Cuando la pared de la
montaña se deslizó de nuevo hasta su posición inicial, sobrevino
la más absoluta oscuridad, pero Dewey ni siquiera activó los focos
de su vehículo. Se limitó a conducir a oscuras un instante y al
cabo de unos segundos una luz en el techo parpadeo errática, otra, y
luego otra. Un zumbido amortiguado se empezó a escuchar a medida que
el parpadeo quedaba fijo y pasaba de ser apenas un tenue resplandor a
una luz cegadora que revelaba la auténtica extensión de la galería.
A medida que avanzaba por el túnel de luz, el sonido metálico y
amortiguado de una canción se fue superponiendo al zumbido de los
halógenos y rebotando en las estrechas paredes hasta que llegó al
garaje. Aguardaban allí otros vehículos: el triciclo de Tips, el
armatoste volador de Lola e incluso la relampagueante Tormenta, toda
cromo y acero. La inmensa mecajarly parecía estar pasando algún
tipo de mantenimiento, puesto que las relucientes entrañas estaban
al descubierto. La luz allí era más intensa todavía, como si
estuvieran a plena luz del día, y permitía ver las paredes repletas
de estantes y herramientas, algunos inmensos dibujos de dudosa
moralidad y una diana destartalada con los dardos clavados de
cualquier manera. En un rincón parpadeaban las pantallas grises de
vigilancia, devolviendo la imagen del silencioso desguace visto desde
diferentes ángulos. Allí la música sonaba con más estridencia que
en la galería, con los grandes amplificadores negros colgados de las
paredes. Olía a aceite, a grasa de motor y a bourbon y absolutamente
todo estaba cubierto de hollín. Dewey apagó el motor y bajó de un
salto de su vehículo.
Groban apareció por la
portezuela que se abría en uno de los laterales de la sala. El enano
llevaba el mono manchado de grasa, un soplete en la mano y la máscara
levantada sobre el rostro a modo de visera. Contempló al recién
llegado con buen humor
- ¡Vaya! ¡El regreso
del hijo pródigo! - exclamó con su voz ronca de aguardiente y una
sonrisa salvaje en los labios- ¿Qué tal la caza, hermano?
Con un tirón, Dewey se
sacó el casco y las gafas de piloto mientras se acercaba al mecánico
jefe. Como humano no era excepcionalmente alto, pero Groban era casi
un titán para su raza y aquello les permitía mirarse desde una
misma altura.
- Las jodidas bombas lapa
de Lola casi consiguen que muera aplastado.- gruñó de mal humor sin
detenerse, en dirección a la puerta- Y mi coche casi se queda en el
sitio para sacarme de allí. Necesito que le eches un vistazo, no
quiero que me deje tirado en la próxima partida. Por cierto, hay un
mirón averiado.
Groban arqueó las cejas
y se volvió hacia la pared de las pantallas. No había ninguna
apagada.
- ¿Dónde?- inquirió el
enano frunciendo el ceño y observando atentamente las imágenes de
seguridad.
El piloto humano volvió
sobre sus pasos, observó un instante la serie de pantallas y acabó
por señalar una en concreto con el dedo índice. La imagen devolvía
una de las galerías del desguace. El objetivo parecía estar inmóvil
sobre una superficie lisa surcada por una gruesa línea blanca.
- Este.- sentenció
señalando una parte de la imagen- Está ahí quieto, encima de la
vieja planeadora. ¿Lo ves? Pasé por delante al llegar y ni siquiera
se movió. Sigue grabando, pero no se mueve. Hay que sacarlo de ahí.
El enano se encogió de
hombros.
- Qué remedio.- suspiró
anotando un número de serie en una pequeña hoja de papel.- Daré el
aviso para que el próximo que pase por allí me lo traiga. Tendrá
que echarle un ojo Gandarin, esos cacharros del infierno no son mi
especialidad.
Dewey asintió y se
encaminó de nuevo hacia la portezuela.
- ¿Dónde está Lola?-
inquirió desde el umbral, ya con un pie fuera del taller.
- De caza- Groban se
había bajado ya la máscara de protección y se arrodillaba a los
pies de la mecajarly de Gandarin, soplete en mano. Su voz sonaba
amortiguada y con toques metálicos, pero el piloto ya se había
empezado a alejar por los pasillos metálicos de modo que no escuchó
el resto de la respuesta.
Aquella zona de la
estación era más oscura y angosta que el resto, con apenas unas
pocas luces de emergencia colgadas del techo a lo largo del pasillo.
