Los Hilos del Destino XLVIII - El Sueño

martes, 13 de abril de 2010

Llovía.

Se refugió en un hueco del tronco y sacudió profusamente las plumas. Había pasado el día entero sobrevolando el bosque, sin ningún objetivo, solo volando. La libertad había sido absoluta, descendiendo entre el follaje cuando sentía hambre, o descendiendo a tierra cuando tenía sed, para aplacarla con algunas gotas de rocío. El ala herida le palpitaba, aún lejos de sanar, y la negrura que cubría uno de sus ojos titilaba con nerviosismo, pero ya estaba acostumbrada. Ahora una deliciosa sensación de agotamiento hacía presa en su pequeño cuerpo y se arrebujó para dormir, resguardada de la lluvia.

Cerró los ojos y el sueño le sobrevino de inmediato.

Supo enseguida que algo no iba bien. Estaba en una especie de cueva de madera extrañamente formada, lisa como la superficie del agua en un día de calma. Estaba sentada, no... ¿extendida? en una superficie mullida y blanca. No tenía sus plumas, sino extraños apendices con dedos sin garras. Sin embargo, algo en su mente le dijo que conocía aquello, le dijo que se llamaban manos y que eran suyas.
¿Había estado alguna vez en aquel lugar? ¿Por qué le resultaba tan familiar?

- No te vayas.- escuchó, y no era un graznido ni un pitido, sino una voz dulce, musical.

Entendía lo que decía... Y comprendió que había sido ella.


Despertó con un brinco, con el diminuto corazón martilleándole contra el pecho. ¿Qué eran aquellas visiones que la asaltaban cuando cerraba los ojos? Desde luego, el vuelo debía haberla agotado más que de costumbre. La herida del ala palpitó con fuerza y se estremeció. Trató de permanecer despierta, pero estaba tan cansada...

De nuevo, aquel extraño hueco de madera pulida. De nuevo aquel cuerpo extraño.

- No me dejes sola. No puedo dormir si estoy sola.- repitió la voz, su voz.

- No me voy.- respondió de pronto otra voz, una voz grave.- Me quedo aquí, contigo.

Aquella voz reverberó en su pecho, la estremeció. Despertó en ella un anhelo que desconocía, la henchió de una extraña sensación.


Abrió los ojos inquieta. El eco de aquellas extrañas emociones rebotó en las paredes de su cabecita, aturdiéndola. La sensación de familiaridad persistió aún unos instantes en su mente, pero se fue desdibujando poco a poco hasta desaparecer por completo. Miró a su alrededor: seguía en el hueco del tronco, y fuera llovía. Olía a tierra mojada, a tormenta. Iba a tener que quedarse allí un buen rato. Sacudió de nuevo las plumas, paseó por el angosto espacio del hueco en el tronco. Se asomó fuera y cuatro gotas rebotaron en su pico, salpicándole los ojos. Se sacudió de nuevo, enganchó con el pico una oruga incauta y se la tragó con avidez. Estiró las patas, abrió y cerró las garras. No quería volver a dormirse, no quer...

- Averil...- dijo la voz grave.

Provenía de un hombre ¿Un hombre? ¿Por qué reconocía a aquella criatura? ¿Por qué le resultaba tan vagamente familiar? ¿Y por qué recordaba también aquel sonido? ¿Averil? El hombre estiró los labios. Unos dientes blancos resplandecieron en la mueca.

- Te puedo asegurar una cosa.- continuó, con una ¿sonrisa? torcida en la cara- Desde una semana después de conocerme, nunca dormiste sola.

Sintió un cosquilleo en el pecho.

- ¿En serio?

- Ehm...¿sueno como un maniaco obsesivo?

Sus propios labios ¿Ya no era un pico? se curvaron suavemente hacia arriba. Sintió que la cara le ardía. La escondió con timidez tras los ¿brazos? plegados ante si.

- No, me gusta...

Un trueno la sobresaltó, haciendo que su pequeño cuerpo brincara. Por un instante, fue incapaz de mantener el equilibrio sobre las patas, como si de pronto hubiera olvidado como equilibrarse con las alas. El ronquido del trueno reverberó en el bosque en cientos de ecos mientras la lluvía incrementaba su intensidad. Desde luego, aquella tormenta tenía todo el aspecto de ir a durar todo el día.
El ala herida palpitó dolorosamente y se estremeció. El ojo oscurecido se cerró involuntariamente y se abrió de nuevo. Podía sentir cada nervio, cada zarcillo en su cuerpo... Se había acostumbrado, sí, pero en las últimas horas se comportaba con extrañeza.

Estaba en otro lugar, aunque era muy parecido al anterior. Seguía en un hueco de paredes pulidas, pero este era más amplio y no era firme en absoluto. Se mecía suavemente, al compás de las olas, y de todas partes llegaba el crugido de la madera, el tañer de una campana... Había mesas, mesas con pequeñas lámparas, literas en los costados ¿Cómo sabía el nombre de todas aquellas cosas? Ahora estaba erguida, y no tenía alas, sino de nuevo aquellas manos escuálidas y carentes de plumas. Estaba mirando por la entrada del hueco, al mar tranquilo. Qué grande era, que aterrador...

