Interludio- Quel´danas II

domingo, 15 de mayo de 2011

El puerto era una algarabía de marinos, soldados y viajantes varios que acudían a la Isla para distintos asuntos. El aire estaba lleno del olor de las especias y las reses de los mercantes, del tañido de las campanas y el crujir de la madera de los navíos; de las voces de los marineros, de los pescadores exponiendo sus mercancías recién traídas de alta mar, del repicar de las armas y armaduras de los soldados del Sol Devastado. Allí, todo el mundo se desenvolvía con soltura, como si todos estuvieran más que acostumbrados a los tejemanejes y procedimientos del puerto.

Inmóvil junto a su equipaje, Celebrinnir sonrió al ver tan recuperada la infraestructura de la isla, alegrándose de reconocer todavía algunos rostros y al comprobar satisfecha las largas colas a la puerta de la aduana y de la consigna. Aquel ir y venir de transitarios, consignatarios y estibadores quería decir que tras la recuperación de la Fuente del Sol el comercio se había reactivado y que la economía de la Isla volvía a gozar de buena salud. A su alrededor los marinos del barco que la había traído hasta allí se afanaron en descargar efectos personales y pasajeros, amontonándolos con más o menos cuidado en el muelle a la espera de los carruajes que debían llevarlos a destino. Celebrinnir, que vestía todavía su ropa de viaje, se abstuvo de alzar la mano en el gesto común a los habitantes de la Isla para hacer llamar un transporte. En principio no se había dado ningún problema al hacer la transferencia desde el Banco de los Aldor a las Arcas de la Isla, pero no sabía a que velocidad llegarían las noticias de la Ciudad de la Luz ni el efecto que tendrían sobre su posición y quería asegurarse antes de llamar demasiado la atención. Como viajaba ligera de equipaje, cargó su petate al hombro, se caló el sombrero se internó en la algarabía del puerto con la destreza que conlleva la costumbre.

Cuando llegó al edificio del Banco, apenas podía caminar entre los empellones de la gente. En las pocas horas que llevaba en la Isla, ya había comenzado a echar de menos la quietud del santuario, cuando Quel´danas aún no era famosa por su desgracia. Avanzó abriéndose paso con los codos y sujetándose el sombrero con una mano, tratando de llegar hasta la barandilla que separaba la calzada de la acera y donde permanecían impávidos los guardas de seguridad, regulando el paso de la multitud. Recibió empujones, le pisaron los pies e incluso notó una mano furtiva intentando abrir su faltriquera, pero eran muchos los años de experiencia y por fin llegó, sonrosada por el esfuerzo y un poco acalorada, hasta la barandilla dorada y carmesí. Ahora solo tenía que conseguir convencer a los guardias que allí, polvorienta y desastrada, se encontraba una de las Sacerdotisas del Templo de la Fuente del Sol.

- ¡Aquí!- llamó una voz- ¡Eh! ¡Déjame pasar, quita, quita! ¡Venerable, aquí!

Celebrinnir buscó con la vista el origen de la voz y una amplia sonrisa se dibujó en su rostro al encontrar a Mordecai Dalentis, secretario de las Arcas, señalándola con insistencia para indicar a los guardias a quién debían dejar pasar. El elfo trataba de dividirse para hacerle señales a ella y que los guardias no la perdieran de vista, con la larga barba blanca destacando contra sus togas oscuras y perdiendo gran parte de la solemnidad que ostentaba cuando trabajaba en el banco.

- ¡Aquí, Venerable, aquí!- exclamaba mientras uno de los guardas se acercaba al cordón carmesí y lo separaba del poste dorado para permitirle el paso- Muy bien, muy bien, bienvenida, Venerable. Por aquí, por aquí, por favor. Dejad vuestro equipaje aquí, los mozos se harán cargo. Gracias, gracias, por aquí, por favor.

Liberada por fin de los empujones de la plebe, Celebrinnir se quitó el sombrero y siguió al solícito banquero al interior sombreado del banco. Allí, en contraste con la algarabía del exterior, reinaba un silencio respetuoso roto solo por el constante rasgar de las plumas en el pergamino. Empleados y clientes hablaban en susurros y los pasos quedaban amortiguados por la gruesa alfombra roja que recorría el pasillo principal y que llevaba a las entrañas del edificio. Doblaron un par de recodos hasta dejar atrás la zona pública del edificio y llegaron a una oscura puerta de roble labrado que Dalentis abrió con solemnidad.

- Adelante, por favor.- dijo, cediéndole el paso- Tomad asiento.

 Celebrinnir, ante aquella deferencia y respeto de los que era objeto, se agradeció a sí misma haber abandonado los sucios arrabales de la Ciudad de la Luz. ¿Cómo podía haber olvidado de donde venía? Entró en el sobrio despacho y comprobó que realmente la economía de la isla había sufrido una importante mejoría. El despacho era amplio y de sobrias líneas, los muebles habían sido elegidos con sumo gusto y elegancia y una pequeña vidriera en la pared al otro lado del escritorio derramaba sobre el suelo de baldosas todo un mosaico de colores. Complacida, tomó asiento en una cómoda butaca tapizada y dejó descansar el sombrero sobre su regazo. Un sirviente con librea se acercó con una bandeja de la que tomó agradecida una copa de té de mentamiel frío y se retiró en silencio al rincón discreto que era su puesto.

Mordecai Dalenis caminó con paso tranquilo hasta su asiento, al otro lado de un espectacular escritorio de mármol esculpido, y se sentó con parsimonia. Dejó que la recién llegada se refrescara un tanto con el tentempié, con una complaciente sonrisa dibujada en los labios.

- Es un placer teneros en Quel´danas de nuevo, Venerable.- dijo al fin cuando Celebrinnir dejó la copa sobre el escritorio- Espero que el viaje no haya sido demasiado incómodo. De haber sabido que teníais tanta prisa por llegar, hubiéramos abierto para un portal desde el Bancal de la Luz.

Celebrinnir agradeció la deferencia con una inclinación de cabeza.

- No quería abusar de la gentileza de la Isla, Mordecai, pero te agradezco la consideración.- el banquero aceptó el cumplido- ¿He de entender entonces que la transacción se completó con éxito?

Dalenis entrelazó los dedos sobre la mesa, un gesto largamente estudiado para evitar frotarse las manos con codicia ante la mención de importantes intereses de beneficio. Asintió.

- La instancia se gestionó correctamente desde el Banco del Alto Aldor en Shattrath, la estimación inicial indicaba que tardaría aproximadamente dos semanas en completarse. Yo mismo gestioné la comprobación- explicó con evidente orgullo- y cuando vi a que arcas iba destinada la transferencia, prioricé la operación a través de la red del Kirin Tor, que permite un transporte mucho menos arriesgado y más rápido, aunque supone un ligero aumento de los intereses. Espero que no os importe que me tomara la libertad de contratarlo.

Asintió con una inclinación de cabeza, confiaba en Dalenis y en realidad no le importaba. Si sus cálculos no  erraban, los intereses del Kirin Tor no supondrían un desembolso demasiado importante dados sus ingresos. No era que la vocación del sacerdocio se pagara con cifras exorbitadas, pero más de cien años sirviendo en la Isla más la década dedicada a la purificación de Karabor en Shattrath con unos gastos mínimos de una vida casi ascética habían permitido que amasara una pequeña fortuna, además de la discreta renta que recibía por ser miembro del Sol Devastado.

Dalenis carraspeó.

- Iba a tomarme la libertad de contratar para vos una de las viviendas más cercanas al Templo - comenzó con comedida extrañeza- pero la transferencia incluía órdenes de no proporcionar vivienda. ¿No pensáis quedaros mucho tiempo en Quel´danas, Venerable?

Celebrinnir tomó de nuevo la copa de mentamiel y se recostó con dignidad contra el respaldo de la butaca.

- Precisamente de eso quería hablar contigo, Mordecai- dijo, y el banquero frunció el ceño levemente- ¿En qué estado se encuentra la casa de mi tío?

Como había esperado, el rostro de Dalenis cambió de inmediato, se congeló de pronto para evitar que cualquier emoción pudiera traslucir.

"También tú recuerdas" pensó con amargura Celebrinnir.

Sin embargo, Mordecai Dalentis era todo un profesional en su oficio y se recompuso casi de inmediato al ver que su interlocutora no mudaba el gesto a la mención de tan aciagos recuerdos.

- La casa Fulgorceleste se ha mantenido fuera de los círculos de alquileres por deseo expreso de la familia.- explicó con gravedad- Lady Alaitasune Fulgorceleste hizo una importante donación a la Isla para conservar la casa en propiedad, pero apenas ha pasado por ella en los últimos años e ignoro en qué estado se encuentra el interior de la vivienda.

