En los Confines de la Tierra XXII

sábado, 27 de febrero de 2010

Una semana más tarde:

Hacía un calor húmedo y pegajoso aunque el sol se había puesto hacía horas. En las gradas, los espectadores se abanicaban con hojas de palma o de otras plantas y resoplaban aburridos, impacientes ante el comienzo del siguiente combate. Era ya el vigésimo día del encuentro y una vez esfumada la emoción de los primeros combates, muchos estaban ya cansados de la humedad, los mosquitos y la incomodidad genérica de la selva de Feralas.

Comerciantes goblin paseaban por entre las gradas vendiendo bebidas y refrescos, y palmitos improvisados con cuerda trenzada. Gritando, anunciaban sus mercancías y dispensaban y recogían con una destreza sin igual, mientras los esclavos permanecían imperturbables tras sus amos, atentos a cualquier necesidad de estos.

En un palco separado de la plebe por unas barandillas de madera labrada, los poderosos bebían languidamente de sus copas heladas y observaban con indolencia la arena vacía.

- Mi corredor asegura que las apuestas van cincuenta a uno, sea quien sea el contrincante- dijo un humano de inmenso vientre, carente de cuello y vestido con pomposidad.

Palmeó el muslo del muchacho que se sentaba sumiso junto a él, y rió de modo que su papada se estremeció.

- ¿Qué mérito tiene eso, barón?- inquirió laguidamente una sin´dorei de hermosos rasgos y cabellera encendida, recostada entre cojines.

El orco que se sentaba junto a ella se carcajeó.

- ¿Quien habla de mérito, Lianthala?- sonrió con malicia, asomando los finos colmillos inferiores a sus labios- Ganancias, querida, ganancias. Es bueno que los resultados estén tan claros.- y añadió mirando intencionadamente a la figura que guardaba silencio, de pie contra la balaustrada, dándoles la espalda- Sobre todo cuando son a favor ¿Me equivoco?

Athos de Mashrapur dio un sorbo a su copa y se volvió lentamente, con elegancia. Tenía el cabello oscuro recogido con sencillez contra la nuca y vestía como siempre su inmaculado traje blanco, con la camisa abierta sobre el pecho y los puños recogidos a la altura del codo. Entre toda aquella pomposidad, entre los ricos brocados y las joyas, exudaba una suerte de gracia e intrepidez que contrastaba con sus ostentosos acompañantes. Nadie, al verlo por primera vez, hubiera podido decir que tenía ante sí a uno de los hombres más poderosos de la hampa en Kalimdor.

- No adelantemos acontecimientos, Durga.- respondió con un brillo extraño, casi ausente, en los ojos- No está todo tan claro como suponéis.

El orco resopló.

- A d'yaebl aep arse, medio elfo,- gruñó empezando a malhumorarse- no vengas con humildades. Esa orca tuya ha tumbado a todos mis chicos. A todos y cada uno de ellos. Yo creo que está bien claro. Ya lo creo que sí...

- Durga tiene razón - maulló desde sus cojines Lianthala- aunque se ensucie la boca con maldiciones que no entiende. Cobra también venció a mis chiquitines. Y a los del barón, de hecho...

El mentado barón acarició uno de los gruesos rubíes del collar que le rodeaba el cuello dos e incluso tres veces.

- Hmmmmmmm - gimoteó- Algo hay que el respetado Mashrapur no comparte ¿Me equivoco?

Athos de Mashrapur no respondió y dio otro sorbo a su copa de exquisito vino. Dirigió una mirada a la multitud y por último a la arena, a las puertas por las que entrarían los contendientes.

- ¡SE CIERRAN LAS APUESTAS!- retumbó la voz del encargado, rebotando en las paredes del coliseo.- ¡NO SE ADMITEN MÁS INGRESOS NI CAMBIOS!

Como si hubiera esperado aquella señal, el mestizo dejó su copa en una bandeja que sostenía su esclavo y se apoyó en la barandilla, mirando intensamente a la arena.

