La Búsqueda del Guardián XX

domingo, 13 de junio de 2010

La humedad se pegaba a la piel como una capa de aceite en aquel calor asfixiante. Ya había perdido la cuenta del tiempo que llevaba en aquel lugar, cuantas veces el afilado cuchillo de su captor había recortado retales de su piel, cuantos experimentos había hecho con ella, dejándola febril y exhausta. Seguía sin entender por qué la mantenía viva, sabiendo ahora lo que habitaba aquellos zarcillos: el orco había parecido tan aterrado como ella misma... Averil se revolvió en la penumbra de la cueva buscando una posición más cómoda y enterró el rostro entre las rodillas recogidas contra su pecho. El único refugio que le quedaba en aquella captura interminable era el sueño, curiosamente exento de pesadillas desde que aquello hiciera acto de presencia en las cercanías del Nodo. Ahora Krog´nash parecía intranquilo, como si algo le inquietara, y vigilaba la puerta con insistencia. Sospechaba que cuando estaba dormida, también salía en busca de lo que fuera que le alertaba. Cerró los ojos y suspiró, tratando de dormir, y poco a poco una pesada indolencia fue haciendo presa en ella. Si solo consiguiera dormir...



- Averiiiil- la voz de su captor resonó en la cueva, en una muda parodia del suave despertar de una madre a sus hijos.

Alzó la vista con pesadez, profundas ojeras se marcaban bajo sus ojos. Krog´nash, que sonreía en una mueca irónica, se acuclilló junto a ella y le sujetó el mentón con una garra oscura para obligarla a mirarle a los ojos. Si esperaba rabia o mudo desafío, tuvo que conformarse con la mirada ausente y agotada que le devolvían aquellos ojos tan dispares. Llevaba los cuchillos al cinto: se preparaba para salir.

- Pon atención- dijo entonces con aquella voz ronca, clavando en sus ojos aquellas pupilas rojo sangre, terribles, amenazadoras- Pase lo que pase, recuerda que te estaré vigilando desde cada sombra.

Averil suspiró y bajó la vista cuando él la soltó, volvió a esconder el rostro entre las rodillas. ¿Por qué no la dejaba en paz? ¿No tenía bastante con la tortura? ¿Con tenerla cautiva en aquel pantano?

- ¿Y por qué no me matas de una vez? - preguntó con voz cansada- ¿Me vas a tener aquí por el resto de mis días?

Su captor no respondió, cosa harto extraña. Cualquier cosa que dijera ella se veía contestada de inmediato por alguna frase maliciosa, deliberadamente cruel o sencillamente por un bufido de desdén o una risilla despectiva. En esta ocasión no hubo nada. Alzó el rostro, intrigada: no había nadie más en la cueva.

- ¿Estás ahí?- inquirió a media voz, repentinamente inquieta. Su voz resonó en las paredes de la caverna- ¿Hola?

Nada, ni un sonido. Se puso en pie trabajosamente, algo tambaleante a causa de la fiebre, la desnutrición y el calor.

- ¿Hola?- inspeccionó intrigada los rincones más sombriós de la cueva- ¡Eco!

El sonido de su voz rebotó en todas las paredes y volvió hacia ella fragmentado, repetido numerosas veces. Su corazón empezó a latir como un tambor constante ¿Realmente la había dejado sola? Se acercó a la puerta y se asomó levemente. Puso un pie fuera. Nada.

- ¿Estás ahí, orco asqueroso?

"Asqueroso... oso... oso..."

Ninguna respuesta, salvo el eco sordo de su voz. Una risilla nerviosa brotó de su pecho ¡Realmente se había marchado!

- ¡Eoooooooooooo!

"Eoooo... eoo... eo"

La puerta era como una abertura levemente más clara que la roca a causa de la oscuridad reinante en el exterior y la densa vegetación. Cruzó aquel tétrico umbral y contempló la densidad de la espesura cenagosa. Los ruidos de la marisma era todo cuanto se escuchaba: gorgoteos, crugidos...

- ¿Hola?

Nada. Realmente se había marchado... Sí, había llevado consigo las dagas, estaba tenso. La urgencia de dejarla sola y consciente debía ser muy intensa, tal vez aquello que merodeaba la ciénaga estuviera amenazando su escondite... Miró a su alrededor, la negra espesura, el agua estancada... Tal vez si corría lo suficiente pudiera esconderse de él... Tal vez si encontraba un camino, podría seguirlo hasta pedir ayuda. No estaba en buen estado, eso era evidente incluso para ella: el dolor de cabeza era desesperante, y todavía quedaban rastros de drogas en su sangre. Podía sentirlo, aquella extraña sensación que le impedía concentrarse en los hechizos que recordaba de la Academia...

- Venga, Bellota. - se dijo, agazapándose junto a la entrada- No es momento para niñerías.

Respiró hondo.

- Es ahora o nunca ¡Vamos!

Echó a correr, pegada a la pared de la montaña que alojaba la cueva, descalza como iba. Trató de imitar los gestos de Krog´nash cuando la llevó hasta el Nodo, agazapándose en los matojos, esperando pacientemente el momento propicio para pasar.. Tras avanzar un centenar de metros tuvo que detenerse y apoyarse pesadamente en un árbol: le faltaba el aliento y estaba terriblemente mareada. Trató de acompasar su respiración.

"Te acecharé vayas donde vayas... en cada sombra"

Se volvió sobresaltada, buscó frenéticamente con la mirada la silueta de su captor, pero no vio nada. El recuerdo de la terrible huida por el bosque, hacía una vida, en las Colinas Pardas, llegó a su mente... Si él no quería, ella no le vería.

- Déjame, déjame, déjame, déjame...- murmuró, y reemprendió la carrera. Esta vez no se lo pondría tan facil.

A la humedad del ambiente se sumó el sudor de su piel por el esfuerzo y la fiebre. No veía con claridad, pero no podía dejar de correr. Sus pies descalzos tropezaban frecuentemente, torpe como se sentía, pero no se detuvo. Solo corrió, corrió aunque le ardieran los pulmones, hizo requiebros en el camino tratando de despistar a su captor, si es que realmente le seguía, si es que no había acabado por volverse loca y estuviera oyendo voces... Algo se le clavó dolorosamente en la planta del pie y cayó al suelo. Se arrastró con urgencia contra un tronco para resguardarse y observó el desaguisado con la mirada aún turbia por las drogas. El pie sangraba y dolía, pero fuera lo que fuera, se había hundido tanto en la carne blanda que no conseguía ni tantearlo con los dedos.

- !Au, au, au, au!- gimoteó mientras se arrancaba un pedazo de camisa y se envolvía los pies a modo de improvisados zapato. Se puso en pie, probó a apoyar e peso del pie herido. Dolía de manera pulsante.- ¡@*#**@!

"Pues te aguantas, Bellota ¡Corre!"

Justo en aquel instante detectó movimiento por el rabillo del ojo y se volvió aterrada por la posibilidad de que aquella pequeña detención hubiera supuesto que su captor la alcanzara. Una figura oscura se recortaba contra la vegetación: era inmensa y caminaba erguida pero no era su captor, aunque no llegara a distinguir sus rasgos. Aquella criatura también parecía sorprendida al verla y la miraba con intensidad.

"Parece que te busca... quiere matarte... ¿Caer Visnu?

- No... no te acerques- Averil retrocedió lentamente, sacudiendo la cabeza- ¡Dejádme en paz!

Corrió como si le fuera la vida en ello, sintiendo las hojas de aquellos árboles oscuros abofetearle el rosto. A cada paso que daba, el dolor del pie era más y más profundo, pero no debía detenerse, no podía permitir que la ancalzaran. ¿Había sido aquel el plan de su captor desde el principio? ¿Hacerla creer que podía huir para cazarla después, como un gato a un ratón? Corrió, cojeó, tropezó. Perdió el aliento, lloró en silencio, desesperada. Aquel lugar era una sucesión interminable de ciénagas, trampas de arena, lianas putridas... Oyó en la espesura el chasquido de las arañas gigantes y su corazón se sobrecogió de miedo, pero no se detuvo.

- ¡Corre, Bellota, corre!

El tiempo se deformó en su mente ¿llevaba corriendo días? ¿Horas? El dolor de cabeza se incrementaba, el mareo era cada vez más intenso y el pie dolía de manera cada vez más insoportable. Se dio cuenta de que a cada paso que daba, un gemido brotaba de sus labios, que las lágrimas caían de sus ojos... Al cabo de una vida, cuando le pareció que ya había dejado atrás y desorientado a su captor, se detuvo al fin, resollante. Todo daba vueltas y tuvo que arrodillarse para que la caída al suelo no fuera tan fuerte. El zumbido en su cabeza no le dejaba pensar con claridad. Cerró los ojos, respiró hondo tanto como pudo: los pinchazos en el costado la doblaban por la mitad.

- Shhhhh.

Reprimió un grito y cayó contra el tronco que tenía a su espalda, sorprendida y aterrada por la cercanía de aquel susurro. Alzó la vista. Ante ella se alzaba la misma criatura terrorífica de la que creía haber huido ¿Cómo la había encontrado tan deprisa? Se aplastó contra el tronco como si pudiera fundirse en él. La criatura se acercó, amenazante, con aquellas inmensas astas, con aquel cuerpo colosal y aquella extraña luz crepitante a su alrededor.



- De... dejadme en paz...- el tronco le recordó que no podía seguir retrocediendo y se quedó aplastada contra él como una bestiezuela asustada- Dejadme ir... por favor... por favor...

- Calma- dijo figura cerniéndose sobre ella. Una voz grave y extraña, con un marcado acento brotaba de aquel morro alargado.- Y cambia la persona del verbo, he venido sola.

Averil buscó frenéticamente con la mirada algún lugar por el que escurrirse. Aquel ser siguió hablando como para sí..

- Aunque ese orco me ha llevado hasta tí- se mesó la pronunciada barbilla y miró a su alrededor con suspicacia. Luego volvió a mirarla a ella y clavó los ojos oscuros en el pie herido- Mira, ahora me acercaré y te haré un vendaje decente en ese pie.

El corazón de Bellota se disparó violentamente.

- ¡No quiero más vendas! ¡Ni mas cuchillos! ¡Ni más agujas!- quería chillar, pero la voz le salió exhausta, como si algo le atenazara las cuerdas vocales- Por favor...

Con un chasquido, la extraña red luminosa y crepitante entorno a la criatura se esfumó. Se acercó tendiendo hacia ella las manos inmensas.

- ¿Vas... vas a llevarme con él otra vez?- las palabras se escapaban temblorosas de sus labios. La habían atrapado... de nuevo...

- ¿Con... quien?- respondió aquella voz extraña y profunda.

Sentía la garganta seca y los ojos terriblemente húmedos.

- Con él... con el orco...- le faltaba el aliento ¿Por qué le costaba tanto respirar?

Aquel inmenso ser se arrodilló pesadamente frente a ella. Sintió su mirada fija, un interrogante en sus ojos.

- ¿Ya que estamos... ¿Cómo es ese orco?- fingió con su extraño acento.

Grande, aterrador, de ojos de sangre...

- Ve... verde...- la criatura soltó un extraño sonido, como una siniestra carcajada- ¿Por qué no me matáis ya? ¿Por qué me torturáis así? Yo no tengo la culpa de esto...

Una ceja peluda se arqueó con curiosidad.

- Eres uno de ellos ¿Verdad?- continuó Averil, ya resignada a aquel final- Del Caer Visnu... Has venido a matarme...

Se dejó caer de espaldas en el suelo, para quedar sentada como una muñeca desmadejada.

