Chuck había sido piloto
durante lo más duro de la cruzada contra la Legión Ardiente, un
tipo con una puntería espectacular y unos brazos gruesos como
toneles. Había sido alcanzado por la explosión de un portal vil
frente al bastión de la Legión y la metralla le había acabado
haciendo añicos la rótula de la pierna derecha. La infección había
sido tal que ni siquiera los sanadores del hospital de refugiados
habían podido salvarle la pierna y le habían amputado por encima de
la rodilla. Habían podido ponerle una pata de palo, como si fuera un
pirata, pero ya no había podido volver a pilotar. Gandarin le había
prometido una pierna nueva, pero como toda obra de ingeniería, era
algo que llevaría tiempo. Mientras tanto, Chuck había decidido
hacerse cargo del bar, así podía escuchar de primera mano las
historias del resto de los miembros del equipo y revivir en cierta
manera la emoción de la caza. Había sido él quien había insistido
en instalar una diana en el bar, pero nadie se atrevía a competir
con él tras quedar claro que el inmenso orco ganaba siempre, sin
excepción. En esta ocasión dejó las jarras en la mesa ante los
recién llegados y tomó asiento en una banqueta junto a ellos.
Ninguno tenía demasiadas
ganas de hablar, de modo que bebieron en silencio, mirándose ceñudos
pero con las mentes absortas en sus propios pensamientos. Se
agradecía la tranquilidad del bar después de pasar todo el día en
la superficie, con la cabeza a punto de estallar por el estruendo de
las explosiones. Durante los últimos diez años apenas habían
disfrutado de permisos y absolutamente nadie había abandonado
Terrallende. Todos los miembros del equipo estaban comprometidos con
la cruzada y nadie deseaba desertar, aunque no existiera entre ellos
ningún contrato formal. El equipo era más bien una cooperativa de
voluntarios y mientras durara la Legión, ellos seguirían luchando.
Los fundadores de todo aquello, los promotores de la idea original
habían sido Tips, Dewey y Gandarin. Los tres se habían conocido en
el Área 52, el asentamiento del Cártel Bonvapor en la península de
Tormenta Abisal. Tips había llegado allí con la primera oleada de
goblins para aprovechar los recursos de aquella zona y se había
encontrado con Gandarin, que parecía tener mucha prisa por abandonar
la región. Habían buscado un modo de transporte que les llevara
hasta el Valle, donde se estaba desarrollando lo más duro de la
cruzada y se habían encontrado con Dewey, un piloto en paro con una
vieja carcasa averiada y sin dinero para repararla. Habían llegado a
un trato: Tips ponía el dinero, Gandarin su habilidad con los
motores y los tres habían cruzado el Vacío Abisal para ahorrarse el
largo viaje a través de los territorios de aquel extraño planeta.
La vieja carraca de Dewey apenas había soportado el viaje y había
tenido un accidentado aterrizaje tras la cordillera norte del Valle
Sombraluna. Habían conseguido ayuda de los Martillo Salvaje y sus
tanques para remolcar a la vieja Olga hasta las ruinas y ya no habían
podido moverla de allí. De hecho, la primera idea del desguace había
venido de la intención de Gandarin de reunir piezas sobrantes de la
guerra para reparar o reconstruir la nave, y aunque con el tiempo
habían acabado teniendo piezas de sobra, la nave de Dewey no había
vuelto a volar.
- ¿Y Gandarin?- inquirió
el piloto alzando la vista de su jarra, saliendo de su
ensimismamiento.
Chuck miró a la
continuación del pasillo y torció la mandíbula. Los fieros
colmillos inferiores le dieron a su gesto un aspecto inquietante.
- Tenía una reunión.-
respondió con un gruñido.
Confirmando su respuesta,
una sugerente carcajada femenina terminada con un gemido les llegó
desde el pasillo y los tres pusieron los ojos en blanco. Los
jugadores de cartas interrumpieron su partida para mirar con mala
cara en dirección al pasillo.
- ¿Tiene que hacer esas
cosas aquí? – se quejó con fastidio uno de ellos. Se puso
en pie y llegó hasta el final del bar y alzó la voz con toda la
intención de que le escucharan desde la habitación del fondo- ¡Ya
es suficiente con el aislamiento!
La música que venía del
pasillo aumentó de volumen estruendosamente: pesadas percusiones,
guitarras delirantes y voces guturales. Sí, definitivamente le
habían oído. Tips, con la nariz dentro de su jarra, se carcajeó
roncamente. Dewey por su parte, dejó que una sonrisilla irónica le
asomara a los labios. Chuck gruñó.
- En realidad es cruel –
admitió el piloto humano sin dejar de sonreír- No estaría de más
pedirle un poquito de discreción. Está claro que no es que las vaya
buscando pero…
Tips chasqueó la lengua
y suspiró.
- Tiene más años que
tú y que yo juntos, Dew.- rezongó.
- ¡No le digas eso a la
cara!- rió este de buena gana.
Olsen, el “ofendido”
jugador de cartas, les escuchó y decidió sentarse a su mesa. El
compañero de partida se les unió.
- Anda, trae esas cartas-
dijo Chuck.
Era mejor no pensar en
ello y todos estuvieron de acuerdo. Se barajaron las cartas y se
repartieron entre los cinco. Chuck se levantó para servir otra ronda
los jugadores y volvió para unirse a la partida. Jugaron al póker
y apostaron duro. En algún momento de la partida la pequeña Lola
pasó por el bar, se aupó para ver la mano de cada uno y se marchó
carcajeándose con su risilla de hada de la hombría resentida de sus
compañeros. Groban, por su parte, hizo una aparición estelar por
aquella parte de la estación y en cuanto vio la partida y comprendió
lo que sucedía, regresó al taller.
Cuando iban por la cuarta
ronda la música de la habitación del fondo enmudeció y el
chasquido de la puerta de rastrillo se escuchó desde el bar. Los
cinco aferraron con fuerza sus cartas y jugaron con audacia y
ferocidad. Al cabo de unos instantes, una bonita draenei de cortos
cuernos y oscuras coletas vestida con un mono de trabajo apareció
por el pasillo con las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes. No
se detuvo al pasar por el bar, sus cascos marcaron un alegre compás
mientras cruzaba la pequeña sala en dirección a la puerta y dejaba
que se cerrara tras ella.
Las apuestas fueron más
fuertes. Tips vio por el rabillo del ojo como Olsen enrojecía hasta
que su rostro adquirió el mismo matiz que su pelo.
- ¿La enviada de
Telaar?- gimió el humano, totalmente desmoralizado- ¡Me gustaba!
¿No podía dejar ni siquiera a esa?
El sacerdote suspiró,
dejó sus cartas sobre la mesa y bajó de un salto de su banqueta.
Iba a tener que hablar seriamente con Gandarin: su sorprendente
magnetismo con el sexo femenino estaba suponiendo un duro golpe para
la moral de la mayoría del equipo. No podía permitir que la
cohesión del grupo se resintiera por algo así. Ni siquiera se
disculpó con los compañeros por abandonar la partida. Dirigió sus
pasos hacia el pasillo dispuesto a tener de nuevo la misma charla de
siempre.
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