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domingo, 27 de abril de 2008

El sol despuntaba sobre las ruinas de la ciudad de Shattrat cuando Trisaga daba con cuidado y firmeza las últimas puntadas, después de pasar toda la noche trabajando. Justo a tiempo: al cortar el hilo con ayuda de un pequeño y afilado cuchillo, el cuerpo inconsciente se revolvió levemente en la litera.

Estaba despertando.

Con un gesto apartó un rebelde mechón blanco que escapaba de la trenza y le caía sobre los ojos cansados.

En la cama, el cuerpo gimió.

Trisaga dejó el cuchillo en la mesa y se arrodilló junto a la cama. Deslizó una mano suave por la frente de la muchacha y comprobó sus constantes. El pulso, aunque leve, era constante y la fiebre había bajado, aunque no desaparecido. La muchacha gimió de nuevo. Que Elune tuviera piedad: estaba despierta.

- No intentes hablar, criatura- dijo la sanadora con suavidad- Todavía estás débil.

Vio como las lágrimas acudían a los hermosos ojos oscuros, sintió como los dientes se apretaban. Acarició el rostro con cariño y suavidad infinitas.

- Sé que duele, criatura, pero has sido muy valiente.- susurró casi en su oído, como una confidencia compartida- Te prometo que el dolor desaparecerá, pero necesito que seas valiente todavía un poco más. ¿Me entiendes, cariño?

Sin dejar de verter lágrimas sobre las cicatrices de su rostro, la muchacha asintió y apretó los puños todo lo que le permitieron sus fuerzas. Las manos de Trisaga se detuvieron entonces sobre la larga cicatriz que cruzaba el torso de la muchacha desde el cuello hasta más allá del obligo. La sacerdotisa cerró los ojos y murmuró una oración.

De sus manos brotó una luz cálida y sutil que se deslizó por la cicatriz como si fuera un camino, antes de saltar a las demás heridas ya cosidas.
En la cama, el cuerpo de la muchacha se estremeció y se arqueó a causa del dolor durante unos segundos.

- Sé fuerte, criatura- alentó Trisaga, sin separar las manos de la cicatriz.

El resplandor ambarino recorrió todas y cada una de las cuidadosas costuras en la piel oscura y pareció filtrarse entre las cicatrices hasta desaparecer. Un gemido ahogado brotó de la garganta de Klode, que pasados unos segundos, comenzó a sacudirse a causa de los sollozos.

Trisaga cerró los ojos y por un momento su cuerpo se inclinó como si fuera a caer. Tomó aire y los abrió de nuevo. Estaba hecho.
Se sentó en la cabecera de la litera y recostó la hermosa cabeza de la muchacha sobre su regazo, para a continuación, acariciar con suavidad el pelo oscuro, murmurando palabras de aliento y consuelo.

- Ya está, criatura, ya pasó.- susurraba, como un extraño mantra. Al cabo de un instante los sollozos de Klode se calmaron hasta convertirse en leves estremecimientos y luego quedos suspiros.

Cuando Trisaga percibió que por fín el dolor remitía de la muchacha remitía y que la joven se calmaba, dejó que la cabeza de Klode descansara sobre la almohada y se apresuró a recoger los paños, los cuencos y los instrumentos que ya habían cumplido su misión , para llevarlos hasta un pequeño rincón separado del resto de la sala por una cortina desgastada. Sin perder un segundo, acercó un pequeño carro repleto de hierbas a la litera y cogiendo de aquí y allá, comenzó a crear emplastes con ayuda de un mortero, a golpes constantes y firmes.

Poco a poco fue creando cataplasmas y paños untados de bálsamos que aplacó a las cicatrices, para a continuación vendar cada una con cuidado y firmeza. Cuando terminó, el sol estaba alto en el cielo y Klode se había quedado dormida.

Trisaga suspiró y acarició la frente de la muchacha con ternura.