- Pues nada, matadme.- susurró- Yo ya no puedo correr más, ya me da igual.

"Lo siento, lo siento, lo siento... Dishmal, Liessel, Brontos, Trisaga... Papá... Mamá... Ángel...
La voz profunda de aquella criatura la hizo estremecer mientras las lágrimas se deslizaban rápidas por sus mejillas manchadas.

- Salvo que de repente pierda toda habilidad y la espifie mucho con los vendajes- dijo aquella criatura de extraño acento- no pienso matarte ¿Por qué iba a hacerlo?

Averil resopló ¿Por qué seguían negándolo?.

- ¿No es eso lo que queréis? ¿Matarme porque sueño?

La extraña criatura dijo algo, pero no pudo entenderlo. En cualquier caso, sentía que se burlaba de ella. De pronto aquel ser se quitó el casco revelando unos ojos inmensos y un morro alargado, coronado por dos astas curvadas. Averil abrió los ojos con sorpresa y por un instante, la curiosidad se antepuso al miedo.

- ¿Qué... qué eres?- inquirió, encogiéndose contra el tronco a su espalda - ¿Un demonio?

Las carcajadas de la criatura resonaron en la selva. Sus ojos tenían un brillo extraño.

- ¿Nunca has visto una tauren?

Aquel nombre le resultaba vagamente familiar y frunció el ceño tratando de concentrarse. Los recuerdos se abrieron paso por su mente y estallaron en su cerebro: largas tardes de estudio al cálido sol de primavera, tirada en el césped de la Academia, en Dalaran...

- ¡Tauren!- exclamó, orgullosa- ¡De Mulgore! He leído sobre ellos en la academia...

Un siniestro ulular a su derecha le recordó su tesitura y enmudeció, empequeñeciéndose. La tauren asintió.

- Sí, "Los tauren felices vienen de Mulgore" ¿Te suena? Y no, no doy leche todos los días ni tengo intención de ser la cena de nadie. Ni del mismísimo Thrall...

Los ojos asustados de la muchacha se clavaron en ella.

- ¿Thrall? ¿Es uno de los vuestros?

Las cejas de la tauren se arquearon sorprendidas.

- ¿Thrall? Es el Glorioso Jefe de Guerra de la Horda. Todavía.

Averil se aplastó todavía más contra el tronco, tratando de mimetizarse o fundirse con él. No podía ser verdad, no, sencillamente no podía...

- ¿De la Horda?- la voz ahogada escapó de sus labios- ¿El Caer Visnu es la Horda?

De pronto la voz malvada y ronca de Krog´nash resonó en un grito en la selva oscura:

- ¡Intenta que confies mara matarte cuando estés despistada!- bramaba- ¡Corre, Averil, corre por tu vida!¡Huye del Caer Visnu y no confíes en nadie!

Averil saltó como una liebrecilla y su corazón desbocado atronó en su pecho.

- ¡Tengo que salir de aquí!

Y sacando fuerzas que ni sabía que le quedaban, se escurrió fuera del alcance de su nueva captora y corrió hacia la espesura a trompicones, con el pie herido doliendo poderosamente. Corrió tan deprisa como le permitía su maltrecho cuerpo y su maltratado corazón, gemidos entrecortados brotaban de sus labios atenazados por el miedo. Cayó al tropezar con una raíz y se quedó tendida en el suelo un instante, esperando el golpe de gracia.

"¡Huye!" susurró la voz malévola en su mente."Quiere matarte, todo lo que dicen son mentiras.. Caer Visnu... vienen a por tí..."

Sollozó y se puso de nuevo en pie, ya sin aliento, corriendo a ciegas por la marisma, con el corazón palpitándole en la boca, sin poder contener los gemidos desesperados que el miedo le arrancaba del pecho. En su cabeza el zumbido constante fue creciendo en intensidad hasta nublar su vista y el suelo se volvió inestable. Tropezaba constantemente y el pie le dolía de una manera atroz. Tuvo que detenerse al llegar a un tronco particularmente grueso porque las rodillas amenazaban con tirarla al suelo, le dolía tanto la cabeza... Se masajeó las sienes, cerró los ojos. Cuando sintió que podía volver a correr, reemprendió aquella huida desesperada a través del pantano. Como un estruendo ensordecedor, el dolor llenó su mente, su voluntad flaqueaba ¿Qué estaba pasando?

De pronto, la espesura se abrió revelando unas formas blancas recortadas en la oscuridad de un lago. Su corazón se encogió en un puño, trastabilló y retrocedió desesperada.

- No, nononononono- gimió, alejándose del nodo, caminando hacia atrás, tropezando- No, no, no, no, no, no, no, no, no....

El mundo daba vueltas, apenas podía respirar, corrió para alejarse del Nodo, pero no sabía si corría de vuelta a los brazos de sus captores. El dolor, el mareo, aquel zumbido insoportable no la dejaban pensar. Corrió lo que le pareció una vida y para cuando las fuerzas la abandonaron, cayó aparatosamente al suelo. Esta vez no se quedó tendida, se encogió hasta formar un ovillo, como si su cuerpo tendiera a encogerse y encerrarse sobre sí mismo. Los sonidos de la marisma resonaban a su alrededor, se arrodilló con dificultad. Necesitaba salir de allí, alejarse de todo aquello, mandar un aviso... Se masajeó las sienes.

- Piensa, Averil...- se dijo en voz alta y rasposa- el hechizo, el hechizo...

Frunció el ceño tratando de concentrarse, pero el dolor era agónico y las ideas no llegaban a unirse en su mente. Palabras sueltas, breves recuerdos.

- Eleka namen namen...- titubeó- Eleka... - chasqueó la lengua con frustración ¿cómo era- Natum eleka, eleka ¡AGH!

Se frotó el rostro con las manos, desesperada.

- Acuérdate ¡Acuérdate, maldita sea!- gimió, pero el hechizo la rehuía...

¡Ya vienen!" siseó la voz maléfica en su mente "Huye!"

Como un aguijón, aquella voz la espoleó y se lanzó de nuevo a aquella carrera que era apenas más rápida que un paseo, arrastrando el pie herido, tropezando con cada raíz, arañándose con cada rama. Con las manos se aprisionaba el costado, que pinchaba con fuerza por la desigual carrera. Las palabras febriles escaparon de sus labios, un lamento casi mudo, un lamento que nadie oiría...

- No puedo más...- gimió sin dejar de avanzar- no puedo...

No se secó las lágrimas, aunque apenas podía ver. Sorbió la nariz, sollozó, siguió andando y cruzó uno de aquellos canales poco profundos de aguas fétidas.

- Por favor... por favor... que alguien me ayude... - tropezó en el limo de la orilla y cayó de cara sobre el fango. El golpe le arrebató el aire.

- Angel... - un susurro mudo, ahogado en el barro- Angel ¿Donde estás?

El querría que luchara, que corriera. Él lo querría.

- Levántate, Bellota- se dijo en apenas un susurro- Vamos, vamos...

Como una autómata se puso en pie y tomó aliento. El mundo se sacudía espasmódicamente a cada paso que daba, como si su cerebro saltara dentro del cráneo con cada sacudida. ¿Hacia donde correr? ¿Donde huir?
Avanzó penosamente, con urgencia, arrastrando el pie herido. Aquello era avanzar solo por no quedarse parada, por mucho que doliera, por mucho que costara...

De pronto, un poco más adelante, le parecía que la espesura menguaba, que había un espacio abierto al otro lado.

- Vamos, Bellota...- se dijo, ansiosa- ¡Vamos!

Haciendo un último acopio de fuerzas, reemprendió la carrera, con un pequeño gérmen de esperanza brotando en su pecho. La marisma terminaba, allí encontraría ayuda, allí habría un camino por el que tarde o temprano pasaría alguien. Los sollozos de alivio ascendieron por su garganta mientras se acercaba a la última franja de vegetación. La salvación, la salvación... ¡No iba a morir! ¡Podría salir de allí! ¡Volver a la protección del mundo que conocía! ¡Cesaría el miedo, y el dolor...! Atravesó la última franja de espesura, entró en espacio abierto.

- ¡Va...!

Su decisión desapareció, las palabras murieron en sus labios. Contempló aturdida la inmensa playa que se abría ante ella, el mar...

- No... por favor...

Sus pies se movieron solos, la llevaron a trompicones desconcertados por la arena cálida mientras ella miraba descorazonada el telón azul oscuro del cielo contra el mar como si esperara que un tramoyista celestial lo alzara mostrando su salvación... Pero no aparecía nadie, el cielo seguía allí, el mar...

- No, no, no...

La insistencia de su mirada tampoco tuvo efecto: el cielo siguió siendo oscuro, el mar a sus pies, de color índigo, el silencio absoluto... Sus pasos erráticos llegaron a la orilla, las olas le besaron los pies, pero no se detuvo, siguió avanzando en el agua como si entrando en ella pudiera demostrar que era una ilusión, que no era real...

- Por favor... por favor... - todo perdido, todo. El fin. - ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!

Cayó de rodillas en el agua, la sal escocía en las heridas, pero ¿Qué importaba ya? Ya no podía correr, aunque quisiera, ya no había mundo para huir.

- Lo siento, Bálsamo...- sollozó- Lo siento...

- El agua de mar es buena para las heridas.

Arrodillada en el agua, Averil se encogió como si hubiera recibido un golpe, pero no se movió. La tauren se acercó, sus pezuñas chapoteaban en el agua tranquila.

- Matadme ya.- murmuró- Ya... ya no puedo más... Ya me tenéis, sea por lo que sea que me odiáis tanto... Pero ya no voy a correr más, ya no puedo...

La tauren se detuvo junto a ella, podía oler el sudor de su pelaje.

- Mejor, porque oye...- comenzó con aquella voz profunda y gutural- corres que te las pelas...

Averil no la miró, tampoco prestaba atención a sus palabras. Seguía murmurando, solo para sí.

- A lo mejor es mejor así, a lo mejor Bálsamo no tenía que haberme salvado, a lo mejor hubiera sido mejor morir al principio...

La tauren enmudeció de pronto. Luego, su voz cobró un nuevo matiz.

- ¿Bálsamo... Trisaga?- con el corazón encogido, Averil alzó la vista y la miró- ¿El Bálsamo?

La muchacha suspiró.

- Ella luchó por salvarme, pero no ha servido de nada... De nada...

La inmensa criatura negó con la cabeza y sonrió.

- Espero que no sea así, porque tendremos un serio problema entonces...

Desconcierto. Frunció el ceño

- ¿No eres... uno de ellos?

Aquel misterioso ser imitó su gesto con despreocupación.

- ¿Ellos? Es que no sé a quien te refieres. Si hablas del Círculo de la Tierra, sí.

Averil negó lentamente con la cabeza.

- El Caer Visnu... Ya mataron a todos, solo falto yo...- sorbió la nariz.

La tauren se arrodilló junto a ella.

- Yo no sé quién o qué es eso- dijo con voz tranquila- y lo de caer, lo justo... He colaborado con el Alba Argenta, la Cruzada Argenta, el Círculo Cenarion, la...

- En... entonces ¿Por qué me buscas?

Los hombros inmensos se encogieron con tranquilidad.

- Me lo pidió un Ancestro. Créetelo o no.- frunció el ceño- Y ahora ¿salimos del agua? Mi cota de mallas no soportará mucho tiempo el remojo... Apóyate en mí.

"¿Qué mas da lo que pase?" pensó Averil, agotada, pero pese a todo se apoyó en la tauren y dejó que la acompañara hasta la orilla seca.

