Los Hilos del Destino XLI

domingo, 31 de enero de 2010

31 de Enero, Tanaris
A la atención de Amnehil Ramaplateada


Salud, buen Amnehil:

Antes de nada quisiera agradecerte tu carta, pues fue de gran ayuda y gracias a ella obtuvimos un gran avance en la localización del dragón. Poco a poco nos acercamos al desenlace de esta oscura historia, y espero de corazón que tenga el mejor final posible. La joven Aynarah A´neth Arcopluma está reuniendo las tropas necesarias para acometer esta misión con una eficiencia ejemplar, pero esta humide sacerdotisa se sentiría muy agradecida si pudieras acudir tú, e incluso, traer contigo parte de tus tropas si esto no supone un gran perjuicio para tus obligaciones, puesto que nunca sobran manos amigas.
Sé que tus obligaciones te retienen en Rasganorte y lo entiendo, y es por ello que he recurrido a la ayuda de nuevos aliados. Un mensajero te avisará cuando se acerque el momento de la lucha. Cuando esto ocurre, dirigete al Templo del Acuerdo del Reposo del Dragón, en el páramo helado conocido como Cementerio de Dragones. Allí, muestra el sello que cierra esta carta a Cromi, embajadora del Vuelo de Bronce. No te preocupes por el viaje o por las demoras, llegarás a tiempo en cualquier caso.

Que Elune temple tu arco y tu alma.
Humildemente

Bálsamo Trisaga

*Sello del Vuelo de Bronce*

Los Hilos del Destino XL

A Bálsamo Trisaga, Lágima de Plata.
Sede de Crisol de Almas - Ventormenta


A pesar de haber dejado atrás mis deberes como Magistrado, a pesar de que mi pecho no luzca ya los colores del Alba de Plata, a pesar de que el tiempo se haya ocupado de separar nuestros caminos, no dudéis ni por un instante que he dejado de tener presente a las personas que como la Prelada Liessel han formado parte de mi historia y por lo tanto de mi presente.

"La mejor arma en la batalla no se empuña, sino que te acompaña"


Así rezaba el lema del regimiento de Caballería que en su día lideré bajo el estandarte del Alba de Plata y en honor a nuestra amada Liessel retomaré de nuevo.

Contad con mi ayuda, mis armas y mi luz están a vuestra disposición y mi fe y confianza depositadas en vos.

Josef Argéntum Cerranegro
Presidente de la O.N.G. Crisol de Almas
Ex-Magistrado del Alba de Plata
Indigno Paladín.

Los Hilos del Destino XXXIX

Respetadísima Bálsamo:

Mi respuesta es sí.
Temo que el único diálogo posible con mis hermanos Tótemsiniestro sea el intercambio de golpes, puesto que en anteriores visitas a esos bellos parajes ya me las he visto con su belicoso y endemoniado temperamento. Intentaré mediar de todos modos
Estoy buscando compañeros sensibles y comprometidos con la causa de la Madre Tierra. Cuento con quien es más que una amiga, mi hermana en armas, Dita Tormentaeterna: Nos prestará su saber y su fuerza salvo impedimento de causa mayor.
Os ruego me hagáis saber detalles prácticos para poderos servir, al menos, de apoyo en tan importante ocasión.

Atentamente,
Kluina-Ai Nubeblanca

Los Hilos del Destino XXXVIII

31 de Enero, Tanaris
A Joseph Argéntum, sede de la O.N.G Crisol de Almas


Salud, buen Argéntum:

Han pasado ya dos largos años desde que nos viéramos por última vez. Creo que nunca os di las gracias por tomar las riendas de aquella despedida, que era mi responsabilidad, de modo que aquí, ahora, me inclino ante vos y os doy mis más profundas gracias por ofrecerle a la mitad de mi alma una despedida cercana y cálida que ella, distante y fría, jamás hubiera imaginado. Estoy segura de que de haber podido vernos, se hubiera sentido conmovida y agradecida por lo que hicisteis por ella en su último momento. Por esta razón, gracias, gracias mil veces, desde el corazón de esta humilde sanadora.

Me dirijo hoy a vos para solicitar vuestra ayuda, en memoria de aquella que nos dejó, para salvar su último legado. Alguien muy cercano a Liessel, y por tanto, tan cercano a mi como podría haberlo estado ella, lo único que me queda de ella en este mundo, se encuentra gravemente enfermo. Su enfermedad es atípica, en todo extraña, y no existe ningún sanador, ya sea un sacerdote, un druida o un médico, que haya podido dar con una cura para ella. Esta humilde sanadora, consciente de lo misterioso de esta enfermedad, ha recorrido el mundo en busca de alguna referencia a su cura, y han querido los hados que me encuentre ya cercana pero separada por un profundo obstáculo que yo sola, débil y solitaria, no puedo sortear.

Un dragón habita en las profundidades del Bosque del Ocaso. Este, que antaño fuera estandarte del Vuelo Esmeralda, se encuentra ahora enfermo y corrupto por lo que, sospecho, es lo mismo que aqueja a mi protegida. Nuevos y sabios aliados me han asegurado que con muestras de esa corrupción, podrían estudiar una cura, pero para ello, los dragones corruptos deben morir y ellos no pueden colaborar en el sacrificio de sus hermanos. Es por ello que recurro a ti, mi buen Argéntum, que siempre fuiste la voz de la razón, que siempre fuiste cercano y firme, que eres para mí el más digno de los paladines. Suplico tu ayuda para poder poner fin a esta agonía, para acometer esta última misión con éxito, para salvar a las almas inocentes que están atrapadas en esta vorágine de oscuridad.

Que la Luz te colme y te de vida.
Tu humilde servidora.

Bálsamo Trisaga, Làgrima de Plata.

Los Hilos del Destino XXXVII

31 de Enero, Tanaris.
A Gary Abraham Sanderson, Alguacil de Villa Oscura.


Salud, señor Sanderson:

Vos no me conocéis, de modo que me presentaré. Mi nombre es Bálsamo Trisaga y pertenezco a una orden del Culto de Elune. Soy, como mi nombre indica, sanadora. Ha llegado a mis oídos que habéis recibido de vuestro rey, Varian Wrynn, el cargo de Alguacil de Villa Oscura, y por ello quisiera trasladaros mis más sinceras felicitaciones, y los mejores deseos para vuestra legislatura.

Sin embargo, el motivo de esta misiva es uno muy diferente, y creedme si os digo que desearía que fuera menos oscuro. Me encuentro, no obstante, en situación de requerir vuestra ayuda o al menos, vuestra aprobación para la misión que me compromete.
Tras largas horas de investigación, creo que puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que habita en las profundidades del Bosque del Ocaso un dragón. Esta criatura, que antaño fuera representante de su noble raza, se encuentra ahora corrupta y enloquecida, y amenaza la región. Han querido los hados que se me encomendara la misión de encontrar a este dragón y poner fin a su sufrimiento, cometido que he aceptado con humildad.

Solicito vuestra ayuda y la de vuestra gente para poder acometer esta misión, sabiendo que estamos librando al bosque de parte de su oscuridad. Si no pudierais ayudarme en esta causa, sabed que lo entenderé y agradeceré vuestra bendición.

Id con la Luz.
Vuestra humilde servidora
Bálsamo Trisaga, Làgrima de Plata.

En los Confines de la Tierra XIX

sábado, 30 de enero de 2010

Dos días después:

El carro, tirado por dos bueyes, llevaba los cadáveres amontonados como sacos, unos sobre otros. La carne y la sangre creaban una dantesca visión, y las moscas acudían a cientos al festín. Atravesaba el campamento indolentemente, ajeno a los esclavos que, o bien le daban la espalda o bien le miraban fijamente como quien contempla al que algún día será su propio futuro.

Un brazo cercenado cayó al suelo y rebotó macabramente antes de quedar inmóvil.

Comadreja no hubiera podido vomitar aunque hubiera querido, ya no tenía nada en el estómago que tirar. Miró con asco el miembro amputado y luego, tomando aire, se agachó para recogerlo y lo arrojó de nuevo al interior del carro que se alejaba. Le asombró a sí misma la frialdad con la que lo hizo, y supuso que tras dos días contemplando como esos miembros eran cercenados en la arena habían acabado por inmunizarla de alguna manera.

Secándose el sudor de la frente con el brazo, se encaminó de nuevo hacia el rincón del campamento que los trolls habían tomado para sí. Había perdido ya la cuenta de cuantos combates había luchado desde que llegaran: después del primero - en el que sí había vomitado, y cómo- todo había sido una sucesión interminable de arenas, precarias sanaciones, alguna despedida y de nuevo arenas. Tras cada combate, Zai´jayani le había enseñado a explorarse en busca de lesiones que hubiera podido obviar en la exaltación del combate. Ambos se inspeccionaban en busca de cortes, heridas, se obligaban a girar ante la mirada del otro para no pasar nada por alto. Además, tras esto, Zai no le permitía tirarse al suelo a retomar el resuello, sino que la obligaba a hacer ejercicios y solo después de haber estirado cada músculo de su cuerpo, le permitía tomar descanso.

Con aire distraído se palpó la costra tierna de su cabeza: en uno de los combates, el escudo de su contrincante le había golpeado el rostro con tanta fuerza que le había rasgado el cuero cabelludo, abriendo una herida que no era grave pero que sangraba profusamente. Desde aquel golpe, la visión de su ojo derecho se vio anegada de rojo, y no la recuperó hasta que el combate terminó y pudo limpiarse el rostro. Medio rostro que, por cierto, estaba tan inflamado que parecía deforme, y que ahora, aunque ya no estaba hinchado, presentaba un color morado muy poco saludable, que dejaba paso a regiones verdosas y amarillentas allá donde Zun´zala le había aplicado las sanguijuelas.

Cuando alcanzó a Zai, este estaba sentado en el suelo, afilando la hoja de una de sus espadas, sujetándola entre las piernas.

- ¿Qué dicen?- inquirió al verla acercarse por el rabillo del ojo.

Comadreja se sentó en el suelo polvoriento y recogió las rodillas contra el pecho.

- Nada de nada.- suspiró- Nadie sabe quién luchará en los próximos combates, o al menos nadie lo dice. ¿Eso es mala señal?

Zai´jayani la miró un instante y se encogió de hombros levemente. Podía imaginarle guiñando el ojo, pero ahora una importante cicatriz se lo mantenía entrecerrado. Para él, el enemigo también se había acercado más de lo necesario.

- Pue que no lo sepan.- dijo con despreocupación- No deberíah da´le tantah vueltah, bichito. No eh bueno. No eh malo tené la información, peo ta´poco vale la pena dale vueltah.
- Pero…- protestó Comadreja- Si supiéramos contra quién vamos a luchar, podríamos estudiar su estrategia, ver la mejor manera de aislarlos…

Frunció el ceño, repentinamente contrariada ¿Había dicho ella aquellas palabras? Zai emitió un leve sonido neutral y desenfadado.

- Si tu p´oblema no tiene solución ¿pa que da´le vueltas? Y si la tiene… ¿pa que da´le vueltas?

Y dicho esto volvió a concentrarse en su arma. Comadreja maldijo poco elegantemente y se puso de nuevo en pie. Se sentía inquieta, y la aparente indiferencia de Zai no ayudaba. Comenzó a caminar nerviosa por aquella pequeña parcela, sin saber muy bien como descargar la tensión que se acumulaba en su pecho, en sus hombros, en sus manos. Sabía que Zai tenía razón, que realmente no valía la pena darle muchas vueltas. Al fin y al cabo, no habían sabido con quien se enfrentarían en cada combate y habían salido más bien airosos… Formaban un buen equipo, sí. Podrían con lo que les pusieran delante.

