Interludio - Lunargenta III

miércoles, 30 de noviembre de 2011


El corazón parecía ir a saltarle del pecho, de tan deprisa que batía. Tenía la impresión de que todo el mundo la miraba, como si un gran dedo ardiente hubiera descendido desde los cielos señalándola. Avanzó por la calle a paso vivo tratando de que no fuera evidente su prisa, luchando contra el impulso de encoger la cabeza entre los hombros y salir corriendo. Nunca, jamás en toda su vida había robado, jamás había tomado nada que no fuera suyo o para ella, jamás había tenido que escabullirse furtivamente de ningún lugar ni huir temiendo ser descubierta, pero no había podido hacerlo de otro modo.

Ni siquiera al cruzar el umbral de su alojamiento y cerrar la puerta tras ella, se permitió relajarse. Se apoyó contra la madera y aguardó, temiendo que en unos instantes llamaran a su puerta y la llevaran ante la guardia por ladrona. El temor de perder también su posición en Quel´danas, de convertirse en una paria de Quel´thalas, de perder lo único que le quedaba en esta vida, era terrible.

Aguardó.

La casa estaba en silencio y a oscuras, aunque Celebrinnir podía escuchar el latido de su corazón como un estruendoso tambor que le palpitaba en los oídos.

Aguardó.

El libro entre sus brazos pesaba como el yugo de la condena eterna.

Aguardó.

Nadie vino. ¿Era posible que no se hubieran dado cuenta del hurto? No, imposible con tantos ojos pendientes de ella. Cierto era que los brujos habían dejado de prestarle atención, pero el propio Alamma la había observado con insistencia, y había sido críptico al hablar con ella, como si conociera un secreto velado a los ojos de los demás y a ella misma. ¿Era posible que la hubiera dejado marchar, divirtiéndose por la urgencia de una sacerdotisa al sustraer algo que realmente carecía de valor? No, no sin valor, al menos no para ella. Cuando los latidos de su corazón se normalizaron, se atrevió por fin a alejarse de la puerta. Separó entonces el libro de su cuerpo, sintiendo las punzadas de dolor allí donde se habían clavado sus esquinas en la carne, de tanta fuerza con que lo había sujetado. Ascendió la rampa que llevaba al piso superior sintiendo que la firmeza de su paso regresaba, y entró en el estudio, iluminado suavemente por el resplandor de un orbe mágico.

Depositó el libro sobre la mesa y lo abrió. Al principio le había parecido solo un tratado más de demonología, definitivamente obsoleto. Había leído, casi con humor, las afirmaciones sobre la supremacía de los Grels o algunas técnicas poco eficaces para doblegar la voluntad de los abisarios. Había pasado las páginas con laxitud, casi con desinterés hasta que se había encontrado frente a una lámina ilustrada que le había detenido el corazón en el pecho.

Pasó las páginas de nuevo, ahora a toda velocidad, hasta que volvió a encontrarla: Abrahel le devolvía la mirada, una mirada lánguida y seductora que emergía de la marea roja de su cabello. Por supuesto, no era el rostro de Abrahel, bien podría ser otra sayaad o algún espíritu totalmente distinto, pero el ilustrador, fuera quien fuera, parecía haberla tenido frente a frente para dibujarla y había captado su esencia, una esencia que ella había conocido de primera mano. Observó largamente el dibujo, clavando la mirada en los ojos verdes de la sayaad de la ilustración. El texto de la página derecha estaba en escritura eredun y no lo entendía. Deslizó lentamente un dedo por los extraños símbolos: podía entender alguno, apenas nada, pero eso no daba sentido al texto.

Tendría que encontrar a alguien que pudiera traducirlo para ella, pero no podría ser en Lunargenta habiendo sustraído el libro del único lugar donde podrían ayudarla. En Quel´danas sin duda levantaría sospechas que acudiera son semejante libro en busca de algún intérprete de la lengua de los demonios, y sin duda los rumores llegarían enseguida a Shattrath, donde Kuu sin duda se frotaría las manos y se regocijaría por su evidente falta. Lo mismo se aplicaba para recurrir a los destacamentos de purificación del Templo de Karabor, ya que estaban compuestos exclusivamente por miembros de los Aldor y de los Arúspices de la Ciudad Sagrada. Tal vez en ese texto estuviera la clave para destruir a Abrahel, para librarse de su presencia, de su influencia para siempre. Tal vez no fuera nada en absoluto, pero si no lo intentaba, no lo sabría jamás.


Interludio - Lunargenta II

lunes, 28 de noviembre de 2011

Plácidamente inmersa en el agua cálida, Celebrinnir suspiró y dejó colgar las piernas por el borde de la bañera, como dos largas astas emergiendo de un manto de espuma. La sala estaba casi en penumbra, iluminada tan solo por unas pocas velas dispuestas en racimos en algunos puntos estratégicos, y su fulgor parecía reflejar en el suelo pulido. Todo su cuerpo suspiraba de alivio al contacto con el agua caliente después de tres días investigando sin descanso en la biblioteca del Templo de Belore. Aquel era el primer descanso que se permitía desde que llegó, y quería aprovechar las horas como pudiera para dar a su cuerpo el descanso que se merecía. Solo tenía que evitar pensar en la carta que descansaba abierta sobre su escritorio desde aquel mediodía.

Los últimos días habían devuelto pocos pero prometedores resultados. Aunque la colección del templo era menos moralista que la colección humana del Kirin Tor y menos rigurosa desde un punto de vista académico y parecía algo más permisiva con la intervención de demonios menores en las artes mágicas del pueblo élfico de Quel´thalas, la información sobre criaturas viles en general era mucha, pero poca la que se refería a demonios concretos. Durante sus conversaciones con Nessaia y otros miembros del culto en la ciudad había surgido, sin embargo, la confesión velada de la existencia de un lugar en la ciudad donde los magos más osados podían expandir sus límites hasta fronteras mucho más sombrías. Se hablaba de ellos en voz baja, con temor y al mismo tiempo con cierto aire de desafío. Nadie preguntaba por ellos en voz alta ni en público y ningún elfo decente debía saber nada al respecto, pero lo cierto es que el clero de Quel´thalas siempre se había considerado por encima de aquellas normas no escritas. Habían sido necesarias muchas horas de susurros y conversaciones furtivas, de favores, rumores y promesas para recibir un único nombre, un nombre envuelto en oscuridad y susurros: Alamma.

Su mayor fuente de información sobre aquel elfo misterioso fue la propia Nessaia, tan pía ella. Celebrinnir, por su parte, tuvo la prudencia de no cuestionar de donde provenían aquellos conocimientos. Al parecer Alamma había sido curioso y audaz en su juventud, con talento para la magia pero siempre ansioso por llegar más allá. Cuando sobrevino el Azote y la nación siguió a Kael´thas a Terrallende, encontró una fuente de conocimiento y poder como siempre había ansiado y que colmaba sus ambiciones. Se decía que tenía un pie zafio, que sus ojos tenían pupilas y que en el sótano del Sagrario en el Frontal de la Muerte sucedían cosas misteriosas y terribles.

Si hubiera sido una novicia que jamás hubiera abandonado Quel´thalas, tal vez hubiera creído a pies juntillas aquellas informaciones, pero ella había pasado casi diez años luchando contra los demonios en Karabor, mano a mano con los brujos del cuerpo Arúspice en la lucha por la purificación del templo, y sabía que estos oscuros hechiceros eran capaces de cosas mucho más inquietantes. Si ese sótano del que hablaban se parecía lo más mínimo a los cubículos de los brujos eredar del Templo de Karabor, el tal Alamma era justo la persona con la que necesitaba hablar. Sabía que los sacerdotes de la ciudad la consideraban intrépida y tal vez un poco confiada, y normalmente hubiera planificado más una aproximación a un energúmeno semejante, pero el tiempo apremiaba. No sabía qué era lo que se aproximaba, pero la carta que el mensajero había traído a mediodía lo cambiaba todo.

De nuevo la carta acudía a su mente, quebrando su tranquilidad. Se levantó de la bañera con el cuerpo empapado y se envolvió en pesado albornoz blanco, con cuidado de no mirar hacia el espejo que reflejaba su imagen en uno de los extremos de la sala. En ocasiones todavía podía sentir un ligero picor en las cicatrices y sabía que los ominosos trazos seguirían allí, como finos hilos de plata sobre su espalda.

Con los pies descalzos se dirigió al pequeño estudio que la casa tenía en la planta superior. La carta seguía sobre la mesa, abierta. El sobre llevaba sellos de Shattrat y el Templo de Lunargenta. Había pensado que se trataba de una nueva carta de Bheril, pero se equivocaba. Tomó de nuevo la página y se acercó a la chimenea encendida para poder leerla.


La Luz está contigo.

Hace unos días llegó a Shattrat un elfo que al parecer ha tenido un encuentro con nuestra conocida común. Interrumpió un ritual y se hizo con un espejo en el que dice haberte visto a ti (o por la descripción, eso he concluido) y a varios de nosotros relacionados con ella de alguna manera. No sé qué significará que nuestra imagen estuviera en el objeto, pero por si acaso creí oportuno advertirte, tanto a ti como a los demás.

Bendiciones.

R. Albagrana



Rodrith Albagrana, el cruzado que le había salvado la vida en Shattrat, que había expulsado de ella al esbirro de Abrahel y que había confiado en su fortaleza. Tal vez solo fingiera por complacer a Iranion, pero estaba tocado por la Luz de un modo tan intenso que podía distinguirlo a simple vista. Y ahora de nuevo confiaba en ella y la hacía partícipe de las nuevas, incluyéndola de nuevo en la lucha, de algún modo.

