La Luz la estremeció como un escalofrío recorriendo toda su espina dorsal, se abrió paso en las nieblas de su mente llevándose la angustia, apartándola como una cortina y permitiendo a su conciencia regresar del exilio que le había impuesto para no agonizar de desesperación.
"¿Qué estás haciendo, Celebrinnir?"
El rezo mudo murió en sus labios, sus dedos crispados se estremecieron. Una inspiración. Un parpadeo.
- Luz Sagrada, fuente de toda virtud...
La voz llegó suave y pausada como una caricia en su conciencia, trayendo la oración del fondo de su alma.
Parpadeó y volvió a mirar el mundo, borroso ante sus ojos. Había dos fuegos cerca, dos fuegos blancos y cegadores ante su vista. Parpadeó. Era un único fuego. El otro era la figura de Rodrith Albagrana imbuido de Luz como una llama blanca. Estaba sentado junto a ella y tenía los ojos cerrados. Se había quitado la armadura y esta reposaba un poco más allá, fuera de lo que ella podía percibir claramente como un suelo sagrado. También el tabardo esperaba más allá. Ella misma sentía la caricia de la Luz traspasándola como un leve estremecimiento de placer y dolor por igual. Podía sentir su cabello flotar suavemente a causa de la energía que la recorría, el cosquilleo en las puntas de los dedos.
Poco a poco fue adquiriendo conciencia de lo que sucedía y la realidad se recontruyó a su alrededor como una serie de imágenes difusas aunque en su mente reinara poco a poco más claridad. Comprendió, poco a poco, que el exorcismo había comenzado sin esperarla porque sencillamente no podía demorarse más y una chispa de orgullo brotó del cuarto trastero de su alma e hizo que se avergonzara.
No era ella una débil novicia sin fuerza de voluntad ni una niña atemorizada incapaz de afrontar sus propios errores. Ella era una Venerable, una Consagrada a Belore, una Sacerdotisa de Quel´Danas y, salvando sus errores, una de las sacerdotisas de más alto rango en las huestes del Alto Aldor durante las últimas décadas. Era la última de la estirpe Lerathien, la llamaban Celebrinnir del Sol Devastado.
Las palabras brotaron de su garganta con resolución.
- Ilumina mi senda en la hora oscura que me acecha- respiró hondo mientras se volvía para yacer de espaldas- No me abandones aunque yo te deje, no me pierdas aunque yo me pierda.
Rodrith seguía murmurando a media voz hasta que el rezo solo delató su presencia en los labios del cruzado. Las reliquias seguían brillando a su alrededor y la Luz era una energía tangible y perceptible dentro del círculo. La oración terminó. Abrió los ojos, con la Luz ambarina resplandeciendo en ellos, y la miró.
- ¿Preparada? - Celebrinnir asintió sin dejar de rezar, aunque en su voz se perfilara en ocasiones un leve matiz de dolor, fruto de la caricia de la Luz en la infección del Vil.
El paladín cabeceó firmemente, no había burla en sus ojos, solo determinación, solo Luz.
- vamos a obligarle a salir por donde entró- avisó, separando las palmas de las manos y dejando que las salamandras Luz danzaran entre sus dedos - No te mentiré, te va a doler, pero repartiremos ese peso.
Colocó las manos formando un triángulo sobre la frente de Celebrinnir y ella sintió que la piel escocía allí donde la había tocado. De repente, el dolor pareció menos pesado y comprendió que él había tomado una parte de él para liberarla. La invadió una profunda sensación de gratitud.
- Descúbrete el vientre - susurró Rodrith con firmeza- Alza las rodillas, mantén las piernas abiertas.
Ni pudor ni la lascivia, Celebrinnir no dudó: eran dos Elegidos en la labor de expulsar un demonio. Desató los cordones de su túnica con manos temblorosas y descubrió el cuerpo que había debajo. Separó las piernas como había visto hacer a las parturientas en el hospital de campaña, flexionando las rodillas y apoyando bien los talones en el suelo. Se irguió apoyándose sobre los codos. No era una enferma, quería participar en aquella purificación.
- Muy bien- aprobó Rodrith sacando una esponja de su bolsa- voy a ascenderte a soldado. Ten.
