Interludio- Karazhan IV

viernes, 4 de noviembre de 2011

El equipo de investigación del Ojo Violeta esperaba junto a las tiendas, encogidos de frío y con cara de resignación. En un principio se había planeado abrir el portal para que Celebrinnir pudiera llegar a Dalaran ahorrándole por lo menos un mes de viaje, sin embargo dos días antes la influencia de la casa había sufrido un pico particularmente intenso que había barrido las protecciones mágicas y había vuelto a invadir cada corredor y cada sala de la mansión. Los investigadores habían tenido que abandonar la casa con lo puesto y salir a toda prisa. Al fin habían podido vestir togas más apropiadas para el frío del exterior, pero durante dos días habían tenido que repartir mantas y dormir en tiendas. Celebrinnir, por su parte, había agradecido estar en el dormitorio cerrando su mochila para cuando tuvieron que salir corriendo de la mansión.

Extrañada por que no se afanaran en recuperar el ala perdida, había interrogado a Volgar y el anciano le había explicado que las corrientes de poder que convergían en el edificio no eran tan estables como cabría esperar y que cada cierto tiempo sufrían pulsaciones tan intensas que reventaba cualquier protección mágica o sagrada que se hubiera establecido. Estas pulsaciones, le había dicho, podían durar unas horas o unos meses, y mientras duraran la influencia de la casa era tan potente que no se podía trabajar en ella por seguridad.

- La Ciudadela ha establecido que mantengamos un equipo de guardia por si la influencia bajara algunos niveles- había dicho al fin estampando los sellos vigorosamente- pero vamos a darle un respiro a la casa y aprovecharemos para analizar con tranquilidad los resultados obtenidos hasta ahora. Ya volveremos el año próximo, o si la casa vuelve a ser practicable, claro...

Y así el Ojo Violeta se había preparado para partir. Los guardaespaldas de la caravana, llegados durante la segunda noche a la intemperie, se habían hecho cargo de los rescates. Formando equipos de cinco miembros, se habían realizado las incursiones de máxima seguridad al interior de la casa para recuperar los registros de datos que no se habían podido sacar, en primer lugar, y luego las posesiones de los magos que se habían quedado en los dormitorios cuando explotaron las protecciones. Celebrinnir había participado de buen grado, compartiendo además equipo con Rielen, otro guardaespaldas y dos magos. Había creído que la relegarían a la sanación de retaguardia, pero en una de las incursiones había invocado una cúpula de protección que había salvado a sus compañeros de acabar con serias quemaduras y había podido combatir. Con una sonrisita de suficiencia por llevar a la única sanadora del destacamento del Ojo, Rielen había llevado a su equipo por zonas de la casa en las que no se les había perdido nada, consiguiendo que Celebrinnir se maravillara al contemplar secciones de la mansión que de otro modo jamás hubiera conocido.

También había tenido que sanar, por supuesto, tanto dentro como fuera de la casa. Aunque en otra situación hubiera desdeñado esas labores en favor de los médicos y sanadores, aceptó hacer uso de su poder para curar algunas heridas de diversa gravedad sin tomar un instante de descanso y ganandose así la simpatía de los miembros de la expedición.

Cuatro días después de la explosión de energía, Volgar había abierto el portal en el exterior de la casa y había explicado a Celebrinnir que ellos todavía tendrían que quedarse unos días pero que con suerte podrían reunirse en Dalaran, si la sacerdotisa todavía estaba allí y le concedía el placer de su presencia. Complacida, Celebrinnir había aceptado y ahora se encontraba despidiéndose de aquellos magos y miembros del equipo con los que había trabajado en los rescates y que sabía que no iban a acudir a Dalaran. La despedida de Rielen le había dejado un sabor extraño. Las incursiones de rescates les habían dado una cierta confianza, pero el guardaespaldas se había mostrado en extremo correcto y formal cuando la sacerdotisa se había despedido de él. Correspondiendo al trato, Celebrinnir había adoptado de nuevo la digna actitud de una sacerdotisa de la Fuente del Sol y le había otorgado desapasionadamente las bendiciones de Belore.

Y ahora el portal resplandecía de luminosidad arcana en el gris entorno del Paso de la Muerte, oscilante. Dentro del óvalo mágico se podía apreciar lo que parecía un suelo de mosaico exquisito y unas arrebatadoras vidrieras por las que entraba la luz. Aunque soplaba un viento seco y helado en el paraje, el lugar al otro lado en el portal parecía apacible e incluso llegaban las notas dispersas de una canción lejana. La música tenía una cualidad extraña, casi eterna. De pie ante el portal, Celebrinnir se volvió interrogante hacia Volgar.

- Canto de Cristal - suspiró el mago con los ojos brillantes- El viento pasa entre las ramas de los árboles y el bosque canta su lamento.

La sacerdotisa asintió y volvió a mirar el portal.

- Gracias por todo, Volgar.- dijo, acercándose al óvalo resplandeciente, palpando la carta de recomendación que llevaba en un bolsillo de su jubón.- Avísame cuando regreses.

- Será un placer - respondió el anciano- Buen viaje.

Celebrinnir sonrió y cruzó el portal.

Lo primero que sintió fue la ausencia de viento y una repentina luminosidad. Tuvo que entrecerrar los ojos pero cuando pudo abrirlos de nuevo, vio un arco de alabastro ante ella del que nacían unos escalones blancos. Miró a su alrededor, desorientada. Estaba en una pequeña pero acogedora hexagonal con grandes y hermosas vidrieras en cada pared y un suelo de exquisito mosaico. La pequeña sala estaba bañada en una ténue luz crepuscular pero pese a todo, muy luminosa creando un ambiete realmente etéreo. Las notas que había escuchado desde el otro lado eran también más intensas aquí, conformando una hipnótica melodía. El aire transportaba el inconfundible aroma de la magia.

Maravillada, Celebrinnir sonrió. Había llegado a Dalaran.

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