Hester Stanhope, diario

miércoles, 24 de marzo de 2010

24 de Marzo:

He decidido reemprender un diario para poder registrar mi proceso de adaptación a este nuevo mundo. Las costumbres de los renegados parecen interesantes, y creo que llevar un registro minucioso puede ayudarme a formar parte de su comunidad. He otorgado a Hester un carácter abierto y cordial, ya que un aire más sombrío y taciturno podría levantar sospechas contra mí y eso no es conveniente. Además considero que puede ser una buena situación para observar mi alrededor sin demasiadas complicaciones.

A día de hoy, todavía no sé nada de mi padrón. Desconozco si Stahenstein habló con David sobre mi Despertar, pero tampoco han venido a buscarme los guardias, así que supongo que todavía puedo respirar con tranquilidad. Bueno, es un decir...

A la vista de que los tramites para abrir el taller aún llevarán un tiempo, he decidido ocupar mi tiempo conociendo los lugares desde este nuevo punto de vista, que no me obliga a ocultarme en los rincones.

Es posible cubrir la distancia entre el pueblo y Entrañas un paseo no demasiado largo, de modo que me puse en camino (qué extraño se me hizo recorrerlo sin tener que ocultarme) para ir a buscar algo de vestuario más acorde a mi nueva personalidad, y empezar a forjar lazos comerciales y temas de suministros de cara a la apertura del taller. Stahenstein dijo que podía disponer del cobertizo junto a la herrería, pero necesitará algunas reformas. Tengo que acostumbrarme a la disposición de la ciudad (y a entrar y salir por la puerta, como un ciudadano más).

Afortunadamente, todavía recuerdo los planos que tracé para el Grupo de Asalto, pero precisamente las zonas que mejor conozco son las que más interés tengo en evitar. No quiero arriesgarme a que Charles sepa que estoy aquí, o Fuely...

Es extraño ser atendida en el banco por un espectro, sin embargo parece tan eficiente como lo eran Olivia, Newton y John, allá en Ventormenta. Saqué algún dinero (menos mal que los muertos usan... usamos la misma moneda que los vivos) y me dediqué a curiosear por la ciudad y de paso hacer algunas compras de primera necesidad. He comprado más vendas para el codo (me da igual lo que digan, no pienso ir enseñando las articulaciones por ahí), jabón, tabaco y alguna ropa más acorde a la agradable Hester. Intenté hacerme con una montura, pero me niego a montar un caballo que corre el riesgo de desmontarse sin músculos para ligar su esqueleto... He visto algunos renegados montando los lobos de los Orcos, así que intuyo que esas bestias toleran bien el tema de la muerte. Tengo que estudiarlo, pero creo que me haré con uno.

Al regresar a la posada (nota mental: buscate una casa) me encontré con un elfo nada feo (¿alguno lo es?). Se presentó como Kheldric y aproveché su aparición para poner a prueba estos primeros rasgos de Hester que he ido pensando. La verdad es que no parece ir mal, y podría aventurar sin demasiado miedo que a este sin´dorei en particular no le disgusta la necrofilia. Dijo que Lunargenta no era de su gusto (tampoco entiendo qué encanto le pueden ver a esto) y estuvimos charlando un rato. Al rato apareció nada más y nada menos que... ¡la condesa!

Tengo entendido que es sobrina de un mago de la Alianza, y me llamó la atención que lejos de vestir cual dama noble, Lady Suzu vaya por la vida con armadura incluso para pasear... En fin...
Parece tener algún problema con el aliento, porque habla... despacio... muy... despacio...

Tuvimos una charla interesante en la posada, y así he descubierto que la mejor manera de ajusticiar a un renegado es por fuego o decapitación (decapitación, nunca lo hubiera dicho...)

Mañana me acercaré al Concejo a ver si se sabe algo de mi padrón.

Voy a dormir, tengo sueño ¿O es solo un reflejo?

La otra orilla III

martes, 23 de marzo de 2010

Tendida en el camastro, Liessel suspiró por la fuerza de la costumbre y cruzó las manos tras la cabeza, mirando fijamente al techo. La habitación no era muy diferente de la de cualquier otra posada, solo que la luz que entraba por la ventana era sombría y lúgubre. El cementerio al otro lado tampoco resultaba tranquilizador.

Sentía que su llegada había sido un fracaso estrepitoso, aunque al final todo hubiera parecido ir bien. Había ido al Concejo, como le había dicho su contacto, para pedir el permiso y abrir un taller de reparaciones en la pequeña aldea. Sin embargo no había esperado un interrogatorio como al que la sometió el señor Stahenstein sobre su Despertar. Menos mal que en el último momento había recurrido a David para la coartada...

- Es bueno tener amigos hasta en el infierno...- suspiró.

Y luego la visita a Lady Sylvannas.
¿Cuanto hacía desde que la había tenido a la distancia de una puñalada? No había podido evitar sonreir irónicamente al arrodillarse y pronunciar aquel formulismo para poder abrir el taller en Rémol.

"La Dama Oscura confía en David Trías" había dicho finalmente el ejecutor de Rémol "Si él avala su historia, no habrá ningún problema con el censo"

¡Un maldito boticario! ¡Como si no hubiera tenido bastante con haber vuelto de la mano de aquellos alquimistas locos! ¡Ahora iba a vivir bajo el gobierno de uno! Bueno, la población no parecía descontenta (dadas las circustancias) de modo que tendría que acabar por acostumbrarse.