Hasta donde estaban llegaban los gritos de los espectadores de la arena. Los combates continuaban, desde el mediodía hasta bien caída la noche, cuando los luchadores tenían que combatir a la exigua luz de las antorchas que apenas alcanzaban a iluminar el contorno de la arena.

- ¿Cuchas lo que dicen?- inquirió de pronto Zai, que seguía sentido en el suelo.

Comadreja entrecerró los ojos, tratando de distinguir algo entre aquel estruendo. Y entonces lo entendió.

“¡COBRA! ¡COBRA!”, bramaban, con un entusiasmo que rozaba el fervor.

Se volvió hacia Zai.

- ¿Realmente es ella?- inquirió- Pensaba que no la habían traído, no la he visto desde que llegamos…

Zai dejó el arma en el suelo.

- Cobra e´ una de las mejores luchadoras de Mash´apur.- dijo- No la verás caminando po´aquí. A los ca´peones los tienen en tiendah llenah de comida, de ot´os e´clavos…

Esclavos de esclavos.

Comadreja dirigió una última mirada al edificio del coliseo y se encaminó a los barracones.

Los Hilos del Destino XXXVI

30 de Enero
A Kluina´ai de los Nubeblanca, Portavoz de los Elementos


Salve, Kluina´ai:

Solo los dioses pueden saber como me colma de alivio tu respuesta, puesto que significa que pese a todo el terror y el odio, aún hay lugar en este mundo para la esperanza. No me tranquiliza el que nuestra alianza, por breve que resulte si llegara a suceder, sea para tan aciaga misión, pero creo fervientemente que si somos capaces de dejar de lado el odio en este primer paso, juntos seremos mucho más fuertes a la hora de sobrevivir a los males que vendrán.

Ha llegado a mis oídos que uno de los dragones que necesito encontrar, se encuentra oculto en la frondosa selva de Feralas, en Kalimdor. Esta jungla aloja las ruinas Eldarath, pero sé de buena tinta que la presencia Kaldorei se vio relegada al extremo oriental de la selva, limítrofe con las Mil Agujas, y al bastión Pluma Luna, alejado de sus costas. Por lo que he podido saber gracias a los viajeros que visitan Tanaris, Feralas es dominio de la tribu tauren Totem Siniestro, que son conocidos por su fiereza, tan abismalmente diferentes de vuestro pacífico pueblo. Intuyo que sabiendo lo que los Totem Siniestros reclaman de las tierras de Feralas, no recibirían de buen agrado a un representante del pueblo que en su consideración, usurpó a los tauren sus tierras.

Es necesario que atraviese Feralas y encuentre a ese dragón, y para ello, necesito saber que los Totem Siniestro no atacarán a aquellos que me acompañen en esta misión. Necesitamos paso franco por Feralas, y creo que la tribu, liderada por una chamana, escuchará a alguien como tú. Te lo ruego, Kluina´ai, habla con los Totem Siniestro, que nos permitan cruzar la selva. Juro por Elune que no se atacará a nadie, que nuestro único objetivo es encontrar al dragón, y que nos marcharemos tan pronto como cumplamos nuestra misión.

Mi última petición es más insólita, pero sé que debo hacerla.

Lucha conmigo, hermana, y trae contigo a aquellos que todavía creen que no todo es odio en esta vida. Tumbemos las barreras que nos separan.

Que los dioses te bendigan

Bálsamo Trisaga, Lágrima de Plata.

En los Confines de la Tierra XVIII

jueves, 28 de enero de 2010

La multitud aclamaba a los guerreros, les saludaba antes de aquel combate, les animaba para que ofrecieran un gran espectáculo, un espectáculo de sangre y muerte. Los gritos no se distinguían, era una cacofonía infernal acompañada de objetos que se precipitaban en la arena desde las gradas: flores, papeles, suciedad… Comadreja miró a su alrededor mareada: aquel coliseo estaba rodeado por un altísimo muro blanco y el público observaba desde arriba, desde bien lejos de las salpicaduras de sangre. En aquel pozo todo daba vueltas, ni siquiera el cielo azul sobre sus cabezas le ofrecía tranquilidad. Incluso el sonido parecía distorsionado, como si se alejara y se acercara, reverberaba en las paredes de alabastro sumiéndolo todo en el caos. El corazón le latía violentamente en la garganta, solo sentía ganas de sollozar, de vomitar, de arrojar las armas y salir corriendo, pero aquellas blancas paredes se alzaban monstruosamente a su alrededor, y la verja se había vuelto a cerrar… Apretó convulsivamente las armas mientras las lágrimas le bañaban el rostro.

Sintió entonces la presencia de Zai´jayani a su espalda.

- Repira hondo, Comadreja.- le dijo, sin dejar de mirar al frente, sosteniendo firmemente las armas, como si fuera un guerrero libre, como si no llevara aquella cadena al cuello, como si no luchara para el regocijo de la turba- Cént´ate en la aena, o´vidate de las paedes. Tudia a tu oponente. Tudia el campo de batalla.

Con ella y Zai iban una tauren de pelaje oscuro que se hacía llamar Mortos y Ziga, una hembra troll que había bailado entorno a la hoguera aquella noche, en la sabana. Ziga llevaba red y tridente, y su compañera de cadena, una larga soga que ondeaba amenazadoramente con gestos circulares, y una espada corta. Ziga, como el resto de los trolls, se había trenzado plumas en el cabello y había pintado su rostro de color rojo, lo que le daba el aspecto de un demonio.
Comadreja respiró hondo, llenando su pecho de aire, tratando de acallar el temblor. Afianzó la presa de sus armas, aseguró bien sus pies en el suelo. Respiró hondo de nuevo. Poco a poco, las vueltas se volvieron más lentas, pero no se detuvieron. En algún lugar a su derecha sonó un chirrido y nuevos luchadores entraron en la arena. Sus contendientes.
La turba bramó de nuevo. Eran cuatro, y también iban encadenados por parejas. Comadreja sintió como el suelo amenazaba con huir de sus pies cuando vio que, aunque cubiertos de tatuajes y con extraños peinados, dos de ellos eran humanos. Buscó en sus miradas algún atisbo de reconocimiento, de solidaridad en su propia raza, pero el odio de sus miradas se le clavó en el pecho, llenándola de terror. Cada uno de ellos iba encadenado a un orco, y la distribución de sus armas era muy parecida a la de su propio equipo. Uno de los humanos, y el orco del otro grupo portaban un gran escudo y un arma, mientras que sus acompañantes llevaban dos armas como Zai, y una red con tridente. Los dos grupos se miraron con fiereza, retándose con la mirada, como asegurándose unos a otros una muerte larga y dolorosa que les llenara de gloria.

- Usa la espada para rasgar la red.- dijo Zai a su espalda, sin mirarla. No hablaba en voz baja, pero el clamor en las gradas era tal que no podían haberle escuchado dos pasos más allá.- No dejes que nos atrapen.

Comadreja tragó saliva dolorosamente.

- ¿Y Ziga y Mortos?- inquirió con voz ahogada.

- Saben cuiarse solas.- respondió Zai, sonriendo ligeramente. De repente su postura cambió y se volvió ofensiva. Su mirada, peligrosa. Añadió con ligereza- Si me matan, pegate a ellas.

Ziga se volvió hacia ella y le guiñó un ojo. Mortos resopló, sin apartar la vista de sus contendientes, ondeando el lazo sin parar. El sonido de un cuerno retumbó en las antiguas ruinas, rebotando en las paredes del coliseo y multiplicándolo hasta el infinito y de pronto se vio arrojada hacia atrás por una fuerza descomunal. Se estrelló contra el suelo luchando por no soltar las armas, y de pronto sintió que la cadena en su cuello se tensaba y la obligaba a ponerse en pie de un doloroso tirón.

El combate había comenzado.

Alzó la vista, Zai era brutalmente acosado por una de las parejas, y ora esquivaba ora paraba con ayuda de las dos armas, que en sus manos se movían a una velocidad insospechada. Oía el chasquido de las armas de Ziga y Mortos en algun lugar más allá, pero todo sucedía frenéticamente y el zumbido de la turba era ensordecedor. Con el corazón en la garganta, Comadreja afianzó el escudo, tomó aire dos veces y cargó. El impacto del choque le arrebató el aliento, pero oyó la exhalación ahogada de su contrincante y de algún modo supo que había funcionado. No tuvo tiempo para alegrarse. Apenas una fracción de segundo más tarde, los golpes llovieron sobre su escudo con dolorosa constancia, tan fuerte que a cada golpe le temblaban los brazos y los dientes. Un gemido brotó de su garganta mientras trataba de mantener su posición bajo los golpes y al mismo tiempo, desplazar a su contrincante lejos del costado de Zai, que seguía bailando con sus armas, enfrentándose al orco del escudo. Supo entonces que su enemigo era el humano de la red, e instintivamente afianzó su presa sobre las armas y hundió un poco más la cabeza entre los hombros.

Un golpe, otro, otro. Le dolían los dientes, le dolían los brazos... Un golpe, otro, otro. El escudo vibraba violentamente. Con cada golpe retrocedía un poco. Con una lucidez que la asustó, se dio cuenta de que estaba demasiado alto, no le permitía ver a su contrincante, pero temía asomar la cabeza, sabiendo que su enemigo ostentaba el tridente y que la red podría atraparla. Si quería proteger a Zai y no arriesgarse a ser herida por sus armas durante el combate, tenía que ganar terreno, tenía que hacer retroceder a su acosador. Expulsó aire a golpes cortos, tres veces, y bajó el escudo apenas una fracción, justo para ver como el tridente buscaba su carne, seguidos por la mirada rabiosa del humano. No tenía tiempo para volver a afianzar el escudo frente así, y cuando el tridente chocó con la madera, oyó un raspazo en el escudo y vio aparecer los terribles dientes lejos, desviados.

"Ahora" se dijo. Y llevando el escudo más allá para mantener inmovilizado el tridente, descargó el arma contra su enemigo desequilibrado, obligándole a retroceder varios pasos. Oyó entonces lo que le pareció el bufido de una pantera, feroz y escalofriante, multiplicado mil veces por el eco de las paredes de alabastro, por encima del estruendo de las gradas. Y entonces supo que había sido ella.

Oyó la voz de Zai, extrañamente divertido, un poco más allá.

- ¡Rabia, bichito!- gritó, sin dejar que su enemigo se acercara un paso más de lo deseado. Un golpe, una esquiva- ¡JA!

La multitud rabiaba.

En los Confines de la Tierra XVII

La multitud atronaba. Sus voces enardecidas se aunaban y simulaban un intenso zumbido, constante y aplastante, amortiguado meramente por las paredes derruidas de la antigua ciudad élfica. Silenciosos en el corredor, los esclavos apretaban los dientes para evitar que castañetearan y aferraban con fuerza la empuñadura de sus armas ante el inminente combate. Los rugidos de las fieras restallaban desde algún otro corredor no demasiado lejano.

- La mue´te llega a todos, Comadreja – dijo Zai´jayani en voz baja y serena, mirándola fijamente a los ojos. – Peo de ca´uno depende como da´le la bienvenía. Pues recibi´la con mieo, o con t´isteza, peo con el mieo y la t´isteza el cue´po se para, se vuelve to´pe, no re´ponde como debiera. Te t´aiciona.