Cuando estuvieron alejadas del agua, Averil se sentó con gesto de dolor.

- Deja que te mire eso- dijo aquella extraña recién llegada arrodillándose ante ella y tomándole el pie herido.

- Me clavé algo.- hizo un mohín y observó con atención a aquella recién descubierta criatura. Estudió su denso pelaje, corto como el de las reses que tenían en la granja, en aquella otra vida. Su tacto era suave, cuidadoso, cálido.

- Explícame qué te pasa, qué te ha hecho el verdete ese- la voz de la tauren la sacó de su ensimismamiento. Estaba extrayendo de una mochila unas vendas y unos instrumentos de curación, parecidos a los que había utilizado Krog´nash en sus experimentos.

Inconscientemente, Averil se llevó la mano a los zarcillos.

- Ahora están calientes siempre- murmuró ausente- tengo... tengo miedo de que vuelva.

Trató de explicar lo que sucedía a su sorprendente sanadora, pero no encontraba el modo de hacerlo. La cabeza le daba vueltas, no conseguía pensar con claridad, estaba tan agotada... La tauren no insistió y se centró en su pie, del que estrajo un buen pedazo de raiz que se había clavado profundamente en la carne. Cuando hubo limpiado y vendado la herida, la cargó en brazos como si no pesara nada y caminó hacia la espesura de nuevo.

- Mi nombre es Kluina-ai- dijo con voz queda mientras se alejaban- pero todos me llaman Klui.

Averil se enderezó en sus brazos. Las palabras acudieron por cientos a sus labios.

- Yo te... te...- dijo atropelladamente- Bálsamo dijo que.... ¡Tú eres ESA tauren! ¡Tú la conocías!- se tapó la boca, repentinamente emocionada. Unas lágrimas muy distintas afloraron a sus ojos.

Kluina-ai Nubeblanca suspiró.

- No la vi más que una vez

- ¡Pero me habló de tí! ¡Me dijo que la ayudaste con los dragones!- exclamó la muchacha, repentinamente llena de esperanza- ¡Dioses, eres ESA Klui!

Rodeó con sus brazos ya terriblemente delgados el poderoso cuello de la chamana y se acurrucó contra ella. Quería decirle tantas cosas, quería que sintiera tantas cosas....

Siguieron hablando, estudiando las posibilidades a partir de aquel momento, de aquel lugar. De repente, el mundo se abría ante ellas y sus voces murmuraron en la densidad de la marisma hasta que sus siluetas se interaron profundo, muy profundo, en la espesura.

Asuntos Pendientes XXV

martes, 8 de junio de 2010

Por Imoen

Superada la sorpresa, Imoen esquivaba los golpes y estocadas en una daza tan aparentemente caótica como mortal. A la luz vacilante del orbe, Imoen distinguió lo que Liessel empuñaba: Un abrecartas. El primer cuchillo de desollador que tuvo, convenientemente embotado para no cortarse accidentalmente. Un regalo de Ruiseñor. No dejaba de ser una ironía, dado que Liessel la odiaba.

- ¿Liessel? ¿Por qué?

La estocada que le pasó rozando la mejilla hizo que dejara de intentar razonar con su atacante. Era evidente que estaba furiosa, pero eso no había hecho que perdiera los nervios, al parecer. También le llamaba la atención que no hubiera matado a Niura, su persona de confianza. ¿Un agente de Shaw? Ya habría tiempo para averiguarlo. Ahora tenía que ocuparse de cosas más urgentes.

Saber contra quién luchas tiene sus ventajas, sobre todo si es alguien conocido. Hacía mucho tiempo que Imoen no veía a Irbis en acción, pero recordaba los detalles. Liessel era una experta en infiltración y espionaje. La mejor en su campo. Ese tipo de gente mata rápido y en silencio a víctimas desprevenidas y Liessel estaba jugando con ella como el gato y el ratón. Quería que sufriera, pero ¿por qué?

El intercambio de golpes seguía por momentos. Imoen esquivó un tajo con el abrecartas que le habría arrancado la oreja de haber llegado a su destino.

“¡Ahora!”

Atrapó la muñeca derecha de Liessel con la suya propia y la giró en una dolorosa llave para golpear a continuación el codo de su atacante, haciéndole soltar el arma. El golpe que recibió en la sien milésimas de segundo después le hizo ver las estrellas.

“Liessel es zurda, idiota. Te la ha colado como a una novata”

Los papeles volaron por todas partes cuando Imoen fue proyectada sobre el escritorio. El ruido que hizo al astillarse se confundió con el crujir de su columna vertebral.

“Otro golpe como ése y no podré volver a levantarme. Esto tiene que acabar…y rápido.”

La patada lateral de Liessel le habría partido el cuello si llega a impactar. Pero Imoen ya no estaba allí. Su propia patada alcanzó a Liessel justo en la rodilla, haciendo que cayera al suelo. Aprovechando el impulso del giro, Imoen se colocó a su espalda y bloqueó el flujo de aire de Irbis presionando su cuello y amenazando con partírselo en el proceso.

“Sólo tengo que sujetarla unos segundos y quedará inconsciente. Sólo un poco más…”

Liessel forjeceaba para librarse de la llave de Imoen sin conseguirlo.

- Liessel, no quiero tener que matarte.

“Vamos, pierde el sentido de una vez, maldita sea.”

- Llegas tarde, chico.

“¿Cómo que llego tarde? Eso no tiene sentido. A menos que…”

Aflojó su presa por un segundo y arrancó la capucha de la cabeza de Liessel.

- ¡Oh, Dioses!

Liessel aprovechó para zafarse y lanzarla hacia atrás de una patada en el estómago.

Otro golpe para Imoen, esta vez contra la pared. Empezaba a notar cómo le faltaba el aliento y cada inspiración hacía que las costillas le dolieran. La luz del orbe iluminaba a la asesina que se encontraba frente a ella. En su rostro destacaban unos ojos brillantes y una sonrisa torcida que la miraban fijamente desde una cara demacrada. Una no-muerta. Un engendro similar a los que arrasaron su pueblo, se llevaron a su madre y destrozaron su vida.

- ¿Te gusta lo que ves?

El tono de Liessel era desafiante, provocador…

- Tú....vosotros os llevasteis a mi madre. Vosotros me lo quitasteis todo.

Imoen sintió crecer la ira en su interior, renovando sus fuerzas y lanzándola hacia adelante con la fuerza de un ariete.

La velocidad del ataque cogió desprevenida a Liessel que, de repente, se vio proyectada sobre la estantería.

- ¡Te mataré, maldita bastarda!

Imoen comenzó un machaqueo sistemático de Liessel, sin respiro, sin tregua, sin piedad…La joven descargó sobre ella toda la ira y el miedo acumulados durante años: La noche en que perdió a su familia, las interminables jornadas de entrenamiento en el SI:7, las humillaciones que había sufrido en tierra kaldorei, las mentiras constantes a los demás y a sí misma para ocultar su profesión...todo el rencor de una vida de sufrimiento que ahora se enfocaba en alguien concreto.

Minutos después, Liessel yacía desmadejada en el suelo y moviéndose con dificultad. Imoen, sin quitarle la vista de encima, rebuscó entre de los restos de la cama hasta encontrar su daga. Acercándose, apoyó el filo sobre el cuello de Liessel.

Por un momento, Imoen dudó de lo que iba a hacer. Iba a matar a sangre fría a un oponente indefenso, su antigua compañera de armas. Alguien que le había confiado su vida en muchas ocasiones, haciendo ella lo propio.

“Sería tan fácil…”

Recordó la incursión a Entrañas, la noche en que Liessel murió, el sepelio en Feralas.

”Sólo tengo que apretar un poco...”

El dolor infinito de Trisaga por la muerte de su Falka. La búsqueda y rescate con Klode, las vicisitudes hasta averiguar que Liessel vivía. La promesa sincera que Imoen le hizo en Pino Ámbar.

La promesa…

- Confié en ti… - la creciente ira diluyó sus dudas en una marea roja – Confié en ti y tú has querido matarme.

Imoen se dispuso a seccionar el cuello de Liessel, las dudas relegadas al fondo de su ser.

- No lo hagas, Mirlo.

La voz resonó en su cabeza, tan dulce y clara como la recordaba, deteniendo su mano en el último instante y haciéndola levantarse y mirar a su alrededor.

- ¿Trisaga? No es posible, estás...
- …muerta.

La voz, como salida de ultratumba, venía de la figura que yacía a sus pies.

Muerta, muerta, muerta.

Imoen se apartó de Liessel como si fuera la mismísima parca, mientras la angustia y la incertidumbre crecían en su interior. La sensación que había precedido a la llegada de las voces en otras ocasiones apareció dentro de su cabeza. La habitación daba vueltas a su alrededor y terminó cayendo sobre sus rodillas.

No podía ser, seguro que había oído mal. Trisaga estaba esperándola en Astranaar. Le había escrito una carta, quería verla…

Liessel se arrastró trabajosamente hacia Imoen, acusando la brutal paliza que acababa de recibir. Lenta pero inexorablemente, redujo la escasa distancia que las separaba y cuando ambas estuvieron a no más de un paso de distancia, se incorporó trabajosamente, como si le costara un esfuerzo sobrehumano, hasta situar sus ojos brillantes a la altura de los de Imoen. La joven, por su parte permanecía quieta, mirándola con unos ojos cargados de incertidumbre.

Entonces, y sólo entonces, volvió a hablar, sus palabras cayendo como una losa sobre cualquier esperanza de tener una vida normal que pudiera haber tenido Imoen.

- Tú la mataste.

El odio y el rencor habían desaparecido. En la voz de Liessel se mezclaban ahora el dolor, la derrota y una pena infinita

- Tú... tenías que cuidar de ella.

Asuntos Pendientes XXIV

8 de Junio, Ventormenta

Encaramada como una gárgola en la muralla, Liessel estudió la ciudad desde las alturas. El sol se había puesto y ahora las calles parecían decoradas por motas de oro, habiéndose prendido las antorchas que iluminarían Ventormenta en las horas nocturnas. Moverse sería entonces más sencillo, aprovechando las sombras danzantes en los adoquines. Sí, no sería la primera vez que tenía que entrar en aquella ciudad de maneras poco lícitas. Parecía haber pasado toda una vida- y en el sentido estricto de la palabra, así había sido- desde que aquella orden de arrestro recorriera cada calle y taberna, convirtiendo cada paso en una amenaza real. Una vida desde que cruzara aquellas puertas a caballo, siguiendo el interminable torrente de héroes que se dirigían al casillo para informar al Rey Varian de la traición de los boticarios, ignorantes de quien les acompañaba.

"Y heme hoy aquí, el regreso del hijo pródigo"

Se preguntó si repararían en ella si entraba tranquilamente por la puerta, como una ciudadana más. No eran pocos aquellos que iban cubiertos por yelmos y capuchas, pertrechados para la batalla, e incluso los temidos Caballeros de la Muerte gozaban ahora del privilegio ciudadano. Sabía que determinados paladines podían detectar la presencia de agentes de la Plaga por aquella incierta virtud suya pero... ¿Qué diferencia había entre un temido caballero de Acherus y una renegada más? Muertos, al fin y al cabo.

Muertos y retornados.

Tal vez residiera la diferencia en la causa principal de aquel regreso. Los Caballeros de la Espada de Ébano habían sido lugartenientes de Arthas en su macabra conquista, mientras que ella misma era la prueba "viviente" de que el discípulo superaba al maestro.

