La búsqueda del Guardián VII

domingo, 30 de mayo de 2010

30 de Mayo, Colinas Pardas

- ¡Soooo, Sardinilla! - exclamó una voz en el bosque- ¡Mira, un trébol de cuatro hojas!

El inmenso castrado negro olisqueó con curiosidad la planta que le mostraba su jinete y decidió que era un buen almuerzo.

- ¡Pero no te lo comas! ¡Mira que eres bruto!- exclamó Averil tirándo de las riendas- Quita, quita, glotón ¡Los tréboles no se comen así como así!

Desmontó con agilidad, sin soltar las riendas de su montura, y se arrodilló en el suelo para comprobar que su vista no le había engañado.

- ¡Ajá! Lo que yo te decía: un trébol de cuatro hojas ¿Sabes que son señal de buena suerte?- el castrado cabeceó lentamente- Mira, haremos una cosa. Lo cortaremos y me lo voy a poner aquí en la solapa para que nos de buena suerte en el camino a Valgarde ¿te parece?

Dicho y hecho: con un suave tirón, cortó el trébol y se lo enganchó al ojal de su camisa. Luego volvió a subirse a su caballo. Montura y jinete reemprendieron la marcha, siguiendo siempre el camino que se internaba en la espesura. El sol empezaba a ponerse y los árboles proyectaban sombras danzantes en la senda.
En pocas horas el sol se pondría por completo y reinaría la oscuridad en el bosque. Aún no había olvidado los horrores de las Colinas, aunque ahora aquellos hechos parecieran lejanos como una vida. Sabía de Arroyoplata, y de lo que había más allá de la costa, en las islas...
Reprimió un escalofrío. No, no quería que la noche la sorprendiera en el camino.

- Venga, perezoso, aviva el paso: tenemos que encontrar un refugio antes de que se ponga el sol...

Como respondiendo a su comentario, un lobo aulló en la lejanía y otro contestó escalofriantemente cerca. Sardinilla, inquieto, piafó y se revolvió. La muchacha tiró suavemente de las riendas, presionó con los talones.

- Calma, chico- murmuró en su oído con suavidad- Solo avanza, no pares. Avanza.

El caballo aceleró el paso, impelido por aquella inquietud y por las palabras de su jinete. Juntos avanzaron por el camino sembrado de sombras mientras el sol iniciaba su lento descenso hacia el horizonte. Caminaban en silencio, con los ojos puestos en los bordes del camino, cuando de repente un ciervo brincó sobre la senda y sobresaltó al caballo, que se puso sobre dos patas y relinchó con fuerza.

- ¡Sooo! ¡Sooo, chico!- exclamó Averil luchándo por controlarlo mientras el ciervo, espantado, desaparecía en la espesura- Sooo...

"Como Malorne.." pensó en un instante Averil, que no entendía por qué le venía aquel pensamiento a la cabeza ni quien era Malorne. Siguió mirando el punto por el que había desaparecido el ciervo mientras bregaba distraidamente con las riendas de su caballo, que seguía piafando, inquieto.

- Bueno, tontorrón, ya está bien- dijo volviendo su atención al camino- Vamos a...

Las palabras murieron en sus labios: una figura había había surgido de la espesura, cortándole el paso. Se trataba de un hombre inmenso y fornido, totalmente embozado en ropas oscuras y con el rosto cubierto por una capucha. Dos filos resplandecientes colgaban de sus caderas.

- Vaya, vaya, vaya- dijo la figura, todavía una sombra bajo los árbols y la luz del crepúsculo- Mira lo que tenemos aquí.

Averil tiró de las riendas de Sardinilla y estudió al recién llegado con inquietud. Algo en aquella figura le resultaba extraño, algo en sus palabras, tal vez fuera la extraña hechura de sus hombros, o su inmensidad... Aquella incertidumbre revoloteó en su mente como una mariposa esquiva, sin que acertara a atraparla.

- Este es un camino muy solitario para que una jovencita lo recorra sola - continuó el individuo, mientras Bellota le observaba con suspicacia.

Su común era más que correcto, pero tenía un acento extraño, sí, gutural, como si todas las consonantes brotaran de la garganta, duras, rasposas... Atisbó entonces los ojos claros entre la capucha, desmesuradamente grandes, demasiado redondos para ser humanos...
La mariposa cayó en su red ¡Un orco! El corazón comenzó a martillearle con fuerza en el pecho. Buscó con la mirada algún lugar por el que seguir avanzando, pero aquel ser bloqueaba el camino con su gran envergadura. Las dagas resplandecían en la luz del crepúsculo. Sardinilla, contagiado de la inquietud de su jinete, se revolvía nervioso.

- No tengo nada de valor - intentó la muchacha- No llevo joyas, ni dinero...

Y cierto era: sus ropas eran sencillas, prendas cómodas para viajar, y los arreos de su caballo, de simple cuero curtido. ¿Qué haría el bandido con ella si descubría que su asalto había sido inútil?

- No quiero hacerte daño.- dijo entonces- Baja del caballo

Averil aferró las riendas con fuerza, se irguió en la silla, lista para emprender el galope en cuanto viera una oportunidad. Negó con la cabeza.

- Creo que no...- dijo, pero la voz le traicionó, temblando, y añadió- De verdad, no tengo nada de valor, solo soy una peregrina... No me haga daño, por favor...

El orco tensó los músculos.

"Piensa, piensa, piensa, piensa" martilleaba el corazón de Bellota mientras repasaba a toda prisa los preceptos que había aprendido en la Academia."¿Puedes hacer una traslación horizontal con montura?"

- Pequeña, no me hagas repetirme. - insistió el orco, con un tono de precaria paciencia velada de amenaza- Baja del caballo y hablaremos tranquilamente.

Como si el miedo la hubiera convertido en una muñequita carente de voluntad, Averil se encontró, para su digusto y sorpresa, desmontando con cuidado, con las rodillas temblorosas y reprendiéndose en el interior de su mente "¿Qué haces?¡Súbete al caballo, estúpida! ¡Carga contra él!" pero su cuerpo descendió de la montura y sujetó las riendas con fuerza.
El caballo percibió su miedo, se revolvió. Averil le acarició el lomo, trató de calmarle, sujetando las riendas.

- Sooo, chico, sooo, Sardinilla...- le susurró. Luego se volvió hacia el asaltante- Déjeme marchar. Por favor...

"¿Y tú has estudiado en la más prestigiosa Academia de Dalaran?"

El orco, frente a ella, sonrió con satisfacción.

- Buena chica.- sus labios se torcieron con malicia- Es un bello caballo.

Se acercó lentamente, con paso seguro pero sin prisa. Tendió una mano más parecida a una garra hacia Sardinilla, que piafó rehuyendo el contacto. El cuerpo de Averil se tensó con violencia. ¿Qué iba a hacer con ella?

- Hermosa criatura - insistó el orco, acariciando al animal.

Averil se estremeció ante la espeluznante cercanía de aquella garra que parecía rota.

- Pue... puedes quedártelo si quieres- invitó, desesperada- Yo... puedo seguir a pie... Es un poco temperamental, pero corre mucho...

De pronto, el orco gritó salvajemente y azotó con fuerza a Sardinilla, que se encabritó de pronto, aterrado. Averil, sujeta a las riendas, trató de controlarlo, pero la bestia estaba aterrorizada y la zarandeó como una muñeca de trapo hasta que no tuvo más remedio que soltarlo si no quería acabar bajo sus cascos. Libre por fin de la presa de su jinete, Sardinilla se alejó en un galope desbocado por el camino.

- ¡NO!- gritó Averil, todavía inestabe por la súbita danza con las riendas- ¡SARDINILLA!

El caballo desoyó la llamada, el sonido de sus cascos se perdió en el bosque y Bellota se encontró de pronto sola con el aterrador orco, que sonreía con maldad.

- Hermoso, pero algo asustadizo ¿No crees, pequeña?

La joven se encogió.

- ¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?- inquirió, con la sangre latiéndole en las sienes.

El orco clavó sus ojos rojos como la sangre, ¿no eran claros cuando los vio?, en la muchacha, como si la estuviera evaluando. Caminó lentamente a su alrededor, deleitándose en su desasosiego.

- No te acerques a mí.- trató de sonar resuelta, valiente, pero le temblaba tanto la voz...

- Esta es una zona en conflicto, pequeña - siseó el orco con una sonrisa torcida- Nadie se extrañaría de un grito en el bosque. Nadie movería un dedo por un poco más de sangre derramada...

"¡Reacciona, niña estúpida! ¡Reacciona!"

- ¡No sabes quien soy yo! ¡No sabes con quien te las estás viendo!- exclamó con toda la seguridad de la que fue capaz- ¡Soy una tremendísima hechicera del Kirin Tor!

Las carcajadas del orco resonaron con crueldad en el bosque. Sus palabras sonaban satisfechas... Hambrientas...

- Hueles a miedo, te tiemblan las piernas, tus pupilas se dilatan...

En realidad hubiera pagado con su alma por no demostrar aquel miedo, pero sabía que tenía razón. Estaba aterrada hasta la médula. Se sentía embotada, torpe...

- ¡Puedo hacerte arder de la cabeza a los pies! ¡No te acerques!

El orco chasqueó la lengua con pesimismo, pero en sus ojos había burla.

- Oh - dijo con una parodia de pesar- No me gustaría llegar a eso... Tú y yo podríamos ser amigos, pequeña.

Sus ojos la observaron con interés, como si encontraran su reacción tremendamente divertida.

- Yo creo que no...

Averil retrocedió despacio, lentamente, mientras negaba con la cabeza. Algo brilló en las manos del orco. Un cuchillo había aparecido en sus manos.

- Ni lo intentes- siseó con crueldad, con una voz que contenía promesas de dolor infame.

La joven se detuvo, como un pajarillo asustado, y tragó saliva dolorosamente. El orco asintió satisfecho, con aquellos ojos rojos clavados en ella.

- ¿Cómo te llamas?

"Miente, miente, miente"

- A... Averil

"¡Niña estúpida!"

- Vaaaaaaya- exclamó el orco, con gesto abiertamente burón- Precisamente el nombre de la chica que andaba buscando...

Averil comprendió de pronto: El Caer Visnu... De algún modo, la habían encontrado. Aquel orco debía ser un enviado para hacerse con ella.. Pero ¿El Caer Visnu no aceptaba solo druidas? ¿Tenían druidas los orcos?

- Muéstrame tu rostro.- espetó entonces aquella criatura.

Averil se caló la capucha con brusquedad.

- No.- y esta vez su voz sonó firme.

No iba a dejar que aquellos fanáticos terminaran con su búsqueda nada más empezar, no después del precio pagado, no después que aquella historia se hubiera cobrado una vida tras otra...
El cuchillo centelleó en las manos del orco. De pronto, apuntaba directamente hacia ella y parecía ansioso por volar a su encuentro.

- Vamos ¿No prefieres que seamos amigos? - insistió el orco con una voz que desmentía terriblemente sus palabras- No me gustaría que sufrieras daño alguno.

Aquella voz se le metía en los huesos, le hacía temblar aún más.

"Gana tiempo"


Retiró la capucha lentamente mientras trataba de recordar las palabras para algún hechizo que pudiera servir de ayuda, pero estaba tan nerviosa....

- No me hagas daño, por favor- murmuró, tratando de que no se diera cuenta de lo que planeaba en realidad, tratando de ganar tiempo- Te daré lo que quieras...

Lejos de demorarse, el orco se acercó a ella con dos pasos y de pronto su garra oscura la sujetaba por el mentón y le volvía el rostro, como si comprobara la dentadura de un caballo. Apretó los diente, contuvo las arcadas.

"¡Piensa!"

- Estos zarcillos tan horribles, marcando una joven belleza de por vida...- dijo el orco, evidentemente satisfecho con el examen- Haciendo que los demás, sin entenderte ni comprenderte, te tachen de monstruosidad...

Averil negó lentamente mientras rebuscaba en su memoria ¿Qué necesitaba para una explosión pequeña? ¿Cual era la palabra? ¿Cual era?

- ... condenándote a una vida de soledad y tristeza- continuaba el orco con aquella voz repentinamente cercana, invitante- Pero yo puedo ayudarte, pequeña, yo veo más allá y veo un alma noble y valiente...

Se oyó decir:

- Déjame marchar, no me importa lo que digan de las marcas...

El orco desoyó su ruego y acarició lentamente, con aquella terrible garra, el rostro de la muchacha mientras sus ojos brillaban con una luminosidad fantasmagórica, casi sobrenatural.
El dolor llegó de pronto, como una súbita llamarada en el rostro, rompiendo cualquier atisbo de concentración que hubiera llegado a reunir y casi arrojándola al suelo. Se llevó la mano al lugar donde el dolor palpitaba intensamente, el cuello protestó por la fuerza del golpe. El mundo se volvió inestable. De entre los árboles danzantes, surgió una garra oscura que se cerró entorno a su cuello y la alzó sin dificultad hasta que sus pies colgaron a dos palmos del suelo.
No podía respirar, la garganta comenzó a arderle y comenzaron a aparecer pequeños puntos de luminosidad, como infinitas hadas danzando ante sus ojos. Su conciencia amenazaba con esfumarse, pero aún podía rebelarse.

"¡Pelea! ¡Defiéndete, niña boba!"

Se revolvió como pudo, sin tener apoyo en el suelo. Agitó las manos buscando los ojos, dispuesta a hundírselos con los pulgares.

Las risas el orco resonaron con crueldad.

- Eso es... lucha... revuélvete... Si no, no sería tan divertido...

Se revolvió con fuerza, como un pez arrojado en la tierra seca en busca de aire, pataleó con violencia, tratando de alcanzarle, tratando de que la soltara... No podía respirar... No podía pensar.... Su rostro parecía estar tan lejos... Luchó y luchó con cada atisbo de conciencia que se mantenía precariamente.
Oyó una maldición y cayó al suelo de pronto, sin fuerzas apenas para mantenerse en pie. El aire regresó a sus pulmones como una llamarada y no esperó. Trató de correr, casi a gatas, en cualquier dirección. Notó la espesura arañarle el rostro, pero no se detuvo, sigió corriendo y gateando por entre los matojos y los árboles, con las rodillas y las manos magulladas, mientras ante sus ojos todavía las hadas le impedían ver el camino. Sintió el dolor de una rama arañándole el rostro y se quedó sin aire cuando tropezó con una raíz y cayó estrepitosamente en una hondonada.