Se había hecho llamar Hester Stanhope, porque Loraine estaba claramente asociada con el Refugio Pino Ambar y tenía muchos contactos en la Alianza, y porque como Liessel podría quedar algún tipo de pista que les llevara al antigup plan. Valía la pena curarse en salud. Hester Stanhope era tan buena tapadera como cualquiera.

Luego había aparecido aquella joven, Margueritte Edhelstein, la amanuense. Había atraído poderosamente su atención porque también ella parecía inquietantemente viva. Un poco pálida, si, pero demasiado saludable para ser una renegada. Y sin embargo lo era...

Bueno, lo extrañamente reconfortante de todo aquello es que era prácticamente igual que cuando estaba viva: llegar a un lugar nuevo, las suspicacias, las formalidades, los nuevos conocidos...

Sí, tal vez pudiera rehacer su vida allí...

La otra orilla II

lunes, 15 de marzo de 2010

Dicen las historias que hay pueblos del norte que tienen más de cien palabras para describir la nieve. Está ainu para definir la nieve en el suelo, kanevvluk para esa nieve ligera que es como una caricia, murvaneq para la que amortigua los pasos y se traga a los caminantes con suavidad. Tienen también natquik, que se arremolina en el aire y azota con afilados copos, nevluk que se adhiere a la ropa y a la piel con insidiosa lentitud. Y así decenas, cientos de palabras para definir lo que a ojos de los extranjeros solo es agua solidificada que cae del cielo.

Ningún otro pueblo tiene tal riqueza para definir su entorno, tal vez porque el entorno es tan variado que buscar tantos términos para un solo elemento constituiría una franca perdida de tiempo y en un uso descompensado del lenguaje.

Sin embargo, le gustaría disponer de palabras suficientes para definir lo que ahora sus sentidos perciben: la superficie del agua cristalina e inmóvil reflejando las montañas, el agua erizada levemente por la caricia del viento, el agua abierta como una amante ante el embate de la balsa, el burbujeo sutil más allá, donde alguien acecha bajo la superficie.

También querría describir las ondas delicadas del sauce que roza las aguas con sus ramas, o el chapoteo sordo del pez que salta gracilmente... Querría describir la niebla densa que refleja luces ajenas, lejanas, dotándolo todo de un aura de misticismo, o las diminutas gotas que desde el agua salpican su mano descubierta, aferrada a la borda...

Hubiera querido tener palabras para describir el agua salada, las olas leves como besos en la orilla, las terribles olas altas como árboles, olas que acunan el barco como si fuera un inmenso moisés, que hacen gemir la quilla, que estremece sus cuadernas...

Pero son pocas: agua, olas, niebla, lluvia. Y tormenta...

El barquero, en silencio, hace virar la balsa para evitar un islote que asoma tímidamente sobre las aguas. Nada sabe de las cavilaciones de su pasajera. Nada sabe de sus dudas.

¿Olvidará los rostros infinitos del agua?
¿Olvidará quien es, allí, en la otra orilla?

***

El codo no mejoraba.
El hueso seguía asomando, semanas después, por la aberrante herida. A su alrededor, la carne no cicatrizaba, pero tampoco permanecía fresca y rosada. Por el contrario, se había oscurecido, casi necrosado. También ella parecía más pálida, como si aún no se hubiera recuperado de la pérdida de sangre, casi un mes después del incidente.

- Me descubrirán.- dijo Liessel, sombría, mirándose la herida.

Brom apartó la mirada, incapaz de decir nada. Al pasar los días, el cuerpo de aquella mujer había ido mostrando señales de su corrupción, pese a que su rostro fuera el de siempre. Ahora era muy evidente a la vista, y al tacto por su frialdad, que aquella mujer en realidad no estaba viva.
Se estremeció.
Realmente nunca lo había estado, desde que la conoció. Había estado muerta cuando compartían el fuego y la caza con el resto de los forestales, cuando se habían convertido en amantes... Algo en él gritaba lleno de asco y de odio ¿Había yacido con un cadáver? ¿Con un esbirro de la plaga? Pero sin embargo, había parecido siempre tan viva, tan cálida... Nunca, incluso después de que confesara todo,había sentido que no estuviera viva. Pero ahora, aquel codo... aquella palidez...
Y sobre todo, aquel inquietante brillo en sus ojos...

Frente a él, Liessel pareció leerle el pensamiento, o tal vez le bastó con leerle el rostro. No había ira en ella, solo resignación, como si hubiera esperado aquello y por fin hubiera llegado lo inevitable.
Hubiera querido acercarse a él, tomárle de la mano, consolarle. Pero había visto como miraba la herida, como asumía, poco a poco, la realidad. No quería arriesgarse a que apartara la mano.

- ¿Estoy muerta? - le preguntó, aunque en realidad no quería decirlo en voz alta.

Brom la miró, turbado.

- ¿Puedo estar muerta y ser consciente de que estoy muerta?- insistió, con el ceño fruncido- ¿Puedo sentir frío y calor si estoy muerta? ¿Puedo estar muerta si siento dolor? ¿Si siento alegría y tristeza? ¿Si mi cuerpo reacciona al tuyo? ¿Si sangro cuando me hieren? ¿Puedo estar muerta y sentir rabia? ¿Sentir odio? ¿Amor? ¿Puedo estar muerta y caminar? ¿Y sentir sueño, y dormir?

Golpeó con fuerza la mesa, presa de una súbita rabia.

