Esta noche, en Vallefresno

lunes, 29 de noviembre de 2010

Contempló embelesada la lava derramándose por la ladera del volcán, casi arropando la tierra con su caricia incandescente, alejando la oscuridad que se había cernido sobre el Bosque. Por alguna razón, aquello le trajo a la mente recuerdos de un pasado lejano, ya casi olvidado, que se había prometido enterrar. Sacudió la cabeza y acarició inconscientemente el colgante bajo el justillo de cuero oscuro ¿Por qué tenía que recordarle después de tanto tiempo? No era el momento, ni ahora ni nunca. Con una última mirada a la sangre de la tierra, emprendió el descenso de nuevo a la oscuridad de la espesura.

La caza se estaba haciendo cada vez más complicada con el recrudecimiento de la guerra: el avance de la Horda en el bosque le permitía mayor libertad para moverse en busca de sus presas, pero también había incrementado el número de Centinelas batiendo el bosque y a esas si que no quería encontrárselas. También le hubiera gustado pasarlas a cuchillo, pero nunca iban solas y estaban preparadas para el combate, bien lo sabía. ¿Pero dónde habían estado cuando a su Kess´an se le había escapado la vida por un tajo en la garganta? Sacudió la cabeza de nuevo, empezaba a cansarse de los amargos pensamientos que la asaltaban por sorpresa cuando debía prestar toda su atención al Bosque.

A aquellas horas, ya caída la noche, era cuando más cuidado debía tener: las batidas de ambos bandos, aunque menos frecuentes que durante las horas diurnas, eran mucho más exhaustivas. Además existía la desventaja de la agudizada visión nocturna de los kal´dorei y los sentidos superdesarrollados de los druidas cuando invocaban el poder del sable de la noche. Durante el día las patrullas pasaban casi a la carrera en dirección a los puntos donde había escaramuzas pero por la noche ponían muchísimo más cuidado en detectar enemigos infiltrados y ocultos, amparados por la oscuridad y la espesura. La presencia de humanos en aquella región era ahora algo poco habitual: los elfos se enfrentaban casi a solas contra sus enemigos. De ser descubierta su presencia, no habría sido fácil de explicar tanto más porque sí, había sido humana, pero hacía ya tanto tiempo... Afortunadamente su aspecto, salvo por una inspección a la luz del día, no delataba su condición. Había puesto mucho cuidado en preservarse de la podredumbre y las vendas mantenían bien sujetos y ocultos todos aquellos pedazos de sí misma que corrían el riesgo de desprenderse. No eran muchos todavía, pero en su rostro era ya más que evidente que no estaba viva. Estaba entero, sí, pero la piel se le había empezado a adherir a los pómulos de una manera muy marcada y las cuencas de sus ojos estaban tan hundidas y oscurecidas que eran apenas dos pozos con un brillo muy leve en el fondo. La última vez que se había mirado a un espejo, había sonreido con unos labios de mortaja. No había vuelto a sacarse la capucha.

Aquella noche, al parecer, las patrullas eran todavía más intensivas y los elfos habían empezado a encontrar los cadáveres de los druidas diseminados por el bosque. Obviamente no tenían pista alguna, y hasta hacía poco habían achacado las muertes a los desalmados orcos del Puesto del Hachazo, sin embargo los rumores habían viajado hacia el sur y se decía que Mush´al anan fandu había regresado de entre los muertos. Debía andarse con cuidado. Un destacamento de centinelas pasó peligrosamente cerca de su posición y maldijo para sí. Eran cada vez más, iba a ser dificil seguir cazando.

Cuando hubo pasado el peligro, se enderezó con precaución. Tanteó su manga en busca de la última pluma - su trofeo- y regresó, como una sombra, a la protección de su refugio.

Fuerte del Triunfo

viernes, 26 de noviembre de 2010

Supo que algo había cambiado antes incluso de abrir los ojos y en cuanto percibió que no estaba en el suelo sino en algún tipo de catre, se incorporó bruscamente, creyendo que de nuevo la habían apresado los hombes de Broca.

- Shhhh- dijo una voz grave a su derecha- No te preocupes, ya pasó todo...

El que había hablado era un enano de cabello oscuro que descansaba sentado en una banqueta junto al catre. Estaban en lo que parecía ser una pequeña tienda de campaña y una luz amable se filtraba por la lona.

- Descansa, estás a salvo.- insistió el enano.

No era un gladiador: su rostro era apacible y aunque la piel parecía curtida por el viento, no estaba tan castigada como la de un luchador. Además, parecía tratarse más bien de un bronceado reciente al curtido de las pieles en las arenas. Su toga estaba limpia y era de buena calidad y llevaba el cabello trenzado. Todavía desorientada, Mangosta volvió a recostarse sin apartar la vista del enano. Reparó entonces en que la habían lavado y que una venda le rodeaba el costillar. Levantó la manta que la cubría para descubrir que estaba desnuda pero que también le habían vendado la pierna herida.

- ¿Donde estoy?- inquirió al fin, mirando a su acompañante.- ¿Cómo he llegado aquí?

- Te encuentras en Fuerte del Triunfo, de la avanzadilla de la Alianza.- respondió el enano, incorporándose para arroparla- Nuestros exploradores vieron los buitres volando en círculos a dos días de viaje de la Gran Falla. Se adelantaron para quemar el cadáver y evitar que atrajera a más carroñeros y te encontraron. Por cierto, soy Mordecai Yunquefirme, pero puedes llamarme Mordecai.

Mangosta reparó en sus manos: eran suaves y estaban limpias ¿Qué clase de hombre vivía en una tienda de campaña y tenía semejantes manos?

- ¿Eres médico?

El enano cabeceó brevemente en asentimiento.

- Estabas agotada y deshidratada. -explicó- Tenías algunas quemaduras de gravedad, y cuatro costillas rotas. He hecho lo que buenamente he podido y creo que podrás caminar en pocos días. Pero eres fuerte y no parece que estas hayan sido las peores heridas que hayas recibido hasta ahora ¿Eh?

Un dedo grueso y amable se deslizó por la marca de su hombro. Seguro que la había identificado, y las marcas del látigo en la espalda tampoco dejaban mucho lugar a dudas. La muchacha apretó los labios y apartó la mirada.

- Yo... no recuerdo.

Mordecai Yunquefirme apartó la mano con suavidad y la miró un instante en silencio. Mangosta supo que no la creía, pero cuando el enano asintió para sí y volvió a su banqueta, sintió una ola de gratitud hacia su discreción.

- ¿Tienes nombre? - preguntó el médico mesándose la barba.

Mangosta dudó. Podía decirle su nombre pero ¿Y si Athos de Mashrapur la seguía buscando? O lo que era peor... ¿Y si Boney Boone descubría que había vuelto al mundo? Necesitaba tiempo para pensar. Negó con la cabeza y bajó la mirada: no se veía capaz de mentirle mirándole a los ojos.

- Lo siento, no recuerdo nada.

Con un suspiro, el enano detuvo la mano en su barbilla y la estudió durante unos segundos. También él pensaba, y a toda velocidad, adivinó la muchacha.

- Hum, entonces, si te parece bien, podemos llamarte Lora como mi difunta esposa, hasta que recuerdes algo ¿Sí?

Mangosta deseó que su mirada pudiera transmitirle todo el agradecimiento que sentía.

- Lora- asintió.

El enano sonrió cálidamente.

- De acuerdo, Lora - dijo- Ahora que has despertado avisaré en el fortín por si pudieran encontrar algo de ropa apropiada para tí, aunque fuera de algunas de las mujeres de la cocina. El cataclismo ha sacudido el mundo hasta la décima generación y por eso he tenido que atenderte en esta tienda en lugar de en el botiquín.

Esta vez, la extrañeza de Mangosta fue genuina.

- ¿Cataclismo? ¿En todo el mundo?

Mordecai asintió.

- Hemos recibido avisos de medio mundo: las olas gigantes se han tragado las costas y los temblores han desmoronado los cimientos del mundo. Todavía no es seguro hacerse a la mar y los cuervos no están entrenados para cruzar el océano. Los únicos que están asegurando las comunicaciones con el continente son los magos: desde Ventormenta en el continente hasta la torre de Lady Jaina en Theramore.

Theramore...
El enano dio una palmada y bajó del taburete.

- Bien, dejaré que descanses un poco más y puedas pensar tranquilamente en todo lo que ha sucedido - dijo, con un brillo cómplice en la mirada- Volveré enseguida con algo de ropa, por si quieres salir a estirar las piernas.

Y dicho esto, salió de la tienda y la dejó sola.

***

En los días siguientes pudo levantarse del catre y pasear por el asentamiento, que también había sido sacudido con la misma crueldad que el resto de la región. Se habían derrumbado torres y algunas secciones del fortín eran inaccesibles, y los soldados se turnaban para montar guardias, patrullar la zona y colaborar en las labores de reconstrucción.

Respecto a su presencia en el asentamiento, ya se había corrido la voz de la muchacha sin memoria y ella lo agradecía, puesto que así podía disponer de más tiempo para decidir que pasos tomar a partir de allí. Su primer impulso le decía que debía ir a Theramore, el único lugar que podía llamar hogar desde que Los Tres Soles se perdiera en el olvido tras la muerte de su tío. Solo en Theramore había conocido lo más parecido a la felicidad y de algo que podía llamar familia. Klode, Averil, Angeliss, Baner, Gaerrick, el silencioso Razier, la dulce Pristinaluna... Sin embargo, había sido en Theramore donde Boney Boone la había encontrado, donde la había secuestrado y donde había empezado la pesadilla. Si regresaba correría la voz, sabrían que Irinna Timewalker, la alegre Comadreja no había muerto y aquello podría atraer al vil pirata de nuevo. Si al menos hubiera sido menos conocida. Y si al menos estuviera segura de que sus seres queridos quisieran encontrarla...

Pero ¿A qué otro lugar podría ir? Además, tras el cataclismo del que hablaban los soldados y los mensajes desde la Ciudadela Garrida, era casi imposible viajar de un continente a otro debido a los castigados puertos y costas, y aunque se decía que los magos podían abrir portales a casi cualquier lugar, solo aquellos que pudieran pagarlo tenían acceso a aquel privilegio. Si tan solo hubiera tenido sus llaves... Pero aquello formaba parte del pasado, de un pasado que no podría recuperar aunque quisiera: La posada de los Tres Soles, su tío al otro lado de la barra, Zai´jayani...

"Ojalá estuvieras aquí" pensaba a menudo, como si él pudiera oírla desde El Otro Lado "Te echo tanto de menos..."

No menos a menudo se preguntaba qué hubiera hecho Zai en su lugar. Trataba de recuperar en su memoria las largas charlas que habían mantenido, cuando el pasado era un ancla que les permitía no perderse en las corrientes del presente, de donde extraer la fuerza para seguir adelante.

"Nunca olvides, Comadreja" le había dicho una vez, cuando apenas empezaban a descubrirse "No olvides nunca porque lo que más duele, lo que más necesitas olvidar, es lo que te dará la rabia que necesitas para sobrevivir. Lo que eres es la unión de todo lo que te ha pasado en la vida. Cada detalle, por pequeño que sea, deja una marca en ti, como los anillos de los árboles. Las cosas buenas te dan generosidad, compasión. Las menos buenas te hacen fuerte, te dan entereza, comprensión del mundo que te rodea. Las malas te dan la rabia que necesitas para enfrentarte a las olas de la vída, lo que te permite vivir todo lo demás. Es la más importante de todas. La supervivencia. Recuerda para vivir."

Recuerda.

Y recordó. Le sorprendió incluso que, en tan poco tiempo, hubiera podido olvidar las cosas más primordiales. Ella no era una muchacha asustada y sin memoria. Había soportado los latigazos y las quemaduras, había sido vendida y comprada y pese a todo, seguía viva. La habían llamado Mangosta, aquella que había vencido a la terrible Cobra en combate singular y se había erigido como campeona de Athos de Mashrapur en los torneos de Eldre´thalas. Había soportado la humillación y la violencia, las heridas más terribles y habría sobrevivido. Los trolls la habían llamado Mangosta de la Tribu Pies de Arena y le habían trenzado plumas en el cabello. Había cantado con ellos y bailado al son de los tambores y entorno a las hogueras, y llevaba su nombre tatuado en la piel. Tenía toda su historia inscrita en la piel. ¿Quién temía al pirata? ¿Qué era lo peor que pudiera hacerle? ¿Matarla?

¿Quién tenía miedo?

***

Janene se afanó con la escoba en la escalera que separaba la barra de la zona de las mesas: era casi mediodía y los soldados pronto llegarían reclamando sus raciones, y los refugiados también querrían comer. Sólo esperaba que no llegara nadie antes de la hora de la comida para que le diera tiempo a poner la posada a punto sin entretenerla demasiado. Desde que los últimos socios se habían marchado habían sufrido un repentino descenso de parroquianos en la taberna, pero tras el cataclismo entre los refugiados y los soldados, su madre y ella no daban a basto.

Oyó unos pasos en la entrada y aceleró con la escoba.

- ¡Un momento, por favor!- exclamó, afanándose con un último sector.- ¡La comida no está lista todavía!

Las voces de protesta le indicaron la resignación de los hambrientos, pero pudo oirles retroceder y abandonar la posada a la espera de la campana de aviso. El eco de sus voces se desdibujó en el trajín del puerto. El sonido de una bolsa de lona al descargarse en el suelo la hizo resoplar.

- ¡He pedido un momento!- exclamó levantando la vista para imprimir mayor fuerza a sus palabras- ¡La comida aún no...!

Sus palabras quedaron suspendidas en el silencio. Por un instante quedó inmóvil, sujetando la escoba en la mano y tan quieta como si el tiempo se hubiera congelado. Irinna permaneció allí de pie en la entrada, con su triste bolsa de lona a los pies, esperando sin saber qué esperar.

- Has crecido mucho - dijo al fin, con cariño, tratando de descongelar el tiempo.

La mano libre de Janene ascendió lentamente, casi con miedo, hasta quedar frente a su boca. Tenía los ojos muy abiertos y los labios temblorosos.

- Luz bendita...- murmuró con voz débil sin apartar la mirada de la recién llegada como si temiera que fuera a esfumarse de un momento a otro- Eres... eres tú...

Irinna sonrió débilmente, y se encogió levemente de hombros, casi disculpándose por aquel largo tiempo ausente.

- Hola, Janene.

La muchacha soltó la escoba, que cayó al suelo con estrépito, y se lanzó a sus brazos con ímpetu. Irinna la rodeó y la estrechó contra su pecho, acusando la calidez de aquel momento ¿Cuando había sido la última vez que alguien la había abrazado?

- ¡Oh, Luz!- suspiró emocionada Janene contra su camisa- Desapareciste tan de repente... Cuando dejaron de buscarte creímos que habías muerto.. Creíamos que estabas muerta...

Tal vez fue una respiración desacompasada, tal vez el leve crujido de uno de los escalones, pero fuese lo que fuese, le hizo levantar la vista para mirar a la mujer rubia que se encontraba inmóvil a medio descender y que la miraba con una mezcla indescrifable de sorpresa, alegría y alivio en la mirada. Irinna le sonrió, contrita.

- Luz Bendita - dijo Lillian al fin, tan sorprendida como su hija pero mucho más dueña de sí misma. Respiró hondo y descendió los últimos escalones que llevaban hasta las dos muchachas.

Janene soltó a Irinna, visiblemente emocionada, y su madre cogió a la recién llegada de las manos, casi estudiándola. Había cambiado mucho, eso lo sabía, en su rostro podía leer las penurias y el dolor que a su manera habían marcado aquella mirada de luz de luna. Lillian dejó que su mirada transmitiera que reconocía aquella pena y que y que pese a todo, la reconocía. Todavía estaba allí, podía intuir el eco de aquella muchacha de formas generosas, piel alabastrina y risa fácil que se había convertido en el alma de la taberna. Todavía estaba allí.

- Bienvenida a casa, Comadreja.

Bienvenida a casa.

En los Confines de la Tierra XXXII

miércoles, 24 de noviembre de 2010

... tal y como lo conocemos.

El dolor llegó de pronto, arrancándole un jadeo.

"¿Donde estoy?"

Trató de moverse y un relámpago de dolor recorrió su espalda. Gimió, luchó por abrir los ojos con dificultad pero solo vio oscuridad.

"Me he quedado ciega", el terror hizo presa en ella.

Respirar era doloroso, cada vez que inspiraba sentía un dolor punzante en el costado. Un violento acceso de tos la sacudió entera y sintió una arcada ascenderle por la garganta. Trató de volverse de lado agónicamente y vomitó en el suelo. Pese al dolor, su cuerpo se encogió sobre sí mismo como si quisiera desaparecer, ovillándose.

El mundo desapareció.

Cuando volvió en sí de nuevo, los recuerdos se reconstruyeron a su alrededor: el Ritual, el terrible temblor, la grieta en la tierra, el cielo gritando... Al abrir los ojos percibió una cierta claridad que la llenó de alivio. El suelo en el que apoyaba el rostro era pedregoso y castigado, con escasos restos de vegetación. Seguía doliéndole el costado al respirar y la cabeza le daba vueltas, pero al menos ahora podía pensar con más o menos claridad. Trató de incorporarse, aunque fuera para quedar de rodillas y todo su cuerpo protestó con un dolor lacerante, sin embargo esto le sirvió para evaluar hasta qué punto estaba herida. Las piernas respondían, aunque con dolor, y también los brazos. Probablemente se había vuelto a romper las costillas y el golpe en la cabeza podía recordarlo con dolorosa claridad. Una de las piernas le ardía, pero con la escasa luz ambiente no pudo distinguir apenas nada. Durante unos minutos, tal vez horas, permaneció así tumbada esperando a que el dolor remitiera o al menos pudiera acostumbrarse a él. El mareo desapareció poco a poco y, aunque seguía siendo doloroso, pudo empezar a respirar sin toser ni vomitar. De nuevo trató de incorporarse, ponerse de rodillas para ver hasta qué punto podía mantenerse erguida. De nuevo su cuerpo protestó, pero esta vez le permitió cumplir su propósito y se sentó en el suelo duro prudentemente, evaluando su estado.

La cabeza le dio vueltas durante un instante al erguirse, pero la inmovilidad siguiente hizo que las vueltas remitieran. Probó hasta qué punto podía inspirar sin sentir las costillas clavarse en sus entrañas: no era mucho, pero al menos así sabía donde estaba su límite. Se palpó los brazos pero solo los encontró magullados al tacto y con algunos raspones, y los muslos intactos salvo algunos verdugones. Al tocar la pierna que ardía, el dolor la hizo gritar: la piel estaba quemada profundamente y la carne expuesta. Por lo demás, no parecía tener las piernas rotas y el dolor era señal de sensibilidad. Desde aquella posición, intentó distinguir su entorno, pero la oscuridad era casi total, salvo por aquella claridad rojiza que había percibido al abrir los ojos. Se dio cuenta de que sudaba profusamente y de que el calor, pese a ser de noche, era muy intenso.

Con mucho cuidado se puso en pie y de nuevo su cabeza protestó con un mareo. Cuando las vueltas remitieron de nuevo, intentó erguirse por completo pero las costillas se le clavaron cruelmente en las entrañas y la obligaron a permanecer medio encorvada. Dio un paso tembloroso pero estable y miró a su alrededor. Parecía estar en una especie de pequeña hondonada, con unas pendientes suaves pero lo suficientemente pronunciadas como para que hubiera caído rodando por ellas. Al acercarse a ellas para salir, se dio cuenta de que no iba a necesitar siquiera valerse de manos y pies y que la inclinación de la pared era todavía más suave de lo que le había parecido en un principio. Las costillas rotas y el dolor en la pierna la hicieron avanzar trabajosamente y tuvo que parar en numerosas ocasiones, pero según avanzaba se dio cuenta de que el resplandor rojizo crecía y el calor se hacía todavía más intenso.

"Tengo que encontrar a Zai" repetía para sí una y otra vez.

La grieta se había abierto entre ambos, no bajo él, y el vapor no le había permitido ver nada. Todavía podía estar vivo, todavía podía estar esperando, herido, a que ella le encontrara...

- Ya voy, esp... - dijo, y las palabras sonaron como un graznido seco en su garganta que se extinguió cuando llegó a la cima de la pendiente y vio el mundo ante sus ojos.

Una gran boca de fuego cruzaba la otrora planicie a sus pies como una herida sangrante en la propia corteza de la tierra. Las entrañas incandescentes de Azeroth se deslizaban, rojas y ardientes, por aquel terrible canal hecho en su carne llenándolo todo de aquella luz roja y abrasadora. De sus profundidades surgía un aire tan caliente que al perderse en las alturas, enturbiaba la vista. Aquel había sido el relámpago que había surcado la tierra y mirara a donde mirara, aquella terrible boca partía en dos el mundo conocido sin que pudiera ver el final.

- Dioses...- se llevó la mano a la boca entreabierta, presa de la confusión más absoluta. Dio un par de pasos inciertos hacia el borde.

Gracias al resplandor de la lava, podía distinguir al otro lado de la falla las siluetas de los árboles, asombrosamente intactos pero inalcanzables. No sabía cuantos metros de amplitud podía tener la falla, pero eran insalvables con ningún medio humano. Miro tras ella: la planicie se extendía apaciblemente hacia algún lugar, y del mismo modo sucedía al otro lado de la grieta. Los ancestros habían acuchillado la tierra y habían derramado su sangre... Zai y los chamanes habían visto esto... Lo habían visto y no habían dicho nada a nadie, por eso estaban tan asustados...

- Dioses...- repitió- ¡ZAI!¡ZAAAAAAAAAI!

Su grito quedó sepultado por el rumor de la lava a sus pies, deslizándose como un terrible gusano de fuego, lento y aterrador. Se secó con la mano el sudor que se le metía en los ojos y jadeó: allí el aire era mucho más caliente y le costaba respirar. Además los ojos le lagrimeaban, haciendo que viera todavía menos. Se volvió a secar el rostro con el brazo y una punzada de dolor acusó el gesto. Atisbó de nuevo al otro lado: no se distinguía movimiento en la oscuridad. De pronto, sintió que la tierra vibraba bajo sus pies y retrocedió, asustada. Con un chasquido terroso, parte de la plataforma sobre la que había permanecido se derrumbó como si alguien estrujara un terrón de tierra con un puño gigante y cayó con estruendo en la lava, que despidió siseos de placer. Trató de atisbar de nuevo al otro lado de la falla, desesperada, ansiosa.

- ¡ZAAAAAAAAAAAAAAI!

El dolor de las costillas la dobló por la mitad y las lágrimas inundaron sus ojos.

- Zai... - gimoteó, incapaz de gritar de nuevo- Zai...

La tierra gruñía bajo sus pies, se estremecía. Retrocedió entre lágrimas, encogida sobre sí misma a causa del dolor. Sentía que cada paso que daba hacia atrás era un paso más lejos de Zai, más cerca del abandono y la traición de no cruzar aquel sendero de fuego para encontrarse con él.

- No puedo...- sollozó, y el dolor de aquella certeza se le hundió más profundo que cualquier herida.

Un temblor como un gruñido le arrancó un grito y retrocedió atropelladamente, sujetándose el costado con ambas manos. A sus pies, la tierra se derrumbó de nuevo en el canal de lava, ampliándolo. El sonido de los derrumbamientos llegaba tanto de su izquierda como de su derecha, incapaz de saber en que dirección se estaba orientando pero señalando la magnitud de aquel desastre. Miró una última vez a los árboles al otro lado de la lava: inmovilidad, silencio. No se atrevía a acercarse más, no con el suelo derrumbándose bajo sus pies. Debía salir de allí cuanto antes, pero antes debía hacer una cosa.

Cerró los ojos y cantó. Cantó entre sollozos por el espíritu de su mentor, por el de aquel ser maravilloso que le había enseñado la fortaleza necesaria para sobrevivir, que le había dado las armas para no sucumbir y las razones por las que no olvidar. Cantó sin importarle que su voz fuera engullida por el estruendo de la lava, sin importarle las lágrimas que le empapaban el rostro ni el abismo ardiente que le acechaba.

Cuando las últimas notas abandonaron su garganta abrasada, dio la espalda a la grieta y, con lágrimas en los ojos, comenzó a caminar hacia el horizonte de su libertad.

En los Confines de la Tierra XXXI

Es el fin del mundo...

El cadáver estaba dispuesto al resguardo del edificio derruido.

Le habían pintado el rostro con tantos colores como estrellas en el firmamento y sus colmillos estaban adornados con aros de madera tallada con símbolos ceremoniales. Le habían vestido con un taparrabos y habían dibujado en su pecho, en sus brazos y piernas líneas de color representando estilizadas figuras. El cuerpo yacía bocarriba con las manos cruzadas sobre el pecho y los puños cerrados entorno al báculo y la daga y a su alrededor se habían dispuesto una serie de cuchillos de silex y unos cuencos de madera oscura. Dos pequeños pebeteros de piedra ardían a ambos lados de su cabeza, esparciendo por el aire el aroma de las hierbas ceremoniales que se habían mezclado con la grasa de quemar.

Los trolls congregados guardaron silencio ante el cadáver de su viejo chamán, un líder espiritual tan anciano que ya había sido viejo mucho antes de que los Lanzanegra hubieran abandonado Tuercespina. No había pena en sus ojos ni tristeza en sus corazones: Zun´zala se había despojado de su cuerpo y volaba ahora con los ancestros, con quienes siempre había estado en comunión. Ahora le venerarían como a uno más de ellos y pedirían su bendición a él, que había caminado la senda de los espíritus y hollado el camino del gladiador. Desde aquel día, el Ancestro Zun´zala velaría por los esclavos de la Tribu Pies de Arena y por todos aquellos trolls que se vieran apresados por el fatal mundo de las arenas.

Zai´jayani se mantenía en pie ante todos ellos, dándoles la espalda y mirando el cuerpo de su mentor. Para él se había marchado su guía, su maestro, casi un padre durante aquellos años de cautiverio. Él le había llevado de la mano por el mundo de los espíritus cuando era solo un aprendiz, le había enseñado el lenguaje secreto de los elementos y la forma de hablar con los ancestros. Y ahora que Zun´zala se había unido al mundo de los espíritus le correspondía a él, su discípulo, tomar los símbolos de poder y convertise en Chamán, el líder espiritual de la Tribu Pies de Arena.

Mangosta le observaba, conmovida e inquieta. También ella como miembro de la tribu asistía al acto de despedida de su viejo chamán. Se había trenzado cuentas de hueso en el pelo y las plumas que adornaban sus sienes eran pardas y blancas. Cuatro trazos blancos adornaban su rostro oscurecido por el sol, partiendo en dos su frente, su barbilla y brotando de sus ojos como lágrimas de cal. Llevaba el pecho cruzado con bandas de cuero oscuro y tintado, y Dekka había tejido para ella una falda en los mismos colores para completar su atavío ceremonial, idéntico al que llevaban las demás hembras.

Todos esperaban pacientemente el inicio del ritual, pero la tensión, a pesar del silencioso respeto que reinaba, era palpable en todo el campamento. Los guardias de Broca se habían apostado casi rodeando al grupo de trolls y se apoyaban las hachas y garrotes en los hombros, expectantes, inquietos por si, pese a las advertencias, los Pies de Arena realizaban su ritual al completo. Ni siquiera ellos tenían órdenes claras al respecto: el canibalismo ritual había sido una costumbre ancestral en muchos de los pueblos de Azeroth, y aunque la tribu Lanzanegra lo hubiera rechazado como condición para unirse a la Horda, aquellos trolls habían sido hecho prisioneros mucho antes y no habían abandonado las costumbres del pueblo Gurubashi, y Broca lo sabía. Así los guardias, supersticiosos, aguardaban armados el inicio del ritual aunque sus miradas evitaran activamente el improvisado altar sobre el que reposaba el cadáver y los inquietantes cuchillos de silex. Ninguno movería un dedo por por propia voluntad ante una celebración tan sagrada salvo que tuvieran órdenes expresas de sus superiores. E incluso entonces...

El resto de esclavos se habían contagiado de aquella tensión y aguardaban, alejados de la zona del ritual pero sin perder detalle del devenir de los hechos. Con las mandíbulas apretadas y los puños cerrados, nadie sabía como reaccionarían ¿Atacarían la celebración? ¿Respetarían aquel ritual sagrado y ancestral? Ni siquiera ellos sabían si intervendrían, tantas como eran las posibilidades. Si los guardias cargaban ¿Se unirían a ellos o defenderían a los Pies de Arena? Y si los inmensos ogros no actuaban ¿Tomarían ellos la iniciativa para castigar aquella aberración?

Un sonido agudo y penetrante rasgó el silencio del campamento. Los trolls se enderezaron y Mangosta sintió como se le erizaba el vello de los brazos. Percibió como los guardias afianzaban la presa en sus armas, expectantes. Cuando el sonido fluctuó, comprendió que se trataba de una voz: Zai´jayani estaba cantando. Su voz era como una llamada alzada a los cielos, como si con ella quisiera invocar a los ancestros para que acudieran a recoger el espíritu de Zun´zala.

"Oga, ogaaaaaaaaaaaaaaaaaaa", decía.

Cuando enmudeció los trolls respondieron como uno solo, como había visto hacer en otras ocasiones, pero ahora era evidente de que se trataba de una liturgia guiada por milenios de tradición. Zai´jayani volvió a cantar y, alzando los brazos por encima de su cabeza, se volvió hacia los congregados. De nuevo los trolls respondieron a coro. Por dos veces más se repitió el intercambio y Mangosta cantó con los trolls, aunque no entendiera plenamente el significado de sus palabras, embargada por la solemnidad de aquel momento.

Unos tambores sonaron en uno de los costados de la congregación y los trolls comenzaron a bailar en el sitio de un modo que no había visto nunca. Inclinaban el tronco hacia adelante, sacudían brazos y piernas, y pisaban fuertemente con los pies siguiendo el ritmo de los tambores. De pronto alguna voz se elevaba por encima de los tambores con un nuevo llamamiento y los trolls sin dejar de bailar contestaban. La primera fue una hembra de gruesas trenzas y largos colmillos, que alzó el rostro al cielo.

"Oga oga, ti´waz iyaz akeme, or´manley*", cantó.

"Or´manley, caang m´wha ziondeh iyaz", respondieron los trolls.

"Oga oga, deh'yo iyaz akeme, or´manley", llamó un guerrero al que conocía, unos metros más allá. Se llamaba Skam y había perdido un ojo en uno de los combates del torneo de Eldre´thalas.

"Or´manley, caang m´wha ziondeh iyaz".

El baile continuó, incluso Zai´jayani bailaba al compás de los tambores, delante del altar donde descansaba el cadáver.

"Oga oga, wi´mek iyaz akeme, or´manley"

"Or´manley, caang m´wha ziondeh iyaz".

Mangosta memorizó las palabras de respuesta, que siempre eran las mismas. Quería participar en aquella despedida y, como miembro de la tribu Pies de Arena, consideraba que era su obligación. Además había apreciado al viejo chamán y quería despedirse de él como una troll más.

"Oga oga, deh´quashi iyaz akeme, or´manley"
, cantó otra voz, más cercana.

Se unió al coro de trolls.

"Or´manley, caang m´wha ziondeh iyaz"

Dekka se volvió hacia ella un instante y la muchacha percibió un brillo de aprobación en su mirada. Sonrió. La troll se acercó a ella y susurró unas palabras en su oído. Mangosta comprendió que le estaba dando la oportunidad de participar todavía más en aquella celebración. Alzó el rostro y cantó las palabras que Dekka le había regalado.

"Oga oga, ginnalka iyaz akeme, or´manley", su voz sonó limpia y cristalina por encima de los tambores.

Los trolls respondieron a su canto alzando las manos.

