Los Hilos del Destino XVL

viernes, 26 de febrero de 2010

Como una esmeralda radiante, el bosque resplandecía bajo el cielo azul cobalto y el sol de la tarde le calentaba la espalda como una caricia infinita, llenando su cuerpo de una extraña serenidad. A sus pies, el mundo transcurría vertiginosamente, teñido de un verde tan intenso que cegaba y que alcanzaba hasta allá donde abarcaba la vista, y el murmullo del bosque era como el rumor del río atravesando el aire hasta ellos. El dragón suspiró de placer. Las ruinas emergieron del verdor como blancos dedos de alabastro. Descendieron casi en picado hacia la espesura, sintiendo el delicioso tirón del viento y, aprovechando una corriente de aire caliente proveniente de la jungla, se deslizó en el camino que el viento le trazaba, con las alas desplegadas invadido por una insospechada sensación de libertad.

- Busquemos un lugar discreto- susurró Trisaga en la Vieja Lengua, inclinada sobre el cuello de su compañero- No alarmemos a los Tótem Siniestro.

Sobrevolaron a una altura prudencial el asentamiento tauren y continuaron avanzando hacia el norte. Los Colosos se recortaron en el horizonte como dos pilares verdeantes sosteniendo la bóveda celeste.

“Sujétate” dijo Dremneth con un brillo divertido en las pupilas reptilianas cuando los alcanzaron. Trisaga rodeó con los brazos el poderoso cuello de escamas de cobre.

El mundo se inclinó violentamente cuando el dragón extendió las alas y voló entorno a uno de los Colosos, con el vientre blanco casi pegado a la roca, ascendiendo en espiral, y descendiendo como en una danza infinita. Trisaga sintió el viento en el rostro y sonrió, presa de aquella sensación de libertad.
Al cabo de unos instantes, o tal vez fueran unas horas, Dretelemverneth ascendió apaciblemente hasta la cima del Coloso y se posó con suavidad.

”Así es el mundo de mi pueblo”
dijo el dragón mientras Trisaga desmontaba y se asomaba al borde del mundo.

Azeroth se extendía hasta el infinito, verdeante entre neblinas. Las nubes bajas componían un mar eterno de tonos malvas, del que emergían solo los picos más altos como islas solitarias. Trisaga inspiró profundamente, llenó sus pulmones de aquel aire helado para que aplacara su inquietud. En un gesto cálido, posó la mano blanca en el poderoso cuello, y contempló el infinito junto al dragón.

”Sabes que iría contigo” dijo Dremneth entonces, aunque ella no hubiera dicho nada.

Había pesar en su voz, aunque su voz no fuera más que un pensamiento en la mente de ambos.

- Lo sé, Vagabundo.- giró suavemente el anillo cobrizo en su dedo. Luego suspiró- Solo espero no estar sola en esta cruzada. Tengo el temor de haber pedido un sacrificio demasiado grande a aquellos que atendieron mi llamada. No tengo derecho a pedirles algo así.

”¿Dudas ahora?” inquirió el dragón, ladeando sutilmente la majestuosa testa.

Trisaga no respondió enseguida. Siguió girando el anillo en su dedo con aire ausente.

- No.- dijo al fin, y no había duda en su voz.- No dudo, sé que debo hacerlo. Amo a esa niña, y aunque no la amara. Se lo debo, a ambas. Fracasé una vez, fui incapaz de ayudar a la otra mitad de mi alma. He de salvar a su hija. Se lo debo.

Dretelemverneth volvió sus ojos hacia ella.

“¿Y qué te debes a ti misma?”

Bálsamo Trisaga, llamada Lágrima de Plata, última de la ya olvidada orden de las Lágrimas de Elune, alzó el mentón. Su rostro se volvió inescrutable: una máscara inmutable de rectitud y serenidad. Las marcas bajo sus ojos resplandecieron con un brillo acerado, como el legado de toda una vida de disciplina.

No respondió. No hacía falta.

“Vamos, te llevaré abajo”- suspiró el dragón, con un leve atisbo de compasión en la voz.

Descendieron suavemente, en silencio, y desaparecieron entre las nubes, en la bruma.

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