- Elune sabe que he hecho todo lo que he podido, criatura.- susurró.- Has sido increiblemente valiente. Una digna esposa de tu marido.

Dicho esto, se secó las manos en el delantal, y se tambaleó precariamente, debilitada. Con cuidado se apoyó pesadamente en la mesa para tomar aire y ahogar y contener el dolor que le corroía las entrañas: el dolor arrebatado a las heridas de un alma inocenten: Al cabo de unos instantes, se irguió. Pidió a una joven colaboradora de hospital que vigilara a Klode y que pusiera junto a la cama un vial de vapor de eucalipto.

Luego, sin más, bajó los escalones en busca de Leohast.

***

Dremneth clavó sus ojos grises en ella, como si no pudiera saber por su propia mano todo lo que había en su mente. Trisaga sonrió, agradeciendo aquel gesto de paciencia.

- ¿Por qué fue tan importante?

- Es pronto para narrarlo, si queremos seguir el orden de la historia como corresponde. Solo has de saber que más adelante, casi una vida después, esta criatura cobraría una importancia insospechada…

Él asintió y siguieron caminando.

- ¿Qué sucedía con Liessel mientras tanto?

La sanadora kal´dorei acomodó su trenza con gesto ausente y suspiró.

- Como te dije, Liessel siempre fue dada a las intrigas y sus contactos se extendían por todo Azeroth sin discriminar por raza o nación, ni siquiera por las lealtades de cada uno.
En su diario nunca habló claramente de su plan, aquel plan que implicaba a personalidades significativas de ambas facciones. Nunca dijo en qué consistía, ni tampoco dio más nombres de los estrictamente necesarios, como si supiera que algún día aquel diario caería en otras manos que no fueran las suyas.

Conociéndola como la conocía, creo que puedo asegurar sin miedo a equivocarme que el plan hubiera tenido un efecto devastador. Efectivo, pero devastador. Liessel no creía en el mal menor. Así me lo dijo una vez, cuando pregunté por sus medios para alcanzar determinados fines.

- Solo existen Mal Mayor, y sobre él, en las tinieblas, está el Mal Muy Mayor.- me dijo- El Mal Muy Mayor, Trisaga, es algo que no puedes ni imaginarte, aunque pienses que ya nada puede sorprenderte. Y ¿sabes?, a veces resulta que el Mal Muy Mayor te agarra de la garganta y te dice:"Elige, hermano, o yo, o aquel otro, un poco menor".

- El Mal Muy Mayor eran la Plaga y la Legión- dijo Dremneth, que comenzaba a comprender.- ¿Cual era entonces aquel otro, un poco menor?

Trisaga negó lentamente con la cabeza, entrelazó los dedos sobre su regazo y los miró un instante, perdida en sus pensamientos, antes de responder. Las palabras brotaron de sus labios serenas, firmes y cargadas de una triste resolución.

- Creo que es mejor para todos que no lo sepamos jamás.

IX

viernes, 25 de abril de 2008

A seis días de Beltane, en algún lugar:

Liessel se mece en la silla al compás de la marea mientras repasa con atención el contenido de la carpeta oscura. Nombres, estrategias, cuentas... Sonríe.

Secretos.

Tristán ha resultado más astuto de lo que cabría esperar ¿qué mejor manera de tener atado y controlado a un elemento disidente que otorgándole una responsabilidad pública? La conoce, desde luego: sabe que aunque la juzgan sin honor, ella no juraría jamás en vano y que este cargo le obliga a... postergar ciertas actividades no demasiado acordes con las leyes que ha jurado cumplir.

Aprieta los puños y suspira, se obliga a pensar que su cruzada ya no tiene sentido. Nadie queda de los Caern Visnu, todos han caído bajo sus hojas o abrasados por la ira de Dishmal. Siempre respetó a los druidas, los druidas respetaron a Finarä, y solo los Visnu se levantaron contra la Hija del Roble.