"Or´manley, caang m´wha ziondeh iyaz"

Dekka, junto a ella, gritó con un ulular agudo, y otras hembras la imitaron. Era un grito salvaje que transmitía pesar y orgullo y alegría, precisamente todos aquellos rasgos que le inspiraba el pueblo troll. Alzó el rostro y gritó con ellas y sintió la liberación en la garganta, un arranque de energía muy parecido al que sentía durante los combates.

"Encuentra el camino, Viejo Padre" pensó mirando al cielo, como si pudiera ver aquellas notas agudas y desbocadas alzándose hacia las nubes. "Encuentra el camino"

Antes de que el grito se extinguiera, los tambores cesaron y el resto de trolls dejaron de cantar y bailar. Sus miradas se dirigieron de nuevo a Zai´jayani, que permanecía erguido frente a ellos, con el rostro alzado y los brazos en alto, y parecía murmurar algo que no alcanzaban a oir. Su cuerpo permanecía inmovil, casi extático, e incluso cuando el silencio fue total, no se movió. Mangosta miró a su alrededor: los trolls no delataban ninguna extrañeza, de modo que aquello debía ser normal en el desarrollo del funeral. Sin embargo, vio en Dekka y en algunos más un asentimiento casi íntimo, una tristeza en los ojos que le hizo comprender que, pese a formar parte del ritual, aquella larga inmovilidad con su muda plegaria eran una despedida privada de Zai´jayani, el nuevo Chamán, a quien había sido su padre y mentor, ahora uno más en el mundo de los ancestros.

Se dio cuenta también del silencio expectante que les rodeaba: todo el campamento, tanto guardias como esclavos, observaba la figura inmóvil del troll y parecía contener el aliento, como si esperara una señal. Mangosta sabía lo que pensaban. ¿Se atreverían los Pies de Arena a perpetrar su aberrante ritual? Y al mismo tiempo... ¿No hacerlo enojaría todavía más a los ancestros haciendo que la tierra temblara de nuevo? Un estremecimiento en los silenciosos observadores le hizo volverse de nuevo hacia Zai´jayani. Había bajado los brazos y ahora inspiraba profundamente. Todos los asistentes parecieron suspirar a su vez. El nuevo Chamán se volvió lentamente anta el improvisado altar y tendió las manos hacia los cuchillos de silex.

Mangosta contuvo el aliento y con ella toda la tribu Pies de Arena. Era el momento decisivo ¿Intervendrían Broca y sus hombres? Los movimientos de Zai junto al altar eran firmes pero lentos, como procedía dada la solemnidad del momento. Hubiera querido gritarle que corriera, que se diera prisa antes de que sus captores tuvieran tiempo de reaccionar, pero sabía que su mentor quería cumplir con el rito tal y como estaba mandado por la tradición.

El cuchillo se hundió en la carne del pecho.

De pronto, en algún lugar fuera del cercado troll, unos pasos rápidos sonaron contra la tierra. Mangosta se volvió y solo llegó a atisbar la forma de Zigs, el ayudante goblin de Broca, corriendo hacia el pabellón del orco. Se acababa el tiempo.

"Rápido" pensó con intensidad mirando a Zai, como si pudiera escuchar sus pensamientos "¡Vamos"

Apretó los puños, clavó su mirada en el troll inclinado sobre el altar. Sus movimientos delataban precisión y solemnidad. Apenas llegó a escuchar el chasquido del hueso cuando apartó las costillas, aparentemente sin esfuerzo. Vio las manos hundirse en la cavidad torácica casi con mimo y tras unos instantes, las vio reaparecer, rojas de sangre, sosteniendo entre los dedos el primero de los sacrificios. El corazón era considerablemente más grande que el de los humanos, y su color era también más azulado. Sin embargo, salvo estas ínfimas diferencias, eran en todo iguales. Iguales. Con cuidado Zai´jayani depositó el órgano en uno de los cuencos que reposaban junto al altar.

El troll tomó entonces la herramienta necesaria para poder acceder al segundo sacrificio. La escalofriante sierra se acopló perfectamente a su mano cuando se acercó a la cabeza del cadáver. Mangosta miró inquieta hacia atrás, preocupada por la que sería sin duda la aparición de Broca, pero no vio nada: los guardias seguían con la vista fija en lo que sucedía en el altar. El chasquido del hueso esta vez fue más audible y se enderezó, solemne. El corazón le martilleaba en el pecho, temerosa de las represalias que podrían tener lugar si sus captores decidían intervenir.

Al cabo de unos instantes de intenso trabajo, Zai retiró la parte serrada del cráneo y la depositó a su lado. Tomó entonces en sus manos el segundo sacrificio, también más grande que el humano, y de igual color. Lo alzó sobre su cabeza un momento y lo deslizó suavemente en el segundo cuenco.

Broca apareció entonces, acompañado de más guardias. El rumor de sus pasos en el silencio del ritual hizo que no pocos trolls se volvieran. Mangosta hizo de igual modo. El orco llegaba con paso firme y mirada feroz, y tras él los guardias portaban sus armas en las manos. Incluso los espectadores de otras razas se pusieron en pie, alarmados. A una señal del jefe orco, los guardias que observaban el ritual enarbolaron sus armas, listos para atacar pero inmóviles.

Los ojos del orco se clavaron en Zai´jayani, que permanecía erguido tras el altar, con ambos cuencos ante sí. La respiración de Broca resonaba fuertemente y sus ojos destellaban fiereza. Su mirada era en sí misma una amenaza y un desafío. El chamán troll sostuvo aquella mirada un instante y murmuró algo, tal vez una plegaría, tal vez la siguiente parte del ritual. Broca hizo una señal y los guardias comenzaron a moverse, encerrando como un perímetro a los trolls congregados. Al mismo tiempo, los trolls se movilizaron, retrocedieron sin apartar la mirada para cerrarse como un escudo entorno al altar donde se llevaba a cabo su sagrado ritual. Mangosta se dio cuenta de que temblaba violentamente y entrelazó sus brazos con Dekka para fortalecer aquellos eslabones. Ninguno portaba armas; si los guardias atacaban, sería una masacre.

Vio a los orcos, enanos, elfos y otros esclavos acercarse, indecisos sobre a qué bando unirse en aquel enfrentamiento. Los primeros en decidirse fueron los elfos, que se apostaron junto a los guardias con sus fieros ojos de luz clavados en los trolls, enemigos ancestrales. Aquella declaración desencadenó el movimiento de los orcos, que rugiendo por lo bajo, tomaron sus armas de entrenamiento y rodearon a los trolls, encarando a los guardias. Incluso en la esclavitud, la lealtad al propio pueblo dictaba las sentencias. Miró hacia atrás, vio a Zai coger en las manos el primero de los sacrificios y murmurar una oración tras su particular muralla.

Broca gritó, los guardias cargaron.

Zai´jayani dio el primer mordisco cuando las mazas de los ogros chocaron con los escudos y espadas de los orcos. Los rugido de atacantes y defensores llenaron el que había sido hasta ahora un silencio respetuoso y sepulcral. Los trolls estrecharon su presa, cerrando el escudo todo lo posible para permitir la completa realización del ritual, y lanzaron sus gritos al cielo llamando a los ancestros para que acudieran en su ayuda. Mangosta se vio zarandeada, empujada, aplastada y sacudida, pero no se soltó de Dekka ni del troll que la agarraba del otro lado. La sangre orca le salpicó el rostro violentamente cuando la maza de uno de los guardias se hundió en el cráneo de uno de los defensores. Un troll soltó su presa y aferró el arma del caído, otros le imitaron y embistieron contra los ogros, también con las manos desnudas, sin armaduras que les cubrieran. Tras ellos, Zai´jayani tragaba trabajosamente, pero sus colmillos y dientes eran fuertes y pudo comer el corazón de su mentor como estaba mandado. Los defensores caían bajo las mazas de los guardias rápidamente, su sangre encharcaba el suelo como no había encharcado el suelo de las arenas.

De pronto el suelo tembló.
La tierra se sacudió con violencia, zarandeando a quienes permanecían erguidos, pero el enfrentamiento no cejó. Luchando para mantenerse en pie, siguieron peleando con fiereza, luchando por un atisbo de libertad en aquel mundo que les negaba como individuos. Una nueva sacudida arrojó a Mangosta al suelo, haciéndole sentir que todo temblaba en su interior. Clavó los dedos en la tierra manchada de sangre tratando de detener aquel movimiento que parecía a punto de partirle el cuello.

Los trolls bramaron triunfales, los ancestros acudían en su ayuda.

El aire se llenó de pronto de olor a azufre. Un crujido de gran intensidad resonó en el campamento sacudido, y la joven pudo ver, entre los cuerpos de los combatientes, como el pabellón principal se doblaba imposiblemente. El muro este se derrumbó con un estruendo ensordecedor y tras él, toda la edificación se vino abajo. Mangosta apretó los dientes, rogando que aquel movimiento se detuviera, pero la sacudida no cesó. Los gritos de los combatientes se sumaron a los de aquellos que no podían protegerse de los cascotes de los edificios que, uno a uno, se derrumbaban ante la fiereza de aquella tierra ofendida.

Con un estallido brutal, la tierra pareció a punto de partirse en dos. Trató de ponerse en pie, pero las sacudidas la tiraron al suelo de nuevo. Junto a ella, los trolls trataban de mantenerse en pie y luchar, pero era imposible, todos acababan arrojados sin miramientos por aquellas fuerzas portentosas. Con otro chasquido, la empalizada bailó como si fuera de cuerda y se desmoronó con el sonido sordoo de la madera cayendo al suelo. Allá donde alcanzaba la vista, el mundo era sacudido con brutalidad. Buscó con la mirada a Broca y le vio tirado en tierra como todos. Estaba inmóvil y un grueso hilo de sangre brotaba de su cabeza y se acumulaba en el suelo, envolviendo los cascotes. Como había muerto Zun´zala...

Sonó otro estruendo y tardó un instante en darse cuenta de que la sacudida había cesado. No, no cesado. La tierra seguía temblando con un rumor sordo, como si se preparara para estallar de nuevo. No quedaba nadie erguido, algunos se ponían en pie a trompicones, inestables y heridos. Otros no se levantaban. Se volvió, Zai´jayani estaba arrodillado y sostenía el segundo sacrificio en las manos, a medio comer. Ni siquiera en la ira de la tierra el chamán renunciaba al ritual.

- ¡Déjalo!- gritó por encima de aquel rumor que crecía en intensidad, tosiendo por la nube de polvo que flotaba en el aire.- ¡Vamos!.

Zai negó con la cabeza, acercó el sacrificio a sus labios y mordió de nuevo. Mangosta se puso en precariamente en pie y corrió tamboleante hacia él. Le agarró por el brazo, tiró de él.

- ¡Tenemos que salir de aquí!- gritó para hacerse oir- ¡Tienes que dejarlo!