Comadreja miró sus propias manos, que temblaban violentamente aunque apretaba con fuerza las armas. Las rodillas le temblequeaban, sentía la urgente necesidad de tirarse al suelo para que todo dejara de moverse a sacudidas. Zai le tomó el mentó y le alzó el rostro para que volviera a mirarle.

- En mi t´ibu, los Lanza Neg´a,- siguió explicando con aquella voz que parecía contener la sabiduría de siglos, tranquila y lúcida- la mue´te no eh más que un t´amite necesario pá llegar al ot´o lao, pa volar con loh loas, pa formar pa´te del mundo de los espi´itus. Al ot´o lao, nos espe´an los ancest´os de nuest´o pueblo, nuest´os pa´ientes, tos los que echamos de menos. Pa no´tros, los Lanza Neg´a, la mue´te es una fie´ta, una de´pedida alegre, un ú´timo ritual. Po´eso la recibimoh con aleg´ia, Comadreja, po´que recibi´la con mieo hace que to lo qu´hemos vivío, paehca un ca´tigo. Noh ve´timoh y pintamoh pa da´le la bienvenía, pa que nuest´os ancest´os noh reciban con honor y o´gullo. ¿Lo entiendes?

Comadreja respiró hondo, se demoró aún un instante en los ojos sabios de Zai´Jayani, en la paz que le inspiraban sus palabras. Si lo que decía era cierto – y deseaba con toda su alma que lo fuera- al otro lado encontraría a aquellos que realmente la habían amado en vida: sus padres, su tío Brontos, tal vez incluso Liessel, con su jarra de cerveza, con su puro en la boca. Tal vez sus padres la recibieran orgullosos de la mujer en que se había convertido. Tal vez su tío y Liessel le esperaran sentados frente a la chimenea, con las botas apoyadas sobre la mesa. Se dio cuenta entonces, para su sorpresa, de que una pequeña sonrisa había aflorado a sus labios.

Zai no lo pasó por alto.

- Ahí está, bichito.- dijo, y le sonrió cálidamente.- Ahí está.

El viejo chamán, Zun´zama, surgió de las sombras tras ellos. Él también había renunciado a su toga y había decorado su rostro con pintura. Su tocado llevaba más plumas que el de ningún otro troll. Comadreja le saludó respetuosamente con una inclinación de cabeza, que el troll correspondió cerrando los ojos en un parpadeo un instante más largo de lo habitual. Tal era su saludo, su reconocimiento, lo sabía bien.

- Inclina la cabeza, bichito.- dijo Zai, y ella inconscientemente obedeció.

Sintió entonces unas manos que desataban la cinta que le recogía el cabello, y unos dedos ágiles que se entrelazaban con sus rizos con gran destreza. Vio por el rabillo del ojo sendas plumas, una roja y una verde, y una ola de gratitud le invadió. Apenas un minuto después, se llevaba las manos al cabello para tantear llena de reverencia el tocado tribal que ahora la adornaba.

- Hay que ve´tirse pa la fieta, Comadreja.- dijo Zai, y trazó en su rostro dos marcas con pigmento escarlata.

***

Pese a que había aceptado de buena gana la visión festiva de la muerte, Comadreja no podía evitar los temblores y el latir desbocado de su corazón al ver la arena regada de sangre, los rastros dejados por los combatientes que habían fallecido bajo la espada de sus competidores y que habían sido arrastrados fuera de la arena del coliseo. También sentía la necesidad de soltar las armas y tratar de arrancarse el collar de acero que se le cerraba entorno al cuello, sujetándola a través de una larga cadena, al collarín idéntico que se cerraba entorno al cuello de Zai´jayani.

- ¿Cómo vamos a luchar con esto, Zai?- inquirió con la voz trémula, buscando en los ojos de su compañero algún atisbo de esperanza.

Zai´jayani estaba tranquilo, aunque su cuerpo ya había reaccionado a la cercanía del combate. Se mantenía erguido, con la cabeza alta, y sostenía las armas con gesto marcial.

- Es pa´te de la dive´sión, Comadreja- explicó, apartando la vista de la arena que se atisbaba entre los barrotes y mirándola- encadenan a loh luchado´es y ob´igan a uno a cargah con el cue´po del ot´o si uno d´ellos cae.

Comadreja contuvo una arcada. Zai´Jayani sonrió tranquilizadoramente.

- En realidah no eh tan malo.- dijo- Recue´da, Comadreja. Aléjate de lah redes, que no te at´apen, y desvía el t´idente con el ehcudo. Cub´e con él tu flanco, peo cub´e también eh mío. No dehes de move´te. Tú ereh mi eh´cudo, Comadreja.

La muchacha miró sus manos temblorosas, apretó los labios.

- Nun... nunca he matado a nadie, Zai.- murmuró, y al pronunciar aquello en voz alta, su terror se triplicó.

Zai´jayani posó su mano en el hombro cubierto por malla de su compañera.

- No te p´eocupes por eso, Comadreja- dijo- Yo soy tus armas. Tú p´eocupate de no morih.

Con un chirrido, la verja se alzó y el furor estalló en las gradas.

En los Confines de la Tierra XVI

Finales de enero:

Las ruinas parecían brotar en la espesura como si no fueran más que otras criaturas de la jungla, extraños árboles de piedra blanca. Las torres derruidas de alabastro resplandecían contra el verdor de la frondosa selva, y la humedad era tal que todos allí tenían la piel resbaladiza y el cabello pegado al rostro. Los mosquitos, tan grandes como libélulas, zumbaban insoportablemente y, aquí y allá, los tratantes llegaban con sus caravanas, sentados en lujosos carros, encaramados en lo alto de inmensos eleks adornados con oro y turquesas, y llevando a pie tras ellos a su colección de luchadores encadenados del cuello o por las manos.
Todos establecían sus lujosas tiendas de campaña, que más parecían palacios, y se rodeaban de criados, bebían vinos importados de lejanas tierras y departían amigablemente entre ellos, con un punto de ostentación, como quien comenta con emoción antes de un partido de balón-pie. Todo allí parecía lujo y sofisticación, sobre todo al ver a las elegantes sin´dorei vestidas con sus togas de intensos tonos bermellón, con sus inmensos ojos de corzo, adornadas de joyas y pieles. Caminaban entre las ruinas sosteniendo sus copas, y hablaban entre ellas, señalaban a los fornidos luchadores al otro lado de las barreras y reían suavemente sus propios chistes. Había también mercaderes, que aprovechaban la gran concentración de público para vender sus mercancías, ya fueran tejidos, joyas, animales o esclavos. Todo el mundo tenía algo que ofrecer en La Masacre, bajo la atenta y fiera vigilancia de los Ogros Gordunni. Al parecer, Athos de Mashrapur no era el único que hacía fortuna con los coliseos.

En la zona asignada a los luchadores del magnate mestizo, delimitada por una empalizada de madera y custodiada por más ogros, el nuevo campo de reclusión rebullía con expectación. Aquí y a allá los esclavos eran presa de una intensa agitación: el inequívoco ambiente que precedía a una arena lo llenaba todo. Algunos rezaban a sus dioses, con voces temblorosas y manos quebradas de tanto orar; otros entrenaban aquellas últimas horas contra los muñecos o contra los compañeros. Aquí y allá, los guardias de Broca repartían el equipo, asignando categorías de lucha a cada uno. Comadreja observó como a determinados esclavos, aquellos que no habían mostrado ninguna destreza en la lucha o que eran demasiado ancianos, o estaban demasiados heridos como para combatir, les entregaban unos cascos de metal completamente cerrados, con únicamente unos pequeños orificios para respirar. Cascos ciegos. ¿Cuánto podrían aguantar en la arena antes de regarla con su sangre? ¿Cuánto, luchando a ciegas, sin saber de donde vienen los golpes? Carnaza para el coliseo…

Un escalofrío recorrió su espalda, comenzaron a temblarle las rodillas, su corazón empezó a latir desbocado en el pecho. Sintió ganas de vomitar ¿Aquello era todo? ¿Toda la humillación, el dolor y el miedo para acabar como un títere danzando ciego en la arena para regocijo del coliseo? ¿Para ser sacrificada como un animal? Vio entonces como Broca, seguido de sus guardias, se caminaba hacia ella, acercándose.
La vista se le nubló, sus manos temblaron violentamente y el cuerpo amenazó con doblarse con las arcadas, pero en su interior luchaba, luchaba por no mostrar debilidad, por no permitir que pensaran que podrían librarse de ella con un casco ciego…
Apretó los puños y los dientes, tratando de que no le castañetearan, y alzó la mirada para ver al capataz orco detenerse ante ella. Broca la miró detenidamente, evaluándola. No sonreía.

- Mashrapur quiere ver cómo te desenvuelves en esta arena- dijo, con su voz ronca y firme.- Más te vale hacerlo bien.

A una señal suya, uno de los guardias extrajo del arcón un escudo y se lo tendió con tanta brusquedad que la muchacha se tambaleó hacia atrás. Temblorosa, Comadreja tanteó aquel objeto con las manos, sintiendo que el alivio le hacía flojear las rodillas.
El escudo era de madera, rectangular, curvado y grande, y sus bordes iban revestidos por un recubrimiento de metal. En la parte interior tenía una abrazadera para sostenerlo, y en la exterior, un pincho de hierro de aspecto amenazador. Luego, le tendieron una espada ligera, curvada de un modo extraño, que comenzaba siendo estrecha en la empuñadura y se ensanchaba hacia el extremo, al abrirse la curva.

- Combatirás a espada y escudo.- dijo Broca, con las manos en las caderas, con los ojos brillantes y calculadores. Luego señaló un arcón desvencijado, lleno a rebosar de armaduras de todo tipo, que cargaban dos de los guardias.- Pollera corta, cinturón ancho, y armadura para brazo derecho y pierna izquierda. Nada más. Busca algo que te sirva.

Dicho esto, hizo un gesto a los guardias y regresó, cruzando el campo, hasta la tienda de campaña en la que había establecido su despacho. Comadreja luchó para no arrodillarse en el suelo y sollozar de alivio, aunque su corazón seguía latiendo como el de un conejillo asustado. Espada y escudo… Luchadora, no carnaza… No carnaza… Tomó aire, se obligó a rehacerse.
Aún temblorosa, miró el arcón con el ceño fruncido, mientras sostenía las armas en ambas manos, consciente por primera vez de lo necesario que había resultado ser aprender a manejar la espada con una sola mano, para poder sostener el escudo. El uno equilibraba al otro, asentaba los pies en la tierra. Levantó el escudo por encima de su hombro, sintiendo el peso, la tensión en el hombro, el dolor en la espalda advirtiéndole del límite. Probó a llevar a cabo un par de maniobras que había aprendido en el entrenamiento, pero aquel escudo era mucho más grande que la diminuta rodela, y más pesado, y se sentía un poco torpe.

Zai´jayani se acercó a ella con paso desenfadado. Llevaba el pecho descubierto, lleno de tatuajes, y sus brazos iban cubiertos con una especie de mangas de cota de malla. Una breve faldilla hacía las veces de taparrabos, y había adornado su cabello con un extraño peinado de trenzas y plumas. En el rostro, ostentaba pinturas tribales de vistosos colores. Sostenía un arma en cada mano con una soltura escalofriante.

- ¿Sabes qu´equipo te toca?- inquirió mirando con curiosidad el arcón. Comadreja se lo indicó, mostrando la espada y el escudo y el troll arqueó las cejas en gesto de reconocimiento- Ah, secutor.

