Un poco más tarde:
La mañana había amanecido despejada y el sol se derramaba sobre la ciudad de Dalaran con benevolencia, suavizando un tanto las frías corrientes provinientes de la Corona de Hielo, al norte. Cuando Celebrinnir se reunió con Volgar en frente a la escalinata de la Ciudadela Violeta, el anciano detectó enseguida su estado de ánimo.
- ¿Va todo bien, querida?- inquirió con cautela.
Celebrinnir asintió con frialdad, lamentando que aquel episodio se filtrara también a aquella situación.
- Desacuerdos familiares- explicó brevemente- Nada grave. Por favor, no pensemos en ello.
Tal vez el anciano Volgar entendiera que cualquier desacuerdo familiar en una familia tan longeva como podía ser una quel´dorei, era mejor dejarlo tranquilo. Tal vez sencillamente entendiera que no tendía deseos de hablar de ello. Tal vez entendiera a las mujeres. Sea como fuere, el anciano no insistió.
- ¿Estás lista para conocer la Gran Biblioteca del Kirin Tor?
Celebrinnir alzó la vista siguiendo la amplia escalinata y la estilizada torre que aguardaba en lo alto. Grandes esculturas coronaban la balaustrada dándole al conjunto del edificio un aspecto sobrecogedor. Asintió.
- Vayamos pues.
Ascendieron la larga escalinata con un paso lento pero constante en deferencia a Volgar. Aunque desde abajo no parecía elevarse demasiado, lo cierto era que aún a mitad del tramo, estaban ya muchos pies por encima del nivel de calle. Cuando alcanzaron la cima, estaban claramente por encima de algunos tejados. Dos centinelas del Pacto de Plata guardaban la gran puerta de la Ciudadela y se detuvieron ante ellos para mostrar sus acreditaciones. Una vez comprobados los permisos, el mago y la sacerdotisa entraron en el palacio.
La antesala de la Ciudadela era amplia y fresca. En su interior se repetía el motivo de mosaico tan presente en la ciudad y en los rincones ardían discretas lámparas mágicas, pero lo que atraía toda la atención del visitante era la amplia escalera de dos brazos que se abría un poco más adelante y daba acceso a la segunda planta, como una extensión de la escalinata que garantizaba la entrada en el palacio. Aquí y allá, Celebrinnir vio pequeños grupos de magos de diferentes razas hablando en voz baja. Sus conversaciones llegaban a ella como respetuosos murmullos que no perturbaban el silencio reinante en el lugar.
- ¿Va todo bien, querida?- inquirió con cautela.
Celebrinnir asintió con frialdad, lamentando que aquel episodio se filtrara también a aquella situación.
- Desacuerdos familiares- explicó brevemente- Nada grave. Por favor, no pensemos en ello.
Tal vez el anciano Volgar entendiera que cualquier desacuerdo familiar en una familia tan longeva como podía ser una quel´dorei, era mejor dejarlo tranquilo. Tal vez sencillamente entendiera que no tendía deseos de hablar de ello. Tal vez entendiera a las mujeres. Sea como fuere, el anciano no insistió.
- ¿Estás lista para conocer la Gran Biblioteca del Kirin Tor?
Celebrinnir alzó la vista siguiendo la amplia escalinata y la estilizada torre que aguardaba en lo alto. Grandes esculturas coronaban la balaustrada dándole al conjunto del edificio un aspecto sobrecogedor. Asintió.
- Vayamos pues.
Ascendieron la larga escalinata con un paso lento pero constante en deferencia a Volgar. Aunque desde abajo no parecía elevarse demasiado, lo cierto era que aún a mitad del tramo, estaban ya muchos pies por encima del nivel de calle. Cuando alcanzaron la cima, estaban claramente por encima de algunos tejados. Dos centinelas del Pacto de Plata guardaban la gran puerta de la Ciudadela y se detuvieron ante ellos para mostrar sus acreditaciones. Una vez comprobados los permisos, el mago y la sacerdotisa entraron en el palacio.
La antesala de la Ciudadela era amplia y fresca. En su interior se repetía el motivo de mosaico tan presente en la ciudad y en los rincones ardían discretas lámparas mágicas, pero lo que atraía toda la atención del visitante era la amplia escalera de dos brazos que se abría un poco más adelante y daba acceso a la segunda planta, como una extensión de la escalinata que garantizaba la entrada en el palacio. Aquí y allá, Celebrinnir vio pequeños grupos de magos de diferentes razas hablando en voz baja. Sus conversaciones llegaban a ella como respetuosos murmullos que no perturbaban el silencio reinante en el lugar.
Como Volgar no hizo amago de seguir subiendo, Celebrinnir aguardó en silencio ya que el anciano parecía estar esperando algo. Aquella incógnita se resolvió casi de inmediato cuando un elfo de cabello negro se acercó a ellos desde uno de los grupos de la sala.
