La Rosa de Alterac III

jueves, 18 de febrero de 2010

Al día siguiente, por la tarde:

Klaussius hizo una señal a Amih y se acercaron al celador de la prisión. Thelagua era un hombre que podría haber sido apuesto, pero cuyo rostro estaba surcado de arrugas de preocupación. Tenía profundas bolsas bajo los ojos y olía como si no se hubiera cambiado de ropa en varios días.

- No sé como ha podido ocurrir…- se lamentaba el buen hombre para sí, pasándose la mano derecha por el rostro con gesto estupefacto.

El mariscal y la hechicera intercambiaron una mirada.

- ¿Qué ha ocurrido?- inquirió Klaussius con firmeza.

- De repente estaban en todas partes…- continuó lamentándose Thelagua, ajeno a todo.

Klaussius carraspeó. Sorprendido, el celador levantó la vista, como si acabara de reparar en la presencia de los visitantes. Tragó saliva dolorosamente, se secó el sudor de la frente e intentó cuadrarse.

- Señor, un motín, señor.- explicó- Los presos Defias se han revelado y han asesinado a varios guardias. Ahora han tomado la prisión y no permiten que las fuerzas de seguridad crucen la entrada.- suspiró, abatido- Si se enteran en el ayuntamiento, perderé mi trabajo…

Amih puso los ojos en blanco, amparándose en el ala ancha de su sombrero picudo. Por su parte, Klaussius se llevó las manos a las caderas con gesto autoritario y taladró al celador con la mirada.

- ¿Y mi prisionera?

De pronto las arrugas de preocupación de Thelagua se pronunciaron más, como si de repente hubiera caído sobre sus hombros otro peso del que se había olvidado por completo. Con toda la confusión del motín, había olvidado totalmente que habían alojado a una mujer en la prisión… Todos aquellos presos embrutecidos… Luz Bendita, pobre criatura…

- Yo… eh…ah…- balbuceó Thelagua, completamente desbordado por las circunstancias, sin apartar la vista de la puerta que llevaba a las mazmorras.

Klaussius chasqueó la lengua, y bufó brevemente por lo bajo. Luego se volvió hacia Amih, que asintió: no había necesidad de decirse nada. Luego el mariscal fulminó al celador con la mirada.

- Vamos a entrar ahí y llevarnos a nuestra prisionera, señor- sentenció- Y más os vale que siga pudiendo hablar, u os garantizo que tendréis un problema.

El celador Thelagua asintió débilmente y bajó la mirada, empezando a considerar los beneficios del oficio de la pesca. Sin una palabra más, Klaussius y Amih descendieron a las mazmorras.

***

El pasillo olía a quemado. En un rincón habían prendido fuego a unas sábanas y ahora el humo enturbiaba la vista. Las puertas de las celdas estaban reventadas, y los presos campaban por la prisión armados con cuchillos, botellas rotas o incluso alguna espada corta.
Todas las miradas se volvieron hacia los recién llegados.
Klaussius desenvainó su arma, en los dedos de Amih crepitaron las llamas y prudentemente las miradas les pasaron de largo y volvieron a sumirse en sus asuntos, haraganeando por los rincones. Aquí y allá estallaban peleas que se resolvían a puñetazos, y no había sala a la que se asomaran que no estuviera invadida por un enjambre de defias embrutecidos. Todas salvo…

- ¿Qué hay ahí?- inquirió la hechicera draenei señalando con el dedo una puerta del corredor que los defias evitaban activamente.

Intrigados, se abrieron paso por los pasillos atestados, recurriendo a empujones y amenazas para hacerse camino. Sorprendentemente y tal y como les había parecido desde la entrada, los defias evitaban acercarse a aquel umbral, dejando en el suelo despejado un perímetro de seguridad. Se asomaron a la sala, había tres hombres en ella. Uno se apoyaba en unos toneles sujetándose la cabeza con las manos; sangraba por la nariz profusamente y parecía incapaz de ponerse en pie. Arrastrándose a lo largo de la pared, otro defias trataba desesperadamente de salir de la sala, claramente maltrecho y debilitado, con un profundo corte en la cabeza y las rodillas temblorosas.
El tercer hombre yacía en el suelo y no se movía.

Y al fondo de la sala, dentro de la jaula reventada, sentada en el suelo y apoyada contra la pared, esperaba la prisionera. Tenía las manos encadenadas por pesados brazales, y una gruesa cadena sujeta a una bola de plomo se le cerraba entorno al tobillo. Llevaba el uniforme de los presos, unos pantalones rojo sangre desgastados y una camisa sin mangas blanca, e iba descalza. Tenía algunos arañazos en los brazos, y un hematoma reciente en la mejilla derecha, pero los ojos grises miraban con fiereza y desdén a los recién llegados, como si no estuviera encadenada, como si no fuera ella la prisionera.
Klaussius y Amih miraron el cuerpo a los pies de la mujer: tenía el tabique nasal completamente hundido en el cráneo. Estaba muerto.

La prisionera les regaló una mirada cargada de desprecio e ironía.

- Vaya, vaya, vaya…- dijo Aurora Lightpath desde sus cadenas- Al fin se muestra el carcelero…

No hay comentarios: