Interludio- Quel´Danas V

jueves, 15 de septiembre de 2011

En el mundo exterior era el final del verano pero en la primavera perpétua del reino de los elfos nunca hacía un calor excesivo ni se acusaban las corrientes heladas provinientes del cercano Rasganorte. Belore era siempre amable con los habitantes de aquella isla que le dedicaba su vida, del mismo modo que aquellos que moraban la isla para servir, los sastres, los cocineros,los banqueros,los escribas y los comerciantes, trataban con deferencia y respeto a los que gozaban de la aprobación del Dios Sol. Igualmente, los soldados que servían bajo el casco alado del Sol Devastado tenían órdenes de respetar y no perturbar a aquellos hombres y mujeres sagrados que, independientemente de su espiritualidad, estaban místicamente sintonizados con las energías de la Fuente del Sol.

La gran sala de entrenamiento del Sol Devastados, revestidas las paredes y el suelo de suave madera clara, tenía grandes ventanales orientados al este y al oeste para recibir la siempre benevolente mirada del Dios Sol. La sala se utilizaba para los entrenamientos defensivos de aquellos que no estaban destinados a la primera fila en batalla, incluso para a aquellos que no estaban destinados a combatir en absoluto.

- Una defensa valiente.- concedió el instructor con una respetuosa inclinación de cabeza- Sin embargo al abrir tanto para detener el golpe arriba, has dejado descubierto el torso y si tu oponente hubiera tenido escondida una daga o una guja, hubiera penetrado tus defensas.

Descalza sobre el entarimado, Celebrinnir se permitió sonreir. Llevaba el cabello recogido en la nuca en una práctica coleta y vestía cómodas y holgadas ropas de entrenamiento, del mismo blanco impóluto que las túnicas con las que acudía a la liturgia en el Templo de la Fuente. Sujetaba con ambas manos un simple bastón de madera sin refuerzos que apoyaba por un extremo en el suelo. El último lance había sido particularmente intenso, una exhibición de combate cuerpo a cuerpo que aunaba los movimientos fluidos de un enfrentamiento sin armas con la danza acompasada de los bastones.

Un sirviente se acercó trotando hacia su posición cargado con una bandeja y sendas copas. La tendió en primer lugar hacia la sacerdotisa, que tomó con elegancia una repleta de dulce zumo de bayas. Dio un sobro comedido y volvió a dejar la copa en la bandeja, no necesitaba más. Durante los últimos meses habia estado entrenando en más de un campo: enseñar a su cuerpo a soportar la carencia de alimento y agua le había parecido un ejercicio necesario para fortalecer su voluntad tras los aciagos sucesos de la primavera.

- He estado entrenando en el templo también.- dijo al fin apartándose un mechón rojo de la frente- No quería olvidar los usos defensivos de la Luz de Belore y allí mi concentración es mayor. Ahora pretendo ser capaz de invocar una égida si estoy combatiendo cuerpo a cuerpo. Es demasiado fácil resguardada en las filas de los sanadores.

- Entiendo.- asintió el instructor bajando su bastón y escuchando con interés.- ¿Cubrirías el area desguardada con el escudo?

La sacerdotisa asintió con resolución.

- Mi instrucción siempre ha ido dirigida al combate desde la retaguardia, pero quiero no quiero descuidar las distancias cortas.

El instructor sonrió satisfecho.

- Bueno, tu técnica con el bastón es buena, muy buena,- concedió- y te he visto con la daga. La maza sea tal vez menos aconsejable: eres diestra, pero no eres una luchadora, no podrías imprimirle la suficiente fuerza. Suficiente para ganarte un par de asaltos, sí. Para tumbar a un oponente, no. Una espada probablemente te dejaría clavada al suelo mientras el enemigo aprovecha la ventaja. Está bien que trabajes en las distancias cortas, pero seguirás siendo más útil y estando más segura en la retaguardia.

Celebrinnir asintió, aunque en su interior disentía. Dio las gracias al instructor por su consejo, dejó el bastón en el soporte y abandonó la sala de entrenamiento. Mientras caminaba por los soleados pasillos, sintió en el pecho el cosquilleo de la anticipación. Ya casi estaba lista, solo necesitaba entrenar un poco más. Había pasado los meses de verano preparándose y fortaleciéndose para su viaje y cada día estaba más cerca de empezar su búsqueda.