- ¡VA A DAR COMIENZO EL VIGÉSIMOQUINTO COMBATE!- continuó la potente voz del encargado, un ogro de piel oscura y rostro desfigurado por una fea cicatriz.

La multitud enmudeció, expectante.

- EN LA PUERTA NORTE, DIRECTA DESDE LOS CAMPOS DE BATALLA DE ARATHI... ¡LA TERRIBLE! ¡LA INCREIBLE!¡¡COBRA!!

Los espectadores estallaron en una estruendosa ovación, frenéticos. Cobra era el tipo de guerrero que gustaba ver en las arenas: aterrador, fiero, cruel y letal, que entendía que la gloria de un gladiador se define por lo que consiga alargar la muerte de su contrincante. Comprendía la esencia del espectáculo.

"¡Cobra, Cobra, Cobra!" bramaban.

- EN LA PUERTA SUR - continuó el ogro, con el cuello hinchado de tanto gritar- REMONTANDO DESDE EL ANONIMATO...

Athos de Mashrapur se agazapó como una pantera contra la barandilla.

***

Comadreja respiró hondo y afianzó la presa en su arma y su escudo. Luego escupió al suelo.

- Suena ridículo- gruñó, soplando para apartarse una pluma del tocado que le caía sobre los ojos.- Necesito un nombre de guerra, Zai, uno de verdad...

Zai´jayani miró entre los barrotes a la multitud aullante, impaciente. Reconocía el miedo en ella, sabía que hablaba del nombre para no enfrentarse a su propio miedo.

- ¿Cua´crees que te pega?- inquirió, tratando de no dejar translucir la inquietud que le embargaba respecto al siguiente combate.

La muchacha bailoteó de un pie a otro rápida y ágilmente, agitó los brazos tratando de sacudirse aquella lúgubre certeza que la invadía. La verja frente a ella se levantó con un chasquido: el combate iba a comenzar.

- Si no vuelvo- dijo antes de salir a la arena- búscamelo tú.

Zai la vio irse, muerta de miedo pero decidida. Luchó por alejar de sí la misma sensación fatalidad que la embargaba a ella. Necesitaba concentrarse en el combate, en la esperanza por exigüa que fuera. Se llevó una mano al talismán que llevaba al cuello, y susurró como si con ese susurro pudiera hablar a todos los espíritus y ancestros que los rodeaban.

- Cui´ad d´ella.- rogó.

Los espíritus no respondieron.
A su alrededor, el público era una masa enloquecida, con las voces enronquecidas de tanto gritar: una marabunta de gritos indistinguibles, rebotando en las paredes de la Masacre, en la noche de Feralas. Las contendientes se miraron con fiereza desde cada lado de la arena mientras a sus espaldas se cerraban las verjas que les cortaban la retirada. Haciendo caso omiso del estruendo, se estudiaron con atención, evaluando a su oponente, buscando sus debilidades, las letales aberturas en su equipo.

Cobra la miraba fijamente con aquellos hipnóticos ojos amarillos destacando sobre la piel verdosa. Había renunciado a las duras armaduras y guarniciones de metal y madera, y en un ejercicio de arrogancia, solo vestía un prieto justillo de cuero que le cubría los brazos e iba de su cuello a la entrepierna, y unas calzas que no dejaban al aire ni un solo fragmento de piel. Todo, absolutamente todo su equipo, estaba elaborado con pesadas escamas de alguna sierpe de gran tamaño, dotadas de una gran flexibilidad. En cada mano llevaba un arma: un hacha de largo mango y hoja curvada como una hoz, con el metal trabajado con extraños símbolos y dibujos. Giraban en sus manos con un susurro de muerte, rápidas, terribles y certeras.

Comadreja sintió que se estemecía. Había algo que le inquietaba y que no conseguía reconocer. No eran sus armas, ni su temible estatura. No era tampoco la sonrisa taimada de sus labios oscuros. Fue vagamente consciente había algo antinatural en el modo en que aquella orca fijaba la mirada, una fijeza inquietante y animal que hacía que los oponentes no pudieran apartar la mirada de aquellos ojos terribles. Por alguna razón volvieron a su memoria una de tantas charlas con Zai´Jayani sobre el magnífico genio de la naturaleza, de sus trucos taimados para garantizar la supervivencia. Ahí estaban los camaleones, que cambiaban de color para camuflarse, y los insectos palo que parecían finas ramitas. Allí estaban las grandes mariposas con inmensos ojos pintados en sus alas, o las pequeñas ranas venenosas que se cubrían de vistosos colores para avisar de su toxicidad.