- ¿Secutor?

- Como secutor, te enf´entarás a los reciarios.- señaló a otro grupo de combatientes, más alejados, que llevaban un tridente y una red prendida del cinturón.- Ten cuidao con la red, bichito, si t´atrapan, el t´idente no pe´dona.

Comadreja descartó de su mente la idea de llevar un ostentoso casco con alerones de ave que había visto en el arcón. Miró el escudo, frunció el ceño y se arrodilló en el suelo, sujetándolo entre las rodillas, mientras trataba resueltamente de arrancar el pincho. Si iba a combatir contra una red, no quería nada que pudiera engancharla traicioneramente. No confesó, sin embargo, que al estar sentada, las rodillas le temblaban menos. Zai la miró, arqueó una ceja, y entonces comprendió su idea.

- Buena idea, bichito.- dejó sus armas en el suelo y tomó el pincho con las manos- Sujeta fue´te.

La muchacha aferró con todas sus fuerzas el escudo mientras Zai, con las manos desnudas, giraba el pincho como si fuera un tornillo inmenso, sacándolo poco a poco de la madera. Al cabo de unos segundos, el pincho descansaba en el suelo y un agujero del tamaño de un puño pequeño desafiaba a la suerte en el centro del escudo.

- ¿Y ahora qué?- dijo alzando el escudo con ambas manos y mirando por el agujerito.

Zai se puso en pie de un salto con sorprendente agilidad.

- ¡Made´a y clavos, bichito!- exclamó, extrañamente jovial- ¡Made´a y clavos!

Y echó a correr en busca del material.

Comadreja permaneció allí, sentada en el suelo, sosteniendo el escudo con las manos, intrigada por el comportamiento del troll. Mientras el resto de luchadores –de esclavos, se recordó- parecían tan asustados como ella misma, o envalentonados – que no era más que otra forma de demostrar el temor- Zai y el resto de los trolls parecían vivir aquella situación con una especie de reverencia despreocupada y festiva. Reían, mostraban sus tatuajes con orgullo, se trenzaban el cabello y lo adornaban con plumas, pintaban sus rostros con vistosos colores…

Intrigada, resolvió preguntar a Zai sobre ello en cuanto regresara.

Los Hilos del Destino XXXV

miércoles, 27 de enero de 2010

A Trisaga Lagrima de Plata.

No sabes cuanta alegria me has dado al leer esta carta, Averil sigue conservando un lugar importante para mi, y el deseo que vuelva jamas se desvanecera. Consultare y buscare cualquier informacion sobre los dragones, os agradezco de todo corazon lo que has hecho... Me gustaria estar totalmente informado sobre cualquier nueva informacion que consigas, no me alegra el hecho que esos dragones tengan que morir para poder alcanzar lo que tanto quiero. Contad conmigo.

Shano Dath'anar A'Nariel.

Los Hilos del Destino XXXIV

27 de Enero, Tanaris
A la atención de Angeliss A´nariel, Dalaran.


Mi buen Angeliss:

Por fin puedo escribirte sabiendo que no son malas noticias las que te traigo. Por fin, poco a poco, la salvación de Zoë parece más cercana si acaso fuera posible. Como bien sabes, tras tu visita al Santuario Esmeralda, yo misma me dirigí al Norte para ver a la hija de mi corazón, dormida a los pies del lago, y al hermoso pájaro de plumas azules que revolotea entre los cuernos de Ysera la Durmiente en su Reino Onírico, tan cercano que parece palpable en el Eterno Jardín que el Vuelo Esmeralda tiene en el páramo helado que llaman “Cementerio de Dragones”.
Como hiciste tú, hablé con Sayera, cuidadora del Jardín, y siguiendo su consejo me dirigí al sur, al lejano desierto de Tanaris donde, según dijo, podría encontrar a Nozdormu el Atemporal y rogar su ayuda. Hace apenas unos días que llegué a las llamadas Cavernas del Tiempo, y han querido los dioses que el Vuelo de Bronce haya aceptado ayudarme. Sin embargo, reclaman de mí un precio, una primera misión para demostrar mi lealtad hacia ellos, que me revele como digna de su ayuda.
Hay ciertos dragones, según han dicho las Escamas de las Arenas, que todavía deambulan por Azeroth: dragones que habitaban el Sueño Esmeralda, como aquel que Zoë vio en su sueño, y que han despertado al mundo presas de la Corrupción que aqueja a nuestra niña. Estos dragones, dice el Vuelo de Bronce, pueden tener la clave de la locura que ha hecho presa en Nozdormu. Consiguiendo para ellos pruebas de esta corrupción, me mostraría como digna aliada del Vuelo y además, podría aportar una pieza imprescindible para la curación de Averil.
Hasta ahora, he escrito cartas a cuantos aliados han acudido a mi mente, pero todavía son pocos. Gracias a ellos, he encontrado ya la posible ubicación de dos de los dragones, uno en los bosques de Vallefresno, hogar ancestral de mi pueblo, y otro en las Tierras de los Enanos. Dos más quedan por encontrar, pero confío que mis esfuerzos no serán en vano. Recurro a ti por si pudieras ayudarme, si hubieras oído hablar de la presencia de estas criaturas en territorios humanos. Y cuando llegue el momento de llevar a cabo la misión, necesitaré tu ayuda. Averil la necesita, si todavía tiene cabida en tu corazón. Si no lo hiciera, te ruego que pienses que es una niña que no merece el destino que se le avecina y que alguna vez fue importante para ti.
Si alguna vez tuvo tu amor, no la olvides.

Humildemente.
Bálsamo Trisaga

Los Hilos del Destino XXXIII

27 de Enero:

Gracias a Elune, poco a poco voy recibiendo respuesta a las cartas que envié, aunque todavía quedan muchas por escribir. Por fin mi apreciado Amnehil respondió a mi misiva, y como no podía ser de otro modo, da con su respuesta las indicaciones suficientes como para poder localizar a un segundo dragón.

Según dice, dragones del Vuelo Esmeralda (tales son los que él llama "hijos de Ysera") habitan más allá del Claro de Velan, al noreste del bosque de Vallefresno. Cabría suponer que no están allí por coincidencia, y que algo más importante debe encontrarse en el lugar. No descarto la presencia de uno de los dragones.

Faltan, sin embargo, por localizar dos dragones más en este inmenso mundo. Debo seguir escribiendo cartas a quien pudiera ayudarme con esto, si bien intuyo que muchos se negaran a matar a estas criaturas. Su negativa no hace más que mortificarme, como si para ellos yo hubiera aceptado alegremente mi oscura misión, como si quisiera realmente privar de vida a estos magníficos seres... No podría explicar a todos las razones de mi misión. No puedo explicar cada vez el sacrificio que supone para mí, a mí, que jamás herí a ningún ser vivo, que jamás he soñado con arrebatar una vida. Soy una sanadora, no una asesina. No soy una cazadora ni una guerrera. Pero no puedo explicar esto cada vez. No puedo arriesgarme a que, pese a todo, el Caern Visnu tenga todvía aliados que pudieran descubrir a la hija de mi corazón.

Dremneth viene a verme a diario. También él parece mortificado por la misión, aunque no lo diga. Cuando juró acompañarme en mi camino, no imaginábamos la tarea que se me impondría, y sé que matar a sus hermanos es para él una gran tortura. Intento que lo entienda, que no es necesario que venga conmigo, pero le ata su juramento.

Dice que desea hacerme un regalo, que necesito descansar de escribir tantas cartas, de esperar en vela las respuestas. Pero hay demasiado que escribir, no debo detenerme.

¿A quien puedo recurrir? Angeliss, Imoen, Klode, Tristán.. Tal vez a Klaussius de Menethil, a Sir Argéntum, el más que digno paladín. A los enanos del Conclave de Piedra, a las criaturas mágicas del Atardecer Esmeralda... Son pocos, debo pensar más. Debo encontrar más...

Los Hilos del Destino XXXII

27 de Enero, Rasganorte
A Bálsamo Trisaga, Tanaris


A la atención de mi Señora:

Me es grato volver a saber de vos tras tanto tiempo, de las pocas alegrías que recibo aquí en el norte.
Puedo percibir por vuestra carta la urgencia del tema que tratáis. Los hijos de Ysera patrullan el extremo noreste de Vallefresno, al norte de la Serrería y al este de Canción del Bosque. No nos inmiscuimos en sus asuntos, pues hace tiempo que se mostraron hostiles hacia nosotros. Es por ello que ignoro que hay más allá del linde que delimita el Claro de Velan.

Sois una de las personas en quien más confío , por tanto sé que los asuntos que os interesan de dicho claro serán de importancia y sabréis tratar con respeto a los vigilantes del mismo. Podéis contar con mi ayuda en la medida de lo posible, y siempre que no suponga una larga estancia lejos de mi misión en el Norte.

Que Elune sea con vos y con vuestra misión.
Atentamente.

Amnehil Ramaplateada

Los Hilos del Destino XXXI

martes, 26 de enero de 2010

26 de Enero, Cavernas del Tiempo, Tanaris
A la atención de Irvine Wildhammer, Bastión Martillo Salvaje, Tierras del Interior


Salud, noble amigo:

Vuestra carta llena mi alma de gozo. ¿De modo que ya sabíais de la existencia de esta criatura? ¿Cuánto tiempo lleva allí? ¿Realmente ha enloquecido? En cualquier caso, creo que no hay duda de que este es el dragón que buscaba, y confirmando su existencia, llenáis de alegría el corazón de esta humilde sanadora.
Me llenaría de orgullo poder acompañar al noble clan Wildhammer, cuna de los mas ilustres caza dragones, y a la honorable raza de los enanos en esta acometida.

Por favor, no dudéis en poner este asunto en conocimiento de quien creáis que pudiera querer ayudarnos. Yo por mi parte, seguiré buscando aliados que sepan comprender la grandiosidad de esta misión.

Espero vuestras nuevas con impaciencia para ponerme en camino.
Hasta pronto, buen amigo, y buena suerte.

Bálsamo Trisaga.

Los HIlos del Destino XXX

De Kluina-Ai Nubeblanca a Bálsamo Trisaga:
Es para mí una gran sorpresa tener noticias de una Reverenciada Hija de Mu'Sha la Blanca.
Mucho podría decirse de los caminos paralelos que han recorrido nuestros respectivos pueblos y de hasta qué punto quienes nos negamos a dejarnos llevar por la espiral de odio corremos peligro.
A pesar de ello respondo, puesto que me debo ante todo a la vida, a la Madre Tierra: Su pulso es el latido que bate en todos los corazones por igual. Su dolor es el nuestro y la maltratamos con nuestros actos irreflexivos, multiplicando padecimientos.
No soy la tauren más sabia, ni la más poderosa, ni la más fuerte, ni tan siquiera la más humilde. Solamente soy una más entre otros tantos que transitan las Sendas de los Espíritus.
¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo ayudar?
Hacédmelo saber, os lo ruego. Y que los hechos tomen el lugar de las palabras

Los Hilos del Destino XXIX

26 de enero, Bastion Martillo Salvaje (Tierras del interior)
A la atencion de Bálsamo Trisaga


¡Salud,vieja compañera!

Cierto es,largo tiempo ha pasado desde que nos viesemos en por ultima vez en aquel barco,en aquella triste noche. Espero que la vida os haya tratado justamente desde entonces,aunque deduzco que no os habeis mantenido muy parada todo este tiempo.