- Ángel- dijo antes de reconocer que volvía a ser ella quien hablaba.

¿Ángel? Sí, recordaba aquel nombre. Lo recordaba ¿Donde lo había oído? Sí ¡Sí! ¡Lo conocía! No era Ángel... No.. Era...

Angeliss apoyó los brazos cruzados sobre la mesa y recostó la cabeza sobre ellos.

- Dime.

- Te quiero.- dijo ella, y supo que era verdad.

También supo que a su espalda, él sonreía.

- Bu- rió él.

- Ba.


Fue incapaz de enderezarse cuando abrió los ojos. Permaneció así, acurrucada en su hueco del tronco, temblando sobrecogida por unas emociones que no eran suyas, que parecían llegar de muy lejos, demasiado. Pero... ¿Cuando había tenido ella constancia de las emociones? ¿Cuando había dejado de ser salvajemente libre, consciente solo del horizonte, la lluvia, la tierra y los árboles?

- Pe... pero...- inquirió, carcomida por la curiosidad- ¿Quien es él?

Klode, morena y risueña como siempre, sonrió. Angeliss estaba allí, inclinó la cabeza como un pájaro y la miró con curiosidad. ¿Era una sonrisa burlona lo que había en sus labios? ¿Por qué la miraban así?

- Es ella.- respondió Kloderella al fin- Es una chica.

Averil frunció el ceño.

- Pero...- Klode le sonreía con paciencia, como quien sonríe a un niño pequeño, mientras Averil luchaba por asimilar lo que oía- ... es una chica...



Klode, Klo-klo, Kloderella...

Angel, Angeliss, Zángano...

Aquellos nombres tiraban de ella. Intentó gritar cuando volvió a abrir los ojos, pero solo un graznido brotó de su garganta. ¿Qué ocurría? ¿Donde estaba? ¿Qué era aquel hueco tan angosto? Trató de ponerse en pie, pero no tenía piernas, solo escúalidas patas descarnadas. Se tambaleó precariamente y volvió a caer al suelo... ¿Qué ocurría? Su instinto se abrió paso en su mente poco a poco. Una pata, después la otra. Las alas para equilibrarse. Su pico, sí, su pico. Estaba en el hueco en el tronco, oía el rugido de la tormenta, veía la cortina de agua caer ante la entrada. El ala y el ojo le palpitaban dolorosamente. Aquel hueco estaba maldito, tenía que salir de allí... Brincó hasta el borde del hueco y saltó.

Un rostro moreno, unos ojos duros, ardientes. Una mirada dolida, cruel, que la impelía a seguir luchando. Daala...

- Si no fuera por el respeto que tenía por tu madre te habría dado ya unos azotes.


El ala herida le dio un doloroso calambre que estremeció su cuerpo mientras volaba bajo la lluvia, y quedó paralizada, pegada al cuerpo. Cayó en picado, agitando frenéticamente el otro ala sin efecto alguno. El dolor era terrible.

Si no fuera por el respeto que tenía por tu madre...

Gritó. Unas manos firmes la sujetaron por los hombros contra el suelo. Siguió cayendo entre los árboles, incapaz de levantar el vuelo. Las copas de los árboles desaparecían a una velocidad vertiginosa, hacia arriba, siempre hacia arriba...

- Averil...

Sí, quería responder, pero seguía cayendo, el ala se negaba responder y el suelo se acercaba tan, tan deprisa... No, el suelo ya estaba allí, podía sentirlo mullido y fresco bajo su espalda. Y sin embargo caía...

- Zoe...

Trató de extender las manos para sujetarse a alguna de las ramas que pasaban vertiginosamente a su lado, pero no tenía. Solo podía ver aquellas alas de largas plumas azules, inertes...

- Abre los ojos, Bellota...

Rebotó en las ramas dolorosamente durante su caída, pero las manos en sus hombros eran firmes, y aquella voz tiraba de ella con suavidad, la sostenía por encima del estruendo de la tormenta, tranquila, pausada...

- Despierta, Averil.

Caía, caía...

***

Trisaga apartó un mechón rubio del rostro dormido con extrema suavidad. Contempló con compasión la corrupción de aquel cuerpo inocente, la negrura que trepaba por su brazo, abarcaba su pecho e invadía ya la mitad del rostro como una máscara macabra. Los zarcillos que brotaban bajo la piel palpitaban levemente, se estremecían como si tuvieran vida propia. La tenían, en realidad. Había visto el rostro corrupto contraerse con maldad, en contraposición a la mitad del rostro que permanecía limpia, apacible, con aquel gesto infantil que dibuja a todos el sueño, ajena a todo.

- Despiera, criatura...- murmuró, manteniendo aún una mano sobre el hombro sano de la muchacha mientras ella temblaba, presa de su extraño sueño, tratando de infundirle sosiego.

Ahora Dremneth hablaba con la Guardiana del Jardín, apartados en un rincón de la espesura, y de cuando en cuando miraban hacia ella, mientras el Dragón del Tiempo explicaba a su hermana del Vuelo Verde los avatares sucedidos en los últimos meses.