Una increible sensación de alivio la invadió cuando, de pronto, comprendió aquello que tanto le había inquietado: Cobra se había pintado los párpados del mismo color amarillo que sus ojos y había trazado en el centro de cada uno una pupila vertical con tinta negra. El efecto, realmente, era inquietante: se hubiera dicho que nunca parpadeaba. La muchacha inspiró brevemente. Le infundía valor el haber reconocido al menos uno de los trucos de Cobra para aterrar a sus contendientes. No era más que eso, un truco. Tuvo ganas de reir.

Con nuevo aplomo, dio un paso al frente.
Cobra entrecerró los ojos con malicia, hizo un molinete con sus armas y la imitó, aceptando el desafío.

La multitud enmudeció.

El repentino silencio que se hizo en el coliseo fue tan atronador como había sido la cacofonía anterior. Los espectadores, de algún modo, comprendían la importancia del combate entre aquellas dos criaturas tan dispares. Tal vez fuera el modo en que se miraban, tal vez que ambas permanecieran inmóviles y sin entrar en combate, evaluándose...

De pronto, en aquel silencio, Comadreja escuchó los latidos de su propio corazón: rápidos, constantes y retumbantes como el golpe de un tambor. Y precisamente aquellos latidos fueron los que le recordaron aquella sensación de fatalidad que bordaba su consciencia, arañándola con insidia. Aquel combate no tenía solo la certeza de la muerte que acompañaba a cada uno. No era solo la adrenalina y el miedo a partes iguales. Frente a ella tenía a Cobra, quien desde el primer día había ansiado su sangre. La orca no se conformaría con el golpe certero: era dueña y señora del espectáculo, y disfrutaría de cada instante de la inminente victoria. Jugaría con ella como un gato con el ratón. La torturaría con sus sinuosas maneras en el combate, le haría tragar tierra y sangre y la conservaría consciente y lúcida para ver sus tripas derramadas en la arena antes de darle un final que para entonces, estaría rogando desesperadamente.

Las rodillas comenzaron a temblarle.

"No, ahora no" se dijo, temiendo que el miedo volviera a hacer presa en ella, volviéndola débil, lenta y torpe.

Luchó por alejar de sí las imágenes de la ominosa muerte que la esperaba y respiró profundamente, al menos todo lo profundamente que le permitía su maltrecho corazón. Frenta ella, Cobra hizo un nuevo molinete con las armas y comenzó a caminar a su alrededor, sin dejar de sonreirle tétricamente, sin apartar la mirada. Hacía bailar las hachas en sus manos con una destreza aterradora y despreocupada, como si aquel fuera el premio por todos los combates anteriores, un postre por una gargantuesca comida, y estuviera meditando por qué lugar cortar primero el pastel.

-¡COBRA, COBRA, COBRA!- restalló la multitud.

Comadreja enarboló el escudo, preparó el arma y afianzó los pies en la arena del coliseo.

"En la a´ena nadie´spera"

Cargó, sin pensar,no había tiempo.
Cobra esquivó deslizándose rápidamente hacia su derecha. Vio volar una de sus hachas hacia el costado desprotegido, casi en la espalda, y apenas tuvo tiempo para frenar el golpe con su espada. El metal restalló con un chasquido antes de que ambas contendientes retrocedieran de un salto, tras aquel primer tanteo. La orca rió con una carcajada gutural y salvaje, divertida. Las hachas seguían bailando en sus manos, como si nunca hubieran dejado de hacerlo, fascinantes... hipnóticas... Se acercó lentamente, confiada y sinuosa, mirándola fijamente a los ojos, como si no necesitara vigilar sus armas.Comadreja recordó entonces lo que sucedió aquella vez, en la jaula, el modo en que el guardia se había quedado completamente inmovilizado e incapaz de reaccionar mientras Cobra se le acercaba.

