Plácidamente
inmersa en el agua cálida, Celebrinnir suspiró y dejó colgar las
piernas por el borde de la bañera, como dos largas astas emergiendo
de un manto de espuma. La sala estaba casi en penumbra, iluminada tan
solo por unas pocas velas dispuestas en racimos en algunos puntos
estratégicos, y su fulgor parecía reflejar en el suelo pulido. Todo
su cuerpo suspiraba de alivio al contacto con el agua caliente
después de tres días investigando sin descanso en la biblioteca del
Templo de Belore. Aquel era el primer descanso que se permitía desde
que llegó, y quería aprovechar las horas como pudiera para dar a su
cuerpo el descanso que se merecía. Solo tenía que evitar pensar en
la carta que descansaba abierta sobre su escritorio desde aquel
mediodía.
Los
últimos días habían devuelto pocos pero prometedores resultados.
Aunque la colección del templo era menos moralista que la colección
humana del Kirin Tor y menos rigurosa desde un punto de vista
académico y parecía algo más permisiva con la intervención de
demonios menores en las artes mágicas del pueblo élfico de
Quel´thalas, la información sobre criaturas viles en general era
mucha, pero poca la que se refería a demonios concretos. Durante sus
conversaciones con Nessaia y otros miembros del culto en la ciudad
había surgido, sin embargo, la confesión velada de la existencia de
un lugar en la ciudad donde los magos más osados podían expandir
sus límites hasta fronteras mucho más sombrías. Se hablaba de
ellos en voz baja, con temor y al mismo tiempo con cierto aire de
desafío. Nadie preguntaba por ellos en voz alta ni en público y
ningún elfo decente debía saber nada al respecto, pero lo cierto es
que el clero de Quel´thalas siempre se había considerado por encima
de aquellas normas no escritas. Habían sido necesarias muchas horas
de susurros y conversaciones furtivas, de favores, rumores y promesas
para recibir un único nombre, un nombre envuelto en oscuridad y
susurros: Alamma.
Su
mayor fuente de información sobre aquel elfo misterioso fue la
propia Nessaia, tan pía ella. Celebrinnir, por su parte, tuvo la
prudencia de no cuestionar de donde provenían aquellos
conocimientos. Al parecer Alamma había sido curioso y audaz en su
juventud, con talento para la magia pero siempre ansioso por llegar
más allá. Cuando sobrevino el Azote y la nación siguió a
Kael´thas a Terrallende, encontró una fuente de conocimiento y
poder como siempre había ansiado y que colmaba sus ambiciones. Se
decía que tenía un pie zafio, que sus ojos tenían pupilas y que en
el sótano del Sagrario en el Frontal de la Muerte sucedían cosas
misteriosas y terribles.
Si
hubiera sido una novicia que jamás hubiera abandonado Quel´thalas,
tal vez hubiera creído a pies juntillas aquellas informaciones, pero
ella había pasado casi diez años luchando contra los demonios en
Karabor, mano a mano con los brujos del cuerpo Arúspice en la lucha
por la purificación del templo, y sabía que estos oscuros
hechiceros eran capaces de cosas mucho más inquietantes. Si ese
sótano del que hablaban se parecía lo más mínimo a los cubículos
de los brujos eredar del Templo de Karabor, el tal Alamma era justo
la persona con la que necesitaba hablar. Sabía que los sacerdotes de
la ciudad la consideraban intrépida y tal vez un poco confiada, y
normalmente hubiera planificado más una aproximación a un
energúmeno semejante, pero el tiempo apremiaba. No sabía qué era
lo que se aproximaba, pero la carta que el mensajero había traído a
mediodía lo cambiaba todo.
De
nuevo la carta acudía a su mente, quebrando su tranquilidad. Se
levantó de la bañera con el cuerpo empapado y se envolvió en
pesado albornoz blanco, con cuidado de no mirar hacia el espejo que
reflejaba su imagen en uno de los extremos de la sala. En ocasiones
todavía podía sentir un ligero picor en las cicatrices y sabía que
los ominosos trazos seguirían allí, como finos hilos de plata sobre
su espalda.
Con
los pies descalzos se dirigió al pequeño estudio que la casa tenía
en la planta superior. La carta seguía sobre la mesa, abierta. El
sobre llevaba sellos de Shattrat y el Templo de Lunargenta. Había
pensado que se trataba de una nueva carta de Bheril, pero se
equivocaba. Tomó de nuevo la página y se acercó a la chimenea
encendida para poder leerla.
La Luz está contigo.
Hace unos días llegó a Shattrat un elfo que al parecer ha tenido un encuentro con nuestra conocida común. Interrumpió un ritual y se hizo con un espejo en el que dice haberte visto a ti (o por la descripción, eso he concluido) y a varios de nosotros relacionados con ella de alguna manera. No sé qué significará que nuestra imagen estuviera en el objeto, pero por si acaso creí oportuno advertirte, tanto a ti como a los demás.
Bendiciones.
R. Albagrana
Rodrith Albagrana, el
cruzado que le había salvado la vida en Shattrat, que había
expulsado de ella al esbirro de Abrahel y que había confiado en su
fortaleza. Tal vez solo fingiera por complacer a Iranion, pero estaba
tocado por la Luz de un modo tan intenso que podía distinguirlo a
simple vista. Y ahora de nuevo confiaba en ella y la hacía partícipe
de las nuevas, incluyéndola de nuevo en la lucha, de algún modo.
Lo último que había
sabido de Abrahel era que Iranion le había disparado en el rostro
durante su último encuentro. Por supuesto, no había esperado que
eso bastara para derrotarla, pero saber que había regresado y que la
recordaba hizo que un escalofrío le recorriera la espalda. ¿Qué
clase de ritual había interrumpido aquel misterioso elfo? A decir
por la descripción de Albagrana, podía tratarse sencillamente de
algún tipo de rastreo para localizar a sus enemigos. El miedo y el
orgullo se entremezclaron en su pecho al comprender que ella la
consideraba alguien de quien guardarse o a quien matar.
Abrahel había decidido
incluirla en el juego, las piezas empezaban disponerse en el tablero.
Celebrinnir no tenía intención de quedarse contemplando la lucha
desde el exterior. Pero primero, tenía que hablar con Alamma.
- Que empiece la partida.
Arrojó la carta a las
llamas y observó como se consumía lentamente.
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