El camino al infierno XXVI

miércoles, 13 de abril de 2011

"Sacadlo ya. Sacadlo. Sacadlo. Sacadlo ya..."

Rota. Su mente había sido incapaz de soportarlo y algo se había roto en su interior. La rigidez había hecho presa en su cuerpo, todavía en brazos de Iranion, pero con la mirada fija en nada, prendida del vacío, y su mente arrasada. Los labios secos apenas se movían, exhalando las palabras ahogadas de su letanía.

"Sacadlo. Por favor, sacadlo"

- No te dejes hundir.- murmuró Iranion, recostado el rostro contra su frente, con los dientes apretados y la runas glaucas destellando contra su piel - Va a pagar por esto, Niré. Te lo juro.

Bheril llegó a la carrera, entró en la tienda casi sin aliento, y contempló con desasosiego el estado de la sacerdotisa.

- Ya viene,- dijo a Iranion, que alzó la vista para mirarle y asintió.- dice que necesita espacio.

Reunieron los cojines y la recostaron con cuidado sobre ellos, cuidando de que estuviera cómoda y descansando su cuello contra los almohadones. Iranion se inclinó sobre ella una vez más antes de ponerse a trabajar.

- Sé fuerte, por favor.- susurró, y las runas viles de su rostro resplandecieron con fuerza.

Bheril se encargó de acabar de disponer las mantas y cojines para acomodarla mientras Iranion apilaba los libros a toda prisa y salía de la tienda sosteniéndolos bajo el mentón. Los fue apilando en el exterior, creando una réplica desordenada de la calidez que les había ofrecido el interior. Albagrana no tardó en llegar y mantuvo abierta la lona con un pie, aguardando a que la zona estuviera despejada. Ajena a todo, Celebrinnir continuaba tumbada sobre los cojines, rígida en la misma posición en que la había dejado Iranion, y movía los labios en silencio aunque a veces el aire escapara de su garganta delatando el sonido de sus pensamientos.

"Por favor, por favor, sacadlo"

Al fin el espacio quedó despejado. Tan solo los mástiles y el cuerpo de la propia sacerdotisa ocupaban el interior de la tienda e Iranion se reunió al fin con Albagrana en la entrada.

- La tienda está lista.- anunció con el cuerpo tenso y la garganta cerrada.

Rodrith asintió y sostuvo aún un instante la lona para que saliera Bheril.

- Quedaos aquí fuera y que no entre nadie- dijo el cruzado son seriedad- oigáis lo que oigáis.

No esperó a que Iranion asintiera, entró en la tienda y cerró tras de sí con un fuerte tirón de los cordones para ajustar la lona. Iranion permaneció fuera junto a Bheril, sin pronunciar una palabra, con la fría tensión congelada en su gesto y las runas resplandeciendo con fuerza contra su piel.

En el interior reinaba la penúmbra del crepúsculo, con el silencio solo roto por las palabras sueltas que brotaban de los labios de Celebrinnir. La sacerdotisa yacía en el centro, recostada de lado, ovillada sobre sí misma y de espaldas a la puerta. Rodrith sorteó los mástiles con fastidio y se arrodilló junto a ella.

- Celebrinnir - dijo con voz firme- ¿Me oyes?

No obtuvo respuesta. La mujer no acusó siquiera el haberle escuchado, con los brazos recogidos contra el pecho y la mirada perdida. Los labios continuaban enunciando aquel rezo vano sin que su sonido alcanzara el exterior más que a retazos. Los ojos de Albagrana centellearon con un reflejó de acero, rápido y mordaz.

- Pff, vaya plan- se burló con desinterés irguiéndose de nuevo y comenzando a sacar de su bolsa lo que parecía un blandón dorado que dejó en el suelo, cerca de la convaleciente. - En fin, niña floja, si pasas de todo y te abandonas al shock, el demonio que tienes dentro igual se escapa de su envoltura y decide poseerte, así que ayudarías manteniéndote consciente y atenta, pero si no eres capaz, a lo tuyo. No puedo usar anestesia para evitar eso.

Estaba disponiendo una serie de reliquias alrededor del lecho de la mujer, objetos varios algunos de manufactura simple y otros de más cuidada elaboración y de aspecto eminentemente sacro. Formó un cuadrado con ellos en el reducido espacio de la tienda, cerrando el trazado con el blandón, junto al que se arrodilló. Alzó entonces las manos y formó con ellas un triángulo sobre el blandón al tiempo que cerraba los ojos y respiraba profundamente. Como el agua escurridiza de un arroyo, la Luz bailó en sus dedos y se derramó sobre blandón encendiéndo en él un fuego blanco y resplandeciente. Respondiendo al ritual, se iluminaron las reliquias con un fulgor algo más ténue pero delimitando los límites de aquel nuevo espacio sagrado que incluían al cruzado y a la sacerdotisa, como máculas en la ínfima gota del resplandor que emanaba del Bancal de la Luz, en la parte alta de la ciudad.

La Luz relampagueó en los ojos del Albagrana y un leve zumbido ascendió del suelo.

En el centro, Celebrinnir se estremeció.

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