Muertos, todos muertos. Y la venganza no le ha devuelto a su hija.

Suspira y trata de concentrarse en los papeles. Sin embargo, entre los legajos legales del Alba de Plata, asoma un pliego de pergamino en el que escribe, con torpeza, en la compleja gramática sin´dorei.

Bien, bien, bien... Parece mentira lo que hablamos: paz no quieren ni habrá jamás por mucho que luchemos, Kronkar. Aquellos que se hacen llamar honorables luchan por codicia cebándose en los desguarecidos, y mientras gente como tú y como yo tenemos que cargar con el estigma de los rateros.

En ocasiones creo que nadie ha visto jamás la terrible cicatriz que atraviesa Lunargenta: yo jamás la olvidaré, como bien sabes; para mí será siempre un recordatorio de la amenaza que se cierne sobre nosotros desde distintos frentes. La Plaga, la Legión... Y mientras tanto los guerreros capaces buscan el botín, alimentan el fuego de una guerra interna que lo único que hace es debilitarnos frente al enemigo real.

Como el día que nos conocimos: cegados por el odio, los guardias de Lunargenta cargaron contra mi, que iba desarmada y con el caballo de carga, con el corazón encogido al ver el terrible paraje de la ciudad destruida. Solo tú, en aquella vorágine de ira y odio, tuviste la sangre fría de arrastrarme lejos del combate y preguntarte qué diablos hacía una humana desarmada tan cerca de las puertas.

No podemos pedir lo mismo de todos y cada uno de los individuos que pueblan esta tierra, Kronkar. No podemos arrastrarlos a todos a la Cicatriz Muerta para que comprendan la magnitud del conflicto, el auténtico enemigo. Los kal´dorei, que sacrificaron su inmortalidad, no recuerdan la destrucción del Pozo, ni los humanos parecen reparar que les gobierna un niño controlado por intereses y codicia... Todo lo que hemos luchado... todo está siendo en vano.


Por alguna razón, su mirada se queda prendida del cesto vacío que descansa en la repisa del ojo de buey, junto a la cama. Tras unos segundos, suspira. Mira fijamente el papel y luego, con una sonrisa triste pero traviesa, se inclina de nuevo con la pluma


Sin embargo, si insistes, puedes intentar convencerme... Sí, como tú sabes...




***

- La lealtad de Liessel hacia Tristán venía de años atrás, por la intervención de Lord de la Tour en aquel oscuro asunto legal que la implicaba cuando acababa de regresar de las tierras de mi pueblo. Sir Tristán intervino en la corte y revocó una orden de búsqueda y captura contra ella, y la puso a salvo, en el barco que ella más tarde adoptó como vivienda. "Susurro sobre las aguas", lo llamó, como un hermano de su propio nombre entre los kal´dorei: Mush´al anan Fandu, "Susurro en las Sombras".

Trisaga dio una puntada más a la vaina que bordaba, bajo la atenta mirada de Dremneth.

- Por eso, cuando Sir Tristán puso sobre sus hombros la responsabilidad y el reconocimiento de ser Prelada de Inteligencia para el Alba de Plata, no pudo negarse. Además, al haberse volcado los sanadores de la hermandad en su curación, se había creado con ellos una deuda de vida.

Pese a ser una maestra de espías, pese a ser considerada una criminal, una asesina, una mujer sin honor y sin corazón, Liessel seguía férreamente su propio código de honor. Un código muy particular, sí, pero ni siquiera el recto Tristán hubiera podido reprocharle uno solo de sus puntos. Y por tanto, aceptó con devoción su nuevo cargo y juró lealtad a sus valores. De hecho, fue entonces cuando Imoen y ella empezaron a tratarse profesionalmente, ajenas al lazo que las unía.

Sin embargo, Liessel siempre fue una mujer de intrigas, y desde su privilegiado puesto en las sombras, tejía sus propias redes, volvió a extender sus influencias, poco a poco, fue recuperando su habilidad como intrigante. Aunque pasara más tiempo ebria que sobria...