"¡No la mires!"

Apartó la mirada justo a tiempo para interponer el escudo ante el hacha que se abatía sobre ella. La madera retumbó y aprovechó para barrer con el escudo a su oponente, protegiéndose con la espada de los golpes del hacha libre. No le dio tiempo a pensar, avanzó sobre ella con firmeza, lanzando tajos por encima del escudo mientras controlaba que las hachas no traspasaran su defensa. Trató de acorralarla, un paso trás otro, obligándola a retroceder. Quería que diera con su espalda en la pared, limitar su margen de acción y evasión. Alternaba tajos de espada y embates de escudo para aturdirla, pero era rápida, muy rápida.

- ¡COBRA!¡COBRA!¡COBRA!

Tras un último embate, comprobó con terror que la orca ya no estaba allí. No estaba, no había nadie bajo su escudo... Y cuando quiso saltar girando sobre sí misma, utilizando la pared para evitar que se le acercara por la retaguardia, un dolor lacerante le cruzó la espalda y sintió la sangre cálida bañándole la piel. Cobra tenía la primera sangre.

"Joder, joder, joder, joder"

No podía detenerse, no podía volverse para comprobar la gravedad de la herida o si su oponente había envenenado sus filos. Tendría que comprobarlo en sus carnes. Atisbó por el rabillo del ojo un movimiento e interpuso el escudo. El hacha golpeó la madera con tanta fuerza que le castañetearon los dientes. Aprovechando la guardia abierta atacó con la espada desde arriba, pero Cobra, por fin en su campo de visión, retrocedió de un salto.
Era endiabladamente rápida.

- ¡COBRA!¡COBRA!¡COBRA!- la multitud aullaba, delirante, enardeciendo a su campeona.

Se rondaron de vuelta al centro de la arena, vigilándose con la mirada, girando al compás como si se tratara de una singular danza. Largas zancadas, firmes, lentas en aquel avance circular que precedía un nuevo choque. Lentamente, el círculo invisible entorno al cual giraban se fue estrechando. Poco a poco, más y más cerca.

Comadreja gritó con furia y cargó de nuevo.
Esta vez sintió el impacto inestable contra su contrincante y supo que había tenido éxito. Rápidamente abrió la guardia y asaetó con su espada. La sangre oscura de la orca le salpicó en el rostro. La multitud la abucheó, otros aplaudieron. Alguien gritó algo que no entendía. Cuando se recobró del aturdimiento y se puso de nuevo en guardia, Cobra miró a su alrededor y vio que Comadreja había vuelto a alejarse de ella. Gruñó. La muchacha se dio cuenta entonces de que la orca había comprendido los peligros de permanecer alejada de ella. Tendría que mantenerse cerca, donde no tendría apenas movilidad con los largas astas de las hachas.

Por primera vez desde que comenzó el combate, Comadreja se permitió sonreir.

A partir de aquel preciso instante, como si de una señal se tratara, el combate se volvió frenético, desenfrenado, tan violento y ágil que los espectadores de las filas más alejadas se pusieron en pie para poder seguirlo. Las formas de las contendientes se desdibujaban en giros, fintas, saltos y esquivas. El público aullaba, pero no parecía tan unánime como al principio.

- ¡MONGUZ!- gritó alguien en las gradas. Y algunos lo corearon.