- Vamos, Bellota ¡Corre! - se animó con una voz que parecía papel de lija.

Se obligó a correr, todavía incapaz de erguirse completamente. Se ayudó de los troncos, de las ramas, de las piedras. Ignoró el dolor en las manos y las rodillas, el dolor en los pulmones y en el rostro. Solo podía pensar en huir, en dejarle atrás... Su respiración resonaba como un fuelle.

- Te veeeoooo- canturreó una voz a su espalda, demasiado cerca ¡Demasiado cerca!

Un gemido de terror brotó de sus labios, y de pronto estaba sollozando, sin parar de correr entre los árboles, en la densa espesura del bosque. Siguió corriendo, pero no se atrevía a mirar hacia atrás. Corrió durante lo que le pareció una vida, se le rasgó la ropa en aquella desbocada carrera, las ramas se le enredaron el pelo dándole dolorosos tirones. Se quedó enganchada en unas particularmente retorcidas y peleó contra ellas desesperadamente, mirando a su alrededor frenéticamente, buscándole con la mirada...

- No puedes esconderte de mí.- rió divertida la voz, esta vez en algún punto por delante. ¿Cuando había pasado por su lado?

- ¡DÉJAME EN PAZ!- bramó con toda la fuerza del miedo, y liberándose de las ramas, continuó su carrera desbocada.

Le pareció ver un camino entre los árboles, una zona más clara de tierra en la espesura. Corrió hacia allá con el corazón latiendo dolorosamente en el pecho. Se arrojó a él con la loca esperanza de que algún jinete pasara por allí. Cayó de rodillas, sin aire para respirar.

- Por favor... por favor..- sollozó- Ayuda...

Se puso en pie torpemente, estaba en un cruce. No se veía a nadie en ninguna dirección y giró sobre sí misma, desesperada, rabiosa...
La voz sonó a su espalda.

- Bú.

Brincó hacia atrás con una fuerza que no sabía que le quedara. El miedo se revolvió en su interior como una marea de rabia... Sus manos se movieron solas, en sus dedos crepitaron las llamas. El hechizo comenzó a formarse en su mente.

- Te lo advierto- siseó con la voz rasposa, con los ojos llenos de odio- Déjame en paz o te juro que sentirás mucho, mucho dolor...

Retrocedió lentamente sin dejar de mirarle

- ¡SOCORRO!- gritó con la esperanza de que alguien la escuchara.

De pronto, un resplandor metálico cruzó el aire como un rayo y se clavó en su hombro, arrancándole un grito y deshaciendo el hechizo. Se llevó la mano a la empuñadura que le sobresalía, pero de pronto no tenía fuerza para arrancarla...

- ¡SOC...!- la voz le falló, de pronto las rodillas amenazaban con tirarla al suelo.

¿Por qué se movía todo? ¿por qué estaba todo tan oscuro?
Se tambaleo. Oyó la voz cruel del Orco cerca, muy cerca.

- Has sido una chica muy mala- la voz retumbó en su cabeza, con una mezcla de diversión y deleite teñida de crueldad.

Trató de enfocar la vista, alzó las manos ante ella, incapaz de ver nada, tratando de tocar algo de referencia, pero fue en vano. Sentía la lengua pastosa en la boca.

- ¿Qué... qué me has hecho?- murmuró, cada vez más débil, mientras caía de rodillas, ciega, incapaz de pensar con claridad.

La respuesta llegó como el suave aleteo de un pájaro, un susurro malvado.

- Me has obligado a hacerte daño, pequeña.

Todo había sido en vano, cada muerte, cada sacrificio... Todo lo que habían hecho por ella, ahora se deshacía a una velocidad vertigiosa, como un montón de ceniza bajo un golpe de viento. Una niña estúpida... Angel tenía razón...
Sintió las lágrimas caer por sus mejillas, escocer en los arañazos. Un gemido brotó de sus labios. Quería ponerse en pie, quería poder hacerle frente, pero el mundo se desvanecía a su alrededor.

_ No...me... Luz- jadeó, cayendo como una muñeca de trapo- Angel...

Las carcajadas del orco retumbaron en el bosque: brutales, triunfantes, ensordecedoras, y se tragaron el mundo.


Krognash se sentía exultante: había sido tan fácil, tan ridículamente sencillo... Observó a la niña humana tendida en el suelo, con la respiración débil y el mango de su puñal brotando de su hombro en un ángulo espeluznante. Sonrió y se arrodilló a su lado.

- Duerme, pequeña, duerme- dijo, triunfante- Va a ser un viaje muy duro...

Con la rapidez que da la experiencia, tomó la cuerda que llevaba al cinto y ató a la muchacha de pies y manos diestramente. Una redoma apareció en sus manos y vertió su repugnante contenido verde en la boca inconsciente.

"Esto mantendrá tu "magia bajo control
" pensó, satisfecho.

Arrancó entonces con fuerza el puñal del hombro herido y lo guardó en su cinta. La sangre comenzó a brotar con fuerza, corrupta por el veneno, y creó un pequeño charco que crecía con cada segundo.
El olor le golpeó de pronto, enloqueció sus sentidos. Sus ojos se abrieron bruscamente en busca del rojo elixir y sus músculos se contrajeron rítmicamente con espasmos de deseo. Desenvainó las dagas...

- Sería tan fácil...- jadeó, luchando contra el impulso- Sólo un poco... sólo otro corte...

"¡NO!"se obligó a resistir, "No debo comprometer la misión"

Con gran esfuerzo, luchó contra el deseo de la sangre, contra aquella sed acuciante. Poco a poco sus ojos retomaron el color habitual, los músculos dejaron de palpitar dolorsamente.

- Hoy no.- dijo al fin, cuando sintió que la sed desaparecía.

Tomó entonces a la muchacha y la cargó sobre su hombro como la presa de una triunfal cacería. No había tiempo que perder, debía llegar cuanto antes hasta aquel barco de suministros que se había procurado a golpe de sobornos y amenazas, para el largo viaje hacia los Reinos del Este...

La búsqueda del Guardián VI

sábado, 29 de mayo de 2010

Diario de una Bellota

29 de Mayo

Querido diario:

Sé que han pasado tres días desde que escribí por última vez, pero es que estaba tan cansada cuando paraba a descansar por la noche, que no podía ni pensar en escribir. Hoy es distinto, porque para cuando he visto que apenas faltaban un par de horas para alcanzar las Colinas, el sol ya se estaba poniendo y no quería meterme en el bosque a oscuras, sin saber por donde voy. Y como en el camino encontré una gruta pequeñita para resguardarme de la nieve, he parado a descansar antes y la verdad es que me encuentro mucho mejor.

Debe ser cerca de medianoche, pero la luna es inmeeeeensa y super bonita. ¿Estará Angel mirándola también? ¿Pensará en mi cuando la ve?

Mañana temprano me pondré en camino, quiero alcanzar el linde del bosque cuando haya buena luz para que me de tiempo a buscar refugio antes de que anochezca. Ahora Sardinilla se ha tumbado para que pueda acurrucarme contra ella y me da calor. Por la mañana huelo muchísimo a caballo, pero prefiero oler mal que pasar frío por la noche.

Hasta mañana.

