La Rosa de Alterac I

miércoles, 17 de febrero de 2010

El amanecer teñía el cielo de rojo, como si las tempranas nubes estuvieran henchidas de sangre y amenazaran con regar aquella tierra devastada de todavía más desolación. Más allá de la loma, las ruinas de Nueva Avalon y Villa Rrefugio se erguían como un cruel recordatorio a los caídos. Y flotando sobre ellas, Acherus, infame y oscura, proyectando su inquietante sombra sobre las ruinas, amenazante y ajena al miedo y al odio que despertaba.

De pie sobre la loma, Aurora apretó los puños. El viento helado agitaba su cabello negro como ala de cuervo y le azotaba el rostro con dureza pero, como siempre, se había negado a llevar la gruesa capucha para protegerse del frío invernal. Nadie que hubiera nacido en el nevado reino de Alterac se encogía por el viento proveniente del mar en las tierras bajas. Ella era una orgullosa hija de su tierra, una tierra que había sido rica, y hermosa, que traía al mundo gentes duras como el acero y honorables, pero que en los últimos años había sido despreciada, invadida y por último, abandonada.

Observando las ruinas de Nueva Avalon, Aurora apretó los dientes y respiró profundamente. Aquel paisaje ahora devastado había sido su hogar durante años, había recorrido sus calles, bebido en sus tabernas, rezado en sus capillas. Había conocido a sus habitantes, gentes honradas y apacibles, gentes devotas y compasivas, que trabajaban duramente para que la tierra diera su fruto, que educaban a sus hijos en valores sólidos, que amaban y sufrían. Gente que había jurado proteger por los colores de su escudo.
Y entonces una mañana Acherus se había alzado sobre las colinas y las hordas de la Peste habían invadido aquella tierra apacible, arrasado sus campos, destruido sus edificios sin que sus habitantes pudieran hacer nada más que huir despavoridos, rezando y esperando una ayuda que jamás llegaría. Ella misma había empuñado sus armas, corrido a defender aquella tierra que amaba, pero Fireblade había tirado de ella, le había obligado a replegarse en la fortificación de la Mano de Tyr, habían confiado que se reagruparían y la Cruzada acudiría a la defensa de la ciudad. Pero no regresaron… Abbendis los reunió, declaró fundado el Embate y les obligó a abandonar su hogar, a abandonar la lucha y partir al norte… Al Norte, a admitir en sus filas a brujos, a no-humanos, y lo más aterrador de todo: a los mismos caballeros de la Espada de Ébano contra los que habían luchado toda la vida…

Tampoco le sorprendía que hubieran declarado ilegal la pertenencia a la Cruzada y al Embate en la mayoría de las capitales de los Reinos del Este. Después del comportamiento de determinados energúmenos, no había forma de hacer entender a la gente de que en realidad luchaban contra lo mismo. Y ahora sencillamente no tenían un lugar que llamar hogar, donde poder ir de permiso, donde poder formar una familia… Descastados…

Oyó un carraspeo a su espalda.

- Aurora – dijo una voz, y como no se volvió- Teniente Lightpath…

Se dio la vuelta marcialmente y saludó rigurosamente a su compañero de armas y amigo, Friedrich Khol.

- ¿Han llegado ya?

El pelirrojo negó con la cabeza.

- Está todo listo para ir bajando los materiales a Nuevo Avalon.- miró a las ruinas- En cuanto lleguen, empezaremos con la reconstrucción.

Aurora Lighpath, “La Rosa de Alterac”, teniente del Embate Escarlata y luchadora incansable contra la plaga, asintió levemente.

La recuperación era posible. Por mucho que cayeran, jamás dejarían de levantarse.

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