Celebrinnir la tomó y comprobó que olía a bourbon, pero no pensaba usar narcóticos para suavizar el paso. El dolor era un pequeño precio para la purificación de su cuerpo, para la redención de su pecado. Dejó la esponja a un lado. Rodrith se secó las manos con un paño y las depositó sobre el vientre de la sacerdotisa, tanteando con los dedos, buscando.
Se tensó. El contacto de aquellas manos envueltas en Luz fue como si los dedos del paladín se clavaran en su carne en un trazo ardiente, pero era solo Luz, Luz bullente como una lanza afilada en busca de la impureza. La Luz era solaz, era calor y era placer, pero había fuerza en el tacto de Rodrith que la volvía ofensiva, como si hubiera utilizado su esencia para golpear.
Algo se revolvió en su interior, pero era débil, como el leve tirón de la costra en una herida. De algún lugar de su interior le llegó la poderosa sensación de ser observada con insidioso resentimiento. No era más que una sensación, pero no hacía más que confirmar que realmente estaba allí, o que efectivamente estaba volviéndose loca. El miedo le atenazó la garganta.
- Si duele mucho, muerde la esponja- dijo Rodrith interpretando erróneamente su gesto- Vamos otra vez.
Con la respiración temblorosa, Celebrinnir negó con la cabeza y retomó sus oraciones con voz acosada. Rodrith clavó más los dedos en el vientre y ella pudo ver que tenía las manos amplias y sólidas, curtidas por el uso de las armas ¿Quién era aquel hombre? Tenía el ceño fruncido en un gesto de ira tal que parecía querer destrozar a alguien a dentelladas y la Luz de sus pupilas parecía relampaguear.
- Este es un lugar sagrado.- gruñó el cruzado, con la vista fija en el vientre corrupto, con más bien poca ceremonia.- Este cuerpo lo es y vamos a echarte, engendro asqueroso.
La señal de la Luz siseó sobre el cuerpo de Celebrinnir y el latigazo luminoso hizo que sus tejidos se contrajeran dolorosamente con un sobresalto. No pudo evitarlo, el gruñido brotó profundo de su garganta, como una bestia acosada, en una mezcla de dolor y placer sublimados por el miedo.
- Concédenos fuerza, Señor Áureo, Rey Celestial. - La voz de Iranion llegó flotando desde el exterior con determinación.- para alzarnos victoriosos como se alza Tu Corona tras el sendero de la noche oscura.
Rodrith parecía contrariado por la falta de efectividad del último choque. Aquello no era un exorcismo, era una batalla. Clavó dolorosamente los dedos en la carne y Celebrinnir dejó escapar un jadeo. No estaba funcionando, estaban perdiendo terreno. Su corazón se disparó y una lágrima aterrorizada se deslizó por su mejilla.
- Sé que puedes oirnos.- siseó Albagrana con rabia, como si realmente pudiera ver al engendro frente a él.- No tienes nada que hacer.
La voz de Iranion seguía llegando del exterior con fuerza y Celebrinnir se aferró a ella como un náufrago aferrado al tablón que le impide ahogarse.
- Concédenos integridad para caminar sin vacilar a través de las tinieblas y alcanzar tu gloria...
- Te sacaré.- escupía Rodrith- Y cuando lo haga, quemaré tu alma en el fuego purificador, así que deja de esforzarte. No puedes estar aquí. En nombre de la luz ¡Vas a salir!
Casi gritó las últimas palabras y clavando con fuerza los dedos, desató un fuerte torrente de energía que sacudió por complero el cuerpo de la sacerdotisa. Celebrinnir se encogió de dolor al sentir como la criatura se aferraba a su carne, retorciendo sus entrañas. Contra la piel de su vientre, entre los dedos de Rodrith, se definió la ominosa silueta de su siniestro pasajero. Y esta vez gritó, la voz brotó con fuerza y con desesperación antes de desvanecerse en ungañido. Respondiendo a su miedo, Iranion alzó la voz para que pudiera oirla.
- No temo al enemigo que mora en la noche- declamaba con devoción- ni a la malignidad que se agazapa en el corazón impuro. No temo a la flecha que vuela de día ni al mal que se rebela a Tu Verdad.
Celebrinnir sintió que la presencia que habitaba su matriz dirigía todo su odio hacia Rodrith y su Luz, consciente de algún modo de quien era aquel que le castigaba.
- No tienes donde huir, no puedes escapar- respondió a ese odio el paladín con la voz temblorosa por la rabia y la determinación, con las manos ardientes en fuego blanco apoyadas sobre la silueta infernal que se mostraba en el vientre de la sacerdotisa.- Este es el Reino de la Luz, yo soy la Luz y hablo ahora: este cuerpo es sagrado. Sal. Obedece.
De su espalda brotaron de pronto dos poderosos haces luminosos, dos alas doradas y resplandecientes imbuidas de Luz, y presionó con fuerza al huésped.
El dolor de la descarga fue atroz. Celebrinnir aulló y Rodrith gruñó cuando comprobó que el bulto, aún vibrando a causa de las descargas, se revolvía y ascendía hacia la parte alta del vientre, no hacia donde debería. Dirigió rápidamente los dedos hacia el hueco bajo las costillas y marcó allí otra Señal de la luz.
- Joder, como os odio cuando hacéis caso, hijos de puta.- masculló.
Celebrinnir se aplastó contra los cojines, aterida de dolor y de miedo, exhausta, cegada por los destellos, embelesada por la Luz.
- Padre Celestial, Escudo que Protege y Espada que Defiende- la voz de Iranion era un bastión inexpugnable enarbolando su campo de batalla- Bajo tus alas mis pasos solo conducen a la victoria.
Rodrith retiró las manos un instante, entrecerró los ojos y tomó aire. Una tregua. Celebrinnir respiró hondo. Si ella estaba agotada, la criatura no debía estar mucho mejor. Sentía su inquietud y su aterradora sensación de desconcierto y rechazo. No podía ser cierto, no podía ser consciente del mundo, aquella criatura era un engendro antinatural. Tenía que rehacerse, no podía, no debía sucumbir. Respiró pausada y rítmicamente, se irguió de nuevo y afianzó de nuevo los pies en el suelo. Inspirando profundamente, Rodrith volvió a posar los dedos formando un triángulo sobre el vientre de la sacerdotisa.
- Échalo, Celebrinnir- susurró, con los ojos brillantes y la voz henchida de firmeza mientras tanteaba con los dedos en busca del engendro- Dile que se vaya, haz patente tu voluntad. Eso puede ayudar.
Celebrinnir apretó los dientes y entrecerró los ojos. Un gesto de determinación se abrió paso en su rostro desplazando el dolor y el miedo. Asintió y envió a aquel pasajero diabólico todo su odio y su rechazo, el asco que le inspiraba, la rabia que desataba su existencia. Lo envió en oleadas hasta que casi pudo sentir como la criatura las percibía, obligándo a revelar su posición, a soltar su presa. Luchó contra la punzada de culpabilidad que le traspasó el corazón al percibir el desamparo de la criatura y su miedo. La oración de batalla de Iranion parecía reforzar aquel ataque.
- Señor Áureo, Padre Celestial...
Un nuevo embate. Rodrith tomó aire y descargó parte de su peso sobre los dedos clavados en el vientre de la sacerdotisa. Las oleadas de Luz manaron de él con una fuerza devastadora, la traspasaron como oleadas de dolor que amenazaron con quebrar su concentración. El aire se cargó de estática y restalló. Celebrinnir gruñó con fuerza, ayudando a su cuerpo a empujar fuera de sí a aquella criatura, luchando contra la sensación de traición que la embargaba, ignorando las lágrimas que derramaba por ella. Las oledas de Luz y las oledas de odio sacudieron al engendro con un golpe constante y brutal. Se clavó dolorosamente en su carne, desesperado pero cada vez más débil y Celebrinnir sollozó. Las oleadas no se detuvieron, siguieron enviándole Luz y odio con una intensidad tal que Celebrinnir solo quería morir.