La búsqueda del Guardián V

miércoles, 26 de mayo de 2010

Diario de una Bellota

26 de Mayo

Querido diario:

Hace muchísimo frío. Es de noche y me he refugiado en una pequeña cabaña vacía que he encontrado en la carretera de camino a las Colinas Pardas. He conseguido encender fuego, pero estoy aterida y las manos me tiemblan del frío que tengo. Me hubiera gustado avanzar algo más, pero Sardinilla tiene problemas para caminar por la nieve y he tenido que llevarla de las riendas durante muchísimo rato.

Salí esta tarde de Hibergarde. Cuando estaba preparando la mochila, Angel apareció de improviso en la posada y estuvo super pesado, y hasta que no le dije lo que iba a hacer, no dejó de insistir. La verdad es que esperaba que me dijera que es una locura, o que soy demasiado pequeña para marcharme sola, pero se portó muy bien, aunque sé que está preocupado por mi.

Me quiere. Todavía.

No lo entiendo, no sé como puedo seguir gustándole con esto en la cara. Además, tampoco se preocupó por ayudar a Bálsamo cuando tuvo que pedir ayuda a los dragones... Admitió que se había enrollado con otra mientras tanto y la verdad, dolió, pero no tanto como había pensado. Supongo que pese a todo, he aprendido a no convertirle en el centro de mi mundo. Raz estaría orgulloso de mí.

Cree que esto es un adiós. Yo no lo había pensado así, y aunque le he dicho que no, la verdad es que puede que sí lo sea. No porque yo no le quiera, sino porque tengo la sensación de que la Bellota que se marchó esta tarde de la posada, puede que no sea la misma si volvemos a encontrarnos. Tal vez no le guste entonces. Tal vez encuentre a otra y esta vez la quiera para más que un par de revolcones.

Madre mía, no me puedo creer que esté escribiendo esto ¡Parezco una libertina o algo así!

En fin, mañana retomaré la carretera a las Colinas, espero alcanzarlas en un par de días, tres a lo sumo.

Seguiré escribiendo, pero ahora tengo mucho frío.

Buenas noches.

La búsqueda del Guardián IV

martes, 25 de mayo de 2010

Diario de una Bellota

25 de Mayo:

Querido diario:

Ya lo tengo casi todo listo, si todo va bien, mañana me voy. He conseguido un horario de los barcos que salen de Rasganorte hacia el continente, y con suerte, no tendré que esperar mucho una vez llegue al Puerto de Valgarde. He elegido este en vez de la Fortaleza del Denuedo porque conozco parte del camino, ya que fue por donde vinimos Razier y yo. Y Denuedo queda suuuuuper lejos. Además, el barco de Valgarde va hasta Menethil, hasta casa... Jo, echo tanto de menos a los bichillos... ¿Seguirá todo allí?

He pedido en la posada que me preparen comida para el viaje: carne seca, algo de fruta, y agua. No sé si encontraré sitios donde comprar más según voy hacia Valgarde. He pensado que a lo mejor, si paso cerca, podría acercarme al Refugio Pino Ámbar y saludar a Loraine. De todos modos no puedo entretenerme mucho, quiero llegar cuanto antes a Menethil.

¿Sabes? Le he estado dando vueltas a una cosa. Eso de "La Hija del Roble"... Suena muy místico y eso pero... ¿Por qué es tan importante? Es decir... ¿Por qué yo? O sea... Vale que soy humana, vale que no soy una estilizadísima elfa, perdón, kal´dorei. Vale también que según los druidas sea super raro que siendo lo que soy, haga lo que puedo hacer, pero digo yo... No es para tanto ¿No? Quiero decir ¿Qué interés puede tener que yo sueñe que soy un pájaro? Que si, que es raro pero ¿Tanto secretismo y tanto tema de sectarios por eso?

Creo que le preguntaré al Guardián cuando le encuentre. Si se supone que es algo tan especial, el debe saber algo al respecto ¿no?

La búsqueda del Guardián III

domingo, 23 de mayo de 2010

Diario de una Bellota

23 de Mayo

Querido diario:

Decidido, me voy. No sé si él me está buscando o no sabe que existo, pero no aguanto más las pesadillas. Por mucho que intente no dormirme, o bien por la mañana estoy totalmente rota por la falta de sueño, o bien estoy rota por el agotamiento de la pesadilla.

De verdad que yo de esto no sé nada, pero es que me parece que lo de mi cara no está muerto, ni mucho menos... Me da miedo, así que he decidido tomar cartas en el asunto.

Ya no soy una niñita desvalida: Razier me lo demostró y sé que él confíaría en que soy capaz de hacer esto sola. Bálsamo Trisaga también. No puedo dejar que la gente cuide de mí siempre, tengo que empezar a caminar sola y a demostrarme a mí misma que puedo hacerlo. Si según todos soy tan excepcional, algo podré hacer ¿No?

Voy a buscar a Ursoth. Si Trisaga dijo que aprovecharía que iba a Vallefresno para encontrarle, digo yo que ir para allá será un primer paso (o muchos primeros pasos, seguro que está lejos de narices). Además, si le llaman El Guardián es porque es alguien importante ¿No?

Tal vez pueda dejar mensajes por ahí, decir algo como "Decidle al Guardián que le busca la Hija del Roble" pero me suena super raro. Además, no me olvido de esos druidas del Caer Visnu que Bálsamo dijo que tenían malas intenciones. No, mejor no digo nada y me quedo calladita...

Pero está decidido, me voy

La búsqueda del Guardián II

sábado, 22 de mayo de 2010

Diario de una Bellota

22 de Mayo

Querido diario:

Hoy tuve una pesadilla y desperté gritando. No puedo recordar qué fue lo que soñé, pero pasé tanto miedo que cuando me desperté, parecía que se me iba a salir el corazón por la boca. Los zarcillos estaban calientes, mucho... Cuando fui al espejo corriendo, por si durante la pesadilla se hubieran extendido, me pareció que el ojo me devolvía la mirada. Es decir, no yo, no mi reflejo... Sé que suena rarísimo y que con esto parezco una lunática, pero de verdad que por un momento fue como si hubiera alguien en el ojo... Bah, sé que son tonterías, todavía estaba temblando por la pesadilla, y además sé que si se lo dijera a Angeliss se reiría de mí.

De todas formas, me inquieta ¿Por qué se calentaron tanto los zarcillos? ¿Por qué tengo tantas pesadillas? Sayera dijo que de algún modo se había frenado o bloqueado o lo que sea, mi entrada en el Sueño, si es el Sueño en lo que estoy entrando estas noches. Necesito hablar con alguien de esto, alguien que realmente sepa de qué va. No hago más que pensar en ese sabio del que habló Trisaga ¿Consiguió dar con él?

¿Y si me está buscando y no sabe donde estoy?

La búsqueda del Guardián I

jueves, 20 de mayo de 2010

Diario de una Bellota

Aviso: Si estás leyendo este diario, más te vale dejarlo donde estaba. Que sepas que estás leyendo algo privado y que no está bien que andes fisgoneando en las cosas de los demás y debería caersete la cara de vergüenza. Y que sepas que como lo has tocado, acabas de ser hechizado para que te encuentre cuando quiera y te convierta en sapo, por cotilla

20 de Mayo


Querido diario:

Soy yo, Bellota. Bueno, qué tontería, claro que soy yo. No sé cuanto tiempo llevo aquí en Hibergarde, pero me parece una vida entera, sobre todo desde que Bálsamo Trisaga... desde que se fue.
Todavía estoy muy triste, es como si un vendaval se hubiera llevado mi alegría y ahora me siento extraña. La echo mucho de menos y estoy al mismo tiempo triste y furiosa, porque ella menos que nadie se merecía morir de esa manera. No se merecía morir en absoluto, o a lo mejor es que para mí, no podía morir, era eterna... Siempre lo será...

Angeliss sigue yendo de un lado a otro, aunque duerme aquí todos los días. El niño es tranquilo y no llora demasiado, pero no me atrevo a tocarlo por si le contagio algo. Ya sé que Bálsamo dijo que no era una enfermedad común, que no se podía contagiar, pero prefiero no arriesgarme.

Cada vez me acostumbro más a... esto, aunque por las noches, a veces, me da la impresión de que palpita y se estremece, aunque no avanza. Procuro no mirarme al espejo, y si tengo que salir de la posada por alguna razón, llevo siempre la capucha caladísima, y me pongo el pelo para cubrir las marcas. La gente se asusta cuando las ve, o les da asco y me tratan como si fuera un bicho de la peste, o algo peor. Quiero que desaparezcan ya, quiero volver a ser normal, quiero no tener esto en la cara, ni tener ese ojo tan asqueroso que parece más de un monstruo que mío. Angel dice que no piense en ello, que me tiene que dar igual lo que diga la gente, pero no es tan fácil.

Tengo dieciséis años y soy horrible.

Tampoco puedo decir que haya hecho avances con lo otro, aunque he aprendido a controlar las explosiones de energía arcana y ya no destrozo la habitación cuando tengo pesadillas. También he sido capaz de conjurar un poco de agua, pero sabía a podrido y tuve que tirarla. Los dedos ya no tiemblan, ya no hay chispas.

De todas formas, sigo teniendo pesadillas. A Angel no se lo he dicho porque no quiero preocuparle y como ya no dormirmos juntos, puedo disimular bastante bien. A veces me regaña porque me despierto muy tarde por la mañana, casi al mediodía, y me invento excusas. No voy a decirle que sigo soñando. A Dremneth tampoco.

No hago más que darle vueltas a la carta que me envió Bálsamo.

20 de Abril

Mi muy querida niña:

Lamento haberme ido tan precipitadamente, pero mis deberes me reclaman. El Templo de Elune me ha enviado a los bosques de mis ancestros para que auxilie a mis hermanos en tiempos de guerra, y sé que tú estarás bien, aunque si me necesitaras, no tienes más que decírselo a Dremneth y él me lo hará saber para que pueda venir a tu lado.
Sé que eres fuerte, mi Zoe, y sé que si perseveras con tus estudios, aprenderás a controlar la energía que se ha acumulado en tí durante tu trance. Angeliss puede ayudarte con eso, ya que él tiene un control magistral sobre la energía arcana de la que está imbuido. También Dremneth, aunque de otro modo.

De todos modos, puesto que me dirijo a Astranaar, en el bosque de Vallefresno, quiero aprovechar para buscar a un sabio de mi raza (recuerda "Kal´dorei" es más correcto que "elfo"), un druida llamado Ursoth que, según se dice, tiene grandes conocimientos sobre el Sueño y la Pesadilla, y puede ayudarnos a entender lo que te sucedió y evitar que suceda de nuevo. Cuando le encuentre, le hablaré de tí y haré lo posible para que acepte tomarte como protegida, puesto que nadie puede necesitar un tutor como el Guardián como lo necesitas tú.

Ve con la luz, mi querida niña.

Bálsamo Trisaga



Me pregunto si logró dar con él antes de morir ¿Debería buscarle? ¿Contarle lo de mis sueños?

Ojalá Bálsamo estuviera aquí...

Ecos IX

domingo, 2 de mayo de 2010

Por Kluina´ai

En Cima del Trueno, canturreo quedamente mirando hacia el lejano Vallefresno. Me ha dado un vuelco el corazón, y eso nunca ha significado nada bueno.
"Se me saltan las lágrimas, hermana. Mas te indicaré el camino.
Vuela libre tu alma, pura, sin trabas, directa al cielo limpio.
Será corto tu viaje, pues tu Señora te reclama
Elúne, Mu'sha la Blanca,
aquella a la que tan devotamente has servido."
Se me quiebra la voz, aunque no importa. Ella ya no está. Ha sido segada su vida, como tantas otras.
Maldita guerra.
Maldito odio
Malditos todos.
Sobre todo quien acabó con el ungido Bálsamo, consagrada a aliviar el dolor ajeno. Ese ser nació maldito a buen seguro, porque solamente la criatura más vil podría siquiera pensar en dañarla.
Maldita también yo, por no estar allí contigo, hermana.
No te conocí, pero te recordaré siempre erguida, solemne y sublímemente serena en medio del caos. Capaz de calmar incluso los tormentos interiores escondidos. Sosegando hasta a tus teóricos enemigos.
No te merecíamos. Predicaste callada, con el ejemplo. No arrebaste una vida ni para sostener la tuya propia.
Sin el brillo argénteo de tu cabellera de gloriosa doncella élfica, sin la Luz de la Diosa emanando de tus ojos, este mundo es hoy, si cabe, más tenebroso.
Descansa en el seno de tu Señora. Que su regazo amoroso compense mil veces cada dolor, cada renuncia de tu joven vida entregada por nosotros. Y que allí, durmiendo el más dulce sueño a la espera de que tu Alma Antigua retorne, conozcas, al fin, lo que son la Dicha y la Paz, porque en este mundo desgraciado (demostrado queda) son imposibles.
Que tu hermoso recuerdo, Trisaga, nunca, jamás, pueda ser la excusa para verter más sangre.
"La próxima vez será mejor"

Ecos VIII

Por Shakiziel

La sacerdotisa, estaba en el Templo de la Luna, sumida en una lectura a la cual interesante para ella. Derrepente las voces de las demas sacerdotisas callaron. Incluso la de ella. Sentada en la hierba, se levantó y sin saber por que, se dirigio a la Poza del centro del Templo de la Luna. Miro la estatua y un escalofrio le recorrio el cuerpo. Resopló y volvió al mismo lugar en el que estaba leyendo el libro. Acto seguido cuando "despertó", alzo una ceja y miró la estutua y la poza. Su corazón empezó a latir con fuerza.

Ecos VII

Por Degano

Degano está añadiendo aceite en uno de los motores del Rompecielos. Un trabajo rutinario y aburrido, pero hoy no le esta resultando nada fácil. Una viaja herida en el hombro izquierdo le molesta cada vez que coge un bidón.

Se la hizo en Terrallende, cuando bloqueo con el escudo el golpe de un señor del foso, lo que fue muy mala idea. Herido, lanzó su última bomba a la cara del demonio, y se fue volando encima de su raya abisal.

Se la curaron se Shattrah. ¿Era una elfa de la noche? La recuerda porque intentaba sonreir, aunque parecía que no tenía muchos motivos para hacerlo.

Hoy no iba a tener un día fácil en el Rompecielos. Y tampoco tenía muchas ganar de sonreir.

