XXXVI

viernes, 29 de octubre de 2010

Por Kuina´ai

Cruje, chirría, zumba, sisea, se bambolea y apesta a grasa podrida. No. No es una bestia agónica, aunque pueda parecerlo: Es un Zeppelín.
Estaban confiando sus vidas a un ruidoso cascarón de metal, madera, cuero y lonas altamente explosivo, manejado por goblins.
Muchas veces había recurrido a ese medio de transporte y, sin embargo, Kluina-Ai no lograba librarse del malestar, de la desazón que le provocaba estar a merced del azar y de los elementos.

El ruidoso artefacto y sus ocupantes invadían territorio sagrado. Violaban, consciente o inconscientemente, el orden establecido por la Madre. Para restablecer en lo posible la armonía, Klui oraba sin cesar y realizaba sus ofrendas en desagravio.

Espíritus del aire, brisas, corrientes y viento,
llevadnos en volandas a través de Vuestro Reino.
Que nuestro viaje sea rápido y sin contratiempos
.


Clareaba apenas el cielo, dando paso a los primeros albores, cuando la tauren iniciaba la Ceremonia de Bienvenida al Sol. Se unía, a través del espacio y del tiempo, a todos sus hermanos y celebraba la Bendición del Despertar, el nacer de un nuevo día. Canturreaba quedamente, abstrayéndose del entorno, con todos los sentidos puestos en el ritual.
A su alrededor, la maravilla de la Creación desplegaba, pese a las circunstancias adversas, su belleza atemporal.

En comunión con los Ancestros y los Elementos, Kluina-Ai Nubeblanca, erguida en la proa de la nave, ataviada con un sencillo vestido color de otoño, descalza, desarmada y con la cabellera plateada ondulando libre, se mostraba plenamente sin pretenderlo: Caminante de la Senda de los Espíritus, Mediadora entre Ambos Lados, Depositaria de Sabiduría y Tradiciones de su pueblo, Consejera, Sanadora...
Simplemente, Chamán.

Finalizada la ceremonia, la oficiante volvía a ser esa mujer tauren vulgar y corriente, tirando a rezongona, que todos conocían.

Y así, desde el embarque casi furtivo en Grom'Gol, la “prisionera” estuvo en buenas condiciones y muy bien custodiada; Nadie hizo preguntas incómodas y llegaron a la Torre de Orgrimmar antes de lo previsto por los tripulantes. Comentaron entre ellos, asombrados, que nunca habían navegado con un viento de popa tan benévolo y constante.
Klui sonrió agradecida: La habían escuchado.

El viejo molino I

miércoles, 27 de octubre de 2010

Aldea Bruma Dorada, Bosque Canción Eterna:

La polea se le resistía: no había manera de encajar el cable de tripa en la rueda sin quemarse las puntas de los dedos. Instintivamente cerró un ojo y la punta de la lengua rosada asomó timidamente entre los labios en un gesto de total concentración: solo tenía que afinar un poquito más...

- ¡NANA!- el grito infantil desde la planta superior la sobresaltó, le hizo soltar el cable antes de tiempo y por enésima vez, se chamuscó la punta de los dos.

Maldijo por lo bajo y suspiró. Luego miró con resignación los dedos quemados y aguardó con gesto paciente mirando a la puerta.

- ¡Nana!- los pasos apresurados, casi atolondrados, retumbaron por la escalera que descendía al sótano.- ¡Nanaaaaaa!

La puerta se abrió de golpe y Eldaran apareció en el umbral, despeinado y resollante con las mejillas tan coloradas que bien podría haberse pintado con pigmento de rosas de talandra. Llevaba en la mano lo que parecían los restos de su carro de juguete. Al verla en el taller, el niño se detuvo respetuosamente y esperó a que le diera permiso para entrar: sabía que era poco seguro interrumpir a su hermana cuando trasteaba en el taller.

Nanala apagó el generador, le sonrió y tendió los brazos hacia él desde su asiento, invitándole a pasar.

- ¿Qué sucede, mi gaidin?

El niño entró confiadamente y le tendió el carro destrozado. Nanala miró a su hermano pequeño y quiso besarle: adoraba a aquel chiquillo de largas pestañas doradas y rizos rebeldes, que tenía tanta energía que bien podría haberse caído dentro de la Fuente del Sol al nacer.

- Intenté que fuera desde la casa del árbol hasta el nido de las golondrinas que hay en el balcón de mamá.- explicó con un mohín el muchacho- Quería darle una sorpresa y llevar huevos para el desayuno...- resopló, y luego la miró con reproche- No vuela, Nana...

Nanala rompió a reir con carcajadas frescas y libres, lo que hizo que su hermano frunciera más el ceño. Le abrazó con cariño.

- Lo arreglaré, Eldar, no te preocupes- le revolvió el pelo despreocupadamente con una mano mientras con la otra tomaba el carro roto y lo inspeccionaba- ¿Ha vuelto ya papá?

Eldaran se deshizo del abrazo de su hermana y se adecentó la camisa como si fuera un pequeño caballero.

- Está junto al pozo con el resto de los hombres. Todavía no han decidido qué van a hacer con el viejo molino.

