En los Confines de la Tierra XXII

sábado, 27 de febrero de 2010

Una semana más tarde:

Hacía un calor húmedo y pegajoso aunque el sol se había puesto hacía horas. En las gradas, los espectadores se abanicaban con hojas de palma o de otras plantas y resoplaban aburridos, impacientes ante el comienzo del siguiente combate. Era ya el vigésimo día del encuentro y una vez esfumada la emoción de los primeros combates, muchos estaban ya cansados de la humedad, los mosquitos y la incomodidad genérica de la selva de Feralas.

Comerciantes goblin paseaban por entre las gradas vendiendo bebidas y refrescos, y palmitos improvisados con cuerda trenzada. Gritando, anunciaban sus mercancías y dispensaban y recogían con una destreza sin igual, mientras los esclavos permanecían imperturbables tras sus amos, atentos a cualquier necesidad de estos.

En un palco separado de la plebe por unas barandillas de madera labrada, los poderosos bebían languidamente de sus copas heladas y observaban con indolencia la arena vacía.

- Mi corredor asegura que las apuestas van cincuenta a uno, sea quien sea el contrincante- dijo un humano de inmenso vientre, carente de cuello y vestido con pomposidad.

Palmeó el muslo del muchacho que se sentaba sumiso junto a él, y rió de modo que su papada se estremeció.

- ¿Qué mérito tiene eso, barón?- inquirió laguidamente una sin´dorei de hermosos rasgos y cabellera encendida, recostada entre cojines.

El orco que se sentaba junto a ella se carcajeó.

- ¿Quien habla de mérito, Lianthala?- sonrió con malicia, asomando los finos colmillos inferiores a sus labios- Ganancias, querida, ganancias. Es bueno que los resultados estén tan claros.- y añadió mirando intencionadamente a la figura que guardaba silencio, de pie contra la balaustrada, dándoles la espalda- Sobre todo cuando son a favor ¿Me equivoco?

Athos de Mashrapur dio un sorbo a su copa y se volvió lentamente, con elegancia. Tenía el cabello oscuro recogido con sencillez contra la nuca y vestía como siempre su inmaculado traje blanco, con la camisa abierta sobre el pecho y los puños recogidos a la altura del codo. Entre toda aquella pomposidad, entre los ricos brocados y las joyas, exudaba una suerte de gracia e intrepidez que contrastaba con sus ostentosos acompañantes. Nadie, al verlo por primera vez, hubiera podido decir que tenía ante sí a uno de los hombres más poderosos de la hampa en Kalimdor.

- No adelantemos acontecimientos, Durga.- respondió con un brillo extraño, casi ausente, en los ojos- No está todo tan claro como suponéis.

El orco resopló.

- A d'yaebl aep arse, medio elfo,- gruñó empezando a malhumorarse- no vengas con humildades. Esa orca tuya ha tumbado a todos mis chicos. A todos y cada uno de ellos. Yo creo que está bien claro. Ya lo creo que sí...

- Durga tiene razón - maulló desde sus cojines Lianthala- aunque se ensucie la boca con maldiciones que no entiende. Cobra también venció a mis chiquitines. Y a los del barón, de hecho...

El mentado barón acarició uno de los gruesos rubíes del collar que le rodeaba el cuello dos e incluso tres veces.

- Hmmmmmmm - gimoteó- Algo hay que el respetado Mashrapur no comparte ¿Me equivoco?

Athos de Mashrapur no respondió y dio otro sorbo a su copa de exquisito vino. Dirigió una mirada a la multitud y por último a la arena, a las puertas por las que entrarían los contendientes.

- ¡SE CIERRAN LAS APUESTAS!- retumbó la voz del encargado, rebotando en las paredes del coliseo.- ¡NO SE ADMITEN MÁS INGRESOS NI CAMBIOS!

Como si hubiera esperado aquella señal, el mestizo dejó su copa en una bandeja que sostenía su esclavo y se apoyó en la barandilla, mirando intensamente a la arena.

- ¡VA A DAR COMIENZO EL VIGÉSIMOQUINTO COMBATE!- continuó la potente voz del encargado, un ogro de piel oscura y rostro desfigurado por una fea cicatriz.

La multitud enmudeció, expectante.

- EN LA PUERTA NORTE, DIRECTA DESDE LOS CAMPOS DE BATALLA DE ARATHI... ¡LA TERRIBLE! ¡LA INCREIBLE!¡¡COBRA!!

Los espectadores estallaron en una estruendosa ovación, frenéticos. Cobra era el tipo de guerrero que gustaba ver en las arenas: aterrador, fiero, cruel y letal, que entendía que la gloria de un gladiador se define por lo que consiga alargar la muerte de su contrincante. Comprendía la esencia del espectáculo.

"¡Cobra, Cobra, Cobra!" bramaban.

- EN LA PUERTA SUR - continuó el ogro, con el cuello hinchado de tanto gritar- REMONTANDO DESDE EL ANONIMATO...

Athos de Mashrapur se agazapó como una pantera contra la barandilla.

***

Comadreja respiró hondo y afianzó la presa en su arma y su escudo. Luego escupió al suelo.

- Suena ridículo- gruñó, soplando para apartarse una pluma del tocado que le caía sobre los ojos.- Necesito un nombre de guerra, Zai, uno de verdad...

Zai´jayani miró entre los barrotes a la multitud aullante, impaciente. Reconocía el miedo en ella, sabía que hablaba del nombre para no enfrentarse a su propio miedo.

- ¿Cua´crees que te pega?- inquirió, tratando de no dejar translucir la inquietud que le embargaba respecto al siguiente combate.

La muchacha bailoteó de un pie a otro rápida y ágilmente, agitó los brazos tratando de sacudirse aquella lúgubre certeza que la invadía. La verja frente a ella se levantó con un chasquido: el combate iba a comenzar.

- Si no vuelvo- dijo antes de salir a la arena- búscamelo tú.

Zai la vio irse, muerta de miedo pero decidida. Luchó por alejar de sí la misma sensación fatalidad que la embargaba a ella. Necesitaba concentrarse en el combate, en la esperanza por exigüa que fuera. Se llevó una mano al talismán que llevaba al cuello, y susurró como si con ese susurro pudiera hablar a todos los espíritus y ancestros que los rodeaban.

- Cui´ad d´ella.- rogó.

Los espíritus no respondieron.
A su alrededor, el público era una masa enloquecida, con las voces enronquecidas de tanto gritar: una marabunta de gritos indistinguibles, rebotando en las paredes de la Masacre, en la noche de Feralas. Las contendientes se miraron con fiereza desde cada lado de la arena mientras a sus espaldas se cerraban las verjas que les cortaban la retirada. Haciendo caso omiso del estruendo, se estudiaron con atención, evaluando a su oponente, buscando sus debilidades, las letales aberturas en su equipo.

Cobra la miraba fijamente con aquellos hipnóticos ojos amarillos destacando sobre la piel verdosa. Había renunciado a las duras armaduras y guarniciones de metal y madera, y en un ejercicio de arrogancia, solo vestía un prieto justillo de cuero que le cubría los brazos e iba de su cuello a la entrepierna, y unas calzas que no dejaban al aire ni un solo fragmento de piel. Todo, absolutamente todo su equipo, estaba elaborado con pesadas escamas de alguna sierpe de gran tamaño, dotadas de una gran flexibilidad. En cada mano llevaba un arma: un hacha de largo mango y hoja curvada como una hoz, con el metal trabajado con extraños símbolos y dibujos. Giraban en sus manos con un susurro de muerte, rápidas, terribles y certeras.

Comadreja sintió que se estemecía. Había algo que le inquietaba y que no conseguía reconocer. No eran sus armas, ni su temible estatura. No era tampoco la sonrisa taimada de sus labios oscuros. Fue vagamente consciente había algo antinatural en el modo en que aquella orca fijaba la mirada, una fijeza inquietante y animal que hacía que los oponentes no pudieran apartar la mirada de aquellos ojos terribles. Por alguna razón volvieron a su memoria una de tantas charlas con Zai´Jayani sobre el magnífico genio de la naturaleza, de sus trucos taimados para garantizar la supervivencia. Ahí estaban los camaleones, que cambiaban de color para camuflarse, y los insectos palo que parecían finas ramitas. Allí estaban las grandes mariposas con inmensos ojos pintados en sus alas, o las pequeñas ranas venenosas que se cubrían de vistosos colores para avisar de su toxicidad.

Una increible sensación de alivio la invadió cuando, de pronto, comprendió aquello que tanto le había inquietado: Cobra se había pintado los párpados del mismo color amarillo que sus ojos y había trazado en el centro de cada uno una pupila vertical con tinta negra. El efecto, realmente, era inquietante: se hubiera dicho que nunca parpadeaba. La muchacha inspiró brevemente. Le infundía valor el haber reconocido al menos uno de los trucos de Cobra para aterrar a sus contendientes. No era más que eso, un truco. Tuvo ganas de reir.

Con nuevo aplomo, dio un paso al frente.
Cobra entrecerró los ojos con malicia, hizo un molinete con sus armas y la imitó, aceptando el desafío.

La multitud enmudeció.

El repentino silencio que se hizo en el coliseo fue tan atronador como había sido la cacofonía anterior. Los espectadores, de algún modo, comprendían la importancia del combate entre aquellas dos criaturas tan dispares. Tal vez fuera el modo en que se miraban, tal vez que ambas permanecieran inmóviles y sin entrar en combate, evaluándose...

De pronto, en aquel silencio, Comadreja escuchó los latidos de su propio corazón: rápidos, constantes y retumbantes como el golpe de un tambor. Y precisamente aquellos latidos fueron los que le recordaron aquella sensación de fatalidad que bordaba su consciencia, arañándola con insidia. Aquel combate no tenía solo la certeza de la muerte que acompañaba a cada uno. No era solo la adrenalina y el miedo a partes iguales. Frente a ella tenía a Cobra, quien desde el primer día había ansiado su sangre. La orca no se conformaría con el golpe certero: era dueña y señora del espectáculo, y disfrutaría de cada instante de la inminente victoria. Jugaría con ella como un gato con el ratón. La torturaría con sus sinuosas maneras en el combate, le haría tragar tierra y sangre y la conservaría consciente y lúcida para ver sus tripas derramadas en la arena antes de darle un final que para entonces, estaría rogando desesperadamente.

Las rodillas comenzaron a temblarle.

"No, ahora no" se dijo, temiendo que el miedo volviera a hacer presa en ella, volviéndola débil, lenta y torpe.

Luchó por alejar de sí las imágenes de la ominosa muerte que la esperaba y respiró profundamente, al menos todo lo profundamente que le permitía su maltrecho corazón. Frenta ella, Cobra hizo un nuevo molinete con las armas y comenzó a caminar a su alrededor, sin dejar de sonreirle tétricamente, sin apartar la mirada. Hacía bailar las hachas en sus manos con una destreza aterradora y despreocupada, como si aquel fuera el premio por todos los combates anteriores, un postre por una gargantuesca comida, y estuviera meditando por qué lugar cortar primero el pastel.

-¡COBRA, COBRA, COBRA!- restalló la multitud.

Comadreja enarboló el escudo, preparó el arma y afianzó los pies en la arena del coliseo.

"En la a´ena nadie´spera"

Cargó, sin pensar,no había tiempo.
Cobra esquivó deslizándose rápidamente hacia su derecha. Vio volar una de sus hachas hacia el costado desprotegido, casi en la espalda, y apenas tuvo tiempo para frenar el golpe con su espada. El metal restalló con un chasquido antes de que ambas contendientes retrocedieran de un salto, tras aquel primer tanteo. La orca rió con una carcajada gutural y salvaje, divertida. Las hachas seguían bailando en sus manos, como si nunca hubieran dejado de hacerlo, fascinantes... hipnóticas... Se acercó lentamente, confiada y sinuosa, mirándola fijamente a los ojos, como si no necesitara vigilar sus armas.Comadreja recordó entonces lo que sucedió aquella vez, en la jaula, el modo en que el guardia se había quedado completamente inmovilizado e incapaz de reaccionar mientras Cobra se le acercaba.

"¡No la mires!"

Apartó la mirada justo a tiempo para interponer el escudo ante el hacha que se abatía sobre ella. La madera retumbó y aprovechó para barrer con el escudo a su oponente, protegiéndose con la espada de los golpes del hacha libre. No le dio tiempo a pensar, avanzó sobre ella con firmeza, lanzando tajos por encima del escudo mientras controlaba que las hachas no traspasaran su defensa. Trató de acorralarla, un paso trás otro, obligándola a retroceder. Quería que diera con su espalda en la pared, limitar su margen de acción y evasión. Alternaba tajos de espada y embates de escudo para aturdirla, pero era rápida, muy rápida.

- ¡COBRA!¡COBRA!¡COBRA!