Ecos VI

Por Leshrac

Hacia frio. Realmente, siempre tenia frio, aunque esta vez lo notó. Hacia tiempo que no tenia frio, que no lo sentia ¿Como puede sentir frio alguien que ha tenido el corazon helado toda su vida? Porque esta gelida sensacion no tenia nada que ver con el ambiente, con la temperatura. Era un frio que el conocia mejor que cualquier otro. Todo seguia igual.

Y en efecto, todo seguia igual. La luz seguia desvaneciendose tiñiendo el aire de color naranja y de melancolia. Las sombras seguian reptando, devorando la esperanza, esperanza que no es mas que un bello espejismo. La calidez de unas palabras amables, unas sin prejuicios por la raza, sin odio por el pasado, sin miedo por el ser, se desvanecian de repente dejando paso al frio. Todo seguia igual.

Tal vez habia sido un iluso, tal vez aquello solo fuese una fingida amabilidad. En cualquier caso, aquel encuentro le habia reconfortado en los momentos mas sombrios, era un rayo de esperanza. Esa esperanza que desaparecia, que con su ausencia dejaba las cosas otra vez como antes, como estaban. En un abrir y cerrar de ojos, el calor de un recuerdo se sustituye por esa ausencia, como si ahora no hubiese diferencia entre aquel momento y todos los demas ¿Por que habia desaparecido aquella sensacion?

Ahora era todo igual de nuevo. Ahora era todo como siempre.

Ecos V

Por Aynarah

La centinela Aynarah A'neth Arcopluma cabalgaba a lomos de su sable bosque a través, intentando pasar desapercibida para detectar los movimientos del enemigo y preparar la defensa de la ciudad. En cuestión de segundos sintió como la tierra cedía bajo las patas de su montura, un par de pasos atrás, un rugido lastimero y de pronto ambos yacían boca abajo en el suelo del bosque. Nunca le había pasado algo así, Brisa había sido entrenada duramente y era ágil y capaz de adaptarse a los terrenos más abruptos y afianzar sus patas sobre el suelo movedizo.

Que extraño... pensó la centinela mientras se ponía de nuevo en pié sacudiéndose la tierra.

Ecos IV

En los Baldíos, la gladiadora llamada Mangosta perdió el ritmo en un ataque durante el entrenamiento. Pidió tiempo, contrariada. Miró a su alrededor, buscando la causa de su repentinaa falta deconcentración ¿Había sido el viento? ¿Un cambio en la temperatura?¿Una voz? No lo supo. Luego, extrañada, continuó con el entrenamiento, con una sensación de inquietud en el pecho.

Ecos III

Averil Lumber en Hibergarde sintió un estremecimiento que le hizo perder la concentración de su lectura. Frunció el ceño, se frotó los hombros, fue a comprobar que la ventana estuviera bien cerrada. Y lo estaba.

Ecos II

2 de Mayo, 20:52 (Hora local en Astranaar)

- ¡Jefa! ¡Jefa!

Niura sujetaba como podía a Imoen que, agarrándose la cabeza con las manos, convulsionaba incontroladamente en el suelo de la trastienda.

- ¡Jefa! Maldita sea ¡¡Daala!!

Se echó sobre Imoen intentando que el peso de su cuerpo la ayudara a evitar que la joven se golpeara con los muebles.

Poco a poco, Imoen dejó de convulsionar y abrió los ojos poco a poco, clavándolos en los de Niura, que suspiró aliviada.

- ¿Estás bien, jefa?
- Creo que sí ¿Qué me ha pasado?
- Dímelo tú. Estábamos hablando tranquilamente y de repente diste un grito tremendo. Te agarraste las sienes y caíste al suelo murmurando “Otra vez no, no podré soportarlo”
- No sé, de repente sentí un vacío en mi interior y las voces…las voces inundaron mi cabeza como cuando…
- ¿Voces? Jefa, ¿seguro que estás bien?

Imoen se levantó del suelo y se sentó en una silla.

- Sí, Niura. Sólo necesito dormir un poco. Los últimos días han sido agotadores. De verdad que estoy bien. Vete a casa, que yo terminaré con esto.

Pero a Niura no se le escapó el hecho de que Imoen no la miraba a los ojos. Aún así, había aprendido a tratar a su jefa y sabía que en ciertos momentos era mejor dejarla sola.

- Está bien, jefa. - suspiró - Nos veremos por la mañana.

Y mientras cerraba la puerta, añadió.

- Vete a dormir, anda.
- Lo haré. Descuida.

Pero no se fue a dormir. Pasó la noche sentada en la silla, agazapada sobre sí misma y presa de una terrible desazón.

Ecos I

2 de Mayo, 20:50 (Hora local en Astranaar)

En la posada de Rémol se oyó un grito.

Hester Stanhope se incorporó violentamente sintiendo que le faltaba el aliento (que ya no tenía) y que el corazón le saltaba en la garganta (que tampoco), sintiendo como si acabara de sobrevivir a una catástrofe terrible, sintiéndose morir (aunque ya estuviera muerta). Fuera la luna brillaba, como siempre, sobre el cementerio. Supuso que había tenido una pesadilla (aunque ya no soñara) y que la había olvidado, pero fue incapaz de volver a conciliar el sueño...

El acecho

Por Krog´nash

Astranaar estaba prácticamente desierta. Mientras acechaba por las sombras del crepúsculo en las silenciosas calles y avenidas, Krog’nash reflexionaba con frialdad. Todo estaba demasiado calmado. Parecía que las tropas élficas hubiesen llevado a cabo una evacuación previa al asalto sobre Astranaar. En principio, ya disponía de la información que se le había encargado recoger, pero su misión distaba de terminar. Tenía un objetivo claro que eliminar, un objetivo al que llevaba acechando desde hace semanas, y este era un momento adecuado para llevar a cabo el asesinato.

Aynarah. La escurridiza y cauta elfa cuya cabeza debía presentar en una bandeja al Maestro. La elfa que nunca se separaba de sus guardaespaldas y allegados, y que estaba demostrando ser uno de los objetivos más difíciles de eliminar desde que empezó con sus encargos, tantos años atrás. La carne de la elfa había probado en alguna ocasión el filo aserrado de sus puñales, pero sus aliados siempre habían conseguido curarla y reanimarla. Pero sus allegados no estarían siempre con ella. En esta ciudad sepulcral, cubierta ya por la gélida mortaja de la guerra, la muerte llegaría rápida y letal.

Tras meditar unos instantes, decidió encaminarse hacia el albergue que había sido improvisado en uno de sus edificios. En uno de sus intentos previos, recordaba haber visto a Aynarah deambulando por los pasillos, recuperándose de sus heridas. Quizá estuviera allí, animando a los heridos, dando coraje a sus seres queridos antes de la inminente tormenta que se cernía sobre Astranaar. Krog’nash suponía que la líder de ese asentamiento no podría abandonar, sin más, a sus vasallos y semejantes.

El negro corazón del asesino latió con fuerza cuando atisbó un movimiento en el piso superior del hospital. Era una elfa de cabellos plateados, que parecía admirar con ojos solemnes y nostálgicos el cercano lago, iluminado ahora en los cálidos tonos de la muerte del día. La elfa pareció sonreír para sí, partícipe única de un secreto interior, antes de desaparecer de nuevo tras la ventana.