Volvió a mirar a Averil, dormida, inquieta en el lecho de hierbas y flores que el jardín había creado para ella, a la sombra de los árboles, a los pies del lago. ¿Por qué no había desaparecido la infección? ¿Había funcionado realmente el ritual? ¿Toda aquella búsqueda? ¿Todo el dolor? Había pasado medio año sumida en aquel sueño, con la infección avanzando en su cuerpo, contenida únicamente por su permanencia en el Sueño, en el Santuario, según le había dicho Sayera. Como ocurriera con su madre cuando pasó por el mismo trance, su cabello había crecido imposiblemente y yacía desparramado en la hierba como una aureola. También su cuerpo había cambiado, dejando atrás las formas de la niñez y definiendo ya las curvas y recodos de un cuerpo de mujer. Iba a ser tan hermosa...

Pero estaban aquellas marcas...

Estaba absorta en aquellos pensamientos, con la mirada fija en la nada, cuando sintió un repentino escalofrío y se sobresaltó. Una inquietud sin nombre se apoderó de ella y un grito tomó forma en su garganta y atenazó su pecho cuando miró el rostro de Averil. En aquel rostro dividido entre luz o oscuridad, tenía lugar la transformación más aterradora. Mientras el rostro limpio seguía dormido, descansado, salpicado de pecas y sudor, el rostro corrupto había cobrado vida de nuevo.

Y no solo vida.

Contraído en un gesto de absoluta maldad y odio, el ojo estaba abierto y la miraba con crueldad. Un ojo malévolo, de un amarillo insalubre, y maléfico, que clavaba en ella su mirada, llenándola de pavor. Pero no era una mirada de ira, ni siquiera de rabia... Era una mirada tan oscura, tan ajena a los temores de los mortales... Era desdén lo que había en aquella mirada antigua y terrible, odio, desprecio y la absoluta certeza de que aquella no era la última batalla.

- Una defensa valiente, duende de la noche... - dijo una voz mezquina y cruel, rechinante, helada, con aterradora autosuficiencia- Has ganado esta batalla, pero esto no terminará aquí. La Hija del Roble será mía..

Trisaga se estremeció, apretó los puños, se obligó a hacerle frente. No había llegado tan lejos para dejarse vencer ahora. Sayera y Dremneth, alertados por las estridencias chirriantes de aquella voz, corrieron hacia ella y contemplaron el ojo antiguo que se clavaba en la sacerdotisa. Su presencia infundió en ella las fuerzas que necesitaba.

- ¿Quien eres?- preguntó con tanto aplomo como pudo darle a su voz, aunque por dentro temblaba.

El ojo cruel sonrió con maldad. Los labios de Averil se torcieron en una desagradable sonrisa torcida y escalofriante.

- Un viejo amigo, duende de la noche, pero no te preocupes...- chirrió de nuevo la voz, deleitándose en un futuro que solo él veía.- ...volveremos a vernos...

Con una última mirada, el ojo amarillo se cerró lentamente, brillando con malicia, como si riera una broma privada. Luego, de repente, el rostro oscuro se relajó por completo, adoptando la misma tranquilidad que la mitad apacible y limpia. La mueca de los labios desapareció, volvían a ser los rosados labios de la niña que dormía frente a ella.

Trisaga sintió como un peso terrible se evaporaba de sus hombros y comprendió que, fuera quien fuera el dueño de aquel ojo y de aquella voz, se había marchado.

En el suelo, Averil se sacudió en un breve espasmo y abrió los ojos. Por un momento pareció desorientada, pero entonces en sus ojos - el verde y limpio y aquel otro ojo, amarillo y corrupto pero ya sin maldad- se pintó el reconocimiento.

Y luego ante la exaltada mirada de Trisaga, Sayera y Dremneth, se desperezó larga y pesadamente, como un gato recién despertado de su siesta matutina...

- Jo...-gimió en pleno éxtasis felino de desperezamiento- He tenido un sueño rarísimo...

Trisaga se cubrió el rostro con las manos y rompió a llorar.

Los Hilos del Destino XLVII

13 de Abril

Volamos hacia la Aurora Boreal, las eternas luces del norte. Bajo nosotros, el mar helado se desliza como una inmensa placa de metal acerado, y el viento frío me muerde las extremidades.
En este preciso instante, Dretelemverneth sugiere que volemos más bajo para evitar el frío, pero me siento tan exaltada que ni siquiera me importa. Llevamos toda la noche volando, y tengo la esperanza y la fe de alcanzar las costas del Cementerio de Dragones antes del mediodía. Amanece, la cálida luz del sol brota por nuestra derecha y se derrama sobre el mundo como si fuera líquida. Dremneth vira en su vuelo y se mantiene cara al sol durante unos instantes, el tiempo suficiente para que ese tímido calor me reconforte durante el vuelo. Ahora endereza el rumbo de nuevo, volvemos a volar hacia el norte.

Soy presa de tal exaltación que ni siquiera soy capaz de narrar ordenadamente lo que ocurrió ayer, que me llena al mismo tiempo de maravilla, temor y gratitud... Intentaré empezar por el principio. Quien sabe si Averil, en algún momento, desee leer por sí misma lo que sucedió durante su Sueño...

Dremneth y yo llegamos a Claro de la Luna poco antes del crepúsculo. Con el fin de no alertar a los apacibles druidas que habitan Amparo de la Noche, tomamos tierra en un pequeño claro, discreto y alejado. Él permaneció en el claro descansando por el largo vuelo que nos había llevado hasta allí desde las ardientes arenas de Tanaris, y yo me interné en la espesura en busca de Rémulos para entregarle las muestras, por orden de Anacronos. Sin embargo, me sentía inquieta, como si una inmensa sombra se cirniera sobre mí. Lo atribuí a la corrupción que emanaba de las muestras, y avancé pese a todo, convencida de que la ayuda de Rémulos quitaría esa carga de mi corazón. Cual fue mi sorpresa cuando, al llegar al Santuario, encontré frente a mí a un hermano kal´dorei, pertrechado con armadura y armas, que permanecía en la entrada, en silencio.

El hombre, que se hizo llamar Leshrac, parecía atormentado, pero habló de una corrupción que había presentido y que le había llevado hasta allí. En mi fuero interno temí que la corrupción de las muestras que yo portaba en mi vuelo sobre Kalimdor hubiera alertado a otras criaturas, pero el kal´dorei no parecía saber definir el origen de la amenaza. Me estremecí, puesto que describía con acertadas palabras lo que yo misma sentía. Mi sorpresa fue aún mayor cuando un caballero humano, defensor de la Luz, entró en el Santuario también con el ceño fruncido. Se presentó como el Caballero Fiergast y afirmó, él también, haber percibido la amenaza, aunque confiaba ciegamente en el poder de la Luz para neutralizarla. Allí estabamos los tres, de pie en el santuario, tan distintos entre nosotros como la noche y el día, reunidos por aquel presentimiento, aquella percepción de un mal que se avecinaba...

Confiando en que la desaparición de las muestras serviría para tranquilizarnos, las entregué a un asistente de Rémulos. Juntos, maestro y asistente, inspeccionaron aquellos fragmentos de corrupción con gesto grave. Mientras esto sucedía, llegó un nuevo visitante al Santuario, otro hermano kal´dorei acompañado por su amigo animal. También él había percibido la amenaza. También él había acudido a la llamada.

- Estamos cerca - dijo Rémulos entonces, mientras un fuego fátuo abandonaba su mano y se lanzaba raudamente hacia el oeste, desapareciendo en la lejanía. - Las muestras prueban que existe la salvación para todos aquellos que son presas de la Corrupción de la Pesadilla. Sin embargo, es necesario un sacrificio más. Para probar la efectividad del ritual que he planeado, debemos invocar a otro ser corrupto a través de un portal directo desde el Sueño Esmeralda. He mandado un mensajero a Tyrande, por si ella pudiera acudir para bendecir nuestro ritual. No obstante, no será fácil. Es posible que la criatura que invoquemos esté tan corrupta que suponga un grave riesgo para Claro de la Luna.

Los cuatro visitantes nos miramos, repentinamiente inquietos, y yo me vi asaltada con la respuesta a mi temor: aquello parecía ser la sombra que había intuido pero ¿cómo? ¿Un portal desde El Sueño?
Antes de que pudiera pensar nada más, Rémulos abandonó corriendo el Santuario en dirección a Amparo de la Noche, y nos vimos obligados a montar para alcanzarle. Traté de avisar a Dremneth, pero cuando quise darme cuenta, alguien tiró de mi con fuerza y me vi de pronto montada en el lomo de un sable de la noche y aferrada con fuerza al pecho del cazador.

Nunca olvidaré el terror que me invadió en aquella cabalgada salvaje, el temblor del suelo bajo los cascos de las monturas, el bosque deslizándose raudo a ambos lados de nuestro camino, siguiendo a Rémulos, que en su inmensidad avanzaba mucho más deprisa que nosotros. Yo me aferraba con todas mis fuerzas al jinete, temiendo caer de la montura a causa de lo salvaje de aquella carrera, más no caí. Cuando llegamos a Amparo de la Noche, los guardias se vieron súbitamente alertados por la precipitada entrada de Rémulos en la ciudad y todos se pusieron en guardia.

No tengo fuerzas para revivir aquello en una narración, de modo que solo diré que el ritual funcionó y que no regresó solo una criatura del Sueño. Regresaron cientos, miles. Invadieron las calles de Amparo de la Noche como una marea, atacando a los ciudadanos, abalanzándose sobre nosotros... Un inmenso dragón del vuelo verde apareció en el cielo, enardiendo a aquellos atacantes, enloquecido por la Corrupción de la Pesadilla.
Desesperados, corrimos a auxiliar a la población, atrayendo la atención de las Sombras. Mi corazón gritaba de dolor por cada alma que caía bajo el ataque, e intenté salvar a tantos como pude con el Don que Elune me dio, pero muchos caían, demasiados, y el suelo de Amparo de la Noche pronto se vio cubierto de heridos y muertos... Leshrac, Fiergast y el cazador luchaban con fiereza y arrojo, podía verles entre la marea de Sombras, entre los guardias enardecidos. Oía la atronadora voz de Rémulos entonando el cántico de su ritual. Oía la burlesca respuesta del dragón, mofándose de sus esfuerzos... Gritos, sangre y aquel zumbido tan intenso que hacía que mi cabeza pareciese a punto de estallar...

