero se obligó a continuar aunque había comenzado a temblar.

- Estaba dentro de mí ¿entiendes? Estaba contento y yo era tan pequeña allí dentro, tan débil. Quería entrar en aquellas ruinas, lo sentía... No recuerdo nada más... Desperté en la cueva ¿Y si finalmente entramos en el templo, Klui? ¿Qué hay allí? ¿Qué me hizo? Y lo que más miedo me da ¿Por qué nos dejó marchar?

Kluina´ai se acercó a la joven y la rodeó con sus brazos, protectora. Sus grandes manos acariciaron el cabello pajizo y susurró cadenciosamente en su oído para tratar de calmarla.

- Sh...- la acunó- Eso no puedo saberlo. Ojalá... Dime... Cuando despertaste... ¿Estabas... agotada como si hubieras sido pisoteada por un rebaño en estampida o algo así?

Averil asintió, era justo como se había sentido, aunque ella había pensado más bien en el tren subterráneo de Ventormenta en hora punta.Kluina´ai asintió, cualquiera hubiera dicho que su pelaje níveo se había tornado todavía más pálido si cabe.

XVLII

Averil se incorporó, sudorosa, y tomó el cuenco caliente que Kluina´ai le tendía. Se demoró un instante con la mano en la madera, tratando de dilucidar si todavía estaba en el sueño o si había despertado por fin. Se sentía invadida por una especie de abandono despreocupado, como si después del último sueño ya nada pudiera hacerle daño ¿Qué más podía enseñarle la Pesadilla?

- Bebe.- dijo Kluina´ai, mirándola con una paciencia infinita. Parecía no haber pegado ojo- Te hará bien.

Estaban en el pequeño claro junto a la hoguera en la que habían encendido el fuego, el claro del que se había marchado cuando había escuchado el ruido. Dio un sorbo al cuenco aromático que le había preparado Kluina´ai. El líquido caliente, algún tipo de infusión de hierbas, se deslizó por su garganta reconfortándola un tanto y un furtivo suspiro de alivio escapó de sus labios.

De inmediato, sin embargo, se sintió intranquila de nuevo. Ya no podía fiarse de su propia percepción: la pesadilla había replicado con exactitud cualquier sensación que pudiera imaginar. Había sentido el aliento de Angeliss en su piel, había oído el latido de su corazón, había visto las llamas, hasta entonces tan fiables. Tal vez siguiera en el sueño, no tenía manera de saberlo y preguntar a Kluina´ai si era real o solo un delirio carecía de sentido. Dio otro sorbo a la infusión, acusando la calidez de la madera en sus manos y clavó la mirada en el fuego. Era el mismo fuego que había visto en el primer despertar, cuando pensaba que las llamas eran la única cosa que la pesadilla no podía replicar. Hubiera podido tratar de tocar a la tauren ver si pasaba a través suyo, pero eso tampoco era fiable. A Angel había podido tocarlo.

Apuró la infusión.
De modo que no tenía manera de saber si dormía o si había despertado... Una carcajada breve, amarga y cansada sacudió su pecho sin estallar en sus labios. Dudaba que nada pudiera herirla más de lo que la había herido la visión del asesinato de Bálsamo Trisaga. En cualquier caso, dormida o despierta, la decisión estaba tomada: Mataría al bastardo de Krog´nash. Una parte de sí misma se sorprendió al descubrirse pensando en aquellos términos tan tétricos y oscuros, pero parecía una voz empequeñecida ante aquella sombría y nueva certeza. En cualquier caso, no ganaría nada quedándose quieta tratando de distinguir la realidad del sueño.

- ¿Cuanto falta para el próximo refugio?

Kluina´ai se incorporó pesadamente. Una leve sacudida en su oreja derecha delató su inquietud. La miró un instante antes de responder, evaluándola con la mirada y luego resopló, rasgo que Averil había aprendido a entender como un suspiro humano.