No se que asuntos os llevan a la presencia de semejante ser,pero los exploradores de la zona advierten que no esta muy dentro de sus cabales, poniendo en peligro la seguridad de estas tierras desde hace un tiempo. El Alto Señor Feudal Falstad Martillo Salvaje esta ocupado con asuntos de igual gravedad y no puede ocuparse el mismo del problema,asi que vuestra carta llega como agua de mayo a las manos de este humilde enano.


Ya tenia en mente el proposito de acabar con el problema de raiz y de paso sea dicho demostrar que los enanos de esta montaña somos sin duda los mejores cazadragones que existen y existiran jamas.

Intentare reunir para este proposito a un pequeño grupo para apoyaros ,tanto en este asunto como en los que necesiteis.

Humildemente:
Irvine Wildhammer

Los Hilos del Destino XXVIII

lunes, 25 de enero de 2010

25 de Enero:
Creo que no escribía tanto desde que era una simple iniciada, allá en el templo, cuando era solo una niña. Mis dedos protestan ya tras largas horas sosteniendo la pluma, día tras día, pero es necesario que siga: es necesario reunir a tanta gente como sea posible para acometer esta misión: nunca fue sencillo matar a un dragón.

Hoy he recibido la primera respuesta, de maese Irvine Wildhammer, al que conocí hace ya tanto tiempo. El buen enano afirma conocer la localización de uno de los dragones en las tierras del Pueblo de las Montañas y asegura que la bestia ha enloquecido y causa no pocos problemas en la región. Irvine reunirá un grupo que nos acompañe hasta allí.

Sigo esperando noticias de mis hermanos, los guardianes de los bosques de nuestros ancestros. El viaje es largo y si localizáramos pronto a los dragones en Kalimdor, luego el viaje a los Reinos del Este seria más provechoso.

Sigo esperando, sigo escribiendo.

Los Hilos del Destino XXVII

domingo, 24 de enero de 2010

24 de Enero, Cavernas del Tiempo, Tanaris.
A la atención del hermano Eanor de Valois


Salud, Justo Eanor:

Me dirijo a vos en nombre de los principios de lealtad, justicia y honor para humildemente solicitar vuestra ayuda, a vos y a vuestra orden.
Se que son tiempos difíciles, y que vuestras obligaciones os mantienen firmemente ocupado, pero espero que la ayuda que os suplico no os aparte de deberes mas urgentes e importantes. Es por esto que comprenderé si al recibir esta misiva, no os encontráis en posición de ayudarme.

Por favor, si vuestras obligaciones no os impiden a vos y a vuestra orden auxiliar a esta humilde sanadora, no dudéis en contestar a esta carta. Si acaso pudierais acudir a mi llamada, pondré e en vuestro conocimiento la naturaleza de la ayuda que os solicito.

Que la Luz os ampare y alumbre vuestro camino.

Vuestra humilde servidora
Bálsamo Trisaga

Los Hilos del Destino XXVI

24 de Enero, Cavernas del Tiempo, Tanaris:
A la atención de Aynarah A´neth Arcopluma.


Ishnu´ala, noble Aynarah:

Es posible que no me recuerdes, valiente centinela, pues nuestro encuentro fue breve y hace ya largos meses que nos conocimos en Astranaar. Soy Bálsamo Trisaga, sacerdotisa de Elune y sanadora, y nos conocimos durante mi peregrinación hacia Claro de la Luna. Hablamos de los druidas y me recomendaste encontrar a aquel que llaman Aergard. Espero que la Gran Madre te haya bendecido con salud y felicidad, y con la tenacidad necesaria para defender las tierras que nuestros ancestros con tanta devoción conservaron.

Me dirijo a ti puesto que necesito la ayuda de quien conozca bien las tierras de nuestros ancestros, sus secretos y sus misterios, y nadie se me antoja mejor para esto que la división Hoja de Ámbar. He oído numerosos rumores que hablan de la presencia de una antigua y terrible criatura en nuestras tierras. Por supuesto, no son mas que habladurías, pero necesito saber cuanto de cierto tienen y es de vital importancia que encuentre al dragón del que hablan los rumores si acaso existe.

Ruego tu ayuda, valiente Aynarah, pues la vida de un ser que me es muy querido está en grave peligro. Por favor, si recibieras noticias que confirmaran la presencia de un dragón, o encontrarais su madriguera en lo profundo del bosque, no dudes en escribirme.

Gloria a los Hijos de las Estrellas y a los valientes que defienden sus sagradas tierras.
Que Elune te bendiga y alumbre tu camino.

Bálsamo Trisaga

Los Hilos del Destino XXV

sábado, 23 de enero de 2010

A la atención de Irvine Wildhammer, Pico Nidal:23 de Enero, Cavernas del Tiempo (Tanaris)

Salve, Irvine del tres veces noble Clan de los Wildhammer:

Largo tiempo ha pasado desde que nos viéramos por ultima vez, puede incluso que nuestro último encuentro tuviera lugar en la cubierta del barco que cubre la distancia entre las costas de Feralas y el Bastión Plumaluna, hace ya los largos años, en una aciaga noche de verano. Tristes razones nos reunieron entonces, pero humildemente espero que las que ahora me llevan hasta ti puedan llenar de justicia y gozo nuestros corazones.

Todo el mundo conoce la valentía y el arrojo del Clan Martillo Salvaje, y creo que no me equivoco si digo que tú, entre tus raza, gustas de recorrer el mundo y que conoces mil lugares, con sus leyendas y sus misterios. Y esta es la razón de mi misiva.

He oído en los más diversos lugares que fantásticas criaturas habitan las tierras de la noble raza de los Enanos. Se dice incluso de la presencia de un dragón, vestigio de tiempos remotos, en algún lugar de las imponentes montañas que son vuestro hogar.
Quieren los dioses y los ancestros que esta humilde sacerdotisa se encuentre con el mentado dragón, pero recurro a ti y a tu pueblo en claro reconocimiento de vuestro poder y presencia en estas regiones.

Recurro a ti en nombre de aquella que ya no se encuentra entre nosotros, aquella que dio su vida por sus semejantes y que se cruzó en tu camino y en el mío. En su nombre solicito tu ayuda, noble Irvine, puesto que en cierto modo es su memoria la que me ha traído hasta aquí.

Humildemente, tu sierva.

Bálsamo Trisaga, Lágrima de Plata

Los Hilos del Destino XXIV

A la atención de Amnehil Ramaplateada
Cavernas del Tiempo, Desierto de Tanaris 23 de Enero:

Mi buen Amnehil:

Recurro a ti con la esperanza de que este mensaje no te aleje demasiado de tus deberes, que bien sé que cumples con entrega y devoción. No te he agradecido todavía la ayuda que me prestaste durante mi peregrinación, sin embargo no pasa un día en que no de las gracias a los dioses por poder contar con un alma noble y justa como la tuya.

Humildemente recurro a ti de nuevo, pues nadie conoce como tú y tu gente los bosques de nuestros ancestros, donde nuestro pueblo floreció y alcanzó el esplendor a la sombra del Árbol Sagrado. Viejas leyendas e historias hablan de antiguos dragones vagando por el mundo desde tiempos inmemoriales, guardando quien sabe qué misterios en las profundidades de los bosques. Y es precisamente en los bosques de nuestro pueblo, tan cargados de magia e historia, que se rumorea la presencia de al menos una de estas magníficas criaturas.

A ti me dirijo puesto que los miembros de tu Avanzada recorren las sendas de nuestros bosques cada día. Es de vital importancia que encuentre a este dragón, pero el mundo es inmenso y yo soy solo una humilde alma errante.

Que Elune te guarde y alumbre tu camino.

Tu humilde servidora.
Bálsamo Trisaga, Lágrima de Plata.

P.D- Parece que ha pasado una vida desde que ví por última vez a Ariën, y ha llegado a mis oídos que juntos habéis traído al mundo a una hermosa criatura. Deseo para tu hija y para tu esposa todos los Dones de Elune y que todas las Bendiciones caigan sobre ellas. Con afecto, Trisaga.

Los Hilos del Destino XXIII

viernes, 22 de enero de 2010

Cavernas del Tiempo, Desierto de Tanaris, a 21 de Enero:

Salud, Kluina´ai Nubeblanca, Portavoz de los Elementos:

Largo tiempo ha pasado desde nuestro encuentro tras la batalla de Theramore. Aciagas circunstancias nos reunieron entonces, pero tengo la esperanza de que nuestro encuentro no nos convirtiera en enemigas. Espero de corazón que tus heridas sanaran con presteza y que te encuentres de nuevo en disposición de auxiliar a los necesitados. Tal es tu vocación y también la mía. Y es desde este frágil lazo que nos une que acudo a ti en busca de ayuda, rezando a tus dioses y a los míos para que el odio entre nuestras gentes no abra entre nosotras un abismo insalvable.

Un alma noble e inocente se encuentra inmersa en una guerra ancestral que no comprende y que la ha arrastrado a la negrura a causa de las circunstancias de su nacimiento. Es apenas una niña, zarandeada por fuerzas antiguas y olvidadas, condenada a la oscuridad eterna si no consigo salvarla. He caminado largas millas, he cruzado Azeroth de un extremo al otro, cruzando mares, desiertos y bosques tan frondosos que el sol no alcanza al suelo. He llenado mis pies de llagas, buscando a quien pudiera darme la más mínima pista en esta senda titánica y oscura por la que camino. Mis pasos me han llevado al fin ante el señor del Vuelo de Bronce, Anacronos, que lidera al Linaje de Nozdormu durante la ausencia de su Señor; y han querido los ancestros que mi búsqueda me llevara ante un enemigo temible y olvidado, más grande que todos nosotros y que espera, paciente y expectante, el momento de su liberación, cuando pueda destruir el mundo que conocemos.

Las Escamas de las Arenas, a quien acudí en busca de ayuda y consejo, se han reunido para debatir la conveniencia de auxiliar a la humilde descendiente de una raza que consideran, cuanto menos, inconstante. Ellos, que saben lo que ocurrió y lo que ocurrirá, han debatido largamente sobre si ofrecerme la ayuda que desesperadamente les ruego. Durante dos días y dos noches han departido y por fin me han transmitido su decisión.

Soridomi, consorte de Nozdormu, asegura que el Atemporal sufre una corrupción en todo parecida a la que aqueja a la niña y que parece un estado más avanzado de la misma. Ellos, que conocen el antes y el después del mundo, afirman que me ayudarán con su conocimiento si antes consigo para ellos suficientes muestras de esta Corrupción como para poder estudiar la curación de su Maestro. Para obtenerlas, me ha hablado de cuatro dragones, estandartes del Vuelo Esmeralda, que sufren la corrupción de los Dioses Antiguos, dando poder y fuerza a la Pesadilla del Reino Onírico de Ysera la Durmiente. Poco se sabe de la Pesadilla, nada hay escrito salvo vagas referencias en las fuentes antiguas, lo cual es insuficiente para comprender la enfermedad de Nozdormu y por tanto pensar en su curación. Me han encomendado por tanto una aterradora misión: Debo liberar a sus hermanos esmeralda de su cruel tormento y conseguir para ellos las muestras. Con ellas, aseguran, podrán investigar el modo de recuperar a Nozdormu y tal vez ayudarme así a salvar a la hija de mi corazón.

Mi corazón se revela ante la idea de terminar con la vida de estas criaturas, antiguas y maravillosas, últimos vestigios de una era en la que Azeroth aún era joven y se mantenía en Paz; criaturas dotados de un poder nunca visto, recibido de manos de los propios Titanes. Comprendo sin embargo que Anacronos habla con sabiduría, y que realmente esas criaturas corruptas no son ya lo que eran, y que ansían la destrucción del mundo. Humildemente reconozco la necesidad de este sacrificio.

Acudo a ti, Kluina´ai, porque creo…. No, porque sé que tú sobre todos los demás comprendes la importancia de esta misión, que reconoces la gravedad y el valor de este sacrificio, porque quiero pensar que las distancias entre nosotras no son insalvables y que los odios entre nuestras razas no nos alcanzan. Ambas servimos a los Dioses y ambas sabemos que los Dioses no toman parte en las guerras de los mortales. Acudo a ti porque ambas hemos dedicado nuestras vidas a la salvación de los inocentes, y porque solo soy un alma errante, sola en este mundo, que suplica tu ayuda.

Humildemente espero tu respuesta, mas comprenderé si, contra mis esperanzas, el camino entre nosotras fue, desde el inicio, imposible.

Bálsamo Trisaga, Lágrima de Plata.

Los Hilos del Destino XXII

martes, 19 de enero de 2010

19 de Enero:

Aquí, en la serenidad y calidez de la posada, parece increíble que hace apenas unas horas estuviera caminando por un barranco polvoriento, con el cabello y las ropas llenas de arena, bajo un sol abrasador. Aquí, en las profundidades de la tierra, resuena en mis oídos un sonido casi olvidado: el rumor de las Corrientes del Tiempo, aquel que llenara las noches de los Tres Soles y sus portentosos viajes.

Desperté al amanecer del día de hoy en la soledad del campamento. Dremneth no estaba, tampoco su bastón ni su mochila, y las brasas de la hoguera, aunque cálidas, estaban apagadas. Ver que se había marchado me sorprendió sobremanera, teniendo en cuenta la sensación que había percibido de su juramento hace apenas un día. Había dicho que me acompañaría y sin embargo ahora despertaba sola a solo media jornada de mi destino. ¿Habría considerado mi guía que ya no necesitaría de sus servicios? ¿Que estando tan cerca de las Cavernas su compañía fuera del todo innecesaria? Fue inmersa en estos pensamientos cuando descubrí que sobre los carbones descansaba un pequeño paquete de piel, dejado allí con la clara intención de que lo encontrara al despertar. Dentro del paquete, al tomarlo, encontré un único objeto: un anillo broncíneo con un extraño símbolo trabajado en el metal como único adorno. Tomándolo por un obsequio de Dremneth, lo deslicé en mi dedo, y al entrar en contacto mi piel con el metal, de nuevo me recorrió la sensación que me asaltara cuando mi compañero prometió que seguiría conmigo hasta el fin de mi viaje.

“No estás sola” parecía decir “Sigo contigo, estés donde estés. Volveré”

No podría explicar como sabía que aquello que sentí era cierto, del mismo modo que solo puedo atribuir mis dones a la Gracia de Elune. Pero con la misma certeza en que puedo ver las heridas del alma, percibí aquel mensaje que me daba el anillo. Me puse en camino entonces, después de recoger mis exiguas pertenencias y de enterrar las brasas en la arena, cuando el despuntaba por el horizonte. El camino en si mismo no era complicado, pero el sol ascendía frente a mi y me cegaba, y el rostro me ardía mientras mis pies se hundían en las arenas del desierto. Por suerte, tras unas pocas horas de marcha, entré en la sombra proyectada por las montañas, y su inmensa mole se alzó ante mí, aunque lejana, ocultando el sol que cegaba mis ojos. El cambio de temperatura fue palpable, de caminar por las arenas calientes a entrar en la fresca penumbra proyectada por las montañas, y mi marcha se hizo más ágil y rápida. En apenas unas horas alcancé la formación rocosa que son las montañas que amparan las Cavernas del Tiempo. Esta cadena tiene forma de media luna, y en su centro, se interna un pasaje de tierra flanqueado por sendos barrancos, áridos y profundos, y que acaba por desaparecer en la negrura de una cueva abierta en la roca como una boca, gritando misterios. Mi viaje hubiera concluido traspasando el umbral de aquella gruta para descender a las entrañas de la tierra en busca de Nozdormu, pero Dremneth había hablado de la locura del padre del Vuelo de Bronce y de Anacronos, que habita los barrancos y que lidera a las Escamas de las Arenas en ausencia del Aspecto. Así aparté mi vista de la entrada de la gruta y, al alcanzar el pasaje de tierra, comencé mi descenso por los barrancos, más abruptos y profundos de lo que había imaginado en un primer momento.

El descenso fue lento y penoso al carecer de cuerdas para asegurarme, y cuando estaba a medio camino del fondo, un deslizamiento de arenas me arrastró como una ola y dio con mis huesos en el suelo sembrado de rocas en una aparatosa caída. Mis huesos protestaron, y tuve que escupir la arena que me había entrado en la boca, pero me dije, a modo de consuelo, que al menos había llegado al fondo y que no podría caer más allá.

El fondo del barranco estaba repleto de rocas y ruinas diseminadas hasta allá donde alcanzaba la vista, y no había ningún lugar en el que, al parecer, pudiera ocultarse un dragón de gran tamaño. Sin embargo, era consciente de que los dragones eran criaturas imbuidas de una magia muy poderosa y que perfectamente podrían ocultarse a los ojos de visitantes no deseados. Caminé por tanto con cuidado y atención, tratando de no parecer ansiosa, aunque en mi pecho martilleaba el corazón como una fierecilla encarcelada y frenética, ante la perspectiva de que allí, en aquel barranco, finalizara mi viaje y mi vida entre las fauces de aquellas bestias formidables. Al paso de las horas y en vista de la ineficacia de mi vista, decidí tomar un descanso y me senté en una roca para recuperar el aliento.

Apenas había tomado asiento, cuando de repente la roca bajo mi cuerpo se agitó y de pronto me vi arrojada al suelo con violencia mientras sobre mí se alzaba una inmensa mole que proyectaba una sombra terrorífica en la tierra ante mis ojos. Presa de un terror absoluto, me volví, aún agazapada en el suelo, para ver un dragón inmenso, con las escamas del mismo color que la arena circundante. En aquel momento el terror me invadió pues el dragón era, con mucho, la criatura mas inmensa que en mi vida viera, con patas tan gruesas como secuoyas milenarios, altas como columnas, con escamas de brillo metálico y feroces ojos de ámbar. Sus colmillos eran tan grandes como mi persona, y relumbraban como el marfil, letalmente afilados.

- ¡Has venido a un lugar prohibido, Hija de las Estrellas!- rugió el dragón con una voz que era al mismo tiempo el tañer de las campanas y el retumbar del trueno, hablando en la antigua lengua.- ¡Pagaras cara tu osadía!

Levantó entonces una garra gigantesca, sin darme tiempo a gritar siquiera, y yo, en mi desesperación, alcé los brazos para protegerme como si aquello hubiera servido de algo. Y entonces, para mi sorpresa, el dragón frenó su ataque con un ronco gruñido.

- ¡Ladrona!- rugió, de pronto lleno de rabia- ¡Como toda tu raza, execrable! ¡Traidora!

Se agazapó amenazadoramente, mientras sus ojos reptilianos me traspasaban , llenos de odio y acusación. Desconcertada, alcé mis manos ante mí, mostrando las palmas en lo que, para cualquier otra raza, hubiera significado paz. Y entonces lo vi: el aro de bronce en mi dedo reflejaba la luz del sol y lanzaba destellos al aire. Y comprendí.

- Fue un obsequio- atiné a decir, con la voz temblorosa como la llama de una vela en la corriente.

El dragón comenzó entonces a caminar a mí alrededor, acechante, sin apartar la mirada de mí, como si fuera un inmenso felino y yo un indefenso ratón inmovilizado por el miedo.

- ¡Mentirosa!- siseo con rabia el dragón- ¡Quien te lo dio también fue un ladrón! ¡No solo osas venir a este lugar, después de la traición de tu pueblo! ¡Acudes aquí, ostentando como si fuera un tesoro, un objeto robado que te dio algún mortal rastrero que…
- Fui yo.- dijo una voz tranquila y firme, desde algún lugar a mi espalda.

El dragón alzó la vista y fue evidente la sorpresa en su mirada. Siguiendo su mirada me volví, y mi corazón sollozó de alivio al reconocer la figura encaramada a la roca.
Dremneth bajo de un salto de su parapeto y se acercó con paso despreocupado hacia el dragón.

- Yo se lo di- dijo mientras se acercaba- Y si mi memoria no me engaña, con el me fue dada la gracia de entregarlo a quien yo deseara, padre.

Al llegar ante el dragón, sostuvo la mirada de aquella mágica criatura con un aplomo que me fascinó. El dragón, entonces, gañó levemente y de nuevo habló, aunque la ira había desaparecido de su voz.

-Dretelemverneth, creíamos que habías muerto.-dijo- Y ahora regresas trayendo contigo a una Hija de las Estrellas a la que has entregado tu Sello.

Se acercó entonces Dremneth, o mejor dicho Dretelemverneth, al morro del dragón y apoyo la frente con cuidado contra las escamas doradas. A mi alrededor, el aire vibró con la magia y supe que, de algún modo, no necesitaban de las palabras para comunicarse. Permanecieron así largo rato, sin prestarme atención, y supe que de algún modo estaba compartiendo con el todo lo que había pasado desde la última vez que se vieran, tal vez hace milenios, y que ello me incluía, y fue en aquellos momentos cuando me di cuenta de que la aparición de Dremneth no había sorprendido a mi corazón, como tampoco lo había hecho el modo en que se había dirigido a Anacronos, señor del Vuelo de Bronce. Ahora desde la distancia que me ofrecen las horas, supongo que de algún modo sabía que Dremneth no era en modo alguno humano, y que si no había intuido que era un dragón se debía exclusivamente a que, hasta la fecha, rara vez me había cruzado con uno de ellos. Fui consciente entonces de la inmensa gracia que me había sido concedida, y me sentí pequeña y honrada por la magnificencia de aquellas criaturas que me habían encontrado digna de portar su Sello.

Al cabo de no recuerdo cuanto tiempo, si fueron horas o minutos, Dremneth y Anacronos se separaron y volvieron a utilizar el lenguaje hablado y la antigua lengua, lo que quería decir que querían que yo entendiera lo que decían.

- Llévala dentro y que le den cobijo. Este es un asunto que debo poner en conocimiento de Soridomi antes de tomar cualquier decisión.

Dremneth asintió entonces y, volviéndose hacia mí, dijo:

- Vamos.- y tendió la mano hacia mí.

No puedo decir que la transformación fuera larga o espectacular, no creció ni surgieron alas de su espalda, no brotó de su rostro un morro alargado cubierto de escamas, ni se tiñó de dorado gradualmente. Sencillamente tendió la mano hacia mí y de pronto, donde había estado el, había un dragón de escamas broncíneas.

Mis ojos se llenaron de maravilla ante la hermosura de aquella criatura, y de pronto en mi interior sentí un contacto amigable, como una caricia leve, como una mano reconfortante en el hombro.

“Vamos” dijo la voz de Dretelemverneth en mi mente.

Y por primera vez en mi vida, cabalgué a lomos de un dragón.