El orco dudó unos instantes. La elfa no era Aynarah, eso estaba claro. No era su objetivo. Si acababa con ella, podría ocasionarse un alboroto que quizás delatase su posición antes de tiempo, y no quería alertar a los guardias. ¿Por qué iba a matarla? La respuesta a su propia pregunta llegó en unos instantes. Porque podía. La aldea estaba casi desierta. Nadie la oiría, nadia acudiría en su ayuda. Estaba sola. El motivo por el que aún permanecía allí no le importaba. Decidió al menos acercarse a investigar y decidir en última instancia. Trepó ágilmente hasta el piso superior, ayudándose del árbol y enredaderas cercanas.

Las sombras conjuradas del Plano de las Sombras se arremolinaron a su alrededor, diluyendo su figura, mientras se asomaba, cauto y sigiloso como una pantera, por la abierta ventana que daba al lago. En efecto, la hermosa y delicada elfa estaba completamente sola. Los heridos también habían sido evacuados. Ella se agachó, con movimientos pausados, sobre una de las camas. Llevaba un sedoso hábito, elegante y sencillo. Un hábito de sacerdotisa. La mujer emanaba un casi perceptible halo de tranquilidad y paz, pero también de poder oculto. Instintivamente, Krog’nash reconoció que aquella enfermera era algo más de lo que su sencilla apariencia daba a entender. Su muerte provocaría a los elfos, más incluso de lo que lo había hecho la profanación de sus santos lugares en Vallefresno. Sería un último insulto y una última amenaza para Aynarah y sus débiles allegados, antes de eliminarlos a ellos también.

El movimiento fue rápido y mortal. Sus músculos se flexionaron y le impulsaron por la ventana. Avanzó, agachado hasta casi tocar el suelo con la barbilla, la expectación de la sangre y la muerte recorriendo sus vidriosos ojos rojos. La sangre prohibida latía en sus venas como si fuera propia. Quizás ya lo era.

En un fluido ataque, se alzó detrás de su sorprendida e indefensa víctima. Con una mano forzó la cabeza de la sacerdotisa hacia atrás, mientras con la otra realizaba el movimiento segador que había de arrebatar a su víctima del hálito vital. Ni siquiera produjo un sonido. Era como si la misma muerte se hubiera apiadado de su alma incluso antes de que la vida abandonase su triste mirada. En ese momento, algo captó la atención del orco. La elfa sostenía algo en la mano. Se agachó pare recogerlo.

- Pero qué demon…

Era una muñeca de trapo. Vieja, desaliñada. Krog’nash resopló y arrojó la muñeca desdeñosamente a un lado. Pronto, la sangre derramada alcanzaría al juguete, tiñéndolo lentamente de un apagado carmesí.

Krog’nash dejó caer el cuerpo inerte, contrariado. No había advertido odio, miedo, o incluso dolor en los rasgados ojos. Las sensaciones que le hacían sentir vivo cuando ejecutaba a alguna de sus víctimas. No, en lugar de eso, su profunda y sincera melancolía casi le abofetearon como si de un golpe físico se tratara.

Antes de desaparecer en las sombras del inminente crepúsculo, escupió a un lado, tratando de librarse de un sabor desagradable y amargo en la boca. Le inundó la odiosa sensación de que, paradójicamente, él no era quien había ganado ese postrer enfrentamiento, sino la hermosa elfa de plateados cabellos, que yacía en aquella habitación abandonada, de aquella ciudad abandonada, de sueños perdidos y esperanzas derramadas.

Los Hilos del Destino XLIX- Retazos de una guerra

Retazos de una guerra:

En este mundo arrasado por la guerra, donde ricos y pobres, valientes y cobardes, se enfrentan día a día a los horrores más absolutos, centremos nuestra mirada en esta pequeña aldea oculta en los bosques, al amparo de los árboles. A su alrededor, las máquinas de asedio han herido la tierra y zonas cada vez más amplias de bosque han sido taladas. En la espesura, sus enemigos acechan, listos para dar una última dentellada de la que está siendo una guerra acuciante y llena de rabia.

Acerquémonos un poco más a esta aldea conocida como Astranaar, hogar de una raza milenaria que ha visto más horrores y más bendiciones que ninguna otra. Puede sorprendernos que, pese a lo inminente del ataque, la aldea esté desierta. Los civiles y los heridos han sido evacuados en un ataque de clemencia, pero salvo unos pocos guardias, no hay ni un atisbo del ejército defensor. La ciudad descansa, apacible, en la calma que precede a la tormenta. Hay una tensión palpable en el aire, a la espera del primer rayo de esa tempestad. El ambiente crepita, el silencio del bosque es mala señal, mal agüero. Pero apenas queda nadie para oírlo en esta inmovilidad casi absoluta.

Si nos acercamos un poco más, quedando siempre a una distancia prudente que nos deje a salvo de la angustia, veremos una figura que se mueve por la aldea, una pieza de dinamismo en esa indolencia que ha hecho presa en las calles de la aldea. Es una mujer, de cabellos argénteos por los que asoman unas orejas afiladas, una elfa. Camina con paso pausado, su bata parda ondea a su espalda como una capa, y se dirige a las puertas de la ciudad, donde solo un par de guardias hacen frente a la amenaza invisible del inminente ataque. Esta mujer, cuya presencia exhala una tranquilidad que apacigua a los guardias, es una sanadora. Nunca pondrá un pie en el campo de batalla, porque su batalla tiene lugar en otro campo. Incansable, ha luchado contra el reloj para salvar las vidas de los heridos en la guerra. Ha curado sus heridas, aliviado sus espíritus, velado su sueño. Profundas ojeras se marcan bajo sus ojos repletos de luz: han sido incontables días de trabajo incesante, y no ha podido ni querido evitar recurrir a su propia energía para salvar las vidas que le han sido confiadas durante las largas semanas que ha durado esta cruenta guerra por el bosque.
Ahora, agotada, se apoya levemente en una de las columnas de la puerta de la aldea, mira hacia la espesura tratando de ver algún rastro del enemigo. Sabe que está ahí, sabe que la están viendo. Quisiera traspasar esas puertas, caminar hasta ellos y hablarles. Es una sanadora, no toma parte en las batallas, pero tiene amigos en ambos bandos, sabe que es posible un acuerdo, un cese en los ataques. Sin embargo no se mueve, permanece en la entrada porque, pese a todo, sabe que en el campo de batalla ya no hay sitio para la piedad. Con inquietud, se lleva un puño al pecho y suspira: la tensión en el aire parece que le oprime los pulmones. Sufre ya por lo que ha de ocurrir hoy aquí.

El sol empieza a ocultarse tras las copas de los aires y, con una última mirada, la sanadora vuelve sobre sus pasos hacia donde le corresponde luchar, hacia su campo de batalla: el hospital. El antiguo hospicio de la aldea ha alojado durante estos días a los heridos y enfermos de esta guerra de odio. Hasta ayer, los sanadores y heridos llenaban con sus voces el edificio, corrían por sus salas y sus pasillos, un movimiento ajetreado e incesante de proveedores con suministros, heridos ingresando y heridos marchándose sin estar listos, acuciados por la necesidad de partir.
Esto, hasta ayer, porque hoy no queda nadie en el hospital. Sus salas vacías devuelven el eco de los pasos de la sanadora, que revisa con atención que todo esté listo para la llegada de los heridos que sin duda creará la batalla de hoy.
Podía haberse marchado con los demás, acompañar a los civiles y a los heridos en su evacuación, pero esta mujer de cabello blanco y ojos de luz ha jurado velar por las vidas y las almas de los que acuden a combatir. Hizo unos votos hace tantos años que ya nadie se acuerda, pero ella no los olvida. Fue enviada a la ciudad para cuidar de los ciudadanos en tiempos oscuros, y ellos acuden a ella cuando la angustia y el miedo les supera. Nunca le ha negado sosiego a ninguno de ellos, nunca ha buscado un momento para sí misma, porque pertenece a una órden que educa a sus iniciadas en un sentido de la entrega ya olvidado en este mundo. Es un Bálsamo, el último de Azeroth, y dispondrá sus dones al servicio de la piedad hasta que no le quede un soplo de vida. El mundo será un poco más ocuro el día que ya no esté.

Como un fantasma, la sanadora recorre las salas vacías, tratando de fijar en su mente el silencio antes de que la guerra se lo lleve y llene el hospital de gritos y dolor. Durante un instante, se detiene en la balconada para mirar el lago: las aguas tranquilas le inspiran paz a ella, que inspira paz a los que la rodean. La superficie calmada apaciguan su corazón y, secretamente, la sanadora sonríe. No ha habido mucho tiempo para las sonrisas desde que llegó, pero en ese instante de paz antes de la tormenta se permite esa pequeña licencia. Cuando su espíritu está tan tranquilo como las aguas, esta mujer del viejo pueblo retoma su camino. En el piso superior, las camas destinadas a los heridos están vacías: todos los pacientes fueron evacuados ante la inminencia del ataque. Trata también de fijar en su mente la tranquilidad de esta estampa, antes de que todo desaparezca en el fragor de la batalla.

Un momento, algo llama su atención ¿Qué asoma debajo de una de las camas? Lentamente, la sanadora se arrodilla y lo toma: un muñeco de trapo. Sonríe. Ha visto este muñeco en los brazos de una de las niñas que han pasado por el hospital, una de tantas civiles heridas por la guerra. La niña tenía una bonita sonrisa y los ojos alegres, y fue evacuada ayer con todos los demás. De rodillas en el suelo, la sanadora sostiene el muñeco: cuando se reuna con los refugiados, devolverá el muñeco a su dueña.

El dolor sobreviene de pronto: una llamarada ardiente en la garganta. Una debilidad aterradora hace presa en ella y cuando se derrumba en el suelo, la sanadora comprende que va a morir. Se lleva las manos al cuello, intenta contener la hemorragia, pero la sangra mana tan y tan deprisa... Por un momento, los colores del mundo parecen más intensos, dolorosamente vívidos.
Apenas tiene tiempo para pensar que se muere.
Solo dos pensamientos acuden a su mente, incluso en su último suspiro, su preocupación vuela hacia los demás:

"Pobre Zoë", piensa, "Dioses, pobre Imoen..."

No se lamenta por ella, que nunca ha sentido la caricia de un amante, o el abrazo de un amigo que cuidara de ella cuando estaba cansada. Nunca ha sentido la alegría genuina, ni la pasión auténtica, porque nunca se permitió sentir nada más que entrega. Ha sentido, sin embargo, todas las penas del mundo, porque era su labor y su don arrebatárselas a las almas dolientes para aliviarlas de su carga. Todavía es joven, pero su alma es vieja, muy vieja, y la vida se le escapa por el tajo en el cuello.

Nadie ve al asesino orco salir del edificio con su hoja manchada de sangre, nadie le vio entrar. El charco de sangre que se ha formado crece de manera ominosa y el silencio del hospital, sola, la sanadora muere.

Alejémonos ahora, no dejemos que nos salpique la sangre, no dejemos que los ojos de la sanadora, ahora sin vida, nos inquieten. Pensemos con frialdad.
No está exento de ironía que haya muerto en esta guerra la única persona que no deseaba combatir, la única que creyera en el entendimiento y en la paz. La hoja del asesino orco parece haber venido a demostrarle que ha estado equivocada toda la vida, que se lo tenía merecido.

De todos modos, guardemos un minuto de silencio, ha muerto el último Bálsamo de Azeroth.

Desde hoy el mundo es un poco más oscuro.

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Avancemos un poco en el tiempo, dejemos que el sol se ponga en el bosque, que la oscuridad sobrevenga sobre la Atalaya de Maestra, donde los refugiados se han resguardado para pasar la noche. Soldados montan guardia en la madrugada, pero nadie parece reparar en la inmensa sombra que atraviesa la luna llena durante un instante y desciende entre la espesura.
Apenas unos instantes después, vemos un hombre abandonar los árboles y acercarse al refugio. Parece humano, tiene el cabello castaño y los ojos grises, y camina con paso leve pero seguro. De pronto, con un susurro casi inaudible, todos los guardias caen dormidos. ¿Qué magia es esta? ¿Quién es ese hombre?

El recién llegado entra en el refugio y se dirige, sin dudar, al último camastro, al más cercano al balcón por el que entra la luz de la luna. Durante unos instantes, observa el bulto cubierto por una sábana que reposa inmóvil. Luego, con cuidado, retira el lienzo y descubre el rostro.
Por un momento, parece que el hombre se encoge de dolor al ver los ojos ya cerrados, las marcas de plata resplandeciendo a la luz de la luna. Acaricia con ternura el rostro tranquilo como dormido, pero toda luz que emanara de su presencia ha desaparecido.

No hay lágrimas en los ojos grises y tan antiguos como el tiempo, hay compasión y tristeza y reconocimiento. Podría observar ese rostro tranquilo durante toda la eternidad, compartir ese alma. Ya no hablará en su mente ni le permitirá conocer los recovecos de su espíritu, las exiguas flaquezas que siempre se ha negado, las treguas que jamás se dio. No importa lo grande que fuera su entrega, la sutilidad por la que pasó por el mundo ni las huellas profundas pero invisibles que dejó en él.
Ella ya no está.

Un momento, alguien se agita en su sueño, el hechizo se rompe. Con cuidado, este hombre que no es un hombre toma en brazos el cadáver, como si la sanadora estuviera dormida y pudiera despertar de un momento a otro. Envuelta en su sábana como un sudario, la lleva hasta el balcón.

Una inmensa silueta vuelve a cruzar la luna, con las gigantescas alas desplegadas en la noche. El hechizo se esfuma y los guardias despiertan sin saber que durante unos minutos han dormido un sueño tan profundo como el tiempo.

Hope there´s somone - Anthony and the Johnsons

Hope there's someone
Who'll take care of me
When I die, will I go

Hope there's someone
Who'll set my heart free
Nice to hold when I'm tired

There's a ghost on the horizon
When I go to bed
How can I fall asleep at night
How will I rest my head

Oh I'm scared of the middle place
Between light and nowhere
I don't want to be the one
Left in there, left in there

There's a man on the horizon
Wish that I'd go to bed
If I fall to his feet tonight
Will allow rest my head

So here's hoping I will not drown
Or paralyze in light
And godsend I don't want to go
To the seal's watershed

Hope there's someone
Who'll take care of me
When I die, Will I go

Hope there's someone
Who'll set my heart free
Nice to hold when I'm tired