- No estamos lejos -respondió al fin- si salimos con el amanecer podremos llegar al Refugio Esmeralda antes de que caiga el sol.

Averil alzó la vista, aprovechando que estaban en el claro, y vio el cielo oscuro cuajado de estrellas que se desavanecían hacia el este, donde se intuía el leve resplandor del amanecer. Klui siguió su mirada y asintió.

- No falta mucho, podemos ir recogiendo ¿Cómo te sientes?

La muchacha se puso en pie, dolorida.

- No lo sé.

Se acercó a su montura y amarró el cuenco de madera a las alforjas. Realmente no había mucho que recoger, apenas una manta y los cacharros de la cena. Lo reunieron todo en silencio, con eficiencia pero sin prisa. Averil se mantuvo atenta durante todo el procedimiento por si llegaba a percibir alguna irregularidad que delatara su permanencia en el sueño. Cuando estuvieron listas montaron y dejaron atrás el pequeño claro en busca del camino que cruzaba aquel bosque maldito.

XLVI

Por Kluina´ai

Esta no era la primera vez que Kluina-Ai pisaba Frondavil. Hace un tiempo, había colaborado con los druidas que intentaban restaurar el equilibrio allí. Había blandido su maza para expulsar demonios y también había buscado ingredientes para limpiar las infectadas heridas de la tierra.
Pero por aquel entonces estaba en plenitud de facultades y se veía capaz de enfrentarse a cualquier cosa. Ahora, en cambio, se sentía todavía débil, aunque se estuviera recuperando; Ni siquiera podía prescindir aún de la medicación.

La sanadora había observado con preocupación a Averil mientras ésta se erguía en la silla, oteando aprensiva con el ceño fruncido y la graciosa nariz arrugada. Resultaba demasiado evidente que la muchacha humana, además de agotada, estaba incómoda, igual que sus respectivas monturas. Seguramente, sentía el influjo del maldito paraje tanto o más que ella misma. Como siempre, se había esforzado por mirar solamente su “lado bueno”, para evitar la repugnancia y el atávico rechazo que le producía AQUELLO que infestaba a la estudiante de magia.

La chamán sonrió con amargura al pensar en el extraño paralelismo que existía entre la floresta que atravesaban, ultrajada, purulenta, surcada por ríos ponzoñosos y la mujercita luchadora a la que acompañaba: Tanto el bosque como Bellota deseaban liberarse de la corrupción y combatían desesperadamente, cada cual a su manera.

La tauren aferró las riendas, vigilando a ambos lados del camino que recorrían cabalgando al paso, con pies de plomo. Embotada, sacudió la cabeza, que ya le dolía, y admiró una vez más la entereza de la estoica muchacha, lamentando no saber aliviar su sufrimiento.
...

Impotente, Kluina-Ai, velaba cada noche el inquieto sueño de la humana. La observaba con el corazón encogido mientras la chica se revolvía sudorosa, delirando.

- ¡NOOOOOOO!

El grito desgarrador de Bellota le apuñaló el alma.

Consternada, echó más hierbas secas aromáticas a la hoguera para espantar a las sabandijas y a los malos espíritus. Se sentó a su lado y le acarició la frente y los cabellos, enjugándole el sudor.
Averil, ovillada, sollozante, estaba lejos, muy lejos, quién sabe dónde, en las misteriosas y peligrosas Tierras de los Sueños.

Suavemente, la chamán le canturreó al oído una nana shu'halo. Su bien timbrada voz de contralto susurró una tonada sencilla y tranquila, como los amaneceres en Mulgore, cadenciosa como los andares del kodo, cristalina y reconfortante como el agua de los oasis. Una canción que hablaba de estrellas protectoras, de verdes praderas apacibles y de la seguridad del cálido hogar.

Poco a poco, la durmiente se relajó por fin. ¿Habría encontrado el camino de vuelta?
Klui no tenía otra opción que la de esperar a que despertara y asegurarse de que, al menos, cuando regresara tomase una reconfortante infusión que la ayudase a encarar el nuevo día.