Descendimos siguiendo las corrientes del aire por la gruta que llevaba a las entrañas de la tierra. En mi mente, sentía el contacto amigable y cercano de Dretelemverneth, y sentía sus poderosos músculos tensarse bajo mi cuerpo. Sus alas, de membranas color marfil, vibraban con la corriente, y a mí alrededor se deslizó el mundo como en un sueño.

Tomó tierra junto a una pequeña puerta de madera incrustada en la piedra del túnel. Segundos después, un hombre de aspecto afable apareció en el umbral.

- Me alegra ver que has llegado sana y salva – dijo- Bienvenida a las Cavernas del Tiempo, Bálsamo.

Descendiendo del lomo de Dremneth, hice una reverencia a modo de saludo por la cálida bienvenida y me volví interrogante hacia mi compañero.

“Entra y descansa” dijo su voz en mi mente, mientras me miraba con los ojos de plata “Vendré a buscarte cuando tomen una decisión”

Y dicho esto, agitó levemente las alas y se elevó en el aire para desaparecer en las profundidades de la tierra.

Ahora estoy aquí, descansada, alimentada y limpia. La habitación en la que me han alojado me recuerda en cierto modo a mi hogar, cuando era una niña, en las faldas del Monte Hyjal. Unas velas alumbran la estancia mientras escribo y escucho el rumor de las Corrientes del Tiempo. Por la ventana, las veo ondear como un torbellino de colores que me resulta familiar. Ahora sé por qué Brontos Algernon se sintió hechizado por este lugar.

Ahora espero la decisión de los dragones.

Los Hilos del Destino XXI

lunes, 18 de enero de 2010

18 de Enero:

La luna se eleva sobre nosotros, blanca y diáfana, recortando contra la negrura del horizonte la silueta oscura de nuestro destino. Las montañas que encierran las Cavernas del Tiempo se encuentran a menos de una jornada de camino y mañana, antes del mediodía, caminaremos a su sombra. Mi corazón vibra con expectación, temeroso pero resuelto ante la prueba que me espera mañana, en la profundidad de sus barrancos.

Dremneth, quien no se parece a ningún humano con quien mi camino se haya cruzado, habla con una sabiduría inaudita para alguien de una raza tan efímera, sin apenas tiempo para acumular la experiencia vital de una existencia longeva. Sus ojos parecen bañados en la antiguedad que dan los siglos, y los lazos que surgen de su alma son tan numerosos que solo puedo pensar que en su sangre se encuentre mezclada la de los ancestros de mi pueblo, que se trate en realidad de un hijo de ambas razas y que deba a ello lo que intuyo como una vida extraordinariamente larga. Admito que me fascina, porque mi visión ante él se empequeñece, porque parece tener una conciencia del mundo que he visto pocas veces, porque es silencioso pero cuando habla, lo hace con gran juicio, y por la chispa de diversión que brilla en su mirada de cuando en cuando, confundiéndome. Sin embargo, sé a ciencia cierta que algo especial envuelve a este hombre, algo que no alcanzo a comprender. Algo mucho más grande que yo misma...

Camina ahora bajo las arenas del desierto, buscando él mismo la quietud que yo obtengo de estas páginas. Veo su silueta sobre la arena resplandeciente, bajo la luz de la luna, como una sombra en este mar de dunas.

Sin saber por qué, viene a mí en este momento un recuerdo singular: aquí es, en primera instancia, donde empezó todo. En estas arenas nació el lazo entre dos humanos portentosos, dotados de una fuerza y un carácter ináuditos, que desafiaron a los dioses y a los hombres por conseguir un sueño. Aquí nació el germen del amor que acabaría dando lugar al nacimiento de una niña milagrosa.
Largo tiempo hace que murieron ya, amparados estan en los brazos de sus dioses...

La sombra de Tormento se cierne sobre mí, pero no me dejaré vencer tan cerca del final. Retírate, Fantasma de Desesperanza, hoy soy yo quien gobierna este cuerpo, no volverás a retirarme del mundo, alejándome de quienes me necesitan, de aquellos a los que amo. Hoy soy más fuerte que entonces, hoy puedo mantener el dolor alejado de mí, ya aprendí lo que podía aprender de él y lo dejé ir. No me busques, Tormento, porque no me encontrarás. Mi esperanza y mi devoción son más fuertes que tú.

La luna se eleva en el cielo. El final está cerca.

Los Hilos del Destino XX

17 de Enero:

Al parecer, hemos llegado a un punto crucial en nuestra ruta: unas ruinas troll semienterradas en el desierto que marcan el fin de nuestra ruta hacia el sur, al tiempo que indican nuestro giro hacia el este. Un goblin tiene aquí una pequeña tienda de campaña, un historiador que se dedica a desenterrar las ruinas con ayuda de una pala y un pincel. Dice Dremneth que podemos aprovechar este punto para hacer un largo descanso. Apenas ha pasado el mediodía y a la sombra del toldo, sugiere que podemos esperar al atardecer para reemprender la ruta sin tener que caminar con el sol de frente, cegados por la luz.

Todos los músculos de mi cuerpo reclaman atención y descanso. El agua en el camino es tan exigua que Dremneth insistió en ir a pie. Han sido largas horas de camino a través de las arenas, y aunque caminar siempre ha sido mi senda, no puedo evitar sentirme entumecida por el agotamiento. Dremneth es un guía eficiente pero silencioso, y en rara ocasión habla durante la ruta. Solo cuando descansamos, o cuando nos detenemos para hacer noche, habla conmigo. También parece ser consciente de mi necesidad de momentos a solas para la oración, la introspección o sencillamente para narrar en estas páginas el avance de mi búsqueda.

Ha sido mientras compartíamos el almuerzo junto a la hoguera del goblin que le he hablado del objetivo de mi misión, de mi búsqueda de Nozdormu para suplicar su ayuda. Y ha sido en ese momento cuando me ha hecho un descorazonadora revelación: Nozdormu, señor y padre del Vuelo de Bronce, ha enloquecido. Nada se sabe del origen de su locura, pero está perdido en las Corrientes del Tiempo, dejando a su consorte, Soridomi, a la cabeza de las Escamas de las Arenas y a Anacronos como nuevo señor del Vuelo hasta su retorno. Este, según dice Dremneth, ha sido visto en los barrancos cercanos a las Cavernas, y ataca a todo aquel que intenta acercársele. Sin embargo él y solo él puede ayudarme.

- ¿Sigues queriendo seguir con esto, Bálsamo?- me ha preguntado Dremneth.

Podría haberle dicho que nada frenaría mi búsqueda, que caminaría hasta que mis pies sangraran, hasta que el mundo terminara en un precipicio abrupto ante mí, que no dejaría que todos los sacrificios que había traído de la mano el nacimiento de esta niña fueran en vano. Que esa niña es para mí lo único que me ata a este mundo, por despreciable que sea este pensamiento en una sanadora que ha jurado dar su vida por la entrega. Podría haberle transmitido tan solo un atisbo del tormento que me amenaza dia y noche, cerniéndose sobre mí como una sombra oscura. Podría mostrarle lo que ocurrió la primera vez que perdí a la mitad de mi alma. Podría dejar que mi dolor y mi desesperanza lo envolvieran como unas alas y lo ciñeran, ahogándolo en recuerdos perdidos, como ocurrió hace tiempo, cuando era Tormento, cuando me llamaban el Fantasma de Desesperanza.
Podría haberle mostrado todo aquello para que comprendiera que me arrojaría a las fauces de un dragón con tal de salvar a esa niña. Podría haberlo hecho, y sin embargo no lo he hice, porque Dremneth me miró, clavó en mi sus ojos grises, y percibí un estremecimiento en su alma, como si un atisbo de todas aquellas emociones hubieran llegado hasta él sin yo desearlo.

Se puso en pie y rodeó la hoguera para llegar hasta mí, y entonces, para mi sorpresa, se arrodilló a mis pies, sin dejar de mirarme fijamente, como si pudiera ver a través de mi alma. Me pregunto si es este el efecto que causo yo cuando mi visión me acerca a los corazones de las personas.

- Te acompañaré.- dijo al fin, sencillamente, y en aquellas dos palabras habitaba la esencia de mis pensamientos, envueltos en un aura de comprensión, de empatía. Mi carga, de pronto, pareció menos asfixiante. De pronto, mi camino pareció menos solitario.

Me estremecí.

Los Hilos del Destino XIX

16 de Enero:

Después de tantos días
incapaz de emprender mi viaje, resulta que ahora apenas encuentro el momento de parar la marcha y sacar este humilde cuaderno. Es como si los dioses se empeñaran en poner trabas a mi camino para luego, de repente retirarlas y permitirme avanzar, y de nuevo frenar mi camino. Sin embargo, no puedo lamentarme: hace dos días pensaba que no saldría en mucho tiempo de la posada y he aquí que amanece por el este sobre las dunas y llega a mí el olor a carne de la hoguera de mi guía.

Al día siguiende mi última entrada, la tormenta se desvaneció como por ensalmo y descubrimos la ciudad parcialmente sepultada bajo las arenas. Todos aquellos que abrieron sus puertas para dar la bienvenida al nuevo día, se arrojaron de inmediato a las calles con palas y escobas, para poder desperjar su ciudad y liberar las calles anegadas de arena. He de admitir que no hubiera imaginado semejante comportamiento de colaboración en gentes como los goblins, y fue para mí una grata sorpresa verles trabajar juntos, con otras razas, para liberar este asentamiento en el límite del desierto.

Al carecer yo de fuerza para manipular las palas y rastrillos, me dediqué como es costumbre a aliviar el dolor de las manos llenas de ampollas y atender otros accidentes menores en el transcurso de la mañana. Estaba vendando la mano de un pequeño goblin que se había clavado una astilla en los deditos, cuando oí a mi espalda una voz.

- Busco a Trisaga.- dijo.

Sorprendida, me di la vuelta justo para ver como uno de los goblins que trabajaba en aquella parte de la ciudad, señalaba hacia mi para un humano de ropas de viaje.

- Yo soy.- respondí acercándome.

Era un hombre de mediana edad para los humanos, de ojos grises y cabello castaño, largo hasta los hombros y con una perilla descuidada. Vestía ropas de cuero, gastadas pero de buena calidad, y portaba al cinto una espada. El rostro, aunque manchado de polvo y desdibujado por la perilla, mostraba un perfil noble y una alta frente.

- He oído que buscas un guía para el desierto, Bálsamo.- respondió, y me sorprendió que alguien de su edad recordara como dirigirse a una Lágrima de Elune.- Pero me cuesta imaginar qué puede haber en el desierto que interese a una sanadora. ¿Tal vez la historia a las puertas de la vieja Uldum?

- Necesito un guía que me lleve a la Cavernas del Este- contesté.- ¿Quién eres tú?

Los ojos del hombre centellearon con curiosidad.

- Aquí me conocen como Vagabundo, pero puedes llamarme Dremneth, Bálsamo. - terció el humano- Vayamos a la posada y comamos algo. Tal vez podamos hablar de negocios.

Volvimos a la cantina, donde nos sirvieron agua fresca recién llegada desde el puerto. El humano pidió carne para sí, y algo de fruta para mí. Curiosamente, no le había dicho que jamás como nada que alguna vez haya caminado sobre la tierra.

- ¿Conoces el desierto?- pregunté cuando hubimos saciado nuestro hambre, en nuestro discreto rincón de la posada.

- Realizo a menudo la ruta que llega a las puertas de Uldum. El lugar al que quieres ir está a medio camino, torciéndo hacia el este. - respondió Drenmeth, trazando un angulo en la mesa con la punta del índice.- Las Cavernas del Tiempo son un lugar peligroso, Bálsamo. Los Dragones nunca han sido criaturas amistosas. Ellos custodian las Corrientes y no permiten que nadie intervenga en lo que ha ocurrido o ha de ocurrir. ¿Qué puedes querer tú de ellos?

Aquel hombre me hablaba con una confianza que por lo general me hubiera incomodado, pero por alguna extraña razón, no despertaba recelos en mí. Había algo en él que no sabía identificar, pero lo que mas me sorprendió fue ver su alma como una pequeña llama en el centro de tantos hilos de luz, que bien hubiera podido ser un diente de león extendiendo sus filamentos hacia el infinito. Jamás había visto nada semejante, tantas conexiones, tantas relaciones... Fue como si...

Dremneth me mira desde la hoguera casi extinta, parece que es hora de dormir si queremos partir mañana temprano.

Los Hilos del Destino XVIII

miércoles, 13 de enero de 2010

13 de Enero:

La tormenta sigue. El agua se acaba. La oscuridad persiste.

Los Hilos del Destino XVII

lunes, 11 de enero de 2010

11 de Enero:

Retomo estas páginas a la pobre luz de un candil, mientras en el exterior el polvo ha devorado la luz de tal modo que es imposible distinguir el día de la noche. El invierno azota así la región más austral del planeta, sustituyendo el manto blanco y helado de la nieve con la ventisca infame que arrastra la arena con tanta fuerza que quema y abrasa la piel, y sepulta el mundo bajo un manto de polvo.
Hace ya una semana que llegué al puerto Bonvapor, un tranquilo asentamiento portuario al este de las inhóspitas tierras de Tanaris, siguiendo historias y leyendas que rodean a las engimáticas Cavernas del Tiempo. El clima era benévolo, muy cálido en comparación con el helado norte, y no tuve mayores dificultades en encontrar una caravana que se dirigiera a Gadgetzan donde, según decían, podría pertrecharme para mi travesía por el desierto y tal vez encontrar algún guía.

El viaje fue tranquilo. Durante dos días avanzamos bajo el sol inclemente, dejando atrás ruinas y viejos asentamientos semienterrados en las arenas hasta que por fin, a través de las turbulencias del aire caliente, la tétrica silueta del patíbulo nos dio la bienvenida a la ciudad Goblin de Gadgetzan.

Este asentamiento no se parece a ningún lugar al que esta humilde sacerdotisa haya tenido la oportunidad de visitar, aunque es cierto que mis viajes me han mantenido siempre por otros parajes. Gadgetzan se me antoja al mismo tiempo tribal y agobiada, con sus muros de adobe y sus inmensas máquinas acuchillando la tierra y lanzando su humo negro al aire. Las viviendas están encaladas, tal vez para mitigar el calor del sol inclemente, y algunos edificios están curiosamente excavados en el suelo de un modo que jamás había visto. Me sorprendió sobremanera la variedad de sus gentes, de todas razas y orígenes, caminando por sus calles, entre los puestos del mercado, dando voces u ofreciendo sus mercancías.

Siguiendo las indicaciones del tabernero, me dirigí a los alrededores de las arenas de combate de la ciudad, donde se reunen gentes de todas clases y donde, según él, podría encontrar un guía para mi viaje. Las calles allí estaban atestadas, y me llevó no poco tiempo dar con alguien que quisiera darme algunos nombres a los cuales pudiera acudir. Aquellos que no se negaron desde el inicio a acompañarme, se retiraron al comprender que no tenía oro para pagarles, y al anochecer regresé a la posada sin más compañía que la que tenía al salir.

Tomé entonces la resolución de marcharme sola, de dejar que mi fe me guiara hasta las cavernas, y mientras el tabernero se llevaba las manos a la cabeza, comencé a pertrecharme para mi viaje. Sin embargo, aunque hace ya días de esta decisión, me encuentro acurrucada en un rincón de la posada atestada, alumbrada por la exigua luz de un candil, mientras en el exterior la tormenta de arena devora todo a su paso. Se levantó como una incómoda ventisca al principio, que metía arena en los ojos pero bajo la cual aún se podía vivir. Para el anochecer, las gentes de Gadgetzan habían recogido sus tenderetes y tapiado las ventanas de las casas, y cuando la luna se alzó en el horizonte, las calles estaban desiertas. Este comportamiento me extrañó, pero comprendí su razón de ser cuando, a la mañana el tabernero me impidió emprender mi viaje.

Las tormentas del desierto, según dijo, son terribles e inclementes. La arena ardiente se ve arrojada con fuerza por los vientos, de modo que nada se ve, y su roce es tan frenético que ni siquiera las bestias soportan un día a la intemperie, tal es su virulencia. Su duración nadie puede anticipar, bien duran una noche, o bien semanas. Parece que mi viaje tendrá que retrasarse: si saliera ahora y me perdiera en el desierto, flaco auxilio le daría a la hija de mi corazón. Cuando el cansancio me sobreviene, anhelo la compañía de Brontos Algernon, quien ya realizó al menos una vez el camino frente al que me encuentro. No olvido, sin embargo, que fue este camino el que acabó conduciéndole a la muerte, pero que permitió la salvación de esta niña milagrosa.

En los Confines de la Tierra XV

domingo, 10 de enero de 2010

Dos semanas después:

El sol brillaba en lo alto, una bola de fuego inflamando las escasas nubes que recorrían el cielo. El canto de las cigarras sesgaba el aire y bolas de matojos secos rodaban por la tierra, único movimiento en el campo de entrenamiento. A la sombra de un algarrobo que el colectivo troll se había adjudicado para sí, el pequeño grupo descansaba, evitando el asfixiante calor del medio día.

- Han pasado muchos días.

Calor y polvo.

- ¿Has olvidado ya todo lo que te enseñé?

Zai´jayani frunció el ceño y siguió tallando la madera con su pequeño cuchillo. Frente a él, Zun´zala, agitaba las tabas en sus manos, generando un repiqueteo sutil. El viejo chamán troll, con el pecho surcado de cicatrices, clavó la mirada en su compañero, arrojó las tabas, que rodaron brevemente por el suelo polvoriento, y las observó atentamente. Sus ojos viejos se entrecerraron, estrechó los labios.

- Necesita tiempo.- dijo de pronto Zai´jayani.

- Ya ha tenido tiempo, Zorro.- fue la respuesta del chamán, que apartó la vista de las tabas para mirarle- Demasiado.

Zai alzó la vista de la madera que tallaba y la dirigió a la solitaria figura que permanecía inmóvil algunos metros más allá, separada del grupo pero todavía dentro de la zona asignada a los trolls. Comadreja tenía la mirada ausente, como la había tenido desde que fuera castigada por su huída. Se mantenía apartada, siempre en silencio, sentada o tumbada de modo que no le tiraran las heridas de la espalda, y miraba sin mirar. Realmente parecía una muñeca rota, ausente, vacía. Apenas reaccionaba cuando se le hablaba, y no respondía a las increpaciones de los orcos, que se burlaban desde su zona. En una ocasión le arrojaron incluso montones de fango e inmundicia, que no se molestó en esquivar ni en limpiarse después. Se había convertido en una cáscara vacía. Sencillamente no estaba allí.
Zun´zala siguió la línea de su mirada y pareció adivinarle el pensamiento.

- Si no regresa pronto, su cuerpo no querrá aceptarla.- dijo, recogiendo las tabas del suelo- Ya sabes lo que tienes que hacer.

Zai´jayani sabía que su viejo mentor tenía razón. Él mismo sabía, sin necesidad de que se lo dijeran, que no podía seguir así; pero se había intentado justificarla alegando que su raza era débil, y que entre los humanos, las hembras eran menos resistentes. Aún así, sabía que aquello no era excusa, y que aunque lo fuera, era necesario intervenir. Se puso en pie con gesto cansado y caminó lentamente hacia aquella muchacha menuda que se había convertido en una amiga.

Cuando llegó hasta ella, ni siquiera alzó la vista para mirarle. Se detuvo en pie ante su vista, pero parecía mirar lejos, mucho más lejos. Su piel, que había tenido el tono del marfil más claro, se había oscurecido, a causa de las largas horas bajo el sol. El cabello, negro como el ala de un cuervo, se esparcía entorno a su cabeza en espesos rizos, dándole un aspecto estrambótico.
Esperó uno instantes, por si necesitara tiempo para reaccionar, pero no obtuvo reconocimiento alguno de su presencia.

- Ponte´n pie.- dijo al fin, con firmeza. Ella ni siquiera le miró. Parpadeó despacio.

- No puedo. Déjame.

Zai apretó los puños, se acuclilló para poder mirarla a los ojos, la tomó de las muñecas con deliberada fuerza.

- Mí´ame.

Los ojos verdes parecieron regresar de algún lugar muy lejano, se clavaron en los suyos con un reconocimiento mínimo. Zai trató de buscar una chispa de la antigua rabia en aquellos ojos, pero había en ellos una desidia total y absoluta, agotamiento, indiferencia.
Comadreja apartó la mirada, con un deje de vergüenza y habló muy bajito, tanto que Zai tuvo que hacer un esfuerzo para escucharla.

- Cada vez que me muevo, las heridas se abren.- murmuró la muchacha- Duele.

Zai´jayani chasqueó la lengua.

- ¡Caro que duele, bichito!- exclamó con tono mordaz- ¿Qué espe´abas? ¿Ca´icias? ¿Co´quillas?

Comadreja frunció el ceño, pero su gesto parecía más dolorido que enfadado. Evitó la mirada del troll aún más deliberadamente que antes. Zai suspiró.

- Si no te mueves, jamás te´ecuperarás.- explicó, alzándole el mentón para que le mirara- Tu espalda s´está cu´ando, pe´o si se cura así de quieta, jamás volve´a a ser como antes. Será siemp´e así, encogida, dura. Tie´s que move´te, dar caló a tu músculo. Poco a poco, pero tie´s que hacerlo. Si no lo haces, nunca podrás cogeh una e´pada de nuevo. ¿Crees que Broca te dejará tarte aquí quietecita?¿Que le darás pena? ¡Te echará a las a´enas como ca´naza, pa regar de rojo el coliseo!

La muchacha apretó los dientes. En su interior, Zai suspiró aliviado: eso quería decir que aún estaba ahí.

- Tie´s que move´te, Comadreja, - insistió, dispuesto a traerla de vuelta- no me creo que te hayas vue´to débil de un día pa otro. Tú sola, sin ayuda, toma´te la decisión de huir, sabíah lo que te pasa´ía. ¿A que ahora lamenta´se como un cachorro? ¡Zai ha visto el fuego de tu mi´ada! ¡Ha vi´to tu fuerza! ¿Ande está aho´a? ¡Menuda una guerrera! Va´sultar que no ereh más que un mono coba´de que s´encoge de mieo cuando se ace´ca eh tigre.

La mirada que le regalaron los ojos verdes destilaba odio. Aquello le llenó de una insospechada sensación de alivio. Mirándola con fingido desprecio, se puso en pie.

- Ve´güenza me das, ´queño mono. – escupió- Y cuando Cobra te mate en la a´ena, entonces me darás pena.

Ni siquiera la miró mientras se alejaba. La dejó allí, sentada como una muñeca destartalada, pero de nuevo llena de rabia. En dos noches, tomaría la espada. Estaba seguro de aquello.

Y no se equivocaba.