La música del taller allí era solo un rumor sordo y los pasos
despertaban ecos metálicos contra el suelo. Pronto el anexo metálico
terminó y llegó hasta la infraestructura original, de sólida
piedra gris. El zumbido de la electricidad estaba en todas partes,
gracias a los focos halógenos y lámparas que permitían que la
estación no se sumiera en la oscuridad del subsuelo. El pasillo
tenía puertas metálicas a ambos lados cada pocos metros. La mayoría
estaban cerradas, pero como siempre la Capilla estaba abierta.
Decidió asomarse un momento a saludar.
La Capilla era una sala
pequeña, una de las pocas que habían resistido el paso del tiempo y
que seguía entera, con sus gruesas paredes de piedra. A diferencia
del resto de la estación, esta estaba casi a oscuras, con un racimo
de gruesas velas blancas alumbrando en un rincón sobre una pila de
libros y un flexo de luz blanca sobre una mesa. Había estanterías
con libros y rollos de papiro cubriendo casi todas las paredes. Olía
a incienso y a tabaco allí, y el único sonido era un murmullo
monótono en un extremo de la sala, interrumpido únicamente por
algunos gruñidos y maldiciones malsonantes. Por supuesto, la Capilla
había empezado siendo un nombre irónico pero lo cierto era que con
el tiempo había acabado revelándose como un nombre de lo más
apropiado. Insospechadamente, en aquella sala había Luz.
- ¿Hola?- llamó Dewey
asomándose desde el pasillo y golpeando con los nudillos el marco de
la puerta - ¿Se puede, reverendo?
Le respondió el familiar
chasquido y zumbido del láser, seguido de un intenso aroma a cigarro
puro.
- Vete a la mierda,
Dewey.- siguió una voz hastiada desde la mesa situada al fondo de la
sala.
Sabiendo que aquella era
la única bienvenida que cabría esperar, el piloto entró en la
Capilla y la cruzó en dos largas zancadas hasta llegar a la mesa. El
reverendo estaba allí, con su testa verde inclinada sobre la mesa a
la luz del flexo. Tips era uno de los más antiguos miembros del
equipo- uno de los fundadores, de hecho- un goblin verde oscuro,
pequeño y malhablado, un genio de la mecánica con muy malas pulgas
pero con una mente incisiva e insospechadamente tocado por la Luz y
unas cuantas décadas de experiencia. En aquella ocasión estaba
bendiciendo una nueva tirada de munición en paquetes de doscientos
cartuchos, trazando los gestos tradicionales de la bendición con una
mano mientras con la otra tomaba los paquetes de munición y los iba
a pasando al otro lado una vez consagrados. Los rezos de la
invocación brotaban de los labios oscuros del goblin como un
murmullo hastiado y monótono mientras un cigarro puro encendido
descansaba en un cenicero de lata sobre la mesa.
- ¿Qué, como va la
tarde?- inquirió Dewey sentándose en una banqueta junto al
sacerdote.
Tips hizo un gesto
indicándole que aguardara un instante, murmuró apresuradamente el
final de una bendición y dejó el cartucho en el montón adecuado.
Sus gruesos dedos verdes buscaron el cigarro puro que esperaba en el
cenicero y le dio un par de caladas antes de suspirar ruidosamente.
El humo formó aros grises en el aire que Dewey contempló hasta que
se desvanecieron.
- Estoy de la munición
hasta los cojones.- declaró el reverendo al fin- Al próximo que me
traiga un cargamento de munición, le meto los cartuchos por el culo.
Dewey podía entenderlo:
como piloto, pasaba la mayor parte del tiempo de caza allí fuera,
bajo el extraño cielo de Sombraluna, entre la lava, los demonios y
las explosiones jugándose la vida, pero Tips, como genio de la
mecánica y único miembro consagrado del equipo, tenía que pasar
muchas horas encerrado en la Capilla con aquellas labores
“administrativas”, dispensando Luz como si fuera una máquina
expendedora. Le palmeó el hombro solidariamente, gesto que consiguió
que el goblin le expulsara el humo de la última calada en toda la
cara.
- Guárdate tu
condescendencia.- gruñó el sacerdote con mala cara, luego escupió
y dijo- Necesito una cerveza.
Se pusieron en pie al
unísono, aunque Tips tuvo que impulsarse un poco para llegar al
suelo. Dewey se abstuvo de hacer ningún comentario a su costa: el
reverendo estaba de mal humor y tenía buena mano con los explosivos,
de manera que era mejor no hacerle enfadar. Salieron de la Capilla
pero no tuvieron que caminar mucho: el pasillo terminaba en un umbral
sin puerta que daba al bar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario