VII

miércoles, 21 de noviembre de 2007

La maleza palpitaba; podía sentirlo en la humedad del cenagal, en la neblina insalubre que lo llenaba todo. En los árboles y sus raíces, los fuego fatuos bailoteaban sobre las aguas. La música de la ciénaga sonaba amortiguada entre los troncos hinchados de humedad y los roncos sonidos que las alimañanas que lo habitaban parecían una siniestra orquesta de bienvenida.

- Mal camino.- escupió el hombre en voz baja, apretando contra su pecho el fardo envuelto en lana que llevaba amarrado.

No era falso, desde luego: a sus pies, el suelo embarrado parecía hambriento por cada paso que daba, engullendo sus botas hasta media caña y amenazando con tragárselo entero en alguna de aquellas letales trampas de barro y arena. Avanzó con cuidado, maldiciendo entre dientes por no haber llevado consigo más que aquel pequeño cuchillo, más como obsequio del que no quería desprenderse, que como arma. Sin embargo allí estaba y ya no podía regresar; al cruzar la última puerta, todas sus acciones habían tomado una única dirección: cumplir su promesa. ¿A donde iba? Tampoco lo había decidido antes de marchar y ni siquiera ahora lo sabía. Por ahora bastaba con alejarse de aquellos fanáticos del Círculo hasta donde no pudieran seguirle.
¿Qué haría después?¿Debía permanecer allí o regresar?

¡Maldición! Nunca habría creído que en los apacibles bosques de Claro de la Luna pudiera residir tanta maldad, ni que entre las tranquilas gentes del Círculo Cennarion pudiera ver un colectivo tan oscuro, pérfido y endogámico como los Caern Visnu. Solo había visto a Finarä una vez pero sabía de su poder y casi podía ver el Robledal Sagrado en llamas y a la Hija del Roble defendiendo su santuario con sangre y lágrimas para al final ser sometida a la más absoluta negación de su persona. La crueldad con la que había sido tratada incluso después de muerta era más propia de los demonios del Vacío que de los druidas que defendían una paz ficticia... Dishmal se lo había contado. Durante la noche, una muchedumbre de druidas devotos liderados por un seguidor del venerable Vigía de las Estrellas penetraron en el Robledal armados con antorchas. Finarä se defendió y no pocos cayeron bajo sus poderosas garras, pero eran muchos y nadie se atrevió a ayudarla. El temor se impuso y de esta manera los fanáticos del Caern Visnu pudieron herirla de muerte. Y allí, a la vista de todos, cuando ni tan siquiera podía mantenerse en pie, le...
Apretó puños y dientes con fuerza. ¡Malditos fueran siete veces los druidas y sus estúpidos dogmas!
Y allí estaba él, que jamás había cruzado una palabra con la Hija del Roble, huyendo del Caern Visnu para ocultar su último legado. ¿Cuanto tiempo llevaba caminando? ¿Habían sido cinco meses o solo tres días? Imposible de saber, dadas las circunstacias.
Dio dos golpecitos suaves en el fardo que llevaba amarrado al pecho y se abrió paso entre la maleza, rasgando las lianas y las raices con el pequeño cuchillo.



La sombra acechaba varios metros por detrás, oculta entre las raices y los frondosos helechos de la ciénaga, con el paso seguro que solo otorgan a aquellos mas oscuros que la propia oscuridad, a aquellos que atraviesan el aire como si sus pies besaran el suelo sin levantar un murmullo. El pelaje negro estaba perlado de humedad y dos ojos brillantes y dorados registraban todo a su alrededor: la presa, la competencia y la via de escape. Su presa se sabía acechada y aquello no hacía más que dar más emoción a la caza ¿Se resistiría su objetivo? ¿O lucharía por su vida, calentando la sangre que pronto le mancharía el hocico?

Le seguían, podía sentirlo. No oía más que el sordo rumor de la ciénaga, pero casi podía sentir los ojos clavados en su nuca, como un dedo constante golpeteando su hombro. Ciñó el fardo contra su pecho y apretó el paso sin guardar el cuchillo. Un susurro de la maleza a su espalda y su perseguidor estaba más cerca y aún así invisible. Un escalofrío helado pero familiarle recorrió la espalda: aún no había olvidado las largas rutas con Leo por parajes en los que era mejor no entrar y de los que era bastante improbable salir... Pero entonces había estado armado ¡Maldición! E incluso sin armas, sus brazos habían sido lo bastante fuertes como para partir los huesos de un hombre con un poderoso abrazo... Y ahora, la tranquila via del trabajador había vuelto torpes sus pasos y, aunque seguía teniendo una envergadura impresionante para su edad, sentía que su fuerza había menguado y no quería arriesgarse a comprobarlo. En cualquier otro lugar hubiera intentado trepar, aunque aquello implicara detenerse en el acecho, pero sabía que en aquel paraje, las ramas de los árboles oscuros eran tan inseguras como la tierra cenagosa. Allí, incluso los depredadores eran perseguidos y atacados por cazadores todavía más temibles. Con cuidado, estrechó contra su pecho el fardo mientras aceleraba el paso.