- ¿Dónde empieza la muerte? ¿Quién establece donde termina la vida? ¡El latido del corazón está sobrevalorado! ¡Existe la vida con el corazón inmóvil! ¡Existe la vida sin la necesidad de respirar! ¡Sylvannas y Entrañas nos lo demostraron hace tiempo! ¿No-muerto? ¿Qué clase de nombre es ese? ¡Es el nombre que dan los ingorantes a lo que no pueden definir! ¡No estar muerto es estar vivo!

Respiró pesadamente, sus ojos centelleaban. Estaba realmente exhaltada.
Brom frunció el ceño, algo no cuadraba.

- ¿Qué ha ocurrido? ¿No...?

Liessel le dio la espalda violentamente. La tensión de su cuerpo era más que evidente.

- Tuve que ir a Manantial de Granito esta mañana a llevar un pedido- dijo, y su voz era helada- Durante todo el camino Philippa estuvo inquieta, pateando, piafando... Luego se volvió directamente violenta, corcoveó como un potro salvaje, se encabritó, intentó tirarme de la silla. Cuando cruzaba el puente, directamente intentó despeñarme. Contuve aliento, luché por controlarla, por mantenerme en la montura. Casi consiguió su objetivo, la muy bastarda. Al final no me dejó montarla, de modo que tuve que traerla de las riendas. Llegamos al anochecer, ya había terminado la jornada de caza. La llevé al establo, la cepillé, le puse comida... Y entonces me di cuenta...

Brom no entendía.

- ¿De que?

Liessel se volvió, le miró a los ojos.

- Seguía conteniendo el aliento.

El herrero palideció, aterrado. Era cierto, ya no había modo de evitarlo, era condenadamente evidente.
La mujer volvió a tomar una venda y envolvió con ella la aberrante herida del codo.

- El corazón todavía late, pero es lento, muy lento. - aclaró- No sé como funciona esta mierda, pero es como si hubiera pasado la fecha de caducidad... Es solo cuestión de tiempo que esto vaya a peor, hasta que sea completamente imposible ocultarlo... Hasta que me hieran y no sangre, hasta que se me olvide que tengo que respirar...

- ¿Qué vas a hacer?

Ambos lo sabían. Era inevitable.

- Estoy cansada de huir. Esta es la última vez - respondió la mujer- Me marcho.

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Con un gemido, la barca encalla en la orilla.
Sin una palabra, la figura envuelta en la capa se pone en pie. No se tambalea, no pierde el equilibro en la balsa inestable. Coge el único fardo que lleva con ella y salta por la borda a la arena clara.
El atardecer recorta Lordaeron a su derecha. Las bestias infectadas de peste que merodean por los Claros de Tirisfall la miran un instante, pero la descartan de inmediato.
Y sin una palabra, la figura se dirije al noroeste.

El barquero la ve alejarse e impulsa la balsa fuera del banco de arena, de nuevo a las aguas.
Siempre hay quien espera para cruzar.
Siempre, en la otra orilla.

En los Confines de la Tierra XXV

sábado, 13 de marzo de 2010

Una semana después

Era noche cerrada y ni la luna chacala se atrevía a asomar el morro entre las nubes. El campamento, ya a medio desmontar, descansaba en silencio en los días previos al regreso de los esclavos al campo de Broca. Apenas quedaban en pie un par de tiendas para pasar la noche y guardar los materiales. Eso y, por supuesto, el impresionante pabellón que Athos de Mashrapur utilizaba como vivienda durante todo el torneo. Los pocos guardias ogros que durante el día patrullaban el campamento, al ponerse el sol se ocupaban de custodiar las verjas que contenían a los esclavos para evitar fugas indeseadas, aunque después de ver varios ejemplos de lo que sucedía a los fugitivos, nadie más había intentado escapar.

Se sabía que uno de ellos había sido Comadreja, a quien los círculos de entendidos habían bautizado como Mangosta tras su victoria en combate singular contra Cobra, la campeona hasta el momento. La joven humana había huido del Campo de Broca por la noche y había conseguido mantenerse fuera del alcance de los hombres de Mashrapur durante varios días, casi una semana. Luego los centauros la habían encontrado y entregado de nuevo para un castigo ejemplar.
Los que habían presenciado el escarnio hablaban de ello con los esclavos de otros campos: cualquier información que pudiera tenerse sobre la muchacha humana podía asegurar a un buen narrador al menos unos minutos de popularidad a la luz de la lumbre.

Los centauros la habían arrastrado de vuelta, decían, atada por las muñecas y corriendo tras ellos por el páramo seco de los Baldíos durante varios días. Había llegado cubierta de polvo y deshidratada, y se la habían entregado a los hombres de Broca como si ya existiera entre ellos un pacto de recuperación de fugitivos. A ella le habían amarrado los brazos a los postes de castigo y habían descargado sobre su espalda no menos de veinte latigazos, tan brutales que no pocos guererros curtidos habían apartado la mirada.

Sí señor, un castigo ejemplar, un disuasorio para otros posibles transfugos. La espalda había acabado literalmente destrozada y durante mucho tiempo ni siquiera pudo moverse. Luego, cuando la marcaron a fuego con el sello de Mashrapur, no gritó (tampoco dijeron que estaba inconsciente, pero eso hubiera restado interés a su narración) y luego había vuelto a combatir. ¡Y de que manera! Había vencido a Cobra, a la mismísima Cobra...