Aquella ciudad le traía tantos recuerdos... Las oscuras salas del IS:7, la turbia mirada de Shaw cuando se negó a revelarle donde estaban sus hermanas, la Sala de los Ruegos, donde había sido temida y respetada, el sótano del Cerdo Borracho, donde había acabado por hacerse amiga de las ratas, cuando su mayor problema era el despecho, cuando beber todavía era divertido. El taller, el cruel placer de las conversaciones con los incautos que solicitaban los servicios de la maestra de asesinos de la Rosa Negra, el día que conoció a Rictus, a Soren, a Tidnar... El Gran Salón, donde se había mostrado al fin como una mujer rota, como un despojo humano...

Sacudió la cabeza: no era ni el momento ni el lugar de dejarse asaltar por aquellos pensamientos, aquella vida había quedado atrás desde el momento en que una espada le abrió el vientre. Sujetó el cuchillo entre los dientes y se descolgó muralla abajo.

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Undead Shadowcraft - Gustav Rosborg(Uppsala, Swede... - 15/09/06

[...]

El taller estaba en penumbra pero no importaba: la oscuridad siempre había sido acogedora y ahora sus pupilas detectaban el mínimo resplandor que se flitraba entre los postigos cerrados. Sorteó una de las cubas, silenciosa como un gato, y los olores de la curtiduría penetraron en sus fosas nasales y se le clavaron dolorosamente en el recuerdo. Se detuvo y respiró hondo, aunque no fuera más que un reflejo: paladeó el olor acre de los caldos de curtido, de la piel a medio trabajar, del cuero grabado al fuego... Ella misma había poseído un lugar como aquel, hacía tanto, tanto tiempo. Un vano intento de llevar una vida normal, de olvidarse de las sombras, de los filos, de las conspiraciones. Había parecido tan fácil entonces... Tan alcanzable...

El sonido de la guardia haciendo ronda en el exterior la devolvió al presente. Maldijo para sí: había tardado un desesperado mes en llegar desde Rémol con un objetivo claro, un objetivo en el que no cabían - no debían caber- los sentimientos, pero ahora cada paso que daba era una trampa de recuerdos que no deseaba. Sorteó con presteza el resto de cubas y utensilios del taller hasta alcanzar la puerta oscura en la pared del fondo y tras abrirla con el mayor de los sigilos, entró.

Permaneció inmovil un instante y escuchó, atenta a cualquier cambio en los sonidos del ambiente, por leves que fueran. El ruido de la calle llegaba amortiguado a esta habitación trasera, pero nada delató su entrada, ni el más leve crugido, ni el más sutil cambio en la respiración dormida de su objetivo. Cuando estuvo segura de que no había sido descubierta, miró a su alrededor: el taller había quedado atrás, en el umbral, y ahora se encontraba en lo que parecía ser una trastienda. Un armario, un sillón gastado pero forrado con buen cuero, una alfombra cálida para alejar la gelidez del suelo... Lo que parecía ser un escritorio se apoyaba en la pared, bajo una ventana cerrada: los papeles estaban ordenados con cuidado y una inspección superficial le reveló el origen de los documentos: facturas, albaranes, hojas de pedido... Sí, desde luego el negocio prosperaba. Una hoja llamó su atención y la cogió con manos temblorosas: una mano helada atenazó su muerto corazón al tiempo que reconocía aquella caligrafía.

Un gemido ahogado y escalofriante hendió el silencio.

[...]

Imoen se despertó desorientada cuando un dolor agudo le recorrió la nariz y le hizo llorar los ojos y comprendió de que se había estrellado contra la estantería. De pronto, unas manos firmes volvieron a agarrarla de la ropa y la lanzaron por encima de la cama con violencia. La madera estalló bajo el impacto, le arrancó un gemido, y todavía desorientada, trató de ponerse en pie, localizar a su atacante.

"Nos atacan..." alcanzó a pensar "Nos at..."

- Tú...- la voz de su atacante estaba teñida de rabia, de una furia desbocada. Una furia dirigida.

La patada se le hundió en el estómago hasta las costillas con fuerza brutal, arrebatándole el aire de los pulmones, haciendola caer de costado.

"Reacciona, Imoen"

Se puso en pie de un salto en posición de guardia, y con un gesto reflejo, buscó las dagas a su cintura. Sus dedos unicamente encontraron la tela de lino con la que dormía.

"Joder"

Entrecerró los ojos tratando de distinguir algo en la oscuridad, pero todavía se movía todo a su alrededor. Un puño enguantado voló desde algún lugar a su derecha y se estrelló dolorosamente contra su rostro. Sintió la piel abrirse por el impacto y la sangre cálida deslizarse hasta su cuello. Aquel dolor la despejó e interceptó el segundo puño antes de que la alcanzara. Su mano se cerró rápidamente entorno a un brazo firme, cubierto en cuero. Notó la inconfundible textura de las escamas de una armadura de infiltración.

"Mierda, mierda, mierda"

La habían encontrado, fuera quien fuera, habían descubierto su tapadera. Más les valía matarla primero, porque de lo contrario...

La llave se ejecutó sola, como si hubieran pulsado un resorte. Flexionó las rodillas, giró bajo el brazo que sostenía y lo dobló dolorosamente. Escuchó un jadeo de su atacante y oyó como cambiaba de pie el peso de su cuerpo. Saltó hacia atrás justo a tiempo para ver la patada pasar de largo. La silueta negra de aquel invasor se perfiló contra la oscuridad cada vez menos densa, desequilibrada. Imoen se lanzó hacia la almohada, donde descansaba un cuchillo.

- Ni se te ocurra- dijo la voz, y las manos la arrancaron del suelo y la estrellaron contra la pared.

Aturdida, se puso en pie. Cerró los ojos, escuchó. El sonido de su atacante moviéndose a su espalda llegó claro y con un rápido giro, lanzó una patada al lugar en el que calculaba que debía estar. Sintió el impacto firme, con fuerza, y su contrincante voló por la estancia para aterrizar en los restos de la destartalada cama. Aprovechó para tantear a su alrededor en busca de algo con lo que defenderse y sus manos dieron con una silla, que interpuso como escudo ante ella. Con dos largas zancadas llegó hasta la cama y descargó brutalmente la silla contra su enemigo. Quien fuera acusó el golpe y aferró las patas con rabia. Forcejearon en la oscuridad, violentamente, disputándose aquella nueva arma por precaria que fuera. Trató de atisbar algo en aquel rostro sepultado en las sombras todavía más profundas de una capucha, pero solo distinguió el fugaz brillo de unos ojos. De pronto la silla fue proyectada lejos de su alcance y una mano se cerró entorno a su garganta con fuerza. Aferró el brazo de la presa y golpeó, obligándole a soltarla. Los puños volaron entre ambos con rapidez y precisión, con fuerza desatada, e Imoen supo que se enfrentaba a un asesino entrenado pero... ¿Por qué no la habían matado ya?¿A qué venía aquel baile torpe y ruidoso?

Un golpe le partió el labio, y a cambio, sepultó el puño en su mandíbula. Escupió la sangre que se le colaba en la boca y buscó su cuello con ambas manos. Sintió doblarse las piernas de su atacante demasiado tarde y se vio impulsada hacia atrás, lejos de la cama. Vio la silueta oscura enderezarse de un salto, la oyó jadear. Imoen calculó rápidamente cuantos pasos había que cubrir para alcanzar el cajón de las herramientas. Su contrincante se secó con el brazo lo que debía ser la boca pero que no distinguía.

- ¿Quién eres? - inquirió, preparada para evadirse si volvía a intentar agarrarla.

- Pregunta incorrecta.- fue la respuesta. Tenía algo en la mano.

De pronto la puerta de la trastienda se abrió y el suave resplandor de un orbe mágico iluminó la estancia.

- ¡Jefa!- exclamó Niura entrando con gesto alarmado- ¿Qué...?

Oyó un jadeo de sorpresa en su atacante pero no tuvo tiempo de avisar. La figura encapuchada- ahora la distinguía con claridad- cargó contra su ayudante con una velocidad asombrosa. Todavía más asombrosa fue la velocidad a la que reaccionó su pequeña compañera ante el súbito ataque. Imoen asistió confusa a aquel repentino combate en el que la figura lanzaba feroces golpes y patadas y en el que Niura danzaba para esquivarlos.

- ¿Qué...?- el murmullo se escapó de sus labios.

De pronto el cuerpo de Niura se desplomó en el suelo. A la suave luz del orbe, vio un hilillo de sangre deslizarse desde su sien. ¿Muerta? No, respiraba... Para su sorpresa, la figura, se agazapó sobre la muchacha como un animal, le apartó el cabello del rostro y chasqueó la lengua

- ¿Ahora te compinchas con los agentes de Shaw, chico?

El reconocimiento la alcanzó como un rayo.
Liessel cargó de nuevo.

Asuntos Pendientes XXIII

Por Imoen

8 de Junio de 2010

Imoen (o Daala, como era conocida en la ciudad) charlaba animadamente con uno de sus clientes acerca de las propiedades de los cueros de Rasganorte y si realmente merecía la pena el desembolso extra en comparación con los cueros de las Tierras del Este.

- Todo depende del uso que le vayas a dar, en realidad. Si vas a dedicarte a la caza mayor de, pongamos colmipalas, mamuts o incluso protodracos, la protección extra te vendrá de perlas. Como tú comprenderás, para trabajar en un taller o cazar en Elwynn, el cuero medio será más que suficiente y su finura te proporcionará una comodidad extra sin que tu bolsillo se resienta.

La cara de Niura, que entraba en el taller cargada con el correo, no pasó desapercibida para Imoen. Era la cara que ponía cuando estaba intranquila. Disculpándose con el cliente por tener que dejarle tan abruptamente, Imoen siguió a Niura hasta el pequeño despacho que tenía en la trastienda.

- ¿Sucede algo, Niura?
- Sí, jefa. Ha llegado otra carta a nombre de esa amiga tuya, Imoen. Bueno, eso y un montón de correo. Aparentemente muchas facturas y pocos pedidos, ahora que la campaña de Rasganorte casi ha terminado.
- Entiendo. – Imoen suspiró con hastío – Yo me ocuparé de todo. Tú vete a atender a la clientela.
- Tú mandas, jefa.

Imoen esperó hasta que su empleada cerró la puerta y, sentándose, comenzó a revisar la pila de cartas y pergaminos varios. Facturas…notas de entrega…algo que parecía una lista de pedido...

- Facturas, facturas y más facturas…

Imoen se frotó los ojos. Llevaba más de un mes sin dormir bien del todo. Aunque conseguía disimularlo con los clientes y empleados, el episodio de las convulsiones y las voces la tenía preocupada. La última vez que le pasó algo así fue cuando Klode y ella liberaron a Bálsamo de su Tormento. Si al menos tuviera noticias de ella…si al menos supiera que está bien…

Siguió revisando el correo, y casi al final de la pila, encontró un sobre escrito con elegante caligrafía Kaldorei.


A la atención de Imoen Tordana



Conocía esa letra. ¡Una carta de Trisaga!

Llena de alegría, abrió el sobre con cuidado y leyó la carta que portaba en su interior.


19 de Abril, Templo del Acuerdo del Reposo del Dragón

Mi muy querida Mirlo:

Te escribo desde la quietud de la noche mientras, en el lecho, la joven Zoe descansa tranquila. Hubiese querido escribirte antes, pero los hados habían tejido hilos tan densos que desenmarañarlos requirió tanto tiempo que me ha mantenido totalmente entregada desde que me trajisteis de vuelta Kloderella y tú, hasta hoy.

