A la sombra de Karabor II

martes, 15 de noviembre de 2011


Cuando la pared de la montaña se deslizó de nuevo hasta su posición inicial, sobrevino la más absoluta oscuridad, pero Dewey ni siquiera activó los focos de su vehículo. Se limitó a conducir a oscuras un instante y al cabo de unos segundos una luz en el techo parpadeo errática, otra, y luego otra. Un zumbido amortiguado se empezó a escuchar a medida que el parpadeo quedaba fijo y pasaba de ser apenas un tenue resplandor a una luz cegadora que revelaba la auténtica extensión de la galería. A medida que avanzaba por el túnel de luz, el sonido metálico y amortiguado de una canción se fue superponiendo al zumbido de los halógenos y rebotando en las estrechas paredes hasta que llegó al garaje. Aguardaban allí otros vehículos: el triciclo de Tips, el armatoste volador de Lola e incluso la relampagueante Tormenta, toda cromo y acero. La inmensa mecajarly parecía estar pasando algún tipo de mantenimiento, puesto que las relucientes entrañas estaban al descubierto. La luz allí era más intensa todavía, como si estuvieran a plena luz del día, y permitía ver las paredes repletas de estantes y herramientas, algunos inmensos dibujos de dudosa moralidad y una diana destartalada con los dardos clavados de cualquier manera. En un rincón parpadeaban las pantallas grises de vigilancia, devolviendo la imagen del silencioso desguace visto desde diferentes ángulos. Allí la música sonaba con más estridencia que en la galería, con los grandes amplificadores negros colgados de las paredes. Olía a aceite, a grasa de motor y a bourbon y absolutamente todo estaba cubierto de hollín. Dewey apagó el motor y bajó de un salto de su vehículo.

Groban apareció por la portezuela que se abría en uno de los laterales de la sala. El enano llevaba el mono manchado de grasa, un soplete en la mano y la máscara levantada sobre el rostro a modo de visera. Contempló al recién llegado con buen humor

- ¡Vaya! ¡El regreso del hijo pródigo! - exclamó con su voz ronca de aguardiente y una sonrisa salvaje en los labios- ¿Qué tal la caza, hermano?

Con un tirón, Dewey se sacó el casco y las gafas de piloto mientras se acercaba al mecánico jefe. Como humano no era excepcionalmente alto, pero Groban era casi un titán para su raza y aquello les permitía mirarse desde una misma altura.

- Las jodidas bombas lapa de Lola casi consiguen que muera aplastado.- gruñó de mal humor sin detenerse, en dirección a la puerta- Y mi coche casi se queda en el sitio para sacarme de allí. Necesito que le eches un vistazo, no quiero que me deje tirado en la próxima partida. Por cierto, hay un mirón averiado.

Groban arqueó las cejas y se volvió hacia la pared de las pantallas. No había ninguna apagada.

- ¿Dónde?- inquirió el enano frunciendo el ceño y observando atentamente las imágenes de seguridad.

El piloto humano volvió sobre sus pasos, observó un instante la serie de pantallas y acabó por señalar una en concreto con el dedo índice. La imagen devolvía una de las galerías del desguace. El objetivo parecía estar inmóvil sobre una superficie lisa surcada por una gruesa línea blanca.

- Este.- sentenció señalando una parte de la imagen- Está ahí quieto, encima de la vieja planeadora. ¿Lo ves? Pasé por delante al llegar y ni siquiera se movió. Sigue grabando, pero no se mueve. Hay que sacarlo de ahí.

El enano se encogió de hombros.

- Qué remedio.- suspiró anotando un número de serie en una pequeña hoja de papel.- Daré el aviso para que el próximo que pase por allí me lo traiga. Tendrá que echarle un ojo Gandarin, esos cacharros del infierno no son mi especialidad.

Dewey asintió y se encaminó de nuevo hacia la portezuela.

- ¿Dónde está Lola?- inquirió desde el umbral, ya con un pie fuera del taller.

- De caza- Groban se había bajado ya la máscara de protección y se arrodillaba a los pies de la mecajarly de Gandarin, soplete en mano. Su voz sonaba amortiguada y con toques metálicos, pero el piloto ya se había empezado a alejar por los pasillos metálicos de modo que no escuchó el resto de la respuesta.