Por eso cuando el día anterior a esta noche cerrada, Mangosta salió por su propio pie de la tienda, apenas una semana después de que Cobra le reventara las costillas y casi se desangrara, las historias comenzaron a crecer. Los comerciantes llevaron lejos las historias de aquella muchacha humana sin pasado que podía recuperarse milagrosamente de sus heridas, que había resistido estoicamente toda clase de torturas y que pese a todo había vencido en el Torneo y se había convertido en la nueva Campeona.

En poco tiempo, los ricos ansiosos de nuevas emociones, de la sangre de la arena, del olor de las apuestas, acudirían al Circuito para ver en persona a la nueva sensación. Las arcas de Athos de Mashrapur seguirían engrosándose con las apuestas, y ahora que la nueva fuente de ingresos de Mashrapur podía caminar de nuevo - y no solo eso, había corrido alrededor del campo durante media mañana- los esclavos se preparaban para partir y regresar al cautiverio de sus respectivos campos.

Y en esta noche oscura y silenciosa, las luces del pabellón del propietario de aquel rebaño permanecían encendidas.

***

Athos de Mashrapur, vestido como siempre de inmaculado blanco, dio un sorbo a su copa de vino y se recostó relajadamente en su butaca. Llevaba, como de costumbre, el cabello oscuro recogido en la nuca e iba descalzo sobre los tapices que cubrían el suelo. Tras él, Andravia permanecía en pie, envuelta en sedas oscuras que ceñian su cuerpo cimbreante como un junco, y miraba con orgullo y evidente satisfacción a la joven mujer que esperaba ante ellos.

- He de admitir que me alegra verte tan recuperada de tus heridas, Irinna- dijo el mestizo sin el menor atisbo de ironía o desprecio en su voz.

La muchacha sintió un escalofrío cuando escuchó aquel nombre: hacía una vida que Irinna había quedado atrás, a salvo entre los muros de su memoria, lejos de la esclavitud y la humillación. Sin embargo ahora estaba de nuevo en aquella tienda cubierta de tapices, y la habían lavado y peinado y vestido de nuevo como una mujer y no como carnaza de las arenas, y de pronto sentía que estaba tan cerca de ella que casi podía tocarla.

- Apenas se aprecian las cicatrices- continuó Mashrapur- Buen trabajo, Andravia.

La sin´dorei estrechó los ojos y alzó el mentón.

- Gracias, Sha´di.

Sin esperar respuesta de la esclava, el elfo continuó, sin dejar de observarla con atención.

- ¿Sabes? En realidad temí haberme equivocado contigo cuando te entregué a Broca. Lo cierto es que me planteé seriamente si no hubiera podido conservarte de algún otro modo en vez de dejar que te descuartizaran en las arenas, que acabaras lisiada o desfigurada. - dejó la copa en una mesita junto a la butaca y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas, acercándose con interés- Sin embargo, pese a todo, he de admitir que la dureza de la vida del gladiador te ha revestido de un aire exótico que antes no tenías.

Sonrió sobriamente, sin lascivia, sino más bien como un aficionado al vino descubriendo los matices de una nueva añada.

- No hablo de esa afición tuya a llenarte el pelo de plumas o del pendiente en la oreja- entrecerró los ojos- O tal vez sí. Ahora eres más firme, más ágil, has desarrollado una gracia que antes no tenías. Ahora tienes orgullo y fiereza. Sí, sin duda la arena te ha hecho más bella.

Las cejas de la hasta ahora silenciosa Mangosta se arquearon.

- ¿Vas a intentar forzarme de nuevo hoy y vas a llamarlo amor?

Esta vez Athos de Mashrapur rió con carcajadas odiosamente limpias y sinceras, como si solo se tratara de un juego.

- Veo que no has perdido esa lengua tuya tan afilada.- dijo, recostándose de nuevo, complacido. Pero no lo negó ni lo confirmó.

Como si hubiese recibido una señal, Andravia, que había permanecido en silencio tras Mashrapur, se deslizó hacia las sombras y los dejó a solas. Mangosta se tensó imperceptiblemente.

- ¿Me tienes miedo? - inquirió el sin´dorei.

- ¿Debería? - respondió.

Él sonrió levemente.

- No creo que alguien como yo pueda asustarte, Mon´guz- dijo- Sí, así te llaman ahora, lo sé. Mangosta, el único animal capaz de matar a una cobra... Es apropiado, sin duda. Pero no, no te he llamado para eso. Como me dijiste en aquella ocasión, no voy a obtener placer a expensas de la dignidad que te queda.

Mangosta torció la boca con ironía.

- ¿La dignidad del esclavo?

Mashrapur le clavó la mirada.

- La dignidad del Campeón.

Esta vez fue ella quien rió sin alegría.

- ¿Sabes?- dijo, agitando los cientos de pequeñas trenzas que recogían su cabello- No doy demasiado crédito a la dignidad del asesino.

- ¿Y a la del superviviente?- Athos entrecerró los ojos, divertido- Podríamos tener una interesantísima conversación filosófica sobre los matices de la guerra, Irinna, pero no te he hecho venir para eso.

- ¿Para qué entonces?

Athos de Mashrapur se acarició con suavidad el mentón.

- ¿No puedo desear comprobar personalmente la evolución de mi nueva campeona?

Con un gesto de desdén, Mangosta quitó credibilidad al asunto.

- ¿Acaso no te informa esa bruja que te acompaña?

Mashrapur se puso en pie. Ya no sonreía.

- ¿De veras quieres tener esta conversación, Irinna? ¿Quieres hablar de lo que hemos hecho para que no quedes lisiada para toda la vida?

La muchacha se encogió de hombros con indiferencia, pero luego, ante la mirada seria de su dueño, borró la sonrisa burlona de su rostro y negó con la cabeza.

- Eso pensaba - añadió el elfo. Luego cruzó las manos a su espalda y caminó alrededor de la gladiadora con paso pausado.

Mangosta se mantuvo erguida y orgullosa, alzó el mentón para demostrarle que ya no le tenía miedo y clavó la mirada en los tapices del fondo del pabellón.

- Ha llegado a mis oídos que pretendes la espada roma.- dijo a su espalda el mestizo.

La joven se tensó, apretó los puños.

- ¿Acaso vas a prohibirme que luche por mi libertad?

El interpelado lanzó una carcajada al aire.

- Libre o muerta - se mofó- ¡Qué poético!

Mangosta se volvió hacia él con la furia danzando en sus ojos grises. ¿Qué era lo peor que podía pasar? ¿Que la matara? Eso ya no le asustaba. Tampoco el dolor. No, ya no le tenía miedo.

- ¡No te atrevas a burlarte de mí!- siseó- ¡No oses siquiera a reirte de aquello en lo que me has convertido! ¡No tienes derecho!

Athos de Mashrapur arqueó las cejas y fue a responder, pero Mangosta no le dejó.

- ¿Quieres jugar conmigo?- continuó, con fria determinación- ¿De verdad quieres que te enseñe hasta qué punto puedo controlar las reglas del juego, incluso con tus grilletes? Tú me quitaste mi libertad, tú me pusiste estas cadenas. He aceptado las reglas de tu juego y pienso seguir hasta el final. Pienso luchar a muerte por mi libertad, Athos de Masrhapur, y voy a ganar.

Se acercó a él con paso sinuoso, acercó tanto su rostro que el elfo pudo distinguir todos los matices de plata y luna en sus puplas. Podía sentir su aliento, la tensión de su cuerpo, tan cerca como estaba, y sin embargo, tan lejana como el olvido.

- Y más te vale matarme, Athos de Mashrapur- susurró ella, con una ira que acaso por ser fría, era más inquietante- porque una vez lo consiga, voy a cazarte como a un perro hasta que no me quede un atisbo de vida. ¿Suficientemente poético para tí?

Le sostuvo la mirada aún unos instantes y luego, tan rápido como el animal del que tomaba su nombre, se dio la vuelta y abandonó el pabellón, con solo el sonido de las cuentas de su cabello tintineando en la tienda silenciosa.

Athos de Mashrapur permaneció inmóvil incluso cuando los pasos de la esclava se hubieron perdido en la noche. Nadie vio la sonrisa torcida que poco a poco se dibujó en sus labios.

En los Confines de la Tierra XXIV

sábado, 6 de marzo de 2010

- No te due´mas.

- No puedo evitarlo, tengo mucho sueño.

- Da igual. No te due´mas.

Zai´jayani revisó por enésima vez la sorprendente evolución de la herida en el costado. Apenas habían pasado unos días y donde antes hubiera un profundo tajo donde se habían aplastado las costillas, ahora el cardenal estaba adquiriendo un tono verdoso y se había formado una cicatriz tierna y rosada, pero cicatriz al fin y al cabo. Aquella medicina no era normal...

- Tengo sed.

El troll tomó una jarra de agua fresca y ayudándola a incorporarse suavemente, derramó un poco en su boca. Mangosta bebió con avidez, se lamió los labios con ansiedad, pero Zai alejó la jarra y la obligó a recostarse de nuevo.

- Ya no más- sentenció con paciencia.- Todavía´s pronto.

- ¿Cómo voy a recuperarme si me mantenéis más seca que un cactus?- protestó la convaleciente haciendo un mohín.

Su compañero la miró con reprobación y un deje de inquietud.

- A callar, bichito, ta´poco deberías hablar. Descansa.

- No duermas, no bebas, no hables...- suspiró la muchacha, como ida- ¿Hay algo que pueda hacer?

- De´cansar.- repitió Zai.

Ignorando las indicaciones de su particular cuidador, la joven continuó.

- Además, ya no puedes llamarme bichito.- parloteó con voz débil- Soy Mangosta y merezco tu respeto. Después del combate, Mashrapur me dará la espada roma ¡Ya verás! Seré libre, Zai, y te llevaré conmigo. Te compraré si es necesario y luego te liberaré. Libre otra vez ¿te imaginas? Libre...

Zun´zala entró en la tienda en silencio y dirigió una eloucuente mirada a su discípulo mientras, en la cama, Mangosta seguía su particular diatriba, sin importarle que nadie le prestara atención.

" ... una oveja, y un pollino. Tendremos leche fresca y queso y huevos toooooodos los días, y saldremos a montar por las cercanías incluso los días de tormenta...."

- Vuelve a tener fiebre- susuró el troll más joven acercándose a su maestro.

El viejo chamán asintió brevemente, como si fuera evidente.

"... porque mi tío decía que estaba haciendo trampas, entonces el enano dijo ¡Ah! ¿Si? y volcó la mesa, con todas las jarras encima..."

- Hay guardias vigilando la entrada de la tienda- dijo al fin Zun´zala con voz cascada.