Tierras arrasadas y contaminadas, árboles talados, flores cortadas, ajadas o marchitas... ¿Cuántas vidas segadas, esperanzas truncadas, podía contar ya? ¿De cuánta pérdida más sería testigo?
¿Por qué o para qué había sido llamada, si nada podía hacer... salvo ser espectadora de otra previsible y cruel derrota?

Recuerda las flores purificadas ”, se repitió por enésima vez la curandera cuando aullaron de nuevo los lobos hambrientos y se estremeció involuntariamente su “protegida” como las hojas marchitas movidas por una gélida y malévola brisa.
Hay esperanza. Piensa en los que se salvaron.”

Valía la pena intentarlo, decidió. Debían resistir, pelear aunque fuera a ciegas. Tanto dolor, tantas plegarias, tantos desvelos y esfuerzos en esta contienda desigual contra el horror no podían caer en saco roto. Esa flor, hermosa y resistente como la Gloria de Ensueño, merecía sanar y vivir libre.
Para ello, sin embargo, necesitaba saber. Tendría que preguntar, hurgando en heridas apenas restañadas.

- Madre Tierra... Mu'sha... Luz Sagrada...- rogó en silencio, con el recuerdo del Bálsamo siempre presente- Que no sea en vano.

XLV

El bosque gritaba.
Allá donde mirara los árboles agitaban sus ramas, desesperados, intentando alcanzar las alturas mientras aquella niebla verdosa e insalubre se enredaba en sus raíces y trepaba por sus troncos como un millar de serpientes; allá donde la niebla tocaba la corteza, esta se oscurecía de inmediato y comenzaba a supurar una sustancia amarillenta más parecida al pus que a la savia. El suelo, que otrora había sido de un resplandeciente color esmeralda, yacía pútrido y habitado por decenas de insectos oscuros que se arrastraban y reptaban entre la maleza corrompida. Remontó el vuelo, incapaz de tomar tierra o descansar en alguna de aquellas ramas agonizantes. El aire era denso, opresivo, teñido de un verde enfermizo recorrido por jirones de sombra, y le costaba incluso mover las alas, como si los zarcillos que las recorrían tiraran de ella hacia la niebla. Las batió frenéticamente sintiendo que le faltaba el aire, pero se dio cuenta aterrada de que apenas ascendía. De la niebla del suelo brotaron de pronto un centenar de manos como garras muertas que pugnaron por alcanzarla. Un chillido brotó de su pecho cuando una de ellas estuvo a punto de asirla, pero aquel mismo pánico le dio la fuerza que necesitaba para ascender los metros que la pondrían a salvo y al fin pudo superar las copas de los árboles y contemplar la extensión del bosque desde las alturas.
La corrupción se extendía hasta donde alcanzaba la vista.

Voló hacia el este durante horas sobrevolando el bosque corrupto, el aire lleno de gritos, cuando atisbó en la lejanía una inmensa nube que resplandecía como una perla, ajena a la corrupción. Se dirigió hacia allí, curiosa, pero cuando lo suficientemente cerca comprobó con desmayo que lo que había tomado por una nube era en realidad una fracción del cielo cuajada de los espíritus de aquellos que habían olvidado tiempo atrás como regresar a sus cuerpos. Sus esencias se deslizaban por el aire como jirones de niebla, y los rasgos en ellas eran en unos más evidentes que en otros, como si el paso del tiempo hubiera desdibujado también sus identidades. Había cientos, miles, y volaba entre ellos hacia el este, siempre hacia el este, mientras los espíritus agitaban sus brazos intangibles, tratando de impedirle el paso.

