VII

miércoles, 21 de noviembre de 2007

La maleza palpitaba; podía sentirlo en la humedad del cenagal, en la neblina insalubre que lo llenaba todo. En los árboles y sus raíces, los fuego fatuos bailoteaban sobre las aguas. La música de la ciénaga sonaba amortiguada entre los troncos hinchados de humedad y los roncos sonidos que las alimañanas que lo habitaban parecían una siniestra orquesta de bienvenida.

- Mal camino.- escupió el hombre en voz baja, apretando contra su pecho el fardo envuelto en lana que llevaba amarrado.

No era falso, desde luego: a sus pies, el suelo embarrado parecía hambriento por cada paso que daba, engullendo sus botas hasta media caña y amenazando con tragárselo entero en alguna de aquellas letales trampas de barro y arena. Avanzó con cuidado, maldiciendo entre dientes por no haber llevado consigo más que aquel pequeño cuchillo, más como obsequio del que no quería desprenderse, que como arma. Sin embargo allí estaba y ya no podía regresar; al cruzar la última puerta, todas sus acciones habían tomado una única dirección: cumplir su promesa. ¿A donde iba? Tampoco lo había decidido antes de marchar y ni siquiera ahora lo sabía. Por ahora bastaba con alejarse de aquellos fanáticos del Círculo hasta donde no pudieran seguirle.
¿Qué haría después?¿Debía permanecer allí o regresar?

¡Maldición! Nunca habría creído que en los apacibles bosques de Claro de la Luna pudiera residir tanta maldad, ni que entre las tranquilas gentes del Círculo Cennarion pudiera ver un colectivo tan oscuro, pérfido y endogámico como los Caern Visnu. Solo había visto a Finarä una vez pero sabía de su poder y casi podía ver el Robledal Sagrado en llamas y a la Hija del Roble defendiendo su santuario con sangre y lágrimas para al final ser sometida a la más absoluta negación de su persona. La crueldad con la que había sido tratada incluso después de muerta era más propia de los demonios del Vacío que de los druidas que defendían una paz ficticia... Dishmal se lo había contado. Durante la noche, una muchedumbre de druidas devotos liderados por un seguidor del venerable Vigía de las Estrellas penetraron en el Robledal armados con antorchas. Finarä se defendió y no pocos cayeron bajo sus poderosas garras, pero eran muchos y nadie se atrevió a ayudarla. El temor se impuso y de esta manera los fanáticos del Caern Visnu pudieron herirla de muerte. Y allí, a la vista de todos, cuando ni tan siquiera podía mantenerse en pie, le...
Apretó puños y dientes con fuerza. ¡Malditos fueran siete veces los druidas y sus estúpidos dogmas!
Y allí estaba él, que jamás había cruzado una palabra con la Hija del Roble, huyendo del Caern Visnu para ocultar su último legado. ¿Cuanto tiempo llevaba caminando? ¿Habían sido cinco meses o solo tres días? Imposible de saber, dadas las circunstacias.
Dio dos golpecitos suaves en el fardo que llevaba amarrado al pecho y se abrió paso entre la maleza, rasgando las lianas y las raices con el pequeño cuchillo.



La sombra acechaba varios metros por detrás, oculta entre las raices y los frondosos helechos de la ciénaga, con el paso seguro que solo otorgan a aquellos mas oscuros que la propia oscuridad, a aquellos que atraviesan el aire como si sus pies besaran el suelo sin levantar un murmullo. El pelaje negro estaba perlado de humedad y dos ojos brillantes y dorados registraban todo a su alrededor: la presa, la competencia y la via de escape. Su presa se sabía acechada y aquello no hacía más que dar más emoción a la caza ¿Se resistiría su objetivo? ¿O lucharía por su vida, calentando la sangre que pronto le mancharía el hocico?

Le seguían, podía sentirlo. No oía más que el sordo rumor de la ciénaga, pero casi podía sentir los ojos clavados en su nuca, como un dedo constante golpeteando su hombro. Ciñó el fardo contra su pecho y apretó el paso sin guardar el cuchillo. Un susurro de la maleza a su espalda y su perseguidor estaba más cerca y aún así invisible. Un escalofrío helado pero familiarle recorrió la espalda: aún no había olvidado las largas rutas con Leo por parajes en los que era mejor no entrar y de los que era bastante improbable salir... Pero entonces había estado armado ¡Maldición! E incluso sin armas, sus brazos habían sido lo bastante fuertes como para partir los huesos de un hombre con un poderoso abrazo... Y ahora, la tranquila via del trabajador había vuelto torpes sus pasos y, aunque seguía teniendo una envergadura impresionante para su edad, sentía que su fuerza había menguado y no quería arriesgarse a comprobarlo. En cualquier otro lugar hubiera intentado trepar, aunque aquello implicara detenerse en el acecho, pero sabía que en aquel paraje, las ramas de los árboles oscuros eran tan inseguras como la tierra cenagosa. Allí, incluso los depredadores eran perseguidos y atacados por cazadores todavía más temibles. Con cuidado, estrechó contra su pecho el fardo mientras aceleraba el paso.