Lo último que había sabido de Abrahel era que Iranion le había disparado en el rostro durante su último encuentro. Por supuesto, no había esperado que eso bastara para derrotarla, pero saber que había regresado y que la recordaba hizo que un escalofrío le recorriera la espalda. ¿Qué clase de ritual había interrumpido aquel misterioso elfo? A decir por la descripción de Albagrana, podía tratarse sencillamente de algún tipo de rastreo para localizar a sus enemigos. El miedo y el orgullo se entremezclaron en su pecho al comprender que ella la consideraba alguien de quien guardarse o a quien matar.

Abrahel había decidido incluirla en el juego, las piezas empezaban disponerse en el tablero. Celebrinnir no tenía intención de quedarse contemplando la lucha desde el exterior. Pero primero, tenía que hablar con Alamma.

- Que empiece la partida.

Arrojó la carta a las llamas y observó como se consumía lentamente.

Interludio - Lunargenta I

viernes, 25 de noviembre de 2011


- Nadie es profeta en su propia tierra.

Sentada en un banco del Intercambio Real con su bolsa a los pies, Celebrinnir suspiró pesadamente, incapaz de entender el revés que su suerte había sufrido desde que dejó Dalaran. De nuevo se había acostumbrado demasiado deprisa a las comodidades y el lujo, a la complacencia de los sirvientes y el respeto de las gentes de la Ciudadela Violeta, y ahora se veía ignorada por Quel´thalas que debería, aunque fuera a un nivel administrativo, reconocer la presencia de una Sacerdotisa de la Fuente en la ciudad. No se trataba solo del renombre o el respeto que tal vocación pudiera despertar, sino de la cantidad de oro que los visitantes de la Isla podían llegar a desembolsar en sus visitas a la capital. Y allí estaba, sentada en un banco del barrio rico de Lunargenta, tratando de recordar si cuando era niña se había desdeñado tanto la presencia de los Consagrados de la Isla.

No lo creía. Ante sus ojos en un solo día se había mostrado una indolencia tan acusada que había confirmado todas las exageraciones que hubiera temido en su mente. Quel´thalas, ataño la joya más resplandeciente de todo Azeroth, había caído en un letargo y una decadencia como jamás hubiera sospechado. Los orgullosos elfos de las casas nobles parecían haber desaparecido por completo, ya fuera en tierras lejanas o en el interior de sus palacios, mientras las calles y comercios de la ciudad eran frecuentados por individuos de la más baja estopa. Jamás hubiera esperado ver una bailarina desnudándose sobre la mesa de la posada del Intercambio Real, escanciando el vino sobre sus piernas desnudas, ni una asamblea de mercenarios en la hospedería del Camino de los Ancestros. Tal depravación la llenaba de rabia y desprecio. Antes prefería ver Lunargenta en ruinas como lo estaba Lordaeron – por donde había tenido que pasar en una escala de su viaje- que verla tomada por la depravación y la indolencia. Aquella ya no era su ciudad, no quedaba nada de la Quel´thalas que había conocido de niña, nada en absoluto.

Iría al Templo, decidió. Debía presentarse ante el Sumo Sacerdote de la ciudad y cumplir con el protocolo establecido aunque a Quel´thalas ya no le importara. No se rebajaría tanto como para solicitar el asilo en los dominios del Templo de Belore, pero seguramente ellos podrían indicarle donde conseguir un alojamiento acorde a su posición. Tenía una abultada bolsa y el crédito que la Isla daba a sus sacerdotes cuando viajaban. Prefería no tener que recurrir a este último para no generar la ocasión de tener que dar explicaciones a nadie: sus ingresos eran más que suficientes para poder alquilar una casa que le ofreciera la requerida intimidad durante algunos días en el Intercambio Real.

Un carraspeo la sacó de su ensimismamiento.

- ¿Celebrinnir Lerathien?

Alzó la vista para observar a un joven vestido con las blancas estolas del Templo de Belore en Quel´thalas, con el ceño arrugado de inquietud. Comprobó con alivio que parecía estar sufriendo serias dificultades para mantener las manos quietas, ansioso como se veía. Asintió con elegancia y el muchacho dio un ligero respingo y se enderezó. Si, desde luego aquello estaba mejor.
- Venerable, el Templo os envía sus disculpas. Nessaia solicita vuestra presencia en sus aposentos.- recitó atropelladamente el joven. Debía ser un novicio del templo- Si sois tan amable de seguirme.

Recordaba a Nessaia, había sido novicia del Templo de Belore cuando ella era una niña. Como tantos otros, había medrado a causa del Azote y al parecer, ocupaba ahora una posición preeminente en el clero de Quel´thalas. Bien, le alegraba contar por lo menos con una cara conocida y estaba empezando a cansarse de tener que vagar como una sin techo por la ciudad que la vio nacer.

Se puso en pie y siguió al muchacho.

Interludio - Una carta

sábado, 19 de noviembre de 2011



Ciudadela Violeta
Dalaran, 19 de Noviembre.

Querido Bheril:

Antes de nada quiero darte las gracias por escribir, tu amistad es un bien muy preciado para mí y tu preocupación me conmueve. Acabo de recibir todas tus cartas en un paquete que me ha hecho llegar el servicio Postal de Dalaran. Lamento de corazón haberte alarmado por mi falta de respuestas.

Quisiera asegurarte que me encuentro bien y totalmente repuesta tras un periodo de convalecencia, y me alegro que tanto tú como mi pariente os encontréis bien y que nuestro particular enemigo haya recibido al menos un poco de su propia medicina. Actualmente me encuentro en Dalaran realizando una labor de investigación para el Templo de la Fuente del Sol en Quel´danas, donde he pasado los últimos meses para reponerme de los sucesos de esta primavera.

En cualquier caso, mi estancia en la capital del Kirin Tor llega a su fin y tengo previsto reemprender el viaje de vuelta tan pronto como sea posible. Tengo intención de visitar Quel´thalas antes de que empiece el invierno para poder atender unos asuntos personales.

Por favor, agradece a mi pariente su fraternal preocupación por mi persona, y permite que a ti te agradezca directamente y de nuevo tu amistad constante.

Que las bendiciones de Belore, ya sea un árbol o un pájaro bonito, sean con vosotros.

Celebrinnir Lerathien.
Sacerdotisa de la Fuente del Sol.

Actualización

jueves, 17 de noviembre de 2011

Puesto que las últimas actualizaciones han ido programadas con fecha del mes de abril, a los suscritos es posible que no os llegue el aviso de que hay material nuevo.

Informo por aquí de que tenéis avances en el Camino al Infierno (Celebrinnir) todo en el mes de abril de 2011. La trama está en avance todavía, y por mucho que seguirá.

Gracias por leer

A la sombra de Karabor IV

martes, 15 de noviembre de 2011


La puerta de rastrillo estaba alzada y desde el umbral podía ver parte de la sala, pero Tips nunca se había sentido particularmente cómodo con determinados aspectos de la habitación – y por qué no, del modo de vida- de Gandarin. Se mantuvo sin cruzar el umbral y carraspeó.

- Pasa- respondió Gandarin desde el interior con voz desenfadada.

Tips se armó de paciencia y pasó bajo el rastrillo. La Mazmorra, como se conocía a los dominios de Gandarin dentro del complejo, estaba dividida en dos espacios diferentes gracias a una gran puerta corrediza, más propia de un garaje que de un dormitorio, de modo que fuera independiente la parte del dormitorio y la parte de los... múltiples talentos de Gandarin. La puerta solía estar retirada para tener más espacio, pero en aquella ocasión – y gracias a la Luz- estaba casi completamente cerrada de manera que la cama quedaba fuera de la vista. Mejor.

La mitad visible era una mezcla de taller, almacén y laboratorio mal iluminado. Había estantes repletos de objetos cubriendo las paredes, un alambique de buena calidad en un rincón y una mesa de trabajo con todo tipo de herramientas en otro. Había una vieja butaca destartalada dando la espalda a uno de los estantes y una extravagante alfombra de manufactura draénica. La guitarra de Gandarin reposaba contra el brazo de la butaca, impasible y resplandeciente. La sensación principal era de caos, aunque debía admitir que con la costumbre, no era difícil atisbar los patrones en aquel desorden. Al principio la inmensa cama había ocupado casi toda aquella zona, pero habían conseguido convencer a Gandarin de que no era necesario exhibir su vida erótica tan cerca de la puerta, de modo que había cambiado invertido la distribución de las dos mitades. El resto de los chicos no llevaban bien la lencería encaramada a los muebles ni los pequeños grilletes enganchados en el cabecero de hierro forjado. Además, el pequeño laboratorio alquímico y la mesa de trabajo eran un incentivo para los otros miembros del equipo y les desafiaba a tratar de superar a una criatura tan longeva como eran los sin´dorei.

Gandarin no estaba a la vista, así que Tips supuso que debía estar al otro lado de la puerta separadora y podía oírle igualmente.

- Tenemos que hablar.- dijo el goblin de mala gana.

La voz llegó desde el otro lado, con eco dada la ausencia de muebles en aquella parte de la sala.

- Claro, tú dirás.

Gandarin abrió la puerta sin cuidado, revelando las sábanas revueltas, la lencería y los grilletes sujetos al hierro forjado. La propia Gandarin había aparecido con el chaleco abierto sobre la ropa interior y el cabello desordenado. Tips gruñó, aunque el suyo fue más bien un suspiro exasperado: al menos llevaba los pantalones.

- Hola, jefe.- saludó la elfa cerrando desenfadadamente el chaleco con sus dos escuetos botones.- ¿Qué pasa?

Tips gruñó de nuevo y maldijo por lo bajo unas cuantas veces: detestaba con toda su alma tener que mantener este tipo de conversaciones con ella, pero todavía detestaba más que el más anciano miembro del equipo se comportara como un quinceañero sobrehormonado. Ella percibió su gesto y comprendió. En sus diáfanos rasgos élficos se dibujaron la cautela y el hastío. Sus labios trazaron un silencioso “Ah”.

Se recogió el cabello negro como el ala de un cuervo en una coleta y se sentó tranquilamente en la butaca. Alzó con una mano la guitarra y la apoyó sobre su regazo para tantear las cuerdas con aire despreocupado.

- No hemos hecho mucho ruido.- dijo, y añadió alzando la vista de los acordes- ¿No?

Tips se giró estratégicamente para dar la espalda a la turbadora visión de la cama. No era que las elfas le atrajeran lo más mínimo, pero la visión de lencería femenina era siempre sugerente a la escala adecuada. Quedó frente a la elfa y chasqueó la lengua, malhumorado.

- Mira, sabes que no me meto con tus…- rebuscó la palabra, maldita la gracia que le hacía esto- excentricidades…

- En realidad sí lo haces.- interrumpió Gandarin de buen humor, pero enseguida se puso seria de nuevo de manera muy poco convincente - Perdona, sigue. No te metes con mis excentricidades.

El goblin la calcinó con la mirada.

- Puede que a ti te parezca muy gracioso todo esto, Gandarin, pero a mí no me hace ni puta gracia tener que ser la madre superiora solo porque visto una toga.- gruñó el sacerdote- Mira, acuéstate con quien quieras, me la suda. Que con tu edad sigas teniendo las hormonas de una adolescente también me la suda. Pero no todo el mundo va a estar dispuesto a obviar tus perversiones solo porque tengas un don con las máquinas o porque seas mujer.

Gandarin entrecerró los ojos con malicia y un brillo de humor.

- Soy tanto o más hombre que todos ellos.- declaró abriendo las piernas en un gesto muy poco femenino para apoyar su afirmación. - Y que Lola, claro.

- Nana…- la voz de Tips tenía un peligroso matiz de advertencia.

Con un suspiro, Gandarin apartó la guitarra de su regazo y se puso en pie para acercarse a la mesa de trabajo, pero en lugar de sumirse en sus proyectos, se dio la vuelta para apoyarse en ella y quedar de frente a Tips.

- No voy a disculparme y esto no es un patio de colegio. - dijo, y en su tono de broma había una verdad inamovible- Tengo más éxito con las mujeres que ellos, que lo superen. Fin de la charla.

En realidad Tips estaba de acuerdo, era ridículo que tuvieran que mantener aquel tipo de conversación. También sabía que no tenía sentido insistir con Gandarin: aunque pareciera tomarse a guasa el tema que les atañía, sabía que en adelante habría cambios sutiles. Nada que pudiera tomarse como un efecto de la supuesta reprimenda, pero Gandarin no era la persona más vieja de la estación por nada.

Asintió y suspiró. Algo le rozó el pie y no pudo evitar dar un respingo, pero cuando bajó la vista vio a Moosha corretear hacia Gandarin con aquel inquietante realismo. De hecho, había algo extraño en ella, algo que no conseguía identificar. Gandarin se agachó para recogerla y la ardilla mecánica se deslizó entorno a su cuello para permanecer en su hombro.

- Tiene algo diferente.- dijo Tips con curiosidad, y no era una pregunta.

Gandarin jugueteó con ella dejando que el pequeño robot le aferrara un dedo con fuerza.

- Le he dado algo más de autonomía- admitió la elfa tironeando del dedo prisionero- y he añadido una resistencia de más. El resultado es espectacular, no esperaba tanto. Ha perdido por completo la rigidez. ¿A que parece de verdad?

Si Moosha hubiera estado cubierta de pelo rojizo, si, hubiera parecido de verdad. Con su cuerpecito metálico a la vista, aquellos gestos tan realistas le parecían inquietantes. Asintió porque no le quedaba otra.

- ¿En qué estás trabajando ahora?- inquirió acercándose a la mesa de trabajo que Gandarin mantenía cubierta con un pedazo de tela.

La mesa de trabajo de Gandarin parecía el mostrador de un juguetero. Su fascinación con la ingeniería goblin rozaba lo ridículo: cascos estrambóticos, gafas extrañas, aparatos de función desconocida, y gran cantidad de pequeñas alimañas a medio construir a medida que la elfa perfeccionaba su habilidad con la robótica. Moosha era resultado de sus actividades, así como el conejo con una bombilla en lugar de la cola, un sapo mecánico, una gallina muy extraña y algunos destructores en miniatura. Lo que había debajo de la sábana que cubría la mesa le hizo dar un respingo cuando Gandarin la retiró.

- ¡Joder!– rezongó el goblin con evidente desagrado- He estado a punto de darle la extremaunción, Gandarin. Esto ya es deliberadamente siniestro.

El niño era rubio y tenía los ojos cerrados. Su piel era clara y de aspecto suave, y su rostro era el más claro reflejo de paz. Tenía las costillas separadas y desvelando su interior de cables y circuitos. A Tips le recordó inevitablemente a una autopsia. Reprimió un escalofrío.

Gandarin se limitó a sonreír mientras se inclinaba sobre los circuitos expuestos y retocaba algunas conexiones aquí y allá casi con mimo. En cuestión de segundos, la curiosidad profesional de Tips desplazó por completo el desagrado. Trepó por la estantería para poder verlo mejor y se acercó tanto para poder ver bien la delicada piel del robot que su larga nariz casi se apoyaba sobre él. Acarició con un dedo la suave piel de los párpados cerrados.

- ¿Cómo lo has hecho?- inquirió, sin poder evitar maravillarse por la delicadeza que implicaba aquel trabajo- Parece real.

Y lo parecía, incluso al tacto aquella piel era tan suave y flexible como la auténtica, y era del todo inverosímil que Gandarin, pese a sus rarezas, utilizara algo semejante.

- He probado un nuevo espesante para la gelatina de teropiña- explicó la elfa sin dejar de aplicarse en la puesta a punto de su proyecto.- No es adherente, pero tampoco hace falta añadir más capas de dermis: basta con irradiarlo con una batería de cristales del nexo y la mezcla cambia de color automáticamente. Cuanto más tiempo, más se oscurece pero creo que el color está bien ¿Qué te parece?

Tips asintió apreciativamente.

- Para un niño humano supongo que está bien, nunca he visto uno de cerca- admitió el goblin- Pero ¿Por qué humano? ¿De donde sacaste la idea?

Gandarin sonrió y su pecho se sacudió levemente con una carcajada. Apretó los labios y sus ojos brillaron.
- Estuve probando el otro día un nuevo G.A.G y acabé cayendo a plomo en algún lugar de la Corona de Hielo.- explicó, divertida- Aterricé encima de un cruzado que viajaba con su escudero y le aboyé la armadura, pero él consiguió que cayera sobre blando, el cruzado, digo. El escudero era un niñito rubio, un humano diminuto que le seguía a todas partes. Me dio la idea y en cuanto regresé me puse a ello. He conseguido que funcione, pero tengo que hacer algunas correcciones de comportamiento.

Tips frunció el ceño.

- ¿Qué es lo que falla?

La elfa suspiró con hastío...

- Está empeñado en repetir que quiere ser un niño de verdad y no se qué de un hada azul- sus ojos se entrecerraron como los de un felino receloso- Creo que Lola le ha metido mano, tendré que reprogramarlo.

El goblin suspiró. La gnoma parecía divertida con la idea de que una elfa de sangre tuviera tanto talento con la ingeniería y se entretenía proponiendo a Gandarin desafíos que tarde o temprano acababa superando.

- ¿Qué has usado para el habla? – Inquirió- ¿Respuestas prediseñadas y altavoces implantados?

- No. – Explicó ella cerrando las costillas del robot con un clic. Recolocó con cuidado la ropa del robot hasta que pareció un auténtico niño humano dormido- Modifiqué uno de los prototipos de Lightech, tiene algo más de autonomía que el mío, y probarlo en algo como Moosha no vale la pena. Le implanté una base de datos con más de cinco mil palabras y conmutaciones, pero la elección para la composición de frases depende exclusivamente del sistema.

Entendió que se estaba refiriendo a los módulos de Inteligencia Artificial que Industrias Lightech estaba desarrollando. Siendo la más pionera en cuanto a desarrollo se refería, y con aquel extraño don con las máquinas, Gandarin era una de los evaluadores preferidos de Industrias Lightech para la producción de nuevos proyectos. Los enviaban envueltos en capas y capas de plástico de burbujas para que los probara. A veces incluso, como era el caso, trasteaba con ellos hasta que encontraba la manera de mejorarlos.

A la sombra de Karabor III

El bar era apenas un poco más grande que la Capilla y ni siquiera tenía sus propias paredes: el pasillo original se ensanchaba creando una especie de recodo y allí habían acabado plantando la barra: una plancha de metal sobre dos bidones vacíos. Las sillas estaban formadas casi exclusivamente de chatarra del desguace soldada a base de soplete, y también las precarias mesas. La diana era genuina, como los dardos y el orco que había tras la barra. Las botellas habían llegado después, contrabando traído desde los bajos fondos de Shattrath. U obsequios de las admiradoras de Gandarin, cómo no. Un poco más allá, el pasillo volvía a estrecharse y de allí llegaba el rumor sordo de una canción ruidosa, pero en la pared del fondo, frente a la barra, había una pequeña puerta a las rampas que llevaban al exterior. No había mucha gente en el bar, apenas unos cuantos chicos del equipo en un momento de esparcimiento. Hablaban entre ellos tranquilamente y en ocasiones alguno reía estruendosamente. Un par jugaban a las cartas en un rincón. En cuanto tomaron asiento, el orco de la barra se acercó a ellos con dos jarras.

Chuck había sido piloto durante lo más duro de la cruzada contra la Legión Ardiente, un tipo con una puntería espectacular y unos brazos gruesos como toneles. Había sido alcanzado por la explosión de un portal vil frente al bastión de la Legión y la metralla le había acabado haciendo añicos la rótula de la pierna derecha. La infección había sido tal que ni siquiera los sanadores del hospital de refugiados habían podido salvarle la pierna y le habían amputado por encima de la rodilla. Habían podido ponerle una pata de palo, como si fuera un pirata, pero ya no había podido volver a pilotar. Gandarin le había prometido una pierna nueva, pero como toda obra de ingeniería, era algo que llevaría tiempo. Mientras tanto, Chuck había decidido hacerse cargo del bar, así podía escuchar de primera mano las historias del resto de los miembros del equipo y revivir en cierta manera la emoción de la caza. Había sido él quien había insistido en instalar una diana en el bar, pero nadie se atrevía a competir con él tras quedar claro que el inmenso orco ganaba siempre, sin excepción. En esta ocasión dejó las jarras en la mesa ante los recién llegados y tomó asiento en una banqueta junto a ellos.

Ninguno tenía demasiadas ganas de hablar, de modo que bebieron en silencio, mirándose ceñudos pero con las mentes absortas en sus propios pensamientos. Se agradecía la tranquilidad del bar después de pasar todo el día en la superficie, con la cabeza a punto de estallar por el estruendo de las explosiones. Durante los últimos diez años apenas habían disfrutado de permisos y absolutamente nadie había abandonado Terrallende. Todos los miembros del equipo estaban comprometidos con la cruzada y nadie deseaba desertar, aunque no existiera entre ellos ningún contrato formal. El equipo era más bien una cooperativa de voluntarios y mientras durara la Legión, ellos seguirían luchando. Los fundadores de todo aquello, los promotores de la idea original habían sido Tips, Dewey y Gandarin. Los tres se habían conocido en el Área 52, el asentamiento del Cártel Bonvapor en la península de Tormenta Abisal. Tips había llegado allí con la primera oleada de goblins para aprovechar los recursos de aquella zona y se había encontrado con Gandarin, que parecía tener mucha prisa por abandonar la región. Habían buscado un modo de transporte que les llevara hasta el Valle, donde se estaba desarrollando lo más duro de la cruzada y se habían encontrado con Dewey, un piloto en paro con una vieja carcasa averiada y sin dinero para repararla. Habían llegado a un trato: Tips ponía el dinero, Gandarin su habilidad con los motores y los tres habían cruzado el Vacío Abisal para ahorrarse el largo viaje a través de los territorios de aquel extraño planeta. La vieja carraca de Dewey apenas había soportado el viaje y había tenido un accidentado aterrizaje tras la cordillera norte del Valle Sombraluna. Habían conseguido ayuda de los Martillo Salvaje y sus tanques para remolcar a la vieja Olga hasta las ruinas y ya no habían podido moverla de allí. De hecho, la primera idea del desguace había venido de la intención de Gandarin de reunir piezas sobrantes de la guerra para reparar o reconstruir la nave, y aunque con el tiempo habían acabado teniendo piezas de sobra, la nave de Dewey no había vuelto a volar.

- ¿Y Gandarin?- inquirió el piloto alzando la vista de su jarra, saliendo de su ensimismamiento.

Chuck miró a la continuación del pasillo y torció la mandíbula. Los fieros colmillos inferiores le dieron a su gesto un aspecto inquietante.

- Tenía una reunión.- respondió con un gruñido.

Confirmando su respuesta, una sugerente carcajada femenina terminada con un gemido les llegó desde el pasillo y los tres pusieron los ojos en blanco. Los jugadores de cartas interrumpieron su partida para mirar con mala cara en dirección al pasillo.

- ¿Tiene que hacer esas cosas aquí? – se quejó con fastidio uno de ellos. Se puso en pie y llegó hasta el final del bar y alzó la voz con toda la intención de que le escucharan desde la habitación del fondo- ¡Ya es suficiente con el aislamiento!

La música que venía del pasillo aumentó de volumen estruendosamente: pesadas percusiones, guitarras delirantes y voces guturales. Sí, definitivamente le habían oído. Tips, con la nariz dentro de su jarra, se carcajeó roncamente. Dewey por su parte, dejó que una sonrisilla irónica le asomara a los labios. Chuck gruñó.

- En realidad es cruel – admitió el piloto humano sin dejar de sonreír- No estaría de más pedirle un poquito de discreción. Está claro que no es que las vaya buscando pero…

Tips chasqueó la lengua y suspiró.

- Tiene más años que tú y que yo juntos, Dew.- rezongó.

- ¡No le digas eso a la cara!- rió este de buena gana.

Olsen, el “ofendido” jugador de cartas, les escuchó y decidió sentarse a su mesa. El compañero de partida se les unió.

- Anda, trae esas cartas- dijo Chuck.

Era mejor no pensar en ello y todos estuvieron de acuerdo. Se barajaron las cartas y se repartieron entre los cinco. Chuck se levantó para servir otra ronda los jugadores y volvió para unirse a la partida. Jugaron al póker y apostaron duro. En algún momento de la partida la pequeña Lola pasó por el bar, se aupó para ver la mano de cada uno y se marchó carcajeándose con su risilla de hada de la hombría resentida de sus compañeros. Groban, por su parte, hizo una aparición estelar por aquella parte de la estación y en cuanto vio la partida y comprendió lo que sucedía, regresó al taller.

Cuando iban por la cuarta ronda la música de la habitación del fondo enmudeció y el chasquido de la puerta de rastrillo se escuchó desde el bar. Los cinco aferraron con fuerza sus cartas y jugaron con audacia y ferocidad. Al cabo de unos instantes, una bonita draenei de cortos cuernos y oscuras coletas vestida con un mono de trabajo apareció por el pasillo con las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes. No se detuvo al pasar por el bar, sus cascos marcaron un alegre compás mientras cruzaba la pequeña sala en dirección a la puerta y dejaba que se cerrara tras ella.

Las apuestas fueron más fuertes. Tips vio por el rabillo del ojo como Olsen enrojecía hasta que su rostro adquirió el mismo matiz que su pelo.

- ¿La enviada de Telaar?- gimió el humano, totalmente desmoralizado- ¡Me gustaba! ¿No podía dejar ni siquiera a esa?

El sacerdote suspiró, dejó sus cartas sobre la mesa y bajó de un salto de su banqueta. Iba a tener que hablar seriamente con Gandarin: su sorprendente magnetismo con el sexo femenino estaba suponiendo un duro golpe para la moral de la mayoría del equipo. No podía permitir que la cohesión del grupo se resintiera por algo así. Ni siquiera se disculpó con los compañeros por abandonar la partida. Dirigió sus pasos hacia el pasillo dispuesto a tener de nuevo la misma charla de siempre.

A la sombra de Karabor II


Cuando la pared de la montaña se deslizó de nuevo hasta su posición inicial, sobrevino la más absoluta oscuridad, pero Dewey ni siquiera activó los focos de su vehículo. Se limitó a conducir a oscuras un instante y al cabo de unos segundos una luz en el techo parpadeo errática, otra, y luego otra. Un zumbido amortiguado se empezó a escuchar a medida que el parpadeo quedaba fijo y pasaba de ser apenas un tenue resplandor a una luz cegadora que revelaba la auténtica extensión de la galería. A medida que avanzaba por el túnel de luz, el sonido metálico y amortiguado de una canción se fue superponiendo al zumbido de los halógenos y rebotando en las estrechas paredes hasta que llegó al garaje. Aguardaban allí otros vehículos: el triciclo de Tips, el armatoste volador de Lola e incluso la relampagueante Tormenta, toda cromo y acero. La inmensa mecajarly parecía estar pasando algún tipo de mantenimiento, puesto que las relucientes entrañas estaban al descubierto. La luz allí era más intensa todavía, como si estuvieran a plena luz del día, y permitía ver las paredes repletas de estantes y herramientas, algunos inmensos dibujos de dudosa moralidad y una diana destartalada con los dardos clavados de cualquier manera. En un rincón parpadeaban las pantallas grises de vigilancia, devolviendo la imagen del silencioso desguace visto desde diferentes ángulos. Allí la música sonaba con más estridencia que en la galería, con los grandes amplificadores negros colgados de las paredes. Olía a aceite, a grasa de motor y a bourbon y absolutamente todo estaba cubierto de hollín. Dewey apagó el motor y bajó de un salto de su vehículo.

Groban apareció por la portezuela que se abría en uno de los laterales de la sala. El enano llevaba el mono manchado de grasa, un soplete en la mano y la máscara levantada sobre el rostro a modo de visera. Contempló al recién llegado con buen humor

- ¡Vaya! ¡El regreso del hijo pródigo! - exclamó con su voz ronca de aguardiente y una sonrisa salvaje en los labios- ¿Qué tal la caza, hermano?

Con un tirón, Dewey se sacó el casco y las gafas de piloto mientras se acercaba al mecánico jefe. Como humano no era excepcionalmente alto, pero Groban era casi un titán para su raza y aquello les permitía mirarse desde una misma altura.

- Las jodidas bombas lapa de Lola casi consiguen que muera aplastado.- gruñó de mal humor sin detenerse, en dirección a la puerta- Y mi coche casi se queda en el sitio para sacarme de allí. Necesito que le eches un vistazo, no quiero que me deje tirado en la próxima partida. Por cierto, hay un mirón averiado.

Groban arqueó las cejas y se volvió hacia la pared de las pantallas. No había ninguna apagada.

- ¿Dónde?- inquirió el enano frunciendo el ceño y observando atentamente las imágenes de seguridad.

El piloto humano volvió sobre sus pasos, observó un instante la serie de pantallas y acabó por señalar una en concreto con el dedo índice. La imagen devolvía una de las galerías del desguace. El objetivo parecía estar inmóvil sobre una superficie lisa surcada por una gruesa línea blanca.

- Este.- sentenció señalando una parte de la imagen- Está ahí quieto, encima de la vieja planeadora. ¿Lo ves? Pasé por delante al llegar y ni siquiera se movió. Sigue grabando, pero no se mueve. Hay que sacarlo de ahí.

El enano se encogió de hombros.

- Qué remedio.- suspiró anotando un número de serie en una pequeña hoja de papel.- Daré el aviso para que el próximo que pase por allí me lo traiga. Tendrá que echarle un ojo Gandarin, esos cacharros del infierno no son mi especialidad.

Dewey asintió y se encaminó de nuevo hacia la portezuela.

- ¿Dónde está Lola?- inquirió desde el umbral, ya con un pie fuera del taller.

- De caza- Groban se había bajado ya la máscara de protección y se arrodillaba a los pies de la mecajarly de Gandarin, soplete en mano. Su voz sonaba amortiguada y con toques metálicos, pero el piloto ya se había empezado a alejar por los pasillos metálicos de modo que no escuchó el resto de la respuesta.

Aquella zona de la estación era más oscura y angosta que el resto, con apenas unas pocas luces de emergencia colgadas del techo a lo largo del pasillo. La música del taller allí era solo un rumor sordo y los pasos despertaban ecos metálicos contra el suelo. Pronto el anexo metálico terminó y llegó hasta la infraestructura original, de sólida piedra gris. El zumbido de la electricidad estaba en todas partes, gracias a los focos halógenos y lámparas que permitían que la estación no se sumiera en la oscuridad del subsuelo. El pasillo tenía puertas metálicas a ambos lados cada pocos metros. La mayoría estaban cerradas, pero como siempre la Capilla estaba abierta. Decidió asomarse un momento a saludar.

La Capilla era una sala pequeña, una de las pocas que habían resistido el paso del tiempo y que seguía entera, con sus gruesas paredes de piedra. A diferencia del resto de la estación, esta estaba casi a oscuras, con un racimo de gruesas velas blancas alumbrando en un rincón sobre una pila de libros y un flexo de luz blanca sobre una mesa. Había estanterías con libros y rollos de papiro cubriendo casi todas las paredes. Olía a incienso y a tabaco allí, y el único sonido era un murmullo monótono en un extremo de la sala, interrumpido únicamente por algunos gruñidos y maldiciones malsonantes. Por supuesto, la Capilla había empezado siendo un nombre irónico pero lo cierto era que con el tiempo había acabado revelándose como un nombre de lo más apropiado. Insospechadamente, en aquella sala había Luz.

- ¿Hola?- llamó Dewey asomándose desde el pasillo y golpeando con los nudillos el marco de la puerta - ¿Se puede, reverendo?

Le respondió el familiar chasquido y zumbido del láser, seguido de un intenso aroma a cigarro puro.

- Vete a la mierda, Dewey.- siguió una voz hastiada desde la mesa situada al fondo de la sala.

Sabiendo que aquella era la única bienvenida que cabría esperar, el piloto entró en la Capilla y la cruzó en dos largas zancadas hasta llegar a la mesa. El reverendo estaba allí, con su testa verde inclinada sobre la mesa a la luz del flexo. Tips era uno de los más antiguos miembros del equipo- uno de los fundadores, de hecho- un goblin verde oscuro, pequeño y malhablado, un genio de la mecánica con muy malas pulgas pero con una mente incisiva e insospechadamente tocado por la Luz y unas cuantas décadas de experiencia. En aquella ocasión estaba bendiciendo una nueva tirada de munición en paquetes de doscientos cartuchos, trazando los gestos tradicionales de la bendición con una mano mientras con la otra tomaba los paquetes de munición y los iba a pasando al otro lado una vez consagrados. Los rezos de la invocación brotaban de los labios oscuros del goblin como un murmullo hastiado y monótono mientras un cigarro puro encendido descansaba en un cenicero de lata sobre la mesa.

- ¿Qué, como va la tarde?- inquirió Dewey sentándose en una banqueta junto al sacerdote.

Tips hizo un gesto indicándole que aguardara un instante, murmuró apresuradamente el final de una bendición y dejó el cartucho en el montón adecuado. Sus gruesos dedos verdes buscaron el cigarro puro que esperaba en el cenicero y le dio un par de caladas antes de suspirar ruidosamente. El humo formó aros grises en el aire que Dewey contempló hasta que se desvanecieron.

- Estoy de la munición hasta los cojones.- declaró el reverendo al fin- Al próximo que me traiga un cargamento de munición, le meto los cartuchos por el culo.

Dewey podía entenderlo: como piloto, pasaba la mayor parte del tiempo de caza allí fuera, bajo el extraño cielo de Sombraluna, entre la lava, los demonios y las explosiones jugándose la vida, pero Tips, como genio de la mecánica y único miembro consagrado del equipo, tenía que pasar muchas horas encerrado en la Capilla con aquellas labores “administrativas”, dispensando Luz como si fuera una máquina expendedora. Le palmeó el hombro solidariamente, gesto que consiguió que el goblin le expulsara el humo de la última calada en toda la cara.

- Guárdate tu condescendencia.- gruñó el sacerdote con mala cara, luego escupió y dijo- Necesito una cerveza.

Se pusieron en pie al unísono, aunque Tips tuvo que impulsarse un poco para llegar al suelo. Dewey se abstuvo de hacer ningún comentario a su costa: el reverendo estaba de mal humor y tenía buena mano con los explosivos, de manera que era mejor no hacerle enfadar. Salieron de la Capilla pero no tuvieron que caminar mucho: el pasillo terminaba en un umbral sin puerta que daba al bar.

A la sombra de Karabor I

Las bombas lapa estallaron con un retraso de tres segundos, permitiendo así dos cosas: que el demonio se acercara tanto como para poder oler el hedor a azufre de su aliento, y que el coche de Dewey quedara justo debajo del bicho para cuando se le abrieron los boquetes en el abdomen y las rodillas y empezó a caer a plomo desde las alturas.

- ¡Joder!- bramó el viejo piloto clavando los talones en el acelerador, provocando un sonido estruendoso y una peste terrible a neumático quemado.- Joder, joder, joder….

El cambio de marchas entró a la primera y el pequeño bólido se lanzó hacia delante con tanto ímpetu que su conductor se aplastó contra el respaldo del asiento con un jadeo. La inmensa mole del demonio caía sin freno proyectando una sombra cada vez más grande en el suelo pedregoso mientras Dewey se dejaba el caucho en el sitio tratando de salir del cerco oscuro que crecía a gran velocidad. Se libró por los pelos: el cuerpo del demonio se desplomó con un sonido parecido al de una explosión y la onda expansiva fue tan grande que por un momento Dewey tuvo que pelear con el volante para no acabar precipitándose en un foso de brea ardiente, y hacerlo frenar de manera tan brusca que derrapó violentamente, deslizándose aún unos metros bajo el cielo negro y verde del Valle Sombraluna. Cuando por fin se detuvo, Dewey inspiró profundamente y expulsó el aire en tres golpes secos. Aquellas bombas lapa por poco le habían costado la vida y él sabía dos cosas seguras: El coche no aguantaría otra huida como aquella sin pasar una puesta a punto. Y él iba a matar a Lola.

Metió primera, piso el acelerador, y emprendió el camino de vuelta al refugio.

***

Vistas desde el aire, las ruinas eran solo el triste esqueleto de algún tipo de edificación draénica repleta de chatarra y restos de máquinas de guerra, recostada contra la ladera de la montaña. Predominaba la estampa el inmenso cuerpo a medio desmontar de un atracador vil y varios lanzagujas de los elfos del Sagrario de las Estrellas. Todo sin excepción estaba inhabilitado para el funcionamiento, ya fuera por falta de piezas imprescindibles o siniestro total de las existentes. Viendo las ruinas desde más cerca, uno podía distinguir los pedazos de máquinas de menor tamaño: helicópteros en ruinas, tanques enánicos, piezas de triciclos goblin y picos destartalados de mecanopíos gnómicos. Había cables, tuercas, viejos transistores, condensadores, motores obsoletos, hélices partidas y la carcasa de un par de misiles. El desguace estaba recogido contra un recodo de la montaña que hacía las veces de muro de contención para tanta cantidad de chatarra y basura. Cada cierto tiempo siempre aparecía alguien, ya fuera de los Martillo Salvaje, de los orcos, de los elfos o de los draenei remolcando con una cafetera ruidosa los restos de chatarra que entorpecían la lucha en el este, a las puertas del Templo de Karabor. Ellos llegaban, soltaban los cables en el primer lugar donde pudieran dejar su basura se marchaban de nuevo, y de esta manera el desguace había crecido hasta convertirse en una diminuta ciudad con sus estrechos corredores entre los afilados bordes de la chatarra, con sus rascacielos viles y sus callejones oscuros.

Pequeñas criaturas habitaban el desguace. Se decía que habían acabado acudiendo por la gran concentración de chatarra y que mordisqueaban la chapa y observaban a los que se acercaban con unos inmensos ojos amarillos antes de escabullirse ágilmente en algún boquete abierto en el metal. Nadie sabía lo que eran y aunque nadie había visto nunca uno de cerca, nunca habían atacado a nadie y habían acabado por ignorarlos.

Dewey conducía por los siniestros corredores del desguace, con el rugido de su coche retumbando en los cientos y cientos de capa de metal que conformaban aquel ecosistema. Los pequeños habitantes del desguace le observaron con desinterés mientras pasaba de largo y conducía su vehículo por los pasillos más oscuros, bajo el oscuro cielo de Sombraluna, internándose más y más en las profundidades el desguace.

Visto desde arriba, un ojo atento hubiera podido distinguir una precaria edificación todavía en pie, solo una discreta muralla y dos torres cerrándose sobre un pequeño patio desierto. El ojo avizor también hubiera podido ver como el coche del viejo Dewey se deslizaba en el pequeño patio con su ruidoso motor alborotando y aguarda. También hubiera visto como la pared de la montaña que cierra la muralla se abría arrojando sobre el patio una intensa luz azul. Hubiera visto como el coche se internaba en la luz y como la montaña volvía a cerrarse tras él, dejando de nuevo el patio desierto. Pero no había ojo avizor, nunca hay nadie que espíe desde arriba, y esto sucedió sin testigos en lo más profundo del desguace.


Interludio- Dalaran VII


El vino tinto se deslizó por su garganta como una explosión de sabor y una caricia. La luz de las velas proyectaba sombras danzarinas en el marmóreo suelo del balcón mientras a sus pies, la ciudad de Dalaran resplandecía como una joya en la noche.

- Una vista arrebatadora ¿Verdad?- la voz de Gades rompió el silencio a su espalda y oyó sus pasos saliendo del salón para unirse a ella.

Celebrinnir, que estaba inclinada sobre la balaustrada, apenas volvió el rostro para verle acercarse. Tal vez el vino había cumplido su misión, tal vez había acabado acostumbrándose a su presencia durante las dos cenas que habían compartido ya, pero lo cierto es que le vio acercarse, en su sobria y elegante túnica azul noche, con el largo cabello negro apenas recogido, y con los brillantes ojos azules destacando en la casi penumbra del balcón, y no sintió ningún tipo de conmoción ni inquietud. Se enderezó y se volvió hacia él.

- Y una cosecha excelente- reconoció alzando la copa hacia su anfitrión antes de dar un nuevo sorbo.

Gades correspondió al gesto con su propia copa y se situó junto a ella, contemplando la ciudad a sus pies. Ambos se volvieron hacia la balaustrada. De algún lugar de la noche ascendía la triste melodía de un violín. Celebrinnir supo que de algún modo aquel balcón y aquella alta torre hacían sentir a Nicodemus Gades como algún tipo de dios contemplando a los mortales. Sonrió para sí. Tenía experiencia tratando con dioses. El elfo percibió su gesto.

- ¿Algún pensamiento agradable?- inquirió con voz queda sin dejar de admirar la ciudad.

Celebrinnir dejó escapar el suspiro de una sonrisa y recogió su copa contra el pecho mientras observaba la aurora boreal recortada sobre la ciudad.

- Pensaba que podría acostumbrarme a vivir rodeada de tanta belleza.- dijo, y aunque su voz fue casi un susurro, no mentía.

- Siempre podéis regresar.- dijo él al cabo.

No contestó, pues aquella afirmación tenía doble filo. Habían hablado sobre ello durante la cena, rememorando la grandeza de Quel´thalas y de la delirante belleza de Zin´Azshari, sin embargo Celebrinnir no supo si se refería a Lunargenta o a aquel mismo balcón, a Dalaran. Decidió apostar por la primera opción.

Negó con la cabeza.

- Quel´danas es mi hogar, he consagrado mi vida a la Fuente del Sol. – dijo suavemente, y se dio cuenta de que debía explicarse- No se trata de necesidad, esa es una lección que todos tuvimos que aprender con dolor hace mucho tiempo. Fui consagrada a Belore siendo muy joven y no conocí otro hogar que Quel´danas durante casi toda mi vida. Los años que pude pasar en Quel´thalas son demasiado lejanos, demasiado pocos como para poder contemplarlos como algo más que un recuerdo difuso. Pero recuerdo Quel´danas, la tengo grabada a fuego en la memoria. Estaba en Quel´danas cuando el mundo se rompió en pedazos y estuve en Quel´danas cuando el profeta Velen nos devolvió la Fuente, la cordura y la esperanza. No es ansia de magia, no es fanatismo. Creo que se trata más bien de fidelidad. Quel´danas tiene un ancla para mi espíritu como no lo ha tenido ningún otro lugar en el mundo. Vaya donde vaya, haga lo que haga, siento que gravito hacia ella. Sí, creo que podemos hablar de devoción, de devoción absoluta para lo que Quel´danas significa para nosotros. Para lo que significa para mí.

Enmudeció, sintiendo que se exponía con cada palabra que decía. Al ordenar y pronunciar en voz alta sus sentimientos hacia la Isla, había comprendido su magnitud. Una calidez insospechada se instauró en su pecho al pensar en las altas cúpulas y los amplios jardines de Quel´danas. Junto a ella, Gades guardó silencio instante, meditando sus palabras o tal vez reconduciendo el hilo de sus pensamientos.

- ¿Y vuestra familia?- preguntó al fin sin apartar la vista de al ciudad.

Celebrinnir rechazó los rostros de los muertos: de Duriner y de Olena, de Nevena y Autindana. Pensó en Iranion y en Leriel, y en Bheril y en Nana, con los que no compartía sangre pero a los que consideraba tan próximos como hermanos. Pensó en como los había perdido a todos. Inspiró profundamente y se acercó la copa a los labios sin llegar a beber. Se dio cuenta de que aunque sabía que él estaba a su lado, hablar mirando a la ciudad dormida le inspiraba una cierta sensación de libertad, de anonimato.

- No tengo familia.- dijo en un murmullo- Solo quedo yo desde el momento en que se decretó que debería acudir a Quel´danas para consagrarme a Belore. Creo… creo que es mejor así.

Así no sentía un dolor lacerante cuando pensaba en ellos, cuando su mente revivía una y otra vez la inmolación de Autindana y sus hijos, cuando escuchaba una y otra vez la voz de su madre rota, desesperada, relatando una y otra vez e incapaz de parar, la ejecución de Nevena, como se la habían llevado, los gritos de la tortura. Sí, era mejor así.

Interludio- Dalaran VI

viernes, 11 de noviembre de 2011


Al día siguiente se encaminó, como era ya costumbre, a la Ciudadela con la salida del sol. No le paso desapercibido que en esta ocasión los guardias de la puerta no solo no preguntaron, sino que parecieron cuadrarse a su paso. ¿Quería decir aquello que tener la atención de Nicodemus Gades borraba los prejuicios de sus primos lejanos? Pensó en ello de un modo práctico ¿Por qué no? ¿No era el archimago una personalidad relevante en la sociedad de Dalaran? ¿No era uno de los elfos más antiguos sobre Azeroth y además un poderoso hechicero? Si él podía aceptarla ¿Quiénes eran los demás para mirarla con desdén? Aquel pensamiento hizo que se irguiera con dignidad al pasar entre las dos amplias hojas de la puerta. La inquietud que había sentido la noche anterior con la invitación de Gades se había desvanecido con las luces de un nuevo día y llegaba dispuesta a terminar de revisar los tomos que faltaron el día anterior antes de poder decidir si emprendía la búsqueda con otros criterios o si ya no valía la pena permanecer en Dalaran.

Atravesó el portal y se dirigió con paso presto hacia su mesa de trabajo y esta vez un orbe de la galería captó su determinación y flotó hasta colgarse sobre su hombro. La pila de libros por consultar seguía allí, mientras que aquellos que ya había leído habían sido retirados. No dejaba de sorprenderle, puesto que no descartaba haber sido la última persona en abandonar la biblioteca la noche anterior y era temprano todavía para que los bibliotecarios hubieran emprendido una batida en busca de libros fuera de su lugar. Tal vez tuvieran un hechizo maestro que recogiera todos los libros en sus respectivos estantes pero entonces ¿Cómo discriminaban los que habían sido apartados para seguir leyendo en otro momento? Tendría que pensar en ello más adelante, por si fuera posible aprenderlo para ponerlo en práctica en la biblioteca de su tío. Con este pensamiento tomó el cuaderno que aguardaba en la cima de la pila y comenzó su jornada de trabajo.

