El camino al infierno XXIII

miércoles, 13 de abril de 2011

Le oyó hablar con Iranion y Bheril en el exterior de la tienda y había en su forma de comportarse una soltura y una naturalidad tan fresca que tuvo por seguro que Iranion se contenía para no arrugar la nariz. No acababa de entenderlo: cuando Iranion le había dicho que habían solicitado la ayuda de Rodrith Albagrana para conocer la gravedad de la influencia de Abrahel, había pensado que se trataría de un sacerdote solemne y encorvado. En parte se había sentido aliviada de que no hubieran hecho venir a ningún miembro experimentado de Karabor: solo pensar en reconocer en alta voz lo sucedido ante uno de ellos la llenaba de amargura y vergüenza. ¿Y si Iranion preguntaba al fin qué había sucedido?  ¿Y si acababa descubriendo que le había drogado para poder entrar en su regresión, que había traicionado su confianza de manera flagrante para luego dejarse seducir por el torbellino del vil y retozarcon su demonio particular? Era consciente de que si lo descubriera dejaría de culparse por sucedido, de torturarse pensando en qué modo había fallado. Del mismo modo era consciente de que entonces le perdería para siempre.

Se dio cuenta de que se había quedado absorta mirando el libro, sin pasar de página, y que las letras se habían convertido en un borrón. Parpadeó repetidas veces y aún tardó un instante en recuperar la nitidez de la vista.

- Niré -llamó con cortesía la voz de Iranion desde el exterior de la tienda- ¿Estás visible?

- Sí -Respiró hondo, se obligó a relajarse- adelante.

La lona se abrió y entró un hombre que no conocía pero que resplandecía tenuemente ante sus ojos con el particular aura de los tocados por la Luz. Tras él entró Iranion y Bheril permaneció en el umbral. Dejó el libro descansar sobre su regazo y recibió a los dos hombres con una sonrisa apacible, esperando las presentaciones.

Iranion tomó la palabra.

- Celebrinnir,-comenzó, tan digno y solemne como un padre presentando a su hija a un prestigiado mentor- este es el hombre del que te hablé. Señor Albagrana, esta es Celebrinnir Lerathien.

Se dio cuenta de que Iranion no había reconocido su parentesco con ella y se preguntó si detrás de aquella máscara de perfecta cortesía no habría descubierto algo de lo que ella se cuidaba tanto en no desvelar. Dirigió entonces su atención al recién llegado.   

Rodrith Albagrana no era un sacerdote, de hecho, no era ningún tipo de erudito ni exorcista encorvado. Era un elfo bien parecido, de porte marcial, de cabellos rubios recogidos en una práctica coleta de guerrero y los ojos brillantes, dorados y con un destello de descaro que su rostro serio no podía enmascarar. Vestía armadura de mallas que tintineaban cuando se movía y lucía en su tabardo un sol dorado sobre fondo blanco. El arma le pendía de un costado, contra la pierna. Hubiera esperado cualquier cosa de Iranion, pero no un cruzado. Y de hecho aquel cruzado en particular le resultaba familiar, aunque era incapaz de recordar de donde. En cualquier caso, si el señor Albagrana había sentido alguna extrañeza por lo insólito de la situación, no lo demostró. Saludó con cortesía y una sonrisa casi privada bailándole en los labios, escondida. A su alrededor, el aura sacra de la Luz se deslizaba sobre su armadura como los juguetones rayos de sol filtrándose entre las ramas, como si estuviera viva.

- Señor Albagrana- concedió ella con una leve inclinación de cabeza y de repente tuvo la impresión de que bien hubieran podido encontrase en la antesala de un refinado salón de baile y no en una tienda de campaña instalada en los barrios bajos de una ciudad alienígena.

El elfo dejó su maza en el suelo. Se movía con seguridad y esa destreza común a los acostumbrados al combate, sin embargo en sus ojos no ardía la llama impretérita y arrogante de los Caballeros de Sangre. Un auténtico soldado de la Luz, no uno de los paladines de Belore, que para su sorpresa le guiñó un ojo furtivamente antes de volverse hacia Iranion.

- Creo que a partir de aquí será preferible algo de intimidad.- le dijo.

Vio a Iranion enderezarse imperceptiblemente y alzar el mentón, pero aunque era evidente que verse excluido no entraba en sus planes, no replicó y asintió con un gesto escueto lleno de gravedad.

- Aguardaremos fuera.- concedió, y él y Bheril abandonaron la tienda sin más y dejaron que la lona se cerrara tras ellos.

"Lo sabe", Celebrinnir sintió desfallecer, "Belore, apiádate de mí. Lo sabe".

Rodrith Albagrana se volvió hacia ella. El aura danzó sobre su rostro un instante y se preguntó si también ella seguía resplandeciendo.

- Tiéndete, por favor- dijo el cruzado arrodillándose a su lado- Solo llevará un momento.

No tuvo temple para responder siquiera. Apartó el libro, se recostó e inspiró hondo, dispuesta a conocer la profundidad de su deshonra.

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