VII

miércoles, 21 de noviembre de 2007

La maleza palpitaba; podía sentirlo en la humedad del cenagal, en la neblina insalubre que lo llenaba todo. En los árboles y sus raíces, los fuego fatuos bailoteaban sobre las aguas. La música de la ciénaga sonaba amortiguada entre los troncos hinchados de humedad y los roncos sonidos que las alimañanas que lo habitaban parecían una siniestra orquesta de bienvenida.

- Mal camino.- escupió el hombre en voz baja, apretando contra su pecho el fardo envuelto en lana que llevaba amarrado.

No era falso, desde luego: a sus pies, el suelo embarrado parecía hambriento por cada paso que daba, engullendo sus botas hasta media caña y amenazando con tragárselo entero en alguna de aquellas letales trampas de barro y arena. Avanzó con cuidado, maldiciendo entre dientes por no haber llevado consigo más que aquel pequeño cuchillo, más como obsequio del que no quería desprenderse, que como arma. Sin embargo allí estaba y ya no podía regresar; al cruzar la última puerta, todas sus acciones habían tomado una única dirección: cumplir su promesa. ¿A donde iba? Tampoco lo había decidido antes de marchar y ni siquiera ahora lo sabía. Por ahora bastaba con alejarse de aquellos fanáticos del Círculo hasta donde no pudieran seguirle.
¿Qué haría después?¿Debía permanecer allí o regresar?

¡Maldición! Nunca habría creído que en los apacibles bosques de Claro de la Luna pudiera residir tanta maldad, ni que entre las tranquilas gentes del Círculo Cennarion pudiera ver un colectivo tan oscuro, pérfido y endogámico como los Caern Visnu. Solo había visto a Finarä una vez pero sabía de su poder y casi podía ver el Robledal Sagrado en llamas y a la Hija del Roble defendiendo su santuario con sangre y lágrimas para al final ser sometida a la más absoluta negación de su persona. La crueldad con la que había sido tratada incluso después de muerta era más propia de los demonios del Vacío que de los druidas que defendían una paz ficticia... Dishmal se lo había contado. Durante la noche, una muchedumbre de druidas devotos liderados por un seguidor del venerable Vigía de las Estrellas penetraron en el Robledal armados con antorchas. Finarä se defendió y no pocos cayeron bajo sus poderosas garras, pero eran muchos y nadie se atrevió a ayudarla. El temor se impuso y de esta manera los fanáticos del Caern Visnu pudieron herirla de muerte. Y allí, a la vista de todos, cuando ni tan siquiera podía mantenerse en pie, le...
Apretó puños y dientes con fuerza. ¡Malditos fueran siete veces los druidas y sus estúpidos dogmas!
Y allí estaba él, que jamás había cruzado una palabra con la Hija del Roble, huyendo del Caern Visnu para ocultar su último legado. ¿Cuanto tiempo llevaba caminando? ¿Habían sido cinco meses o solo tres días? Imposible de saber, dadas las circunstacias.
Dio dos golpecitos suaves en el fardo que llevaba amarrado al pecho y se abrió paso entre la maleza, rasgando las lianas y las raices con el pequeño cuchillo.



La sombra acechaba varios metros por detrás, oculta entre las raices y los frondosos helechos de la ciénaga, con el paso seguro que solo otorgan a aquellos mas oscuros que la propia oscuridad, a aquellos que atraviesan el aire como si sus pies besaran el suelo sin levantar un murmullo. El pelaje negro estaba perlado de humedad y dos ojos brillantes y dorados registraban todo a su alrededor: la presa, la competencia y la via de escape. Su presa se sabía acechada y aquello no hacía más que dar más emoción a la caza ¿Se resistiría su objetivo? ¿O lucharía por su vida, calentando la sangre que pronto le mancharía el hocico?

Le seguían, podía sentirlo. No oía más que el sordo rumor de la ciénaga, pero casi podía sentir los ojos clavados en su nuca, como un dedo constante golpeteando su hombro. Ciñó el fardo contra su pecho y apretó el paso sin guardar el cuchillo. Un susurro de la maleza a su espalda y su perseguidor estaba más cerca y aún así invisible. Un escalofrío helado pero familiarle recorrió la espalda: aún no había olvidado las largas rutas con Leo por parajes en los que era mejor no entrar y de los que era bastante improbable salir... Pero entonces había estado armado ¡Maldición! E incluso sin armas, sus brazos habían sido lo bastante fuertes como para partir los huesos de un hombre con un poderoso abrazo... Y ahora, la tranquila via del trabajador había vuelto torpes sus pasos y, aunque seguía teniendo una envergadura impresionante para su edad, sentía que su fuerza había menguado y no quería arriesgarse a comprobarlo. En cualquier otro lugar hubiera intentado trepar, aunque aquello implicara detenerse en el acecho, pero sabía que en aquel paraje, las ramas de los árboles oscuros eran tan inseguras como la tierra cenagosa. Allí, incluso los depredadores eran perseguidos y atacados por cazadores todavía más temibles. Con cuidado, estrechó contra su pecho el fardo mientras aceleraba el paso.