En aquella época, yo servía en el hospital de refugiados de Shattrath como médico. El trabajo era incesante, siempre llegaban nuevos refugiados que necesitaban cuidados. Allí llegó la joven Kloderella G. Firenan, esposa del recto Leohast Slambert, con terribles heridas. Había perdido un ojo a causa de un espadazo en el rostro y otro le cruzaba el pecho entero... Era además una joven paladina, discípula de Joseph Argéntum Cerronegro, a quién siempre he tenido en alta estima, y volqué toda mi atención en curar a aquella muchacha. Lo que yo no sabía era lo importante que sería en el futuro y como sería ella quien salvara mi vida más adelante....

VIII

viernes, 4 de abril de 2008

Shattrat, a diez día de la Luna de Viento:

Es de noche y el silencio se ha apoderado de la sala en penumbra. Aquí y allá duermen, repartidos en camas destartaladas, tantos refugiados como estrellas hay en el cielo. Incluso las sanadoras descansan, tendidas en precarias amacas o sobre cojines en el suelo.

Solo una silueta parece viva en el mar de silencio: a la luz de un candil, una elfa se inclina sobre el pergamino, junto a la ventana.


No sé cuanto tiempo hace que te marchaste, Cormorán, pero bien podrían ser mil vidas.



La pluma se desliza con suavidad sobre el pliego. La elfa mira a las estrellas y suspira.


El verano se acerca y los días son más cálidos, pero también más largos, y cada día más refugiados cruzan los muros de Shattrat, animados por el tiempo clemente, a abandonar sus tierras devastadas. Muchos de ellos caen agotados al suelo antes incluso de alcanzar la escalinata del hospital pero nadie se preocupa por ellos, nadie trata de ayudarles y acompañarles hasta aquí. Solo nosotras, pocas como somos, nos preocupamos por cargarlos hasta el hospital y procurar devolverles la salud que se dejaron en el camino.



La mirada se desliza por los bultos inmóviles de la cama. Mira las estrellas de nuevo: aún no es hora de cambiar los vendajes.

El trabajo no acaba nunca: vienen de todos los lugares con unas heridas tan atroces que incluso yo, que he sido educada en la Casa del Reposo , debo luchar por no apartar la vista o retirar la mano. Esta es, con todo, la más terrible guerra que esta humilde sacerdotisa ha tenido la desgracia de vivir. Creeme, Cormorán, si te digo que ni siquiera la caída del Monte Hyjal, donde corrí entre las flores y bailaba para complacer a mi padre, me parece tan atroz como las almas desgarradas de los que cruzan estas puertas en busca de sosiego.

En ocasiones mi firmeza flaquea y siento ganas de huir y refugiarme en algún lugar remoto, tan desolado y cubierto de nostalgia que ya ninguna guerra quiera mancillarlo. Azshara regresa a mi memoria, con sus hojas de otoño, el sonido del mar y las columnas de alabastro, como un retiro complaciente para esta eremita sin leyenda. Pero este es mi lugar, y esta es mi misión: servir. Como decía mi instructora, allá en la Casa del Reposo, la misión de una Lágrima de Elune es recorrer los caminos y socorrer a todos cuanto lo necesiten, pues flaco favor haría encerrando un Don como el que me ha sido dado tras los muros de un convento.



Siente una punzada en el pecho y contrae el rostro en un gesto de dolor. El agotamiento ha hecho presa en ella y en esa situación es cuando los pensamientos más tristes alcanzan incluso a las almas más elevadas.

No imaginas, Cormorán, el dolor de un Bálsamo cuando un alma herida no desea ser aliviada. La impotencia es el veneno más letal, arrancando la determinación del pecho a mordiscos. Debería saber qué hacer, pues al fin y al cabo la criatura que llegó a Darnassus con el vientre destrozado y el alma mutilada me era tan esquiva como un ratón. Por supuesto, el esfuerzo obtuvo su recompensa y descubrí a Liessel como la hermana de mi alma, pero tanto mayor es por eso la pena de perderla de nuevo. Porque la pierdo, Cormorán. Porque ha convertido el dolor en su arma y no permite que nadie se acerque a ella.