En la noche de Feralas, el chasquido de los metales restallaba hasta las copas de los árboles. Los rugidos de las combatientes rozaban lo animal, así como su fiereza y el modo brutal en que se movían, a veces con la sutilieza del puma, otras con la solidez del gorila. Cobra atacaba con las dos hachas con una agilidad sin par, sin dar un respiro a su contrincante, buscando sus aberturas, sus puntos débiles, buscando sus gardias bajas para que una de sus hojas traspasara su defensa. Comadreja, por su parte, bailaba con su escudo de modo que siempre se encontrara entre el hacha y ella, y asaetaba con la espada desde arriba, desde el lateral, cuando su contrincante abría la guardia. Embestía con el escudo firme, con fuerza, y se complacía en reconocer el aturdimiento de Cobra cuando el golpe era certero. En no pocas ocasiones el metal mordió la carne ajena. La sangre goteaba insistentemente en la arena sin que importara a nadie. Estaban tan concentradas la una en la otra, estaba tan concentrado el público en el combate que casi había enmudecido, de modo que durante aquellos minutos que se vivían como horas, el chasquido de los metales y los jadeos de las combatientes eran lo único que se escuchaba en el coliseo.

Comadreja, con la pintura de guerra corrida sobre el rostro, flaqueó un instante. El último golpe había entrado realmente bajo y le había golpeado con tanta fuerza la rodilla que ahora tenía que hacer un esfuerzo importante para que no se flexionara y la tirara al suelo. La sangre caliente le corría rauda por la pantorrilla y se encharcaba a sus pies. El dolor era atroz.

"Que no haya cortado el músculo", rogó, "Por favor, que no haya cortado el músculo..."

Frente a ella, Cobra resollaba. Aquel combate estaba resultando abismalmente más largo e intenso que los demás, y sus heridas también la debilitaban. Tenía un brazo casi inmovilizado, con un profundo corte que iba desde el hombro hasta el codo. Aún así miraba a su contrincante con odio, llena de rabia.

No se dieron más tregua.
Tras aquellos breves instantes de respiro, corrieron de nuevo una contra la otra. En las gradas, los espectadores se pusieron en pie ¿Estaba en aquella carrera el golpe de gracia de aquel combate desbocado? ¿Se destruirían aquellas dos fuerzas imparables al chocar? El sonido del choque retumbó en el Coliseo. Durante una fracción de segundo, ambos cuerpos se encontraron, carne contra carne, arma contra arma. Un chasquido de metal. Y luego, como si el tiempo se hubiera ralentizado, las contendientes se separaron como si aquel choque apenas hubiera servido para frenar levemente su avance.

Desde las gradas, vieron que la humana hincaba la rodilla en el suelo y quedaba inmovil. Una conmoción recorrió el público. Con otro chasquido, la espada cayó del cielo al otro lado de la arena y se clavó en la tierra. El coliseo estalló en una ovación febril. Cobra, jadeante pero con una sonrisa feroz en los labios, alzó los brazos armados en gesto de victoria.

- ¡COBRA! ¡COBRA! ¡COBRA!- aulló la multitud, enfebrecida

Había desarmado a su oponente: la suerte estaba echada.

Ya era solo cuestión de tiempo que inutilizara el escudo y quedara a su merced. Ya era solo cuestión de paciencia que pudiera esparcir sus tripas por la arena, aunque repentinamente aquella muerte le pareciera indigna después de aquel combate. Saludó al público, triunfante, y se volvió hacia quien había de ser su gran victoria.

- ¡COBRA! ¡COBRA! ¡COBRA!¡COBRA!¡COBRA! ¡COBRA!

En la arena, Comadreja permaneció inmóvil. La suerte estaba echada, incapaz como era de mantenerse en pie. Era ya solo cuestión de tiempo que las hachas le cercenaran la vida, que su sangre regara la arena y que ella sucumbiera por siempre. Y con ella, todo lo que alguna vez había sido, lo que hubiera podido ser alguna vez. Era el momento de despedirse de toda esperanza, de afrontar la Buena Muerte con el orgullo que Zai´Jayani le había inculcado, de mirar al frente y saludar a los que la esperaban al otro lado.

Cuando se enderezó, el aullido de la multitud se contuvo, como si reconocieran el valor de lo que estaba a punto de acontecer.

- ¡MONGUZ!- bramó una voz solitaria en las gradas.

- ¡MONGUZ!- corearon voces diseminadas en la multitud, débiles como ecos.- ¡MONGUZ!

Irguiéndose firme, aunque el dolor en todo su cuerpo era insoportable, Comadreja alzó el rostro. Sus ojos grises miraron a Cobra con todo el reconocimiento que merecía el guerrero que le quitara la vida en justo combate. Enarboló el escudo firme ante ella.

La rodilla le dolía de manera atroz, se doblaba bajo su peso. El brazo derecho le colgaba inerte a un lado. La mano de la espada le palpitaba sordamente y comprendió que Cobra la había roto para hacerle soltar el arma, pero ya no importaba. Todo su cuerpo tendía hacia abajo, como si quisiera doblarse, encogerse hasta desaparecer. Luchó por mantenerse en pie, pese a las lágrimas que brotaban de sus ojos, emborronando sangre y pintura, empapándole el rostro. Luchó por corresponder la dignidad y el respeto en los ojos de Cobra. Ya no había odio en ellos, sino un reconocimiento que iba más allá del combate, como si dando fuerza a las leyendas de su tribu, hubiera encontrado al fin a su Enemigo, largo tiempo ansiado, y al mismo tiempo se lamentara y se sintiera profundamente orgullosa de derrotarla en su aquel primer combate. Comadreja trató de avanzar un paso, pero la rodilla le falló y estuvo a punto de caer de nuevo. El latigazo de dolor le recorrió la espina dorsal y por un momento fue incapaz de volver a erguirse.

- Arriba.- dijo una voz gutural y ronca frente a ella, cerca, muy cerca.

Alzó la vista.
De pie, a escasos metros, Cobra la miraba queriendo tender la mano a su Enemiga para poner en pie pero al mismo tiempo sabiendo que tenía que hacerlo por ella misma.

- Arriba.- repitió, y su voz era una orden, un ruego.

La muchacha la miró a los ojos y se irguió de nuevo, a pesar del dolor. Cobra asintió bruscamente y retrocedió unos pasos, dandole el tiempo y el espacio que las Arenas negaban para que se preparara.

Unos pasos más allá, Cobra la saludó con respeto.
El público contempló atónito, mudo testigo, el Honor de la Arena.

- Nos veremos al otro lado- dijo Comadreja, enarbolando de nuevo el escudo, y Cobra sonrió.

El combate debía continuar.
Afianzó los pies en el suelo, tratando de encontrar la postura que no la hiciera caer al intentar aquella última carga. Frente a ella, Cobra hizo un último molinete con las armas.

Y cargó. Cargó con la fuerza de un cuerpo que se negaba a claudicar, con la fuerza de las olas que embisten al acantilado, aunque sepan que allí está su fin. El latigazo de dolor la hizo gritar, pero usó la fuerza y la profundidad de aquel grito para sí, lo llenó de rabia por vivir, de sueños inacabados, de pasados perdidos. El grito resonó en el silencio de la arena mientras Cobra se preparaba para la embestida. Se encontaron de nuevo con fuerza, con desesperación. Cobra atacó con furia, abatiendo sus hachas sobre el escudo que, pese a todo, se mantenía firme. Comadreja puso todo su corazón en mantener el escudo, incapaz como era de atacar. Sin una espada para cubrir su flanco derecho, embestir con el escudo era un suicidio. Aunque fuera a morir de todas formas... Aguantó cada golpe sintiendo que el único brazo útil se le entumecía, como cada impacto la clavaba más al suelo. Tenía que salir de allí como fuera.
Respiró hondo, todo lo profundamente que podía sin sentir las costillas rotas clavándose en sus entrañas. Era la única oportunidad. Aguantando todo su peso enla rodilla herida, rezando para que no la tirara al suelo, descargó una fuerte patada en la rótula descubierta de su enemiga. Con un grito, Cobra estuvo a punto de caer. Aprovechando el desequilibro de su oponente, Comadreja abrió la guardia para buscar un punto de huida y encontró apoyo en la rodilla doblada de la orca. Invocando para sí toda la energía que pudiera reunir su maltrecho cuerpo, se encaramó a aquel cuerpo que se le ofrecía y se propulsó hacia arriba, por encima de su hombro, para volar alto, lejos, donde las hachas no pudieran encontrarla. En una fracción de segundo sintió el metal clavarse en su carne, sobre aquella antigua cicatriz que la ataba a su pasado. Sintió como traspasaba la piel, como se le hundían las costillas, como la sangre le bañaba el costado y el dolor recorría cada partícula de su ser. Sintió como la sangre ascendía a su garganta y mientras se alzaba en el aire, golpeó con el escudo buscando un apoyo que le diera la fuerza que a ella se le escapaba por aquella última herida. Con un chasquido, el pico inferior del escudo encontró firmeza y dio a su salto toda la fuerza que necesitaba.

Voló por encima de Cobra como si ya nada pudiera retenerla. Cerró los ojos, sintiendo el aire de la noche a su alrededor, esperando el golpe de gracia que la hiciera caer de nuevo al suelo para no levantarse jamás, que le cortara las alas. Aterrizó en la tierra manchada de sangre con un golpe que le arrebató el aire de los pulmones y le hizo soltar el escudo. Cayó boca abajo, como una muñeca demsadejada, con la vida escapándose por aquel infame tajo en el costado. Con la poca energía que quedaba en su maltrecho cuerpo, se volvió trabajosamente para recibir a la muerte de frente, incapaz de incorporarse siquiera.

- ¡COBRA! ¡COBRA! ¡COBRA! -bramó la multitud de pronto, pidiendo muerte.

Con la mirada turbia ya, con los párpados luchando por cerrarse, Comadreja vio la silueta de la orca en pie, dándole la espalda, unos metros más allá. Un estremecimiento recorrió las gradas. Los gritos se volvieron inseguros ¿Por qué no atacaba?Comadreja sintió que el tiempo se distorsionaba, o tal vez eran los delirios que le traía la muerte. Si no ¿Por qué todo parecía suceder tan lentamente? ¿Por qué veía las rodillas de Cobra doblarse bajo su peso tan despacio como si estuviera haciendo una reverencia a las gradas? La vio caer, lentamente, aún sujetando las hachas en las manos. Quedó de rodillas unos instantes, con los brazos rígidos, rígido el torso y luego, despacio, muy lentamente, se desplomó en el suelo con un golpe sordo.

Ajena a todo, Comadreja sentía que tenía poco tiempo y tenía que encontrar a Zai´Jayani.
Encontró sus ojos al otro lado de la verja. El troll sujetaba con firmeza los barrotes y la miraba con intensidad, como si el orgullo, el reconocimiento y la compasión se mezclaran en aquel mudo mensaje. Quería darle las gracias y al mismo tiempo pedirle perdón por fallar en el combate que decidía su vida. También quería decirle que el miedo se había ido, que el dolor no importaba y que esperaba que estuviera orgulloso por haberla visto llegar hasta allí. Se despidió de Gaerrick, de sus manos y su fuego. Se despidió de Baner y del paseo a la luz de la luna. Se despidió de Klode y su alegría, de Angeliss y su silueta contra el hogar, de Averil y la esperanza que representaba. Se despidió de Raz el Silencioso, de la dulce Pristinaluna, de la siniestra Imoen.

Su última despedida fue para Irinna, para lo que había sido y para lo que ya nunca podría ser.

Zai´Jayani, al otro lado de los barrotes, aferró con fuerza su talismán. Su vista seguía fija en el cuerpo inmóvil en la arena, en el charco de sangre que crecía violentamente a su alrededor. En su corazón, los ancestros cantaban para la guerrera que dejaba el mundo. Aquella muchacha humana había demostrado una fuerza inquebrantable, una rabia por vivir que apenas cabía en aquel cuerpo tan pequeño. Sintió la presencia de Zun´zala junto a él. El viejo chamán cantaba con los ancestros con su voz rota y cascada, y le acompañó. Envió su canción al espiritu que abandonaba el cuerpo de Comadreja para reunirse con sus propios ancestros, cantó para que encontrara el camino al Otro Lado. Para que cuando llegara, no le olvidara.

Sintió una presa firme en su muñeca. Zun´zala había dejado de cantar y miraba fijamente al coliseo, a algún punto sobre las gradas. El silencio allí era atronador. Reacio a dejar de mirar a Comadreja, buscó con la mirada aquello que atraía la atención de su maestro. Le costó encontrarlo, pero una vez lo hizo, le fue imposible volverlo a perder. Alguien se había alzado en las gradas y se mantenía en pie sobre la balaustrada. Podía ver sus blancas ropas resplandeciendo en la negrura de la noche, el cabello oscuro apartado del rostro.

Athos de Mashrapur saltó por encima de la balaustrada, directamente a la arena. Aterrizó con una agilidad insospechada y caminó hacia las contendientes, manchándose los pies descalzos de arena, de sangre los bajos de su pantalón blanco. Todo el coliseo permanecía atento a los movimientos del dueño de aquellas dos criaturas que se acercaba a darles su última despedida. El mestizo hizo una señal a uno de los ogros que guardaban las vejas de las bestias y este se acercó corriendo a Cobra, que permanecía inmóvil, caída de cara contra el suelo.

- ¡COBRA!- gritó alguien en las gradas, pero su voz se perdió en el silencio.

El ogro se inclinó sobre ella, la giró tomándola del hombro y el cuello de la orca se bamboleó tétricamente. El ogro negó con la cabeza y la gente comprendió: la grande, la terrible Campeona había encontrado su final.

Cobra había muerto.

- ¡MONGUZ! ¡MONGUZ!- bramaron entonces entre la multitud voces perdidas en aquel silencio expectante.

Mashrapur llegó hasta Comadreja y cruzó descalzo como iba el charco de sangre hasta ella. La multitud le vio arrodillarse junto al cuerpo, manchando de sangre encarnada sus pulcros pantalones, como si realmente no le importara, como si realmente ella importara algo. Zai le vio buscarle el pulso en el cuello y sacarse la camisa presurosamente para cortar la brutal hemorragia del costado. Tras las verjas, apretó la mano de Zun´Zala, sintiendo en el pecho el aleteo de la esperanza. El elfo dio entonces una voz, una orden firme, y dos ogros entraron corriendo en la arena portando una camilla. Con gran urgencia cargaron el cuerpo de la joven y corrieron hacia la salida.

La multitud bramó entonces, su aclamación se desató como una tormenta largamente contenida. Sus voces estruendosas se mezclaron en una cacofonía ensordecedora, cargada de delirio, de fiebre, de pasión y alegría. Zai´Jayani rompió a reir, sin poder contenerse. Junto a él, Zun´zala cantó de nuevo, pero una canción reservada para el honroso retorno de los guerreros victoriosos, y los ancestros le acompañaron.
Los ogros cargando el cuerpo llegaron a la verja, que se abrió para ellos. Zai corrió junto a la camilla y sostuvo la mano fría de la muchacha, sin importarle que al otro lado, Athos de Mashrapur contuviera la hemorragia con su camisa.
Al sentir su mano, Comadreja abrió levemente los ojos.

- Hola, bichito.- dijo el troll, tratando de retenerla con la mirada.

La muchacha sonrió con sus labios manchados de sangre, cerró un instante los ojos. Volvió a abrirlos como si le costara mantenerse consciente.

- Todavía no me voy.- dijo con voz débil, y la punta de su lengua asomó a los labios con dolorosa malicia.- Te fastidias.

Zai´Jayani se dio cuenta entonces de que la multitud en las gradas cantaba.

- ¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!- repetían en un coro interminable y absoluto- ¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!¡MONGUZ!

Sonrió. En la camilla, la guerrera victoriosa frunció el ceño como si aquello le costara el esfuerzo de una vida.

- ¿Qué cantan?- preguntó con una voz que era un susurro.

Zai´Jayani apretó su mano, la miró con orgullo.

- Tu nombre de guerra.- dijo- Mon´gus. Mangosta.

Sus manos se desentrelazaron y la camilla desapareció tras las cortinas del hospital. Zai permaneció en la entrada, sabiendo que no podía cruzar el umbral pero exultante de alegría.

Desde las gradas, el ronco grito de la multitud invadía cada rincón de la selva.

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