- ¡Ah, Archimago Volgar!- exclamó el recién llegado dedicándole al anciano una sonrisa sincera- ¡Nos preguntábamos cuando nos honrarías con tu presencia! ¿Qué haces aquí? ¿Ya te has cansado de ese viejo caserón?
- Ni hablar, Gades, ni hablar.- El viejo mago chasqueó la lengua con humor. - Rhonin pidió que nos tomáramos un descanso para analizar los resultados del último trimestre.
El llamado Gades tenía el gesto sobrio y brillantes ojos azules. Vestía una elegante toga azul con detalles en plata y no llevaba joya alguna. Olía a magia y rezumaba autoridad pese a la confianza con la que trataba al anciano. Palmeó a su anciano compañero en el hombro.
- Deberías pedir el traslado, viejo amigo - suspiró - Ese romanticismo tuyo te dejará anclado en el pasado, ¡Revisar los libros uno a uno! ¡En los tiempos que corren! ¡Cualquiera pensaría que eres un simple bibliotecario, Volgar!
Celebrinnir bajó la mirada cohibida, pues ella misma había tenido aquella impresión de Volgar al princpio, cuando se conocieron en el cambio de turno de Karazhan. Siguió guardando silencio, esperando a que ambos taumaturgos intercambiaran las necesarias cortesías.
- Sí, tal vez sea un romántico- reconoció Volgar- El papel está hecho para ser tocado. No podría trabajar aquí sin apenas rozarlos con las manos, Gades, sencillamente me sentiría desnaturalizado...
Estaba escuchando pacientemente al anciano cuando sintió la poderosa sensación de saberse observada. Alzó la vista y se encontró con los ojos sorprendentemente azules de Gades clavados en ella. La miraba con una intensidad que la incomodaba ¿Habría percibido algún rastro en ella? Volgar carraspeó, acudiendo en su auxilio.
- ¡Qué cabeza tengo!- exclamó el mago, acercándose a ella un paso, protector, tal vez incluso desafiante- Por supuesto, no conoces a nuestra invitada. Gades, permite que te presente a Celebrinnir Lerathien, honorable Sacerdotisa de la Fuente del Sol.
El desconcierto cruzó la mirada del elfo durante un instante, pero desapareció enseguida. Gades se inclinó en respetuosa reverencia.
- Es un placer, Venerable- dijo con voz grave, y cuando volvió a mirarla, había sorpresa y curiosidad en su mirada.- ¿Alguna relación con Lothian Lerathien?
Esta vez fue el turno de Celebrinnir para alzar las cejas, sorprendida.
- Era el abuelo de mi padre- respondió complacida porque tan lejos de su hogar se siguiera recordando el nombre de su antepasado y no se relacionara su nombre con los ominosos sucesos que llevaron a la caída de su Casa.
El Archimago Gades sonrió con nostalgia y suspiró.
- Un gran hombre, Lothian, y un sabio como quedan pocos en Azeroth- dijo con melancolía- Fue un placer trabajar con él en la Corte y es un honor recibir aquí a su pariente.
Celebrinnir agradeció la cortesía con una elegante inclinación de cabeza, disimulando la sorpresa que había sentido al comprender que no se refería a la corte de Anasterion ni a la de Darth´Remar. Su bisabuelo había muerto mucho antes, antes de la caída de Zin´Azshari. El Archimago Gades era antigüo.
Volgar siguió con las presentaciones.
- Celebrinnir, permite que te presente a Nicodemus Gades, consejero del Senado de los Seis y mi maestro.
La sacerdotisa se inclinó en una profunda reverencia, reconociendo en aquel elfo a uno de los mayores de su raza.
- Es un honor, Magister.
El disgusto relampagueó en los ojos del elfo un instante. Celebrinnir temió haberle ofendido, pero el archimago le tendió la mano para ayudarla a enderezarse.
- ¿Y qué trae a la descendiente de Lothian a la Ciudadela Violeta?- inquirió pese a todo con una amabilidad que no acababa de disfrutar su repentina seriedad.
- Celebrinnir está llevando a cabo una investigación para el Templo de la Fuente- intervino Volgar con una presteza poco natural- y me he ofrecido para orientarla en la Gran Biblioteca.
La sacerdotisa tuvo la impresión de que el anciano se estaba ofreciendo como cebo ante un depredador para salvarla y el saberse presa no le gustó. Afortunadamente Volgar fue capaz de finalizar ágil y cortesmente la conversación. Ambos taumaturgos se despidieron con elegancia y ella y su anciano compañero emprendieron el ascenso de la segunda escalinata mientras Celebrinnir sentía clavada en su espalda la mirada antigua Nicodemus Gades.
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