Tras él, el susurro se hizo más audible pese a ser casi imperceptible: el paso leve y ligero de una sombra de ojos amarillos. No quería volverse, pero sentía en su interior la rabia que crecía. ¡Jamás había huído en un combate o dado la espalda a un enemigo! ¡Jamás! De todos modos ¿De qué servía escapar de aquel cazador si tras los árboles le acechaban decenas de alimañas aún más terribles? Pero ¿Y su promesa? Jamás la había formulado, pero sabía que la sacerdotisa podía leer en su alma la voluntad de llevar a cabo su autoimpuesta misión. ¡Y aunque no lo hubiera hecho! Liessel había entregado su vida aún a riesgo de perderla ¡Flaco favor le haría fracasando ahora! ¿Qué hacer? ¿Seguir adelante y morir? ¿O detenerse y luchar? Dirigió una rápida mirada al fardo y con un gesto rápido y firme lo desplazó hasta su espalda, al tiempo que se volvía, cuchillo en mano, para enfrentarse a su cazador.

La pantera se detuvo, casi fundida con la oscuridad circundante, con los dos ojos amarillos brillando como ascuas encendidas, calculando la situación. Tenía el pelaje negro y lustroso, y los poderosos músculos se adivinaban claramente bajo la piel. Quedó inmóvil y así permanecieron, cazador y cazado, evaluandose con la mirada.
Un paso leve a la derecha y la pantera imitó su gesto como un reflejo de sí mismo, casi rozando el suelo embarrado con el vientre, agazapada. Lentamente, giraron el uno entorno al otro en silencio, concentrados en el movimiento de su oponente. La hoja del débil cuchillo que sostenía en la mano reflejaba una luz misteriosa, proveniente de algún lugar fuera de su vista, como compitiendo con las dos joyas amarillas que brillaban desde el rostro de la pantera... No sentía miedo, solo rabia, rabia que crecía como una marea en su interior encendiendo sus músculos. La impaciencia regresó desde su juventud para acuciarle: era cosa de pícaros el acechar, Leo sabía como hacerlo. Pero él... Él era el grito que atraía al enemigo, la mole que cargaba precipitándose al combate. Solo deseaba comenzar ya y vencer o morir...

- Ya está bien de juegos.- siseó, y de su garganta surgió un rugido ensordecedor al tiempo que se abalanzaba sobre su enemigo, enarbolando el cuchillo.

La pantera contestó al rugido y se deslizó como una sombra hacia su izquierda, esquivando la embestida. Antes de que pudiera darse cuenta, sintió las garras afiladas desgarrando la carne de su pecho. Gritó y clavó el cuchillo, que se hundió en las sombras de aquel pelaje de pesadilla. La sangre le salpicó el rostro y no supo si era suya o de su enemigo: ambas eran cálidas y de olor metálico. De pronto se sintió más ligero y un escalofrío de terror le recorrió la espalda: apenas llegó a volverse para ver el fardo deslizarse hasta el suelo y caer con un golpe sordo.

- ¡No!- El grito deshizo su garganta cuando la pantera se abalanzó sobre el bulto envuelto y sacudió la manta con los dientes.

Se lanzó contra ella, lanzándola algunos metros más allá. Tan pronto como golpearon el sueldo con un sonido sordo, la bestia se apartó de un salto, fuera de su alcance, y le miró. Fue solo una fracción de segundo, un instante nada más, pero vio una sonrisa en aquella mirada maliciosa, un brillo inteligente que no correspondía a un animal, y comprendió.
Las palabras brotaron de los labios de la bestia como un maullido confiado.

- La Hija del Roble- dijo- debe morir...

La ira explotó en su interior y cargó de nuevo.

- ¡No la tendréis!- rugió, embistiendo a la pantera.

Sintió el cuchillo hundirse en la carne tibia, al mismo tiempo que comprendía, con una lucidez insospechada, que el dolor lacerante que le traspasaba el cuello era el augurio de su muerte. Hundió más el cuchillo en el cuerpo, y por un momento le pareció que el cuerpo del animal trataba de cambiar de forma, pero con un gemido ahogado, las patas cedieron y la mandíbula que le atenazaba la garganta aflogó su presa de acero. Y allí, tendida en el suelo embarrado de la marisma, la pantera murió, brotando de los labios felinos, como un maullido, de nuevo el terrible augurio.

Brontos tardó aún un instante en aflojar la fuerza con la que presionaba el cuchillo. Los músculos de los brazos le dolían, pero más aterradora era la debilidad que poco a poco invadía su cuerpo. La sangre manaba cálida y abundante de la herida del cuello y la vista comenzó a nublarse. Trató de ponerse en pie, pero la marisma giró a su alrededor y le pareció ver cientos de ojos brillantes que le observaban desde la espesura.

- ¡Marchaos!- rugió, pero la voz sonó débil, apenas un chillido.- ¡No la tendréis!

Se volvió hacia el fardo, que había quedado unos metros más allá: no se movía.

- Luz, no, no, no, no...- gimió con rabia, mientras trataba de arrastrarse hasta allí.- No, no...

Había sangre en la manta cuando la tocó, pero no sabía si era suya, del druida o si finalmente había fracasado en su misión. Rabia, rabia, frustración, y aquella ausencia total de energía que le entumecía entero. Cubrió el fardo con su cuerpo, sollozando de rabia, y cerró los ojos.

- Lo siento.- murmuró.

Su último pensamiento, fue para Irinna.

***

- Xantha era una sacerdotisa de la Iglesia de la Luz, una mujer devota, una esposa fiel, una madre amante. Ella encontró el cadáver en la ciénaga semanas después, en una incursión a la falla temporal adecuada. El cuerpo llevaba nada que le identificara, tan solo un torpe dibujo infantil plegado en el bolsillo. El dibujo representaba dos figuras junto a una luminosa puerta: una inmensa con una poblada barba, y otra diminuta cual duende, con el cabello tan encrespado que bien podría haber recibido una descarga eléctrica. "Tio Brontos y yo", rezaba el dibujo, con desmañada caligrafía infantil. E iba firmado: Irinna.

Por aquel entonces, Irinna Timewalker se había visto sobrepasada por los gastos de la posada. Había buscado más empleos para poder mantener la taberna y había fundado un sindicato para conseguir apoyo legal. En aquel momento había sido contratada como cantinera para servir en el ejército y pasaba mucho tiempo en Ventormenta. Allí la encontró Xantha, y cuando le tendió el dibujo, la muchacha solo pudo sentarse, incapaz de reaccionar. Su mundo se venía abajo, ahora estaba completamente sola. Durante un tiempo, las circustancias la sobrepasaron, pero era una muchacha fuerte que desconocía su propia fortaleza. Y un objetivo comenzó a tomar forma en su mente: aprender a luchar, regresar al momento exacto. Salvar a su tío. Pero esa es otra historia, y debe contarse en otro momento

Dremneth arrugó levemente la frente. Trisaga suspiró.

- Cuando la noticia de la muerte de Brontos y de la niña llegó a oídos de Liessel, fue como si hubieran abierto una exclusa que se había mantenido precariamente y que ya no podía volverse a cerrar, sencillamente enloqueció. Su caza, que había sido cuidadosa y certera, se volvió salvaje. Ya no solo los Caer Visnu caían bajo sus hojas. Cualquier druida que se cruzara en su camino corría el riesgo de perecer con cinco pulgadas de acero clavadas en el vientre. Y Dishmal desapareció, no sabía si vivía o si estaba muerto. Pero las señales acordadas dejaron de llegar. Para ella, todos habían muerto a manos del Caer Visnu, y por su culpa, su única y exclusiva culpa.

No tenía nada que perder, nada. Enloqueció, solo quería sangre, muerte. Quería morir ella misma, se odiaba tanto como odiaba a los druidas que habían traido su desgracia. Y no permitía que nadie se acercara... Y cuando ya no hubo nadie más sobre quien descargar su venganza, perdió por completo el norte. Se volvió iracunda, bestial, todavía más violenta. Buscaba la muerte en cada rincón. Volvió a Claro de la Luna, mató a tantos druidas como encontró, culpables o inocentes, era igual. Para ella, todos habían sido la causa de la muerte de la gente que amaba.

No puedes imaginar lo letal, lo peligroso y salvaje que puede ser un asesino que conoce miles de formas de matar a una persona, cuando pierde la templanza necesaria para contenerse. Utilizó todos los medios que tenía a su disposición, todos los favores, todos los contactos. Buscaba a los druidas, les provocaba, les mataba sin ocultarse, sin disfrazar su identidad.

Quería que la encontraran, quería que la mataran a ella... Ella, que se había convertido al culto druidico en su juventud, ella que veneraba a Cenarion y a Elune, que se había forjado su reputación en el pueblo kaldorei, se convirtió en un monstruo, en un enemigo... Se alejaba y no...

El sollozo contenido quebró al fin su voz, pero fue silencioso, casi furtivo, y se encogió todavía más en sí misma como si mostrar aquella debilidad fuera humillante. Dremneth miró al suelo, sabiendo lo afortunado que podía considerarse porque ella, una Bálsamo educada en una disciplina férrea para mantenerse por encima de las emociones y pasiones mortales, mostrara ante él aquella fragilidad. Había podido atisbarla en algún momento, pero Bálsamo Trisaga era digna de ser la última de las Lágrimas de Elune y siempre se había impuesto la serenidad.