Tras un último embate, comprobó con terror que la orca ya no estaba allí. No estaba, no había nadie bajo su escudo... Y cuando quiso saltar girando sobre sí misma, utilizando la pared para evitar que se le acercara por la retaguardia, un dolor lacerante le cruzó la espalda y sintió la sangre cálida bañándole la piel. Cobra tenía la primera sangre.

"Joder, joder, joder, joder"

No podía detenerse, no podía volverse para comprobar la gravedad de la herida o si su oponente había envenenado sus filos. Tendría que comprobarlo en sus carnes. Atisbó por el rabillo del ojo un movimiento e interpuso el escudo. El hacha golpeó la madera con tanta fuerza que le castañetearon los dientes. Aprovechando la guardia abierta atacó con la espada desde arriba, pero Cobra, por fin en su campo de visión, retrocedió de un salto.
Era endiabladamente rápida.

- ¡COBRA!¡COBRA!¡COBRA!- la multitud aullaba, delirante, enardeciendo a su campeona.

Se rondaron de vuelta al centro de la arena, vigilándose con la mirada, girando al compás como si se tratara de una singular danza. Largas zancadas, firmes, lentas en aquel avance circular que precedía un nuevo choque. Lentamente, el círculo invisible entorno al cual giraban se fue estrechando. Poco a poco, más y más cerca.

Comadreja gritó con furia y cargó de nuevo.
Esta vez sintió el impacto inestable contra su contrincante y supo que había tenido éxito. Rápidamente abrió la guardia y asaetó con su espada. La sangre oscura de la orca le salpicó en el rostro. La multitud la abucheó, otros aplaudieron. Alguien gritó algo que no entendía. Cuando se recobró del aturdimiento y se puso de nuevo en guardia, Cobra miró a su alrededor y vio que Comadreja había vuelto a alejarse de ella. Gruñó. La muchacha se dio cuenta entonces de que la orca había comprendido los peligros de permanecer alejada de ella. Tendría que mantenerse cerca, donde no tendría apenas movilidad con los largas astas de las hachas.

Por primera vez desde que comenzó el combate, Comadreja se permitió sonreir.

A partir de aquel preciso instante, como si de una señal se tratara, el combate se volvió frenético, desenfrenado, tan violento y ágil que los espectadores de las filas más alejadas se pusieron en pie para poder seguirlo. Las formas de las contendientes se desdibujaban en giros, fintas, saltos y esquivas. El público aullaba, pero no parecía tan unánime como al principio.

- ¡MONGUZ!- gritó alguien en las gradas. Y algunos lo corearon.

En la noche de Feralas, el chasquido de los metales restallaba hasta las copas de los árboles. Los rugidos de las combatientes rozaban lo animal, así como su fiereza y el modo brutal en que se movían, a veces con la sutilieza del puma, otras con la solidez del gorila. Cobra atacaba con las dos hachas con una agilidad sin par, sin dar un respiro a su contrincante, buscando sus aberturas, sus puntos débiles, buscando sus gardias bajas para que una de sus hojas traspasara su defensa. Comadreja, por su parte, bailaba con su escudo de modo que siempre se encontrara entre el hacha y ella, y asaetaba con la espada desde arriba, desde el lateral, cuando su contrincante abría la guardia. Embestía con el escudo firme, con fuerza, y se complacía en reconocer el aturdimiento de Cobra cuando el golpe era certero. En no pocas ocasiones el metal mordió la carne ajena. La sangre goteaba insistentemente en la arena sin que importara a nadie. Estaban tan concentradas la una en la otra, estaba tan concentrado el público en el combate que casi había enmudecido, de modo que durante aquellos minutos que se vivían como horas, el chasquido de los metales y los jadeos de las combatientes eran lo único que se escuchaba en el coliseo.

Comadreja, con la pintura de guerra corrida sobre el rostro, flaqueó un instante. El último golpe había entrado realmente bajo y le había golpeado con tanta fuerza la rodilla que ahora tenía que hacer un esfuerzo importante para que no se flexionara y la tirara al suelo. La sangre caliente le corría rauda por la pantorrilla y se encharcaba a sus pies. El dolor era atroz.

"Que no haya cortado el músculo", rogó, "Por favor, que no haya cortado el músculo..."

Frente a ella, Cobra resollaba. Aquel combate estaba resultando abismalmente más largo e intenso que los demás, y sus heridas también la debilitaban. Tenía un brazo casi inmovilizado, con un profundo corte que iba desde el hombro hasta el codo. Aún así miraba a su contrincante con odio, llena de rabia.

No se dieron más tregua.
Tras aquellos breves instantes de respiro, corrieron de nuevo una contra la otra. En las gradas, los espectadores se pusieron en pie ¿Estaba en aquella carrera el golpe de gracia de aquel combate desbocado? ¿Se destruirían aquellas dos fuerzas imparables al chocar? El sonido del choque retumbó en el Coliseo. Durante una fracción de segundo, ambos cuerpos se encontraron, carne contra carne, arma contra arma. Un chasquido de metal. Y luego, como si el tiempo se hubiera ralentizado, las contendientes se separaron como si aquel choque apenas hubiera servido para frenar levemente su avance.

Desde las gradas, vieron que la humana hincaba la rodilla en el suelo y quedaba inmovil. Una conmoción recorrió el público. Con otro chasquido, la espada cayó del cielo al otro lado de la arena y se clavó en la tierra. El coliseo estalló en una ovación febril. Cobra, jadeante pero con una sonrisa feroz en los labios, alzó los brazos armados en gesto de victoria.

- ¡COBRA! ¡COBRA! ¡COBRA!- aulló la multitud, enfebrecida

Había desarmado a su oponente: la suerte estaba echada.

Ya era solo cuestión de tiempo que inutilizara el escudo y quedara a su merced. Ya era solo cuestión de paciencia que pudiera esparcir sus tripas por la arena, aunque repentinamente aquella muerte le pareciera indigna después de aquel combate. Saludó al público, triunfante, y se volvió hacia quien había de ser su gran victoria.

- ¡COBRA! ¡COBRA! ¡COBRA!¡COBRA!¡COBRA! ¡COBRA!

En la arena, Comadreja permaneció inmóvil. La suerte estaba echada, incapaz como era de mantenerse en pie. Era ya solo cuestión de tiempo que las hachas le cercenaran la vida, que su sangre regara la arena y que ella sucumbiera por siempre. Y con ella, todo lo que alguna vez había sido, lo que hubiera podido ser alguna vez. Era el momento de despedirse de toda esperanza, de afrontar la Buena Muerte con el orgullo que Zai´Jayani le había inculcado, de mirar al frente y saludar a los que la esperaban al otro lado.

Cuando se enderezó, el aullido de la multitud se contuvo, como si reconocieran el valor de lo que estaba a punto de acontecer.

- ¡MONGUZ!- bramó una voz solitaria en las gradas.

- ¡MONGUZ!- corearon voces diseminadas en la multitud, débiles como ecos.- ¡MONGUZ!

Irguiéndose firme, aunque el dolor en todo su cuerpo era insoportable, Comadreja alzó el rostro. Sus ojos grises miraron a Cobra con todo el reconocimiento que merecía el guerrero que le quitara la vida en justo combate. Enarboló el escudo firme ante ella.

La rodilla le dolía de manera atroz, se doblaba bajo su peso. El brazo derecho le colgaba inerte a un lado. La mano de la espada le palpitaba sordamente y comprendió que Cobra la había roto para hacerle soltar el arma, pero ya no importaba. Todo su cuerpo tendía hacia abajo, como si quisiera doblarse, encogerse hasta desaparecer. Luchó por mantenerse en pie, pese a las lágrimas que brotaban de sus ojos, emborronando sangre y pintura, empapándole el rostro. Luchó por corresponder la dignidad y el respeto en los ojos de Cobra. Ya no había odio en ellos, sino un reconocimiento que iba más allá del combate, como si dando fuerza a las leyendas de su tribu, hubiera encontrado al fin a su Enemigo, largo tiempo ansiado, y al mismo tiempo se lamentara y se sintiera profundamente orgullosa de derrotarla en su aquel primer combate. Comadreja trató de avanzar un paso, pero la rodilla le falló y estuvo a punto de caer de nuevo. El latigazo de dolor le recorrió la espina dorsal y por un momento fue incapaz de volver a erguirse.

- Arriba.- dijo una voz gutural y ronca frente a ella, cerca, muy cerca.

Alzó la vista.
De pie, a escasos metros, Cobra la miraba queriendo tender la mano a su Enemiga para poner en pie pero al mismo tiempo sabiendo que tenía que hacerlo por ella misma.

- Arriba.- repitió, y su voz era una orden, un ruego.

La muchacha la miró a los ojos y se irguió de nuevo, a pesar del dolor. Cobra asintió bruscamente y retrocedió unos pasos, dandole el tiempo y el espacio que las Arenas negaban para que se preparara.

Unos pasos más allá, Cobra la saludó con respeto.
El público contempló atónito, mudo testigo, el Honor de la Arena.

- Nos veremos al otro lado- dijo Comadreja, enarbolando de nuevo el escudo, y Cobra sonrió.

El combate debía continuar.
Afianzó los pies en el suelo, tratando de encontrar la postura que no la hiciera caer al intentar aquella última carga. Frente a ella, Cobra hizo un último molinete con las armas.

Y cargó. Cargó con la fuerza de un cuerpo que se negaba a claudicar, con la fuerza de las olas que embisten al acantilado, aunque sepan que allí está su fin. El latigazo de dolor la hizo gritar, pero usó la fuerza y la profundidad de aquel grito para sí, lo llenó de rabia por vivir, de sueños inacabados, de pasados perdidos. El grito resonó en el silencio de la arena mientras Cobra se preparaba para la embestida. Se encontaron de nuevo con fuerza, con desesperación. Cobra atacó con furia, abatiendo sus hachas sobre el escudo que, pese a todo, se mantenía firme. Comadreja puso todo su corazón en mantener el escudo, incapaz como era de atacar. Sin una espada para cubrir su flanco derecho, embestir con el escudo era un suicidio. Aunque fuera a morir de todas formas... Aguantó cada golpe sintiendo que el único brazo útil se le entumecía, como cada impacto la clavaba más al suelo. Tenía que salir de allí como fuera.
Respiró hondo, todo lo profundamente que podía sin sentir las costillas rotas clavándose en sus entrañas. Era la única oportunidad. Aguantando todo su peso enla rodilla herida, rezando para que no la tirara al suelo, descargó una fuerte patada en la rótula descubierta de su enemiga. Con un grito, Cobra estuvo a punto de caer. Aprovechando el desequilibro de su oponente, Comadreja abrió la guardia para buscar un punto de huida y encontró apoyo en la rodilla doblada de la orca. Invocando para sí toda la energía que pudiera reunir su maltrecho cuerpo, se encaramó a aquel cuerpo que se le ofrecía y se propulsó hacia arriba, por encima de su hombro, para volar alto, lejos, donde las hachas no pudieran encontrarla. En una fracción de segundo sintió el metal clavarse en su carne, sobre aquella antigua cicatriz que la ataba a su pasado. Sintió como traspasaba la piel, como se le hundían las costillas, como la sangre le bañaba el costado y el dolor recorría cada partícula de su ser. Sintió como la sangre ascendía a su garganta y mientras se alzaba en el aire, golpeó con el escudo buscando un apoyo que le diera la fuerza que a ella se le escapaba por aquella última herida. Con un chasquido, el pico inferior del escudo encontró firmeza y dio a su salto toda la fuerza que necesitaba.

Voló por encima de Cobra como si ya nada pudiera retenerla. Cerró los ojos, sintiendo el aire de la noche a su alrededor, esperando el golpe de gracia que la hiciera caer de nuevo al suelo para no levantarse jamás, que le cortara las alas. Aterrizó en la tierra manchada de sangre con un golpe que le arrebató el aire de los pulmones y le hizo soltar el escudo. Cayó boca abajo, como una muñeca demsadejada, con la vida escapándose por aquel infame tajo en el costado. Con la poca energía que quedaba en su maltrecho cuerpo, se volvió trabajosamente para recibir a la muerte de frente, incapaz de incorporarse siquiera.

- ¡COBRA! ¡COBRA! ¡COBRA! -bramó la multitud de pronto, pidiendo muerte.

Con la mirada turbia ya, con los párpados luchando por cerrarse, Comadreja vio la silueta de la orca en pie, dándole la espalda, unos metros más allá. Un estremecimiento recorrió las gradas. Los gritos se volvieron inseguros ¿Por qué no atacaba?Comadreja sintió que el tiempo se distorsionaba, o tal vez eran los delirios que le traía la muerte. Si no ¿Por qué todo parecía suceder tan lentamente? ¿Por qué veía las rodillas de Cobra doblarse bajo su peso tan despacio como si estuviera haciendo una reverencia a las gradas? La vio caer, lentamente, aún sujetando las hachas en las manos. Quedó de rodillas unos instantes, con los brazos rígidos, rígido el torso y luego, despacio, muy lentamente, se desplomó en el suelo con un golpe sordo.