Tras él, el susurro se hizo más audible pese a ser casi imperceptible: el paso leve y ligero de una sombra de ojos amarillos. No quería volverse, pero sentía en su interior la rabia que crecía. ¡Jamás había huído en un combate o dado la espalda a un enemigo! ¡Jamás! De todos modos ¿De qué servía escapar de aquel cazador si tras los árboles le acechaban decenas de alimañas aún más terribles? Pero ¿Y su promesa? Jamás la había formulado, pero sabía que la sacerdotisa podía leer en su alma la voluntad de llevar a cabo su autoimpuesta misión. ¡Y aunque no lo hubiera hecho! Liessel había entregado su vida aún a riesgo de perderla ¡Flaco favor le haría fracasando ahora! ¿Qué hacer? ¿Seguir adelante y morir? ¿O detenerse y luchar? Dirigió una rápida mirada al fardo y con un gesto rápido y firme lo desplazó hasta su espalda, al tiempo que se volvía, cuchillo en mano, para enfrentarse a su cazador.

La pantera se detuvo, casi fundida con la oscuridad circundante, con los dos ojos amarillos brillando como ascuas encendidas, calculando la situación. Tenía el pelaje negro y lustroso, y los poderosos músculos se adivinaban claramente bajo la piel. Quedó inmóvil y así permanecieron, cazador y cazado, evaluandose con la mirada.
Un paso leve a la derecha y la pantera imitó su gesto como un reflejo de sí mismo, casi rozando el suelo embarrado con el vientre, agazapada. Lentamente, giraron el uno entorno al otro en silencio, concentrados en el movimiento de su oponente. La hoja del débil cuchillo que sostenía en la mano reflejaba una luz misteriosa, proveniente de algún lugar fuera de su vista, como compitiendo con las dos joyas amarillas que brillaban desde el rostro de la pantera... No sentía miedo, solo rabia, rabia que crecía como una marea en su interior encendiendo sus músculos. La impaciencia regresó desde su juventud para acuciarle: era cosa de pícaros el acechar, Leo sabía como hacerlo. Pero él... Él era el grito que atraía al enemigo, la mole que cargaba precipitándose al combate. Solo deseaba comenzar ya y vencer o morir...

- Ya está bien de juegos.- siseó, y de su garganta surgió un rugido ensordecedor al tiempo que se abalanzaba sobre su enemigo, enarbolando el cuchillo.

La pantera contestó al rugido y se deslizó como una sombra hacia su izquierda, esquivando la embestida. Antes de que pudiera darse cuenta, sintió las garras afiladas desgarrando la carne de su pecho. Gritó y clavó el cuchillo, que se hundió en las sombras de aquel pelaje de pesadilla. La sangre le salpicó el rostro y no supo si era suya o de su enemigo: ambas eran cálidas y de olor metálico. De pronto se sintió más ligero y un escalofrío de terror le recorrió la espalda: apenas llegó a volverse para ver el fardo deslizarse hasta el suelo y caer con un golpe sordo.

- ¡No!- El grito deshizo su garganta cuando la pantera se abalanzó sobre el bulto envuelto y sacudió la manta con los dientes.

Se lanzó contra ella, lanzándola algunos metros más allá. Tan pronto como golpearon el sueldo con un sonido sordo, la bestia se apartó de un salto, fuera de su alcance, y le miró. Fue solo una fracción de segundo, un instante nada más, pero vio una sonrisa en aquella mirada maliciosa, un brillo inteligente que no correspondía a un animal, y comprendió.
Las palabras brotaron de los labios de la bestia como un maullido confiado.

- La Hija del Roble- dijo- debe morir...

La ira explotó en su interior y cargó de nuevo.

- ¡No la tendréis!- rugió, embistiendo a la pantera.

Sintió el cuchillo hundirse en la carne tibia, al mismo tiempo que comprendía, con una lucidez insospechada, que el dolor lacerante que le traspasaba el cuello era el augurio de su muerte. Hundió más el cuchillo en el cuerpo, y por un momento le pareció que el cuerpo del animal trataba de cambiar de forma, pero con un gemido ahogado, las patas cedieron y la mandíbula que le atenazaba la garganta aflogó su presa de acero. Y allí, tendida en el suelo embarrado de la marisma, la pantera murió, brotando de los labios felinos, como un maullido, de nuevo el terrible augurio.

Brontos tardó aún un instante en aflojar la fuerza con la que presionaba el cuchillo. Los músculos de los brazos le dolían, pero más aterradora era la debilidad que poco a poco invadía su cuerpo. La sangre manaba cálida y abundante de la herida del cuello y la vista comenzó a nublarse. Trató de ponerse en pie, pero la marisma giró a su alrededor y le pareció ver cientos de ojos brillantes que le observaban desde la espesura.

- ¡Marchaos!- rugió, pero la voz sonó débil, apenas un chillido.- ¡No la tendréis!

Se volvió hacia el fardo, que había quedado unos metros más allá: no se movía.

- Luz, no, no, no, no...- gimió con rabia, mientras trataba de arrastrarse hasta allí.- No, no...

Había sangre en la manta cuando la tocó, pero no sabía si era suya, del druida o si finalmente había fracasado en su misión. Rabia, rabia, frustración, y aquella ausencia total de energía que le entumecía entero. Cubrió el fardo con su cuerpo, sollozando de rabia, y cerró los ojos.

- Lo siento.- murmuró.

Su último pensamiento, fue para Irinna.

***

- Xantha era una sacerdotisa de la Iglesia de la Luz, una mujer devota, una esposa fiel, una madre amante. Ella encontró el cadáver en la ciénaga semanas después, en una incursión a la falla temporal adecuada. El cuerpo llevaba nada que le identificara, tan solo un torpe dibujo infantil plegado en el bolsillo. El dibujo representaba dos figuras junto a una luminosa puerta: una inmensa con una poblada barba, y otra diminuta cual duende, con el cabello tan encrespado que bien podría haber recibido una descarga eléctrica. "Tio Brontos y yo", rezaba el dibujo, con desmañada caligrafía infantil. E iba firmado: Irinna.

Por aquel entonces, Irinna Timewalker se había visto sobrepasada por los gastos de la posada. Había buscado más empleos para poder mantener la taberna y había fundado un sindicato para conseguir apoyo legal. En aquel momento había sido contratada como cantinera para servir en el ejército y pasaba mucho tiempo en Ventormenta. Allí la encontró Xantha, y cuando le tendió el dibujo, la muchacha solo pudo sentarse, incapaz de reaccionar. Su mundo se venía abajo, ahora estaba completamente sola. Durante un tiempo, las circustancias la sobrepasaron, pero era una muchacha fuerte que desconocía su propia fortaleza. Y un objetivo comenzó a tomar forma en su mente: aprender a luchar, regresar al momento exacto. Salvar a su tío. Pero esa es otra historia, y debe contarse en otro momento

Dremneth arrugó levemente la frente. Trisaga suspiró.

- Cuando la noticia de la muerte de Brontos y de la niña llegó a oídos de Liessel, fue como si hubieran abierto una exclusa que se había mantenido precariamente y que ya no podía volverse a cerrar, sencillamente enloqueció. Su caza, que había sido cuidadosa y certera, se volvió salvaje. Ya no solo los Caer Visnu caían bajo sus hojas. Cualquier druida que se cruzara en su camino corría el riesgo de perecer con cinco pulgadas de acero clavadas en el vientre. Y Dishmal desapareció, no sabía si vivía o si estaba muerto. Pero las señales acordadas dejaron de llegar. Para ella, todos habían muerto a manos del Caer Visnu, y por su culpa, su única y exclusiva culpa.

No tenía nada que perder, nada. Enloqueció, solo quería sangre, muerte. Quería morir ella misma, se odiaba tanto como odiaba a los druidas que habían traido su desgracia. Y no permitía que nadie se acercara... Y cuando ya no hubo nadie más sobre quien descargar su venganza, perdió por completo el norte. Se volvió iracunda, bestial, todavía más violenta. Buscaba la muerte en cada rincón. Volvió a Claro de la Luna, mató a tantos druidas como encontró, culpables o inocentes, era igual. Para ella, todos habían sido la causa de la muerte de la gente que amaba.

No puedes imaginar lo letal, lo peligroso y salvaje que puede ser un asesino que conoce miles de formas de matar a una persona, cuando pierde la templanza necesaria para contenerse. Utilizó todos los medios que tenía a su disposición, todos los favores, todos los contactos. Buscaba a los druidas, les provocaba, les mataba sin ocultarse, sin disfrazar su identidad.

Quería que la encontraran, quería que la mataran a ella... Ella, que se había convertido al culto druidico en su juventud, ella que veneraba a Cenarion y a Elune, que se había forjado su reputación en el pueblo kaldorei, se convirtió en un monstruo, en un enemigo... Se alejaba y no...

El sollozo contenido quebró al fin su voz, pero fue silencioso, casi furtivo, y se encogió todavía más en sí misma como si mostrar aquella debilidad fuera humillante. Dremneth miró al suelo, sabiendo lo afortunado que podía considerarse porque ella, una Bálsamo educada en una disciplina férrea para mantenerse por encima de las emociones y pasiones mortales, mostrara ante él aquella fragilidad. Había podido atisbarla en algún momento, pero Bálsamo Trisaga era digna de ser la última de las Lágrimas de Elune y siempre se había impuesto la serenidad.

Guardó silencio y aguardó, contemplando con reverencia las lágrimas de un ángel.

I

La voz surgió de la espesura.

- ¡Maldición, Rosa! ¡Te digo que he escuchado algo!

El carro, sucio y maltrecho, surgió de la espesura con un gemido. Sobre el pescante, un hombre y una mujer miraron a su alrededor con ojos asustados. El hombre conducía las riendas y la mujer retorcía sus faldas entre las manos.

- Häns... no te detengas, por favor...- gimió la mujer con ojos suplicantes y voz angustiada.- Sigamos... No quiero saber qué ha sido ese sonido ¡Maldito sea el día en que escogimos este camino! ¡Sabía que era el equivocado!¡Sabía que no teníamos que haber hecho caso a aquel hombre... ¡Este no es el camino a Costasur!

El hombre llamado Häns hizo un gesto perentorio con la mano y detuvo el carro.

- ¡Calla! ¡Ahí está otra vez!- se puso en pie, armado con un rifle, dispuesto a bajar del carro.

Su esposa le sujetó por la cintura.

- ¡No me dejes sola!- chilló.

Häns se zafó y la miró con reproche.

- Sigue chillando, Rosa, y atraerás a todas las bestias de esta maldita ciénaga...

Alzó el farol que descansaba junto a él en el pescante e iluminó la penumbra que invadía el lugar.

- Juraría que vino de ahí...- susurró, bajando del carro y avanzando unos pasos. Iluminó la zona, pero las sombras parecían devorar la débil luz del farol.- Juraría... ¡Mira! ¡Ahí!

Señaló con dedo urgente algo un poco más adelante. Rosa se inclinó hacia adelante con los ojos entrecerrados.

- No veo nada... Häns, vámonos de aquí, por favor...

- ¡Mira! ¡Mira! ¡Ahí!- insistió el hombre, avanzando hacia allí, y de pronto la espesura se tragó la luz y el carro quedó sumido en la oscuridad. Rosa reprimió un chillido y gimoteó.

- ¿Häns? ¡Häns!- chilló- ¡Häaans!

El silencio fue toda su respuesta. Decidió controlarse, respiró hondo y trató de acostumbrar sus ojos a la penumbra. Cuando oyó el grito, tuvo que reprimir otro chillido.

- ¡Rosa! ¡Aquí, corre, ven!

La voz de Häns sonaba con urgencia, pero no había miedo en ella. Aún temblorosa se puso en pie y caminó hacia el lugar desde el que provenía la voz.

- ¿Häns?- al pasar la última franja de vegetación penetró en una especie de claro.

Häns estaba allí, y había dos bultos en el suelo. Uno era una bestia oscura que no llegó a distinguir, pero no se movía. Junto al otro, Häns se arrodillaba.

- Aún está caliente. Pobre hombre.- oyó a su marido.

Rosa miró a su alrededor, sin atreverse a pasar ante la bestia muerta.

- Vámonos, Häns.. Que la Luz se apiade de su alma, pero ya no podemos hacer nada por él... Y la sangre atraerá más alimañas...

El hombre la miró con gravedad, dirigió una última mirada al cadáver del humano y asintió.

- Tienes razón. Que la Luz se apiade de su alma.

Acababa de ponerse en pie cuando un gemido surgió de algún lugar bajo el cuerpo. Rosa retrocedió, angustiada, e incluso Häns dio un respingo.

- ¿Qué ha sido eso?- siseó, pero en lugar de retroceder volvió a arrodillarse junto al cadáver y lo apartó con un empujón- ¡Luz! ¡Rosa! ¡Ven!

La mujer le miró desde el límite del claro.

- ¿Qué ocurre? - vio el fardo que elevaba su marido en brazos y reprimió una exclamación.

Häns se acercó a ella, sosteniendo con cuidado el fardo. Unas manitas pálidas asomaban entre los pliegues de la tela, y el gemido, débil pero audible, continuaba sonando. Cuando llegó hasta ella, su marido se lo tendió con cuidado.

- ¡Luz bendita!- exclamó Rosa acunando a la niña contra su pecho.- ¡Pobre criatura! ¿Está herida?

Apartó la manta ensangrentada e inspeccionó el cuerpecillo con urgencia. Tenía algunos arañazos pero no había heridas de gravedad. La niña abrió entonces los ojos y la miró fijamente con dos ojos verdes como esmeraldas. Llevaba al cuello un extraño colgante, cuya forma parecía indicar que encajaba con otra pieza similar. El colgante descansaba contra el diminuto pecho y parecía emitir y leve resplandor azul.