Aquella zona de la estación era más oscura y angosta que el resto, con apenas unas pocas luces de emergencia colgadas del techo a lo largo del pasillo. La música del taller allí era solo un rumor sordo y los pasos despertaban ecos metálicos contra el suelo. Pronto el anexo metálico terminó y llegó hasta la infraestructura original, de sólida piedra gris. El zumbido de la electricidad estaba en todas partes, gracias a los focos halógenos y lámparas que permitían que la estación no se sumiera en la oscuridad del subsuelo. El pasillo tenía puertas metálicas a ambos lados cada pocos metros. La mayoría estaban cerradas, pero como siempre la Capilla estaba abierta. Decidió asomarse un momento a saludar.

La Capilla era una sala pequeña, una de las pocas que habían resistido el paso del tiempo y que seguía entera, con sus gruesas paredes de piedra. A diferencia del resto de la estación, esta estaba casi a oscuras, con un racimo de gruesas velas blancas alumbrando en un rincón sobre una pila de libros y un flexo de luz blanca sobre una mesa. Había estanterías con libros y rollos de papiro cubriendo casi todas las paredes. Olía a incienso y a tabaco allí, y el único sonido era un murmullo monótono en un extremo de la sala, interrumpido únicamente por algunos gruñidos y maldiciones malsonantes. Por supuesto, la Capilla había empezado siendo un nombre irónico pero lo cierto era que con el tiempo había acabado revelándose como un nombre de lo más apropiado. Insospechadamente, en aquella sala había Luz.

- ¿Hola?- llamó Dewey asomándose desde el pasillo y golpeando con los nudillos el marco de la puerta - ¿Se puede, reverendo?

Le respondió el familiar chasquido y zumbido del láser, seguido de un intenso aroma a cigarro puro.

- Vete a la mierda, Dewey.- siguió una voz hastiada desde la mesa situada al fondo de la sala.

Sabiendo que aquella era la única bienvenida que cabría esperar, el piloto entró en la Capilla y la cruzó en dos largas zancadas hasta llegar a la mesa. El reverendo estaba allí, con su testa verde inclinada sobre la mesa a la luz del flexo. Tips era uno de los más antiguos miembros del equipo- uno de los fundadores, de hecho- un goblin verde oscuro, pequeño y malhablado, un genio de la mecánica con muy malas pulgas pero con una mente incisiva e insospechadamente tocado por la Luz y unas cuantas décadas de experiencia. En aquella ocasión estaba bendiciendo una nueva tirada de munición en paquetes de doscientos cartuchos, trazando los gestos tradicionales de la bendición con una mano mientras con la otra tomaba los paquetes de munición y los iba a pasando al otro lado una vez consagrados. Los rezos de la invocación brotaban de los labios oscuros del goblin como un murmullo hastiado y monótono mientras un cigarro puro encendido descansaba en un cenicero de lata sobre la mesa.

- ¿Qué, como va la tarde?- inquirió Dewey sentándose en una banqueta junto al sacerdote.

Tips hizo un gesto indicándole que aguardara un instante, murmuró apresuradamente el final de una bendición y dejó el cartucho en el montón adecuado. Sus gruesos dedos verdes buscaron el cigarro puro que esperaba en el cenicero y le dio un par de caladas antes de suspirar ruidosamente. El humo formó aros grises en el aire que Dewey contempló hasta que se desvanecieron.

- Estoy de la munición hasta los cojones.- declaró el reverendo al fin- Al próximo que me traiga un cargamento de munición, le meto los cartuchos por el culo.

Dewey podía entenderlo: como piloto, pasaba la mayor parte del tiempo de caza allí fuera, bajo el extraño cielo de Sombraluna, entre la lava, los demonios y las explosiones jugándose la vida, pero Tips, como genio de la mecánica y único miembro consagrado del equipo, tenía que pasar muchas horas encerrado en la Capilla con aquellas labores “administrativas”, dispensando Luz como si fuera una máquina expendedora. Le palmeó el hombro solidariamente, gesto que consiguió que el goblin le expulsara el humo de la última calada en toda la cara.

- Guárdate tu condescendencia.- gruñó el sacerdote con mala cara, luego escupió y dijo- Necesito una cerveza.

Se pusieron en pie al unísono, aunque Tips tuvo que impulsarse un poco para llegar al suelo. Dewey se abstuvo de hacer ningún comentario a su costa: el reverendo estaba de mal humor y tenía buena mano con los explosivos, de manera que era mejor no hacerle enfadar. Salieron de la Capilla pero no tuvieron que caminar mucho: el pasillo terminaba en un umbral sin puerta que daba al bar.

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