“Vuelve atrás
” le decían sus bocas mudas “Regresa, tú que puedes

***

Abrió los ojos sobresaltada y por unos instantes permaneció tumbada y desorientada. El crepitar de un fuego le recordó donde se encontraba y su luz trazaba sombras danzantes a su alrededor. En esta ocasión, como los últimos días, el despertar no le había reportado ningún alivio en comparación con las pesadillas: el bosque de Frondavil estaba tan corrupto como el de su sueño y, aunque los árboles no gritaban, el aullido de los lobos y de otros animales enfermos surcaban la noche en una macabra melodía. Se volvió para ver a Kluina´ai dormida sobre su manta, ya sin el yelmo ni la armadura. Su pelaje blanco parecía adornado de oro a causa del reflejo de las llamas y su respiración era pausada y tranquila. No sabía cuanto faltaba para el amanecer ni cuanto tiempo había estado soñando, y las copas de los árboles no le permitían ver las estrellas o la luna para intentar dilucidar el tiempo. Una poderosa sensación de frustración la embargó al darse cuenta de que a este lado no podría batir las alas para rebasar las altas copas y otear la luna. Se puso en pie con cuidado de no despertar a su compañera y contempló las llamas un instante. El fuego era tal vez lo único que la reconfortaba de los dos mundos: era real, cálido, brillante, abrasador. Al otro lado el fuego no existía.
Un crujido en la espesura atrajo su atención: había sido leve, pero había pasado el suficiente tiempo en compañía de Razier e incluso de Piel Verde que supo que aquel sonido no lo había hecho ningún animal. Si los druidas las habían encontrado, sería mejor que se ocultara, podría reunirse con Kluina´ai al amanecer. Miró a su compañera para asegurarse de que no se había despertado y sacó suavemente de su bota el cuchillo que Caramarcada le había regalado en la taberna de Bahía del Botín. Lanzó una última mirada al fuego y se internó en la espesura.

El bosque estaba a oscuras, ni siquiera había luciérnagas que destellaran en la negrura y el resplandor del fuego no alcanzaba más allá que unos pocos metros dentro del claro, como si la oscuridad de la noche engullera aquella luz. Se deslizó, como Razier le había enseñado, sigilosa entre los altos troncos, poniendo cuidado en caminar apoyando solo las puntas de los pies en aquel lecho de hojas muertas, con el cuchillo de Caramarcada en la mano, agazapada como cuando, hacía una vida, había intentado imitar las maneras de su recién descubierta y perdida madre. Se alejó unos metros del claro, poco a poco y en silencio, atenta a cualquier otro crujido que delatara la presencia de un intruso.
A su mente acudieron los angustiosos días que había pasado en el pantano con Piel Verde, arrastrándose por el limo, acechando tras los grandes troncos podridos de la marisma, desnuda salvo el barro con el que el orco le había embadurnado la piel. Había pasado un miedo atroz entonces, miedo a lo desconocido, a las aterradoras bestias que habitaban el pantano, miedo a su siniestro captor y a sus todavía más siniestras intenciones. Con Razier había sido diferente: el silencioso kal´dorei la había sorprendido mostrándose locuaz y certero al preguntar por las metas de su vida. ¿Cuánto hacía de aquello? Una vida, tal vez dos… Y sin embargo recordaba bien como le había enseñado a cazar a aquellos enormes colmipalas del fiordo, encontrar las raíces comestibles y las plantas que podía usar para curar algunas dolencias. Había atravesado con él el bosque y la gran estepa nevada, había atravesado puentes suspendidos a cientos de metros de altura entre las montañas y había sobrevivido. Qué diferentes habían sido sus dos maestros. Qué irónico, de hecho, le resultaba ahora considerar a Piel Verde un maestro…

El susurro de unas hojas en algún lugar a su derecha llamó su atención pero cuando dirigió hacia allí su mirada no vio más que aquel bosque oscuro y denso. Dio unos pasos hacia allí, pero el muro de vegetación no le permitía ver nada. Impelida por a saber qué intuiciones, se abrió camino a través de la espesura hasta que le pareció atisbar entre las ramas oscuras un claro un poco más adelante, que destacaba por la luz de la luna que asomaba por la boca abierta en la cubierta del bosque. Sí, de allí había venido el susurro, aunque ahora no viera nada. Tomó cobertura tras un grueso tronco y aguardó.

