Interludio - Quel´danas III

martes, 31 de mayo de 2011

Estaban en primavera, pero la biblioteca siempre había sido un lugar fresco al caer la noche, y la chimenea ardía encendida, chisporroteando y arrojando sus sombras danzarinas sobre la
alfombra.  Arrodillada frente al fuego, Celebrinnir contempló con satisfacción  el scriptorium, por fin en el mismo estado que cuando su tío vivía.

 Llevaba dos semanas en la isla y tras presentarse ante sus superiores en la Fuente y en la Comandancia, se había dedicado por completo a la restauración de la Casa Fulgorceleste.
Afortunadamente, no había sufrido muchos daños, y había sido más bien una labor de limpieza que de reconstrucción. La planta mas maltrecha había resultado ser precisamente la planta baja, por ser la más accesible, y allí lo más grave que había encontrado era las cuberterías rotas en el suelo y los aparadores y muebles destartalados y tirados de cualquier manera. Había sido suficiente con dos criados para retirar los restos y poner a punto aquella zona de la casa. La parte superior estaba intacta, con los muebles dispersos en su uso habitual, como si una mano suprema hubiera descendido sobre los habitantes y los hubiera arrebatado de su entorno, dejando que el tiempo se posara lentamente sobre las mesas y sillas y las camas deshechas. La bodega por su parte había sido completamente saqueada.

Había recorrido aquellos pasillos desiertos escuchando el sonido de sus pasos reverberando en las paredes mientras los sirvientes ponían a trabajar sus plumeros y escobas. Todavía podía recordar el modo en que la luz entraba por los inmensos ventanales, derramándose con bondad sobre las plantas que adornaban sencillamente los corredores y las escaleras. Siempre le había encantado aquello de la antigua casa de su tío: Luz y plantas, plantas y luz allá donde mirara. También libros, decenas de libros repartidos por estanterías por toda la casa y concentrados en cantidades asombrosas en el gran scriptorium. Había pasado largas horas allí, arrodillada junto al fuego y completamente inmersa en la lectura, tan abstraída que su tío tenía que avisarla para que no llegara tarde a los oficios.

Sí, había sido feliz allí.

Los sastres habían llegado dos días después de tomar posesión de la vivienda. Trajeron muestras de ricas telas y brocados, pero se limitó a encargar un par de togas para los oficios, algunos vestidos para los contados encuentros sociales y sobre todo cómoda ropa de viaje, pantalones y camisas, chaquetas y camisas que no limitaran su movimiento y que resultaran frescas para caminar bajo el sol. Y botas resistentes. Si los sastres sintieron alguna extrañeza ante aquel pedido dispar, no lo mostraron. En unos pocos días, las cajas con cada prenda llegaron al domicilio via mensajero y Celebrinnir no pudo más que alabar el buen hacer de Mordecai Aldanis.

Y ahora, después de supervisar la puesta a punto de la vivienda y de su vida, volvía a estar frente al fuego de la chimenea, rodeada de altas  estanterías y mesas de madera clara, contemplando por los ventanales el crepúsculo cernirse sobre la Isla de Quel´danas.

Inspiró profundamente. En aquellas dos semanas, la proximidad de la Fuente del Sol había sido como un bálsamo para su alma, había aplacado los temblores que aún la asaltaban de cuando en cuando y había disuelo aquella extraña melancolía que envolvía su corazón desde que abandonó Shattrath. Sí, había tenido tiempo suficiente para lamerse las heridas, para meditar firmemente qué pasos seguir a continuación. No había renunciado a dar caza a Abrahel unicamente porque Iranion quisiera librar su particular cruzada solo con la compañía de su escudero, y ahora, rodeada de la inmensa biblioteca de Autindana Fulgorceleste, se abría ante ella la posibilidad de llevar a cabo una investigación sobre cualquier cosa que pudiera llevar a aquel demonio, a su esclavitud o a su destrucción. Tenía los medios, la fuerza y la voluntad.

Se puso en pie con decisión. Era hora de descansar, pero al día siguiente, con el amanecer, comenzaría la planificación de su venganza.

Actualización

jueves, 19 de mayo de 2011

He incluido unas capturas (convenientemente retocadas) que tenía de algunas escenas de esta saga.

Las he metido en una página nueva (menú superior) con una ubicación de la escena. Hay tres que he metido ya en sus respectivos relatos.

Las capturas están en:

La Búsqueda del Guardián VIII - Krog´nash junto a la Averil inconsciente en el cruce de caminos de Colinas Pardas.