- Pobre criatura...- murmuró de nuevo Rosa, acunándola contra sus generosas carnes- Es un milagro que se haya salvado, Häns ¡Esta es una señal de la Luz!

Su esposo la miró con extrañeza y acercó la mano a la niña, que cerró sus diminutos puños entorno a sus dedos.

- Una señal de la Luz...

Rosa le miró fijamente a los ojos.

- La Luz nos da una segunda oportunidad, Häns. La Luz nos devuelve al bebé que nos fue arrebatado para que lo intentemos de nuevo.

Häns suspiró, había cansancio en su alma.

- Este no es nuestro bebé, Rosa. Esta niña ha perdido a su padre en este lugar...

Su esposa le dio la espalda, caminando de vuelta hacia el carro.

- No soy tonta, Häns, sé lo que ha ocurrido. Pero esta niña ha perdido a su padre y nosotros hemos perdido a nuestro hijo... La Luz nos da una segunda oportunidad.

El hombre no contestó, miró largamente a su esposa mientras desaparecía en la espesura.

- ¡Rosa! ¡Hay que dar sepultura a este pobre hombre!- exclamó al fin.

Un rugido respondió desde algún lugar entre los árboles. Los carroñeros acechaban. Hizo un signo sagrado en el aire y dirigió una última mirada al cadáver en la ciénaga.

- Que la Luz se apiade de su alma...

***


¿De donde salió Bellota? Te mentiría si te dijera que lo sé.

No creo que puedas imaginar el impacto, el asombro, la bendición y el milagro que representa. Aquella niña, por la que Liessel y Dishmal habían pagado un precio tan alto, por cuya muerte ambos habían sucumbido a la ira y el asesinato, que había hecho enloquecer a la hermana de mi alma hasta hacerle desear la muerte, que consiguió... Aquella niña que había atraído las iras del Caer Visnu, que creíamos muerta a los pocos meses de vida, desaparecida, arrebatada... Por lo que todo había empezado, por lo que todo terminó... ¡Viva! ¡Viva, Dremneth! ¡Viva!

Y no solo eso... No imaginas cual fue mi maravilla al comprobar que no se trataba de la niña de dos años que hubiera debido ser... No, ante mí encontré a una maravillosa muchacha que aunaba en su rostro los rasgos de sus padres, tan vivos como un retrato. Tan llena de vida, tan maravillosamente inocente, curiosa...

¿Cómo fue posible tal milagro? No puedo explicarte nada que tú no sepas ya, Dremneth, siendo quien eres.

El cadáver de Brontos Algernon fue encontrado en la Ciénaga Negra, perdido en una falla temporal. Hubiera debido encontrarse con él a la niña, puesto que se había lanzado a las corrientes del tiempo para salvarla. Sin embargo la niña no estaba, aunque si su manta, ensangrentada. La conclusión era evidente: en mitad de la ciénaga, la criatura había sido devorada por las alimañas que pueblan ese lugar maldito...

Por lo que pude averiguar después, y puedes imaginar el empeño que puse en ello, la niña no murió en la ciénaga. Fue encontrada junto al cadáver de Brontos por un matrimonio de campesinos que por azar u obra de un poder mayor, se perdieron en la ciénaga. Häns y Rosa Lumber habían perdido un hijo y vieron en aquella niña herida y sola una señal de la Luz...

Y realmente lo era, realmente lo era...

Zoe fue adoptada por los Lumber, que la llamaron Averil. La llevaron con ellos a Costasur, donde se dirigían, y la presentaron a la comunidad como su hija y la criaron como tal. Ah, incluso ahora me maravillo del hado de esa criatura... Si Liessel lo hubiese sabido... Si hubiera sabido que su hija vivía...

Fue una niña amada y criada con devoción, a la que nunca se le ocultó el misterio de su procedencia. Siempre conservó el colgante que Liessel hizo para ella, aunque no supiera de donde venía. Siempre supo que tenía otros padres a parte de los Lumber y que estos habían muerto. Esto no ensombreció su carácter y Averil creció como una niña normal: terriblemente curiosa, inagotable, dada a la risa y con un inmenso amor por todo ser vivo que se cruzaba en su camino. Tanto amor, de hecho, que le granjeó el apodo cariñoso de Bellota, pues gustaba de pasar las horas encaramada a las ramas de un viejo roble que crecía cerca del pueblo.

Sí, sonríes.
Las señales del destino son evidentes para quien sabe verlas.

Curiosamente, fue también a causa de ese viejo roble que se descubrió en la niña una capacidad latente para la magia.

Un día, al perder el equilibro desde lo alto de las ramas, en lugar de precipitarse hasta el suelo y lastimarse, la niña de seis años flotó levemente cual pluma hasta tocar tierra ante la atónita mirada de los aldeanos. Sin embargo, Costasur proliferó siempre en parte gracias a la proximidad de Dalaran, y sus ciudadanos estaban familiarizados con la magia.

"La niña necesita un maestro." dijeron "Un mago sin instrucción es un peligro para la seguridad pública"

Y cuando Averil tuvo edad para separarse de las faldas maternas fue entregada para su instrucción a un poderoso mago que tenía propiedades en las Laderas de Trabalomas y que era conocido y apreciado por la comunidad. Aiglos Dominus de Zarco oyó de las capacidades de la niña y la adoptó como discípula para instruirla en el uso de la magia, llevándola con él a Forjaz, donde se instalaron debido a la fabulosa biblioteca de la Sociedad de Exploradores de la capital. Tengo entendido que durante esta etapa la niña demostró estar mucho más dotada para la magia de lo que se suponía en un principio, aunque parecía tener serias dificultades para controlar esta capacidad.

Cuando cumplió quince años, su maestro desapareció y Averil se encontró sin mentor alguno. Sin embargo, aquí no terminaban las peripecias de esta muchacha, señalada por el destino. Recibió carta de la Ciudadela Violeta donde habían oído de su capacidad y que le otorgaba una beca para estudiar en las prestigiosas Academias de Magia de Dalaran.

Y allí entro juego un personaje muy singular.
Un mestizo sin´dorei llamado Shano Angeliss A´nariel...

VI

sábado, 17 de noviembre de 2007

Hace tres semanas:

Einskaldir hizo un gesto hacia la barra con la jarra vacía.

- ¡Otra!

Luego se volvió hacia su acompañante mientras la camarera se acercaba con la bandeja cargada de jarras nuevas.

- Como te iba diciendo, el mercado de encargos está copado de mercenarios de poca monta que venden sus espadas por unos pocos oros... - chasqueó la lengua con desdén- Aficionados... -suspiró- En fin, que el negocio está cada vez mas... ¡JODER!

Se puso en pie de un salto al sentir la cerveza helada derramándose sobre sus piernas.

- ¡Oh, lo siento, lo siento!- exclamó Irinna, tratando de limpiar, torpemente, el desaguisado con un paño. Su voz parecía quebrarse en un lamento angustiado- ¡Que torpe soy! ¡Que tonta! Oh, lo siento... ¡Lo siento tanto!

Einskaldir reparó entonces en que las finas manos de la muchacha temblaban violentamente mientras procuraba secar la cerveza de sus pantalones. Profundas sombras se marcaban bajo aquellas esmeraldas que tenía por pupilas y los ojos estaban enrojecidos. Parecía acumular un cansancio inhumano, de modo que Einskaldir le sujetó las manos con firmeza y la miró fijamente a los ojos.

- Está bien, Irinna. Solo es cerveza.

La muchacha murmuró algo y trató de zafarse para recoger los restos de cerveza, pero Einskaldir mantuvo la presa firme y repitió.

- Está bien, Irinna.

A un gesto suyo, su acompañante se puso en pie y se marchó silenciosamente. El elfo obligó a la camarera a sentase frente a él y vio que los ojos brillaban con lágrimas que se negaban a derramarse.

- Soy tan torpe...- murmuró la joven, mirando al suelo. Luego alzó la mirada- Hay mucho trabajo por hacer y yo...

- ¿Que ocurre, Irinna?

La muchacha suspiró.

- Estoy sola en la taberna y hay mucho trabajo...

Einskaldir miró a su alrededor y reparó en que no había visto a nadie mas que a Irinna atendiendo la taberna, lo que era poco habitual dado el volumen de clientela que la frecuentaba. No era de extrañar que estuviera agotada ¿Cuanto tiempo llevaba así?

-... mi tío tenía que haber vuelto hace tres días pero no ha vuelto ni ha mandado ninguna carta. Estoy haciendome cargo de todo hasta que esté de vuelta, pero estoy tan preocupada... Es tan raro que no haya mandado nada... ¿Y si le ha ocurrido algo?- sus ojos reflejaban una preocupación genuina, una angustia que solo podía asomarse a los ojos inocentes de un ángel caído del cielo.

Einskaldir apartó con cuidado un rizo negro del rostro pecoso.

- ¿A donde fue?

Irinna se encogió de hombros con culpabilidad. Un sollozo silencioso los sacudió antes de ahogar su voz en un murmullo.

- Él... debía hacer algo... Se marchó hace cinco días y dijo que volvería al atardecer del segundo día, pero no dijo donde iba... ¿Y si le ha ocurrido algo?
Einskaldir se obligó a sonreir tranquilizadoramente, pero aquellos ojos no hacían más que formular aquella angustiosa pregunta.

"¿Y si le ha ocurrido algo?"

***

Era el único lugar en el que recordaba haber sido auténticamente feliz, presa de la despreocupación que es común a todos los niños. Allí había bailado con los pies descalzos y flores trenzadas en el pelo, había perseguido al corzo en el bosque, había escuchado las leyendas más antiguas de los Hijos de las Estrellas…

Acurrucada como un duende, Trisaga estrechó las rodillas contra su pecho y contempló una vez más el inmenso Árbol, resaltando contra el horizonte como una columna que sostuviera el cielo. El viento en la cima del Monte Hyjal era leve y cálido, y las cigarras susurraban en la noche mientras, a lo lejos, el sol poniente teñía el cielo de naranjas delirantes. Dremneth perdió su mirada en la lejanía, esperando que la kal´dorei continuara.

- Creí que nunca más volvería a verlo - murmuró ella, conmovida, con los ojos brillantes de lágrimas.- Gracias

Se permitió un último instante contemplación, y luego, como quien abandona un sueño, continuó con la historia.

- No puedo contarte ya nada que no sepas: Brontos Algernon rompió su juramento para cumplir una promesa.- comenzó- Hubiera podido poner la posada fuera del alcance del Caer Visnu, saltar de un tiempo a otro hasta donde no pudieran alcanzarles. Pero no quería poner la vida de Irinna en peligro, de modo que tomó la decisión más drástica y arriesgada, la decisión cuyo resultado ya conoces: dejó las llaves a su sobrina y se lanzó a las corrientes del Tiempo con la hija de Liessel amarrada al pecho...

V

domingo, 11 de noviembre de 2007

Taberna de los Tres Soles, hace un mes ¿o es dentro de tres semanas?




Los últimos comensales se retiraron, cargando sus armas al hombro y dejando la taberna en un silencio tan acogedor como su bullicio ante el fuego. Irinna se afanó a retirar las jarras de las mesas ya vacías, mientras Deornoth repasaba uno de los rincones con la fregona. Cuando estaba vacía, Los Tres Soles daba tanto trabajo como cuando estaba llena. Brontos secaba vasos con un paño al otro lado de la barra cuando la puerta de entrada se abrió. Irinna alzó el rostro, al captar un olor familiar. No importaba el olor a cuero y leña que lo acompañaban, lo hubiera reconocido en cualquier parte del mundo: olor a magia.

- ¡Dishmal!

Brontos levantó la vista hacia la puerta justo en el momento en que el hombre atravesaba el umbral. Avanzaba con seguridad y se cuidó mucho de no dirigir una sola mirada a la joven camarera que le observaba con los ojos brillantes. Las botas de piel emitían un leve gemido a cada paso y la capa oscura ondeaba en silencio a su espalda. El cabello, tan largo que colgaba más allá de la espalda, iba recogido con una cinta oscura, pero seguía siendo del mismo negro ala de cuervo que todos conocían. Nada quedaba de las togas vistosas a las que les tenían habituados, pareciendo ahora más un montañero que el poderoso hechicero que era. Llevaba un único fardo envuelto en paño, sujeto contra el pecho, y no se veían ni armas ni cetros. De todos modos, no los necesitaba...
Dishmal avanzó con pasos firmes hasta la barra, se detuvo ante el fornido tabernero con mirada grave y deshizo los nudos que sujetaban el bulto a su pecho.
Con un gorgeo, el fardo se agitó cuando el hechicero lo tendió con cuidado por encima de la barra. Brontos atisbó, entre los pliegues de lana, unos ojos verdes y vivos que le miraban con cautela. Los ojos del tabernero volaron de la criatura envuelta como si fuera una mercancía clandestina a las pupilas de esmeralda que le miraban con gravedad desde el rostro del mago y comprendió.

Recordó las palabras de la sacerdotisa.

"...no habrá en todo Azeroth un lugar seguro..."

Había llegado el momento de cumplir su promesa.

Cuando cogió con cuidado el fardo, Dishmal respondió a la pregunta que no era necesario formular.

- Anoche los fanáticos del Círculo profanaron el Robledal con magia y fuego.- dijo, y las palabras cayeron de sus labios como un peso muerto y helado- Han matado a Finarä.

El silencio cayó sobre ellos como una losa e Irinna se cubrió la boca con la mano reprimiendo una exclamación. Incluso el joven Deornoth quedó paralizado al comprender la gravedad de lo que escuchaba. Brontos se contuvo para no preguntar, Dishmal no había terminado. Cuando se vio descargado del fardo, afianzó las correas que sujetaban sus guantes con gestos firmes y calculados. Irinna se aproximó a la barra apretando los pálidos puños, con el corazón encogido en el pecho.

- Amarnä logró escapar y ahora está a salvo- continuó el mago, entregado ahora por completo a asegurar su equipo. todos sus gestos emanaban ahora una peligrosidad casi solida- Ha cambiado de nombre y no tendrá problemas para mantenerse apartada de todo esto.

- ¿Liessel?- inquirió el tabernero, procurando no apretar demasiado el fardo.

- Es su próximo objetivo.- se agachó y tensó las cintas que sujetaban sus botas- Si alguien sabe como evadir una emboscada, esa es ella.

Cuando se puso en pie, una cortina de cabello oscuro cubrió parte del rostro, dejando tan solo un helado ojo esmeralda destellando con furia. Dishmal alzó el rostro: había llegado el momento de partir.

- El Círculo tiene ojos en todas partes, no lo olvides.

El tabernero asintió.

- Cuida de mi hija.- dijo el mago, dando la espalda- Volveré a por ella.

En un abrir y cerrar de ojos, estaba ante la puerta abierta. La voz de Irinna le detuvo en el umbral.

- ¡Dishmal!

Fuera, el rugido de las corrientes del tiempo golpeaba las paredes con fuerza. El hechicero se volvió despacio, dejando que el resplandor irisado del tiempo danzara sobre su piel. Había algo diferente en su mirada, algo peligroso... Irinna retrocedió, asustada ante aquella mirada de depredador, pero aún asi reunió el valor suficiente para hablar.

- ¿Dónde... dónde irás...?

Dishmal la miró, por primera vez desde que cruzara la puerta. En su mirada no había familiaridad, era la mirada de un desconocido.

Las llamas crepitaron en las yemas de los dedos.

- De caza.

Un segundo después, donde había estado no quedaba nada.
Fuera, las corrientes del tiempo esperaban.

***


Los inmensos relojes se movían incesantemente, controlando los flujos del tiempo. El zumbido de las corrientes llegaban amortiguados por las paredes de roca como un susurro. Sentada sobre una roca, Trisaga cambió de posición al sentir el adormecimiento en las piernas.

- La noticia del milagro llegó a oídos del Caer Visnu. De pronto, aquella inofensiva kaldorei que jugaba a ser druidesa, demostró tener un poder inigualable. Dejó de ser inofensiva: se convirtió en un enemigo a eliminar. Y como supe mucho más tarde, ya no era únicamente por la magia obrada.

Entró en juego una antigua profecia kaldorei, que tal vez conozcas. La profecía hablaba de una criatura mortal con savia en la sangre, capaz de caminar entre los mundos. La profecía la llamaba "La Hija del Roble", nombre que Finarä había adoptado para sí en sus inicios, para revestir su pose de un halo místico. El Caer Visnu se dio cuenta de que esa niña bien podía ser la criatura de la que hablaban las profecías, y para ellos era una profanación el que un mortal pudiera penetrar en el sagrario del Sueño Esmeralda. Por tanto al crimen perpretado por Finarä al utilizar una magia que le estaba prohibida, se sumó la urgencia por eliminar por completo cualquier rastro de aquella profecía.

Valiéndose de su poder sobre las masas, el Caer Visnu arrojó sobre ella acusaciones de herejía y magia profana. Los rumores llegaron al Robledal. Finarä sabía lo que ocurriría y puso a salvo a su hija. Liessel quiso quedarse, ayudarle a defender el lugar, pero mi prima también la obligó a ponerse a salvo, y con ella a la niña. Al fin, solo quedó Finarä.

Y de pronto, todos los que la habían venerado, que habían ido a escuchar sus enseñanzas, desaparecieron, la dejaron sola. Y la turba exaltada arrasó el santuario. Finarä defendió el lugar con su vida, invocó para sí todo el poder que estaba a su alcance, llamó a los espíritus de las bestias, de las estrellas, de la misma naturaleza. Muchos murieron bajo el poder de sus garras y de su magia, pero siempre llegaban más. Finarä murió a manos de los fanáticos, para complacencia del Caer Visnu.

La voz le tembló, respiró hondo, apretó los puños ante la atenta mirada de Dremneth.

- Pero no terminó ahí. Una vez muerta le cortaron las manos y la lengua, lapidaron su cadaver, le arrancaron la piel, le sacaron los huesos. Y quemaron todo en hogueras, borrando así cualquier rastro de su existencia. No querían solo eliminarla a ella. Querían eliminar todo lo que representaba.*

Dremneth puso una mano confortante en el hombro de la sacerdotisa, que luchaba por controlar los temblores que invadían su cuerpo. Trisaga respiró hondo, se obligó a serenarse. Al cabo de unos instantes, su disciplina se impuso y volvió a hablar con voz firme, pausada.

- La muerte de Finarä desencadenó una ola de muerte y destrucción. Dishmal puso a salvo a la niña y se volcó en la venganza, mientras Liessel ponía todos sus recursos en mantenerse lejos del alcance del Caer Visnu y eliminarlos uno a uno, desde las sombras... Durante todo aquel tiempo, no se vieron. Cualquier encuentro entre ellos podría significar la muerte de ambos. Durante aquel tiempo, no supieron si el otro vivía o estaba muerto en algún lugar.

Y mientras tanto, Brontos tenía una promesa que cumplir...