Ajena a todo, Comadreja sentía que tenía poco tiempo y tenía que encontrar a Zai´Jayani.
Encontró sus ojos al otro lado de la verja. El troll sujetaba con firmeza los barrotes y la miraba con intensidad, como si el orgullo, el reconocimiento y la compasión se mezclaran en aquel mudo mensaje. Quería darle las gracias y al mismo tiempo pedirle perdón por fallar en el combate que decidía su vida. También quería decirle que el miedo se había ido, que el dolor no importaba y que esperaba que estuviera orgulloso por haberla visto llegar hasta allí. Se despidió de Gaerrick, de sus manos y su fuego. Se despidió de Baner y del paseo a la luz de la luna. Se despidió de Klode y su alegría, de Angeliss y su silueta contra el hogar, de Averil y la esperanza que representaba. Se despidió de Raz el Silencioso, de la dulce Pristinaluna, de la siniestra Imoen.

Su última despedida fue para Irinna, para lo que había sido y para lo que ya nunca podría ser.

Zai´Jayani, al otro lado de los barrotes, aferró con fuerza su talismán. Su vista seguía fija en el cuerpo inmóvil en la arena, en el charco de sangre que crecía violentamente a su alrededor. En su corazón, los ancestros cantaban para la guerrera que dejaba el mundo. Aquella muchacha humana había demostrado una fuerza inquebrantable, una rabia por vivir que apenas cabía en aquel cuerpo tan pequeño. Sintió la presencia de Zun´zala junto a él. El viejo chamán cantaba con los ancestros con su voz rota y cascada, y le acompañó. Envió su canción al espiritu que abandonaba el cuerpo de Comadreja para reunirse con sus propios ancestros, cantó para que encontrara el camino al Otro Lado. Para que cuando llegara, no le olvidara.

Sintió una presa firme en su muñeca. Zun´zala había dejado de cantar y miraba fijamente al coliseo, a algún punto sobre las gradas. El silencio allí era atronador. Reacio a dejar de mirar a Comadreja, buscó con la mirada aquello que atraía la atención de su maestro. Le costó encontrarlo, pero una vez lo hizo, le fue imposible volverlo a perder. Alguien se había alzado en las gradas y se mantenía en pie sobre la balaustrada. Podía ver sus blancas ropas resplandeciendo en la negrura de la noche, el cabello oscuro apartado del rostro.

Athos de Mashrapur saltó por encima de la balaustrada, directamente a la arena. Aterrizó con una agilidad insospechada y caminó hacia las contendientes, manchándose los pies descalzos de arena, de sangre los bajos de su pantalón blanco. Todo el coliseo permanecía atento a los movimientos del dueño de aquellas dos criaturas que se acercaba a darles su última despedida. El mestizo hizo una señal a uno de los ogros que guardaban las vejas de las bestias y este se acercó corriendo a Cobra, que permanecía inmóvil, caída de cara contra el suelo.

- ¡COBRA!- gritó alguien en las gradas, pero su voz se perdió en el silencio.

El ogro se inclinó sobre ella, la giró tomándola del hombro y el cuello de la orca se bamboleó tétricamente. El ogro negó con la cabeza y la gente comprendió: la grande, la terrible Campeona había encontrado su final.

Cobra había muerto.

- ¡MONGUZ! ¡MONGUZ!- bramaron entonces entre la multitud voces perdidas en aquel silencio expectante.

Mashrapur llegó hasta Comadreja y cruzó descalzo como iba el charco de sangre hasta ella. La multitud le vio arrodillarse junto al cuerpo, manchando de sangre encarnada sus pulcros pantalones, como si realmente no le importara, como si realmente ella importara algo. Zai le vio buscarle el pulso en el cuello y sacarse la camisa presurosamente para cortar la brutal hemorragia del costado. Tras las verjas, apretó la mano de Zun´Zala, sintiendo en el pecho el aleteo de la esperanza. El elfo dio entonces una voz, una orden firme, y dos ogros entraron corriendo en la arena portando una camilla. Con gran urgencia cargaron el cuerpo de la joven y corrieron hacia la salida.

La multitud bramó entonces, su aclamación se desató como una tormenta largamente contenida. Sus voces estruendosas se mezclaron en una cacofonía ensordecedora, cargada de delirio, de fiebre, de pasión y alegría. Zai´Jayani rompió a reir, sin poder contenerse. Junto a él, Zun´zala cantó de nuevo, pero una canción reservada para el honroso retorno de los guerreros victoriosos, y los ancestros le acompañaron.
Los ogros cargando el cuerpo llegaron a la verja, que se abrió para ellos. Zai corrió junto a la camilla y sostuvo la mano fría de la muchacha, sin importarle que al otro lado, Athos de Mashrapur contuviera la hemorragia con su camisa.
Al sentir su mano, Comadreja abrió levemente los ojos.

- Hola, bichito.- dijo el troll, tratando de retenerla con la mirada.

La muchacha sonrió con sus labios manchados de sangre, cerró un instante los ojos. Volvió a abrirlos como si le costara mantenerse consciente.

- Todavía no me voy.- dijo con voz débil, y la punta de su lengua asomó a los labios con dolorosa malicia.- Te fastidias.

Zai´Jayani se dio cuenta entonces de que la multitud en las gradas cantaba.

- ¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!- repetían en un coro interminable y absoluto- ¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!

Sonrió. En la camilla, la guerrera victoriosa frunció el ceño como si aquello le costara el esfuerzo de una vida.

- ¿Qué cantan?- preguntó con una voz que era un susurro.

Zai´Jayani apretó su mano, la miró con orgullo.

- Tu nombre de guerra.- dijo- Mon´gus. Mangosta.

Sus manos se desentrelazaron y la camilla desapareció tras las cortinas del hospital. Zai permaneció en la entrada, sabiendo que no podía cruzar el umbral pero exultante de alegría.

Desde las gradas, el ronco grito de la multitud invadía cada rincón de la selva.

Los Hilos del Destino XVL

viernes, 26 de febrero de 2010

Como una esmeralda radiante, el bosque resplandecía bajo el cielo azul cobalto y el sol de la tarde le calentaba la espalda como una caricia infinita, llenando su cuerpo de una extraña serenidad. A sus pies, el mundo transcurría vertiginosamente, teñido de un verde tan intenso que cegaba y que alcanzaba hasta allá donde abarcaba la vista, y el murmullo del bosque era como el rumor del río atravesando el aire hasta ellos. El dragón suspiró de placer. Las ruinas emergieron del verdor como blancos dedos de alabastro. Descendieron casi en picado hacia la espesura, sintiendo el delicioso tirón del viento y, aprovechando una corriente de aire caliente proveniente de la jungla, se deslizó en el camino que el viento le trazaba, con las alas desplegadas invadido por una insospechada sensación de libertad.

- Busquemos un lugar discreto- susurró Trisaga en la Vieja Lengua, inclinada sobre el cuello de su compañero- No alarmemos a los Tótem Siniestro.

Sobrevolaron a una altura prudencial el asentamiento tauren y continuaron avanzando hacia el norte. Los Colosos se recortaron en el horizonte como dos pilares verdeantes sosteniendo la bóveda celeste.

“Sujétate” dijo Dremneth con un brillo divertido en las pupilas reptilianas cuando los alcanzaron. Trisaga rodeó con los brazos el poderoso cuello de escamas de cobre.

El mundo se inclinó violentamente cuando el dragón extendió las alas y voló entorno a uno de los Colosos, con el vientre blanco casi pegado a la roca, ascendiendo en espiral, y descendiendo como en una danza infinita. Trisaga sintió el viento en el rostro y sonrió, presa de aquella sensación de libertad.
Al cabo de unos instantes, o tal vez fueran unas horas, Dretelemverneth ascendió apaciblemente hasta la cima del Coloso y se posó con suavidad.

”Así es el mundo de mi pueblo”
dijo el dragón mientras Trisaga desmontaba y se asomaba al borde del mundo.

Azeroth se extendía hasta el infinito, verdeante entre neblinas. Las nubes bajas componían un mar eterno de tonos malvas, del que emergían solo los picos más altos como islas solitarias. Trisaga inspiró profundamente, llenó sus pulmones de aquel aire helado para que aplacara su inquietud. En un gesto cálido, posó la mano blanca en el poderoso cuello, y contempló el infinito junto al dragón.

”Sabes que iría contigo” dijo Dremneth entonces, aunque ella no hubiera dicho nada.

Había pesar en su voz, aunque su voz no fuera más que un pensamiento en la mente de ambos.

- Lo sé, Vagabundo.- giró suavemente el anillo cobrizo en su dedo. Luego suspiró- Solo espero no estar sola en esta cruzada. Tengo el temor de haber pedido un sacrificio demasiado grande a aquellos que atendieron mi llamada. No tengo derecho a pedirles algo así.

”¿Dudas ahora?” inquirió el dragón, ladeando sutilmente la majestuosa testa.

Trisaga no respondió enseguida. Siguió girando el anillo en su dedo con aire ausente.

- No.- dijo al fin, y no había duda en su voz.- No dudo, sé que debo hacerlo. Amo a esa niña, y aunque no la amara. Se lo debo, a ambas. Fracasé una vez, fui incapaz de ayudar a la otra mitad de mi alma. He de salvar a su hija. Se lo debo.

Dretelemverneth volvió sus ojos hacia ella.

“¿Y qué te debes a ti misma?”

Bálsamo Trisaga, llamada Lágrima de Plata, última de la ya olvidada orden de las Lágrimas de Elune, alzó el mentón. Su rostro se volvió inescrutable: una máscara inmutable de rectitud y serenidad. Las marcas bajo sus ojos resplandecieron con un brillo acerado, como el legado de toda una vida de disciplina.

No respondió. No hacía falta.

“Vamos, te llevaré abajo”- suspiró el dragón, con un leve atisbo de compasión en la voz.

Descendieron suavemente, en silencio, y desaparecieron entre las nubes, en la bruma.

Los Hilos del Destino XLIV

jueves, 25 de febrero de 2010

25 de Febrero, Villa Oscura
A Bálsamo Trisaga, del Culto de Elune

Estimada Sra. Trisaga

Lamento la tardanza en mi respuesta, pero diversas problematicas nos han traído ocupados. Agradezco su preocupación y la de los suyos sobre el estado del Bosque del Ocaso. Sin embargo, lamento comunicarle que no tenemos constancia alguna de la existencia del susodicho dragón. Aún así, usted y su gente son libres de caminar por nuestras tierras y de hecho, les invitamos a hacerlo. Cuando lleguen a Villa Oscura pregunten por mi, estaré encantado de servirles de ayuda en lo que sea necesario.

Sinceramente suyo

Gary A. Sanderson, alguacil de Villa Oscura

En los Confines de la Tierra XXI

sábado, 20 de febrero de 2010

Una semana más tarde:

Hacía un calor húmedo y pegajoso aunque el sol se había puesto hacía horas. En las gradas, los espectadores se abanicaban con hojas de palma o de otras plantas y resoplaban aburridos, impacientes ante el comienzo del siguiente combate. Era ya el vigésimo día del encuentro y una vez esfumada la emoción de los primeros combates, muchos estaban ya cansados de la humedad, los mosquitos y la incomodidad genérica de la selva de Feralas.

Comerciantes goblin paseaban por entre las gradas vendiendo bebidas y refrescos, y palmitos improvisados con cuerda trenzada. Gritando, anunciaban sus mercancías y dispensaban y recogían con una destreza sin igual, mientras los esclavos permanecían imperturbables tras sus amos, atentos a cualquier necesidad de estos.

En un palco separado de la plebe por unas barandillas de madera labrada, los poderosos bebían languidamente de sus copas heladas y observaban con indolencia la arena vacía.

- Mi corredor asegura que las apuestas van cincuenta a uno, sea quien sea el contrincante- dijo un humano de inmenso vientre, carente de cuello y vestido con pomposidad.

Palmeó el muslo del muchacho que se sentaba sumiso junto a él, y rió de modo que su papada se estremeció.

- ¿Qué mérito tiene eso, barón?- inquirió laguidamente una sin´dorei de hermosos rasgos y cabellera encendida, recostada entre cojines.

El orco que se sentaba junto a ella se carcajeó.

- ¿Quien habla de mérito, Lianthala?- sonrió con malicia, asomando los finos colmillos inferiores a sus labios- Ganancias, querida, ganancias. Es bueno que los resultados estén tan claros.- y añadió mirando intencionadamente a la figura que guardaba silencio, de pie contra la balaustrada, dándoles la espalda- Sobre todo cuando son a favor ¿Me equivoco?

Athos de Mashrapur dio un sorbo a su copa y se volvió lentamente, con elegancia. Tenía el cabello oscuro recogido con sencillez contra la nuca y vestía como siempre su inmaculado traje blanco, con la camisa abierta sobre el pecho y los puños recogidos a la altura del codo. Entre toda aquella pomposidad, entre los ricos brocados y las joyas, exudaba una suerte de gracia e intrepidez que contrastaba con sus ostentosos acompañantes. Nadie, al verlo por primera vez, hubiera podido decir que tenía ante sí a uno de los hombres más poderosos de la hampa en Kalimdor.

- No adelantemos acontecimientos, Durga.- respondió con un brillo extraño, casi ausente, en los ojos- No está todo tan claro como suponéis.

El orco resopló.

- A d'yaebl aep arse, medio elfo,- gruñó empezando a malhumorarse- no vengas con humildades. Esa orca tuya ha tumbado a todos mis chicos. A todos y cada uno de ellos. Yo creo que está bien claro. Ya lo creo que sí...

- Durga tiene razón - maulló desde sus cojines Lianthala- aunque se ensucie la boca con maldiciones que no entiende. Cobra también venció a mis chiquitines. Y a los del barón, de hecho...

El mentado barón acarició uno de los gruesos rubíes del collar que le rodeaba el cuello dos e incluso tres veces.

- Hmmmmmmm - gimoteó- Algo hay que el respetado Mashrapur no comparte ¿Me equivoco?

Athos de Mashrapur no respondió y dio otro sorbo a su copa de exquisito vino. Dirigió una mirada a la multitud y por último a la arena, a las puertas por las que entrarían los contendientes.

- ¡SE CIERRAN LAS APUESTAS!- retumbó la voz del encargado, rebotando en las paredes del coliseo.- ¡NO SE ADMITEN MÁS INGRESOS NI CAMBIOS!

Como si hubiera esperado aquella señal, el mestizo dejó su copa en una bandeja que sostenía su esclavo y se apoyó en la barandilla, mirando intensamente a la arena.

- ¡VA A DAR COMIENZO EL VIGÉSIMOQUINTO COMBATE!- continuó la potente voz del encargado, un ogro de piel oscura y rostro desfigurado por una fea cicatriz.

La multitud enmudeció, expectante.

- EN LA PUERTA NORTE, DIRECTA DESDE LOS CAMPOS DE BATALLA DE ARATHI... ¡LA TERRIBLE! ¡LA INCREIBLE!¡¡COBRA!!

Los espectadores estallaron en una estruendosa ovación, frenéticos. Cobra era el tipo de guerrero que gustaba ver en las arenas: aterrador, fiero, cruel y letal, que entendía que la gloria de un gladiador se define por lo que consiga alargar la muerte de su contrincante. Comprendía la esencia del espectáculo.

"¡Cobra, Cobra, Cobra!" bramaban.

- EN LA PUERTA SUR - continuó el ogro, con el cuello hinchado de tanto gritar- REMONTANDO DESDE EL ANONIMATO...

Athos de Mashrapur se agazapó como una pantera contra la barandilla.

***

Comadreja respiró hondo y afianzó la presa en su arma y su escudo. Luego escupió al suelo.

- Suena ridículo- gruñó, soplando para apartarse una pluma del tocado que le caía sobre los ojos.- Necesito un nombre de guerra, Zai, uno de verdad...

Zai´jayani miró entre los barrotes a la multitud aullante, impaciente. Reconocía el miedo en ella, sabía que hablaba del nombre para no enfrentarse a su propio miedo.

- ¿Cua´crees que te pega?- inquirió, tratando de no dejar translucir la inquietud que le embargaba respecto al siguiente combate.

La muchacha bailoteó de un pie a otro rápida y ágilmente, agitó los brazos tratando de sacudirse aquella lúgubre certeza que la invadía. La verja frente a ella se levantó con un chasquido: el combate iba a comenzar.

- Si no vuelvo- dijo antes de salir a la arena- búscamelo tú.

Zai la vio irse, muerta de miedo pero decidida. Luchó por alejar de sí la misma sensación fatalidad que la embargaba a ella. Necesitaba concentrarse en el combate, en la esperanza por exigüa que fuera. Se llevó una mano al talismán que llevaba al cuello, y susurró como si con ese susurro pudiera hablar a todos los espíritus y ancestros que los rodeaban.

- Cui´ad d´ella.- rogó.

Los espíritus no respondieron.

***

A su alrededor, el público era una masa enloquecida, con las voces enronquecidas de tanto gritar: una marabunta de gritos indistinguibles, rebotando en las paredes de la Masacre, en la noche de Feralas. Las contendientes se miraron con fiereza desde cada lado de la arena mientras a sus espaldas se cerraban las verjas que les cortaban la retirada. Haciendo caso omiso del estruendo, se estudiaron con atención, evaluando a su oponente, buscando sus debilidades, las letales aberturas en su equipo.

Cobra la miraba fijamente con aquellos hipnóticos ojos amarillos destacando sobre la piel verdosa. Había renunciado a las duras armaduras y guarniciones de metal y madera, y en un ejercicio de arrogancia, solo vestía un prieto justillo de cuero que le cubría los brazos e iba de su cuello a la entrepierna, y unas calzas que no dejaban al aire ni un solo fragmento de piel. Todo, absolutamente todo su equipo, estaba elaborado con pesadas escamas de alguna sierpe de gran tamaño, dotadas de una gran flexibilidad. En cada mano llevaba un arma: un hacha de largo mango y hoja curvada como una hoz, con el metal trabajado con extraños símbolos y dibujos. Giraban en sus manos con un susurro de muerte, rápidas, terribles y certeras.

Comadreja sintió que se estemecía. Había algo que le inquietaba y que no conseguía reconocer. No eran sus armas, ni su temible estatura. No era tampoco la sonrisa taimada de sus labios oscuros. Fue vagamente consciente había algo antinatural en el modo en que aquella orca fijaba la mirada, una fijeza inquietante y animal que hacía que los oponentes no pudieran apartar la mirada de aquellos ojos terribles. Por alguna razón volvieron a su memoria una de tantas charlas con Zai´Jayani sobre el magnífico genio de la naturaleza, de sus trucos taimados para garantizar la supervivencia. Ahí estaban los camaleones, que cambiaban de color para camuflarse, y los insectos palo que parecían finas ramitas. Allí estaban las grandes mariposas con inmensos ojos pintados en sus alas, o las pequeñas ranas venenosas que se cubrían de vistosos colores para avisar de su toxicidad.

Una increible sensación de alivio la invadió cuando, de pronto, comprendió aquello que tanto le había inquietado: Cobra se había pintado los párpados del mismo color amarillo que sus ojos y había trazado en el centro de cada uno una pupila vertical con tinta negra. El efecto, realmente, era inquietante: se hubiera dicho que nunca parpadeaba. La muchacha inspiró brevemente. Le infundía valor el haber reconocido al menos uno de los trucos de Cobra para aterrar a sus contendientes. No era más que eso, un truco. Tuvo ganas de reir.

Con nuevo aplomo, dio un paso al frente.
Cobra entrecerró los ojos con malicia, hizo un molinete con sus armas y la imitó, aceptando el desafío.

La multitud enmudeció.

El repentino silencio que se hizo en el coliseo fue tan atronador como había sido la cacofonía anterior. Los espectadores, de algún modo, comprendían la importancia del combate entre aquellas dos criaturas tan dispares. Tal vez fuera el modo en que se miraban, tal vez que ambas permanecieran inmóviles y sin entrar en combate, evaluándose...

De pronto, en aquel silencio, Comadreja escuchó los latidos de su propio corazón: rápidos, constantes y retumbantes como el golpe de un tambor. Y precisamente aquellos latidos fueron los que le recordaron aquella sensación de fatalidad que bordaba su consciencia, arañándola con insidia. Aquel combate no tenía solo la certeza de la muerte que acompañaba a cada uno. No era solo la adrenalina y el miedo a partes iguales. Frente a ella tenía a Cobra, quien desde el primer día había ansiado su sangre. La orca no se conformaría con el golpe certero: era dueña y señora del espectáculo, y disfrutaría de cada instante de la inminente victoria. Jugaría con ella como un gato con el ratón. La torturaría con sus sinuosas maneras en el combate, le haría tragar tierra y sangre y la conservaría consciente y lúcida para ver sus tripas derramadas en la arena antes de darle un final que para entonces, estaría rogando desesperadamente.

Las rodillas comenzaron a temblarle.

"No, ahora no" se dijo, temiendo que el miedo volviera a hacer presa en ella, volviéndola débil, lenta y torpe.

Luchó por alejar de sí las imágenes de la ominosa muerte que la esperaba y respiró profundamente, al menos todo lo profundamente que le permitía su maltrecho corazón. Frenta ella, Cobra hizo un nuevo molinete con las armas y comenzó a caminar a su alrededor, sin dejar de sonreirle tétricamente, sin apartar la mirada. Hacía bailar las hachas en sus manos con una destreza aterradora y despreocupada, como si aquel fuera el premio por todos los combates anteriores, un postre por una gargantuesca comida, y estuviera meditando por qué lugar cortar primero el pastel.

-¡COBRA, COBRA, COBRA!- restalló la multitud.

Comadreja enarboló el escudo, preparó el arma y afianzó los pies en la arena del coliseo.

"En la a´ena nadie´spera"


Cargó, sin pensar,no había tiempo.
Cobra esquivó deslizándose rápidamente hacia su derecha. Vio volar una de sus hachas hacia el costado desprotegido, casi en la espalda, y apenas tuvo tiempo para frenar el golpe con su espada. El metal restalló con un chasquido antes de que ambas contendientes retrocedieran de un salto, tras aquel primer tanteo. La orca rió con una carcajada gutural y salvaje, divertida. Las hachas seguían bailando en sus manos, como si nunca hubieran dejado de hacerlo, fascinantes... hipnóticas... Se acercó lentamente, confiada y sinuosa, mirándola fijamente a los ojos, como si no necesitara vigilar sus armas.Comadreja recordó entonces lo que sucedió aquella vez, en la jaula, el modo en que el guardia se había quedado completamente inmovilizado e incapaz de reaccionar mientras Cobra se le acercaba.

"¡No la mires!"

Apartó la mirada justo a tiempo para interponer el escudo ante el hacha que se abatía sobre ella. La madera retumbó y aprovechó para barrer con el escudo a su oponente, protegiéndose con la espada de los golpes del hacha libre. No le dio tiempo a pensar, avanzó sobre ella con firmeza, lanzando tajos por encima del escudo mientras controlaba que las hachas no traspasaran su defensa. Trató de acorralarla, un paso trás otro, obligándola a retroceder. Quería que diera con su espalda en la pared, limitar su margen de acción y evasión. Alternaba tajos de espada y embates de escudo para aturdirla, pero era rápida, muy rápida.

- ¡COBRA!¡COBRA!¡COBRA!

Tras un último embate, comprobó con terror que la orca ya no estaba allí. No estaba, no había nadie bajo su escudo... Y cuando quiso saltar girando sobre sí misma, utilizando la pared para evitar que se le acercara por la retaguardia, un dolor lacerante le cruzó la espalda y sintió la sangre cálida bañándole la piel. Cobra tenía la primera sangre.

"Mierda, mierda, mierda, mierda"


No podía detenerse, no podía volverse para comprobar la gravedad de la herida o si su oponente había envenenado sus filos. Tendría que comprobarlo en sus carnes. Atisbó por el rabillo del ojo un movimiento e interpuso el escudo. El hacha golpeó la madera con tanta fuerza que le castañetearon los dientes. Aprovechando la guardia abierta atacó con la espada desde arriba, pero Cobra, por fin en su campo de visión, retrocedió de un salto.
Era endiabladamente rápida.

- ¡COBRA!¡COBRA!¡COBRA!- la multitud aullaba, delirante, enardeciendo a su campeona.

Se rondaron de vuelta al centro de la arena, vigilándose con la mirada, girando al compás como si se tratara de una singular danza. Largas zancadas, firmes, lentas en aquel avance circular que precedía un nuevo choque. Lentamente, el círculo invisible entorno al cual giraban se fue estrechando. Poco a poco, más y más cerca.

Comadreja gritó con furia y cargó de nuevo.
Esta vez sintió el impacto inestable contra su contrincante y supo que había tenido éxito. Rápidamente abrió la guardia y asaetó con su espada. La sangre oscura de la orca le salpicó en el rostro. La multitud la abucheó, otros aplaudieron. Alguien gritó algo que no entendía. Cuando se recobró del aturdimiento y se puso de nuevo en guardia, Cobra miró a su alrededor y vio que Comadreja había vuelto a alejarse de ella. Gruñó. La muchacha se dio cuenta entonces de que la orca había comprendido los peligros de permanecer alejada de ella. Tendría que mantenerse cerca, donde no tendría apenas movilidad con los largas astas de las hachas.

Por primera vez desde que comenzó el combate, Comadreja se permitió sonreir.

A partir de aquel preciso instante, como si de una señal se tratara, el combate se volvió frenético, desenfrenado, tan violento y ágil que los espectadores de las filas más alejadas se pusieron en pie para poder seguirlo. Las formas de las contendientes se desdibujaban en giros, fintas, saltos y esquivas. El público aullaba, pero no parecía tan unánime como al principio.

- ¡MONGUZ!- gritó alguien en las gradas. Y algunos lo corearon.

En la noche de Feralas, el chasquido de los metales restallaba hasta las copas de los árboles. Los rugidos de las combatientes rozaban lo animal, así como su fiereza y el modo brutal en que se movían, a veces con la sutilieza del puma, otras con la solidez del gorila. Cobra atacaba con las dos hachas con una agilidad sin par, sin dar un respiro a su contrincante, buscando sus aberturas, sus puntos débiles, buscando sus gardias bajas para que una de sus hojas traspasara su defensa.

Comadreja, por su parte, bailaba con su escudo de modo que siempre se encontrara entre el hacha y ella, y asaetaba con la espada desde arriba, desde el lateral, cuando su contrincante abría la guardia. Embestía con el escudo firme, con fuerza, y se complacía en reconocer el aturdimiento de Cobra cuando el golpe era certero. En no pocas ocasiones el metal mordió la carne ajena. La sangre goteaba insistentemente en la arena sin que importara a nadie. Estaban tan concentradas la una en la otra, estaba tan concentrado el público en el combate que casi había enmudecido, de modo que durante aquellos minutos que se vivían como horas, el chasquido de los metales y los jadeos de las combatientes eran lo único que se escuchaba en el coliseo.

Comadreja, con la pintura de guerra corrida sobre el rostro, flaqueó un instante. El último golpe había entrado realmente bajo y le había golpeado con tanta fuerza la rodilla que ahora tenía que hacer un esfuerzo importante para que no se flexionara y la tirara al suelo. La sangre caliente le corría rauda por la pantorrilla y se encharcaba a sus pies. El dolor era atroz.

"Que no haya cortado el músculo"
, rogó, "Por favor, que no haya cortado el músculo..."

Frente a ella, Cobra resollaba. Aquel combate estaba resultando abismalmente más largo e intenso que los demás, y sus heridas también la debilitaban. Tenía un brazo casi inmovilizado, con un profundo corte que iba desde el hombro hasta el codo. Aún así miraba a su contrincante con odio, llena de rabia.

No se dieron más tregua.
Tras aquellos breves instantes de respiro, corrieron de nuevo una contra la otra. En las gradas, los espectadores se pusieron en pie ¿Estaba en aquella carrera el golpe de gracia de aquel combate desbocado? ¿Se destruirían aquellas dos fuerzas imparables al chocar? El sonido del choque retumbó en el Coliseo. Durante una fracción de segundo, ambos cuerpos se encontraron, carne contra carne, arma contra arma. Un chasquido de metal. Y luego, como si el tiempo se hubiera ralentizado, las contendientes se separaron como si aquel choque apenas hubiera servido para frenar levemente su avance.

Desde las gradas, vieron que la humana hincaba la rodilla en el suelo y quedaba inmovil. Una conmoción recorrió el público. Con otro chasquido, la espada cayó del cielo al otro lado de la arena y se clavó en la tierra. El coliseo estalló en una ovación febril. Cobra, jadeante pero con una sonrisa feroz en los labios, alzó los brazos armados en gesto de victoria.

- ¡COBRA! ¡COBRA! ¡COBRA!- aulló la multitud, enfebrecida

Había desarmado a su oponente: la suerte estaba echada.

Ya era solo cuestión de tiempo que inutilizara el escudo y quedara a su merced. Ya era solo cuestión de paciencia que pudiera esparcir sus tripas por la arena, aunque repentinamente aquella muerte le pareciera indigna después de aquel combate. Saludó al público, triunfante, y se volvió hacia quien había de ser su gran victoria.

- ¡COBRA! ¡COBRA! ¡COBRA!¡COBRA!¡COBRA! ¡COBRA!

En la arena, Comadreja permaneció inmóvil. La suerte estaba echada, incapaz como era de mantenerse en pie. Era ya solo cuestión de tiempo que las hachas le cercenaran la vida, que su sangre regara la arena y que ella sucumbiera por siempre. Y con ella, todo lo que alguna vez había sido, lo que hubiera podido ser alguna vez. Era el momento de despedirse de toda esperanza, de afrontar la Buena Muerte con el orgullo que Zai´Jayani le había inculcado, de mirar al frente y saludar a los que la esperaban al otro lado.

Cuando se enderezó, el aullido de la multitud se contuvo, como si reconocieran el valor de lo que estaba a punto de acontecer.

- ¡MONGUZ!- bramó una voz solitaria en las gradas.

- ¡MONGUZ!- corearon voces diseminadas en la multitud, débiles como ecos.- ¡MONGUZ!

Irguiéndose firme, aunque el dolor en todo su cuerpo era insoportable, Comadreja alzó el rostro. Sus ojos grises miraron a Cobra con todo el reconocimiento que merecía el guerrero que le quitara la vida en justo combate. Enarboló el escudo firme ante ella.

La rodilla le dolía de manera atroz, se doblaba bajo su peso. El brazo derecho le colgaba inerte a un lado. La mano de la espada le palpitaba sordamente y comprendió que Cobra la había roto para hacerle soltar el arma, pero ya no importaba. Todo su cuerpo tendía hacia abajo, como si quisiera doblarse, encogerse hasta desaparecer. Luchó por mantenerse en pie, pese a las lágrimas que brotaban de sus ojos, emborronando sangre y pintura, empapándole el rostro. Luchó por corresponder la dignidad y el respeto en los ojos de Cobra. Ya no había odio en ellos, sino un reconocimiento que iba más allá del combate, como si dando fuerza a las leyendas de su tribu, hubiera encontrado al fin a su Enemigo, largo tiempo ansiado, y al mismo tiempo se lamentara y se sintiera profundamente orgullosa de derrotarla en su aquel primer combate. Comadreja trató de avanzar un paso, pero la rodilla le falló y estuvo a punto de caer de nuevo. El latigazo de dolor le recorrió la espina dorsal y por un momento fue incapaz de volver a erguirse.

- Arriba.- dijo una voz gutural y ronca frente a ella, cerca, muy cerca.

Alzó la vista.
De pie, a escasos metros, Cobra la miraba queriendo tender la mano a su Enemiga para poner en pie pero al mismo tiempo sabiendo que tenía que hacerlo por ella misma.

- Arriba.- repitió, y su voz era una orden, un ruego.

La muchacha la miró a los ojos y se irguió de nuevo, a pesar del dolor. Cobra asintió bruscamente y retrocedió unos pasos, dandole el tiempo y el espacio que las Arenas negaban para que se preparara.

Unos pasos más allá, Cobra la saludó con respeto.
El público contempló atónito, mudo testigo, el Honor de la Arena.

- Nos veremos al otro lado- dijo Comadreja, enarbolando de nuevo el escudo, y Cobra sonrió.

El combate debía continuar.
Afianzó los pies en el suelo, tratando de encontrar la postura que no la hiciera caer al intentar aquella última carga. Frente a ella, Cobra hizo un último molinete con las armas.

Y cargó. Cargó con la fuerza de un cuerpo que se negaba a claudicar, con la fuerza de las olas que embisten al acantilado, aunque sepan que allí está su fin. El latigazo de dolor la hizo gritar, pero usó la fuerza y la profundidad de aquel grito para sí, lo llenó de rabia por vivir, de sueños inacabados, de pasados perdidos. El grito resonó en el silencio de la arena mientras Cobra se preparaba para la embestida. Se encontaron de nuevo con fuerza, con desesperación. Cobra atacó con furia, abatiendo sus hachas sobre el escudo que, pese a todo, se mantenía firme. Comadreja puso todo su corazón en mantener el escudo, incapaz como era de atacar. Sin una espada para cubrir su flanco derecho, embestir con el escudo era un suicidio. Aunque fuera a morir de todas formas... Aguantó cada golpe sintiendo que el único brazo útil se le entumecía, como cada impacto la clavaba más al suelo. Tenía que salir de allí como fuera.

Respiró hondo, todo lo profundamente que podía sin sentir las costillas rotas clavándose en sus entrañas. Era la única oportunidad. Aguantando todo su peso enla rodilla herida, rezando para que no la tirara al suelo, descargó una fuerte patada en la rótula descubierta de su enemiga. Con un grito, Cobra estuvo a punto de caer. Aprovechando el desequilibro de su oponente, Comadreja abrió la guardia para buscar un punto de huida y encontró apoyo en la rodilla doblada de la orca. Invocando para sí toda la energía que pudiera reunir su maltrecho cuerpo, se encaramó a aquel cuerpo que se le ofrecía y se propulsó hacia arriba, por encima de su hombro, para volar alto, lejos, donde las hachas no pudieran encontrarla. En una fracción de segundo sintió el metal clavarse en su carne, sobre aquella antigua cicatriz que la ataba a su pasado. Sintió como traspasaba la piel, como se le hundían las costillas, como la sangre le bañaba el costado y el dolor recorría cada partícula de su ser. Sintió como la sangre ascendía a su garganta y mientras se alzaba en el aire, golpeó con el escudo buscando un apoyo que le diera la fuerza que a ella se le escapaba por aquella última herida. Con un chasquido, el pico inferior del escudo encontró firmeza y dio a su salto toda la fuerza que necesitaba.

Voló por encima de Cobra como si ya nada pudiera retenerla. Cerró los ojos, sintiendo el aire de la noche a su alrededor, esperando el golpe de gracia que la hiciera caer de nuevo al suelo para no levantarse jamás, que le cortara las alas. Aterrizó en la tierra manchada de sangre con un golpe que le arrebató el aire de los pulmones y le hizo soltar el escudo. Cayó boca abajo, como una muñeca demsadejada, con la vida escapándose por aquel infame tajo en el costado. Con la poca energía que quedaba en su maltrecho cuerpo, se volvió trabajosamente para recibir a la muerte de frente, incapaz de incorporarse siquiera.

- ¡COBRA! ¡COBRA! ¡COBRA! -bramó la multitud de pronto, pidiendo muerte.

Con la mirada turbia ya, con los párpados luchando por cerrarse, Comadreja vio la silueta de la orca en pie, dándole la espalda, unos metros más allá. Un estremecimiento recorrió las gradas. Los gritos se volvieron inseguros ¿Por qué no atacaba?Comadreja sintió que el tiempo se distorsionaba, o tal vez eran los delirios que le traía la muerte. Si no ¿Por qué todo parecía suceder tan lentamente? ¿Por qué veía las rodillas de Cobra doblarse bajo su peso tan despacio como si estuviera haciendo una reverencia a las gradas? La vio caer, lentamente, aún sujetando las hachas en las manos. Quedó de rodillas unos instantes, con los brazos rígidos, rígido el torso y luego, despacio, muy lentamente, se desplomó en el suelo con un golpe sordo.

Ajena a todo, Comadreja sentía que tenía poco tiempo y tenía que encontrar a Zai´Jayani.

Encontró sus ojos al otro lado de la verja. El troll sujetaba con firmeza los barrotes y la miraba con intensidad, como si el orgullo, el reconocimiento y la compasión se mezclaran en aquel mudo mensaje. Quería darle las gracias y al mismo tiempo pedirle perdón por fallar en el combate que decidía su vida. También quería decirle que el miedo se había ido, que el dolor no importaba y que esperaba que estuviera orgulloso por haberla visto llegar hasta allí. Se despidió de Gaerrick, de sus manos y su fuego. Se despidió de Baner y del paseo a la luz de la luna. Se despidió de Klode y su alegría, de Angeliss y su silueta contra el hogar, de Averil y la esperanza que representaba. Se despidió de Raz el Silencioso, de la dulce Pristinaluna, de la siniestra Imoen.

Su última despedida fue para Irinna, para lo que había sido y para lo que ya nunca podría ser.

Zai´Jayani, al otro lado de los barrotes, aferró con fuerza su talismán. Su vista seguía fija en el cuerpo inmóvil en la arena, en el charco de sangre que crecía violentamente a su alrededor. En su corazón, los ancestros cantaban para la guerrera que dejaba el mundo. Aquella muchacha humana había demostrado una fuerza inquebrantable, una rabia por vivir que apenas cabía en aquel cuerpo tan pequeño. Sintió la presencia de Zun´zala junto a él. El viejo chamán cantaba con los ancestros con su voz rota y cascada, y le acompañó. Envió su canción al espiritu que abandonaba el cuerpo de Comadreja para reunirse con sus propios ancestros, cantó para que encontrara el camino al Otro Lado. Para que cuando llegara, no le olvidara.