Y entonces lo sintió, sintió como cedía, sintió una suerte de pavor, entrelazado con odio terrible que llegaba desde la presencia infecta e invisible, ahora claramente dominada por la desesperación. Impelida por aquella certeza y sollozante, Celebrinnir afianzó sus codos en el suelo, se incorporó con resolución y empujó con fuerzas renovadas, con los ojos brillantes de rabia y los dientes apretados. Rodrith la observó de soslayo, apretó los dientes al comprender lo que sucedía y reaccionó rápido. Celebrinnir se sobresaltó al sentirle entrar con fuerza mientras mantenía la otra mano sobre el vientre enviando oleadas de Luz que comenzaban a agotarle. Una gota de sudor brotó de la sien del paladín y se deslizó por su cuello tenso y enrojecido.
Celebrinnir sintió de repente que de la conciencia oscura del engendro que luchaba se desprendía otra que por un momento pareció parpadear como el reflejo de unos ojos verdes y terribles. La voz de Abrahel resonó en su mente.
"Gracias, lo has hecho muy bien. Justo como quería"
Las carcajadas resonaron en su cabeza, ominosas e interminables. Aterrada, Celebrinnir dejó escapar un jadeo y sus ojos se abrieron dolorosamente, congelando las lágrimas sobre su piel.
- Luz Sagrada- rezó con desesperación- fuente de toda virtud, ilumina mi senda en la hora oscura que me acecha.
Con el gesto de quien demuestra tener la razón pintado en el rostro, Rodrith sacó al engendro encerrado en la mano. Tenía el tamaño de un pequeño renacuajo y había salido arrastrándose, envuelto en flujos de color verdosos. Celebrinnir contempló con desasosiego a la criatura le había enviado aquellas emociones y que se retorcía en la mano del paladín.
- Hijo de perra.- susurró Rodrith, y sin perder un instante, metió las manos en el blandón sacralizado. En su rostro se reflejó el arrebato de dolor y placer del Fuego Blanco de la Luz. Sobre el constante zumbido de las reliquias sagradas se escuchó un chirrido desagradable por encima del zumbido suave de la Luz..
De repente, el silencio cayó sobre Shattrath.
"Bien hecho" cantó la voz de A´dal en la mente de Celebrinnir "Bienvenida"
Celebrinnir se dejó caer exhausta contra los cojines con el alivio recorriéndola en oleadas agotadoras y una nota de tristeza acongojando su corazón.
"¿Qué estás haciendo, Celebrinnir?"
El rezo mudo murió en sus labios, sus dedos crispados se estremecieron. Una inspiración. Un parpadeo.
- Luz Sagrada, fuente de toda virtud...
La voz llegó suave y pausada como una caricia en su conciencia, trayendo la oración del fondo de su alma.
Parpadeó y volvió a mirar el mundo, borroso ante sus ojos. Había dos fuegos cerca, dos fuegos blancos y cegadores ante su vista. Parpadeó. Era un único fuego. El otro era la figura de Rodrith Albagrana imbuido de Luz como una llama blanca. Estaba sentado junto a ella y tenía los ojos cerrados. Se había quitado la armadura y esta reposaba un poco más allá, fuera de lo que ella podía percibir claramente como un suelo sagrado. También el tabardo esperaba más allá. Ella misma sentía la caricia de la Luz traspasándola como un leve estremecimiento de placer y dolor por igual. Podía sentir su cabello flotar suavemente a causa de la energía que la recorría, el cosquilleo en las puntas de los dedos.
Poco a poco fue adquiriendo conciencia de lo que sucedía y la realidad se recontruyó a su alrededor como una serie de imágenes difusas aunque en su mente reinara poco a poco más claridad. Comprendió, poco a poco, que el exorcismo había comenzado sin esperarla porque sencillamente no podía demorarse más y una chispa de orgullo brotó del cuarto trastero de su alma e hizo que se avergonzara.
No era ella una débil novicia sin fuerza de voluntad ni una niña atemorizada incapaz de afrontar sus propios errores. Ella era una Venerable, una Consagrada a Belore, una Sacerdotisa de Quel´Danas y, salvando sus errores, una de las sacerdotisas de más alto rango en las huestes del Alto Aldor durante las últimas décadas. Era la última de la estirpe Lerathien, la llamaban Celebrinnir del Sol Devastado.
Las palabras brotaron de su garganta con resolución.
- Ilumina mi senda en la hora oscura que me acecha- respiró hondo mientras se volvía para yacer de espaldas- No me abandones aunque yo te deje, no me pierdas aunque yo me pierda.
Rodrith seguía murmurando a media voz hasta que el rezo solo delató su presencia en los labios del cruzado. Las reliquias seguían brillando a su alrededor y la Luz era una energía tangible y perceptible dentro del círculo. La oración terminó. Abrió los ojos, con la Luz ambarina resplandeciendo en ellos, y la miró.
- ¿Preparada? - Celebrinnir asintió sin dejar de rezar, aunque en su voz se perfilara en ocasiones un leve matiz de dolor, fruto de la caricia de la Luz en la infección del Vil.
El paladín cabeceó firmemente, no había burla en sus ojos, solo determinación, solo Luz.
- vamos a obligarle a salir por donde entró- avisó, separando las palmas de las manos y dejando que las salamandras Luz danzaran entre sus dedos - No te mentiré, te va a doler, pero repartiremos ese peso.
Colocó las manos formando un triángulo sobre la frente de Celebrinnir y ella sintió que la piel escocía allí donde la había tocado. De repente, el dolor pareció menos pesado y comprendió que él había tomado una parte de él para liberarla. La invadió una profunda sensación de gratitud.
- Descúbrete el vientre - susurró Rodrith con firmeza- Alza las rodillas, mantén las piernas abiertas.
Ni pudor ni la lascivia, Celebrinnir no dudó: eran dos Elegidos en la labor de expulsar un demonio. Desató los cordones de su túnica con manos temblorosas y descubrió el cuerpo que había debajo. Separó las piernas como había visto hacer a las parturientas en el hospital de campaña, flexionando las rodillas y apoyando bien los talones en el suelo. Se irguió apoyándose sobre los codos. No era una enferma, quería participar en aquella purificación.
- Muy bien- aprobó Rodrith sacando una esponja de su bolsa- voy a ascenderte a soldado. Ten.
Celebrinnir la tomó y comprobó que olía a bourbon, pero no pensaba usar narcóticos para suavizar el paso. El dolor era un pequeño precio para la purificación de su cuerpo, para la redención de su pecado. Dejó la esponja a un lado. Rodrith se secó las manos con un paño y las depositó sobre el vientre de la sacerdotisa, tanteando con los dedos, buscando.
Se tensó. El contacto de aquellas manos envueltas en Luz fue como si los dedos del paladín se clavaran en su carne en un trazo ardiente, pero era solo Luz, Luz bullente como una lanza afilada en busca de la impureza. La Luz era solaz, era calor y era placer, pero había fuerza en el tacto de Rodrith que la volvía ofensiva, como si hubiera utilizado su esencia para golpear.
Algo se revolvió en su interior, pero era débil, como el leve tirón de la costra en una herida. De algún lugar de su interior le llegó la poderosa sensación de ser observada con insidioso resentimiento. No era más que una sensación, pero no hacía más que confirmar que realmente estaba allí, o que efectivamente estaba volviéndose loca. El miedo le atenazó la garganta.
- Si duele mucho, muerde la esponja- dijo Rodrith interpretando erróneamente su gesto- Vamos otra vez.
Con la respiración temblorosa, Celebrinnir negó con la cabeza y retomó sus oraciones con voz acosada. Rodrith clavó más los dedos en el vientre y ella pudo ver que tenía las manos amplias y sólidas, curtidas por el uso de las armas ¿Quién era aquel hombre? Tenía el ceño fruncido en un gesto de ira tal que parecía querer destrozar a alguien a dentelladas y la Luz de sus pupilas parecía relampaguear.
- Este es un lugar sagrado.- gruñó el cruzado, con la vista fija en el vientre corrupto, con más bien poca ceremonia.- Este cuerpo lo es y vamos a echarte, engendro asqueroso.
La señal de la Luz siseó sobre el cuerpo de Celebrinnir y el latigazo luminoso hizo que sus tejidos se contrajeran dolorosamente con un sobresalto. No pudo evitarlo, el gruñido brotó profundo de su garganta, como una bestia acosada, en una mezcla de dolor y placer sublimados por el miedo.