La Búsqueda del Guardían XX

- Averil sola en la cueva de la marisma
- Averil y Kluina´ai en su primer encuentro en la marisma.

Tengo que rebuscar a ver si tengo más, las iré incluyendo en los relatos.

Interludio- Quel´danas II

domingo, 15 de mayo de 2011

El puerto era una algarabía de marinos, soldados y viajantes varios que acudían a la Isla para distintos asuntos. El aire estaba lleno del olor de las especias y las reses de los mercantes, del tañido de las campanas y el crujir de la madera de los navíos; de las voces de los marineros, de los pescadores exponiendo sus mercancías recién traídas de alta mar, del repicar de las armas y armaduras de los soldados del Sol Devastado. Allí, todo el mundo se desenvolvía con soltura, como si todos estuvieran más que acostumbrados a los tejemanejes y procedimientos del puerto.

Inmóvil junto a su equipaje, Celebrinnir sonrió al ver tan recuperada la infraestructura de la isla, alegrándose de reconocer todavía algunos rostros y al comprobar satisfecha las largas colas a la puerta de la aduana y de la consigna. Aquel ir y venir de transitarios, consignatarios y estibadores quería decir que tras la recuperación de la Fuente del Sol el comercio se había reactivado y que la economía de la Isla volvía a gozar de buena salud. A su alrededor los marinos del barco que la había traído hasta allí se afanaron en descargar efectos personales y pasajeros, amontonándolos con más o menos cuidado en el muelle a la espera de los carruajes que debían llevarlos a destino. Celebrinnir, que vestía todavía su ropa de viaje, se abstuvo de alzar la mano en el gesto común a los habitantes de la Isla para hacer llamar un transporte. En principio no se había dado ningún problema al hacer la transferencia desde el Banco de los Aldor a las Arcas de la Isla, pero no sabía a que velocidad llegarían las noticias de la Ciudad de la Luz ni el efecto que tendrían sobre su posición y quería asegurarse antes de llamar demasiado la atención. Como viajaba ligera de equipaje, cargó su petate al hombro, se caló el sombrero se internó en la algarabía del puerto con la destreza que conlleva la costumbre.

Cuando llegó al edificio del Banco, apenas podía caminar entre los empellones de la gente. En las pocas horas que llevaba en la Isla, ya había comenzado a echar de menos la quietud del santuario, cuando Quel´danas aún no era famosa por su desgracia. Avanzó abriéndose paso con los codos y sujetándose el sombrero con una mano, tratando de llegar hasta la barandilla que separaba la calzada de la acera y donde permanecían impávidos los guardas de seguridad, regulando el paso de la multitud. Recibió empujones, le pisaron los pies e incluso notó una mano furtiva intentando abrir su faltriquera, pero eran muchos los años de experiencia y por fin llegó, sonrosada por el esfuerzo y un poco acalorada, hasta la barandilla dorada y carmesí. Ahora solo tenía que conseguir convencer a los guardias que allí, polvorienta y desastrada, se encontraba una de las Sacerdotisas del Templo de la Fuente del Sol.

- ¡Aquí!- llamó una voz- ¡Eh! ¡Déjame pasar, quita, quita! ¡Venerable, aquí!

Celebrinnir buscó con la vista el origen de la voz y una amplia sonrisa se dibujó en su rostro al encontrar a Mordecai Dalentis, secretario de las Arcas, señalándola con insistencia para indicar a los guardias a quién debían dejar pasar. El elfo trataba de dividirse para hacerle señales a ella y que los guardias no la perdieran de vista, con la larga barba blanca destacando contra sus togas oscuras y perdiendo gran parte de la solemnidad que ostentaba cuando trabajaba en el banco.

- ¡Aquí, Venerable, aquí!- exclamaba mientras uno de los guardas se acercaba al cordón carmesí y lo separaba del poste dorado para permitirle el paso- Muy bien, muy bien, bienvenida, Venerable. Por aquí, por aquí, por favor. Dejad vuestro equipaje aquí, los mozos se harán cargo. Gracias, gracias, por aquí, por favor.

Liberada por fin de los empujones de la plebe, Celebrinnir se quitó el sombrero y siguió al solícito banquero al interior sombreado del banco. Allí, en contraste con la algarabía del exterior, reinaba un silencio respetuoso roto solo por el constante rasgar de las plumas en el pergamino. Empleados y clientes hablaban en susurros y los pasos quedaban amortiguados por la gruesa alfombra roja que recorría el pasillo principal y que llevaba a las entrañas del edificio. Doblaron un par de recodos hasta dejar atrás la zona pública del edificio y llegaron a una oscura puerta de roble labrado que Dalentis abrió con solemnidad.

- Adelante, por favor.- dijo, cediéndole el paso- Tomad asiento.

 Celebrinnir, ante aquella deferencia y respeto de los que era objeto, se agradeció a sí misma haber abandonado los sucios arrabales de la Ciudad de la Luz. ¿Cómo podía haber olvidado de donde venía? Entró en el sobrio despacho y comprobó que realmente la economía de la isla había sufrido una importante mejoría. El despacho era amplio y de sobrias líneas, los muebles habían sido elegidos con sumo gusto y elegancia y una pequeña vidriera en la pared al otro lado del escritorio derramaba sobre el suelo de baldosas todo un mosaico de colores. Complacida, tomó asiento en una cómoda butaca tapizada y dejó descansar el sombrero sobre su regazo. Un sirviente con librea se acercó con una bandeja de la que tomó agradecida una copa de té de mentamiel frío y se retiró en silencio al rincón discreto que era su puesto.

Mordecai Dalenis caminó con paso tranquilo hasta su asiento, al otro lado de un espectacular escritorio de mármol esculpido, y se sentó con parsimonia. Dejó que la recién llegada se refrescara un tanto con el tentempié, con una complaciente sonrisa dibujada en los labios.

- Es un placer teneros en Quel´danas de nuevo, Venerable.- dijo al fin cuando Celebrinnir dejó la copa sobre el escritorio- Espero que el viaje no haya sido demasiado incómodo. De haber sabido que teníais tanta prisa por llegar, hubiéramos abierto para un portal desde el Bancal de la Luz.

Celebrinnir agradeció la deferencia con una inclinación de cabeza.

- No quería abusar de la gentileza de la Isla, Mordecai, pero te agradezco la consideración.- el banquero aceptó el cumplido- ¿He de entender entonces que la transacción se completó con éxito?

Dalenis entrelazó los dedos sobre la mesa, un gesto largamente estudiado para evitar frotarse las manos con codicia ante la mención de importantes intereses de beneficio. Asintió.

- La instancia se gestionó correctamente desde el Banco del Alto Aldor en Shattrath, la estimación inicial indicaba que tardaría aproximadamente dos semanas en completarse. Yo mismo gestioné la comprobación- explicó con evidente orgullo- y cuando vi a que arcas iba destinada la transferencia, prioricé la operación a través de la red del Kirin Tor, que permite un transporte mucho menos arriesgado y más rápido, aunque supone un ligero aumento de los intereses. Espero que no os importe que me tomara la libertad de contratarlo.

Asintió con una inclinación de cabeza, confiaba en Dalenis y en realidad no le importaba. Si sus cálculos no  erraban, los intereses del Kirin Tor no supondrían un desembolso demasiado importante dados sus ingresos. No era que la vocación del sacerdocio se pagara con cifras exorbitadas, pero más de cien años sirviendo en la Isla más la década dedicada a la purificación de Karabor en Shattrath con unos gastos mínimos de una vida casi ascética habían permitido que amasara una pequeña fortuna, además de la discreta renta que recibía por ser miembro del Sol Devastado.

Dalenis carraspeó.

- Iba a tomarme la libertad de contratar para vos una de las viviendas más cercanas al Templo - comenzó con comedida extrañeza- pero la transferencia incluía órdenes de no proporcionar vivienda. ¿No pensáis quedaros mucho tiempo en Quel´danas, Venerable?

Celebrinnir tomó de nuevo la copa de mentamiel y se recostó con dignidad contra el respaldo de la butaca.

- Precisamente de eso quería hablar contigo, Mordecai- dijo, y el banquero frunció el ceño levemente- ¿En qué estado se encuentra la casa de mi tío?

Como había esperado, el rostro de Dalenis cambió de inmediato, se congeló de pronto para evitar que cualquier emoción pudiera traslucir.

"También tú recuerdas" pensó con amargura Celebrinnir.

Sin embargo, Mordecai Dalentis era todo un profesional en su oficio y se recompuso casi de inmediato al ver que su interlocutora no mudaba el gesto a la mención de tan aciagos recuerdos.

- La casa Fulgorceleste se ha mantenido fuera de los círculos de alquileres por deseo expreso de la familia.- explicó con gravedad- Lady Alaitasune Fulgorceleste hizo una importante donación a la Isla para conservar la casa en propiedad, pero apenas ha pasado por ella en los últimos años e ignoro en qué estado se encuentra el interior de la vivienda.

Era de esperar. Su pariente Alaitasune, que había sido hermana de su madre, todavía vivía. La había visto a menudo en Shattrath, afincada en la Grada del Arúspice, pero las relaciones con ella, que nunca habían sido cercanas, se habían vuelto todavía más frías cuando Celebrinnir se afilió a los Aldor en la Ciudad de la Luz. Alaitasune no había visitado la casa de Quel´Danas más que un par de veces que pudiera recordar, nunca había mostrado demasiado interés por esa faceta de su esposo. Esperaba de corazón que no entrara en sus planes visitarla ahora.

- ¿Y el exterior?- inquirió, ocultando su turbación.

Dalenis apretó los labios y entrecerró los ojos, trantando de recordar el estado del edificio de la que había sido la Casa Fulgorceleste.

- Creo recordar que la fachada no recibió demasiados daños, aunque no descarto que el tejado esté afectado- se disculpó - Ya sabéis, Venerable, que durante la reconquista de la Isla, se permitía a casi cualquiera recurrir a los Dracohalcones y no todo el mundo tiene sentido de la puntería.

Celebrinnir arrugó la nariz al recordar los proyectiles perdidos que en lugar de caer en la Cicatriz Muerta, golpeaban en las torres y minaretes de la ciudad sagrada.

- Bien- dijo pese a todo- creo que será suficiente con eso. ¿De cuanto efectivo puedo disponer hoy mismo?

- La transacción se completó con éxito hace cuatro días, - respondió el banquero- de modo que no hay limites a la hora de conceder efectivo. ¿En cuanto dinero estáis pensando, Venerable?

"¿Cuanto dinero necesito para recuperar mi vida?"

Suspiró.

- Necesitaré ropa y reponer las alacenas para una sola persona en estancia indefinida- enumeró Celebrinnir- También algo de servicio doméstico, un cocinero y tal vez obreros una vez evalue el estado del interior de la casa. Necesitaré material de sciptorium: plumas, pergamino, tinta, y también algunas hojas de vitela, no es necesario que vaya tintada.

Mordecai Dalanis tomaba nota vertiginosamente en una hoja de pergamino que había aparecido como por ensalmo y hacía cálculos de cabeza sin detenerse. Celebrinnri sabía que no necesitaba empuñar la pluma para que escribiera cuanto necesitara, pero alabó su comedimiento en un lugar de culto como era Quel´danas. Cuando percibió que su interlocutora no hablaba, Mordecai Dalanis alzó la vista.

- Si os place, Venerable, puedo disponer de todo lo que necesitáis para que os lo lleven directamente a la Casa Fulgorceleste. También los comerciantes de tela y un sastre - indicó, solícito.- ¿Querréis que envíe un acólito del Templo para que informe al Hierofante de vuestro regreso? ? ¿Y a la Comandancia?

Celebrinnir negó con la cabeza.

- No será necesario, lo haré yo misma.- cruzó las manos sobre el regazo- Apunta, por favor, un donativo de mil monedas de oro a favor del Hospital de Refugiados y el Orfanato de Shattrath. Y uno de quinientas para las labores de reconstrucción de Quel´thalas.

Los ojos de Dalanis brillaron.

- ¡Ah! ¡Muy inteligente, venerable! ¡Sí, señor!- exclamó apuntando de nuevo- Los donativos a causas humanitarias están exentos de impuestos. ¿Algo más que pueda hacer por vos?

Como no se había atrevido a planear nada más por el momento Celebrinnir se puso en pie con tranquilidad. Dalanis, un dechado de buenos modales, se levantó también.

- Eso será todo por ahora.- anunció la sacerdotisa tendiendole la mano, que el banquero estrechó con firmeza- Haz el favor de que lleven mi equipaje a la Casa Fulgorceleste.

Se acercaron a la puerta, Mordecai la abrió para ella, cediéndole el paso.

- ¿Iréis de inmediato a la casa?- Celebrinnir asintió- Entonces permitid que haga llamar un transporte. Os acompaño a la salida, es un placer teneros de vuelta, Venerable.

"Belore ¿Cómo pude marcharme algún día?!
Celebrinnir sonrió ante la sinceridad de su mirada.

- El placer de regresar es mío.

Y lo era. Realmente lo era.

Interludio - Quel´danas

Tal y como anunciaran, Iranion y Bheril se habían marchado de Shattrath dejándola atrás. En apenas una semana, habían conseguido un permiso para que pudiera permanecer en la Grada Arúspice bajo la protección de Leriel, ahora matriarca Lamarth´dan, como si fuera una refugiada o una sintecho cualquiera que necesitara de la compasión de sus parientes. Pero si creían que iba a languidecer en la Ciudad de la Luz aceptando la caridad de Leriel y soportando el resentimiento en los ojos de sus compatriotas, o que iba a correr tras ellos rogándoles que les dejara acompañarles, se equivocaban.
A espaldas de Iranion había hablado con los oficiales de enlace del Sol Devastado que todavía permanecían en la ciudad y  había conseguido a través ellos un permiso para gestionar una transferencia de los bienes de su cámara del banco de los Aldor en el Bancal de la Luz a sus arcas privadas en la Isla del Caminante, donde conservaba título, rango y propiedades. No había acudido a despedirles cuando se marcharon, se había marchado dos días después y allí estaba, acercándose por tercera vez a la Isla de la Fuente del Sol.

La primera vez que había visto su silueta recortada contra el manto azul del océano, había sido solo una novicia escoltada por su tío a la que sería su casa y su vida durante casi cien años, sobrecogida por su belleza. Allí se había formado como sacerdotisa y adquirido conocimientos como jamás imaginara, venerando a Belore desde su mismo trono, envuelta toda su infancia en un aura de santidad que se había filtrado en cada capa de sus ser llenándola de orgullo y dignidad. Allí, recordó, había conocido a Nana, aquella muchacha de cabellos como ala de cuervo, de maneras de muchacho y aquella voluntad arroyadora que cautivaba a todo el mundo y la hacía resplandecer con la fuerza de una ciudad en llamas.

La segunda vez que la silueta de Quel´danas se recortó ante sus ojos ya no era una niña y gruesas columnas de humo se alzaban desde los restos de los edificios. Empuñaba un bastón y sus bendiciones ascendían en el aire trepando por las jarcias, derramándose sobre los soldados que, temblorosos y decididos, esperaban en la cubierta a que el barco tomara y tierra, listos a reconquistar aquello que les había sido arrebatado. Allí había luchado y sangrado por aquello que era sagrado ante su corazón, codo con codo con los compañeros del Sol Devastado

Y allí estaba por tercera vez regresando a su hogar, temblando de humildad ante su grandeza. Las gaviotas habían empezado a aparecer antes incluso de que se distinguiera la isla en el horizonte y ahora sobrevolaban los navíos llenando el aire con sus reclamos con una algarabía que parecía querer dar la bienvenida a los recién llegados. En todos los barcos los marinos corrían aquí y allá soltando velas y preparándose para el momento en que les dieran permiso para entrar en el puerto.

Celebrinnir sintió una calidez insospechada en el corazón al aparecer ante sus la isla de Quel´danas, que resplandecía como una joya de rubis y oro en el abrazo índigo entre cielo y el mar.

"Ya estoy en casa"

...

lunes, 2 de mayo de 2011

Paz absoluta, quietud más allá de las aguas tranquilas de un lago, tan serenas que reflejan la luz de la luna como un espejo; silencio, ni la voz dulce del arroyo ni el susurro de los árboles, ni el canto de la lluvia la perturban; luz, una blancura tan pura que no puede ser mancillada, tan etérea e intangible que no existen palabras para describirla. Tampoco existen ojos ni manos para venerarla pues existe más allá de las certezas del mundo, en un lugar al que no se puede llegar de ningún modo, porque existe dentro y fuera del universo, porque no existe. No hay nadie que pueda ver el sutil estremecimiento de esta luz, la forma en que, como si unas manos supremas dieran forma a una ínfima gota resplandeciente, una exhalación de paz se desprende y flota, blanco sobre blanco, en este vacío que lo es todo y no es nada. Esta pequeña gota, esta etérea cuenta de paz que no tiene constancia de sí misma, concentra en su interior un resplandor que hace mucho, mucho tiempo, perteneció al mundo y le fue arrebatado. Y un estremecimiento sacude el universo cuando al mundo la devuelve emergiendo de la tierra dormida como un girón de bruma.

De pronto el mundo es un poco menos oscuro.
En algún lugar, una voz atormentada suspira.

- Bendita sea la Luz, alguien ha respondido a la llamada.