Una lágrima solitaria, resplandeciente como la plata más pura, se desliza por su rostro trazando un camino casi familiar.

Tengo miedo, Cormorán, de haber encontrado otro fragmento de mi alma. Tengo miedo de ver que soy incapaz de sanarlo, que ni siquiera desea ser sanado. O que ni siquiera desea mi compañía. ¿Y si, perdida ya toda esperanza, lo fuera?



El puño tiembla, la letra parece menos firme. Con el dorso de la mano, Trisaga se seca las lágrimas y traza, con delicadeza, la característica filigrana que representa su nombre.

Al final, casi en el extremo del pergamino, escribe una frase solitaria.

Si me necesitas, ya sabes donde estoy: los árboles no caminan


***

- Ya te he hablado de Cormorán, aunque puede que no le reconozcas por ese nombre. Einskaldir era un Hijo de las Estrellas, como yo. Un hombre tranquilo, un conocedor de las tradiciones más ancestrales de mi pueblo, un alma afín. Creo que, de no haber sido dedicada a Elune, hubiera podido enamorarme de él, pero un Bálsamo es ajeno a las emociones y nunca permití que fuera más que un buen amigo, un amigo cercano. Alguien en quién confiar.

El draco, bajo su forma humana, asintió lentamente e inclinó el rostro para formular la otra pregunta que rondaba su mente.

- ¿Otro fragmento?

Trisaga suspiró.

- Sé que es extraño, dado lo insólito que es ya soñar siquiera con encontrar un solo fragmento de tu misma alma, pero Imoen apareció de la nada y de pronto sentí, no, supe que había algo más que aquel breve encuentro, que aquella mirada cargada de empatía… No, Imoen era especial, y si por aquel entonces albergaba dudas, hoy puedo afirmar sin temor a equivocarme que puedo considerarme la persona más afortunada en Azeroth por haber sido bendecida con su encuentro.

Sentados a la arena, con la luna rielando hasta la orilla y el mar acunándoles como un susurro, Trisaga continuó su historia.

- La venganza casi le costó la vida, por fin, pero ni siquiera en matarse los hados le ayudaban.

Dremneth frunció el ceño.

- ¿Qué ocurrió?

Trisaga suspiró.

- Entró en Claro de la Luna sin ocultarse, aunque sabía que la buscaban. Los druidas se lanzaban sobre ella en cuanto la veían, pero aún sin quererlo, eran ellos quienes morían. Sus pasos la llevaron hasta Rémulos el Guardián, y desenvainó sus armas ante él. Le odiaba tanto como a los druidas, pues Él había presenciado el asesinato de Finarä y nada había hecho por defenderla. Moriría matándole, lo había decidido.

- ¿Matando a un dios?

- Al menos así podía estar segura de que la matarían, que podría descansar al fin.

Los hados quisieron que Lady Zorea, a quien Liessel siempre creyó otro fragmento de su alma, la encontrara agonizante junto al Lago Elune´ara. Rémulos apenas había sufrido heridas, pero las de mi Falka eran terribles. Cargándola a los hombros, Lady Zorea - que no era ni muy grande ni muy fuerte- cargó con ella hasta el lomo de su grifo y la llevó hasta Tristán, a quien Liessel había servido en el pasado.

Al principio, Lord de la Tour no entendió por qué se le llevaba a aquella mujer encapuchada y agonizante, pero cuando descubrieron su rostro, todos los sanadores a sus órdenes se volcaron en curar sus heridas, devolverle la salud... Y cuando estuvo de nuevo sana - aunque no siempre sobria- Tristán hizo una jugada muy inteligente....