Sé que por tu sentido del honor, del deber, y por el lazo que nos une, hubieses querido auxiliarme en mi tarea pero precisamente por esto, que te llevó a la odisea que fue mi rescate, decidí mantenerte a salvo y tranquila. Ya has hecho mucho por mí, Mirlo, y mereces tanto descanso como pueda proporcionarte. No será mi mano quien te arrastre de nuevo a los caminos. Sin embargo, ahora que todo ha terminado, que cumplí mi misión con éxito, me siento por fin libre de hablarte y de compartir contigo por fin esta aventura que ha finalizado con un final todo lo feliz que pudiera ser.

No quisiera que, tras todo este tiempo, pienses que te he olvidado o que eres menos preciada para mi corazón: el tiempo desde que nuestros caminos se cruzaron por primera vez me ha confirmado lo que ya intuía: Eres tan próxima a mi corazón, aunque estemos siempre tan alejadas, y el lazo que nos une es tan poderoso, que trasciende las barreras del tiempo y se ampara en las leyendas de mi pueblo. Sé que sabes de lo que hablo, aunque te lo niegues a ti misma, pero mi regreso desde el Tormento ha abierto mis ojos a conocimientos y percepciones que antes no tenía y que deseo compartir contigo, como si fueramos dos chiquillas compartiendo las cerezas tiernas al comenzar el verano, llenas de regocijo.

Aunque ahora me encuentro en el frío Norte, acogida por unos nuevos amigos que quisiera que conocieras algún día, he recibido una misiva del Templo de Elune en Teldrassil, instándome a presentarme en Astranaar, en el bosque de Vallefresno, para tomar posesión del cargo de Representante del Culto y amparar a las almas que allí se encuentran, ahora que esas tierras se ven sacudidas por la guerra. Parto esta misma noche. El combate se encuentra aún lejos de la ciudad, y confío en que no la alcanzará. Sé de buena tinta que tienes medios de sobra para cruzar el bosque sin ser vista si lo deseas.

Reúnete conmigo, Mirlo. No veo el momento de compartir contigo todo lo que he vivido este último año, hay tanto que ansío contarte, tanto que deseo que me cuentes... Quiero que me cuentes todo lo que has hecho, toda la felicidad que la joven Kloderella te ha proporcionado, esa paz que tanto merecías. Quiero saber de tus alegrías y tus penas, y dedicarte, con todo mi corazón, todos los dones que Elune me ha dado y que por fin puedo ofrecer a aquella que me es más querida.

Mi alma vuela a tu encuentro, mi querida Mirlo.
Y como decía un viejo amigo:
Tarda lo que desees, te esperaré la vida entera.

Trisaga



Una lágrima de felicidad cayó por el rostro de Imoen. Después de tanto tiempo sin saber de Trisaga, al fin tenía noticias. Imoen sonrió al leerla por segunda vez. Mirlo…resultaba curioso que ella la llamara por su nombre en clave. Ya le preguntaría por ello cuando estuvieran juntas. Lo importante es que todo estaba en orden y si Trisaga deseaba verla, el deseo era mutuo, así que decidió ponerse en marcha cuanto antes. La carta databa de casi dos meses atrás y el camino a Vallefresno era largo y peligroso.

Luchó con el deseo de ensillar a Uñitas y partir de inmediato. Comenzaba a anochecer y tenía un negocio que debía seguir funcionando en su ausencia. Ayudó a Niura a despachar los clientes que quedaban con una sonrisa sincera y unos ojos brillantes que llamaron la atención de su mujer de confianza, acostumbrada a ver a su jefa ocultándose tras una máscara de afabilidad. ¿Sería que iba a volver pronto la jovencita de piel oscura?

Una vez que tanto los clientes como los empleados dejaron el local, Imoen se quedó a solas con Niura, contando la recaudación y repasando los libros de cuentas.

- ¿Todo bien, jefa?
- ¿Por qué lo preguntas?
- Te veo…no sé, exultante. No te veía tan feliz desde que la última visita de tu amiga.
- He recibido una carta de una vieja amiga. Hacía tiempo que quería visitarla y esta carta es la excusa perfecta. Dentro de unos días partiré. Estaré fuera unos meses, probablemente, así que te dejaré a cargo del negocio, como de costumbre. ¿Te parece bien?
- Tú mandas, jefa.

Imoen puso sus manos sobre los hombros de Niura y la miró con cariño.

- ¿Cuánto tiempo llevas conmigo, Niura?
- Pues…entré como aprendiz hace más de un año, aunque no conocí a la misteriosa jefa que va y viene – Niura le guiñó un ojo con picardía – hasta hace unos meses.
- Sabes que confío ciegamente en ti. No le dejaría el control del negocio a nadie más. No soy conocida por mi afabilidad, lo sabes, pero te he llegado a considerar mi amiga.

Niura se encogió ligeramente sobre sí misma, se sonrojó visiblemente y bajó la mirada avergonzada. Respiró hondo, como buscando valor para hacer una revelación importante.

- Jefa…Daala. Yo….tengo que confesarte algo.

Imoen le puso un dedo en los labios.

- Shhhhhh, hoy no. Es casi noche cerrada y mañana hay que madrugar. Vete a casa y descansa.
- Pero…
- Pero nada, yo terminaré de hacer las cuentas. Es una orden.
- Está bien. Gracias, jefa.

Niura cogió sus cosas y abandonó el taller. No oyó la respuesta de Imoen, que fue casi un susurro.

- Gracias a ti, Niura.

Mientras tanto, una silueta oscura observaba la ciudad desde la muralla…

La Búsqueda del Guardián XIII

domingo, 6 de junio de 2010

6 de Junio

La cueva estaba en silencio, alumbrada únicamente por el resplandor de una antorcha solitaria que no hacía más que enrarecer aquel aire pútrido y húmedo repleto de sonidos burbujeantes. Sombras extrañas rondaban la abertura en la roca, misteriosas criaturas a medio camino entre lo bestial y lo vegetal, cuyos pasos emitían un sordo chapoteo en las tierras cenagosas. Los rugidos, los gorjeos, los chapoteos y el zumbido de los insectos conformaban en un todo la inquietante música del pantano.

Acurrucada en el suelo, Averil emergió lentamente de la inconsciencia al escuchar pasos que se acercaban: piel desnuda en la roca dura. Todavía aturdida por las drogas luchó contra el tirón del sueño y trató de abrir los ojos.

- Eh, despierta.

Las pestañas húmedas parecían aglutinadas tras tanto tiempo entrelazadas en aquel bendito sueño que la alejaba del dolor, pero pese a todo y cada vez más consciente, peleó para separarlas, para poder ver a la figura que se acercaba. Distinguió entre brumas la silueta ya familiar de su captor, desnudo salvo por un taparrabos, con la piel brillante por el sudor y la humedad de la ciénaga. Había adquirido una inquietante luminosidad, o tal vez fueran las drogas... Tenía tanta sed... Hacía tanto calor...

- Agua...- rogó, y sintió como si las paredes de la garganta se le pegaran al hablar.- Agua... por favor...

Sintió la presión de un cuenco contra los labios.

- Bebe.- respondió la voz del orco.

El contenido olía a agua estancada, pero no importaba. Bebió con tanta avidez que se atragantó, luchó contra las arcadas, siguió bebiendo. El agua ni siquiera estaba fría, pero alivió la sequedad de su garganta. Un sabor nauseabundo quedó flotando en su boca.

"No vomites, no vomites"

Krog´nash agitó algo ante su boca.

- Come esto, te dará fuerzas.

Averil trató de distinguir de qué se trataba. Era verde, tenía patas... Algún tipo de reptil. Las nauseas le sobrevinieron de nuevo y apartó el rostro con profundo asco.

- No...

- Si no comes, no durarás mucho en este lugar ¿Quieres morir de inanición?- insistió el orco con malicia - Vamos, cómetelo.

Siguió apartando el rostro, luchando contra las náuseas. Todo se movía, todo era borroso.

- Qué.... qué mas da...- tosió, le costaba hablar- si me vas a matar tú...

Las carcajadas del orco resonaron en el silencio de la cueva, rebotando contra las paredes.

- Yo no quiero matarte - dijo entonces- pero no puedo hacer nada si decides morir de hambre. Tú decides.

Trató de mirarle, los ojos se le cerraban. Aquella somnolencia era como un manto denso y pegajoso y ella solo quería seguir durmiendo. Sabía que era el efecto de las drogas y se obligó a mantenerse despierta, pese a la increible pesadez de sus párpados.

- ¿Para qué me has traído aquí?

No conseguía recordar cuanto tiempo llevaban allí, parecía una eternidad, fragmentos de una pesadilla en los lapsos entre sueño y sueño.

- Pronto lo verás - el orco la estudió con interés.- ¿Cómo te encuentras? ¿Qué sientes?

Un asomo de inquietud afloró de su subconsciente. Aquellas preguntas no eran un mero formulismo. Su captor estaba esperando algo. Las palabras se demoraron pesadamente en sus labios antes de que pudiera formularlas.

- Me... me has drogado.- se oyó decir, con la voz débil, pastosa- Tengo sueño... No puedo pensar...

Se frotó el rostro con las manos, necesitaba despejarse, necesitaba pensar con claridad. No dio resultado. Solo oyó las palabras del orco en el lugar en el que intuía su silueta.

- Ya veo...- parecía decir para sí- Debe ser porque aún está demasiado lejos del Nodo.

- ¿Nodo..? ¿Qué...?- no entendía nada, tal vez fueran las drogas. Frunció levemente el ceño tratando de concentrarse- No sé nada de ningún nodo...

Oyó la voz de Krog´nash un poco más nítida. Tal vez el efecto de los narcóticos estuviera remitiendo.

- Sígueme, te lo iré contando por el camino.

El miedo le atenazó el pecho. No quería ir con él a ningún lugar ¿qué quería hacer con ella? Negó con la cabeza, trató de sonar firme.

- No.- parpadeó, tratando de enfocar la vista.

El orco se acercó a ella, ahora podía olerle. Su sudor tenía un olor penetrante, un tanto acre, le mareaba.

- Tsk, tsk, tsk- le oyó chasquear la lengua con fingido interés- Pequeña, no estás en posición de negarte. Es posible que no me intereses muerta, al menos de momento, pero créeme: sin piernas conseguiría mantenerte viva. No quiero matarte, pero como no comiences a levantarte es probable que desees estar muerta.

La vista se le aclaró un tanto, vio el gesto amenazador en el rostro de su captor, los ojos centelleantes, los claros colmillos. ¿De qué estaba hablando? ¿No había sido el objetivo del Caer Visnu matarla a ella y a todos sus seres queridos por culpa de la magia de Finarä?

- Pensaba que lo que tu gente quería era precisamente eso...- dijo con desprecio. Sí, definitivamente el efecto de las drogas empezaba a desvanecerse.

Sintió las garras atenazar sus muñecas y un violento tirón que le lastimó los hombros y que la puso precariamente en pie. Las rodillas le flojearon, estuvo a punto de caer de nuevo.

- ¡Arriba, por todos los demonios!- gruñó Krog´nash, mostrando los dientes, impaciente, enderezándola.

Reprimio´un sollozo, sorbió la nariz y luchó por mantenerse en pie. No dudaba de la veracidad de las amenazas de aquel orco brutal. Bajó la mirada con docilidad, no quería que viera sus lágrimas. Se sintió intensamente observada, estudiada...

- Así no podré ver bien la reacción de tu cuerpo- dijo entonces con aquella voz cruel- Quítate la ropa.

Aquello la despejó por completo. Alzó el rostro con los ojos llenos de sorpresa y miedo, retrocedió un paso.

- ¡No!

Cientos ideas atroces atravesaron su mente. Vio la impaciencia aleteando peligrosamente en la mirada del orco.

- No me hagas repetirme. - siseó- ¿O prefieres que lo haga yo?

Tal vez fue su voz, tal vez la sonrisa ladina en su rostro o la ferocidad de su mirada. Comprendió que si se resistía, todo sería peor, mucho más doloroso. Apretó los dientes para contener el nudo que se le había formado en la garganta y comenzó a desvestirse, temblorosa.

- No te preocupes- medio rió Krog´nash, despreciando su miedo- no me interesas más que esa cabeza de lagarto de ahí...

Al retirar los guantes, vio como los ojos del orco se abrían: los zarcillos habían alcanzado la mano derecha. El jubón desabrochado reveló el pecho corrupto con aquellos zarcillos como una posesiva red trepando hasta el cuello. Sintió el temor en el orco, su asco como una bofetada, le oyó gruñir y las lágrimas volvieron, silenciosas. Ahora más que nunca se sentía humillada, vencida, anulada.

-¿Pue... puedo seguir calzada?- preguntó al fin con un hilo de voz, cubriéndose con retazos de pudor, mortificada. Ahora temblaba, pero no de frío.

Krog´nash observó atentamenete el alcance masivo e insospechado de aquella afección. Parecía inquieto, casi estremecido por algún recuerdo misterioso. Al cabo se repuso y la miró.

- Está bien.- dijo- Vamos, será un viaje largo y cansado.

[...]

La jungla cantaba a su alrededor. Llevaban horas caminando y el pantano no parecía tener fin. Solo eran marismas, y árboles, y más marismas...

- ¿sabes donde estamos?

Averil, encogida sobre sí misma, miró a su alrededor con inquietud y negó con la cabeza. Aquel lugar era como cualquier otra ciénaga que hubiera visto.

- Este lugar es un viejo pantano lleno de la energía de la locura.- siguió Krog´nash.

Un breve destello, apenas un retal de un recuerdo, llegó a su mente y se fue haciendo más y más grande. Sí, el lugar en que Brontos había muerto por salvarla, donde la habían encontrado sus padres...

- ¿La... la ciénaga negra?

Ante ella, el orco hizo un gesto neutral con la cabeza.

- Ese puede ser uno de sus nombres, supongo. Pisa donde yo pise, no toques nada. Mientras yo esté a tu lado, no debes temer a ninguno de los moradores del pantano.

Una risilla histérica escapó de los labios de la muchacha. Ajeno a todo, Krog´nash continuó hablando mientras espiaba desde su escondite el ajetreado entorno.

- Las bestias del pantano podrían devorarte en un momento. Soy tu única baza para salir viva de este lugar.- gruñó bajo, levemente- Yo lo conozco bien...

Se arrodilló tras un tronco caído y podrido y le hizo un gesto para que la imitara. Temblando, Averil hizo lo que se le decía.

- Para sobrevivir en un entorno así- susurró el orco- debes ser más astuta y sigilosa que todas las demás bestias. Cualquier ruido que delate tu posición podría significar la diferencia entre la vida y la muerte.

Averil pensó que aquello le recordaba demasiado a su viaje con Razier en Rasganorte, pero le parecía una traición comprar al silencioso y leal elfo con aquella criatura.

"Elfo no, kal´dorei" se corrigió, y rió nerviosamente, casi histérica. ¿A quién le importaba ya que no se expresara con propiedad?

Se frotó fuertemente los brazos para ahuyentar a los mosquitos que se la comía viva. De pronto sintió una corriente de aire cálido en su espalda y se volvió lentamente, rígida por el miedo. Uno de aquellos horrores enredados se había acercado a su posición y husmeaba el aire ansiosamente, inquieto. La joven contuvo el aliento, viendo el inmenso rostro ciego más y más cerca. Sintió el cuerpo de Krog´nash tensarse como el de una fiera lista para atacar y el corazón se le disparó en el pecho. Al cabo de unos instantes, el horror pareció perder el interés y se alejó, internandose de nuevo en la espesura con su sordo chapoteo.

- ¿Ves?- oyó la voz ronca de Krog´nash en su oído- Tu ropa apestaba a civilización. Tu cuerpo desnudo, el sudor, el barro y el agua camuflan tu identidad. No olvides eso.- Averil asintió, todavía con los ojos tan abiertos como le permitían los párpados- Ahora sigamos.

Continuaron avanzando a través de la densa vegetación, cruzando aguas poco profundas en las que se agitaban pequeños seres que pasaban rozando sus piernas. En algunos tramos sus pasos eran engullidos por trampas de barro y arena, y tuvo que ayudarse de lianas y ramas para no hundirse. Tampoco descartaba dejar que la tierra se la tragara. Tal vez así todo terminara...
En algunos tramos corrían, en otros caminaban tan levemente como bestias acechantes, y para cuando se detuvieron de nuevo, Averil fue consciente del creciente siseó y los chasquidos que ahora parecían mucho más cerca. Un susurro unos metros más allá, una pata peluda entre la vegetación... Se le formó un nudo en el estómago. Su miedo cerval a los arácnidos le trepó hasta la garganta y se la atenazó.

- Esas arañas de ahí delante- susurró Krog´nash, como si hubiera leído sus pensamientos- un mordisco suyo y tus músculos dejarán de responder en un momento. Llegado el momento, tus músculos se contraen, incluso los pulmones, ahogándote. Mientras, la araña inyecta su veneno, que disuelve tus entrañas, para poder absorverlascon más facilidad.

Reprimió un sollozo, se apoyó en un tronco a su espalda para que el miedo no acabara por arrebatarle el control de sus rodillas.
Los ojos de Kro´nash brillaron con diversión.

- Fascinante ¿No crees, pequeña?

Averil se rodeó el pecho con los brazos para tratar de aplacar el violento temblor que había hecho presa en ella. El orco tiró de ella tras un instante y siguieron avanzando. Aquel lugar era una sucesión infinita de aguas cenagosas y troncos caídos. En algún momento encontraron lo que parecía una senda, un camino trazado entre la maleza, y lo siguieron en silencio: Krog´nash vigilando el entorno, y ella mirándose las puntas de los pies, en aquel momento la única parte cubierta de su cuerpo. Aquello le recordó su propia desnudez y se cubrió precariamente con los brazos, encogiéndose sobre sí misma.

- ¿Has oído hablar alguna vez de Eranikus?- inquirió Krog´nash de pronto, rompiendo el silencio.

La muchacha se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Realmente no quería hablar con él, pero había comprobado en sus propias carnes lo que suponía hacer oídos sordos a sus palabras.

- ¿Eraquién?

Sin dejar de andar, el orco le hizo un gesto para que apretara el paso. Llegaron a una zona en la que el agua era más profunda y tras inspeccionar el paso concienzudamente, entraron para cruzar. El agua estaba asquerosamente caliente.

- Eranikus- continuó Krog´nash avanzando sin apartar la mirada de las aguas- Un viejo dragón del Ala Verde.

Tras él, Averil se detuvo sorprendida. Aquello sí que le interesaba.

- ¿Un.. un dragón?- inquirió. El agua le lamía los muslos.

Krog´nash alcanzó la orilla y se volvió para mirarla con un brillo extraño en los ojos.

- Eso es, un dragón. - dijo- Fue asignado para guardar un templo maldito en este lugar.

La joven frunció el ceño y de pronto sintió un toque rápido en las piernas, que la sobresaltó y la hizo gritar. Era alargado y frío, y se había enroscado en su tobillo.

- ¡Algo me he tocado!- chilló, mirando frenéticamente al agua- ¡Algo... en las piernas!

Algo se movía en el agua, se deslizaba amparado en la oscuridad de la ciénaga. No se atrevía a moverse, se quedó clavada al suelo, con medio cuerpo sumergido en aquellas aguas pútridas y negras. Oyó las carcajadas de Krog´nash burlándose de ella, y de pronto la mano del orco entró en el agua como una estocada y la sacó sosteniendo una culebra de río, a la que rompió el cuello con un chasquido. Se la tendió con un gesto cruel dibujado en el rostro.

- ¿Un tentempié?- Averil negó violentamente y Krog´nash comenzó a mascar despreocupadamente a su presa.- Sigamos.

Casi saltó fuera del agua y tuvo que correr un tanto para alcanzar a su captor. Ahora le parecía mucho más horrible la perspectiva de quedarse sola en aquel lugar que la de acompañar al orco. Cuando volvió a caminar tras él, Krog´nash continuó hablando.

- Eranikus era un dragón, como todos los del Ala Verde, especialmente sensible a un estado llamado "El Sueño Esmeralda".- Aprovechando que caminaba trás él, Averil se miró la mano invadida durante un instante- ¿Sabes algo de eso?

- Me tienes aquí ¿no?- murmuró más para sí que para que él la escuchara ¿Por qué le contaba aquello? ¿Qué sentido tenía si sabía quien era y por fin la tenía?

El orco se volvió un instante, con sus ojos rojos clavados en ella.

- ¿Qué dices, niña?

Averil negó con la cabeza y miró al suelo. Aquella mirada la aterraba.

- Nada.

De pronto una araña surgió de la espesura y se abalanzó sobre ellos. Averil cayó al suelo y se encogió sobre sí misma, aterrada. Apretó los ojos hasta que le dolieron, y escuchó los siseos y chasquidos de la bestia, y el susurro de las dagas de Krog´nash. Unos segundos después, volvía aquel silencio lleno de murmullos.

- ¿Estás bien?- preguntó con rudeza el orco.

Asintió, lívida ante la visión de aquel inmenso arácnido de pelaje rojo. Sus ocho patas yacían curvadas hacia el cielo, y los ojos de la bestia reflejaban las luces fantasmales de la marisma. Krog´nash se arrodilló entonces y hundió las manos en las mandíbulas del animal, ajeno a aquellas terribles tenazas que podrían cortarle un brazo si aquella araña tenía todavía un hálito de vida.

- Como decía, este dragón, Eranikus...- siguió hablando el orco, despreocupadamente mientras llevaba a cabo su operación- acabó volviéndose loco por las energías de este pantano. Su sensibilidad por el Sueño terminó siendo peor enemigo. Y sucumbió a la Pesadilla, que trastornó su cuerpo y alma.

Averil arqueó una ceja involuntariamente, con amargura. Aquello no era nuevo para ella: Bálsamo le había explicado que ese podía ser su destino de no haber frenado el avance de aquello por su cuerpo. Aún así, asíntió sin poder apartar la mirada horrorizada de las maniobras de su captor en las entrañas de la araña, que con un chasquido, arracó triunfal una glándula de veneno, cuyo contenido vertió en un frasco que ocultaba en algún lugar.

- Descansaremos aquí.- sentenció entonces su captor.

No hizo falta que se sentara, bastó con dejar que sus rodillas temblaran todavía por el miedo pasado. Recogió las piernas contra el pecho y se rodeó las rodillas con los brazos. Estaba llena de barro y de arañazos, y unos mosquitos tan grandes como su mano se la estaban comiendo viva. Ya no tenía ni fuerzas ni ganas para llorar.
Krog´nash inspeccionó un poco los alrededores y al cabo de unos minutos volvió junto a ella. En sus ojos había una nota impaciente.

- Ya estamos más cerca- dijo- ¿Notas algo? ¿Estás mareada? ¿Oyes extraños susurros en tu cabeza?

Averil frunció el ceño.

- ¿Su... susurros? No.- le miró interrogante.

- La Pesadilla reconoce a los que son capaces de sentir el Sueño en este lugar- la joven se llevó con cuidado la mano a los zarcillos del rostro- Esa energía se condensa mientras nos acercamos al templo.