De nuevo pasaron por sus manos pequeños libros o supuestos testimonios sobre el trato con demonios, la mayoría de corte moralista por los sacerdotes humanos de la Iglesia de La Luz. Encontró también un grabado de título “La Danza de las Setecientas Noches” y que representaba, con gran detalle, las tantas posiciones de la cópula que eran, según su autor, posibles con un súcubo. Celebrinnir lo miró, enrojeció violentamente, lo apartó a la pila de libros descartados, lo miró desde allí con suspicacia, lo volvió a coger casi furtivamente, lo miró más atentamente y acabó saliendo de la Ciudadela para que le diera un poco el aire. Cuando regresó a su mesa, situó el grabado debajo de toda la pila de libros descartados y se negó a volver a mirar en aquella dirección.

Repasaba con más tranquilidad el resto de folletos y cuadernos restantes cuando un cuadernito no demasiado diferente a aquel que había revisado en primer lugar, llamó su atención. Era pequeño, de encuadernación simple y cosido con una cinta, y no le hubiera prestado más atención de no haber pronunciado el título en voz alta.

Avurael y otros mitos sobre la fertilidad

Avurael. El nombre casi le hizo dar un respingo cuando brotó de sus labios. Su sonido despertaba ecos de sueños terribles y de pronto sintió que no debía pronunciar aquel nombre de nuevo en voz alta. Abrió el cuadernito casi con temor y comenzó a leer. Aunque tenía el corazón en vilo mientras leía, el texto no resultó tan revelador como había podido esperar, aunque no estaba exento de cierto interés.

Se trataba en realidad del estudio de campo de un investigador cultural acerca de ciertas tradiciones y creencias de los Vrykul, el pueblo de gigantes salvajes que habitaba Rasganorte. Celebrinnir había oído hablar de ellos a los comerciantes que pasaban por Quel´danas. Según el ensayo, los primitivos Vrykul daban diversos nombres a sus deidades y también a los espíritus malignos, aunque a veces y dada la amoralidad de sus dioses, era difícil distinguir unos de otros si es que había diferencia. Sorprendentemente una de aquellas divinidades era Avurael, a la que representaban como una figura femenina de espesos cabellos rojos y ondulantes. En su mente vio el cabello llameante de Aelaith, la salvaje melena de Abrahel en su sueño, que parecía tener vida propia. Tuvo que reprimir un escalofrío antes de seguir leyendo.

Según las tradiciones de los Vrykul, aquel ser mitológico era concubina de un dios de las profundidades marinas pero tras ser despechada a favor de otra esposa y perder su corona, abandonó el mar y se solidarizó con los que como ella eran víctimas del amor: los cornudos, las engañadas, los enamorados no correspondidos, las despreciadas, los que vivían sometidos bajo un afecto opresivo y alienante, los dependientes, las posesivas. A esta deidad se dedicaban las plegarias para conseguir el amor deseado, para lograr separar al amado de la rival, etc. Como si se tratara de una broma macabra, también se le pedía para la concepción y el buen fin de los embarazos y los partos.

El texto no seguía mucho, pero llegado a aquel punto había tenido que dejar de leer. Se sentía invadida por un ligero malestar que se convirtió en una sensación de opresión en el pecho. Esta vez recogió sus cosas y abandonó la biblioteca tan rápido como podía sin echar a correr.

Interludio- Dalaran V

jueves, 10 de noviembre de 2011


Celebrinnir subió ágilmente la gran escalinata que llevaba a la Ciudadela, sujetando con delicadeza la orilla de su toga para no tropezar. El sol empezaba a despuntar por el este, estirando las sombras de esculturas y edificios de manera antinatural y desmenuzando la sutil niebla que se tejía sobre la ciudad cada noche. En apenas unos segundos el día se abrió paso sobre Dalaran, con la luz del sol reflejándose infinitamente en las miles de facetas de los árboles del Bosque Canto de Cristal. Siempre había gustado de comenzar su día con la claridad previa al amanecer, pero aquí aquella costumbre cobraba una cualidad casi mágica cuando la ciudad estaba dormida y en silencio, amparada en la sombra que proyectaban las montañas circundantes hasta que la luz del sol estallaba en el bosque, anunciando un nuevo día.

Llegó a lo alto de la escalinata y los guardias le permitieron el paso sin más preguntas: era el tercer día que acudía a la biblioteca y ya la reconocían. Cuando atravesó la puerta la recibió la fresca penumbra del interior pero tampoco allí se detuvo, emprendió con paso ágil el ascenso por la segunda escalera, despertando ecos sordos en la sala vacía, y se dirigió al brazo derecho donde aguardaba un discreto portal que brillaba con un resplandor tornasolado. Al otro lado, la sólida pared de la torre cerraba el paso pero, sabiendo ya como proceder, Celebrinnir no se detuvo y atravesó el óvalo.

La clara luz del día la cegó un instante y cuando alzó la vista vio las paredes tan altas que el techo se perdía en las sombras de las alturas, y tan largas que no podía ver el final. Las estanterías cubrían absolutamente toda la superficie y cada cierta distancia podía ver las escaleras de mano que permitían el acceso a los niveles superiores, aunque estas no se usaran. Una gruesa alfombra violeta cubría el suelo y amortiguó el sonido de sus pasos cuando comenzó a avanzar por la galería. Había mesas repartidas por la sala, iluminadas por discretos orbes mágicos, pero como era temprano, solo los bibliotecarios se deslizaban silenciosos entre los estantes. Los primeros libros habían empezado a volar desde los mostradores hasta sus estantes en las alturas y parecían extraños pájaros volando en el amanecer.

Aunque era ya el tercer día que accedía a la biblioteca, Celebrinnir no podía evitar sentirse sobrecogida por su grandeza. Durante toda su niñez había disfrutado de largas horas en la biblioteca familiar, que era el resultado de la dedicación de la estirpe Lerathien desde los albores de la historia, una sala tan grande que se había sentido humilde y pequeña. A lo largo de su juventud había conocido la excelsa biblioteca de la Isla de Quel´danas, que multiplicaba la colección de sus ancestros cien veces y cuyos lujos no podían compararse a ninguna otra, una obra maestra de la arquitectura mágica. Había conocido las luminosas pero sobrias bibliotecas de los Shatar y de los Aldor en Shattrath, bajo aquellos cielos imposibles abocados al vacío, bibliotecas que hablaban de otros mundos y magias desconocidas, y de enemigos tan terribles como fascinantes. Y Karazhan, ah, Karazhan, una biblioteca laberinto tan sombría como genial en su diseño con sus puentes y sus arcadas cada vez más alejadas del suelo, con sus pasadizos secretos y sus fantasmas y aquella presencia opresiva y oscura. Y ahora Dalaran como una antítesis a todo lo que había sido Karazhan: Dalaran, amplia, diáfana y luminosa, con aquel aroma a ozono y a papel, con los orbes flotando sobre las mesas como delicadas pompas de jabón y los magos de claras togas deslizándose sobre la alfombra como espectros. Tan grande era aquella biblioteca que su principal corredor, tan amplio como una avenida, continuaba hasta perderse en una lejanía difuminada por la luz. Nadie podría imaginar desde el exterior que semejante edificio se encontraba en el interior de la delicada Ciudadela, y ni la misma Celebrinnir sabía a ciencia cierta si se encontraban acaso en un plano paralelo o en una misma dimensión. Y aunque no pudiera verse ventana alguna, pues todas las paredes estaban cubiertas de estanterías, toda la biblioteca parecía bañada en la clara luz de la mañana. Evidentemente aquello tendría su explicación en la magia inherente a aquel estado gobernado por el Kirin Tor, pero de nuevo era tan diferente del uso de la magia en su patria en el norte que no podía evitar sentirse maravillada: el espíritu humano era, en su imperfección, sugerentemente fresco.

Celebrinnir se sentía secretamente aliviada aquel día: aunque se sentía agradecida por la ayuda de Volgar y su influencia en la Ciudadela, no podía evitar sentirse incómoda por sus continuas atenciones. Afortunadamente el anciano mago había partido de la capital del Kirin Tor reclamado por sus responsabilidades y la sacerdotisa se había sentido en cierto modo liberada.

Llegó hasta un pequeño mostrador desde el cual un mago bibliotecario se afanaba en distribuir los libros acumulados frente a él haciéndolos ascender cual aves hasta las estanterías más altas.

- Buenos días, señorita Lerathien.- saludó cortésmente el hechicero- Hemos dejado en su mesa los últimos volúmenes.

Celebrinnir asintió: había proporcionado a los bibliotecarios unos criterios de búsqueda a partir de los cuales se había elaborado una lista de obras a consultar. Había agotado todas las entradas referentes a demonios, rituales y otros menesteres igual de sombríos. El término “sayaad” había servido igualmente para localizar algunos tomos interesantes pero no que no decían más que lo que ya le había contado Volgar durante su estancia en Karazhan. Había dejado para el tercer día los libros que más despertaban su escepticismo: algunas obras sobre folklore, antropología o historia que podían contener referencias o leyendas sobre las sayaad ya que, si según Volgar era necesario un sacrificio para invocarlas, alguien debía quererlas cerca para algo. Y si todas esas criaturas eran igual de pérfidas que Abrahel ¿No existiría registro alguno sobre sus maldades o sobre los incautos que requirieran su presencia?

Siguió caminando hasta la pequeña mesa que le había servido de estudio durante los últimos días. Estaba algo resguardada entre los estantes de manera que tuviera la privacidad necesaria para llevar a cabo su investigación. Sobre la mesa le aguardaba una precaria pila de libros, cuadernos e incluso algunas notas sueltas. Tomó asiento sin más ceremonia y de inmediato uno de los orbes mágicos que reposaban en las cercanías se iluminó y flotó hasta colgarse por encima de su hombro.