- Concédenos fuerza, Señor Áureo, Rey Celestial. - La voz de Iranion llegó flotando desde el exterior con determinación.- para alzarnos victoriosos como se alza Tu Corona tras el sendero de la noche oscura.
Rodrith parecía contrariado por la falta de efectividad del último choque. Aquello no era un exorcismo, era una batalla. Clavó dolorosamente los dedos en la carne y Celebrinnir dejó escapar un jadeo. No estaba funcionando, estaban perdiendo terreno. Su corazón se disparó y una lágrima aterrorizada se deslizó por su mejilla.
- Sé que puedes oirnos.- siseó Albagrana con rabia, como si realmente pudiera ver al engendro frente a él.- No tienes nada que hacer.
La voz de Iranion seguía llegando del exterior con fuerza y Celebrinnir se aferró a ella como un náufrago aferrado al tablón que le impide ahogarse.
- Concédenos integridad para caminar sin vacilar a través de las tinieblas y alcanzar tu gloria...
- Te sacaré.- escupía Rodrith- Y cuando lo haga, quemaré tu alma en el fuego purificador, así que deja de esforzarte. No puedes estar aquí. En nombre de la luz ¡Vas a salir!
Casi gritó las últimas palabras y clavando con fuerza los dedos, desató un fuerte torrente de energía que sacudió por complero el cuerpo de la sacerdotisa. Celebrinnir se encogió de dolor al sentir como la criatura se aferraba a su carne, retorciendo sus entrañas. Contra la piel de su vientre, entre los dedos de Rodrith, se definió la ominosa silueta de su siniestro pasajero. Y esta vez gritó, la voz brotó con fuerza y con desesperación antes de desvanecerse en ungañido. Respondiendo a su miedo, Iranion alzó la voz para que pudiera oirla.
- No temo al enemigo que mora en la noche- declamaba con devoción- ni a la malignidad que se agazapa en el corazón impuro. No temo a la flecha que vuela de día ni al mal que se rebela a Tu Verdad.
Celebrinnir sintió que la presencia que habitaba su matriz dirigía todo su odio hacia Rodrith y su Luz, consciente de algún modo de quien era aquel que le castigaba.
- No tienes donde huir, no puedes escapar- respondió a ese odio el paladín con la voz temblorosa por la rabia y la determinación, con las manos ardientes en fuego blanco apoyadas sobre la silueta infernal que se mostraba en el vientre de la sacerdotisa.- Este es el Reino de la Luz, yo soy la Luz y hablo ahora: este cuerpo es sagrado. Sal. Obedece.
De su espalda brotaron de pronto dos poderosos haces luminosos, dos alas doradas y resplandecientes imbuidas de Luz, y presionó con fuerza al huésped.
El dolor de la descarga fue atroz. Celebrinnir aulló y Rodrith gruñó cuando comprobó que el bulto, aún vibrando a causa de las descargas, se revolvía y ascendía hacia la parte alta del vientre, no hacia donde debería. Dirigió rápidamente los dedos hacia el hueco bajo las costillas y marcó allí otra Señal de la luz.
- Joder, como os odio cuando hacéis caso, hijos de puta.- masculló.
Celebrinnir se aplastó contra los cojines, aterida de dolor y de miedo, exhausta, cegada por los destellos, embelesada por la Luz.
- Padre Celestial, Escudo que Protege y Espada que Defiende- la voz de Iranion era un bastión inexpugnable enarbolando su campo de batalla- Bajo tus alas mis pasos solo conducen a la victoria.
Rodrith retiró las manos un instante, entrecerró los ojos y tomó aire. Una tregua. Celebrinnir respiró hondo. Si ella estaba agotada, la criatura no debía estar mucho mejor. Sentía su inquietud y su aterradora sensación de desconcierto y rechazo. No podía ser cierto, no podía ser consciente del mundo, aquella criatura era un engendro antinatural. Tenía que rehacerse, no podía, no debía sucumbir. Respiró pausada y rítmicamente, se irguió de nuevo y afianzó de nuevo los pies en el suelo. Inspirando profundamente, Rodrith volvió a posar los dedos formando un triángulo sobre el vientre de la sacerdotisa.