Nanala arqueó las cejas: siempre había sentido fascinación por aquellas últimas reminiscencias de los antepasados que habían llegado al Bosque cruzando el mar tras el cataclismo. Ahora no eran más que ruinas sin ninguna utilidad, pero Nana siempre las había mirado con muchísima curiosidad. Incapaces de desenvolverse sin la ayuda de la magia, los antepasados de la raza habían tenido que volver a "la invención de la rueda", aprender a desenvolverse por sus propios medios y habían desarrollado diferentes herramientas y técnicas para poder sobrevivir sin las energías del mítico Pozo de la Eternidad. Con la creación de la Fuente del Sol, aquellos inventos habían quedado obsoletos y con el paso de los milenios se habían convertido en ruinas. Algunas tenían un encanto arcaico dificil de obviar. Otras parecían entorpecer las labores de algunos vecinos. Ya nadie recordaba como funcionaban.

Ese era el caso del viejo molino.

Desde que podía recordar el molino había estado allí, junto al río, cubierto de hiedra y flores y sirviendo de cobijo a raposas, lirones y otras criaturas de la apacible vida en el bosque. Ella, como el resto de niños en la aldea, había jugado encaramándose a sus inmensas aspas y defendiendo el fortín ante el ataque de las hordas de trolls que trataban de tomar la plaza. Con el paso de los años, cuando había dejado atrás la edad de trepar y correr, había acudido allí cuando necesitaba algún instante de quietud y más tarde, pero no mucho más, el viejo molino había despertado en ella la curiosidad que la había llevado a pasar largas horas en el taller y, en última instancia, a reparar a Eldaran el carro que había construido para él.

Cuando alzó la vista, Eldaran se había escabullido del taller, probablemente en busca de algún otro juguete que pudiera cumplir sus expectativas. Nanala miró con lástima la ruina en que había quedado el carro. No costaría demasiado repararlo, el mecanismo era muy sencillo en realidad, sin embargo todavía podía oir la voz de su hermano, lastimera.

"No vuela, Nana... "


La muchacha se pasó las manos por la coleta oscura como el ala de un cuervo y sonrió para sí.

- Volará.

Le encantaban los retos.

Actualizacion

Incorporando introducción de nuevo personaje. En principio y en la primera versión, iba a llamarse Celebrinnir pero finalmente, y por detalles narrativos, finalmente pasa a llamarse Nienna, aunque no descarto conservar Celebrinnir como segundo nombre en honor a Trisaga.

Actualización 22.00: Nienna no aparece en armería pero parece estar cogido. Restituimos Celebrinnir

La Cena II

martes, 26 de octubre de 2010

Erguida en la silla, Celebrinnir pasó la página de finísima vitela con cuidado y contuvo un instante la respiración: los colores en aquella nueva lámina eran, si cabe, todavía más luminosos que en la anterior. Desde aquella nueva página, la grandiosa Zin Azshari parecía casi real. Las blancas cúpulas de sus palacios y templos asemejaban un mar de dunas de piedra clara, y sus calles pavimentadas estaban adornadas con resplandecientes gemas de maná y tornasolados arcoiris. Y más allá, las aguas irisadas del Pozo de la Eternidad.

- ¿Niré?

Alzó la vista del libro como si emergiera a la superficie de un mar invisible para retomar el aliento. Su padre había entrado en la biblioteca silenciosamente y se acercaba a ella. Le sonrió.

- ¿Qué haces?

La niña se apartó un mechón de cabello cobrizo del rostro y señaló con un gesto la lámina del códice que leía. Su padre hizo un gesto y un orbe mágico se deslizó lánguidamente hasta la mesa para arrojar más luz sobre las páginas.

- ¿Realmente era tan hermoso, padre?- inquirió, hipnotizada por la belleza de aquellas imágenes.

Duriner se sentó junto a su hija y se inclinó junto a ella para mirar aquella ilustración, aunque la conociera tan bien como a sí mismo. También él había crecido deleitándose en aquellas páginas.

- Tu abuelo plasmó sus recuerdos en estas páginas mucho después de la destrucción de Zin Azshari, Niré. Él estuvo allí y dejó su legado para nosotros, para que jamás olvidaramos nuestro pasado.

Celebrinnir dirigió una solemne mirada al busto tallado en piedra que representaba al padre de su padre, un hombre de perfil noble y porte regio. De no haber sabido que era un estudioso de la magia, hubiera podido poner su rostro a los heroes de los cuentos que su padre le contaba. Suspiró.

- ¿Qué sucede?

La niña deslizó los dedos suavemente por la iluminación.

- Debió ser terrible- murmuró con gesto triste- ser testigo de su destrucción, perder la bendición del Pozo...

Duriner tomó las manos de su hija entre las suyas.

- Pero sobrevivimos, Niré, estamos aquí. - pasó otra página del códice- La Fuente del Sol nos devolvió la bendición de Belore y no nos abandonará jamás.

Desde aquella nueva lámina, la increible ciudad sagrada fundada en la isla de Quel´danas refulgía bajo el beso de su venerado dios. Allí habitaban los sabios, los dedicados a Belore y aquellos que los guardaban. Amplios jardines de un verde radiante a la orilla de un mar azul cobalto, con las velas encarnadas de los navíos thalassianos amarrados en el puerto, y arriba, sobre la ladera, el Bancal, sangre y oro, vigilando desde las alturas el paisaje tranquilo y sacrosanto que se derramaba a sus pies.

- Ahora somos más sabios que antes.- dijo Duriner- No volveremos a perderla.

Celebrinnir asintió con veneración ante su padre, al que adoraba. Sintió el rempentino impulso de abrazarle, aunque su madre le había enseñado que debía ser comedida y reservada con sus emociones, sin llegar a ser taciturna. Llamaron entonces a la puerta de la biblioteca y se asomó una criada.

- Mi señor- dijo sin entrar- Lady Olena desea que la joven Celebrinnir asista a la cena de esta noche. Debo llevarla arriba y prepararla antes de que lleguen los invitados.

Duriner Lerathien arqueó sutilmente las cejas, esa fue toda señal de sorpresa que cruzara su rostro. Sabía bien de la ambición de su señora esposa, pero le sorprendía que tuviera tanta prisa, conociendo a Celebrinnir como la conocía. Se volvió hacia su hija, que le miraba perpleja, como pidiendo su beneplácito.

- Tu madre te ha hecho llamar, Niré.- le dijo, dedicándole la sonrisa más segura que pudo dibujar para ella- Será mejor que no la hagas esperar.

Donde cualquier muchachita de su edad hubiera bajado de un salto de la silla y corrido escaleras arriba, exaltadas por la emoción de su primera fiesta en sociedad, Celebrinnir descendió de su butaca y guardó el códice en el lugar de que lo había codigo. Cuando estuvo en su sitio, caminó dignamente hacia la criada que la esperaba, con una sonrisilla de anticipación bailoteándole en los labios.Serena y solemne como una reina. Cuando llegó a la puerta se volvió, sonrió a su padre con timidez y, ahora sí, salió corriendo escaleras arriba.

La Cena I

El sol se había puesto y la casa bullía en actividad. Las cocineras se afanaban desplumando patos, cebando cochinillos, batiendo yemas y aderezando guisos. Los criados corrían de un lado a otro trasladando flores y jarrones, puliendo la cubertería, alineando perfectamente las copas y cuidando que no fallara el más mínimo detalle aquella noche. En la sala, los músicos ponían a punto sus instrumentos y notas furtivas se filtraban a través de las ventanas cerradas hasta la calle, donde los pebeteros arrojaban sombras danzarines a los adoquines, dando la bienvenida a los visitantes.

De pie frente al espejo de su vestidor, Nevena Lerathien inspeccionó su reflejo con atención mientras levantaba los brazos para que su doncella prendiera el afiler que cerraba el manto dorado. Con el rubor prendido en sus mejillas y el rostro enmarcado por su melena color miel, aquella noche estaba resplandeciente. A unos pasos de distancia, Olena Lerathien supervisó la preparación de su hija para la gran noche, cuando se formalizaría el compromiso de la mayor de las Lerathien con el primogénito de la Casa Lamarth´dan. Aquella noche alcanzarían la meta que durante tanto tiempo habían perseguido: un lugar entre las Grandes Casas de Lunargenta. No había dado gracias lo suficiente a Belore por haberle concedido una hija como Nevena, hermosa y tan llena de virtudes que, de no haber sabido de primera mano quien la engendró, hubiera dudado que fuera hija de su señor esposo. Nevena era grácil y hermosa, con dos rosas prendidas de sus carrillos y un cuello largo y esbelto del más fino mármol. Largas pestañas doradas cercaban unos ojos azules como zafiros, de mirada lánguida y recatada. Sí, Nevena había sido un regalo de Belore, un premio por las décadas, los siglos que habían tenido que esperar para alcanzar el lugar que les correspondía.

Unos golpecitos discretos sonaron en la puerta.

- Adelante - dijo Olena con impaciencia, haciendo un gesto a su hija para que no se volviera y arruinara el vestido que le estaban, literalmente, componiendo encima.

La puerta se entreabrió y asomó el rostro de una de las criadas.

- ¿Y bien? - inquirió la matriarca de los Lerathien.- ¿Qué sucede?

La criada abrió del todo y, sin cruzar el umbral, hizo una breve reverencia.

- Todo está listo, señora, y el sol se ha puesto. Los invitados empezarán a llegar dentro de una hora.

Olena asintió con serenidad, aunque por dentro se sentía exultante.

- ¿Mi señor esposo está listo ya? - la muchacha asintió- ¿Donde está mi hija?

La criada hizo otra breve reverencia.

- La joven Celebrinnir se encuentra en la biblioteca, señora ¿Deseáis que asista a la cena?

La señora de la casa entrecerró los ojos un instante, reflexionando. Su hija pequeña era muy joven, una niña que apenas comenzaba a convertirse en mujer, silenciosa y reflexiva. Si Nevena era justo la clase de hija que ella como madre había deseado, Celebrinnir era a todas luces la niña de los ojos de su esposo y en ocasiones la compadecía: era demasiado buena y dulce para el mundo de tiburones en que había nacido. Pasaba su tiempo entre sus juegos de niña, paseos por el jardín y horas de lectura en la biblioteca familiar.

- Que la bañen y la vistan. Ya tiene casi cuarenta años, es hora de que vaya viendo de primera mano el mundo que la rodea.

La joven sirvienta asintió y, al ver que su señora no le daba más indicaciones hizo una última reverencia y salió cerrando tras de sí.

Actualización

viernes, 22 de octubre de 2010

Actualizados "La Búsqueda del Guardián" y "La Otra Orilla". Puesta al día.

XXXV

martes, 19 de octubre de 2010

Por Kluina´ai

El primero la sorprendió aún abotargada, bajo los efectos del somnífero con el que se procuraba el descanso nocturno. Alarmada, intentó discernir qué lo originaba, en vano. No había más respuesta que un ominoso silencio. Se esforzó por concentrarse en las tareas pendientes. La repetición, al cabo de unas horas, la pilló en una pasarela. Intentó mantener el tipo e, inconscientemente, comenzó a contar el tiempo entre temblores.
No era hipo ni prurito. Parecían más bien convulsiones o contracciones. Era grave. Muy grave. Y enterarse de que no se trataba de un problema local únicamente acentuó su desolación, al descartarse la posibilidad de que fuera un fenómeno volcánico ligado a los corruptos cultores trol de Tuercespina.

Cada sacudida la debilitaba más. Se sentía indefensa, pues era la mismísima Madre Tierra quien les comunicaba su dolor y su ira. Y ella, chamán tauren, no podía hacer nada más que escuchar y rogar a los Elementos que se calmaran.
Dentro de lo delicado de la situación, se estableció prioridades: Ante todo, cuidar de Bellota; En segundo lugar, hallar medio de transporte; Tercero, vigilar y, por último, decidió que necesitaría elixires y pociones.
Se puso manos a la obra. Por fortuna, el mago rubio buscaba muy activamente el modo de escapar de la ratonera.

Pero pasaban los días sin que consiguieran transporte. Los terremotos eran cada vez más frecuentes y los rumores se dispararon. Así las cosas... Normal que apenas se hicieran a la mar unas pocas embarcaciones. Sin embargo, necesitaban salir de allí. Se les acababa el tiempo, como a Averil la paciencia.

Habían prohibido a la muchacha que se moviera del Grumete Frito: Era demasiado arriesgado. Kluina-Ai no se alejaba de ella más de lo imprescindible y notaba que la frustración y el aburrimiento de Bellota aumentaban con cada jornada que transcurría.

Suerte que la misma taberna era un variado ecosistema y la curiosa jovencita no perdía detalle del espectáculo que se le ofrecía. Además, espabilada, se esforzaba realmente por pasar inadvertida.
La tauren comprobó que la muchacha se había convertido en admiradora de la humana que deleitaba al personal con sus canciones. Esa mujer, con piel y voz de madera noble y mirada viva, le producía una cierta inquietud, aunque no negaba que dentro de su especie era extraordinariamente atractiva. Tenía mucho mérito el dominio que demostraba sobre sí y la maestría con que sorteaba los incidentes con el personal. A la chamán le dio la impresión de que esa señora bebía la vida a sorbos, paladeándola.

En cuanto al famoso “pirata loco”... No apareció y, si lo hizo, ni se enteraron. Klui estaba por darle las gracias.

Aquella noche prometía ser un “más de lo mismo”. La cantante había llegado y Bellota desearía bajar a disfrutar de la música, sin duda.

Subió hacia la habitación que ocupaban y, adentro, Averil, alterada, le contó que una extraña elfa había irrumpido y seguramente le habría visto la cara. Si la tauren no fuera cubierta con el yelmo, la chica se hubiera dado cuenta de que a Klui se le demudó el rostro.
Dos melódicas voces al fondo del pasillo le indicaron que, efectivamente, tenían compañía. Bellota le sugirió que parlamentara con ellos, pues había creído entender que también querían salir de la ciudad.

Conforme se acercaba, la atacó una sensación familiar y molesta: El tufillo a corrupción que emanaban ambos sin'dorei (¿o debía considerarlos fel'dorei?) obligó a la tauren a reprimirse. Lo que le pedía el cuerpo no era negociar, sino plantar sus tótems e iniciar un ceremonial de purificación. Suspiró, observó lo peculiares que eran (un embozado elfo de cuidada cabellera color platino impoluto en su atuendo y una espeluznante joven elfa de pelo oscuro como la noche, pálido rostro marcado con runas demoníacas, acicalada a la usanza zandalar), e inició un cauteloso diálogo.
Al menos eran corteses y, aunque no llegaran a un acuerdo, le pareció fructífera la conversación: Le preguntaron si tenía secuestrada a la humana... Cosa que le dio una idea.

De vuelta a la planta baja, se plantó junto a Bellota, quien estaba sentada en compañía de la artista. Carraspeó y se presentaron. La señorita Lambeau, haciendo gala de su saber estar, las dejó a solas. Averil decidió que Klui no cabía en aquel rincón y se cambió de mesa. A la chamán le daba igual todo: En peores sitios se había metido.

Apenas habían intercambiado unas cuantas frases cuando se les unió la elfa vil. Se la notaba muy interesada por la humana. No tardó mucho en aparecer su compañero, quien ocupó el espacio restante.

La charla resultó muy instructiva. Al parecer, Caramarcada (así dijo llamarse la inquietante elfa) tenía comparativamente la misma edad que Averil. Los paralelismos entre ambas eran evidentes. La chamán supuso que por eso la humana le llamaba tanto la atención (por eso y porque le había visto el rostro, claro).

Durante el tira y afloja de preguntas y respuestas, con toda la cachaza del mundo, Caramarcada declaró que se dedicaba a fabricar y vender abalorios de cuentas y que tomarían el Portal Oscuro para viajar a Terrallende... a comerciar con los demonios. Irhen “el hermoso” (más bien “el tapado”, pensó Klui) no intervenía mucho.
Pese a su rostro inexpresivo y su voz átona, la muchacha elfa se mostró muy amable con Bellota: le ofreció una de sus pulseritas y le entregó una daga para que se defendiera.

Un seísmo encendió la mecha y la tauren terminó soltando una de sus típicas “cornadas verbales” cuando disertaron sobre la diferencia de usos y significado entre “corrompido” y “corrupto”.
Sin tacto alguno, les preguntó cómo se definían. El tenso silencio resultante le hizo caer en el detalle de que quizá los hubiera ofendido.

- “Yo soy pura”, respondió al minuto la elfa de las mil trencillas negras.

La sanadora sonrió para sí al comprobar que las personas nunca dejarían de asombrarla.

En cambio, “El Hermoso” (un pirata honrado que buscaba tripulación, según sus palabras) se marchó casi enseguida sin decir ni mú.

Caramarcada tardó un poco más en retirarse. Llegó a señalar el parecido entre ella misma y Averil, cosa que molestó muchísimo a la humana. La chamán consideró que en algo sí tenían razón aquellos dos: Las apariencias engañan. Otra cosa era muy cierta: No se conocían. Nada sabían de sus respectivas historias.
Finalmente, se despidió. Se desearon mutuamente suerte y Kluina-Ai se acercó a la barra para disculparse por su falta de diplomacia. Le sorprendió gratamente que la elfa no estuviera molesta, aunque había dado muestras de tener un carácter sumamente peculiar.

Desaparecer la elfa vil y estallar Averil fue todo uno. Que Caramarcada se comparase con ella la había sacado de quicio. ¡Ella no había elegido ESO! ¡Ella NO era una adicta!... La tauren intentó aplacar el enfado de la joven, en vano. Solamente obtuvo un cierto éxito al cambiar de tema.

La chamán le expuso su plan a la todavía sulfurada Bellota. A ella no le pareció mal, con tal de abandonar Bahía.
Klui no veía otra opción, de lo contrario ni se hubiera planteado algo así. Y es que a la sanadora le dolía llevar como prisionera a la joven, aunque se tratara de una farsa para salvarla.

La noche llegaba a su cenit. Angeliss no regresaba y Averil expresó por fin sus temores, desanimada.

La chamán, agotada, no podía decirle a Bellota ni la mitad de lo que pensaba y sentía:
Que para ayudarla necesitaba que luchara panza arriba contra esa maldición; Que cada vez que la miraba se le partía el alma; Que ella no era sino una simple tauren y no una criatura bendita como aquella que les había sido cruelmente arrebatada, pero que lo daría todo para liberarla de esa horrible carga.

Y con el Bálsamo presente en el recuerdo, le juró que no se rendiría hasta dar con una solución

“Aunque sea lo último que haga”.

Kluina-Ai Nubeblanca escuchó como en un eco su frase recién pronunciada: Le sonó a sentencia.

XXXIV

Querido diario:

¿Quién se ha creído que es? ¿Cómo se atreve a comparar lo que me sucede con eso? Como si ser una elfa le permitiera burlarse de mí de esa manera ¡Vender pulseritas! ¿Se cree que soy estúpida? Ojalá se empache tanto de energía vil que se convierta en uno de esos desdichados de los que amenazan los libros de la escuela ¡Verá entonces la diferencia entre nosotras!

Calma, que me embalo, pero es que cada vez que lo pienso ¡Argh! ¡Me hierve la sangre! ¡Menuda pelandrusca!

A ver, por partes. El sábado estaba yo tranquilamente tirada en la cama en la posada, aburrrrrrridísima y esperando que dieran las seis y media para bajar a ver el número de la señorita Lambeau cuando de repente se abrió la puerta y asomó una cara, como si buscara a alguien, y cuando vio quien había dentro, se disculpó y salió. Yo iba sin la capucha, pero me entró pánico de pensar que me hubiera podido reconocer y saliera corriendo a avisar a sus secuaces, fueran quienes fueran, así que me cubrí y salté de la cama y corrí hasta la puerta. Al abrir, allí estaba ella: una quel´dorei (no, miento, esos ojos solo pueden ser sin´dorei ¡Ja! ¡Y si solo fueran los ojos!) de cabello oscuro con trenzas y vestida como un muchacho. No hizo ningún gesto de repulsa cuando aparecí ¿Cómo hubiera podido? Si los zarcillos en mi rostro son escalofriantes, aquella elfa tenía en el rostro las marcas más horripilantes que pudiera imaginar. ¡Y llevaba la cara descubierta!

Automáticamente recordé las lecciones de la Academia (manda narices, que me acuerde de eso y no de los hechizos) cuando hablamos de los peligros de la energía vil y su adicción y consecuencias, porque las marcas que tenía aquella niña/muchacha/mujer/anciana/vete a saber no eran sino las marcas de quien ha hecho un uso abusivo y pernicioso de energía fel.

Claro, todos los sin´dorei pasaron por aquello y pensé que probablemente esta no era diferente y que estos eran los restos de su pasado como adicta, así que me dije "Sé amable, Bellota, ha tenido una vida difícil", de modo que le pregunté si podía ayudarla, hablando en mi mejor thalassiano. Dijo estar buscando a otro elfo, pero que se habría confundido de habitación. Justo en ese momento apareció Klui, que volvía de buscar pasaje, como cada tarde, y se alarmó un poco al ver a aquella escalofriante criatura hablando tranquilamente conmigo en el pasillo de la posada.

La elfa dijo llamarse Caramarcada ¡Caramarcada!¡Menuda... arf! Una cosa es que las malas lenguas te pongan un mote semejane (muy cruel, por cierto) pero otra cosa es regodearte en él y presentarte con él ante los desconocidos. La charla fue un poco tensa y al cabo apareció por la escalera de la planta superior un elfo con el pelo largo y rubio, que vestía de blanco y llevaba un embozo cubriéndole la mitad del rostro. A él también le brillaban los ojos, así que supuse que se trataba del amigo de Caramarcada. Como parecían tener cosas de las que hablar, Klui y yo volvimos a la habitación.

Al parecer no había manera de encontrar pasaje ni a Kalimdor ni a ningún otro lugar, así que tenemos que pensar en otro modo de cruzar el Mare Magnum. Luego dieron las seis y media y bajé corriendo para no perderme el espectáculo de la señorita Lambeau.

Cuando llegué abajo, todavía no había empezado y no había ni rastro de la cantante, de modo que elegí asiento (al final de la sala, como me recomendó Klui) y esperé. Al cabo de un instante, Marie Lambeau apareció en escena, con un espectacular vestido rojo precioso que me resultó un poco discordante en una taberna de puerto como esta. En cualquier caso me hipnotizó, como siempre ¡Qué voz! ¡Y qué exótica resulta con esa piel tan oscura y esos dientes tan blancos! Traté de aplaudir discretamente para no atraer la atención pero eramos tan pocos en la sala por la tarde que era inevitable reparar en todos y cada uno de los presentes. De hecho, casi me muero cuando la señorita Lambeau dijo: "La próxima canción va dedicada a la señorita del fondo" e hizo un gesto señalándome mientras me sonreía. Yo no pude evitar devolverle la sonrisa y sentirme halagada por la dedicatoria, pero por otra parte no quería que se fijaran en mí, de modo que me concentré en mi bebida y escuché la canción sin levantar la mirada.

Cuando terminó, aplaudí como los demás, y decidí esperar a que la gente se empezara a marchar antes de ponerme en pie para subir. Esperando estaba cuando de repente noté una presencia tras de mí y oí una voz a mi espalda diciendo: "¿Puedo?" Y al volverme ¡Vi a la señorita Lambeau! Ahora sé que no debería haberlo hecho, pero en el momento no lo pensé y la invité a sentarse, como pedía. Huele a miel y a azahar. Al momento me arrepentí, porque empezó por preguntarme mi nombre (le dije que me llamaba Nerissa ¡Lo siento, Neri, era un caso de necesidad!) y luego preguntó qué hacía yo en un lugar como Bahía. ¡Afortunadamente, Kluina´ai apareció en aquel instante (jo, si esa mujer/tauren no es oportuna, no sé quien lo es) y tras un intercambio de cortesías, también Lambeau se retiró de nuevo a su lugar, junto al escenario. Klui se sentó conmigo.

Había estado hablando con la pareja de elfos y al parecer también ellos tenían intención de cruzar el Mare Magnum, pero aseguraban que no parten barcos desde hace por lo menos una semana, y que hay rumores que dicen que los navíos que se hacen a la mar son atacados por monstruos marinos. Sin embargo, Klui aseguraba que aquel misterioso par le había dado una idea: cruzar el Mare Magnum por el aire a bordo de uno de los zeppelines que parten de Gorgoroth, o Gor´gol o algo así, el asentamiento horda en la selva, vamos. Le recordé que siendo humana yo, no consideraba que fueran a dejarnos embarcar alegremente, pero Klui repuso que precisamente la idea que le habían dado Caramarcada y su compañero era referente a esto: maniatarme y llevarme como si fuera una prisionera de Klui y Ángel. La idea no era mala, pero a Klui parecía desagradarle mucho. Le dije que en eso de ser prisionera ya tengo una cierta experiencia, de modo que no debe preocuparse por mí. Ya bastante tiene con los terremotos (la pobre se queda lívida cada vez que hay uno, a mi ya casi están dejándo de darme miedo....)

Estabamos discutiendo este tema cuando de repente ¡Llega Caramarcada y se sienta en nuestra mesa sin avisar! Claro, tuvimos que callarnos. Además, la muy... no paraba de mirarme de reojo ¡Cómo si lo que llevaba ella en la cara fuera para menos! Tras ella llegó su amigo, que se presentó como Irhen o algo así (al menos él era educado) y se sentó también con nosotras. Como era evidente que algo querían, decidí romper el hielo.

- ¿Vosotros también queréis cruzar el mar? - pregunté.

- Ya no.- respondió Caramarcada- Hemos decidido que iremos al Portal Oscuro.

¡Así de fácil! A mi me pilló totalmente por sorpresa y me salió del alma, lo juro.

- ¿Al Portal? ¿Por qué? - lo que en mi cabeza se traducía como "¡Insensatos!¿No sabéis que vuestra aflicción se intensificará tan cerca de las energías oscuras de Terrallende?"

A ver, no es que sea tonta, es solo que tengo la mala costumbre de confiar en la gente (y así me va) y no suelo pensar mal. Pero la respuesta de Caramarcada me sacó de encima cualquier tipo de duda. Con la cara más tranquila que se te pueda imaginar, adornada con sus marcas vilosas y esos ojos de futura desdichada, va y me dice:

- Vamos a vender pulseras.

En fin, sobran los comentarios. Pulseras. Si lo que quieren es chutarse de energía vil hasta que les salga de las orejas ¡Que tengan al menos la decencia de disimular! Ya no se trataba de marcas viejas de una adicción pasada, no. Estos dos seguían enganchadísimos y lejos de ocultarlo, lo van predicando alegremente por ahí. De repente la conversación rondaba por deroteros peligrosos: primero estabamos hablando de la causa de los terremotos, Klui explicando que la tierra estaba corrompida, luego Caramarcada hizo un poco de apología de la semántica de la corrupción y de repente, toda cortesía, suelta Klui:

- ¿Y ustedes como se definen?

Yo creo que no hubiera podido abrir más la boca ¡Mira la tauren! ¡Con lo buena y correcta que parecía! ¿Te lo puedes creer? ¡Así! ¡A la cara! A mi me dio pánico, risa y de todo ¿Quién quiere convenciones sociales? ¡Ja! Aunque en realidad tenía incluso sentido: si tan abiertamente reconocían su adicción, abiertamente se les pregunta por ella. Ains, madre mía... Que bruta la Klui... Creo que oí reirse hasta a Trisaga, que Elune y la Luz la tengan en su gloria ¡Y eso que ella no solía reir!

La conversación fue adquiriendo en lo siguiente tintes más y más surrealistas, sobre todo cuando la taberna se llenó del hedor de un no-muerto que se había acercado a la barra. Además, el no-muerto se creía borracho (como suponía, no pueden emborracharse, es biológicamente imposible, de modo que es psicológico), y luego había un caballero que no hacía más que llamar a gritos a la señorita Lambeau como si fuera la camarera ¡Uf, qué locura!

En una de estas, Caramarcada, muy orgullosa ella, alzó el mentón y dijo que ella no tenía por qué avergonzarse de nada y que no tenía por qué cubrirse el rostro ¡Y me miró! ¡A mí! ¡Cómo si fuera mínimamente comparable lo que ella se ha buscado y lo que ha mí me ha encontrado! ¡Cómo si yo fuera al Portal Oscuro a sorber los charcos de energía vil del suelo para saciar mi ansia!

¡Yo estoy buscando mi cura!¡Yo he tenido que dejar atrás todo lo que conocía para librarme de mi... mi... mi infección! ¡Por esto murió gente! ¡Gente que me quería!¿Cómo osa? ¡¿Cómo se atreve?! ¡Ojalá se ponga tan ciega de energía vil que no pueda volver a ponerse en pie!

Uf, uf... Si es que cada vez que lo pienso...Relájate, Bellota....

Al final Caramarcada y su compañero se retiraron y Klui y yo nos quedamos solas de nuevo, concretando los detalles de los próximos pasos a falta de consultarlo con Angeliss, quien a esas horas todavía no había aparecido.

Llegó entrada la noche, pero no quise preguntarle por qué se había retrasado tanto. Estaba muy exaltada y no quería acabar pagándolo con él.

Finalmente seguiremos el plan de Klui: me harán pasar por una prisionera y cogeremos el zeppelin que sale de Grom´gol. Espero que no tengamos ningún problema. Desde el sábado tengo, si cabe, todavía más ganas de quitarme esto de la cara.

Retomando viejas costumbres II

martes, 5 de octubre de 2010

Tenía los ojos abiertos y vidriosos, con la luz plateada desvaneciéndose poco a poco de aquella mirada. Las lágrimas se habían secado hacía horas en las mejillas tatuadas y la boca, entreabierta e inmóvil, no emitía ya ningún sonido. El cabello que otrora había sido tan frondoso y verde como la espesura, estaba enmarañado en las espinas y su toga de cálido cuero había sido minuciosamente reducida a harapos. Tenía las largas orejas rasgadas en distintos puntos y las marcas en sus muñecas atestiguaban el mordisco de unas sogas que ya habían desaparecido. La incisión había sido practicada con una pulcritud absoluta desde la base del cuello hasta tres palmos por debajo del obligo, y dos cortes perpendiculares parecían delimitar los postigos de aquella cruel ventana que abría sus entrañas al bosque. Los órganos, distribuidos a su alrededor con una precisión casi matemática, dejaban una cavidad oscura y húmeda desde donde se podía apreciar el estremecimiento cada vez más débil y lento del corazón. La respiración era apenas una lenta sucesión de aspiraciones entrecortadas.

- ¿Aquí todavía?

No esperaba respuesta. La mente de aquella druida en particular se había roto hacía horas, como atestiguaba su inmovilidad, rota tan solo por súbitos estremecimientos. Recostada contra un tronco, Liessel alzó la mirada del cuchillo que limpiaba y observó el cuerpo con interés.

- Es increible la resistencia del cuerpo kal´dorei ¿No crees? - suspiró la asesina con una amarga sonrisa en los labios- ¿Qué se siente? No, no hablo del dolor y lo sabes. ¿Qué se siente al saber que se puede morir? ¿Que no hay dioses que vengan a salvarte siquiera de la tortura? Óyeme bien: ibas a morir de todos modos. Vuestra inmortalidad era tan solo una farsa que cualquier hoja afilada podía desvelar. Y pese a todo, mírate ¡Qué aguante! En cuanto se ponga el sol por aquella ladera de allá, podrás enorgullecerte ante tus ancestros, tus dioses o lo que sea en lo que creas. Dos dias... Uau... ¡Aguantas como una jabata!

Se puso en pie sin soltar el cuchillo, con el cabello rubio recogido en la nuca con un pedazo de cordel. Se acercó con paso tranquilo al cuerpo inmóvil y se arrodilló junto a él. La piel ni siquiera se estremeció cuando acercó su boca al oído de su víctima.

- Habéis fracasado - susurró con odio- No la tendréis jamás ¿Me oyes? Jamás. Aunque tenga que mataros uno a uno para mantenerla a salvo, malditos hijos de puta.

La luz en los ojos estaba casi extinta, apenas un leve resplandor argénteo sobre las pupilas azules. Se preguntó si los ojos de Trisaga se habían apagado del mismo modo, si el bastardo que le cortó el cuello fue consciente al menos del sacrilegio que cometía... Si Finarä había claudicado como aquella zorra de Cenarius que tenía ante sí... Si Brontos había disfrutado al matar con sus propias manos al druida transformado que le acechaba.

Un aullido resonó en la cercanía: el crepúsculo se acercaba y las criaturas de la noche comenzaban su batida. Sonrió. Se puso en pie lentamente y regresó junto a sus cosas. Ya casi había terminado, ahora que ya no podía sacar ninguna información útil de su presa. Sacó de su bolsa una redoma y una especie de bastón que observó con satisfacción. Solo quedaba el toque final. Con gestos precisos, volvió junto al cuerpo de la elfa y volvió su rostro hacia el Oeste, dócil como una muñeca de trapo. En su oído vertió entonces unas pocas gotas de la redoma, un liquido oscuro y brillante que se deslizó como una delgadísima serpiente hasta desaparecer en su cabeza. No se fiaba de los druidas, de buena tinta sabía de lo que eran capaces, y aunque estaba segura de que las heridas de aquella estaban más allá de todo atisbo de salvación, no estaba de más curarse en salud. El veneno evitaría que cualquier pensamiento instintivo o coherente se formara en su mente.

Agitó el bastón y la electricidad crepitó en el extremo más estrecho. Un solo toque experto, y el corazón moribundo emprendió un ritmo un poco más firme. El aullido sonó todavía más cerca.

Sí, aguantaría.

El olor de la sangre ya habría alertado a todas las bestias de aquel paraje oscuro y siniestro. Ya no le quedaba más que hacer.

Recogió sus cosas y su rastro se perdió en la espesura.

XXXIII

Querido diario:

¡Qué peculiar es este sitio! Y eso que no he podido ver demasiado: debo, según dice Ángel, quedarme en la posada por mi propia seguridad, porque no soy precisamente discreta con esto en la cara. Así que con la capucha arriba y abajo y me voy quedando sin cosas que hacer. (Eso sí, tampoco es que sea mucho mas discreta con la capucha dentro y me aburro.

Al menos siempre me quedará el número musical de la señorita Lambeau, la cantante que ameniza las tardes y las noches aquí en la posada de la parte alta. La verdad es que me recuerda muchísimo a Kloderella (Caray, casi me había olvidado ¿Qué habrá sido de ella y de Imoen?) con esa piel tan oscura como el chocolate y ese acento suave, casi melódico al hablar. No es que haya hablado con ella, claro, pero a veces, entre canción y canción, habla con los espectadores y su voz me hace pensar en noches cálidas y ron. Tiene unos ojos que son dos pozos oscuros y unos labios carnosos como pocas veces he visto, y una sonrisa blanca como un rayo... Una mujer de todas todas, vamos. Seguro que si Ángel la ve, se le pasa el mal humor de golpe.

Va, que me voy por las ramas...

Ángel y Kluina´ai siguen buscando pasaje y yo me siento un pelín inútil aquí en la posada todo el día. Sobre todo por las mañanas, me asomo a la ventana, desde donde se puede ver el puerto, y no deja de sorprenderme la cantidad de gente que deambula por esta inmensa ciudad. Yo creo que nunca había visto tantos barcos juntos, y eso que vengo precisamente de un puerto pescador como es Costasur, y que me empadroné en el puerto comercial de Menethil. He visto un vendedor que vende pájaros de colores, y he visto a una mujer con unos pantalones rojos indecentemente ceñidos que lleva un loro verde al hombro que de cuando en cuando grita "Uuuuuuta madrrrrre" (el loro) y le oigo desde aquí. La primera vez me dio tanta risa que casi acabo respirando el zumo del desayuno.

Sin embargo lo que más me ha llamado la atención es el ajetreo de mercancías en el puerto, sin duda. Es un trajín constante, un ir y venir inagotable de carros con cajas, algo realmente exagerado. Todos los días cientos de cajas, sacos y bolsas son llevados al embarcadero y todos los días se cargan en barcos que para cuando se pone el sol, se vuelven a hacer a la mar. Me pregunto qué es lo que se llevan con tanta prisa y a dónde...

Mmmm, no sé, a lo mejor algún día bajo de incógnito... ¡No en vano fue mi madre una maestra de espías! ¡Algo debo haber sacado de ella! ¿No?