El vino tinto se deslizó
por su garganta como una explosión de sabor y una caricia. La luz de
las velas proyectaba sombras danzarinas en el marmóreo suelo del
balcón mientras a sus pies, la ciudad de Dalaran resplandecía como
una joya en la noche.
- Una vista arrebatadora
¿Verdad?- la voz de Gades rompió el silencio a su espalda y oyó
sus pasos saliendo del salón para unirse a ella.
Celebrinnir, que estaba
inclinada sobre la balaustrada, apenas volvió el rostro para verle
acercarse. Tal vez el vino había cumplido su misión, tal vez había
acabado acostumbrándose a su presencia durante las dos cenas que
habían compartido ya, pero lo cierto es que le vio acercarse, en su
sobria y elegante túnica azul noche, con el largo cabello negro
apenas recogido, y con los brillantes ojos azules destacando en la
casi penumbra del balcón, y no sintió ningún tipo de conmoción ni
inquietud. Se enderezó y se volvió hacia él.
- Y una cosecha
excelente- reconoció alzando la copa hacia su anfitrión antes de
dar un nuevo sorbo.
Gades correspondió al
gesto con su propia copa y se situó junto a ella, contemplando la
ciudad a sus pies. Ambos se volvieron hacia la balaustrada. De algún
lugar de la noche ascendía la triste melodía de un violín.
Celebrinnir supo que de algún modo aquel balcón y aquella alta
torre hacían sentir a Nicodemus Gades como algún tipo de dios
contemplando a los mortales. Sonrió para sí. Tenía experiencia
tratando con dioses. El elfo percibió su gesto.
- ¿Algún pensamiento
agradable?- inquirió con voz queda sin dejar de admirar la ciudad.
Celebrinnir dejó escapar
el suspiro de una sonrisa y recogió su copa contra el pecho mientras
observaba la aurora boreal recortada sobre la ciudad.
- Pensaba que podría
acostumbrarme a vivir rodeada de tanta belleza.- dijo, y aunque su
voz fue casi un susurro, no mentía.
- Siempre podéis
regresar.- dijo él al cabo.
No contestó, pues
aquella afirmación tenía doble filo. Habían hablado sobre ello
durante la cena, rememorando la grandeza de Quel´thalas y de la
delirante belleza de Zin´Azshari, sin embargo Celebrinnir no supo si
se refería a Lunargenta o a aquel mismo balcón, a Dalaran. Decidió
apostar por la primera opción.
Negó con la cabeza.
- Quel´danas es mi
hogar, he consagrado mi vida a la Fuente del Sol. – dijo
suavemente, y se dio cuenta de que debía explicarse- No se trata de
necesidad, esa es una lección que todos tuvimos que aprender con
dolor hace mucho tiempo. Fui consagrada a Belore siendo muy joven y
no conocí otro hogar que Quel´danas durante casi toda mi vida. Los
años que pude pasar en Quel´thalas son demasiado lejanos, demasiado
pocos como para poder contemplarlos como algo más que un recuerdo
difuso. Pero recuerdo Quel´danas, la tengo grabada a fuego en la
memoria. Estaba en Quel´danas cuando el mundo se rompió en pedazos
y estuve en Quel´danas cuando el profeta Velen nos devolvió la
Fuente, la cordura y la esperanza. No es ansia de magia, no es
fanatismo. Creo que se trata más bien de fidelidad. Quel´danas
tiene un ancla para mi espíritu como no lo ha tenido ningún otro
lugar en el mundo. Vaya donde vaya, haga lo que haga, siento que
gravito hacia ella. Sí, creo que podemos hablar de devoción, de
devoción absoluta para lo que Quel´danas significa para nosotros.
Para lo que significa para mí.
Enmudeció, sintiendo que
se exponía con cada palabra que decía. Al ordenar y pronunciar en
voz alta sus sentimientos hacia la Isla, había comprendido su
magnitud. Una calidez insospechada se instauró en su pecho al pensar
en las altas cúpulas y los amplios jardines de Quel´danas. Junto a
ella, Gades guardó silencio instante, meditando sus palabras o tal
vez reconduciendo el hilo de sus pensamientos.
- ¿Y vuestra familia?-
preguntó al fin sin apartar la vista de al ciudad.
Celebrinnir rechazó los
rostros de los muertos: de Duriner y de Olena, de Nevena y Autindana.
Pensó en Iranion y en Leriel, y en Bheril y en Nana, con los que no
compartía sangre pero a los que consideraba tan próximos como
hermanos. Pensó en como los había perdido a todos. Inspiró
profundamente y se acercó la copa a los labios sin llegar a beber.
Se dio cuenta de que aunque sabía que él estaba a su lado, hablar
mirando a la ciudad dormida le inspiraba una cierta sensación de
libertad, de anonimato.
- No tengo familia.- dijo
en un murmullo- Solo quedo yo desde el momento en que se decretó que
debería acudir a Quel´danas para consagrarme a Belore. Creo… creo
que es mejor así.
Así no sentía un dolor
lacerante cuando pensaba en ellos, cuando su mente revivía una y
otra vez la inmolación de Autindana y sus hijos, cuando escuchaba
una y otra vez la voz de su madre rota, desesperada, relatando una y
otra vez e incapaz de parar, la ejecución de Nevena, como se la
habían llevado, los gritos de la tortura. Sí, era mejor así.
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