Alertado por su gesto, también él observó con fijeza aquellas ramificaciones oscuras que le invadían medio cuerpo.

- Mmmm, quizá si nos acercamos más al Nodo - reflexionó en voz alta.- Vamos.

Se puso en pie temblorosa y siguieron avanzando. Las palabras del orco la habían turbado y ahora nuevos miedos hacían presa en ella, y también él parecía inquieto. Parecía pendiente de que la energía de aquel Nodo del que hablara interactuara de algún modo con su infección ¿Qué estaba intentando?

- ¿Qué... qué quieres que pase?- inquirió. Ya le daba lo mismo preguntar de más. Total, iba a morir de todos modos- ¿Por qué quieres que sienta algo?

Krog´nash se volvió hacia ella, clavó los ojos en sus marcas. Ante su mirada, Averil se empequeñeció.

- Esos zarcillos tuyos pueden ser la llave a un inmenso conocimiento. - dijo con voz ronca- Forman parte de un mal antiguo que amenaza a este mundo desde tiempos inmemoriales. Si me dijeras lo que sabes de ellos, me sería más fácil...- pareció meditar la palabra- ayudarte.

La joven negó con la cabeza.

- No sé mucho...- apartó la mirada del rostro del orco- Me desperté con ellos y crecieron...

Krog´nash se acercó amenazadoramente, peligroso.

- No sabes ¿O no quieres decírmelo?

El corazón le martilleaba con fuerza en el pecho. Aquella criatura le inspiraba un temor tan penetrante como el filo de sus dagas.

- Sayera dijo que... que...- Krog´nash asintió, impeliéndola a continuar- que venía de mi sueño, pero que no crecería más, porque Bálsamo Trisaga consiguió frenarlo...

- Pero creció.

El orco sonrió. Sus colmillos destellaron en las luces fantasmagóricas del pantano. Averil negó con la cabeza.

- No, Bálsamo...- quería explicarle lo que sabía, tal vez así desistiera en lo que fuera que intentaba, pero un nuevo brillo apareció en los ojos de su captor.

- ¿Bálsamo?- inquirió, y en su voz había algo que no sabía identificar pero que hizo que se estremeciera.- ¿Y donde está esa Bálsamo Trisaga ahora? No acabó de curarte... No terminó su trabajo...

¿Era un brillo triunfal lo que brillaba en sus ojos? Bajó la mirada.

- Mu.. murió.- la voz se le hizo pequeña, muy pequeña. Le sucedía siempre que pensaba en ello.

Krog´nash chasqueó la lengua con fingida lástima

- Vaya, qué lástima.- y con un último vistazo, reemprendió la marcha.

Averil se rodeó el pecho con los brazos, agachó el rostro y le siguió, en silencio. La música de la marisma volvió a llenarlo todo, sin embargo parecía que el orco todavía no había terminado de atormentarla.

- Eranikus también sufrió un cambio maligno después de ese Sueño del que tú también pareces partícipe.- siguió diciendo mientras avanzaban- Tenéis mucho en común ese dragón y tú, al parecer...

La muchacha se preguntó si no sería aquel el nombre del Dragón que vio en su sueño. Todavía podía recordar la poderosa sensación de volar entre sus alas, arropada por las poderosas corrientes, sintiendo la fuerza y la majestuosidad de aquella poderosa criatura. Había descendido en picado sobre la zona corrupta, como si supiera que era su labor combatirla, y había perecido bajo las garras de aquellos lobos terribles, a la sombra de aquel árbol oscuro y aberrante del que parecían brotar toda clase de pesadillas.

- ¿Sigues sin notar nada extraño?- la sobresaltó Krog´nash. Negó con la cabeza. El orco se volvió para mirarla un instante, sin dejar de andar- Nos aproximaremos más al Nodo.

Averil corrió unos pasos para acercarse más a él: pese a todo, se sentía absurdamente más segura si él estaba cerca.

- ¿Qué es el Nodo?- inquirió, dispuesta a averiguar qué estaba sucediendo.

El tigre surgió de pronto de la espesura, pasando sobre su cabeza en un salto increible para una criatura tan pesada. Averil echó el cuerpo a tierra mientras el felino se lanzaba sobre Krog´nash con un rugido. Aquí terminaba todo: si él caía bajo las zarpas del animal, sería solo cuestión de tiempo que acabara con ella. Por un momento el cuerpo del orco quedó sepultado por la inmensa mole peluda del felino, pero oyó el chasquido de las dagas y tras un espeluznante temblor, la bestia quedó inmóvil. Tras unos instantes, el orco salió de debajo del cuerpo. Se puso en pie con aire satisfecho y soltó un asqueroso gapo en el suelo a sus pies.

- ¿Tampoco te gusta comer gatitos?- rió con desprecio.

Averil no le miraba, tenía la vista fija en el tigre muerto, el pelaje manchado de sangre, y una inquietante sensación trepó por la espalda de Krog´nash, una certeza aterradora: aunque la muchacha estaba más cerca de su presa, el animal le había atacado a él.

[...]

Siguieron avanzando por aquel interminable paisaje húmedo y oscuro, agazapándose como bestias para evitar ser percibidos por bestias mayores, aunque Averil tenía la impresión de que la acompañaba el peor de todos aquellos depredadores. Según se acercaban a lo que fuera el Nodo, comenzó a sentir algo, como un leve zumbido en su cabeza. Hacía muchísimo calor, estaba empapada en sudor y cubierta de barro de todas las veces que había caído en las arenas movedizas.
No dijo nada, no hablaron más. Parecía que el lugar hacia el que se dirigían requería más atención por parte de ambos, porque Krog´nash no volvió a decir nada sobre el dragón y ella tampoco podía pensar con claridad. El zumbido creció en intensidad, comenzó a acompañarle un doloroso martilleo en las sienes, el mundo empezó a nublarse ante sus ojos.

- Uh- el gemido escapó involuntariamente de sus labios cuando cayó de rodillas al amparo de un inmenso tronco.

Se masajeó las sienes, pero el dolor era persistente. Krog´nash la observó con atención, expectante.

- Me... me duele la cabeza- murmuró la muchacha débilmente.

El orco se inclinó sobre ella.

- Déjame ver los zarcillos.

Averil retiró las manos, dócil. No conseguía pensar, el zumbido era tan intenso que casi no escuchaba nada a su alrededor. El martilleo se volvió atronador. Krog´nash palpó los zarcillos, que ahora estaban calientes al tacto, y asintió satisfecho con el examen.

- ¿Qué... qué me está pasando?- preguntó la joven, con la voz insegura, como ida, le costaba mantener la cabeza enhiesta- Me siento... tan cansada...

El asesino sonrió.

- Ya debe estar afectándote, la energía es más poderosa aquí.- susurró, casi como para sí- Solo los sensibles al Sueño podrían notarla... Parece que mi viaje no ha sido inútil después de todo...

La muchacha sacudió la cabeza, tratando de arrancarse aquel zumbido de la mente, de volver a ver claro. Los ojos se le cerraban, pesados. La fuerza pareció huir de sus miembros. Sintió un poderoso escalofrío, una sensación ajena y terrible.

- Sigamos, ya queda poco para llegar al Nodo- sentenció Krog´nash, exaltado por el aparente éxito de su experimento.

Tendió la mano para poner en pie a su prisionera de un tirón, pero cuando ella alzó el rostro para mirarle, soltó su mano como si ardiera y retrocedió un paso, con el temor haciendo una presa tan firme en él como una tenaza de acero.

El ojo amarillo le devolvió la mirada. Su brillo enfermizo parecía resplandecer en la ciénaga oscura, en un gesto lleno de maldad.

- N... No...- musitó el orco, recordando la única vez que había visto aquel ojo cobrar vida- Otra vez no...

Era de nuevo aquello, fuese lo que fuese, le miraba a él y solo a él, y el ojo verde de Averil se clavaba también en sus pupilas, suplicándole ayuda, presa del terror más absoluto y consciente...

- Mucho cuidado con ella, Pier Verde.- susurró aquella voz teñida de metales y oscuridad, que era al mismo tiempo tierra, y bosque y lluvia, brotando de los labios de la aterrada muchacha.

La mirada del Ojo se clavó en lo más profundo de su ser, como un tentáculo frío y resbaladizo, en una advertencia tan antigua como el mundo...

- No quieras cruzarte en mis planes...- los dedos de Averil se clavaron desesperadamente en la tierra, atenazados por el terror.

Las voces estallaron en la mente de Krog´nash, voces que hablaban palabtras antiguas, palabras oscuras, siniestros rezos que no conseguía entender y que amenazaban con enloquecerlo. Se llevó las manos a las sienes, intentando acallarlas, pero no desaparecían.

No supo cuanto tiempo había pasado cuando por fin se desvanecieron, dejándole aturdido, y escuchó la voz débil pero histérica de Averil, que aplastaba la espalda contra el tronco tras ella y clavaba los dedos en la tierra, con un gesto de absoluto pavor.

- No quiero ir ahí- chillaba, casi sin aliento- No quiero... no quiero ir...

Le miró suplicante, aterrada y, por un instante, también él estuvo tentado de salir de aquel lugar, de alejarse tanto como lo permitiera el mundo. Sin embargo poco a poco el temor se fue desvaneciendo, dejándole en el pecho una inquietud que se mezclaba con la exaltación del éxito ¡Funcionaba! ¡Funcionaba!

- Tenemos que seguir, pequeña.- miró con avidez en dirección al Nodo.

Ella se aplastó todavía más contra el tronco. Jamás había visto tanto pavor.

- No, no, no, no, no, no....- su voz era un gemido, un chillido, un susurro- no quiero ir, por favor, no me hagas ir... por favor...

Krog´nash la miró ¿Qué había sentido aquella criatura al ser consciente de aquella extraña posesión? Se estremeció y sacudió la cabeza con decisión, como si tratara de deshacerse de un sueño molesto.

- ¡Arriba!- gruñó, y atrapó una de las muñecas para tirar de ella.

Averil se revolvió con fuerza, como un animal desesperado, luchando por mantenerse pegada al suelo, usando todo el peso de su cuerpo para que no pudiera levantarla. Chillaba como una fiera, jadeaba y gritaba, arañaba el suelo con las manos, se lastimaba las rodillas en aquel frenético intento de huir. Krog´nash deslizó los poderosos brazos por la cintura y con un rugido, la levantó del suelo, obligándola a mantenerse en piel. Una daga apareció en su mano y estuvo tentado de ponersela en el cuello de no haber sabido que aquello no la hubiera frenado. Tuvo que recurrir a una buena dosis de fuerza para obligarla a quedarse erguida.

- ¡En marcha!

La empujó con rabia, sujetándola firmemente para obligarla a avanzar, haciendo caso omiso de sus sollozos, de sus gritos desesperados. Estaban cerca... tan cerca... Apenas quedaban una centena de metros, pero tuvo que empujarla todo el camino, tirar de ella cuando se abrazaba a un tronco para evitar que la acercara más a aquel lugar. Los dedos de la joven sangraban en aquel desesperado intento de arañar las rugosas cortezas, pero no iba a cejar en su empeño tan cerca del final. El largo emergió de la oscuridad, como un negro espejo en mitad de la marisma y allí, en el centro como una negra silueta, se perfiló el destino de su viaje.

- No puedo...- oyó gemir a la muchacha, como si le faltara el aliento.

Al soltarla, la joven se desplomó sin fuerzas en la orilla. Trató de arrastrarse por tierra para alejarse, pero ya ni siquiera podía reptar y se debatió débilmente en tierra, incapaz de hacer nada más.