Sus pasos la llevaron a la entrada del complejo y se encontró caminando bajo el sol sobre la hierba fresca y recién cortada. En su camino se cruzó con otros soldados que la saludaron con respeto y también con otros sacerdotes e incluso magisteres de la Fuente que inclinaron levemente sus frentes en reconocimiento de un igual. La Isla no la había olvidado: tal vez no recordaran a la novicia que se había alojado, hacía tantos años, en la Mansión Fulgorceleste, pero todos recordaban a la Sacerdotisa de la Fuente que se había unido al Sol Devastado para la purificación de Quel´danas y que había luchado con tenacidad codo a codo con el resto de los soldados. Si se la conocía por algún nombre en la Isla, no era por el de Celebrinnir de la Fuente, sino por el de Celebrinnir del Sol Devastado, y por ello aún podía recurrir a sus antiguos compañeros e instructores aunque ahora dedicara su tiempo a su auténtica vocación.

Se encaminó hacia la casa Fulgorceleste deleitándose en el sol que se filtraba entre las ramas de los gruesos árboles de los jardines. El verano llegaba a su fin. Había encontrado tiempo, entre los entrenamientos de uno u otro tipo, para estudiar con más detenimiento la biblioteca privada del despacho de su pariente. Había encontrado, siguiendo una intuición que demostró no estar errada, un dietario de su tío tras un falso fondo en un cajón del escritorio. Aunque tras una primera inspección le había revelado que el texto estaba escrito en clave, Celebrinnir había pasado su infancia y casi todas su juventud rodeada de libros, y no le eran desconocidas algunas de las técnicas de criptografía. Las huellas de los dedos contínuamente manchados de tinta de su tío le habían revelado la primera clave: el texto estaba escrito del revés, con el cuaderno invertido. Una vez dada la vuelta en sus manos, la segunda clave había sido casi evidente. Con ayuda de un espejo había conseguido al fin desentrañar el texto y lo que había descubierto la había llenado de asombro, aunque no tuviera nada que ver con su campo de búsqueda, y le había traído dolorosos recuerdos que había enterrado en su mente hacía décadas. Sabía que solo la pocion de letargo sin sueños que seguía ingiriendo cada noche le evitaba despertar cada mañana con el olor carne quemada clavado en su nariz, pero no podía seguir.

Dividida, se había olvidado a relegar aquella búsqueda, no podía permitirse desviarse tanto de su objetivo. Tal vez, cuando todo terminara, podría regresar a la casa de su tío y dedicarle a aquellas revelaciones la atención que merecían.

No podía demorarse más de lo necesario. Había, como planeaba, hablado con sus antiguos contactos tanto en el Templo de la Fuente como en el Sol Devastado. Otros nuevos habían surgido: la masacre en la Isla había dejado a pocos de sus antiguos habitantes, y estos se reconocían y se respetaban, creando una suerte de familia distante pero sólida. Así, gracias a uno de los magisteres del Templo que había sido un buen amigo de su tío, se había puesto en contacto con ella un representante del Ojo Violeta que le había extendido un documento que autorizaba entrada en una de las mayores bibliotecas taumatúrgicas de Azeroth como reconocida documentalista: Karazhan, la mansión maldita de Medivh. El Ojo Violeta la esperaba en su asentamiento en el Paso de la Muerte en dos semanas a partir del último día de septiembre.

Con la seguridad de saber cual sería su siguiente paso, había puesto toda su voluntad en fortalecerse y prepararse.

Con los sacerdotes de la Fuente, había meditado largamente, había aprendido nuevas formas de invocar el poder de la Luz de modo que Belore fortaleciera su Don, que pudiera defenderse a sí misma y defender a otros, había aprendido los himnos que sanaban cuerpo y mente, y la forma de arrojar la Luz contra sus enemigos como un látigo. Había fortalecido su mente y su espíritu, y sabía que su fuerza de voluntad no flaquearía tan fácilmente como antaño. Las horas de meditación y trabajo en las sagradas salas del Templo de la Fuente la habían llenado de una serenidad y una seguridad como no había sentido en siglos. El bien que le hacía la cercanía a la Fuente se había llevado la ansiedad y la tristeza y se había acumulado en su corazón llenándola de fuerza.

Con el Sol Devastado, por el contrario, había trabajado en los ámbitos más marciales, perfeccionando su técnica con las armas y su combate con las manos desnudas. Su cuerpo había respondido bien al esfuerzo que se esperaba de él y así se había notado gradualmente más ágil, más resistente, más preparada en definitiva. Los temblores habían desaparecido a lo largo de las semanas y gracias al ejercicio, también los defectos en la vista. En ocasiones le parecía percibir movimiento por el rabillo del ojo y la sobresaltaba, pero había entendido que aquella secuela de las alucinaciones eran un pequeño precio por el peligro que realmente había corrido.

Todo estaba listo, solo quedaba unas semanas de viaje para que pudiera visitar la gran biblioteca de Medivh donde, de seguro, encontraría información sobre los medios necesarios para ejecutar su venganza.