Una noche en Lunargenta III

lunes, 15 de septiembre de 2008

Lunargenta, pocos meses después:

- No has comido nada.
- No tengo hambre.

Kronkar dejó la ballesta descansando contra la mesa donde permanecía la bandeja, con la comida intacta.

- Abre las cortinas, quiero ver la luz del sol.

El elfo recogió las cortinas con un cordón y la luz bañó la habitación como si fuera líquida. En la cama, la mujer se desperezó con pereza casi felina.

- La echabas de menos ¿Eh?- inquirió.
- Entrañas está bien, pero es demasiado oscura.

Kronkar alzó una ceja escéptica.

- ¿Demasiado oscura para tí?
- Demasiado oscura para cualquiera.

Volvió a mirar la bandeja con la comida intacta.

- ¿Por qué no comes algo? Tienes que reponer fuerzas.

La mujer se encogió de hombros con suavidad.

- Ya te lo dije, no tengo hambre. Darlia me trajo algo de fruta esta mañana, me sació. Es como si ya no necesitara tanta comida.

Kronkar se acercó a la venta con gesto grave.

- ¿Sabes lo que cuesta que esta comida llegue hasta aquí? Han intensificado la guardia en toda la ciudad. A tu querida Darlia le cortarían el cuello si averiguan lo que está haciendo. ¡Lo que estamos haciendo todos, maldición!

La mujer le miró con fijeza.

- Fue idea tuya, Kronkar ¿Acaso te arrepientes?

El elfo trato de mantener su mirada, pero se sorprendió apartándola bruscamente. Conocía aquellos ojos, pero había en ellos algo que no había visto antes, algo viejo. Algo que hacía que quisiera estar muy lejos allí en aquel preciso instante.

La mujer se incorporó en la cama y suspiró, y de pronto sus ojos volvieron a ser los de siempre, los que él conocía.

- No me importa que me descubran- dijo- puedo hablar con ellos. Hacerles entrar en razón.

Kronkar reprimió una carcajada que no resultaba nada alegre.

- ¿Estás loca? ¿O esto te ha afectado más de lo que creía?

La mirada de la mujer le turbó.

- No puedes ni imaginar, Kronkar, por lo que he pasado. - dijo ella, aunque en su voz no había dureza ni reproche- No te haces una idea.