Ambos miraron a la joven mujer que continuaba parloteando desde la cama, ajena a todo. Unas semanas antes, agonizaba en la mesa de operaciones a causa de sus heridas en el combate contra Cobra. Luego había llegado aquella extraña sin´dorei, Andravia, con sus andares sinuosos y sus ropas de seda oscura. Les habían obligado a salir de la tienda y mantenerse alejados mientras ella estaba allí, y habían oído los gritos de dolor de Mangosta. Los guardias no les habían dejado entrar, ni aquella ni ninguna otra vez y poco después la muchacha había empezado a sanar milagrosamente y a divagar como si estuviera borracha.

- No me gusta lo que esta elfa está haciendo con ella - continuó- Esta curación no es normal, y sus gritos no tenían nada que ver con las bondades de la magia divina.

Zai´Jayani asintió: Andravia le daba escalofríos.

"... entonces él me dijo ¿Confías en mí? y yo no respondí, solo salté ¡Pluf! Y no caí, floté y floté ..."

Ambos guardaron silencio un instante, apartados en un rincón de la tienda. Fuera, podían escuchar el rumor del campamento de esclavos, ya leve, cansado... No se oía el chasquido de las armas de entrenamiento, ni las voces exaltadas de los gladiadores. Tras el último combate, todos los que hubieran sobrevivido a aquel mes infernal volverían a sus respectivos campos, de nuevo como ganado.

"... y floté y floté y floté y floté y floté y floté y floté y floté ..."

Zai´jayani suspiró lentamente.

- ¿QUé está haciendo con ella?- inquirió, mirando con incredulidad a la inagotable mujer que seguía flotando desde la camilla.- ¿Cómo puede haberle devuelto la energía? ¿Por qué está tan ida?

Le inquietaba pensar los medios que la siniestra Andravia estuviera usando para sanarla. Los gritos de dolor habían sido terribles y escalofriantes, pero incluso desde aquella primera intervención, se había apreciado una mejoría en la salud de Mangosta. Y luego estaba aquel comportamiento, como si estuviera completamente ida...

Con paso lento pero firme, Zun´zala se acercó a la mesilla junto a la pared, tomó un pequeño tarro de cristal y olió su contenido. Luego lo tapó y se lo lanzó a su discípulo, que repitió la operación.

- No es fiebre, Zorro.- sentenció- Es leche de amapola.

Zai maldijo para sí por no haber pensado en ello: la adormidera era un poderoso narcótico, y tenía lógica pensar que Andravia lo utilizara para atontar a la muchacha antes de poner en práctica su macabra sanación. Sí, normal que ahora tuviera sueño. La leche de amapola provocaba una somnolencia irresistible.

"...y floté y floté y floté y floté y floté..."

Y delirios.

Aún así, sintió la rabia creciendo en su interior: Athos de Mashrapur, a través de Andravia, estaba recurriendo a energías que era mejor dejar tranquilas, todo para garantizarse la rápida recuperación de la que sería su nueva Campeona, su nueva fuente de dinero... Ella no se daría cuenta, drogada y feliz como estaba a causa de la adormidera, pero él sí lo veía, y también Zun´Zala.
Trató de tranquilizarse. Consciente de que Comadreja (perdón, Mangosta) seguiría flotando hasta que se quedara dormida a causa de las drogas, Zai hizo un gesto a su maestro para que se quedara junto a ella y salió de la tienda para que el aire de la selva le despejara el nudo que de pronto se le había formado en el pecho.

La otra orilla

jueves, 4 de marzo de 2010

El barquero era silencioso, pero hacía bien su trabajo. Era un hombre, o lo había sido en algún momento, e iba cubierto con una capucha profundamente calada, lo que no permitía comprobar la corrupción de sus rasgos. Impulsaba el bote con ayuda de una pértiga a través de las aguas tranquilas, y no había dicho ni una sola palabra desde que pusiera en su mano la pieza de cobre a cambio de cruzar el lago. No había hecho preguntas, solo había aceptado el pago y comenzado la travesía.
El agua se deslizaba con un susurro a ambos lados de la embarcación, mientras el ambiente se iba ensombreciendo desde que abandonaran la costa sur del lago. La figura envuelta en una capa permanecía sentada en la proa, tan encogida que no era más que una sombra. Seguía inmóvil, en la misma postura en que había quedado tras embarcar, y miraba siempre al frente, a la silueta de la ciudad que se recortaba contra el horizonte, al otro lado del lago. También guardaba silencio.

Ninguno decía nada, tal vez porque ninguno de los dos tenía nada que decir, o tal vez porque uno creía que la otra no entendería el viscerálico, o tal vez la otra temía que el uno la tomara por una viva. Pero en caso de que así fuera…

¿La habría aceptado él en su bote?

¿Habría pedido ella un pasaje?


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La pequeña comunidad de leñadores estaba conmocionada.
Era ya mediodía, pero nadie había vuelto al trabajo todavía. Los habitantes del asentamiento se agrupaban en pequeños círculos y cuchicheaban con aire apesadumbrado. Muchos gesticulaban con los brazos violentamente, tratando de describir lo sucedido, y otros se mostraban totalmente confundidos por la situación.

Y entre tanto, nadie había retirado el cadáver.

El pequeño de los Terence, Jonah, permanecía inmóvil, congelado en la misma postura en que había quedado al descubrir el cuerpo de Oven tendido en el suelo en un charco de sangre, con el rizado pelaje claro manchado de rojo. El niño, de no más de diez años, miraba el cadáver del que había sido el mejor y más manso de los perros de su granja, y sus ojos seguían abiertos por la conmoción.

“Enloqueció de pronto” decían unos, negando todavía con la cabeza con pesar y mirando al niño de reojo.

“Luz bendita, menos más que no fue uno de los niños” decían otras, frotando compulsivamente las manos en sus delantales.

Siguiendo las indicaciones del alcalde, el herrero del Refugio encontró a la enviada de los Forestales sentada a solas en un rincón sin ventanas de la cabaña del preboste, vendando su brazo con vendas de lino, pero el herrero pudo ver el brazo mutilado, el hueso asomando espeluznantemente en el codo…

- ¿Traes una camisa? – inquirió la mujer, tensa como la cuerda de un arco, al reconocerle, tensando la venda con los dientes.

El hombre, con el ceño fruncido de preocupación e inquietud, asintió vagamente y tendió la camisa con aire ausente. Ella se la arrebató de las manos con un gesto violento, rápido, preciso.

- ¿Estás bien?- inquirió al fin, cuando su cerebro hubo asumido mínimamente la visión del codo descarnado.- Habría que mirarte esa herida.

La mujer rebufó. Con gestos rápidos y sin pudor se arrancó los restos de la camisa desgarrada y se puso la que le habían traído. El brazo vendado desapareció en una manga de algodón pardo.

- Loraine – insistió Brom- ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?

Loraine Auburn, trabajadora forestal del Refugio Pino Ámbar, se pasó las manos por la frente y el cabello como si quisiera arrastrar fuera de su cabeza toda la tensión. Luego suspiró.

- El perro se volvió loco.- explicó al fin, dejando caer los brazos a ambos lados de su cuerpo. Estaba pálida, más que de costumbre, y su rostro se había vuelto inescrutable.

Brom frunció el ceño.

- Tuve que hacerlo.

Los ojos grises de la mujer se detuvieron un instante en la hachuela que descansaba en un rincón del suelo. Tenía la hoja ensangrentada.

- Empezó gruñendo, enseñando los dientes.- continuó la guardabosques con frialdad- No me extrañó, siempre ha evitado mi compañía. Pero luego enloqueció, comenzó a tirar de la cadena… La partió, Brom. Ese maldito animal partió una cadena gruesa como mi brazo…

El inmenso herrero se acercó un paso. Ella permaneció inmóvil.

- Se me tiró encima como si quisiera matarme –siguió contando- me tiró al suelo de un solo empellón, buscaba mi cuello…

Apartó levemente la camisa y mostró el cuello surcado por un zarpazo que solo había arañado la piel. Bendita agilidad…. Brom volvió a mirar el hachuela con el ceño fruncido. Parecía luchar contra una idea que se estaba abriendo paso en su mente.

- ¿Mataste a un buen mastín para cubrir tu mascarada?- inquirió, sin querer creer lo que su mente le decía.

- Maté a un perro loco que quería partirme el cuello con los dientes- cortó la mujer con dureza.

Se miraron largamente. Brom comprendió que estaba ante una zona oscura de la mujer que amaba, y que no sacaría nada más de ella. Y sabía que lo que acababa de ocurrir era importante. El alcalde entró con paso vivo en la sala. Ambos lo miraron, relajaron sus posiciones.

- Lamentamos muchísimo lo sucedido, señora Auburn.- se disculpó el hombre, acercándose a Loraine.- ¿Se encuentra bien? Había mucha sangre, muchísima…

Loraine suspiró aparentemente aliviada y se llevó una mano al pecho.

- Nada grave, señor Elías, afortunadamente…- explicó con voz cálida.

Brom nunca había dejado de sorprenderse por los cambios de registro de aquella mujer. Tampoco entendía como aquella aberrante herida le permitía mover el brazo con tanta soltura.

- ¡Gracias a la Luz que esa hachuela estaba cerca! – exclamó el señor Elías haciendo grandes aspavientos- ¡Saben los dioses qué hubiera ocurrido entonces!

El herrero dio dos pasos y posó su mano inmensa en el hombro del alcalde con gesto conciliador.

- No pensemos en eso, señor Elías- dijo, fingiendo tanto alivio como fue capaz- Solo demos gracias porque no haya ocurrido nada más grave.

Los tres asintieron sobriamente y por fin el alcalde se retiró para preparar los caballos de regreso al refugio. Cuando volvieron a quedarse solos, Brom miró a Loraine con preocupación.

- Eso del codo no parecía un rasguño precisamente, Loraine.

La mujer palpó con cuidado la zona de la herida.

- Ha dejado de sangrar- dijo con prudencia- Y no duele demasiado.

Lo dijo casi despreocupadamente, pero sus palabras cayeron en el silencio como losas.

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Sentada en la barca, la figura suspiró, aunque solo fuera por la fuerza de la costumbre. El barquero siguió impulsando la barca con la pértiga. El agua se deslizaba como un susurro a ambos lados de la barca, y a lo lejos, en la otra orilla, la ciudad se perfilaba.

En los Confines de la Tierra XXIII

martes, 2 de marzo de 2010

Pocos días después:

Fuera reinaba la tranquilidad. Los gladiadores, por fin liberados de la tensión de los combates, descansaban junto a las hogueras en silencio o hablando con voz queda, de modo que a él no le llegaban ni siquiera los ecos.

El grupo de los orcos, descabezado ahora sin la presencia de Cobra, rodeaba un pequeño fuego en el más absoluto de los silencios, con los ojos fijos en las llamas, despidiéndose sin palabras de su líder caído. Zai´Jayani hubiera querido cantar para el espíritu de la temible guerrera, acompañar a su esencia en el vuelo hacia el Otro Lado, pero aquella era una labor de de los chamanes de su propio pueblo, de modo que se limitó a aferrar con fuerza su talismán y murmuró una encomienda a los loas, para que vigilaran de cerca que nada desviara a aquel fantasma de su camino.

No se atrevía a más. Le inquietaba abrir su ojo interior, entrar en el mundo de los espíritus, porque habían sido tantas las muertes, tantos los guerreros caídos, que al otro lado del velo los espectros debían vagar desorientados y asustados hasta que sus chamanes les mostraran el camino hacia el descanso.
Zun´zala y él habían hecho lo posible por acompañar los espírius de los trolls caídos en la arena, habían cantado para ellos y danzado alrededor de la hoguera al son de los tambores. Las llamas iluminarían su camino, los tambores les marcarían la cadencia del paso hacia el Otro lado, el canto avisaría a los ancestros para que recibieran con júbilo a sus valientes guerreros.

Con un suspiro, Zai´jayani liberó al fin su talismán y paseó la vista por el campamento tranquilo. La noche se cernía sobre Feralas y las últimas luces del día huían por el oeste, cazadas por el manto de estrellas. Los sonidos de la selva, que hasta entonces habían estado amortiguados por el estruendo del torneo, brotaban ahora de la oscuridad con hechizante cadencia. Allí las aves avisándose de la llegada de la noche, más cerca el bufido de un felino sobresaltado durante las últimas horas de su descanso. Golpeteos en la madera, el goteo del agua en las hojas, la llamada de los gorilas, el olor a tierra mojada...
Un flechazo de dolorosa añoranza le atravesó el pecho. Todo en aquel lugar pronunciaba el mismo nombre: Tuercespina. El gran río, la poderosa serpiente de plata, sirviente de Hakkar. La fértil cuna de su pueblo, la escuela de su raza, su hogar...

Tuercespina...

Tantos años había pasado alejado de su tierra y de su pueblo, tantas lunas sin sentir la exultante sensación de pertenecia, de arraigo a la tierra, de caminar sobre los pasos de los ancestros de su pueblo, tocar las piedras que habían tocado, beber del agua que habían bebido...

Agitó la cabeza bruscamente y los recuerdos se marcharon con un aleteo como pájaros asustados. No quería que los recuerdos le asaltaran de aquel modo, le preocupaba que encontraran el modo de filitrarse en su vigilia para hacerle languidecer, prisionero como era. Con un suspiro, fue a darse la vuelta para regresar a la tienda cuando el sonido de unas voces amortiguadas por las paredes de tela de otra tienda atrajo su atención. Tal vez fuera el sesgo de una palabra, tal vez el matiz de una voz, pero fuese lo que fuese, le llevó a acercarse con disimulo a la tienda de la que venía la conversación.

- ...al menos medio año...- escuchó al acercarse más- Menos tiempo la lisiaría irrevocablemente.

Era la voz de un hombre, ronca y firme, y sonaba visiblemente molesta.
Zai frunció el ceño ¿Qué había descubierto? La conversación, a todas luces, hablaba de Mangosta...

- Dijimos no más de dos meses- espetó una segunda voz, aguda y chirriante. Zai aguzó el oído- Si no eres capaz de hacer lo que se te pide, no te necesitamos.

- ¡Pero la pierna! ¡El brazo!- protesto el primero, visiblemente incapaz de asumir lo que se le pedía.

- La pierna y el brazo acaban de dejar de ser asunto tuyo. Puedes retirarte.

Zai se ocultó rápidamente al comprender que alguien iba a abandonar la tienda de manera bastante abrupta. Confirmando su sospecha, un renegado de mandíbula partida apartó la lona de la entrada con fuerza y salió con paso iracundo para perderse en la negrura creciente del campamento. El troll le reconoció: era uno de los médicos de Mashrapur al cargo de la curación de Mangosta. Cuando la silueta del sanador desapareció en la oscuridad, Zai se acercó de nuevo, intentando captar el resto de la conversación.

Escuchó un suspiro hastiado y la que había establecido como segunda voz, dijo casi con servilismo:

- Este era el último, señor- carraspeó, ahora parecía vieja y mezquina, acerada.

Zai, agazapado tras la lona, no distinguió la respuesta. Tras unos segundos, un elfo ya anciano pero de porte marcial abandonó la tienda y desapareció en la misma dirección que el sanador. Intrigado, el troll bordeó un poco más la luna para acercarse a donde suponía que se encontraba el interlocutor del anciano. Porque aunque no había distinguido las palabras, habría identificado aquella voz en cualquier lugar.

- Andravia - llamó Athos de Mashrapur al otro lado de la lona. El troll frunció el ceño.

Un leve aroma a madreselva acarició sus fosas nasales. Del interior de la tienda le llegó el levísimo rumor de unos pasos desnudos, el sutilísimo susurro de la seda al rozar, y luego silencio, expectación.

- Sí, Sha´di- respondió una voz femenina, oscura y sedosa como una noche sin luna y al mismo tiempo ligera y clara como un salto de agua.

- Ya sabes lo que tienes que hacer.

Zai´jayani sintio´un escalofrío.

¿Qué misterioso personaje acababa de aparecer en escena?