La Rosa de Alterac II

miércoles, 17 de febrero de 2010

Firme frente a las puertas, la teniente Lightpath saludó marcialmente a la recién llegada, aunque por dentro maldijera y reprimiera las ansias de atravesarla con la espada. Había tenido que aprender a tolerar la presencia de aquellos seres en las filas del Embate, a verles ocupar altos cargos en la organización, porque ella era un soldado y los soldados no cuestionan las órdenes, pero al ver a aquel cadáver andante vestir los colores de la Cruzada, se sentía insultada, burlada, humillada. Sobre todo allí, sobre todo tan cerca de Acherus y las ruinas de Nueva Avalon.

Siguiendo el protocolo establecido para las visitas de supervisión, Aurora, como oficial de mayor rango del Embate destinado a la Mano de Tyr, acompañó a la enviada del Lord Almirante por las instalaciones, apretando los dientes y los puños al explicar el proceso de reconstrucción a quien, ambas sabían, conocía de primera mano aquella destrucción y no precisamente desde el lado de las víctimas. Aún así, las órdenes son las órdenes, y la teniente Lightpath marchó, siempre firme, mostrando a su superior la Fortaleza, sede del Alto Mando de la Cruzada, la Capilla para los oficios diarios, la Abadía para la formación de los sanadores y por último la Gran Basílica, la joya del asentamiento, grandiosa y llena de esplendor, y por ello reservada a los Grandes Oficios.

- Todas las formaciones finalizan con un seminario de tres años en el Monasterio de Tirisfal – explicó a Lady Dhoria, que parecía regodearse en la tensión de la joven oficial- Después, vuelven aquí para que se les asignen sus destinos.

Quiso entonces la ungida Caballero del Embate ver el progreso de la reconstrucción de Nueva Avalon y Villa Refugio, y pese a la rabia, la teniente hizo lo que se le ordenaba, y atravesaron la Mano de Tyr mientras aquí y allá se afanaban los soldados en sus quehaceres diarios. Pasaron así las murallas y llegaron a la que había sido la plaza de la aldea, donde dos estandartes de la Espada de Ébano permanecían enhiestos y desafiantes, como un reto entre las ruinas.

- Intentamos arrancarlos- explicó Aurora- utilizamos bueyes y caballos, pero no se mueven. Deben estar hechizados con la magia impía de Acherus.

- ¿Habéis probado a quemarlos?- inquirió una voz a su espalda.

El teniente Fireblade, taumaturgo al servicio de la Cruzada, saludó marcialmente a Lady Dhoria. Aurora saludó con respeto a su compañero. En el Ejército no había sitio para los sentimentalismos, ni siquiera entre dos viejos amigos que habían hecho juntos el Seminario y habían promocionado a teniente en la misma ceremonia.
Comprobó para su orgullo que también Raegar Fireblade disfrazaba su odio hacia aquella mujer detrás de un muro de protocolo y marcialidad, pero el mago siempre había sido avispado y un poco canalla, y no pasaron muchos minutos hasta que de nuevo se vio a solas con la antigua miembro de la Espada de Ébano.

Visitaron el Consejo casi reconstruido por completo, pero desierto, y avistaron a lo lejos las ruinas del Cuartel, de donde se habían tomado piedras para la reconstrucción de las murallas. Más allá, tomaron el camino a Villa Refugio donde, bajo la sombra de Acherus, una caldera de peste impedía que nada brotara de los campos.

- Mientras Acherus siga arrojando su sombra sobre este lugar- se lamentó la teniente Lightpath mirando la fortaleza flotante- estaremos a merced de la plaga. Los aldeanos no regresaran si incluso los soldados tienen miedo.

Empezaba a oscurecer, y al caer la noche, oscuras sombras surgían del bastión de los Caballeros de la Espada de Ébano, de modo que se encaminaron hacia la entrada del asentamiento. Soplaba un viento helado, pero ninguna tenía frío: Aurora era una hija del norte. Lady Dhoria estaba muerta.

- Viento Oeste se sentirá muy complacido al ver los avances aquí conseguidos, teniente.- dijo Lady Dhoria mientras caminaban- Este será un emplazamiento perfecto para establecer la base de nuestra próxima operación en -----------.

- ¿ -----------, Señora?- inquirió la teniente Lightpath sin poder disimular su incomprensión.- No hay Plaga en ese lugar ¿Qué sentido tiene una operación a gran escala allí?

La enviada del Almirante explicó en líneas generales la operación, ante la estupefacción bien disimulada de la joven oficial, que pese a todo el adoctrinamiento, no entendía por qué los ataques se centraban en los aliados potenciales en lugar de contra la Plaga. ¿No entendían que todos luchaban contra el mismo enemigo? ¿No habían tenido ya suficientes muertes? Embargada por estas cavilaciones se encontraba, cuando llegaron frente a las grandes puertas de la Mano de Tyr.

- ¿Puedo preguntaros algo, Señora?- inquirió con todo el respeto y profesionalidad que pudo reunir, con la mente sembrada de dudas.

