Interludio- Quel´danas IV

jueves, 2 de junio de 2011

Sabiendo del interés de su tío sobre las corrientes y los flujos arcanos y sobre la taumaturgia como campo de estudio, había conservado la esperanza de que la gran biblioteca de la Casa Fulgorceleste albergara en sus estantes algunas obras especializadas en demonología o al menos en ciencia dimensional, pero lo único que encontró fueron algunas obras de carácter general y que no añadían ningún conocimiento nuevo a los que ya poseía. Había revisado todos los índices cuidadosamente anotados que su pariente había mantenido sobre su colección, pero salvo contadas y más bien pobres excepciones, todo lo que encontró estaba relacionado con la canalización estándar de las energías taumatúrgicas o directamente con la liturgia del culto a Belore, que ella misma podía recitar de memoria. La biblioteca se había convertido en un campo de batalla y los sirvientes se afanaban en recoger y volver a colocar aquellos libros que descartaba por su falta de utilidad.

Celebrinnir, de rodillas ante el fuego o paseando nerviosamente de una mesa a otra, sabía que aquella investigación la abstraía tanto que corría el riesgo de volver a privarse de sueño y le aterraban las consecuencias. Fuera la hora que fuera, se mantenía atenta a las campanas y los llamamientos desde el templo con la intención de utilizar la frecuencia de los oficios como un indicador de su jornada. Cuando dormía, lo hacía únicamente tras ingerir una poción de letargo sin sueños que le proporcionaba un alquimista que mantenía su negocio con discreción en una de las últimas calles intactas antes de la Cicatriz.

Tenía que cumplir con el protocolo, y se presentaba regularmente a los servicios más importantes, así como a algunos entrenamientos del destacamento de pacificación del Sol Devastado. Esto coincidía con sus intereses, pues deseaba perfeccionar su técnica con las armas después de tanto tiempo dedicada a la liturgia. Tardó con esto tres semanas en repasar, uno por uno, todos los libros de la biblioteca, en revisar las anotaciones, los catálogos y los índices. Elaboró sus propias bibliografías, reordenó la biblioteca de modo que le resultara más intuitiva durante la búsqueda. Los sirvientes le llevaban bandejas con comida que ella apenas probaba o que recordaba cuando ya estaba frío, y se preocupaban por prepararle el baño y avisarla para que al menos el agua siguiera caliente.

Cuando por fin aceptó que no encontraría lo que buscaba en la Gran Biblioteca en la que había estudiado de niña, por bien surtida que estuviera, tuvo que pararse a pensar donde guardaría su tío, un erudito de las corrientes magias, los libros sobre las ciencias más oscuras y tuvo que reconocer que había pecado de ingenuidad al empezar por la Biblioteca. Sus pasos la llevaron entonces al que había sido el despacho del patriarca Fulgorceleste, de suelo damasquinado y paredes de mosaico. Allí, Autindana había conservado junto a él algunos tomos más estrechamente relacionados con su campo de estudio, y de haber tratado con libros más peligrosos, probablemente los hubiera mantenido bajo su custodia. Y aunque tampoco allí encontró nada relacionado con la demonología, aquella curiosa colección llamó su atención: absolutamente todos los libros trataban sobre la ciencia arcana y la canalización.

Era evidente que semejantes libros ocuparían un lugar eminente en la colección del anciano erudito, pero Celebrinnir había pasado toda su vida rodeada de bibliotecas y bibliografías y sabía reconocer la sutileza de la obsesión en una colección. Los libros de aquella parte de la casa estaban anotados con muchísima más frecuencia que los de la biblioteca, y en los márgenes podía encontrar referencias a otras obras de la colección, a estudios que suponía perdidos y a otros trabajos que desconocía. Llamaron también su atención los libros que su tío había guardado en una vitrina cerca de su mesa. Se trataban de obras que repasaban con una precisión y exhaustividad casi obsesiva la genealogía de las familias más antiguas de Lunargenta y la evolución de la heráldica de sus estudios. Le sorprendió que entre ellos hubiera obras de sus propios ancestros, los eruditos y cronistas de la casa Lerathien, y que su propia familia hubiera sido incluida en aquellos anales de la historia de su raza.

¿Por qué guardaba su tío aquellos libros con tanto celo, tan cerca de su mesa de estudio? ¿Qué interés podían tener las antiguas genealogías para un erudito experto en las líneas ley y las fuerzas arcanas?

Se sintió dividida: por una parte, sabía que tenía que seguir investigando para encontrar cualquier pista sobre los demonios que la llevara a Abrahel. Sin embargo, ella era una digna hija de la estirpe Lerathien, una línea de sangre de la que habían nacido grandes cronistas de la historia de la raza, eruditos respetados por la nación desde los tiempo de Zin Azshari y la primera venida de la Legión. Su ansia de saber siempre había sido su rasgo más definitorio y desde niña había encontrado placer leyendo cualquier tratado que cayera en sus manos. Ahora aquella extraña colección apelaba a aquel ansia que hacía tantos años había tenido que olvidar, desviándola de su objetivo principal.

No podía demorarse: necesitaba aprovechar el tiempo de su recuperación en la Isla para fortalecerse antes de emprender la caza. En cuanto se sintiera algo más fuerte, abandonaría las frescas salas de la casa para buscar maestros en aquellas habilidades que quería mejorar. Quel´danas podía ofrecérselo, transitada como era por soldados del Sol Devastado, eruditos de todo el mundo y comerciantes que habían visitado las costas más remotas. Solo tenía que recuperar sus viejos contactos, averiguar quién, de entre aquellos que habían sobrevivido, había regresado a la Isla. Con suerte, podría aprovechar la calidez del verano para recuperarse y prepararse.

Si todo iba como pensaba, en otoño podría regresar a los caminos y emprender su búsqueda.