- Échalo, Celebrinnir- susurró, con los ojos brillantes y la voz henchida de firmeza mientras tanteaba con los dedos en busca del engendro- Dile que se vaya, haz patente tu voluntad. Eso puede ayudar.
Celebrinnir apretó los dientes y entrecerró los ojos. Un gesto de determinación se abrió paso en su rostro desplazando el dolor y el miedo. Asintió y envió a aquel pasajero diabólico todo su odio y su rechazo, el asco que le inspiraba, la rabia que desataba su existencia. Lo envió en oleadas hasta que casi pudo sentir como la criatura las percibía, obligándo a revelar su posición, a soltar su presa. Luchó contra la punzada de culpabilidad que le traspasó el corazón al percibir el desamparo de la criatura y su miedo. La oración de batalla de Iranion parecía reforzar aquel ataque.
- Señor Áureo, Padre Celestial...
Un nuevo embate. Rodrith tomó aire y descargó parte de su peso sobre los dedos clavados en el vientre de la sacerdotisa. Las oleadas de Luz manaron de él con una fuerza devastadora, la traspasaron como oleadas de dolor que amenazaron con quebrar su concentración. El aire se cargó de estática y restalló. Celebrinnir gruñó con fuerza, ayudando a su cuerpo a empujar fuera de sí a aquella criatura, luchando contra la sensación de traición que la embargaba, ignorando las lágrimas que derramaba por ella. Las oledas de Luz y las oledas de odio sacudieron al engendro con un golpe constante y brutal. Se clavó dolorosamente en su carne, desesperado pero cada vez más débil y Celebrinnir sollozó. Las oleadas no se detuvieron, siguieron enviándole Luz y odio con una intensidad tal que Celebrinnir solo quería morir.
Y entonces lo sintió, sintió como cedía, sintió una suerte de pavor, entrelazado con odio terrible que llegaba desde la presencia infecta e invisible, ahora claramente dominada por la desesperación. Impelida por aquella certeza y sollozante, Celebrinnir afianzó sus codos en el suelo, se incorporó con resolución y empujó con fuerzas renovadas, con los ojos brillantes de rabia y los dientes apretados. Rodrith la observó de soslayo, apretó los dientes al comprender lo que sucedía y reaccionó rápido. Celebrinnir se sobresaltó al sentirle entrar con fuerza mientras mantenía la otra mano sobre el vientre enviando oleadas de Luz que comenzaban a agotarle. Una gota de sudor brotó de la sien del paladín y se deslizó por su cuello tenso y enrojecido.
Celebrinnir sintió de repente que de la conciencia oscura del engendro que luchaba se desprendía otra que por un momento pareció parpadear como el reflejo de unos ojos verdes y terribles. La voz de Abrahel resonó en su mente.
"Gracias, lo has hecho muy bien. Justo como quería"
Las carcajadas resonaron en su cabeza, ominosas e interminables. Aterrada, Celebrinnir dejó escapar un jadeo y sus ojos se abrieron dolorosamente, congelando las lágrimas sobre su piel.
- Luz Sagrada- rezó con desesperación- fuente de toda virtud, ilumina mi senda en la hora oscura que me acecha.
Con el gesto de quien demuestra tener la razón pintado en el rostro, Rodrith sacó al engendro encerrado en la mano. Tenía el tamaño de un pequeño renacuajo y había salido arrastrándose, envuelto en flujos de color verdosos. Celebrinnir contempló con desasosiego a la criatura le había enviado aquellas emociones y que se retorcía en la mano del paladín.
- Hijo de perra.- susurró Rodrith, y sin perder un instante, metió las manos en el blandón sacralizado. En su rostro se reflejó el arrebato de dolor y placer del Fuego Blanco de la Luz. Sobre el constante zumbido de las reliquias sagradas se escuchó un chirrido desagradable por encima del zumbido suave de la Luz..
De repente, el silencio cayó sobre Shattrath.
"Bien hecho" cantó la voz de A´dal en la mente de Celebrinnir "Bienvenida"
Celebrinnir se dejó caer exhausta contra los cojines con el alivio recorriéndola en oleadas agotadoras y una nota de tristeza acongojando su corazón.
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