- Por supuesto- respondió Lady Dhoria.

Aurora pensó un instante cómo formular su pregunta sin dejar traslucir su inseguridad. Decidió disfrazarla de desprecio y frialdad.

- ¿Es cierto que Tirion Vadin ha vuelto?

La antigua Caballero de la Muerte contestó algo, pero su voz fue ahogada por el gemido grave de las puertas de la muralla al abrirse, lenta, pesada…

- Qué extraño – inquirió Aurora Lightpath frunciendo el ceño- No esperábamos más suministros por hoy…

Entonces vio los colores de los escudos y el resplandor de las armas. Y comprendió.
Un asedio.

-¡NOS ATACAN!- bramó con toda su voz de mando, mientras desenfundaba la espada y enarbolaba el escudo- ¡A LAS ARMAS! ¡PROTEGED LA ENTRADA!

- ¡INVASORES!- gritaba Lady Dhoria, ya con el largo mandoble en las manos- ¡A LAS ARMAS!

***
Estaban acorraladas.

El edificio del Consejo, desierto tras la reconstrucción, permanecía en silencio. Aurora apoyó la frente contra una de las columnas de madera, apretando los dientes, conteniendo lágrimas de rabia.

- Todos esos soldados…- se lamentó, golpeando la columna con el puño- Lärs, Linde, Oscar, Kalo… @#!!!, @#!!!, @#!!!… No tiene sentido…

Lady Dhoria daba vueltas en la sala vacía, cavilando.

- Alguien ha debido abrirles la puerta desde dentro, este no era un ataque fortuito- murmuraba- Este era un ataque planificado…

La joven se volvió hacia ella, con los ojos llenos de rabia.

- ¿¡A qué han venido!? ¿No entienden que tanto ellos como nosotros luchamos contra la Plaga? ¡Que hemos consagrado nuestras vidas a esa lucha!- apretó los dientes- ¡Malditos bastardos! ¡Asesinos fanáticos embrutecidos por su rey!

El sonido de las armas les llegó desde el exterior. Las mujeres empuñaron las armas, se pusieron en guardia.

- Atrás, Lady Dhoria, os cubro.

- No.

Aurora la miró con fiereza.

- Sois la enviada del Lord Almirante, no podéis ser apresada aquí. ¡Atrás digo!

- Lady Aurora- dijo la mujer- Estos enfermos no se atendrán a razones, retroceded…

- No soy ninguna dama, soy un soldado, señora.- sentenció la joven- Y voy a defender este lugar con mi vida.

Como si se hubieran puesto de acuerdo, ambas hicieron un molinete con las armas y esperaron al enemigo.

El enemigo, por su parte, no se hizo esperar. Apareció en el umbral desfilando confiadamente, a sabiendas de que las tenían completamente acorraladas. Eran muchos, al menos una docena, e iban armados y pertrechados para el combate. Llevaban con ellos elfos y aquellos engendros con patas de macho cabrío. Una mujer humana los lideraba, con el cabello rubio, resplandeciente como el dorado de su armadura.
Junto a ella, otro guerrero de cabello oscuro portaba armadura dorada y el emblema de la alianza en su tabardo.

- ¡Deponed las armas! – exclamó la mujer rubia- ¡No habrá más derramamiento de sangre!
No se rendiría, nunca. No ante semejantes monstruos. Escuchó los insultos de los atacantes, bloqueó sus furtivos espadazos, percibió su desprecio y les demostró el suyo, a ellos, a los supuestos civilizados. Cobardes… Escuchó a Lady Dhoria azuzarlos como si fueran perros, clamar por la supremacía de la Cruzada. Y de pronto, lo innombrable.

Contempló con horror, con rabia e impotencia como la enviada del Lord Almirante hacía unos gestos extraños con las manos y como del suelo brotaba un núcleo de oscuridad envuelto en tinieblas… Magia profana… Magia de la muerte…
Apretó los dientes con odio, si la presencia de la antigua caballero de la muerte era molesta, el uso de su magia era incluso dolorosa…
¿Cómo osaba? ¿Cómo se atrevía a invocar aquella magia precisamente allí? Sucia perra de Arthas…

Tampoco los invasores parecieron poder intervenir. Permanecieron allí, observando aquella profanación de una tierra que ya había sido devastada, y no hicieron nada…
Lady Dhoria la llamó para que cruzara con ella el portal, para que evitara el aciago final que le esperaba en aquella sala.

- Os tolero en el Embate porque son órdenes, Dhoria- escupió con rabia- Pero antes arderé en los fuegos eternos o vagaré por el vacío abisal por toda la eternidad, que usar tu magia impura y profanadora…

Lady Dhoria cruzó entonces el portal, la oscuridad desapareció, y de pronto se quedó sola.

- Suelta las armas.- dijo el hombre de cabello oscuro, acercándose con andares amenazadores.

No se rendiría. Jamás.
Afianzó los pies en el suelo, dispuso las armas para el ataque.

- Quítamelas.

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