- No puedo dormir... - murmuraba, febril- no puedo dejar que vuelva... No debo...

- ¡Este es el nodo!- rió con satisfacción Krog´nash, contemplando la silueta del Templo en el lago. Alzó los brazos, triunfal- ¿¡Sientes el poder!? ¡Incluso los dragones se volvieron locos en este lugar maldito!

Se inclinó con avidez sobre Averil, sediento de nuevas reacciones. La muchacha luchaba por mantener los ojos abiertos, su cuerpo entero se estremecía. Sus labios se movían, aunque no conseguía oir lo que decía. Acercó el oído tratando de distinguir sus palabras.

- Él quiere entrar...- su susurro era febril, desesperado- quiere ir... está... está contento... Se alimenta... se alimenta... El miedo le fortalece... quiere ir... quiere entrar...

Krog´nash asintió rabiosamente satisfecho.
Las manos de la muchacha se agitaban ante ella, como si apartara algo ante sus ojos. Un gemido terrible y lastimero brotó de sus labios. Sus manos se clavaron de pronto en el suelo con fuerza.

- ¡Quema!- gimió, exhausta. Sus ojos estaban dolorosamente abiertos, fijos en las estrellas- ¡Quema!

El orco tendió la mano y tocó los zarcillos. Estaban calientes al tacto, muy calientes y... palpitaban. Retrocedió instintivamente. El recuerdo del ojo amarillo clavando su mirada en él le estremeció y lo sumió en la inquietud. No quería volver a oir aquellas voces, ver aquella mirada... Tal vez fuera mejor dejarlo estar en aquella ocasión. Debía analizar los resultados, saber a qué se enfrentaba...

- Ya basta- gruñó, intranquilo- Esto será suficiente.

Sacó una redoma de contenido incierto y vertió el contenido en la boca de la joven, que ardía de fiebre. La solución narcótica se deslizó en su garganta, acabando con las pocas energías que le quedaba. Cuando la cogió en brazos, aquella misteriosa niña se acurrucó como un cachorro contra su pecho, y rodeó su cuello con los brazos antes de caer dormida.

Era hora de volver.

[...]

En la quietud de la cueva, Krog´nash contempló el cuerpo desnudo y cubierto de barro de su prisionera. Sabía que había dado un paso importante en su investigación, pero la presencia de aquello le inquietaba. ¿Era eso lo que buscaba el Maestro? ¿A aquel ser, fuera lo que fuera?

Sumido en aquellas cavilaciones, sacó como un autómata sus herramientas y se arrodilló junto a la joven inconsciente. La fiebre había bajado a medida que se habían alejado del lago, y su respiración era superficial. Había detectado lo que parecía un nuevo zarcillo, naciendo lentamente de una rama mayor a la altura del pecho, como un dedo posesivo trazando una frontera de su territorio. Si lo miraba fijamente, todavía podía observar el ligero temblor que evidenciaba su crecimiento... Sí, aquellos resultados complacerían a su empleador. Con una jeringa extrajo sangre del cuello de la joven, que ni siquiera gimió al contacto de la gruesa aguja.

Se levantó con cuidado de no derramar el contenido de la muestra recién extraída y se volvió hacia la precaria superficie que hacía las veces de mesa. Derramó la sangre en un frasco y miró el bisturí durante un momento, como le costara siquiera pensar en levantar tan liviana hoja...

- La Hija del Roble- oyó la voz febril de Averil a su espalda y se volvió sorprendido ¿Estaba consciente? ¿O hablaba en sueños?

Tenía los ojos cerrados, permanecía en la misma postura en que la había dejado al depositarla en el suelo.

- La Hija del Roble debe morir... - aquellas palabras resonaron en el silencio de la cueva.

Krog´nash miró a aquella niña, que suponía para él un misterio que estaba dispuesto a desvelar. ¿Acaso la muerte de aquella criatura liberaría al monstruo oculto en su interior? Sacudió la cabeza, tratando de alejar aquellos pensamientos de su mente. Se arrodilló junto al cuerpo, dispuesto a practicar la incisión en aquel nuevo apendice nacido en el lago. El tejido cedió suavemente, como en las otras ocasiones: un pedazo de varios centimetros de aquel zarcillo fue introducido en otro vial.

- La paga tripe por esta misión se va a quedar corta.- musitó para sí, guardando la nueva muestra.

Entonces el zarcillo cortado se estremeció ante sus sorprendidos ojos y creció como un trazo serpenteante bajo la piel hasta alcanzar de nuevo su longitud y reclamando, de manera inequívoca, el que era su territorio.

La búsqueda del Guardián VIII

miércoles, 2 de junio de 2010

El cuerpo en llamas, la piel escarchada.

Unas ruinas blancas en la selva. Eldre´thalas. Dos elfos. Una inmensa biblioteca. Un vórtice...

Angeliss, vencido en el suelo a merced de Alphonse, con su capucha de lobo cruel. Un orbe, la maldición... ¡No!

Un irbis de denso manto moteado surgiendo de la espesura como una exhalación...
"¡Ahora!"

¿Mamá?

El suelo acercándose vertiginosamente a través de las ramas de un roble... ¡Cuidado!

El fuego de una posada, el hechizo de unos ojos grises como lunas ... ¿Y mi padre?

Agua salada en los pulmones, la costa cada vez más lejos, lejos, lejos... ¿Se han ido?

Te quiero

Bu.

Ba.

"Quien sabe a qué sueños se entrega envuelta en la magia de Finarä"


¿Bálsamo?¿Trisaga?

"Quien sabe cuanto tiempo más será sagrado este robledal para los druidas."

Una bruja de cabellos rojos en una ciudad olvidada "Tu madre te llamó Zoë por mí"

Mi madre...

Imágenes inconexas revoloteaban en su mente como mariposas esquivas, sin que pudiera atraparlas... Tampoco quería atraparlas, era gracioso verlas volar libremente con sus colores vivos y sus olores cercanos. Podía dar pasitos leves en el agua tranquila y hacer que sus patas despertaran ecos en el agua, para que cantaran imágenes, y bailar con ellas en un giro incesante de sus plumas azules... La danza era graciosa, llena de ligereza y color, con aquella música inaudible que provenía de las imágenes. Danzó con ellas durante cinco vidas, deleitándose en la fugacidad de sus detalles. Un momento y ¡Pluf! Ya no estaban...
De pronto, después de un milenio, las imágenes comenzaron a desvanecerse, a desdibujarse en la negrura, inalcanzables si trataba de llegar a ellas para retenerlas. Corrió durante días para intentar conservar algunas, pero se marchaban, sin poder hacer nada, se marchaban. Todo se quedó a oscuras, el tiempo se deformó, el olor a sal invadió sus fosas nasales. ¿Donde estaba? Aún con los ojos cerrados, sentía que todo daba vueltas. Un crugido, un gemido de madera. Pasos leves en el suelo.

- Mmmgh...

Bulkar se volvió sobresaltado hacia la puerta, esperando que aquel bastardo de Krog´nash no hubiera escuchado la voz de la humana. Seguía escuchando su conversación con Reggar, amortiguada por las paredes, de modo que todavía podía demorarse un poco más. Se acercó al camastro con paso furtivo: la prisionera se estaba despertando, vio sus pestañas temblar levemente. Vio un atisbo de sus pupilas vidriosas en aquel enrejado de oro.

- Mmmgag...- la niña humana miraba sin ver, alzó las manos ante ella como si tratara de alcanzar algo que no estaba allí.- Aghag...

Los sonidos brotaban de su garganta con debilidad, con un matiz de sequedad que le hizo comprender. Deslizó un brazo bajo la cabeza de la muchacha para incorporarla y, tomando la jarra que había traído, derramó algo de agua en su boca entreabierta. Ella bebió y se encogió sobre sí. Entonces rompió a llorar, despacio, bajito; su pequeño cuerpo se estremecía debilmente, y las lágrimas caían de sus ojos cerrados.
El joven orco permaneció un instante inmóvil, temeroso de dejarla de nuevo en el lecho, pero al mismo casi conmovido por aquella indefensión que era común a los cachorros de todas las razas...

Las voces que llegaban del pasillo le alertaron de que la conversación llegaba a su fin y depositó a la muchacha con cuidado en el jergón, donde se ovilló como un gatito.
Caminó presto hacia la puerta y desapareció por el pasillo antes de que los pasos de Krog´nash comenzaran a descender las escaleras.

***

Durante los días siguientes, consiguió algunos momentos fugaces para regresar. La niña humana seguía teniendo mal aspecto, pero ya abría los ojos y podía hablar. Aquella tarde, Krog´nash había abandonado el camarote a toda prisa y con gesto enfurecido, momento que aprovechó para volver con la muchacha y darle agua, o compañía.
Exigüo consuelo.

- ¿Có...cómo te llamas?

Bulkar miró su rostro demacrado e invadido por aquellos tétricos zarcillos. Lo más inquietante era aquel ojo amarillo rodeado de oscuridad que le miraba tan triste y cansado como el otro, limpio y resplandeciente de verde.

- Bulkar - respondió en voz baja, con un común torpe y renqueante - ¿Y tú, pajarillo?

Ella respiró hondo, como si le doliera. Cerró los ojos lentamente, como si mantenerlos abiertos le costara un esfuerzo sobrehumano. y por un momento temió que fuera a quedarse dormida de nuevo. Sin embargo volvió a abrirlos y le miró.

- Averil - su voz era un murmullo leve- pero me... me llaman Bellota...

El joven orco frunció el ceño ¿Bellota? No sabía que los humanos pusieran esos nombres a sus hijos. Eso era cosa de los elfos...

- ¿D-donde vamos?- la muchacha arrugó el ceño en un gesto de dolor.

Bulkar miró hacia la puerta. Ni rastro de Krog´nash.

- Estamos cruzando el mar.- no se atrevió a decir más. Tal vez el su siniestro pasajero estuviera escondido, escuchando.

La niña suspiró y se giró dolorosamente en el lecho, para quedar tumbada sobre el costado y mirarle de frente.

- ¿va.. vais a matarme?

El joven orco rehuyó la mirada de aquel inmenso ojo verde: no podía responder a aquella pregunta sin saber si estaba mintiendo. ¿Qué planes tenía Krog´nash para ella? Le estaba curando las heridas, y le daba de comer. No parecía que la quisiera muerta, después de todo. Pero aún así...

- No.- respondió sin mirarla, evasivo.

Le respondió una voz tétrica, chirriante y llena de cruel diversión.

- Oh... ¿De veras?

Sobresaltado, miró a su alrededor buscando el origen de aquella voz, y cuando por fin miró a la niña a la cara, él, un guerrero curtido, reprimió un grito. El ojo amarillo se había contraído en un rictus malvado y estaba clavado en él. Los labios de la niña se habían torcido en una mueca llena de desdén. Bulkar retrocedió dos pasos precipitadamente: no era fácil asultarle, pero algo en aquel ojo era demasiado oscuro... demasiado antigüo... En un reflejo atávico de su juventud, hizo la señal chamanística para alejar el mal, y abandonó la habitación a la carrera.

- Qué lástima...- continuó la voz con cruel desdén.- Me hubiera gustado verlo...

La risa que brotó entonces de aquella garganta fue metálica, como si estuviera arañada por cientos de alfileres, chirriante y cortante, y al mismo tiempo enloquecedora, y su sonido le acompañó hasta que llegó a la cubierta, y muchos años después.

Cuando Krog´nash volvió, su prisionera seguía inconsciente