¿Cuanto duró aquel combate? Lo desconozco, para mí fue tan eterno como la Guerra del Mar de Dunas. Volqué hasta el último atisbo de mi energía en proteger a los inocentes que se habían visto envueltos en aquella pesadilla, y al cabo mis rodillas flaquearon y me vi de pronto arrodillada en el suelo, sin aliento, tan débil que apenas podía mantenerme erguida. Veía a mis compañeros soportar con estoicismo las embestidas de las Sombras, pero cuando el dragón descendió del cielo y arremetió contra ellos, de veras creí que moriríamos en aquella batalla. Me obligué a concentrarme, a reponerme, a seguir auxiliando a los luchadores, y de pronto, cuando ya parecía que todo estaba perdido, sentí como una fría ola imbuyéndome de energía, dándome fuerzas con un ímpetu tal como no he visto jamás...
De la nada surgieron docenas de sables blancos como la nieve, y en sus lomos, mis hermanas, cientos de sacerdotisas de Elune que acudían en nuestro auxilio, y a su cabeza, digna y venerable.... Tyrande, Suma Sacerdotisa del Culto de Elune, que no dudó en desmontar y comenzar a auxiliar a los combatientes.
Aquella repentina llegada me llenó de esperanza y alivio y me puse en pie, uniéndome a mis hermanas, compartiendo con ellas la energía que nos imbuye, ora rezando, ora enviando oleadas de energía a los heridos...

De pronto, Rémulos dio un último grito triunfal, el zumbido en mi cabeza desapareció y el dragón detuvo su ataque, como si hubiera quedado congelado. Todos permanecimos expectantes, alerta. Nadie bajó las armas, ninguna de las sacerdotisas dejó de curar a los heridos. El dragón entonces se derrumbó en el suelo, resollando pesadamente. Rémulos se acercó a él con paso confiado, y observó al dragón con fiereza. Este, lentamente, abrió los ojos y miró aturdido a su alrededor, a nosotros.
Por un momento no supimos si volvería al ataque o desfallecería, pero entonces sus ojos dorados se clavaron en Rémulos.

- ¿Qué ha sucedido? - gruño el dragón, debilitado, como quien despierta de un largo sueño.

Rémulos sonrió.

- Bienvenido a casa, hermano.

Todo Amparo de la Noche estalló en júbilo y yo caí de rodillas llena de agradecimiento y de tristeza por los caídos, a los pies de Tyrande, Elune encarnada. La Suma Sacerdotisa puso sus manos sobre mis hombros.

- Eres una digna servidora de Elune, Trisaga, llamada Lágrima de Plata. Los Bálsamos tienen en tí al más firme de sus representantes. - me dijo- Ponte en pie ahora, Bálsamo, y ve a buscar lo que tanto dolor y esfuerzo te ha costado. Nosotras nos haremos cargo de los heridos.

- Pero Venerable...- traté de decir, pero la Suma Sacerdotisa clavó sus ojos en mi, unos ojos antiguos, testigos de la historia del mundo, y tuve que callar y obedecer.

No hubo más palabras ante nosotras. Tyrande se dedicó de inmediato a la curación de los heridos mientras los guardias retiraban los cadáveres. Yo me puse en pie y busqué con la vista a los compañeros que se habían visto envueltos en aquel ataque. Leshrac se alejaba en silencio, en dirección a la salida de la aldea, y comprendí, pese a todo, que no deseaba ser seguido.

- Debes descansar, Bálsamo.- dijo Fiergast poniéndome una mano en el hombro.

Negué con la cabeza.

- Debo hablar con Rémulos. Si no he descansado hasta ahora, no descansaré hasta que cumpla mi misión. Gracias de corazón por vuestro apoyo, Fiergast.- me volví hacia el cazador, que permanecía junto a su compañero en silencio- De veras, gracias.

Ambos me respondieron con una inclinación de cabeza y se dejaron atender por los sanadores para que curaran sus heridas.

Yo, por mi parte, me volví hacia Rémulos, que descansaba junto a la Poza Lunar mientras dos druidas se afanaban en sanarle una herida en una de las patas delanteras. Suspiró cuando me vio acercarme, pero en sus ojos había calidez. No me atrevía a hablar, temerosa de que, pese a lo que habían visto mis ojos, el ritual hubiera fallado de alguna manera, pero entonces Rémulos tendió sus puños cerrados hacia mí, lentamente giró para dejar los dedos hacia arriba y los abrió.
En su palma, las cuatro muestras que fueran negras y purulentas, descansaban ahora blancas y limpias como pedazos de luna y nubes, rodeadas por un suave resplandor nacarado. Limpias.

Curadas.

Si antes no había hablado por miedo, ahora no podía hablar de emoción. El nudo en mi garganta llegó tan de repente que mi mano acudió a mi cuello y mis ojos se llenaron de lágrimas. Una cura... La salvación de Averil, de la dulce Bellota, de la hija de la mitad de mi alma... mi redención... El objetivo único de mi vida desde mi retorno del Tormento... Las emociones me sobrevivieron una intensidad que me era desconocida, ajena como he vivido siempre a ellas.

Rémulos lo percibió, clavando sus ojos en los míos. Sospecho ahora que tal vez la alegría que me invadió ondeó a mi alrededor como antaño lo hizo el desconsuelo convertido en alas de sombra.

- Hemos dado un gran paso hoy aquí, Trisaga- dijo entonces.- Tu ayuda ha sido inestimable en esta lucha, en el inmenso avance en la recuperación del Sueño Esmeralda...

Asentí, temblorosa, sin poder pensar con claridad. Toda yo temblaba, presa del alivio más inmenso que pudiera imaginar. Una conmoción recorrió el aire entonces y me volví sobresaltada. La gratitud que me invadió entonces no tuvo fin.

Dretelemverneth, ante los atónitos ojos de los ciudadanos y las sacerdotisas, descendió sobre la plataforma de madera que había a nuestra derecha. Verle allí, resplandeciendo con sus escamas broncíneas en la noche, reflejando una luz que parecía venir de todos lados, me llenó de alegría. Su visión era gloriosa, allí, dorado en la plataforma, como un dios regresado de un tiempo antiguo.

- Ve ahora - dijo Rémulos- alguien está a punto de despertar y necesitará que estés a su lado.

Tan dignamente como pude, conteniéndome para no arrojarme a sus pies en agradecimiento, me incliné ante él. Seguía siendo incapaz de decir una palabra, pero no era necesario, lo vi en sus ojos. Y luego, como una chiquilla impaciente, corrí hacia la plataforma, donde mi compañero, Dretelemverneth, esperaba.

No nos hemos detenido desde entonces, el sol ya resplandece sobre nuestras cabezas...
Algo se perfila en el horizonte.
Una costa nevada, la sombra violácea de un templo en la lejanía.

Averil, ya llegamos...

Los Hilos del Destino XLVI

lunes, 12 de abril de 2010

12 de Abril

Apenas puedo escribir, mis manos tiemblan violentamente. Ni siquiera el poderoso cuerpo de Dretelemverneth , que carga conmigo, me infunde fuerzas. Pero debo escribir, aunque sea por no perderme en el delirio, aunque sea por no sucumbir. Sobrevolamos las verdes estepas de Mulgore en camino hacia Claro de la Luna, donde Anacronos ha ordenado que entreguemos las muestras para que el venerable Rémulos pueda estudiarlas y elaborar la cura, si existiera, para mi adorada Zoë.

En una urna mágica elaborada por las Escamas de las Arenas, descansan las muestras de corrupción que tantas penurias me ha costado obtener. El eco del delirio de los dragones, su agonía y su dolor, resuenan en mi cabeza, como si mi Don tuviera dificultades en asimilarlo y liberarlo.

Fue necesaria la ayuda conjunta de los druidas, los magos y el Vuelo para poder cumplir esta misión, para que los hilos del destino no se rompieran al moldear el espacio y el tiempo para permitirnos acometer esta prueba, pero al fin los cuatro dragones descansan, libres de su tormento, y Zoë se encuentra más cerca de la salvación.

Esta tarde llegaremos a Claro de la Luna y entregaré las muestras a Rémulos, que presenció el asesinato de Finarä y no hizo nada por salvarla, que no...

No, la locura de los dragones intenta invadirme, pero he de ser fuerte, he de arrancar estos pensamientos oscuros y llenos de rencor de mí. No son propios de un Bálsamo. No son propios de mí.

Siento la mente de Dretelemverneth tanteando suavemente la mía, pero no debo dejarle entrar. Temo que la corrupción pase a él antes de que consiga neutralizarla... Está preocupado, pero no puede hacer nada más por mí, salvo llevarme con alas raudas a los pies de aquel que habrá de salvarnos....

Que Elune nos asista.

Reflexiones en escarlata

miércoles, 7 de abril de 2010

Hace poco más de un mes:

Tumbada en el jergón, Aurora cruzó las manos tras la cabeza y contempló desapasionadamente el techo. La pequeña habitación de la posada tenía las vigas bajas y algo resquebrajadas, pero al menos estaba limpio y el colchón no tenía pulgas. No las había tenido todas consigo cuando cruzó el umbral envuelta en su capa y pidió cena y alojamiento para la noche; era más que consciente del odio que despertaba su Orden en los Reinos del Este, y no descartaba que alguien la reconociera en el atestado comedor.
Aquellas reflexiones la fueron sumiendo lentamente en un estado de duermevela.

Aunque los muros del monasterio eran gruesos y la celda de aislamiento no tenía ventanas, el clamor rompió la quietud del claustro y los pasillos y traspasó la gran puerta de roble, despertando a Aurora de su sueño.
Frunció el ceño. Habían sido ya largas semanas de aislamiento para su reinserción en la Cruzada antes de volver al servicio en Rasganorte, semanas de soledad y silencio, de reflexión y oración. Era el momento para plantearse las cosas, para reponer fuerzas (pese a las exiguas comidas), para redefinir el camino que quería seguir. Ahora escuchaba el clamor en los pasillos sin comprender qué podía ser tan importante para romper la quietud y la férrea disciplina del Monasterio Escarlata.

Los golpes retumbaron en la puerta y la sobresaltaron. Se puso en pie, alarmada.

"¡El Traidor ha caído!" bramó la voz al otro lado, aporreando las puertas de las celdas en una carrera frenética, alejándose por el pasillo "¡El Traidor ha caído!"

Las voces, incrédulas, exultantes, emocionadas, enloquecidas de triunfo, corearon la noticia, alejándose por los pasillos.

¡El Traidor ha caído! ¡El Traidor ha caído!

Aurora Lightpath, llamada la Rosa de Alterac, teniente del Embate Escarlata, cayó al suelo de rodillas, incapaz de pensar. Las voces se alejaban por el pasillo.

¡El Traidor ha caído! ¡El Traidor ha caído!


Abrió los ojos, estremecida por aquel recuerdo, e inspiró profundamente. Por mucho que lo intentara, todavía no conseguía asumirlo: Arthas muerto, el Rey Litch exterminado y los restos de la Plaga en evidente repliegue y declive. El triunfo absoluto de la lucha de toda una vida, la más grande de las victorias. Sí, pero... El fin de la única vida que conocía, al fin y al cabo, del único objetivo en su destino, un destino por el que había renunciado a tanto, por el que había padecido tanto... El dolor, la penuria y el miedo no la habían echado atrás porque siempre había un objetivo por encima de todo, una causa, una auténtica razón para luchar.

¿Y ahora? ¿Cómo asumir el vacío absoluto, el fin de la vida tal y como la conocía hasta aquel glorioso y fatídico día?

Y no solo eso. ¡Ah! ¡Si tan solo hubiese sido eso!

Cierto era que nunca se había cuestionado las órdenes, puesto que de haber sido indisciplinada nunca hubiera ascendido en el ejército. Cierto es que no había dudado cuando el príncipe Arthas ordenó la carga contra Stratholme, ni cuando se tomaron las medidas más salvajes contra aquellos que venían de las tierras infectadas. Había creído en ello, en la necesidad de que alguien hiciera lo correcto por duro que fuera, de que alguien mantuviera la firmeza necesaria para hacer frente a aquel horror. Poco le habían importado las acusaciones de fanatismo y el rechazo, porque hacía tiempo que había comprendido el gran sacrificio que significaba luchar contra la Plaga. Y sin embargo...

¿Cuando había nacido la primera duda? ¿Cuando?
No lo había olvidado ¿Cómo hacerlo?

El Alba Carmesí... Cuando Abbendis les hizo retirarse del combate e ir a luchar al Norte, con la sombra de Acherus proyectándose sobre Nueva Avalon... ¿Qué sentido tenía dejar que arrasaran la Mano de Tyr para ir a defender Rasganorte? Y luego, en el Embate ¿Caballeros de la Muerte? ¿Sacedotes sombríos? Había luchado por seguir confiando en sus líderes, en Abbendis y Viento Oeste, pero ¿Donde habían quedado los preceptos de la Orden?
Y después, el ataque a la Mano, las palabras de Lady Doria... ¿Por qué reconstruir el fuerte? ¿Atacar a la Alianza? ¿A la Horda? ¿Desviar tantos recursos y efectivos a zonas no afectadas por la Plaga?

Sí, ahí su firme disciplina había comenzado a tambalearse, su lealtad. De vuelta en Azeroth había visto confirmadas sus sospechas, y la tortura...

Se estremeció.

Todavía sentía arcadas cuando pensaba en ello, recordaba las quemaduras (¿cómo olvidarlas, a la vista de las cicatrices?), la forma en que la miraban, como si fuera una fiera enloquecida, algún tipo de monstruo exótico y desconocido... ¿Cuando habían dejado de luchar por el mismo objetivo? ¿Cuando?

"¡Mirad a la traidora escarlata!" había gritado el mariscal mientras la paseaban encadenada por la plaza más concurrida de Ventormenta.

"¡Monstruo!" había gritado la multitud, lanzándole toda la inmundicia al alcance de su mano.

¿Cuando se habían convertido en el enemigo? ¿Cuando se habían vuelto tan ciegos?

Solo podía rezar, encomendarse a las Tres Virtudes, rogar a quien fuera que escuchara que ahora, convertida en desertora de la Cruzada Escarlata, odiada por Alianza y Horda por igual, no muriera abandonada en tierra de nadie...

Rogó por ser fuerte fuera del campo de batalla, fuerte para afrontar la vida sin el escudo de su convicción.

Para sobrevivir.

A sus labios regresó una vieja oración de su niñez...

"Luz Bendita, no me abandones aunque yo te abandone... No me pierdas aunque yo te pierda..."

Los Hilos del Destino XLV

lunes, 5 de abril de 2010

5 de Abril:

Han pasado meses desde la última vez que escribí, y sin embargo nada he conseguido todavía. El movimiento de las tropas necesarias para poder hacernos con los dragones es lento y además poco menos que inútil, puesto que los dragones, lejos de permanecer quietos custodiando los portales, deben tener guaridas ocultas donde se guardan de los ojos de los mortales. Así sucede que el ejército llega al portal y no hay dragón para combatir.

Esto recae en el ánimo de aquellos que han venido a auxiliarme en mi misión. No es solo el tiempo de viaje, sino la necesidad de coordinar a un gran numero de personas, que para cuando el vigía avisa del regreso del dragón, tardan tanto en reunirse de nuevo que el dragón vuelve a marcharse... Están desanimados, e incluso mi esperanza flaquea.

Últimamente Dremneth me ha pedido que le cuente la historia de Liessel, que tanto tiempo he guardado en mi interior. Es tan larga, oscura y compleja que en ocasiones me sorprende pensar que pese a todo, lo superamos, y que pese a todo aún estoy aquí, cuando pensé que nunca me repondría.

Me consuela pensar que ahora que el Rey Exánime ha caído, y que se venció al señor del Templo Oscuro y por tanto a la Legión, Liessel descansará al fin. Quiero pensar que allá donde esté conozca al fin la paz, y que vea desde allí como pongo mi vida a disposición de la salvación de su hija, como no pude hacerlo para salvarla a ella.

Dremneth me espera en la entrada, en silencio. Esta noche sobrevolaremos los bosques de nuevo en busca de esos dragones huidizos que parecen ocultarse de nosotros. Ojalá encontremos alguna guarida esta noche.

Ojalá.

Hester Stanhope, diario II

5 de Abril

Parece mentira, pero el tiempo pasa deprisa. Apenas he tenido tiempo para descansar, mucho menos para escribir.

El certificado de padrón se gestionó rápidamente y recibí por correo los permisos pertinentes para abrir el taller. He tenido el pueblo lleno de carpinteros y obreros todos estos días y el taller ya ha abierto sus puertas a la clientela. Por ahora todo son labores de remozamiento para el pueblo, y me estoy planteando negociar con el alguacil de Entrañas para abrir cuenta con ellos y encargarme también del mantenimiento en la ciudad. Ya va siendo hora de hacerle algunas reformas... Aunque para eso tendré que contratar más gente, es demasiado trabajo para una sola. Lo iré viendo sobre la marcha, cuando vea que tal evoluciona el negocio.

El otro día, cuando salía del taller para tomar un descanso en la posada, me interceptó un troll de aspecto estrambótico. Parecía perdido y me ofrecí para darle indicaciones. Casi se me para el corazón (figuradamente, supongo) cuando preguntó por Algernon... El mundo se me cayó encima ¿El pobre y leal Brontos convertido en un no-muerto por mi culpa? Afortunadamente, tras no demasiadas indagaciones, encontré al interfecto. Es un zombi medio descompuesto que vende potingues y que no tiene nada que ver con mi buen amigo. Espero de corazón que Brontos descanse en paz, donde quiera que esté.

Lo que me inquieta es otro asunto: hace menos de una semana, Kronkar apareció en Rémol preguntando por Sacat. Sabía que Sacat estaba viva, porque fue por ella que Imoen me encontró, pero.. ¿En Rémol?
No me inquieta que sepan lo que soy, porque ellos fueron los principales artífices de mi regreso, pero conocen quien era antes de ser Hester y puede derrumbar toda mi coartada como si fuera un castillo de naipes. No tengo ya suficiente con evitar el barrio de los pícaros en Entrañas para no encontrarme con Gregory Charles, sino que además ahora tengo que andarme con cuidado para no encontrarme con Sacat o Kronkar por el pueblo...

Quieran los dioses que no asomen la cabeza por el taller.
No quiero tener que matarlos.
No quiero volver a hacer eso nunca más...

Tengo noticias de Trisaga, aunque no por ella misma, que todavía ignora mi regreso. Determinados rumores en la ciudad y el pueblo hablan de un duende de la noche (así llaman a los Hijos de las Estrellas) que está reuniendo a gentes tanto de la Alianza como de la Horda, sin importar raza ni nación, para abatir a cuatro dragones del Vuelo Esmeralda.

Bendita Kess´an, moveré tantos hilos como pueda para conseguirte las tropas que necesitas, a tí, que has volcado tu vida en la salvación de mi hija...

Debo planear un viaje a Rasganorte cuando las cuentas del taller estén en orden. Debo ver a Zoe, ansío besar su frente, acariciar su cabello. Daría mi vida por hacerla despertar, por ver esos ojos hechizados, por tomarla de la mano y decirle que cuidaré de ella mientras quede un soplo de vida en mí, y más allá.

Mi Zoe, mi dulce Zoe...
Bellota...