Estaban en primavera, pero la biblioteca siempre había sido un lugar fresco al caer la noche, y la chimenea ardía encendida, chisporroteando y arrojando sus sombras danzarinas sobre la
alfombra. Arrodillada frente al fuego, Celebrinnir contempló con satisfacción el scriptorium, por fin en el mismo estado que cuando su tío vivía.
Llevaba dos semanas en la isla y tras presentarse ante sus superiores en la Fuente y en la Comandancia, se había dedicado por completo a la restauración de la Casa Fulgorceleste.
Afortunadamente, no había sufrido muchos daños, y había sido más bien una labor de limpieza que de reconstrucción. La planta mas maltrecha había resultado ser precisamente la planta baja, por ser la más accesible, y allí lo más grave que había encontrado era las cuberterías rotas en el suelo y los aparadores y muebles destartalados y tirados de cualquier manera. Había sido suficiente con dos criados para retirar los restos y poner a punto aquella zona de la casa. La parte superior estaba intacta, con los muebles dispersos en su uso habitual, como si una mano suprema hubiera descendido sobre los habitantes y los hubiera arrebatado de su entorno, dejando que el tiempo se posara lentamente sobre las mesas y sillas y las camas deshechas. La bodega por su parte había sido completamente saqueada.
Había recorrido aquellos pasillos desiertos escuchando el sonido de sus pasos reverberando en las paredes mientras los sirvientes ponían a trabajar sus plumeros y escobas. Todavía podía recordar el modo en que la luz entraba por los inmensos ventanales, derramándose con bondad sobre las plantas que adornaban sencillamente los corredores y las escaleras. Siempre le había encantado aquello de la antigua casa de su tío: Luz y plantas, plantas y luz allá donde mirara. También libros, decenas de libros repartidos por estanterías por toda la casa y concentrados en cantidades asombrosas en el gran scriptorium. Había pasado largas horas allí, arrodillada junto al fuego y completamente inmersa en la lectura, tan abstraída que su tío tenía que avisarla para que no llegara tarde a los oficios.
Sí, había sido feliz allí.
Los sastres habían llegado dos días después de tomar posesión de la vivienda. Trajeron muestras de ricas telas y brocados, pero se limitó a encargar un par de togas para los oficios, algunos vestidos para los contados encuentros sociales y sobre todo cómoda ropa de viaje, pantalones y camisas, chaquetas y camisas que no limitaran su movimiento y que resultaran frescas para caminar bajo el sol. Y botas resistentes. Si los sastres sintieron alguna extrañeza ante aquel pedido dispar, no lo mostraron. En unos pocos días, las cajas con cada prenda llegaron al domicilio via mensajero y Celebrinnir no pudo más que alabar el buen hacer de Mordecai Aldanis.
Y ahora, después de supervisar la puesta a punto de la vivienda y de su vida, volvía a estar frente al fuego de la chimenea, rodeada de altas estanterías y mesas de madera clara, contemplando por los ventanales el crepúsculo cernirse sobre la Isla de Quel´danas.
Inspiró profundamente. En aquellas dos semanas, la proximidad de la Fuente del Sol había sido como un bálsamo para su alma, había aplacado los temblores que aún la asaltaban de cuando en cuando y había disuelo aquella extraña melancolía que envolvía su corazón desde que abandonó Shattrath. Sí, había tenido tiempo suficiente para lamerse las heridas, para meditar firmemente qué pasos seguir a continuación. No había renunciado a dar caza a Abrahel unicamente porque Iranion quisiera librar su particular cruzada solo con la compañía de su escudero, y ahora, rodeada de la inmensa biblioteca de Autindana Fulgorceleste, se abría ante ella la posibilidad de llevar a cabo una investigación sobre cualquier cosa que pudiera llevar a aquel demonio, a su esclavitud o a su destrucción. Tenía los medios, la fuerza y la voluntad.
Se puso en pie con decisión. Era hora de descansar, pero al día siguiente, con el amanecer, comenzaría la planificación de su venganza.
Selena Astro
Hace 5 meses
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