Las sacudidas podían volver en cualquier momento, aquel temblor leve no tranquilizaba en absoluto. Los guardias que se ponían en pie estaban heridos y miraban desorientados a su alrededor, algunos incluso corrían campo a través, hacia una lejanía que creían mas segura. Algunos de los esclavos sorteaban los troncos de la empalizada caídos, aturdidos, como si en toda aquella destrucción no pudieran entender aquella súbita libertad.

Tiró más fuerte de Zai, tratando de obligarle a ponerse en pie.

- ¡Vamoooos!- rugió entre dientes mientras tiraba de su brazo.

Como respuesta, la tierra bramó y se sacudió de nuevo. Un poco más allá, el suelo se resquebrajó y con un sonido atronador, se creó un escalón por el que escapaban chorros de lo que parecía vapor hirviente. Luchó por mantenerse en pie y tiró con más urgencia de Zai. Aún quedaban algunos edificios en pie y no tardarían en derrumbarse, amenazándoles con los cascotes. Zai´jayani comió el último pedazo del sacrificio y la miró. Tenía lágrimas en los ojos.

El ritual estaba hecho.

- ¡Tenemos que salir de aquí!-repitió Mangosta, gritando todavía más, atragantándose con el polvo.

Las sacudidas se calmaron, tal vez por unos segundos. Zai se puso en pie entonces, cubierto de tierra como estaba y lanzó una última mirada al cadáver de su viejo maestro. Luego se volvió hacia Mangosta y, sin una palabra, corrieron hacia la empalizada derruida.

Sortearon las estacas caídas y corrieron hacia el campo abierto, tosiendo a causa del polvo, sintiéndo en los pies y en los huesos los temblores contenidos de la tierra que amenazaban con convertirse en otro brutal estallido. Apenas veían donde ponían los pies, turbio como estaba el aire, y en todas partes estaba presente aquel intenso olor a azufre. Aunque era aún de día, el cielo se había oscurecido, tal vez por el polvo, tal vez por súbitas nubes o por los efluvios de aquella tierra furiosa. Mangosta corría sin mirar atrás, segura de que Zai corría junto a ella. A su paso, nuevos géiseres brotaban violentamente de la tierra, y al menos uno le abrasó la piel de la pierna. No se detuvo, tenían que seguir moviéndose, aunque no tuvieran destino. Sonido como de truenos retumbaba en el aire inquieto y nuevas sacudidas amenazaban con tirarles al suelo.

- ¡No te pares, bichito!- gritó Zai´jayani sin detenerse, con el rostro manchado de polvo sobre las pinturas tribales, sobre la sangre en su boca, sobre las lágrimas en sus ojos- La Tierra está furiosa, algo terrible sucede....

Entonces, como si la tierra quisiera corroborar aquella afirmación, se oyó un estruendo como el de un trueno y el suelo se sacudió con gran violencia. Tropezaron, buscando como mantenerse en pie, pero el temblor era tan intenso que hasta el cielo parecía gemir. Mangosta cayó de rodillas y el golpe le arrebató el aire de los pulmones. Todos los huesos le dolían con cada sacudida, y tuvo que colocar la lengua entre los dientes por miedo a partírselos con el temblor. Se volvió como pudo, buscando a Zai con la mirada. El troll estaba unos metros más atrás, también en el suelo. Algo en su postura le alarmó: no estaba caído, sino en cuclillas, y apoyaba una sola mano en la tierra, y miraba el suelo bajo sus pies con fijeza.

- ¿Estás bien?- gritó, pero su voz se perdió por el estruendo.- ¡Zai!

Por un momento temió lo peor, pero cuando por fin el troll levantó la mirada, el corazón se le encogió. El gesto en su rostro era el del más absoluto pavor. Luchó por gatear para acercarse a él, angustiada. Un geiser estalló de pronto entre ambos y la impulsó fuertemente hacia atrás, haciendo que se golpeara la cabeza dolorosamente contra el suelo. Se enderezó, mareada, trató de gatear de nuevo, pero como si hubieran esperado aquella señal, nuevo géiseres estallaron a sus pies, creando un hirviente muro de vapor.

- ¡Zai!- bramó, ya casi incapaz de verle- ¡Zai!

Le pareció oir su voz por encima del estruendo, pero la tierra gritaba como si tuviera garganta humana. Gritó su nombre, trató de ponerse en pie, correr hacia donde no hubiera géiseres para reunirse con él, pero los temblores eran demasiado violentos y la hacían caer cada vez. Entonces, tan rápido como había empezado, se detuvo. El suelo dejó de temblar, el aire enmudeció. Los géiseres fueron volviéndose cada vez más exiguos, hasta que pudo ver a Zai al otro lado. Se puso en pie, su cuerpo aún temblaba.

- ¿E... estás bien?- la voz apenas le salía, o tal vez ella todavía estaba ensordecida. Le vio mover los labios, pero no escuchó lo que decía.

Un crujido ensordecedor sonó a su derecha y la tierra tembó de nuevo, amenazante.

- ¡Vamos!- gritó, antes de que el ruido fuera demasiado intenso. Tenían que alejarse de aquella zona de géiseres cuanto antes.

Él la miraba. Sus labios formaban una sola palabra, dos únicas sílabas.

Corre

No pensaba marcharse de allí sin él, no ahora. El crujido era cada vez más intenso y parecía acercarse. Miró hacia su derecha pero no distinguió nada por culpa del polvo. El temblor se intensificó. Los géiseres brotaron de nuevo, finos cuchillos de vapor hirviente.

- ¡ZAI!

El crujido era ahora tan intenso como el sonido de un rayo al caer a escasos metros pero terrible, mucho más terrible. De pronto ante sus pies, una grieta reptó desde su derecha y se perdió en la lejanía a tal velocidad que para cuando fue consciente de lo que quería decir, ya era demasiado tarde.

Con un gemido atronador, la tierra se partió en dos y el muro de géiseres estalló. Se vio lanzada de espaldas contra el suelo de nuevo. Fue como si de repente a una mitad del suelo le hubieran quitado los cimientos y ahora se deslizara buscando como aposentarse de nuevo, inclinándose violentamente. Mangosta se puso a cuatro patas ignorando el dolor en sus costillas y en su cabeza, y gateó frenéticamente, casi trepando hacia el borde que se alejaba rápidamente del otro lado. El vapor le abrasaba las manos, le ardía el rostro.

- ¡ZAI!- bramó, ahogada por el olor a azufre y el aire hirviente. Tosió, apenas podía respirar.- ¡ZAI!

De pronto sintió una presión abrasadora en el pecho y todo se volvió negro. El eco de su voz se perdió en el rugido del aire y su cuerpo inconsciente cayó rodando por aquel confín de la tierra súbitamente doblegado.

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* Oíd oíd, sabio era vuestro hijo, venerados
Venerados, venid a por vuestro hijo.
Oíd oíd, bravo era vuestro hijo, venerados
Venerados, venid a por vuestro hijo.
Oíd oíd, firme era vuestro hijo, venerados
Venerados, venid a por vuestro hijo.
Oíd oíd, un guía era vuestro hijo, venerados
Venerados, venid a por vuestro hijo.
Oíd oíd, fuerte era vuestro hijo, venerados
Venerados, venid a por vuestro hijo.

En los Confines de la Tierra XXX

martes, 23 de noviembre de 2010

23 de Noviembre

La comunidad esclava estaba conmocionada. Ni siquiera habían tenido tiempo de asimilar el primer temblor cuando los siguientes llegaron con creciente magnitud. No conseguían sanar a los primeros heridos cuando de repente llegaban decenas de nuevos esclavos lacerados por las piedras de los edificios que se derrumbaban. Habías sido un temblor tras otro a lo largo de las semanas, sin que ninguna de las medidas tomadas sirvieran para evitar daños. El ambiente estaba cargado de miedo y de ansiedad, en parte por lo letal de las sacudidas, en parte por la inquietud que transmitían los chamanes, cada vez más desconcertados y asustados. Y luego estaban las muertes...

Habían perdido no más de diez compañeros, y tres guardias de Broca. La causa siempre había sido el derrumbamiento de los edificios, ya fuera por las piedras que se desprendían en el exterior, como el peso de las ruinas para los pobres desgraciados que se vieron atrapados en el interior. El resto de esclavos luchaba cada día para retirar con manos sangrantes los cascotes en busca de supervivientes. A veces tenían suerte, otras no. Y eso fue exactamente lo que sucedió en el corazón de la comunidad troll el día que encontraron el cuerpo sin vida del viejo chamán Zun´zala. Habían encontrado el cadáver asombrosamente a salvo en un espacio protegido por un sector del techo derruido y, por un instante, habían lanzado al aire gritos de euforia por encontrarle sano y salvo. Sin embargo, Zai´jayani había percibido casi de inmediato que algo no iba bien. Se había descolgado por las ruinas haciendo oídos sordos a las advertencias de sus compañeros, para caer junto al cuerpo de su venerado mentor y descubrir que, pese a no haber sido sepultado por los cascotes, el cráneo del viejo troll se presentaba hundido por la parte posterior. En el exterior los trolls habían contenido la respiración, pero cuando el canto de Zai´jayani se había elevado de entre las ruinas, los gritos de duelo y de rabia habían llenado el aire inmóvil del campo de esclavos. Mangosta, asomada al hueco en las ruinas, con las rodillas sangrantes a causa de los cascotes, derramaba amargas lágrimas tanto por el Maestro como por el discípulo. El canto de Zai había estremecido cada fibra de su ser y se había encontrado de pronto cantando con el resto de trolls el himno que el joven chamán había cantado una vez por ella, cuando había agonizado en las arenas.

El eco de la muerte del viejo chamán había recorrido todas las comunidades de esclavos en el Campo de Broca, pero no habían tenido tiempo para guardar duelo puesto que los temblores no habían cesado y siempre había nuevos heridos que atender y edificios que reconstruir. De hecho, los temblores se volvieron más frecuentes e intensos, y el resto de chamanes convino que no despedir al espíritu de Zun´zala como mandaba la tradición estaba enfureciendo todavía más a los ancestros. Y como si los ancestros hubieran estado escuchando las temblorosas deliberaciones de los sabios, la tierra dejó de temblar y dio, por primera vez en las últimas semanas, unos días de respiro a los maltrechos esclavos.

La segunda noche tras la muerte del chamán, Mangosta se sentó junto a Zai´Jayani y puso su diminuta mano en la inmensa palma del troll.

- Le despediremos - dijo en voz baja, sabiendo que a su mentor le atormentaba la idea de que el espíritu de Zun´zala vagara sin rumbo y sin alcanzar el otro lado del velo. - Celebraremos el ritual y se unirá a los Ancestros.

Zai´jayani suspiró y estrechó la mano de su compañera.

- Ojalá fuera tan sencillo, bichito.- contestó, apesadumbrado- Ojalá.

La muchacha frunció el ceño intrigada, pero era consciente de que su desconocimiento de muchas de las tradiciones troll podían hacer que obviara algunas cuestiones importantes.

- ¿Qué sucede, Zorro?

El troll flexionó las rodillas y comenzó a trazar surcos sin sentido en el suelo polvoriento.

- Zun ´zala era poderoso, mucho - comenzó con voz queda- Era un troll tan viejo que ya era anciano cuando me aceptó como discípulo, hace muchos años. En ese tiempo, un chamán puede acumular tanto poder como para hablar con el trueno y pedirle que se aleje de su cosecha, y semejante espíritu, si se enfurece, puede provocar mucho daño y dolor. Si Zun´zala no atraviesa el velo, si los Ancestros no vienen a buscarle, vagará eternamente por el inframundo, por la antesala de la muerte, vengándose en todos aquellos que considere responsables de su destierro.

Mangosta asintió.

- Por eso haremos el funeral ¿No? Para llamar a los Ancestros... - aventuró. Eso era lo que tenía entendido y por ahora no encontraba problema alguno.

Zai aplastó la mano contra la arena, imprimiendo su huella en la arena.

- Desconoces nuestras tradiciones, Comadreja, y por eso no lo entiendes. - continuó el troll- El funeral de un chamán tan poderoso como Zun´zala no se limita a los cantos y bailes que has podido ver hasta ahora. Es necesario contener parte del poder del chamán en este mundo para evitar que se desencadene en su viaje al Otro Lado. Si esto no se lleva a cabo, los Ancestros pueden castigarnos más todavía - hizo un significativo gesto hacia las ruinas del edificio que había matado a Zun´zala.

Asintiéndo lentamente, la muchacha planteó su pregunta.

- ¿Y cómo se contiene el poder? ¿Es esto lo que resulta tan preocupante?

- Es una tradición tan antigua como el tiempo, una tradición que mi pueblo ha observado severamente a lo largo de los milenios. Tanto el Imperio Amani de los bosques, como el Impero Gurubashi de las junglas, los Trolls del desierto, los del hielo y las montañas, todos han comprendido la importancia del ritual de despedida de nuestros chamanes de más poder. Cuando uno de nuestros Maestros ha abandonado este plano, el siguiente Chamán tiene la labor y el gran honor de devorar el corazón y el cerebro del que se marcha para heredar y conservar en este plano parte de su gran poder.

Mangosta se estremeció y sintió náuseas ante aquella revelación: las leyendas hablaban de tribus caníbales, pero nunca hubiera creído que en la actualidad semejantes aberraciones siguieran cometiéndose. Zai´jayani percibió su turbación y suspiró con tristeza.

- Tú preguntas y tú misma tienes la respuesta, Comadreja. - suspiró de nuevo.- Para el pueblo troll, este ritual es sagrado y objeto de gran reverencia y las tribus libres siempre lo han llevado a cabo respetuosamente. Sin embargo, tras hablar con los hermanos que fueron capturados más recientemente, los que pertenecen a la tribu Lanza Negra, me han contado que se han visto obligados a rechazar este rito para poder unirse a la Horda tras las viscisitudes de mi pueblo tras abandonar Tuercespina. Los Orcos que los aceptaron impusieron esta condición al pueblo Troll a cambio de ofrecerles su ayuda y protección: les hicieron rechazar sus ritos más ancestrales. Puede que pensarlo te repugne, Comadreja, pero para el pueblo troll es importante respetar las tradiciones para no perder nuestra identidad y porque comprendemos, sabemos el peligro que supone enfurecer a los dioses, a los elementos y los ancestros. ¿Quién sabe? Tal vez estos temblores sean el castigo por no haber observado los ritos... Solo Zun´zala lo sabía, y ahora ya no está.

Con un escalofrío, Mangosta miró a su mentor. Hablaba con tanta calma y con tanta devoción que, por repugnante que pudiera parecerle, percibía que no había tras aquel ritual ni una sola traza de salvajismo. Solo había reverencia, solo había respeto.

- Tú eres el discípulo de Zun´zala, tu eres el próximo Chamán.- dijo despacio- Entonces... ¿Es tu labor perp... llevar a cabo el ritual?

Zai´jayani asintió, pero mezclado con el orgullo y la pena de su mirada seguía habiendo algo que le turbaba. Mangosta esperó pacientemente a que hablara.

- Los Orcos repudian el canibalísmo como si temieran que fueramos a comernos los unos a los otros en cuanto acechara el hambre. Para ellos es aberrante, un acto repugnante y terrorífico. Y no creo que vuestros aliados, los elfos y los enanos, o los pacíficos tauren lo vean con mejores ojos. Pero los orcos...

Mangosta abrió mucho los ojos al comprender repentinamente qué era lo que atormentaba a Zai´jayani.

- Broca no permitirá que se lleve a cabo el ritual...- murmuró.- Antes nos mataría a todos...

Zai asintió.

- Ahora lo entiendes - asintió el troll con una sonrisa triste- Entiendes la carga que pesa sobre mis hombros. ¿Debo dejar que el espíritu de Zun´zala vague atormentado entre dos mundos, desatando su ira sobre este plano? ¿O debo arriesgar la vida de decenas de mis hermanos por contener este mal mayor? ¿Cual es el Mal Menor en este caso?

"El Mal Menor no existe. Solo existen Mal Mayor, y sobre él, en las tinieblas, está el Mal Muy Mayor"

Mangosta se vio de pronto en la acogedora penumbra de una posada, cuando aún era solo Irinna, sentada a los pies de su tío y escuchando una voz de mujer muy familiar.

El Mal Muy Mayor es algo que no puedes ni imaginarte, Brontos, aunque pienses que ya nada puede sorprenderte. Y ¿sabes? a veces resulta que el Mal Muy Mayor te agarra de la garganta y te dice:"Elige, hermano, o yo, o aquel otro, un poco menor"."

Guardaron silencio, conscientes ambos de que ahora sí, habían llegado al mismo punto del razonamiento. Mangosta sintió como si un puño helado le atenazara el pecho ¿Cómo tomar semejante decisión? ¿Con qué derecho? ¿Era la muerte del primer Chamán Pies de Arena justificación suficiente para arriesgarse a un brutal ataque por parte de Broca y sus guardias? ¿O tal vez el orco se había alejado tanto de las costumbres de su pueblo que no reaccionaría en absoluto? Solo con pensar en aquello Mangosta comprendía la terrible responsabilidad de Zai´jayani. ¿Cual era aquel mal un poco menor?

- Eres Chamán.

Zai siguió con la mirada prendida del vacío, perdido en sus propios pensamientos. La muchacha insistió.

- Eres Chamán. Tú escuchas a la Tierra, tú escuchas a los Loas. Tú sabes lo que sucedió mientras no se decidió dar sepultura a Zun´Zala: la Tierra nos zarandeó, siguió hiriendo y matando, y solo cuando decidisteis celebrar el ritual, nos dejó estas noches de quietud ¿Puedes recordar la última noche antes de todo esto, Zai? ¿La última en que pudiste dormir, o correr a la Hoguera Pies de Arena? Habla con los chamanes, pide su apoyo...

El troll sacudió la cabeza.

- Los demás chamanes no se atreverán a respaldar el ritual y arriesgarse también a la ira de Broca.

Mangosta resopló exasperada. De pronto, todo parecía más claro.

- ¿No lo entiendes? ¡Broca no se atreverá a herir a todas las reses de Athos de Mashrapur! ¡No es tan estúpido!

Zai suspiró a su vez y se miró las manos: debía tomar una decisión.
Solo esperaba que Mangosta, en toda su inocencia, estuviera en lo cierto. Se puso en pie lentamente y miró un instante a las estrellas y luego, tras dirigir una muda plegaria al espectro perdido de Zun´zala, se dirigió en busca de los demás chamanes.

XL

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Días después:

Despertó y se incorporó bruscamente, aterrada por su pesadilla hasta que fue consciente de las llamas de la menguante hoguera y de las suaves lomas del terreno en que se encontraba. Todavía era de noche y hacía mucho frío. Miró a su alrededor.

- ¿Estás bien?- Kluina´ai estaba sentada cerca de la hoguera y había vaciado el contenido de sus bolsas ante ella para volver a organizarlo.

Averil suspiró y se sentó, eludiendo la pregunta.

- Ya no tengo sueño.- se puso en pie y se sacudió la ropa- ¿Falta mucho para el amanecer?

La tauren negó con la cabeza y la estudió un instante en silencio antes de volver a sus quehaceres.

- No mucho, en cuanto asome un poco de claridad nos pondremos en marcha - respondió al fin- ¿Tienes hambre?

La muchacha se encogió de hombros pero pese a todo tomó un pedazo de carne seca de la noche anterior y lo recalentó en el pequeño fuego. La carne estaba dura y tuvo que estirar para desgarrarla con los dientes, pero el sabor salado le reconfortaba.

- ¿Cuanto queda para que lleguemos a Trinquete?

Kluina´ai miró al horizonte un instante, donde ya empezaba a vislumbrarse una leve claridad.

- Llevamos cuatro días de camino desde que dejamos atrás las tierras de los Jabaespines, de modo que si todo va bien, podemos llegar allí después del mediodía.

Averil asintió y masticó en silencio, meditabunda.
Ya había perdido la cuenta de cuanto tiempo había pasado desde que saliera de Hibergarde a lomos de Sardinilla, parecía casi una vida y además todavía le costaba encajar el ritmo del tiempo: había pasado largos meses dormida, pero a su parecer apenas había alcanzado a cerrar los ojos. Que Razier estuviera a su lado cuando cayó dormida y fuera Bálsamo Trisaga lo primero que viera al despertar no contribuyó a asimilar el paso del tiempo. Y luego estaba el problema de la magia: al despertar, su cuerpo había acumulado tanta energía que no sabía canalizar que incluso le dolía. Bálsamo, Angel y Dremneth la habían ayudado a controlar aquella fuerza y se había sentido capaz de casi cualquier cosa con aquel renovado poder. Sin embargo, las drogas de Krog´nash y la cercanía del Nodo parecían haber vuelto a bloquear sus canales y seguía siendo incapaz de recordar o siquiera concentrarse en cualquier hechizo. Si tan solo recordara la teoría de los portales...

- Está amaneciendo- dijo Kluina´ai a su lado, ya en pie y con su bolsa al hombro- ¿Estás lista?

Averil se puso en pie, se sacudió pantalones y asintió.

- Vamos, me muero de ganas por un buen baño de agua caliente.

El viejo molino II

lunes, 8 de noviembre de 2010

Aldea Bruma Dorada, Bosque Canción Eterna:

Isilwen Gandarin saludó a su esposo con una sonrisa cuando llegó, y continuó observando a su hija desde la puerta.