Cogió el primer libro, pero se trataba de una genealogía no necesariamente antigua de la que varios de sus miembros eran conocidos por tontear con las energías oscuras. Comenzó a revisarlo mientras su mente trataba de sacar alguna conclusión que se le hubiera escapado. ¿Por qué querría nadie atraer a un demonio de la Legión? ¿Por qué la había atraído Iranion en primer lugar? ¿Para pedirle poder? Volgar había relacionado su búsqueda en Karazhan con las sayaad por la similitud de los nombres que él conocía y el nombre de Abrahel. Pero Abrahel, como bien sabía, podía tener diferentes nombres. A ella misma había acudido bajo el nombre de Aelaith. Si había cambiado de nombre para acudir a ella, si en su sueño Iranion había requerido de ella que nombrara a Abrahel tres veces para permitirle poseerla… Sin duda, los nombres eran importantes.

Descartó el primer libro y cogió una nota, que era realmente un panfleto al parecer distribuido por la Iglesia de la Luz de los humanos, advirtiendo sobre los peligros de los tratos con demonios. Iba adjunto a la copia de un decreto según el cual el uso de las energías oscuras dentro del territorio de Ventormenta sería severamente castigado.
Fue estudiando los documentos que había sobre la mesa con una mayor sensación de pesimismo cada vez ¿Sería posible que, pudiendo tener apariencia mortal, aquellas criaturas borraran cualquier rastro que quedara de ellas? ¿Era por aquello que no había ninguna información útil en ninguna de las grandes bibliotecas mágicas de Azeroth?
Sus dedos pasaban las páginas con precisión, la vista fija en las páginas que se sucedían una tras otra hasta que se abstrajo tanto que apenas veía más que borrones salvo que sus ojos reconocieran las formas de algún nombre propio. Las horas pasaron en aquella luz inmutable que inundaba la biblioteca. De cuando en cuando algún miembro del Kirin Tor aparecía en su rincón y se disculpaba discretamente antes de desaparecer.

Estaba cogiendo el siguiente libro de la pila, un cuadernito pequeño cosido con una cinta, cuando una voz grave la sorprendió.

- Buenas noches, Venerable.

Un momento ¿Noches? Alzó la vista y se encontró con la alta figura de Nicodemus Gades a escasos metros de su mesa.

- Maestro Gades- saludó, sorprendida, dejando el pequeño cuaderno en la mesa frente a ella y sin saber como tratar al consejero tras la fría despedida de su primer encuentro.

El archimago respondió a su saludo con una levísima inclinación de cabeza, las manos elegantemente unidas a su espalda..

- No esperaba encontraros aquí- reconoció el elfo de cabello oscuro, y miró con curiosidad el discreto rincón en que se había instalado la sacerdotisa- Aunque pensándolo mejor ¿Qué lugar hubiera sido más apropiado para encontrar a la descendiente de Lothian Lerathien que una biblioteca? No, por favor, no os levantéis.

Celebrinnir, que había hecho amago de ponerse en pie para recibirle, agradeció la deferencia con una leve inclinación de cabeza y volvió a tomar asiento. Nicodemus Gades se acercó con paso medido y seguro.

- Vuestro abuelo, Venerable,- continuó el mago en tono casual cuando estuvo a una distancia más apropiada- también tenía la incorregible tendencia de olvidar el paso del tiempo si estaba rodeador de libros cuando era joven.

Nicodemus Gades le imponía un gran respeto, tal vez por su edad, tal vez por su posición en el gobierno de Dalaran. Aunque grave, su voz había perdido aquel acerado matiz que había conocido en el hall y sus ojos azules reflejaban interés y curiosidad a partes iguales, al parecer olvidada cualquier ofensa que pudo haberle inflingido en su presentación. Celebrinnir se ruborizó como si fuera una novicia descubierta en una falta y se sorprendió en la necesidad de explicarse.

- La biblioteca de la Ciudadela es realmente excelsa- se disculpó sin poder evitar bajar la mirada un instante.- Con esta luz tan clara, ni siquiera sospeché que el día avanzaba. ¿Tan tarde es ya?

El archimago sonrió con condescendencia y Celebrinnir se sintió al mismo tiempo disculpada e irritada por su propia sumisión.

- Hace horas que pasó el crepúsculo- le explicó Gades - Regresaba a mi estudio y me sorprendió ver que todavía quedaba alguien en la biblioteca. Vuestra búsqueda debe ser realmente apasionante para que el tiempo vuele tan deprisa.

Por supuesto, tenía razón. Celebrinnir no tenía por qué dudar de su palabra, ya que aquel mismo hecho le había sido constatado desde su juventud.

- Estaba repasando los últimos volúmenes que me señalaron los bibliotecarios- admitió, señalando el pequeño cuaderno que aguardaba en la mesa y la exigua pila que esperaba ser leída- Tenía tantas ganas de terminar que me olvidé del mundo.

Celebrinnir se dio cuenta de que los ojos azules de aquel elfo seguían tan resplandecientes como el día que le vio en el hall de la Ciudadela. Sintió una punzada al recordar que aquel mismo azul cobalto era el que había lucido ella en sus pupilas antes del Azote.

- Ya veo- asintió Gades, y se irguió para despedirse- En ese caso no deseo interrumpiros más, dejaré que sigáis con vuestro trabajo para que podáis retiraros cuanto antes.

Dudosa, Celebrinnir miró el cuadernillo y la pila. Si era tan tarde como decía, sería mejor dejarlo estar hasta la mañana siguiente. Se puso en pie.

- Lo cierto es que creo que me retiraré por ahora- dijo amontonando los libros ya consultados y volviendo a dejar el cuadernito sobre la pila en espera.- Os agradezco que os hayáis detenido para advertirme, Maestro.

Gades, que se estaba volviendo para marcharse, se detuvo para esperarla. Cuando estuvo lista, Celebrinnir le agradeció el gesto gentilmente y caminaron por la gran galería principal en dirección a la puerta. Charlaron con formalidad sobre temas banales, simples cortesías, hasta que atravesaron el portal resplandeciente y se despidieron al pie de la gran escalinata para partir en direcciones opuestas.

Celebrinnir se sintió aliviada cuando pudo por fin despedirse de aquel archimago que la hacía sentir continuamente evaluada, como si fuera una novicia, pero fue precisamente entonces cuando Gades pareció recordar algo y le hizo un gesto para que aguardara.

- Tengo entendido que el Archimago Volgar ha tenido que dejar la Dalaran por unos asuntos de la Ciudadela- dijo el mago con la seguridad y la tranquilidad de quien siempre tiene razón- De modo que supongo que ahora podréis disfrutar de algunas veladas para vos.

No pudo hacer otra cosa que asentir con toda la elegancia que podía reunir. Era verdad que durante su estancia en Dalaran, Volgar había monopolizado sus cenas. En realidad, más que sus cenas: su compañía al completo. Gades asintió, como si realmente hubiera requerido su confirmación para algo que a todas luces ya sabía. Celebrinnir se preguntó si la estaba vigilando de algún modo o si ese pensamiento era meramente petulante.

- No siempre recibimos, aquí en Dalaran, a tan ilustres visitantes de la Isla Sagrada.- continuó él, concediéndole el cumplido, y ella agradeció la penumbra de la ciudad que ocultaba su rubor- Estaría muy complacido si accedierais a hablarme sobre nuestra tierra alguna noche, durante la cena.

Aquello la cogió por sorpresa. No entendía el interés que Gades pudiera tener en ella: los elfos del Kirin Tor eran en su mayoría Quel´dorei que habían rechazado a Lunargenta en algún momento: ahí estaba la prueba de sus brillantes ojos azules. De hecho no le había pasado desadvertida la manera en que los guardias del Pacto de Plata la miraban cuando efectuaba sus paseos por la ciudad. Cualquier tipo de reunión privada con Nicodemus Gades le intimidaba lo suficiente como para que deseara ofrecer todo un abanico de las elegantes excusas que había aprendido en la Isla, pero si había consentido que Volgar monopolizara sus noches por completo cuando era solo un anciano humano que creía ver en ella el eco de su amor perdido ¿Cómo iba a negarle a uno de los Consejeros del Kirin Tor, que era además un viejo camarada de su antepasado, una sola cena?

Concedió inclinando elegantemente la cabeza. Se negó a aceptar que se estaba humillando, no, no ella.

- Será un placer, Maestro- dijo formalmente- Quedo a vuestra disposición, solo mandad un mensajero al Juego de Manos y os haré llegar mi respuesta.

Una nota de diversión pareció brillar en los ojos del mago al escuchar el nombre del alojamiento de Celebrinnir, pero nada dijo al respecto, sencillamente asintió elegantemente.

- En ese caso que descanséis, Venerable- dijo con aquella voz grave y aquella mirada más grave todavía- Os mandaré un paje.

Ella se inclinó en una discreta reverencia a modo de despedida.

- Buenas noches, Maestro.

El inclinó la frente un ápice.

- Buenas noches, Venerable.

Se separaron entonces, caminando en direcciones opuestas. Celebrinnir se dirigió enseguida hacia el Juego de Manos, tratando de no acelerar el paso. Se sentía halagada, humillada y rabiosa a partes iguales. Ella era Celebrinnir Lerathien, Sacerdotisa de la Fuente del Sol y del Sol Devastado ¡No tenía por qué sentirse como un cervatillo ante las fauces de un lobo! Y sin embargo algo le decía que no era más que eso. No era tan imprudente como para ver como sus fauces se cerraban sobre ella.