No había nadie en el claro, ni oía ahora ningún ruido que delatara la presencia de un intruso. Allí solo había aquella hierba enferma y la luz insalubre de la luna, casi irreal, derramándose como un pozo sobre el claro. De pronto un crujido tras ella la sobresaltó y sintió la presa de unos brazos aplacándola y una mano que le cubrió la boca con fuerza impidiéndole gritar. Se revolvió, pero la presa era demasiado fuerte. No iba a dejar apresarse otra vez ¿Qué le habían hecho a Kluina´ai?

“No te rindas”


Lanzó una patada hacia atrás y supo que había golpeado a su atacante cuando la presa que la sujetaba la liberó. Con el cuchillo en la mano y el corazón en la garganta corrió hacia el claro lo más rápido que pudo, pero supo que no era suficiente cuando un peso la embistió con fuerza desde atrás, arrancándole el aire de los pulmones y tirándola al suelo boca a abajo. No se atrevió a volverse y aguardó el golpe de gracia. No llegó.

- Joder, bicha, si lo llego a saber me quedo en Ventormenta.

La sorpresa le arrancó la voz de los labios.

- ¿¡Ángel!?

Se volvió todavía en el suelo y le vio. Angeliss estaba allí, incorporándose frente a ella y acusando de manera muy evidente un intenso dolor en la rodilla derecha. Llevaba el pelo muy corto y aún en la precaria claridad del claro distinguió el acostumbrado rojo de sus ropas. Era él. Estaba allí.

- ¡Ángel!- se puso en pie de un brinco y se lanzó a sus brazos. El mago la rodeó y la estrechó con fuerza- ¡Luz Bendita, eres tú! ¿Qué haces aquí? ¿Cómo nos encontraste?

Escuchó su voz amplificada por el eco en su pecho, recostada como estaba, contra él.

- Estás muy cerca del final de tu viaje, Averil, no iba a dejarte sola en un momento así.

Se separó a regañadientes de él, pero ansiaba demasiado ver su rostro. Al tenerle allí se daba cuenta del modo en que le había echado de menos. Con él allí todo parecía ahora mucho más fácil. Se demoró en sus rasgos, los ojos fijos en ella, la mandíbula bien definida, la frente alta, los labios… De pronto fue poderosamente consciente del tacto de sus manos sujetándola por la cintura y se puso de puntillas para besarle. Ángel no se retiró, por el contrario la recibió con sus labios cálidos y la estrechó de nuevo. Sí, lo había echado tantísimo de menos, le había faltado tanto, le quería tanto… Se sintió alzada en vilo y se dejó llevar, con un revoloteo de anticipación cosquilleándole en el estómago, hasta que fue depositada con cuidado en el suelo y sintió el peso de Ángel sobre ella. Sí…hacía tanto, tanto tiempo… Se tomaron allí, en el linde del claro en aquel bosque maldito, bajo la luz insalubre de la luna que llegaba a través de las nubes. Se amaron con urgencia y necesidad, como si quisieran compensar todo el tiempo que habían pasado separados, a sabiendas que se cernía sobre sus cuerpos la sombra de un mal antiguo y sin nombre; y cuando yacieron al fin exhaustos sobre la hierba fría y el corazón martilleando en el pecho, Averil se acomodó sobre el pecho firme del mago y se quedó dormida.

Cuando despertó, todavía era de noche y Ángel no estaba. Desorientada miró a su alrededor, temerosa de descubrir que todo había sido un sueño. Seguía en el claro en el que le había encontrado, estaba desnuda y olía a él. Hacía mucho frío, de modo que se puso en pie y recogió su ropa desperdigada mientras los dientes le castañeteaban. El cuchillo seguía allí, tirado en la hierba, de modo que lo enfundó en su bota.

- ¿Ángel?- llamó, sin atreverse a alzar la voz demasiado.

Al no recibir respuesta, sus ojos buscaron cualquier rastro de lucha que hubiera podido darse sin que ella despertara, pero no encontró nada. Dio vueltas sobre sí misma y miró al cielo por si pudiera adivinar cuanto tiempo había pasado mirando las estrellas. El firmamento estaba cubierto de nubes y tan solo el leve resplandor de la luna llegaba hasta el suelo.

“Averil”

Se volvió repentinamente hacia su izquierda: le había parecido oír su nombre. Le pareció vislumbrar un movimiento en rojo, más allá de la frontera del claro.

- ¿Ángel?

Caminó hacia allí y detectó el movimiento residual de una rama un poco más allá, pero ni un sonido, ni una señal.

- ¡Ángel!

Se internó de nuevo en la espesura, apartando con las manos las ramas y zarzas que le arañaban el rostro y se enredaban en sus propios zarcillos. En alguna ocasión le pareció distinguir un movimiento más adelante, pero por más que avanzaba jamás llegaba a alcanzarlo.

“¡Averil!”

Esta vez lo oyó claramente, la habían llamado por su nombre y algo sucedía, algo malo. Aceleró el paso todo lo que le permitían las ramas, sin importarle que rasgaran sus ropas. Una rama se enganchó en uno de los zarcillos de su cuello y con el impulso de la carrera lo arrancó, rasgando la carne y arrancándole un grito. Sintió la sangre cálida y algo más deslizarse por su brazo y su pecho, pero no se detuvo.

- ¿Ángel? – gritó, tratando de ubicar el origen del sonido- ¡ANGEL!

La vegetación era cada vez más y más densa y avanzar por ella tanto más difícil. Los lobos aullaban a la noche en algún lugar del bosque e incluso le pareció que corrían cerca de ella y en su misma dirección, como susurros oscuros en las sombras. Sorteó piedras y riachuelos e incluso estuvo a punto de caer rodando por una hondonada en cuyo fondo aguardaba un charco de insalubre color verde, pero mantuvo el equilibro y siguió corriendo. Oía su nombre de cuando en cuando, pero la frecuencia era cada vez menor, y cada vez más débil, y llegó a escuchar gritos de dolor, pero eran lejanos, como inalcanzables. De pronto, al traspasar lo que le había parecido una franja menos densa de vegetación, se encontró en un inmenso espacio abierto que no debiera estar ahí y se detuvo.

- ¿Qué…?- barbotó, pero en cuanto miró a su alrededor, las palabras murieron en sus labios.

Se encontraba frente a la entrada de lo que parecía un poblado. Los edificios estaban dispersos y desiertas sus calles, y la arquitectura de las viviendas era evidentemente kal´dorei. No había guardias bajo el arco que definía la puerta del poblado. ¿Dónde estaba Ángel? Un susurro a su derecha llamó su atención y corrió para ocultarse. Encontró cobijo detrás de un carro desde donde podía ver el camino principal de la aldea desierta y que, al parecer, no estaba tan desierta. Una figura se movía en la aparente indolencia, una mujer. Parecía venir de la misma puerta por la que había entrado ella, pero no la había visto. La mujer, una kal´dorei, caminaba con la mirada ausente y sujetaba las manos contra el pecho. Su forma de caminar, la forma en que la toga se arrastraba a sus pies le recordó a un fantasma. Sintió un escalofrío.

“¿Dónde estoy?”

La kal´dorei pasó por su lado sin percibir su presencia y continuó caminando. Sus pasos la dirigían hacia uno de los edificios más grandes, al otro lado de la aldea. Vio su silueta cruzar el umbral y perderse en la oscuridad reinante en el interior. Miró a su alrededor y no vio a nadie, de modo que tras sacar el cuchillo de su bota, corrió hacia el edificio en el que había entrado. Cuando traspasó el umbral le llamó la atención el silencio y la inmovilidad de aquel lugar. No había rastro de la kal´dorei. Miró a su alrededor. El lugar parecía alguna especie de comercio o de posada y había lo podría ser una barra de estilo arquitectónico extraño en uno de los laterales. Frente a ella, un poco más allá, vio una amplia rampa que parecía llevar a un piso superior. Se acercó y se asomó, pero no distinguió nada. No había más puertas ni salas en la planta baja, de modo que la mujer debía haber ascendido. Con sigilo, lentamente, ascendió la rampa, pero cuando pudo ver el final se detuvo bruscamente: la kal´dorei se había detenido allí y le daba la espalda. Tenía el largo cabello blanco trenzado y parecía tener la vista fija en lo que había al otro lado del gran ventanal frente al que se encontraba. No había rastro de Ángel.

Al cabo de unos instantes, la mujer se dio la vuelta y emprendió la ascensión por una segunda rampa que Averil no había distinguido desde su posición. Los pasos de la elfa eran leves y no despertaban ningún eco en el suelo de madera y cuando se atrevió a asomarse para ver hacia donde se dirigía, comprobó con sorpresa que la misteriosa mujer iba descalza. Esperó unos segundos, no quería precipitarse en seguirla puesto que no conocía la distribución del edificio y corría el riesgo de encontrársela de frente y no poder escapar. Cuando consideró que había pasado un tiempo prudencial, y sin soltar el cuchillo, ascendió lo que le faltaba de la primera rampa y dirigió una mirada furtiva al ventanal. Al otro lado le sorprendió contemplar la superficie tranquila de un lago de aguas cristalinas. Frunció el ceño: toda el agua que había visto en el bosque estaba estancada y sucia, sin embargo la que allí veía era claramente pura y casi podía ver las siluetas de los peces bajo la superficie. Estudió la estancia con prudencia: había algunas estanterías allí y algún tipo de hamaca, pero nada más, ningún lugar donde poder esconder una víctima. Un susurro proveniente del piso superior llamó su atención y se agazapó instintivamente antes de acercase a la segunda rampa. Ascendió un poco, con cuidado, hasta atisbar lo que parecía un dormitorio: había lechos vacíos alineados contra la pared del fondo y la misteriosa kal´dorei permanecía allí en pie, inmóvil, pero seguía sin poder verle el rostro. Sin embargo, cuando iba a avanzar un poco más en la rampa para distinguir sus rasgos, le invadió una sensación extraña, como una corazonada que le urgía a salir de aquel edificio. A regañadientes y en silencio deshizo el camino andado, puesto que no había ningún rastro de Angeliss en aquel lugar. Con cuidado de no hacer ruido mientras caminaba, descendió las dos rampas hasta llegar al recibidor de la planta baja. Seguía tan desierto como cuando había entrado y por la puerta entraba la luz del crepúsculo.

¿El crepúsculo?

No tuvo tiempo de sorprenderse, pues de pronto atisbó un movimiento por el rabillo del ojo y se escondió tras la barra desierta. Una figura encapuchada de hechuras anchas y pesadas se deslizaba sigilosamente cerca de la rampa, aparentemente sin haber reparado en ella. Llevaba una larga daga en la mano y se movía con la maestría de alguien acostumbrado a correr con las sombras. Averil sintió una creciente inquietud al percibir que aquella silueta le resultaba familiar, demasiado familiar. Un puño helado le atenazó el corazón cuando comprendió quien era.

Piel Verde, quien la mantuviera cautiva en aquella gruta inmunda en el pantano, se volvió de pronto en su dirección, como si el grito mudo que ahogaba en su garganta de algún modo hubiera llegado a sus oídos.

Su mirada pasó por la barra desierta tras la que se ocultaba y durante unos instantes Averil sintió el absoluto terror que le inspiraba la idea de volver a ser atrapada por el orco. Con los dedos rígidos de miedo aferró la daga, dispuesta a clavársela en la garganta en cuanto asomara el rostro. ¿Cómo la había encontrado? ¿Y por qué ahora, después de haberlas dejado huir de la marisma y cruzar todo Azeroth? ¿Qué había cambiado ahora? Aguardó inmóvil sintiendo la sangre retumbarle en los oídos. No podía verle ahora, encogida como estaba en su escondite, pero de algún modo era consciente de la intensa crueldad de su mirada y supo, de algún modo, que sonreía con malicia para sí. Luego, como si se tratara de un peso físico, sintió la mirada del orco alejarse de la barra y ascender por la rampa. Tardó unos instantes en atreverse a asomarse de su escondrijo, casi esperando aquella voz tétrica y rasposa que había oído tantas veces en su mente, en el pánico de la huida. Cuando por fin se aventuró a abandonar su escondite, no había rastro del orco de modo que debía haber ascendido la rampa. Pensó entonces en la misteriosa elfa que aguardaba en el piso superior, tan silenciosa y lejana. No parecía haber estado aguardando a nadie, sino más bien sumida en sus pensamientos, y la daga en la mano de Piel Verde auguraba un final ominoso si llegaran a encontrarse. Sintió como la rabia ascendía por su pecho, y cualquier recelo que hubiera alojado contra aquella kal´dorei se desvaneció en temor por su seguridad. Tenía que hacer algo, aunque fuera advertirla ¡Debía llegar antes que él!
Saltó la barra con agilidad, aún con el cuchillo en la mano y subió corriendo la rampa, apartando el temor que le había inspirado encontrárselo. Si llegaba a tiempo serían dos y podrían con el orco, pero tenía que darse prisa. Nadie se interpuso en su camino ni sintió el peso de aquella mirada sobre ella cuando alcanzó la primera planta, con su inmenso ventanal sobre el lago. Desde allí no se escuchaba sonido de lucha, de modo que llegada a ese punto se agazapó y ascendió la rampa con cuidado hasta el dormitorio, y cuando alcanzó la cima de la rampa se detuvo.

La mujer élfica estaba de rodillas ante una de las camas y sujetaba entre las manos lo que parecía una muñeca. No había rastro del orco por ningún lado, pero cuando fue a extender la mano para llamarla, vio la sombra de Piel Verde surgir de la nada y acercarse con sigilo a la doncella.

- ¡NO!- gritó Averil lanzándose sobre él con el cuchillo en la mano, solo para pasar a través de él y caer de rodillas en el suelo.

Entonces comprendió: un sueño.

No, una pesadilla.

Inmune a su intervención, Piel Verde dio los últimos pasos hasta la doncella que le daba la espalda y con brusquedad, la agarró de la blanca trenza y le echó brutalmente la cabeza hacia atrás.

Los ojos de Bálsamo Trisaga se clavaron en los suyos mientras la daga orca le abría la garganta.

Gritó, se arrojó sobre ellos con una rabia y un abandono que no había sentido jamás, sintiendo como le arrancaban el alma, cualquier alegría que hubiera sentido en la vida, cualquier esperanza que hubiera conservado para su futuro. Ajeno a todo el orco, finalizada su tarea, soltó el cuerpo ya sin vida del último Bálsamo de Azeroth y pasó a través de Averil antes de que la muchacha tuviera tiempo para llegar hasta el cuerpo desmadejado que se derrumbaba inerte sobre un charco de sangre cada vez más grande. La muchacha se lanzó sobre aquel derramamiento de vida y trató de detener la hemorragia del cuello histéricamente, pero sus manos pasaron a través de la garganta abierta, del cuerpo esbelto y pálido que ya no albergaba alma alguna. Quería abrazarla, quería acunarla entre sus brazos, besar el cabello blanco manchado de sangre, cuidarla del mismo modo en que el Bálsamo había cuidado de ella, pero sus manos parecían espejismos cuando intentaba asirla y aún cuando entendió que no podía hacer nada, que aquello no era real, siguió tratando de acurrucarse contra el cuerpo muerto como un cachorro cuya madre han abatido los cazadores. No podía soportar el dolor, no podía respirar. No quería respirar. Jamás había rogado tanto a los dioses para despertar.