Era de esperar. Su pariente Alaitasune, que había sido hermana de su madre, todavía vivía. La había visto a menudo en Shattrath, afincada en la Grada del Arúspice, pero las relaciones con ella, que nunca habían sido cercanas, se habían vuelto todavía más frías cuando Celebrinnir se afilió a los Aldor en la Ciudad de la Luz. Alaitasune no había visitado la casa de Quel´Danas más que un par de veces que pudiera recordar, nunca había mostrado demasiado interés por esa faceta de su esposo. Esperaba de corazón que no entrara en sus planes visitarla ahora.

- ¿Y el exterior?- inquirió, ocultando su turbación.

Dalenis apretó los labios y entrecerró los ojos, trantando de recordar el estado del edificio de la que había sido la Casa Fulgorceleste.

- Creo recordar que la fachada no recibió demasiados daños, aunque no descarto que el tejado esté afectado- se disculpó - Ya sabéis, Venerable, que durante la reconquista de la Isla, se permitía a casi cualquiera recurrir a los Dracohalcones y no todo el mundo tiene sentido de la puntería.

Celebrinnir arrugó la nariz al recordar los proyectiles perdidos que en lugar de caer en la Cicatriz Muerta, golpeaban en las torres y minaretes de la ciudad sagrada.

- Bien- dijo pese a todo- creo que será suficiente con eso. ¿De cuanto efectivo puedo disponer hoy mismo?

- La transacción se completó con éxito hace cuatro días, - respondió el banquero- de modo que no hay limites a la hora de conceder efectivo. ¿En cuanto dinero estáis pensando, Venerable?

"¿Cuanto dinero necesito para recuperar mi vida?"

Suspiró.

- Necesitaré ropa y reponer las alacenas para una sola persona en estancia indefinida- enumeró Celebrinnir- También algo de servicio doméstico, un cocinero y tal vez obreros una vez evalue el estado del interior de la casa. Necesitaré material de sciptorium: plumas, pergamino, tinta, y también algunas hojas de vitela, no es necesario que vaya tintada.

Mordecai Dalanis tomaba nota vertiginosamente en una hoja de pergamino que había aparecido como por ensalmo y hacía cálculos de cabeza sin detenerse. Celebrinnri sabía que no necesitaba empuñar la pluma para que escribiera cuanto necesitara, pero alabó su comedimiento en un lugar de culto como era Quel´danas. Cuando percibió que su interlocutora no hablaba, Mordecai Dalanis alzó la vista.

- Si os place, Venerable, puedo disponer de todo lo que necesitáis para que os lo lleven directamente a la Casa Fulgorceleste. También los comerciantes de tela y un sastre - indicó, solícito.- ¿Querréis que envíe un acólito del Templo para que informe al Hierofante de vuestro regreso? ? ¿Y a la Comandancia?

Celebrinnir negó con la cabeza.

- No será necesario, lo haré yo misma.- cruzó las manos sobre el regazo- Apunta, por favor, un donativo de mil monedas de oro a favor del Hospital de Refugiados y el Orfanato de Shattrath. Y uno de quinientas para las labores de reconstrucción de Quel´thalas.

Los ojos de Dalanis brillaron.

- ¡Ah! ¡Muy inteligente, venerable! ¡Sí, señor!- exclamó apuntando de nuevo- Los donativos a causas humanitarias están exentos de impuestos. ¿Algo más que pueda hacer por vos?

Como no se había atrevido a planear nada más por el momento Celebrinnir se puso en pie con tranquilidad. Dalanis, un dechado de buenos modales, se levantó también.

- Eso será todo por ahora.- anunció la sacerdotisa tendiendole la mano, que el banquero estrechó con firmeza- Haz el favor de que lleven mi equipaje a la Casa Fulgorceleste.

Se acercaron a la puerta, Mordecai la abrió para ella, cediéndole el paso.

- ¿Iréis de inmediato a la casa?- Celebrinnir asintió- Entonces permitid que haga llamar un transporte. Os acompaño a la salida, es un placer teneros de vuelta, Venerable.

"Belore ¿Cómo pude marcharme algún día?!
Celebrinnir sonrió ante la sinceridad de su mirada.

- El placer de regresar es mío.

Y lo era. Realmente lo era.

No hay comentarios: