La Rosa de Alterac V

jueves, 18 de febrero de 2010

Los pies le ardían, podía sentir las ampollas formándose, rompiéndose, sangrando. Sentía la mirada de sus captores fija en ella, evaluando el próximo modo de proceder, visto el éxito de los intentos anteriores. La hechicera draenei continuaba alternando fuego y escarcha en sus maltrechos pies, de modo que llegó un punto en que dejó de sentir tanto el frío como el calor. Solo esperaba no quedar lisiada de por vida…
Pese a todo, pese a las cadenas y las cuerdas, todos se mantenían a una distancia prudencial, alejados como si su fanatismo y su locura pudieran contagiarse… Contagiarse… como si no tuvieran con ellos nada menos que dos Caballeros de la Muerte, dos esbirros de la plaga ¿Y se sorprendían de las ejecuciones preventivas? Ya se llevarían la sorpresa… Oh, sí, ya se la llevarían.
No se dio cuenta de que estaba sonriendo hasta que la hechicera draenei se puso en pie y se acercó a ella con gesto amenazante.

- ¿Aún tienes ganas de reír?- espetó con desprecio aquel engendro de demonios.

La tomó bruscamente del brazo sin que Aurora pudiera hacer nada por evitarlo, atada y encadenada como estaba.

- Amih, atrás.- ordenó el mariscal con el ceño fruncido.

La hechicera, Amih, torció la boca en un gesto poco hermoso.

- Nadie me dice como hacer mi trabajo- respondió con dureza- Ya está bien de dar rodeos, es hora de que hable.

Aurora gimió, de pronto el brazo por el que la sujetaba la hechicera comenzó a quemarle. El calor brotaba de la palma de la draenei sin afectarle, y la abrasaba. Apretó los dientes.

- Habla.

Trató de no mostrar el dolor que sentía, pero el calor era muy intenso, abrasador. Lágrimas de humillación, de rabia y de dolor lucharon por brotar de sus ojos, pero no se lo permitió. No dejaría que la doblegaran.

- Habla.

El dolor pronto se volvió insoportable y el olor a carne quemada llenó la sala. Podía ver su piel abrasada, las ampollas… Sintió que desfallecía. Le flojeaban las rodillas, sentía nauseas…

- ¿Por qué estáis reconstruyendo vuestro bastión en los Reinos del Este?- dijo la voz del mariscal, y le pareció lejana, muy lejana…

- Responde.- apuntaló, mucho más cercana, la voz de la hechicera.

Aurora hizo acopio de las fuerzas que le quedaban, luchó por permanecer en pie. Reunió toda su rabia y su odio y devolvió desafiante la mirada al mariscal.

- Nosotros no somos como vosotros- jadeó- nosotros no olvidamos que aquí, en el Este, todavía azota la Plaga… No hemos huido todos al Norte como si todas las batallas aquí se hubieran ganado… - reprimió un gemido- Nosotros no olvidamos.

La voz se le ahogó en la garganta debido al dolor. La hechicera le soltó el brazo. El olor a carne quemada era nauseabundo. Aurora se apoyo pesadamente en las cajas que estaban a su espalda, respiró hondo y contuvo las arcadas. La espalda se le encorvaba involuntariamente.

- Ved a la honorable Alianza – dijo con la voz débil pero teñida de rabia- vedles pertrechados para la batalla para torturar a una mujer desarmada y encadenada… Dementes…

Los presentes cuchichearon entre sí. ¿Dementes? Rieron…

- Habla la loca, la fanática que ataca a todo cuanto se le cruza en su camino.- dijo alguien.

Aurora buscó el origen de aquella voz, pero su vista se enturbiaba. Se enderezó, sosteniendo el brazo herido contra el pecho. Sentía la ira palpitar en su interior.

- ¿Loca?- siseó, con los ojos relampagueantes de rabia- ¿Fanática? Ved morir a vuestras esposas y a vuestros hijos. – les dijo- Ved luego como se alzan de entre los muertos, descompuestos y profanados, como intentan arrancaros el cuello de un mordisco.- apretó los puños- Habladme entonces de locura. Habladme de fanatismo…

Se escuchó el sonido de la puerta al abrirse, y una débil conmoción en los presentes. Nuevos pasos sonaron en la habitación. Se oyeron sonidos de asco. El olor, sin duda…

- ¿Se está interrogando ya a la prisionera?- dijo una voz femenina de marcado acento kaldorei.

- Bienvenida, embajadora- respondió la voz de mariscal con deferencia.

Cuchicheos.

- ¿Ha dicho algo ya?- volvió a preguntar la voz de mujer.

Se escucharon negaciones, maldiciones por lo bajo. Frustración.
Aurora sonrió.

- Visto que vuestros métodos no han dado el resultado deseado- continuó la kaldorei con evidente disgusto- es el momento de que nos permitáis probar los nuestros, mariscal.

Se abrió paso entre los presentes para poder ver a la prisionera. Tras ella marchaban media docena de hombres y mujeres, humanos y no-humanos. Vestían tabardo de campo de gules con sol de plata y su pose era marcial y digna. Observaron a la prisionera con compasión.

- Mucho más eficientes –continuó la kaldorei- E indudablemente más humanos.

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