- ¿Qué trama hoy?- inquirió Theanar, tras besarla con dulzura en la sien.

Nanala estaba en el claro, a la sombra de los árboles, y parecía estar peleándose con alguno de sus inventos.

- Eldaran estrelló el carro esta mañana y se quejó de que no podía volar.- respondió la madre de sus hijos con una sonrisa paciente- Nana está resuelta a resolver ese inconveniente cuanto antes.

Theanar arqueó una ceja y preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

- ¿Sin magia?

Isilwen asintió.

- Sin magia.

Con un suspiro y una sonrisa, el elfo entró en la casa familiar. A la fresca penumbra que reinaba en el interior, Theanar distinguió todas y cada una de las siluetas de los inventos de su hija. Ni uno solo se había servido de magia arcana para su fabricación y funcionamiento, y pese a todo, eran tan útiles como las herramientas mágicas traídas de capital. Él, por su parte, siempre la había alentado, puesto que Eldaran era demasiado joven para ayudarle en su trabajo y Nana mostraba al mismo tiempo destreza y entusiasmo de sobra para echarle una mano. Además, siempre era divertido ver en qué nuevo invento estaba trabajando, como aquella vez que, cansada tras largas horas sentada en el pescante del carro familiar, había decidido idear una máquina que le permitiera desplazarse a una velocidad mayor y de manera independiente. Dos ruedas, una polea que activar con los pies, y un timón para guiarlo: era tan sencillo que le había dado ganas de reir, y todavía se había reído más al ver las caras de los vecinos cuando Nana cruzó la aldea rauda como el rayo, activando frenéticamente los pedales de su nuevo invento.

Había creado prensas para las flores de su madre, y un sistema de elevadores basados en cestas y cuerdas que permitían desplazar pequeños objetos de una planta a otra de la casa y que había acabado sirviendo para hacerle llegar la comida al taller cuando se pasaba días enfrascada en un nuevo invento. Lejos de lo que se esperaba de las muchachas de su edad, Nana era tenaz, de caracter fuerte, cabezota y decidida, cálida con su familia y con una personalidad cordial con aquellos que la rodeaban. Pasaba más tiempo trepando a los árboles o encerrada en el taller que simulando ser una pequeña dama de la capital en compañía de las muchachas de su edad. No le importaba deslizarse debajo de un carro y llenarse de barro, ni tiznarse la nariz de hollín. Era una buena trabajadora.

- ¿Qué tal fue con los hombres?- Isilwen se había deslizado en la penumbra del interior con aquel sigilo tan característico en ella y que precisamente había legado a su hija.

Se volvió para abrazarla y le besó la frente.

- Vino uno de los capataces de la ciudad, están buscando gente para trabajar en Quel´danas. Andan algo escasos de personal en todo lo referente a mantenimiento de la infraestuctura en la isla y alguien tiene que ocuparse de ello. Los magisteres y los devotos de Belore no deben abandonar sus estudios.

Isilwen arrugó levemente el ceño y le miró, interrogante.

- ¿Tienes que irte?

Theanar le acarició el rostro con suavidad.

- Será solo una temporada, y podremos volver a casa regularmente, no debes preocuparte por eso.

- ¿Podremos?- la mujer se desprendió de su abrazo lentamente y retrocedió un paso para mirarle.

El elfo suspiró.

- Quiero que Nana venga conmigo -su mujer fue a protestar, pero con un gesto le pidió que le dejara continuar- Es una gran oportunidad, Isilwen: servir en la isla, tan cerca de la corte, puede reportarnos grandes ventajas y beneficios. Nana es muy joven, pero es diestra y trabajadora y estoy convencido de que podrá desarrollar sus destrezas mucho mejor que aquí en la aldea. Aquí solo estoy yo para enseñarle, pero en Quel´Danas encontrará maestros mucho más capacitados y, si trabaja bien, puede acabar haciéndose con una posición destacada entre los técnicos ¡Imaginate! ¡Si tan joven empieza a instruirse de manera seria, cómo será cuando llegue a la edad adulta! Además, tan cerca de la Fuente puede acabar revelando una cierta afinidad con la magia. Si eso sucediera aquí, pasaría desapercibido pero allí... Algún magister podría cogerla como discípula y eso... eso no puede dejarse pasar...

La elfa de cabello oscuro guardó silencio y se dirigió a la ventana. Desde allí podía ver a su primogénita todavía inclinada sobre su invento. Adivinaba la determinación en la tensión de sus hombros, en la firmeza de sus manos. Sabía que su esposo estaba en lo cierto, pero no conseguía hacerse a la idea de como sería tenerla lejos. Nunca había salido de la aldea, siempre había estado correteando por la casa y trasteando infernalmente en su taller... En cualquier caso, Theanar tenía la última palabra.

- ¿Cuanto tiempo?- fue lo único que preguntó, sin volverse.

Theanar miró a su esposa y luego a su hija a través de la ventana.

- Solo diez años, Isil. La tendrás de vuelta antes de darte cuenta de que se ha marchado. Seguirá siendo tu niña entonces.

Se acercó a ella y la rodeó con sus brazos. Aspiró el aroma de su cabello, percibió el leve temblor que había hecho presa en ella. Le dolía verla así, la amaba con toda la fuerza de su corazón, pero sabía que no debía ceder, no ante una oportunidad como aquella.

- Será mejor que se lo digas ya- dijo ella lentamente, acariciándo la mano posada en su vientre- antes de que se meta en algún nuevo proyecto infernal de los suyos.

Theanar le besó la coronilla con infinita ternura, la estrechó un instante más entre sus brazos y salió de la casa es pos de su hija. Al cabo de un instante, Isilwen le vio aparecer en su campo de visión, al otro lado de la ventana. Caminaba decidido, todavía con la ropa de trabajo y la larga cabellera recogida en la nuca en una coleta suelta. Nanala tardó un instante en percibir que le tenía a la espalda. Isilwen la vio alzar el rostro y ponerse en pie, sacudiéndose los pantalones. La vio escuchar atentamente las palabras de su padre y mirar, durante un instante, la figura de su madre recortada en la ventana. Tras un instante de duda,la muchacha saltó a los brazos de Theanar y se encaramó a su cuello con evidente regocijo e Isilwen, desde la ventana, secó la primera de sus lágrimas.

XXXIX

viernes, 5 de noviembre de 2010

Por Kluina´ai

El sol calentaba la tierra polvorienta del camino. Durotar se les mostraba tal y como era: Árido y a menudo implacable. Arcilla, roca desnuda y apenas matojos, bajo un cielo azul brillante que parecía querer caer sobre sus cabezas a plomo. Cactus, escórpidos, jabalíes... Las criaturas que luchan por sobrevivir en este difícil hábitat destacan por su frugalidad y resistencia. Pese a ser unos recién llegados, los orcos encajaron perfectamente en una tierra que les retaba día tras día.
Averil resopló. No le gustaba el paisaje, monótono a rabiar, sin que los deslumbrantes matices anaranjados lograran algo más que fatigar la vista.

Con regularidad, la Madre Tierra se estremecía en espasmos que les hacían perder el paso y casi el equilibrio.
Bellota mantenía bien el ritmo. No tenía sed ni hambre, así que Klui se esforzó en seguir hacia delante.

La tauren sabía que tendrían que entrar en Cerrotajo. El emplazamiento, fuertemente vigilado, era paso obligatorio. No quedaba otra que prepararse para resultar convincentes en su “tapadera”.

Un osado (o temerario) miembro de la Alianza les puso las cosas muy fáciles. Aprovechando el revuelo resultante, Klui respiró hondo, saludó a los vigilantes y atravesó el poblado. Luego, una vez fuera de la empalizada y lejos de miradas indiscretas, retrocedió y tomó, esta vez sí, el camino que conducía a Los Baldíos. No tenía la más mínima intención de ponérselo demasiado fácil a posibles perseguidores.

Deseaba liberar a Averil de sus ataduras y quitarle el engorroso saco de la cabeza, mas no podía arriesgarse a que las sorprendieran. La chamán no pudo reprimir una sonrisa cuando Averil, muy en su papel, rebulló y gimió “prisionera total ella”. Menuda comediante estaba hecha... Marchó con ella a hombros un trecho, hasta que dio con un escondite natural: Tres monolitos, grandes rocas peladas fruto de la erosión, les proporcionaron la cobertura necesaria. La sufrida muchacha simplemente abrió y cerró las manos un momento. En cuanto pudo ver, comenzó su ronda de preguntas.

Estaban en tierras de los “Crines de Acero”. A Bellota le pareció muy interesante y no acabó de entender qué eran los jabaespines hasta que los tuvo cerca. Por fortuna, aunque eran criaturas belicosas y no les gustaban las intromisiones - “Como a nosotras”, comentó bromeando la humana - ellas se mantuvieron a distancia suficiente como para no provocarlos.

Más relajadas, Klui explicó a su compañera que el mago trol “solamente quería comprobar si eran sectarias”. Ambas habían pasado realmente miedo.
Averil hubiera deseado luchar, ser una maga de batalla como su amigo Angel y se lamentaba amargamente por su desmemoria e inexperiencia (¡si había aprendido en la Academia a convocar elementales de agua, como el trol y todo!). La tauren, en cambio, estaba muy satisfecha al haber eludido el enfrentamiento. Para ella “la única pelea que se gana es la que evita”. La joven fruncía el ceño, intentando asimilar ese concepto.

Debía resultar muy llamativo escuchar de una mole armada y pertrechada como Kluina-Ai eso de que “responder a la violencia con violencia es sucumbir”. Claro que confesó acto seguido estar dispuesta a “sucumbir” las veces que hiciera falta... Eso sí, muy a disgusto. Contradicción, tienes nombre de … ¿mujer? Naturalmente, Bellota no estaba nada convencida.

Distraídas con la conversación, la chamán retuvo a su protegida justo antes de que se pusieran en peligro. Estaban a punto de cruzarse con un puesto avanzado de la Horda, y convenía “guardar las apariencias”. Harta de hacer y deshacer nudos, se conformó con una lazada simple e indicó a la obediente humana que se colocara a su derecha, lejos de la vista de los vigías.

Sencillo y efectivo, el truco.
Magistral de nuevo la interpretación de Averil como cautiva: Rebulló resistiéndose, con gran realismo. A Klui se le ocurrió pensar que bien podría ser artista, en lugar de maga. Tampoco olvidaba que la chica tenía experiencia en el tema, por desgracia.

Sin apenas transición, cambió el paisaje. La arcilla desnuda y reseca dio paso a una inmensa llanura de pastos agostados. El aire, puro, sin polvo en suspensión, el cielo azul cerúleo...
Atrás quedaba el yermo Durotar: Por fin se adentraban en Los Baldíos.

XXXVIII

martes, 2 de noviembre de 2010

Ogrimmar:
Por Kluina´ai

“De seda”. Las había escogido cuidadosamente. Por desgracia, conocía sobradamente sus propiedades, sus usos... y la calaña de sus compradores habituales. Ignoró con esfuerzo la sonrisita maliciosa del cordelero que la estaba atendiendo. Sí, el maldito goblin ciertamente acertaba al suponer que la “mercancía” con que “trataba” era delicada. “No sabes cuánto...”

Pasos, ruido, un topetazo. Kluina-Ai sacudió la cabeza retornando a la realidad, al presente. Frunció el ceño, preocupada, comprobando que últimamente se abstraía con pasmosa facilidad. “Mala señal... Las dosis ya no son suficientes” - pensó - “En cualquier momento me tomarán al asalto”...

Le sorprendió el tumultuoso ambiente reinante. La misma torre de zepelines estaba muy concurrida y los apresurados viajeros parecían nerviosos. Contempladas desde su privilegiada posición, las afueras de Orgrimmar eran un abigarrado hervidero en el que se removían gentes de todas las razas de la Horda. El griterío que producían era especialmente llamativo. Ni siquiera durante la escandalosa “Fiesta de la Cerveza” los participantes hacían tanto ruido. Destacaban ciertos gritos que anunciaban a voz en cuello el “Fin del Mundo”.

Ellas dos no eran las únicas personas que observaban con especial atención a esos agoreros: Un curioso trol hasta usó un catalejo para no perder detalle. Cuando preguntó a Klui si había visto subir algún cultor, ella no pudo hacer otra cosa que negar con la cabeza.
Resultaba chocante verlos llegar a la base de la torre, galopando, todos vestido con el mismo tipo de ropas, proclamando destrucción y ruina en las narices de los mosqueadísimos vigilantes orcos. Éstos, a su vez, no desperdiciaban la ocasión y se mofaban de los “profetas montados”.

Para colmo, no hacía falta tener vista de lince para divisar el campamento instalado por los catastrofistas en la maloliente Pocilga, a las mismas puertas de la capital. Increíble que el Jefe de Guerra no hubiera tomado medidas contundentes. La chamán no daba crédito a sus ojos y refunfuñaba indignada.

Otro terremoto, tan breve como intenso, aflojó las piernas de la tauren. Mareada, recordó que debía maniatar y cubrir la cabeza a su protegida si querían salir de allí. Lo que había sentido durante el temblor era aterradoramente inequívoco y la llevaba a pensar que los más agoreros muy probablemente tuvieran razón.
Averil había devorado la escena. Como era costumbre en la joven, la curiosidad vencía al miedo y se estaba empapando de paisaje, olores, sonidos.... Captaba con avidez el entorno. Aprendía.

Cuando la sanadora sacó de su recosida mochila la cuerda y el saco de arpillera, la muchacha se llevó dócilmente las manos a la espalda y bajó la cabeza exhalando un suspiro. Klui procedió con delicadeza, lamentando por enésima vez no ser una experta en nudos. Se aseguró de que su “prisionera” pudiera respirar y no estuviera demasiado incómoda.
Su tardanza en descender podría llamar la atención, así que cogió en brazos a la humana y bajaron la rampa. Luego, para resultar más convincente, la cargó sobre su hombro derecho, cuidando que los pinchos de su armadura no la molestaran excesivamente.

Pasaron ante los vigilantes. Kluina-Ai saludó, pero éstos, distraídos por la afluencia constante de los “voceros del fin” no se fijaron para nada en la tauren y su peculiar “carga”.

Fuera de la construcción, era cuestión de alejarse de tanto barullo. Mirones y cultores casi a partes iguales conformaban el agobiante panorama.
Caminó un trecho en dirección a Cerrotajo. La tauren deseaba liberar a Bellota cuanto antes. La soltó, desató y quitó el saco de la cabeza en cuanto estuvieron fuera de la vista de los guardias y suficientemente lejos del gentío.
Tan expresiva como siempre, Averil resopló aliviada en cuanto lo hizo. Por supuesto, Klui se aseguró de que la capucha cubría bien a la chica. Bellota no tardo ni dos segundos en asaetear a preguntas a su “captora”.

Estaban charlando en el borde del camino e iban a reemprender la marcha, cuando se fijó en que un trol montado sobre un raptor las estaba observando descaradamente. Era el mismo que antes había preguntado por los sectarios.

- ¡Eh, tauren! Tu acompañante, ¿quién es? Siento algo extraño a su alrededor.

Todas las alarmas se le dispararon a la chamán.

- Largo. - gruñó - Métase usted con los cultores.

Averil, desde detrás, susurró preguntándole qué decía ese tipo. Kluinaai, concentrada en el curioso, ni la miró.

- De modo que te pones a la defensiva... - El trol frunció el ceño, amenazador .
- Siempre lo estoy. A ver si voy a tener que sacar galones....
- ¿Me estas desafiando?
- Os desafío a que os evaporéis.
Puede que Bellota no entendiera una palabra, pero sí percibió la tensión con que las pronunciaban.

El colmilludo trol descendió de su montura y Kluina-Ai maldijo entre dientes: Ella intentaba quitarle hierro a la situación, pero parecía que empeoraba las cosas cada vez que abría la boca.

- Veo que sabes provocar a los demás... - Los ricos ropajes del desconocido rozaban entre sí mientras intentaba sortear a la tauren para acercarse a la jovencita encapuchada.
La sanadora no deseaba entrar en combate. Se interpuso nuevamente. Era perentorio que el intruso no se acercara a la humana.

Un alegre viajero interrumpió la discusión preguntando la dirección a Cerrotajo. Para él la moza era una elfa de sangre, por supuesto. Averil se caló más la capucha y se encogió. Tras indicarle el camino al despistado, el trol y la tauren siguieron tanteándose mutuamente.

Otro seísmo les acalló. Klui perdió el equilibro, cosa que preocupó mucho a su compañera.
El trol, aprovechando la coyuntura, convocó un elemental de agua. La chamán rogó silencio a su protegida y plantó en respuesta su tótem elemental de fuego.

- Es curioso... - el mago merodeaba acechándolas con la elasticidad de una sierpe - veo que realmente buscas pelea.
- El aire y el agua se llevan bien. - replicó la tauren - Así que...

Averil miraba inquieta a su alrededor. La situación era realmente delicada.

- Ahora, si me permitís... - Kluina-Ai hizo ademán de comenzar a retirarse - Tengo mucho que hacer. No como vos.

Demasiado cerca de las puertas de la capital para el gusto de la curandera, desde donde estaban podían oír nítidamente las llamadas de los “cultores”. Eso desconcentró a la apurada tauren.

El mago trol no perdió la ocasión y ordenó a su elemental que fuera a por la chica.
Bellota retrocedió asustada, intentando recordar algún hechizo que la protegiera. La chamán, atenta, se puso delante de la humana, bajando la testuz y mostrando sus cuernos afilados. Al mismo tiempo, el elemental de fuego avanzó hacia el de agua.

- ¿Eso esperabais? - La profunda voz de Kluina-Ai no sonó ni dulce ni suave.
- Siempre lo mismo, estos chamanes. - Parecía más decepcionado que furioso, el trol.
- Yo no quiero pelea. Metéos en vuestros asuntos.
- Pues esa actitud dice lo contrario. - El mago no cejaba en su empeño, rondando a la muchacha.
- Es vuestra agresividad.
- No me digas... - Siseó el Lanza Negra.
- Basta ya. - La sanadora desesperaba. - Id en paz, porque yo tengo cosas que hacer.

Sorprendentemente, el hasta entonces implacable inquisidor se relajó de pronto.
- ¡Tsunan!. ¡Vuelve! - A su orden, la enorme mole de agua se retiró, situándose junto a su dueño.
- Bien. Estaba asegurándome de que no fuerais en realidad uno de los cultores... Podéis iros.

Klui no salía de su asombro. Correspondiendo a la actitud aparentemente conciliadora del conjurador, desplantó su tótem. El elemental de fuego desapareció desperezándose.

La tauren notaba cómo le temblaban las piernas mientras se giraba, vigilando su espalda.

- Vámonos. - Susurró en humano a Bellota, acallando sus preguntas y temores. No estaban a salvo todavía.

XXXVII

Noviembre:
(Por Veruno)

Veruno camina por la calles de Orgrimmar, había visto últimamente a cultores infundiendo su propaganda del fin del mundo a los ciudadanos que se dejaban convencer de unirse a ellos, además de haber desapariciones de estos.

Veruno salio de Orgrimmar siguiendo a unos ciudadanos que se dirigían a la pocilga donde tenían un campamento montado en ese lugar, por lo que se dirigió a la torre de los zeppelines que llevaban a los Claros de tirisfal y Tuercespina. Una vez llego ahí oyó decir a los guardias que estaban hartos de que vinieran cultores a infundir su propaganda en la torre por lo que subió arriba y alerta por si se encontraba con algún cultor. Una vez arriba paso sin ver a la tauren y su extraña acompañante que llegaron con el zeppelín que vino de Tuercespina y se dedico a observar el campamento desde allí. Después de un rato se giro y vio a la tauren sin llegar a ver a su acompañante, Veruno le pregunto a la tauren si había visto algún cultor cerca de la torre y esta negó con la cabeza por lo que bajo y salio de la torre en busca de su montura y fue a paso lento en dirección a Orgrimmar.

Caminando miro a su lado izquierdo en la que vio a la tauren acompañada de su extraña acompañante que iba encapuchada, parecía que se dirijan en dirección a los Baldios en lugar de a Orgrimmar, por lo que Veruno las siguió disimuladamente hasta que se dieron cuenta. Veruno se bajo de la montura e invoco a un elemental de agua por si las cosas se torcían y se dirigió hacia la tauren, estuvieron los dos en una discusión que podría haber acabado en una pelea si no fuera porque la tauren era pacifica. Durante la discusión Veruno noto algo extraño de la acompañante de la tauren por lo que lo primero que se le paso por la cabeza es que podría ser una cultora y la tauren la estaba encubriendo, a pesar de que su acompañante no hablo en ningún momento. Veruno decidió probar si su acompañante era una cultora o no por lo que en un momento de despiste de la tauren mando a su elemental de agua contra su acompañante a que la atacara, pero la tauren reacciono rápidamente y invoco a un elemental de fuego para que se enfrentara al elemental de Veruno que estaba sorprendido que su acompañante tuviera signos de tener miedo y que ninguno de los cultores que habían en el campamento que estaba cerca hubieran acudido ayudarla, por lo que dedujo que no era una cultora.

Después Veruno mando a su elemental que volviera y les dijo a la tauren y su acompañante que estaba comprobando si en realidad eran cultoras, por lo que se marcho sin mas hacia Orgrimmar dejándolas libres de camino.