Sintió una presa firme en su muñeca. Zun´zala había dejado de cantar y miraba fijamente al coliseo, a algún punto sobre las gradas. El silencio allí era atronador. Reacio a dejar de mirar a Comadreja, buscó con la mirada aquello que atraía la atención de su maestro. Le costó encontrarlo, pero una vez lo hizo, le fue imposible volverlo a perder. Alguien se había alzado en las gradas y se mantenía en pie sobre la balaustrada. Podía ver sus blancas ropas resplandeciendo en la negrura de la noche, el cabello oscuro apartado del rostro.

Athos de Mashrapur saltó por encima de la balaustrada, directamente a la arena. Aterrizó con una agilidad insospechada y caminó hacia las contendientes, manchándose los pies descalzos de arena, de sangre los bajos de su pantalón blanco. Todo el coliseo permanecía atento a los movimientos del dueño de aquellas dos criaturas que se acercaba a darles su última despedida. El mestizo hizo una señal a uno de los ogros que guardaban las vejas de las bestias y este se acercó corriendo a Cobra, que permanecía inmóvil, caída de cara contra el suelo.

- ¡COBRA!- gritó alguien en las gradas, pero su voz se perdió en el silencio.

El ogro se inclinó sobre ella, la giró tomándola del hombro y el cuello de la orca se bamboleó tétricamente. El ogro negó con la cabeza y la gente comprendió: la grande, la terrible Campeona había encontrado su final.

Cobra había muerto.

- ¡MONGUZ! ¡MONGUZ!- bramaron entonces entre la multitud voces perdidas en aquel silencio expectante.

Mashrapur llegó hasta Comadreja y cruzó descalzo como iba el charco de sangre hasta ella. La multitud le vio arrodillarse junto al cuerpo, manchando de sangre encarnada sus pulcros pantalones, como si realmente no le importara, como si realmente ella importara algo. Zai le vio buscarle el pulso en el cuello y sacarse la camisa presurosamente para cortar la brutal hemorragia del costado. Tras las verjas, apretó la mano de Zun´Zala, sintiendo en el pecho el aleteo de la esperanza. El elfo dio entonces una voz, una orden firme, y dos ogros entraron corriendo en la arena portando una camilla. Con gran urgencia cargaron el cuerpo de la joven y corrieron hacia la salida.

La multitud bramó entonces, su aclamación se desató como una tormenta largamente contenida. Sus voces estruendosas se mezclaron en una cacofonía ensordecedora, cargada de delirio, de fiebre, de pasión y alegría. Zai´Jayani rompió a reir, sin poder contenerse. Junto a él, Zun´zala cantó de nuevo, pero una canción reservada para el honroso retorno de los guerreros victoriosos, y los ancestros le acompañaron.
Los ogros cargando el cuerpo llegaron a la verja, que se abrió para ellos. Zai corrió junto a la camilla y sostuvo la mano fría de la muchacha, sin importarle que al otro lado, Athos de Mashrapur contuviera la hemorragia con su camisa.
Al sentir su mano, Comadreja abrió levemente los ojos.

- Hola, bichito.- dijo el troll, tratando de retenerla con la mirada.

La muchacha sonrió con sus labios manchados de sangre, cerró un instante los ojos. Volvió a abrirlos como si le costara mantenerse consciente.

- Todavía no me voy.- dijo con voz débil, y la punta de su lengua asomó a los labios con dolorosa malicia.- Te fastidias.

Zai´Jayani se dio cuenta entonces de que la multitud en las gradas cantaba.

- ¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!- repetían en un coro interminable y absoluto- ¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!

Sonrió. En la camilla, la guerrera victoriosa frunció el ceño como si aquello le costara el esfuerzo de una vida.

- ¿Qué cantan?- preguntó con una voz que era un susurro.

Zai´Jayani apretó su mano, la miró con orgullo.

- Tu nombre de guerra.- dijo- Mon´gus. Mangosta.

Sus manos se desentrelazaron y la camilla desapareció tras las cortinas del hospital. Zai permaneció en la entrada, sabiendo que no podía cruzar el umbral pero exultante de alegría.

Desde las gradas, el ronco grito de la multitud invadía cada rincón de la selva.

La Rosa de Alterac V

jueves, 18 de febrero de 2010

Los pies le ardían, podía sentir las ampollas formándose, rompiéndose, sangrando. Sentía la mirada de sus captores fija en ella, evaluando el próximo modo de proceder, visto el éxito de los intentos anteriores. La hechicera draenei continuaba alternando fuego y escarcha en sus maltrechos pies, de modo que llegó un punto en que dejó de sentir tanto el frío como el calor. Solo esperaba no quedar lisiada de por vida…
Pese a todo, pese a las cadenas y las cuerdas, todos se mantenían a una distancia prudencial, alejados como si su fanatismo y su locura pudieran contagiarse… Contagiarse… como si no tuvieran con ellos nada menos que dos Caballeros de la Muerte, dos esbirros de la plaga ¿Y se sorprendían de las ejecuciones preventivas? Ya se llevarían la sorpresa… Oh, sí, ya se la llevarían.
No se dio cuenta de que estaba sonriendo hasta que la hechicera draenei se puso en pie y se acercó a ella con gesto amenazante.

- ¿Aún tienes ganas de reír?- espetó con desprecio aquel engendro de demonios.

La tomó bruscamente del brazo sin que Aurora pudiera hacer nada por evitarlo, atada y encadenada como estaba.

- Amih, atrás.- ordenó el mariscal con el ceño fruncido.

La hechicera, Amih, torció la boca en un gesto poco hermoso.

- Nadie me dice como hacer mi trabajo- respondió con dureza- Ya está bien de dar rodeos, es hora de que hable.

Aurora gimió, de pronto el brazo por el que la sujetaba la hechicera comenzó a quemarle. El calor brotaba de la palma de la draenei sin afectarle, y la abrasaba. Apretó los dientes.

- Habla.

Trató de no mostrar el dolor que sentía, pero el calor era muy intenso, abrasador. Lágrimas de humillación, de rabia y de dolor lucharon por brotar de sus ojos, pero no se lo permitió. No dejaría que la doblegaran.

- Habla.

El dolor pronto se volvió insoportable y el olor a carne quemada llenó la sala. Podía ver su piel abrasada, las ampollas… Sintió que desfallecía. Le flojeaban las rodillas, sentía nauseas…

- ¿Por qué estáis reconstruyendo vuestro bastión en los Reinos del Este?- dijo la voz del mariscal, y le pareció lejana, muy lejana…

- Responde.- apuntaló, mucho más cercana, la voz de la hechicera.

Aurora hizo acopio de las fuerzas que le quedaban, luchó por permanecer en pie. Reunió toda su rabia y su odio y devolvió desafiante la mirada al mariscal.

- Nosotros no somos como vosotros- jadeó- nosotros no olvidamos que aquí, en el Este, todavía azota la Plaga… No hemos huido todos al Norte como si todas las batallas aquí se hubieran ganado… - reprimió un gemido- Nosotros no olvidamos.

La voz se le ahogó en la garganta debido al dolor. La hechicera le soltó el brazo. El olor a carne quemada era nauseabundo. Aurora se apoyo pesadamente en las cajas que estaban a su espalda, respiró hondo y contuvo las arcadas. La espalda se le encorvaba involuntariamente.

- Ved a la honorable Alianza – dijo con la voz débil pero teñida de rabia- vedles pertrechados para la batalla para torturar a una mujer desarmada y encadenada… Dementes…

Los presentes cuchichearon entre sí. ¿Dementes? Rieron…

- Habla la loca, la fanática que ataca a todo cuanto se le cruza en su camino.- dijo alguien.

Aurora buscó el origen de aquella voz, pero su vista se enturbiaba. Se enderezó, sosteniendo el brazo herido contra el pecho. Sentía la ira palpitar en su interior.

- ¿Loca?- siseó, con los ojos relampagueantes de rabia- ¿Fanática? Ved morir a vuestras esposas y a vuestros hijos. – les dijo- Ved luego como se alzan de entre los muertos, descompuestos y profanados, como intentan arrancaros el cuello de un mordisco.- apretó los puños- Habladme entonces de locura. Habladme de fanatismo…

Se escuchó el sonido de la puerta al abrirse, y una débil conmoción en los presentes. Nuevos pasos sonaron en la habitación. Se oyeron sonidos de asco. El olor, sin duda…

- ¿Se está interrogando ya a la prisionera?- dijo una voz femenina de marcado acento kaldorei.

- Bienvenida, embajadora- respondió la voz de mariscal con deferencia.

Cuchicheos.

- ¿Ha dicho algo ya?- volvió a preguntar la voz de mujer.

Se escucharon negaciones, maldiciones por lo bajo. Frustración.
Aurora sonrió.

- Visto que vuestros métodos no han dado el resultado deseado- continuó la kaldorei con evidente disgusto- es el momento de que nos permitáis probar los nuestros, mariscal.

Se abrió paso entre los presentes para poder ver a la prisionera. Tras ella marchaban media docena de hombres y mujeres, humanos y no-humanos. Vestían tabardo de campo de gules con sol de plata y su pose era marcial y digna. Observaron a la prisionera con compasión.

- Mucho más eficientes –continuó la kaldorei- E indudablemente más humanos.

La Rosa de Alterac IV

- ¡Atención, gentes de Ventormenta! ¡Ved lo que les ocurre a los enemigos de la Alianza! ¡Ved el declive de la Cruzada Escarlata!

La comitiva se detuvo en la Plaza de los Mercaderes, a la vista de todo el mundo. Los transeúntes observaron con curiosidad al grupo allí reunido. Iba encabezado por una draenei a quien por sus ropajes y tocado, se identificaba como una hechicera. Dos kaldorei, uno de ellos un caballero de la Espada de Ébano, se situaban a ambos lados de esta, varios pasos por detrás. Tras ellos pero entre ambos, cerraba la marcha un caballero de dorada armadura que portaba en su tabardo el escudo de la Alianza. Todos ellos iban pertrechados con sus armas y armaduras, y caminaban sin alejar la mano de la empuñadura de sus espadas.

- ¡Atentos todos, habitantes de Ventormenta! ¡Ved el destino de la traidora Escarlata!

La gente se acercó curiosa, esperando ver a un terrible guerrero pertrechado con los colores y las insignias de la Cruzada, un enemigo formidable al que poder increpar y humillar. Sin embargo al acercarse descubrieron que la traidora escarlata, por quien al parecer era necesaria tan importante escolta, no era más que una mujer joven de estatura media y de cabello negro, con los ojos grises de los norteños, que se mantenía en el centro del grupo. Vestía el uniforme de los reclusos e iba encadenada de pies y manos, y pese a todo, pese a las cadenas y los harapos, su porte era marcial: era a todas luces una militar, tal vez incluso una oficial. El rostro era agraciado pero demasiado soberbio, y un hematoma en la mejilla la afeaba. Miraba al frente con el mentón alto, con desdén, y apretaba los dientes. No portaba armas.
Algunos paseantes se detuvieron para increparla, insultarla. Algunos incluso escupieron y le arrojaron basura, pero la mujer no les prestó atención, no les miró siquiera, como si se encontrara lejos, muy lejos de allí. Sin embargo, el grueso de los espectadores la miraba como quien contempla a una bestia salvaje largamente temida. No se acercaban, solo cuchicheaban entre ellos y señalaban con los dedos.
Cuando fue patente que la ciudad se había enterado de la exitosa captura, Klaussius hizo un gesto y la comitiva reinició la marcha en formación, escoltando a la presa, que caminaba a pasos pequeños a causa de las cadenas.

El interrogador les interceptó en el Puente del Casco Antiguo. Estudió a la mujer con atención.

- ¿Pensáis exhibirme como un mono de feria?- provocó con frío desdén la prisionera, con una sonrisa torcida en el rostro- ¡Ved el honor de la Alianza!

- Cállate.- siseó la kaldorei que caminaba a su izquierda con tono amenazador.

El destino de la comitiva resultó ser el Centro de Mando, donde llegaron tras exhibir su captura por todo el Casco Antiguo. Ordenadamente y sin descuidar la seguridad, condujeron a la presa hasta el sótano, donde permaneció encadenada, de pie contra los toneles del fondo.
Los captores se distribuyeron por la sala, todos con la mirada fija en su rehén.

- Bien – comenzó el mariscal, dando inicio al interrogatorio.- Empecemos por el principio. Tu nombre, soldado.

La prisionera rió por lo bajo.

- ¿Ahora empiezan las cortesías?- rió- ¡Qué ironía!

La hechicera draenei hizo un gesto sutil con una mano y de pronto el suelo bajo los pies descalzos de la rea enrojeció. La mujer siseó de dolor y trató de esquivarlo, pero no podía moverse demasiado debido a las cadenas. Apretó los dientes con fuerza y quedó inmóvil pese al suelo ardiente.

- Hijos de puta…- siseó.

Los interrogadores la increparon por su vocabulario.
Klaussius la miró con severidad.

- Tu nombre y rango en la Cruzada, soldado.

La mujer alzó el mentón y le devolvió al caballero una mirada llena de odio.

- Teniente Aurora Lightpath.

Los interrogadores se sonrieron. La habían hecho hablar.

- ¿Cuál es tu misión en los Reinos del Este?- continuó Klaussius.

Como la mujer no respondía, hizo una señal al interrogador, que se acercó a ella con un escalpelo afilado, amenazante.
Aurora Lightpath, teniente del Embate Escarlata, apretó los labios y calló.
Iba a ser una noche muy larga…

La Rosa de Alterac III

Al día siguiente, por la tarde:

Klaussius hizo una señal a Amih y se acercaron al celador de la prisión. Thelagua era un hombre que podría haber sido apuesto, pero cuyo rostro estaba surcado de arrugas de preocupación. Tenía profundas bolsas bajo los ojos y olía como si no se hubiera cambiado de ropa en varios días.

- No sé como ha podido ocurrir…- se lamentaba el buen hombre para sí, pasándose la mano derecha por el rostro con gesto estupefacto.

El mariscal y la hechicera intercambiaron una mirada.

- ¿Qué ha ocurrido?- inquirió Klaussius con firmeza.

- De repente estaban en todas partes…- continuó lamentándose Thelagua, ajeno a todo.

Klaussius carraspeó. Sorprendido, el celador levantó la vista, como si acabara de reparar en la presencia de los visitantes. Tragó saliva dolorosamente, se secó el sudor de la frente e intentó cuadrarse.

- Señor, un motín, señor.- explicó- Los presos Defias se han revelado y han asesinado a varios guardias. Ahora han tomado la prisión y no permiten que las fuerzas de seguridad crucen la entrada.- suspiró, abatido- Si se enteran en el ayuntamiento, perderé mi trabajo…

Amih puso los ojos en blanco, amparándose en el ala ancha de su sombrero picudo. Por su parte, Klaussius se llevó las manos a las caderas con gesto autoritario y taladró al celador con la mirada.

- ¿Y mi prisionera?

De pronto las arrugas de preocupación de Thelagua se pronunciaron más, como si de repente hubiera caído sobre sus hombros otro peso del que se había olvidado por completo. Con toda la confusión del motín, había olvidado totalmente que habían alojado a una mujer en la prisión… Todos aquellos presos embrutecidos… Luz Bendita, pobre criatura…

- Yo… eh…ah…- balbuceó Thelagua, completamente desbordado por las circunstancias, sin apartar la vista de la puerta que llevaba a las mazmorras.

Klaussius chasqueó la lengua, y bufó brevemente por lo bajo. Luego se volvió hacia Amih, que asintió: no había necesidad de decirse nada. Luego el mariscal fulminó al celador con la mirada.

- Vamos a entrar ahí y llevarnos a nuestra prisionera, señor- sentenció- Y más os vale que siga pudiendo hablar, u os garantizo que tendréis un problema.

El celador Thelagua asintió débilmente y bajó la mirada, empezando a considerar los beneficios del oficio de la pesca. Sin una palabra más, Klaussius y Amih descendieron a las mazmorras.

***

El pasillo olía a quemado. En un rincón habían prendido fuego a unas sábanas y ahora el humo enturbiaba la vista. Las puertas de las celdas estaban reventadas, y los presos campaban por la prisión armados con cuchillos, botellas rotas o incluso alguna espada corta.
Todas las miradas se volvieron hacia los recién llegados.
Klaussius desenvainó su arma, en los dedos de Amih crepitaron las llamas y prudentemente las miradas les pasaron de largo y volvieron a sumirse en sus asuntos, haraganeando por los rincones. Aquí y allá estallaban peleas que se resolvían a puñetazos, y no había sala a la que se asomaran que no estuviera invadida por un enjambre de defias embrutecidos. Todas salvo…

- ¿Qué hay ahí?- inquirió la hechicera draenei señalando con el dedo una puerta del corredor que los defias evitaban activamente.

Intrigados, se abrieron paso por los pasillos atestados, recurriendo a empujones y amenazas para hacerse camino. Sorprendentemente y tal y como les había parecido desde la entrada, los defias evitaban acercarse a aquel umbral, dejando en el suelo despejado un perímetro de seguridad. Se asomaron a la sala, había tres hombres en ella. Uno se apoyaba en unos toneles sujetándose la cabeza con las manos; sangraba por la nariz profusamente y parecía incapaz de ponerse en pie. Arrastrándose a lo largo de la pared, otro defias trataba desesperadamente de salir de la sala, claramente maltrecho y debilitado, con un profundo corte en la cabeza y las rodillas temblorosas.
El tercer hombre yacía en el suelo y no se movía.

Y al fondo de la sala, dentro de la jaula reventada, sentada en el suelo y apoyada contra la pared, esperaba la prisionera. Tenía las manos encadenadas por pesados brazales, y una gruesa cadena sujeta a una bola de plomo se le cerraba entorno al tobillo. Llevaba el uniforme de los presos, unos pantalones rojo sangre desgastados y una camisa sin mangas blanca, e iba descalza. Tenía algunos arañazos en los brazos, y un hematoma reciente en la mejilla derecha, pero los ojos grises miraban con fiereza y desdén a los recién llegados, como si no estuviera encadenada, como si no fuera ella la prisionera.
Klaussius y Amih miraron el cuerpo a los pies de la mujer: tenía el tabique nasal completamente hundido en el cráneo. Estaba muerto.

La prisionera les regaló una mirada cargada de desprecio e ironía.

- Vaya, vaya, vaya…- dijo Aurora Lightpath desde sus cadenas- Al fin se muestra el carcelero…

La Rosa de Alterac II

miércoles, 17 de febrero de 2010

Firme frente a las puertas, la teniente Lightpath saludó marcialmente a la recién llegada, aunque por dentro maldijera y reprimiera las ansias de atravesarla con la espada. Había tenido que aprender a tolerar la presencia de aquellos seres en las filas del Embate, a verles ocupar altos cargos en la organización, porque ella era un soldado y los soldados no cuestionan las órdenes, pero al ver a aquel cadáver andante vestir los colores de la Cruzada, se sentía insultada, burlada, humillada. Sobre todo allí, sobre todo tan cerca de Acherus y las ruinas de Nueva Avalon.

Siguiendo el protocolo establecido para las visitas de supervisión, Aurora, como oficial de mayor rango del Embate destinado a la Mano de Tyr, acompañó a la enviada del Lord Almirante por las instalaciones, apretando los dientes y los puños al explicar el proceso de reconstrucción a quien, ambas sabían, conocía de primera mano aquella destrucción y no precisamente desde el lado de las víctimas. Aún así, las órdenes son las órdenes, y la teniente Lightpath marchó, siempre firme, mostrando a su superior la Fortaleza, sede del Alto Mando de la Cruzada, la Capilla para los oficios diarios, la Abadía para la formación de los sanadores y por último la Gran Basílica, la joya del asentamiento, grandiosa y llena de esplendor, y por ello reservada a los Grandes Oficios.

- Todas las formaciones finalizan con un seminario de tres años en el Monasterio de Tirisfal – explicó a Lady Dhoria, que parecía regodearse en la tensión de la joven oficial- Después, vuelven aquí para que se les asignen sus destinos.

Quiso entonces la ungida Caballero del Embate ver el progreso de la reconstrucción de Nueva Avalon y Villa Refugio, y pese a la rabia, la teniente hizo lo que se le ordenaba, y atravesaron la Mano de Tyr mientras aquí y allá se afanaban los soldados en sus quehaceres diarios. Pasaron así las murallas y llegaron a la que había sido la plaza de la aldea, donde dos estandartes de la Espada de Ébano permanecían enhiestos y desafiantes, como un reto entre las ruinas.

- Intentamos arrancarlos- explicó Aurora- utilizamos bueyes y caballos, pero no se mueven. Deben estar hechizados con la magia impía de Acherus.

- ¿Habéis probado a quemarlos?- inquirió una voz a su espalda.

El teniente Fireblade, taumaturgo al servicio de la Cruzada, saludó marcialmente a Lady Dhoria. Aurora saludó con respeto a su compañero. En el Ejército no había sitio para los sentimentalismos, ni siquiera entre dos viejos amigos que habían hecho juntos el Seminario y habían promocionado a teniente en la misma ceremonia.
Comprobó para su orgullo que también Raegar Fireblade disfrazaba su odio hacia aquella mujer detrás de un muro de protocolo y marcialidad, pero el mago siempre había sido avispado y un poco canalla, y no pasaron muchos minutos hasta que de nuevo se vio a solas con la antigua miembro de la Espada de Ébano.

Visitaron el Consejo casi reconstruido por completo, pero desierto, y avistaron a lo lejos las ruinas del Cuartel, de donde se habían tomado piedras para la reconstrucción de las murallas. Más allá, tomaron el camino a Villa Refugio donde, bajo la sombra de Acherus, una caldera de peste impedía que nada brotara de los campos.

- Mientras Acherus siga arrojando su sombra sobre este lugar- se lamentó la teniente Lightpath mirando la fortaleza flotante- estaremos a merced de la plaga. Los aldeanos no regresaran si incluso los soldados tienen miedo.

Empezaba a oscurecer, y al caer la noche, oscuras sombras surgían del bastión de los Caballeros de la Espada de Ébano, de modo que se encaminaron hacia la entrada del asentamiento. Soplaba un viento helado, pero ninguna tenía frío: Aurora era una hija del norte. Lady Dhoria estaba muerta.

- Viento Oeste se sentirá muy complacido al ver los avances aquí conseguidos, teniente.- dijo Lady Dhoria mientras caminaban- Este será un emplazamiento perfecto para establecer la base de nuestra próxima operación en -----------.

- ¿ -----------, Señora?- inquirió la teniente Lightpath sin poder disimular su incomprensión.- No hay Plaga en ese lugar ¿Qué sentido tiene una operación a gran escala allí?

La enviada del Almirante explicó en líneas generales la operación, ante la estupefacción bien disimulada de la joven oficial, que pese a todo el adoctrinamiento, no entendía por qué los ataques se centraban en los aliados potenciales en lugar de contra la Plaga. ¿No entendían que todos luchaban contra el mismo enemigo? ¿No habían tenido ya suficientes muertes? Embargada por estas cavilaciones se encontraba, cuando llegaron frente a las grandes puertas de la Mano de Tyr.

- ¿Puedo preguntaros algo, Señora?- inquirió con todo el respeto y profesionalidad que pudo reunir, con la mente sembrada de dudas.

- Por supuesto- respondió Lady Dhoria.

Aurora pensó un instante cómo formular su pregunta sin dejar traslucir su inseguridad. Decidió disfrazarla de desprecio y frialdad.

- ¿Es cierto que Tirion Vadin ha vuelto?

La antigua Caballero de la Muerte contestó algo, pero su voz fue ahogada por el gemido grave de las puertas de la muralla al abrirse, lenta, pesada…

- Qué extraño – inquirió Aurora Lightpath frunciendo el ceño- No esperábamos más suministros por hoy…

Entonces vio los colores de los escudos y el resplandor de las armas. Y comprendió.
Un asedio.

-¡NOS ATACAN!- bramó con toda su voz de mando, mientras desenfundaba la espada y enarbolaba el escudo- ¡A LAS ARMAS! ¡PROTEGED LA ENTRADA!

- ¡INVASORES!- gritaba Lady Dhoria, ya con el largo mandoble en las manos- ¡A LAS ARMAS!

***
Estaban acorraladas.

El edificio del Consejo, desierto tras la reconstrucción, permanecía en silencio. Aurora apoyó la frente contra una de las columnas de madera, apretando los dientes, conteniendo lágrimas de rabia.

- Todos esos soldados…- se lamentó, golpeando la columna con el puño- Lärs, Linde, Oscar, Kalo… @#!!!, @#!!!, @#!!!… No tiene sentido…

Lady Dhoria daba vueltas en la sala vacía, cavilando.

- Alguien ha debido abrirles la puerta desde dentro, este no era un ataque fortuito- murmuraba- Este era un ataque planificado…

La joven se volvió hacia ella, con los ojos llenos de rabia.

- ¿¡A qué han venido!? ¿No entienden que tanto ellos como nosotros luchamos contra la Plaga? ¡Que hemos consagrado nuestras vidas a esa lucha!- apretó los dientes- ¡Malditos bastardos! ¡Asesinos fanáticos embrutecidos por su rey!

El sonido de las armas les llegó desde el exterior. Las mujeres empuñaron las armas, se pusieron en guardia.

- Atrás, Lady Dhoria, os cubro.

- No.

Aurora la miró con fiereza.

- Sois la enviada del Lord Almirante, no podéis ser apresada aquí. ¡Atrás digo!

- Lady Aurora- dijo la mujer- Estos enfermos no se atendrán a razones, retroceded…

- No soy ninguna dama, soy un soldado, señora.- sentenció la joven- Y voy a defender este lugar con mi vida.

Como si se hubieran puesto de acuerdo, ambas hicieron un molinete con las armas y esperaron al enemigo.

El enemigo, por su parte, no se hizo esperar. Apareció en el umbral desfilando confiadamente, a sabiendas de que las tenían completamente acorraladas. Eran muchos, al menos una docena, e iban armados y pertrechados para el combate. Llevaban con ellos elfos y aquellos engendros con patas de macho cabrío. Una mujer humana los lideraba, con el cabello rubio, resplandeciente como el dorado de su armadura.
Junto a ella, otro guerrero de cabello oscuro portaba armadura dorada y el emblema de la alianza en su tabardo.

- ¡Deponed las armas! – exclamó la mujer rubia- ¡No habrá más derramamiento de sangre!
No se rendiría, nunca. No ante semejantes monstruos. Escuchó los insultos de los atacantes, bloqueó sus furtivos espadazos, percibió su desprecio y les demostró el suyo, a ellos, a los supuestos civilizados. Cobardes… Escuchó a Lady Dhoria azuzarlos como si fueran perros, clamar por la supremacía de la Cruzada. Y de pronto, lo innombrable.

Contempló con horror, con rabia e impotencia como la enviada del Lord Almirante hacía unos gestos extraños con las manos y como del suelo brotaba un núcleo de oscuridad envuelto en tinieblas… Magia profana… Magia de la muerte…
Apretó los dientes con odio, si la presencia de la antigua caballero de la muerte era molesta, el uso de su magia era incluso dolorosa…
¿Cómo osaba? ¿Cómo se atrevía a invocar aquella magia precisamente allí? Sucia perra de Arthas…

Tampoco los invasores parecieron poder intervenir. Permanecieron allí, observando aquella profanación de una tierra que ya había sido devastada, y no hicieron nada…
Lady Dhoria la llamó para que cruzara con ella el portal, para que evitara el aciago final que le esperaba en aquella sala.

- Os tolero en el Embate porque son órdenes, Dhoria- escupió con rabia- Pero antes arderé en los fuegos eternos o vagaré por el vacío abisal por toda la eternidad, que usar tu magia impura y profanadora…

Lady Dhoria cruzó entonces el portal, la oscuridad desapareció, y de pronto se quedó sola.

- Suelta las armas.- dijo el hombre de cabello oscuro, acercándose con andares amenazadores.

No se rendiría. Jamás.
Afianzó los pies en el suelo, dispuso las armas para el ataque.

- Quítamelas.

La Rosa de Alterac I

El amanecer teñía el cielo de rojo, como si las tempranas nubes estuvieran henchidas de sangre y amenazaran con regar aquella tierra devastada de todavía más desolación. Más allá de la loma, las ruinas de Nueva Avalon y Villa Rrefugio se erguían como un cruel recordatorio a los caídos. Y flotando sobre ellas, Acherus, infame y oscura, proyectando su inquietante sombra sobre las ruinas, amenazante y ajena al miedo y al odio que despertaba.

De pie sobre la loma, Aurora apretó los puños. El viento helado agitaba su cabello negro como ala de cuervo y le azotaba el rostro con dureza pero, como siempre, se había negado a llevar la gruesa capucha para protegerse del frío invernal. Nadie que hubiera nacido en el nevado reino de Alterac se encogía por el viento proveniente del mar en las tierras bajas. Ella era una orgullosa hija de su tierra, una tierra que había sido rica, y hermosa, que traía al mundo gentes duras como el acero y honorables, pero que en los últimos años había sido despreciada, invadida y por último, abandonada.

Observando las ruinas de Nueva Avalon, Aurora apretó los dientes y respiró profundamente. Aquel paisaje ahora devastado había sido su hogar durante años, había recorrido sus calles, bebido en sus tabernas, rezado en sus capillas. Había conocido a sus habitantes, gentes honradas y apacibles, gentes devotas y compasivas, que trabajaban duramente para que la tierra diera su fruto, que educaban a sus hijos en valores sólidos, que amaban y sufrían. Gente que había jurado proteger por los colores de su escudo.
Y entonces una mañana Acherus se había alzado sobre las colinas y las hordas de la Peste habían invadido aquella tierra apacible, arrasado sus campos, destruido sus edificios sin que sus habitantes pudieran hacer nada más que huir despavoridos, rezando y esperando una ayuda que jamás llegaría. Ella misma había empuñado sus armas, corrido a defender aquella tierra que amaba, pero Fireblade había tirado de ella, le había obligado a replegarse en la fortificación de la Mano de Tyr, habían confiado que se reagruparían y la Cruzada acudiría a la defensa de la ciudad. Pero no regresaron… Abbendis los reunió, declaró fundado el Embate y les obligó a abandonar su hogar, a abandonar la lucha y partir al norte… Al Norte, a admitir en sus filas a brujos, a no-humanos, y lo más aterrador de todo: a los mismos caballeros de la Espada de Ébano contra los que habían luchado toda la vida…

Tampoco le sorprendía que hubieran declarado ilegal la pertenencia a la Cruzada y al Embate en la mayoría de las capitales de los Reinos del Este. Después del comportamiento de determinados energúmenos, no había forma de hacer entender a la gente de que en realidad luchaban contra lo mismo. Y ahora sencillamente no tenían un lugar que llamar hogar, donde poder ir de permiso, donde poder formar una familia… Descastados…

Oyó un carraspeo a su espalda.

- Aurora – dijo una voz, y como no se volvió- Teniente Lightpath…

Se dio la vuelta marcialmente y saludó rigurosamente a su compañero de armas y amigo, Friedrich Khol.

- ¿Han llegado ya?

El pelirrojo negó con la cabeza.

- Está todo listo para ir bajando los materiales a Nuevo Avalon.- miró a las ruinas- En cuanto lleguen, empezaremos con la reconstrucción.

Aurora Lighpath, “La Rosa de Alterac”, teniente del Embate Escarlata y luchadora incansable contra la plaga, asintió levemente.

La recuperación era posible. Por mucho que cayeran, jamás dejarían de levantarse.

En los confines de la Tierra XX

sábado, 13 de febrero de 2010

Un par de semanas más tarde:

La aguja dio la última puntada y tensó el hilo. Comadreja apretó los dientes y siseó como una serpiente.

- Va, va, bichito…- recriminó Zai sacando un cuchillo de pedernal para cortar el hilo- Eto no es na, compa´ado con el gujero que había antes.

La muchacha rebufó y puso los ojos en blanco.

- El dolor antes era como más general.-repuso- Ahora es concreto, muy concreto ¡Ay!

-Ya ta.

El troll se puso en pie y se acercó a la bacinilla para limpiar la aguja de hueso. Por su parte, Comadreja alzó el brazo para observar la costura de su costado y frunció el ceño con desagrado.

- Genial.- refunfuñó- Ahora una cicatriz en cada lado… Ni que lo hubiera hecho a posta.

Zai se carcajeó desde el fondo del pabellón. El resto de los esclavos no les prestaba atención, pero uno de los ogros que montaban guardia miró fijamente al troll un instante, extrañado por aquel sonido tan poco habitual en los pabellones de los esclavos. Cuando decidió que no era una amenaza, volvió a mirar al frente.

- Tas picajosa ¿Qué pasa, Comadreja?

La muchacha no respondió. Se puso en pie con agilidad y caminó hacia uno de los monigotes de entrenamiento que se conservaban en el interior del pabellón. Hizo un par de amagos para probar hasta donde podía forzar con la nueva costura y atizó con rabia a la parte del muñeco cubierta con saco.
Zai´jayani se acercó con paso cadencioso y gesto divertido, y se apoyó despreocupadamente en el monigote.

- Ju, ju, ju- rió- Cua´quiera diría que perdiste, pequeño mono.

Comadreja dio otro doloroso puñetazo al muñeco. Había una rabia orgullosa en sus ojos. El troll se rascó la cabeza y arqueó las cejas rojas como el pelaje de un zorro.

- Se t´ha subío la victoria a la cabeza ¿eh?- pinchó con malicia- ¡Jia jia! Saleh ilesa de cinco inviduales por potra, y el sexto lo ganas pero t´alcanzan ¡Y t´enfurruñas! Tsk tsk…

Chasqueó la lengua con desenfado y cruzó los brazos sobre el pecho mientras la joven humana descargaba con rabia los puños en el saco.

- Cua´quiera taría dando saltos d´alegría de´pueh de una se´ta victoria.- continuó- pero tú no. Tu t´enrabietas po´que consiguió heri´te antes de que lo tumbaras.

Comadreja resopló y entrecerró los ojos.
- ¡Estuve lenta!- protestó sin apartar la vista del saco y sin dejar de golpearlo, saltando levemente, desplazando el peso de su cuerpo a un lado y al otro.- Supe lo que iba a hacer antes de que desplazara la cadera hacia la derecha, sabía que me daba tiempo… ¡y fallé!- descargó un último golpe rabioso en el saco.

Zai sonrió de un modo extraño.

- Eres cabezota y o´gullosa- dijo con un leve atisbo de reconocimiento y melancolía-. Me recue´das a Ukrala.

La muchacha se detuvo y le miró sorprendida. Zai´jayani jamás había hablado de su pasado, pese a que de él extraía toda la rabia necesaria para sobrevivir. Luego se dio cuenta: tampoco ella había revelado nada de su pasado, aunque era lo que la impelía a luchar. Aquel era un nuevo paso en la extraña relación que mantenían, ya fuera la de mentor y discípulo o la de troll y mascota. Desconocía si había sido un lapsus del guerrero, o si por el contrario, estaba abriendo una puerta para ella, de modo que decidió arriesgar.

- ¿Quién es Ukrala?

El troll sonrió, e hizo un gesto con las manos invitándola a practicar con él. Dudosa, se preparó un instante y comenzó a lanzar golpes que su mentor esquivaba ágilmente.

- Ukrala es la cachorra de la he´mana de mi pad´e.- dijo Zai´Jayani, moviéndose con fluidez en aquel estilo de combate que parecía más bien una danza- Tiene los co´millitos pequeños y es terca com´una mula.

En un amago, el troll lanzó una patada alta que Comadreja esquivó con un fluido movimiento.

- Que´ia ser chamán lanza negra- continuó Zai sin perder el resuello- pero era mu pequeña. Me seguía a toas partes com´una sombra, pa´prender, decía.

Comadreja intentó un amago que no dio resultado. Compensó con un golpe impulsado por la torsión de las caderas. Ahora entendía muchas cosas. Si Zai´jayani había sido chamán su vida libre, su canto junto a la hoguera, sus enseñanzas, su extraña relación con Zun´zala ya tenían sentido. Un chamán, un habitante de dos mundos. Un sacerdote, a su manera. Aquella confesión, aquella revelación de su pasado la llenó de gratitud. Quería corresonder aquella confianza

- Yo no tengo familia- respondió. Su voz le sonó extrañamente desapasionada.

Pero al decirlo, se dio cuenta de que reconocerlo era ahora como un dolor sordo, como un rumor, cuando antes había sido un dolor devastador. Esquivó una entrada de Zai. Suspiró y con una finta, se encaramó por la espalda del troll y trató de sujetarle los brazos con los suyos propios.

- ¿Po´que Comadreja?- inquirió él, divertido, tratando de arrancársela como un piojo- Te pegaba Pequeño Mono.

Comadreja rió con malicia, escurriéndose fuera de su alcance.

- De pequeña no paraba quieta- explicó, jadeando a causa del esfuerzo de no dejarse atrapar- Mi tío decía que nunca paraba de moverme, incluso estando quieta parecía que bailaba…¡uh!- perdió el aire un instante por un golpe en el vientre, pero se rehizo- O que tenía un ataque de epilepsia…

Con un rápido movimiento, se deslizó fuera del abrazo del troll y saltó bien lejos, aterrizando de pie y en posición de guardia.

- Y me escurría.- terminó, triunfante, con un gesto teatral.

Zai´jayani sonrió e hizo una especie de reverencia. En un caballero lordanés hubiera quedado cortés y elegante. En el inmenso troll de piel azul el efecto era indescriptible.
Ella le sonrió.

- ¿Tira?- inquirió él.

Comadreja alzó el brazo para ver la costura de su costado. Negó con la cabeza.

- No demasiado. Parece que aguanta.

El troll asintió y dio dos palmadas, lo que implicaba la vuelta a los entrenamientos serios.

- Ta bien- dijo- Amos a ver te va solo con escudo.

La muchacha asintió, presa de una extraña serenidad.
Había abierto la puerta de su pasado.
Y todo estaba bien.