Tras él, el susurro se hizo más audible pese a ser casi imperceptible: el paso leve y ligero de una sombra de ojos amarillos. No quería volverse, pero sentía en su interior la rabia que crecía. ¡Jamás había huído en un combate o dado la espalda a un enemigo! ¡Jamás! De todos modos ¿De qué servía escapar de aquel cazador si tras los árboles le acechaban decenas de alimañas aún más terribles? Pero ¿Y su promesa? Jamás la había formulado, pero sabía que la sacerdotisa podía leer en su alma la voluntad de llevar a cabo su autoimpuesta misión. ¡Y aunque no lo hubiera hecho! Liessel había entregado su vida aún a riesgo de perderla ¡Flaco favor le haría fracasando ahora! ¿Qué hacer? ¿Seguir adelante y morir? ¿O detenerse y luchar? Dirigió una rápida mirada al fardo y con un gesto rápido y firme lo desplazó hasta su espalda, al tiempo que se volvía, cuchillo en mano, para enfrentarse a su cazador.

La pantera se detuvo, casi fundida con la oscuridad circundante, con los dos ojos amarillos brillando como ascuas encendidas, calculando la situación. Tenía el pelaje negro y lustroso, y los poderosos músculos se adivinaban claramente bajo la piel. Quedó inmóvil y así permanecieron, cazador y cazado, evaluandose con la mirada.
Un paso leve a la derecha y la pantera imitó su gesto como un reflejo de sí mismo, casi rozando el suelo embarrado con el vientre, agazapada. Lentamente, giraron el uno entorno al otro en silencio, concentrados en el movimiento de su oponente. La hoja del débil cuchillo que sostenía en la mano reflejaba una luz misteriosa, proveniente de algún lugar fuera de su vista, como compitiendo con las dos joyas amarillas que brillaban desde el rostro de la pantera... No sentía miedo, solo rabia, rabia que crecía como una marea en su interior encendiendo sus músculos. La impaciencia regresó desde su juventud para acuciarle: era cosa de pícaros el acechar, Leo sabía como hacerlo. Pero él... Él era el grito que atraía al enemigo, la mole que cargaba precipitándose al combate. Solo deseaba comenzar ya y vencer o morir...

- Ya está bien de juegos.- siseó, y de su garganta surgió un rugido ensordecedor al tiempo que se abalanzaba sobre su enemigo, enarbolando el cuchillo.

La pantera contestó al rugido y se deslizó como una sombra hacia su izquierda, esquivando la embestida. Antes de que pudiera darse cuenta, sintió las garras afiladas desgarrando la carne de su pecho. Gritó y clavó el cuchillo, que se hundió en las sombras de aquel pelaje de pesadilla. La sangre le salpicó el rostro y no supo si era suya o de su enemigo: ambas eran cálidas y de olor metálico. De pronto se sintió más ligero y un escalofrío de terror le recorrió la espalda: apenas llegó a volverse para ver el fardo deslizarse hasta el suelo y caer con un golpe sordo.

- ¡No!- El grito deshizo su garganta cuando la pantera se abalanzó sobre el bulto envuelto y sacudió la manta con los dientes.

Se lanzó contra ella, lanzándola algunos metros más allá. Tan pronto como golpearon el sueldo con un sonido sordo, la bestia se apartó de un salto, fuera de su alcance, y le miró. Fue solo una fracción de segundo, un instante nada más, pero vio una sonrisa en aquella mirada maliciosa, un brillo inteligente que no correspondía a un animal, y comprendió.
Las palabras brotaron de los labios de la bestia como un maullido confiado.

- La Hija del Roble- dijo- debe morir...

La ira explotó en su interior y cargó de nuevo.

- ¡No la tendréis!- rugió, embistiendo a la pantera.

Sintió el cuchillo hundirse en la carne tibia, al mismo tiempo que comprendía, con una lucidez insospechada, que el dolor lacerante que le traspasaba el cuello era el augurio de su muerte. Hundió más el cuchillo en el cuerpo, y por un momento le pareció que el cuerpo del animal trataba de cambiar de forma, pero con un gemido ahogado, las patas cedieron y la mandíbula que le atenazaba la garganta aflogó su presa de acero. Y allí, tendida en el suelo embarrado de la marisma, la pantera murió, brotando de los labios felinos, como un maullido, de nuevo el terrible augurio.

Brontos tardó aún un instante en aflojar la fuerza con la que presionaba el cuchillo. Los músculos de los brazos le dolían, pero más aterradora era la debilidad que poco a poco invadía su cuerpo. La sangre manaba cálida y abundante de la herida del cuello y la vista comenzó a nublarse. Trató de ponerse en pie, pero la marisma giró a su alrededor y le pareció ver cientos de ojos brillantes que le observaban desde la espesura.

- ¡Marchaos!- rugió, pero la voz sonó débil, apenas un chillido.- ¡No la tendréis!

Se volvió hacia el fardo, que había quedado unos metros más allá: no se movía.

- Luz, no, no, no, no...- gimió con rabia, mientras trataba de arrastrarse hasta allí.- No, no...

Había sangre en la manta cuando la tocó, pero no sabía si era suya, del druida o si finalmente había fracasado en su misión. Rabia, rabia, frustración, y aquella ausencia total de energía que le entumecía entero. Cubrió el fardo con su cuerpo, sollozando de rabia, y cerró los ojos.

- Lo siento.- murmuró.

Su último pensamiento, fue para Irinna.

***

- Xantha era una sacerdotisa de la Iglesia de la Luz, una mujer devota, una esposa fiel, una madre amante. Ella encontró el cadáver en la ciénaga semanas después, en una incursión a la falla temporal adecuada. El cuerpo llevaba nada que le identificara, tan solo un torpe dibujo infantil plegado en el bolsillo. El dibujo representaba dos figuras junto a una luminosa puerta: una inmensa con una poblada barba, y otra diminuta cual duende, con el cabello tan encrespado que bien podría haber recibido una descarga eléctrica. "Tio Brontos y yo", rezaba el dibujo, con desmañada caligrafía infantil. E iba firmado: Irinna.

Por aquel entonces, Irinna Timewalker se había visto sobrepasada por los gastos de la posada. Había buscado más empleos para poder mantener la taberna y había fundado un sindicato para conseguir apoyo legal. En aquel momento había sido contratada como cantinera para servir en el ejército y pasaba mucho tiempo en Ventormenta. Allí la encontró Xantha, y cuando le tendió el dibujo, la muchacha solo pudo sentarse, incapaz de reaccionar. Su mundo se venía abajo, ahora estaba completamente sola. Durante un tiempo, las circustancias la sobrepasaron, pero era una muchacha fuerte que desconocía su propia fortaleza. Y un objetivo comenzó a tomar forma en su mente: aprender a luchar, regresar al momento exacto. Salvar a su tío. Pero esa es otra historia, y debe contarse en otro momento

Dremneth arrugó levemente la frente. Trisaga suspiró.

- Cuando la noticia de la muerte de Brontos y de la niña llegó a oídos de Liessel, fue como si hubieran abierto una exclusa que se había mantenido precariamente y que ya no podía volverse a cerrar, sencillamente enloqueció. Su caza, que había sido cuidadosa y certera, se volvió salvaje. Ya no solo los Caer Visnu caían bajo sus hojas. Cualquier druida que se cruzara en su camino corría el riesgo de perecer con cinco pulgadas de acero clavadas en el vientre. Y Dishmal desapareció, no sabía si vivía o si estaba muerto. Pero las señales acordadas dejaron de llegar. Para ella, todos habían muerto a manos del Caer Visnu, y por su culpa, su única y exclusiva culpa.

No tenía nada que perder, nada. Enloqueció, solo quería sangre, muerte. Quería morir ella misma, se odiaba tanto como odiaba a los druidas que habían traido su desgracia. Y no permitía que nadie se acercara... Y cuando ya no hubo nadie más sobre quien descargar su venganza, perdió por completo el norte. Se volvió iracunda, bestial, todavía más violenta. Buscaba la muerte en cada rincón. Volvió a Claro de la Luna, mató a tantos druidas como encontró, culpables o inocentes, era igual. Para ella, todos habían sido la causa de la muerte de la gente que amaba.

No puedes imaginar lo letal, lo peligroso y salvaje que puede ser un asesino que conoce miles de formas de matar a una persona, cuando pierde la templanza necesaria para contenerse. Utilizó todos los medios que tenía a su disposición, todos los favores, todos los contactos. Buscaba a los druidas, les provocaba, les mataba sin ocultarse, sin disfrazar su identidad.

Quería que la encontraran, quería que la mataran a ella... Ella, que se había convertido al culto druidico en su juventud, ella que veneraba a Cenarion y a Elune, que se había forjado su reputación en el pueblo kaldorei, se convirtió en un monstruo, en un enemigo... Se alejaba y no...

El sollozo contenido quebró al fin su voz, pero fue silencioso, casi furtivo, y se encogió todavía más en sí misma como si mostrar aquella debilidad fuera humillante. Dremneth miró al suelo, sabiendo lo afortunado que podía considerarse porque ella, una Bálsamo educada en una disciplina férrea para mantenerse por encima de las emociones y pasiones mortales, mostrara ante él aquella fragilidad. Había podido atisbarla en algún momento, pero Bálsamo Trisaga era digna de ser la última de las Lágrimas de Elune y siempre se había impuesto la serenidad.

Guardó silencio y aguardó, contemplando con reverencia las lágrimas de un ángel.

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