Guardó silencio y aguardó, contemplando con reverencia las lágrimas de un ángel.

I

La voz surgió de la espesura.

- ¡Maldición, Rosa! ¡Te digo que he escuchado algo!

El carro, sucio y maltrecho, surgió de la espesura con un gemido. Sobre el pescante, un hombre y una mujer miraron a su alrededor con ojos asustados. El hombre conducía las riendas y la mujer retorcía sus faldas entre las manos.

- Häns... no te detengas, por favor...- gimió la mujer con ojos suplicantes y voz angustiada.- Sigamos... No quiero saber qué ha sido ese sonido ¡Maldito sea el día en que escogimos este camino! ¡Sabía que era el equivocado!¡Sabía que no teníamos que haber hecho caso a aquel hombre... ¡Este no es el camino a Costasur!

El hombre llamado Häns hizo un gesto perentorio con la mano y detuvo el carro.

- ¡Calla! ¡Ahí está otra vez!- se puso en pie, armado con un rifle, dispuesto a bajar del carro.

Su esposa le sujetó por la cintura.

- ¡No me dejes sola!- chilló.

Häns se zafó y la miró con reproche.

- Sigue chillando, Rosa, y atraerás a todas las bestias de esta maldita ciénaga...

Alzó el farol que descansaba junto a él en el pescante e iluminó la penumbra que invadía el lugar.

- Juraría que vino de ahí...- susurró, bajando del carro y avanzando unos pasos. Iluminó la zona, pero las sombras parecían devorar la débil luz del farol.- Juraría... ¡Mira! ¡Ahí!

Señaló con dedo urgente algo un poco más adelante. Rosa se inclinó hacia adelante con los ojos entrecerrados.

- No veo nada... Häns, vámonos de aquí, por favor...

- ¡Mira! ¡Mira! ¡Ahí!- insistió el hombre, avanzando hacia allí, y de pronto la espesura se tragó la luz y el carro quedó sumido en la oscuridad. Rosa reprimió un chillido y gimoteó.

- ¿Häns? ¡Häns!- chilló- ¡Häaans!

El silencio fue toda su respuesta. Decidió controlarse, respiró hondo y trató de acostumbrar sus ojos a la penumbra. Cuando oyó el grito, tuvo que reprimir otro chillido.

- ¡Rosa! ¡Aquí, corre, ven!

La voz de Häns sonaba con urgencia, pero no había miedo en ella. Aún temblorosa se puso en pie y caminó hacia el lugar desde el que provenía la voz.

- ¿Häns?- al pasar la última franja de vegetación penetró en una especie de claro.

Häns estaba allí, y había dos bultos en el suelo. Uno era una bestia oscura que no llegó a distinguir, pero no se movía. Junto al otro, Häns se arrodillaba.

- Aún está caliente. Pobre hombre.- oyó a su marido.

Rosa miró a su alrededor, sin atreverse a pasar ante la bestia muerta.

- Vámonos, Häns.. Que la Luz se apiade de su alma, pero ya no podemos hacer nada por él... Y la sangre atraerá más alimañas...

El hombre la miró con gravedad, dirigió una última mirada al cadáver del humano y asintió.

- Tienes razón. Que la Luz se apiade de su alma.

Acababa de ponerse en pie cuando un gemido surgió de algún lugar bajo el cuerpo. Rosa retrocedió, angustiada, e incluso Häns dio un respingo.

- ¿Qué ha sido eso?- siseó, pero en lugar de retroceder volvió a arrodillarse junto al cadáver y lo apartó con un empujón- ¡Luz! ¡Rosa! ¡Ven!

La mujer le miró desde el límite del claro.

- ¿Qué ocurre? - vio el fardo que elevaba su marido en brazos y reprimió una exclamación.

Häns se acercó a ella, sosteniendo con cuidado el fardo. Unas manitas pálidas asomaban entre los pliegues de la tela, y el gemido, débil pero audible, continuaba sonando. Cuando llegó hasta ella, su marido se lo tendió con cuidado.

- ¡Luz bendita!- exclamó Rosa acunando a la niña contra su pecho.- ¡Pobre criatura! ¿Está herida?

Apartó la manta ensangrentada e inspeccionó el cuerpecillo con urgencia. Tenía algunos arañazos pero no había heridas de gravedad. La niña abrió entonces los ojos y la miró fijamente con dos ojos verdes como esmeraldas. Llevaba al cuello un extraño colgante, cuya forma parecía indicar que encajaba con otra pieza similar. El colgante descansaba contra el diminuto pecho y parecía emitir y leve resplandor azul.

- Pobre criatura...- murmuró de nuevo Rosa, acunándola contra sus generosas carnes- Es un milagro que se haya salvado, Häns ¡Esta es una señal de la Luz!

Su esposo la miró con extrañeza y acercó la mano a la niña, que cerró sus diminutos puños entorno a sus dedos.

- Una señal de la Luz...

Rosa le miró fijamente a los ojos.

- La Luz nos da una segunda oportunidad, Häns. La Luz nos devuelve al bebé que nos fue arrebatado para que lo intentemos de nuevo.

Häns suspiró, había cansancio en su alma.

- Este no es nuestro bebé, Rosa. Esta niña ha perdido a su padre en este lugar...

Su esposa le dio la espalda, caminando de vuelta hacia el carro.

- No soy tonta, Häns, sé lo que ha ocurrido. Pero esta niña ha perdido a su padre y nosotros hemos perdido a nuestro hijo... La Luz nos da una segunda oportunidad.

El hombre no contestó, miró largamente a su esposa mientras desaparecía en la espesura.

- ¡Rosa! ¡Hay que dar sepultura a este pobre hombre!- exclamó al fin.

Un rugido respondió desde algún lugar entre los árboles. Los carroñeros acechaban. Hizo un signo sagrado en el aire y dirigió una última mirada al cadáver en la ciénaga.

- Que la Luz se apiade de su alma...

***


¿De donde salió Bellota? Te mentiría si te dijera que lo sé.

No creo que puedas imaginar el impacto, el asombro, la bendición y el milagro que representa. Aquella niña, por la que Liessel y Dishmal habían pagado un precio tan alto, por cuya muerte ambos habían sucumbido a la ira y el asesinato, que había hecho enloquecer a la hermana de mi alma hasta hacerle desear la muerte, que consiguió... Aquella niña que había atraído las iras del Caer Visnu, que creíamos muerta a los pocos meses de vida, desaparecida, arrebatada... Por lo que todo había empezado, por lo que todo terminó... ¡Viva! ¡Viva, Dremneth! ¡Viva!

Y no solo eso... No imaginas cual fue mi maravilla al comprobar que no se trataba de la niña de dos años que hubiera debido ser... No, ante mí encontré a una maravillosa muchacha que aunaba en su rostro los rasgos de sus padres, tan vivos como un retrato. Tan llena de vida, tan maravillosamente inocente, curiosa...

¿Cómo fue posible tal milagro? No puedo explicarte nada que tú no sepas ya, Dremneth, siendo quien eres.

El cadáver de Brontos Algernon fue encontrado en la Ciénaga Negra, perdido en una falla temporal. Hubiera debido encontrarse con él a la niña, puesto que se había lanzado a las corrientes del tiempo para salvarla. Sin embargo la niña no estaba, aunque si su manta, ensangrentada. La conclusión era evidente: en mitad de la ciénaga, la criatura había sido devorada por las alimañas que pueblan ese lugar maldito...

Por lo que pude averiguar después, y puedes imaginar el empeño que puse en ello, la niña no murió en la ciénaga. Fue encontrada junto al cadáver de Brontos por un matrimonio de campesinos que por azar u obra de un poder mayor, se perdieron en la ciénaga. Häns y Rosa Lumber habían perdido un hijo y vieron en aquella niña herida y sola una señal de la Luz...

Y realmente lo era, realmente lo era...

Zoe fue adoptada por los Lumber, que la llamaron Averil. La llevaron con ellos a Costasur, donde se dirigían, y la presentaron a la comunidad como su hija y la criaron como tal. Ah, incluso ahora me maravillo del hado de esa criatura... Si Liessel lo hubiese sabido... Si hubiera sabido que su hija vivía...

Fue una niña amada y criada con devoción, a la que nunca se le ocultó el misterio de su procedencia. Siempre conservó el colgante que Liessel hizo para ella, aunque no supiera de donde venía. Siempre supo que tenía otros padres a parte de los Lumber y que estos habían muerto. Esto no ensombreció su carácter y Averil creció como una niña normal: terriblemente curiosa, inagotable, dada a la risa y con un inmenso amor por todo ser vivo que se cruzaba en su camino. Tanto amor, de hecho, que le granjeó el apodo cariñoso de Bellota, pues gustaba de pasar las horas encaramada a las ramas de un viejo roble que crecía cerca del pueblo.

Sí, sonríes.
Las señales del destino son evidentes para quien sabe verlas.

Curiosamente, fue también a causa de ese viejo roble que se descubrió en la niña una capacidad latente para la magia.

Un día, al perder el equilibro desde lo alto de las ramas, en lugar de precipitarse hasta el suelo y lastimarse, la niña de seis años flotó levemente cual pluma hasta tocar tierra ante la atónita mirada de los aldeanos. Sin embargo, Costasur proliferó siempre en parte gracias a la proximidad de Dalaran, y sus ciudadanos estaban familiarizados con la magia.

"La niña necesita un maestro." dijeron "Un mago sin instrucción es un peligro para la seguridad pública"

Y cuando Averil tuvo edad para separarse de las faldas maternas fue entregada para su instrucción a un poderoso mago que tenía propiedades en las Laderas de Trabalomas y que era conocido y apreciado por la comunidad. Aiglos Dominus de Zarco oyó de las capacidades de la niña y la adoptó como discípula para instruirla en el uso de la magia, llevándola con él a Forjaz, donde se instalaron debido a la fabulosa biblioteca de la Sociedad de Exploradores de la capital. Tengo entendido que durante esta etapa la niña demostró estar mucho más dotada para la magia de lo que se suponía en un principio, aunque parecía tener serias dificultades para controlar esta capacidad.

Cuando cumplió quince años, su maestro desapareció y Averil se encontró sin mentor alguno. Sin embargo, aquí no terminaban las peripecias de esta muchacha, señalada por el destino. Recibió carta de la Ciudadela Violeta donde habían oído de su capacidad y que le otorgaba una beca para estudiar en las prestigiosas Academias de Magia de Dalaran.

Y allí entro juego un personaje muy singular.
Un mestizo sin´dorei llamado Shano Angeliss A´nariel...

VI

sábado, 17 de noviembre de 2007

Hace tres semanas:

Einskaldir hizo un gesto hacia la barra con la jarra vacía.

- ¡Otra!

Luego se volvió hacia su acompañante mientras la camarera se acercaba con la bandeja cargada de jarras nuevas.

- Como te iba diciendo, el mercado de encargos está copado de mercenarios de poca monta que venden sus espadas por unos pocos oros... - chasqueó la lengua con desdén- Aficionados... -suspiró- En fin, que el negocio está cada vez mas... ¡JODER!

Se puso en pie de un salto al sentir la cerveza helada derramándose sobre sus piernas.

- ¡Oh, lo siento, lo siento!- exclamó Irinna, tratando de limpiar, torpemente, el desaguisado con un paño. Su voz parecía quebrarse en un lamento angustiado- ¡Que torpe soy! ¡Que tonta! Oh, lo siento... ¡Lo siento tanto!

Einskaldir reparó entonces en que las finas manos de la muchacha temblaban violentamente mientras procuraba secar la cerveza de sus pantalones. Profundas sombras se marcaban bajo aquellas esmeraldas que tenía por pupilas y los ojos estaban enrojecidos. Parecía acumular un cansancio inhumano, de modo que Einskaldir le sujetó las manos con firmeza y la miró fijamente a los ojos.

- Está bien, Irinna. Solo es cerveza.

La muchacha murmuró algo y trató de zafarse para recoger los restos de cerveza, pero Einskaldir mantuvo la presa firme y repitió.

- Está bien, Irinna.

A un gesto suyo, su acompañante se puso en pie y se marchó silenciosamente. El elfo obligó a la camarera a sentase frente a él y vio que los ojos brillaban con lágrimas que se negaban a derramarse.

- Soy tan torpe...- murmuró la joven, mirando al suelo. Luego alzó la mirada- Hay mucho trabajo por hacer y yo...

- ¿Que ocurre, Irinna?

La muchacha suspiró.

- Estoy sola en la taberna y hay mucho trabajo...

Einskaldir miró a su alrededor y reparó en que no había visto a nadie mas que a Irinna atendiendo la taberna, lo que era poco habitual dado el volumen de clientela que la frecuentaba. No era de extrañar que estuviera agotada ¿Cuanto tiempo llevaba así?

-... mi tío tenía que haber vuelto hace tres días pero no ha vuelto ni ha mandado ninguna carta. Estoy haciendome cargo de todo hasta que esté de vuelta, pero estoy tan preocupada... Es tan raro que no haya mandado nada... ¿Y si le ha ocurrido algo?- sus ojos reflejaban una preocupación genuina, una angustia que solo podía asomarse a los ojos inocentes de un ángel caído del cielo.

Einskaldir apartó con cuidado un rizo negro del rostro pecoso.

- ¿A donde fue?

Irinna se encogió de hombros con culpabilidad. Un sollozo silencioso los sacudió antes de ahogar su voz en un murmullo.

- Él... debía hacer algo... Se marchó hace cinco días y dijo que volvería al atardecer del segundo día, pero no dijo donde iba... ¿Y si le ha ocurrido algo?
Einskaldir se obligó a sonreir tranquilizadoramente, pero aquellos ojos no hacían más que formular aquella angustiosa pregunta.

"¿Y si le ha ocurrido algo?"

***

Era el único lugar en el que recordaba haber sido auténticamente feliz, presa de la despreocupación que es común a todos los niños. Allí había bailado con los pies descalzos y flores trenzadas en el pelo, había perseguido al corzo en el bosque, había escuchado las leyendas más antiguas de los Hijos de las Estrellas…

Acurrucada como un duende, Trisaga estrechó las rodillas contra su pecho y contempló una vez más el inmenso Árbol, resaltando contra el horizonte como una columna que sostuviera el cielo. El viento en la cima del Monte Hyjal era leve y cálido, y las cigarras susurraban en la noche mientras, a lo lejos, el sol poniente teñía el cielo de naranjas delirantes. Dremneth perdió su mirada en la lejanía, esperando que la kal´dorei continuara.

- Creí que nunca más volvería a verlo - murmuró ella, conmovida, con los ojos brillantes de lágrimas.- Gracias

Se permitió un último instante contemplación, y luego, como quien abandona un sueño, continuó con la historia.

- No puedo contarte ya nada que no sepas: Brontos Algernon rompió su juramento para cumplir una promesa.- comenzó- Hubiera podido poner la posada fuera del alcance del Caer Visnu, saltar de un tiempo a otro hasta donde no pudieran alcanzarles. Pero no quería poner la vida de Irinna en peligro, de modo que tomó la decisión más drástica y arriesgada, la decisión cuyo resultado ya conoces: dejó las llaves a su sobrina y se lanzó a las corrientes del Tiempo con la hija de Liessel amarrada al pecho...

V

domingo, 11 de noviembre de 2007

Taberna de los Tres Soles, hace un mes ¿o es dentro de tres semanas?




Los últimos comensales se retiraron, cargando sus armas al hombro y dejando la taberna en un silencio tan acogedor como su bullicio ante el fuego. Irinna se afanó a retirar las jarras de las mesas ya vacías, mientras Deornoth repasaba uno de los rincones con la fregona. Cuando estaba vacía, Los Tres Soles daba tanto trabajo como cuando estaba llena. Brontos secaba vasos con un paño al otro lado de la barra cuando la puerta de entrada se abrió. Irinna alzó el rostro, al captar un olor familiar. No importaba el olor a cuero y leña que lo acompañaban, lo hubiera reconocido en cualquier parte del mundo: olor a magia.

- ¡Dishmal!

Brontos levantó la vista hacia la puerta justo en el momento en que el hombre atravesaba el umbral. Avanzaba con seguridad y se cuidó mucho de no dirigir una sola mirada a la joven camarera que le observaba con los ojos brillantes. Las botas de piel emitían un leve gemido a cada paso y la capa oscura ondeaba en silencio a su espalda. El cabello, tan largo que colgaba más allá de la espalda, iba recogido con una cinta oscura, pero seguía siendo del mismo negro ala de cuervo que todos conocían. Nada quedaba de las togas vistosas a las que les tenían habituados, pareciendo ahora más un montañero que el poderoso hechicero que era. Llevaba un único fardo envuelto en paño, sujeto contra el pecho, y no se veían ni armas ni cetros. De todos modos, no los necesitaba...
Dishmal avanzó con pasos firmes hasta la barra, se detuvo ante el fornido tabernero con mirada grave y deshizo los nudos que sujetaban el bulto a su pecho.
Con un gorgeo, el fardo se agitó cuando el hechicero lo tendió con cuidado por encima de la barra. Brontos atisbó, entre los pliegues de lana, unos ojos verdes y vivos que le miraban con cautela. Los ojos del tabernero volaron de la criatura envuelta como si fuera una mercancía clandestina a las pupilas de esmeralda que le miraban con gravedad desde el rostro del mago y comprendió.

Recordó las palabras de la sacerdotisa.

"...no habrá en todo Azeroth un lugar seguro..."

Había llegado el momento de cumplir su promesa.

Cuando cogió con cuidado el fardo, Dishmal respondió a la pregunta que no era necesario formular.

- Anoche los fanáticos del Círculo profanaron el Robledal con magia y fuego.- dijo, y las palabras cayeron de sus labios como un peso muerto y helado- Han matado a Finarä.

El silencio cayó sobre ellos como una losa e Irinna se cubrió la boca con la mano reprimiendo una exclamación. Incluso el joven Deornoth quedó paralizado al comprender la gravedad de lo que escuchaba. Brontos se contuvo para no preguntar, Dishmal no había terminado. Cuando se vio descargado del fardo, afianzó las correas que sujetaban sus guantes con gestos firmes y calculados. Irinna se aproximó a la barra apretando los pálidos puños, con el corazón encogido en el pecho.

- Amarnä logró escapar y ahora está a salvo- continuó el mago, entregado ahora por completo a asegurar su equipo. todos sus gestos emanaban ahora una peligrosidad casi solida- Ha cambiado de nombre y no tendrá problemas para mantenerse apartada de todo esto.

- ¿Liessel?- inquirió el tabernero, procurando no apretar demasiado el fardo.

- Es su próximo objetivo.- se agachó y tensó las cintas que sujetaban sus botas- Si alguien sabe como evadir una emboscada, esa es ella.

Cuando se puso en pie, una cortina de cabello oscuro cubrió parte del rostro, dejando tan solo un helado ojo esmeralda destellando con furia. Dishmal alzó el rostro: había llegado el momento de partir.

- El Círculo tiene ojos en todas partes, no lo olvides.

El tabernero asintió.

- Cuida de mi hija.- dijo el mago, dando la espalda- Volveré a por ella.

En un abrir y cerrar de ojos, estaba ante la puerta abierta. La voz de Irinna le detuvo en el umbral.

- ¡Dishmal!

Fuera, el rugido de las corrientes del tiempo golpeaba las paredes con fuerza. El hechicero se volvió despacio, dejando que el resplandor irisado del tiempo danzara sobre su piel. Había algo diferente en su mirada, algo peligroso... Irinna retrocedió, asustada ante aquella mirada de depredador, pero aún asi reunió el valor suficiente para hablar.

- ¿Dónde... dónde irás...?

Dishmal la miró, por primera vez desde que cruzara la puerta. En su mirada no había familiaridad, era la mirada de un desconocido.

Las llamas crepitaron en las yemas de los dedos.

- De caza.

Un segundo después, donde había estado no quedaba nada.
Fuera, las corrientes del tiempo esperaban.

***


Los inmensos relojes se movían incesantemente, controlando los flujos del tiempo. El zumbido de las corrientes llegaban amortiguados por las paredes de roca como un susurro. Sentada sobre una roca, Trisaga cambió de posición al sentir el adormecimiento en las piernas.

- La noticia del milagro llegó a oídos del Caer Visnu. De pronto, aquella inofensiva kaldorei que jugaba a ser druidesa, demostró tener un poder inigualable. Dejó de ser inofensiva: se convirtió en un enemigo a eliminar. Y como supe mucho más tarde, ya no era únicamente por la magia obrada.

Entró en juego una antigua profecia kaldorei, que tal vez conozcas. La profecía hablaba de una criatura mortal con savia en la sangre, capaz de caminar entre los mundos. La profecía la llamaba "La Hija del Roble", nombre que Finarä había adoptado para sí en sus inicios, para revestir su pose de un halo místico. El Caer Visnu se dio cuenta de que esa niña bien podía ser la criatura de la que hablaban las profecías, y para ellos era una profanación el que un mortal pudiera penetrar en el sagrario del Sueño Esmeralda. Por tanto al crimen perpretado por Finarä al utilizar una magia que le estaba prohibida, se sumó la urgencia por eliminar por completo cualquier rastro de aquella profecía.

Valiéndose de su poder sobre las masas, el Caer Visnu arrojó sobre ella acusaciones de herejía y magia profana. Los rumores llegaron al Robledal. Finarä sabía lo que ocurriría y puso a salvo a su hija. Liessel quiso quedarse, ayudarle a defender el lugar, pero mi prima también la obligó a ponerse a salvo, y con ella a la niña. Al fin, solo quedó Finarä.

Y de pronto, todos los que la habían venerado, que habían ido a escuchar sus enseñanzas, desaparecieron, la dejaron sola. Y la turba exaltada arrasó el santuario. Finarä defendió el lugar con su vida, invocó para sí todo el poder que estaba a su alcance, llamó a los espíritus de las bestias, de las estrellas, de la misma naturaleza. Muchos murieron bajo el poder de sus garras y de su magia, pero siempre llegaban más. Finarä murió a manos de los fanáticos, para complacencia del Caer Visnu.

La voz le tembló, respiró hondo, apretó los puños ante la atenta mirada de Dremneth.

- Pero no terminó ahí. Una vez muerta le cortaron las manos y la lengua, lapidaron su cadaver, le arrancaron la piel, le sacaron los huesos. Y quemaron todo en hogueras, borrando así cualquier rastro de su existencia. No querían solo eliminarla a ella. Querían eliminar todo lo que representaba.*

Dremneth puso una mano confortante en el hombro de la sacerdotisa, que luchaba por controlar los temblores que invadían su cuerpo. Trisaga respiró hondo, se obligó a serenarse. Al cabo de unos instantes, su disciplina se impuso y volvió a hablar con voz firme, pausada.

- La muerte de Finarä desencadenó una ola de muerte y destrucción. Dishmal puso a salvo a la niña y se volcó en la venganza, mientras Liessel ponía todos sus recursos en mantenerse lejos del alcance del Caer Visnu y eliminarlos uno a uno, desde las sombras... Durante todo aquel tiempo, no se vieron. Cualquier encuentro entre ellos podría significar la muerte de ambos. Durante aquel tiempo, no supieron si el otro vivía o estaba muerto en algún lugar.

Y mientras tanto, Brontos tenía una promesa que cumplir...

IV

martes, 18 de septiembre de 2007

Claro de la Luna, final del verano.



La criatura tenía los inmensos ojos del color de la hierba fresca y el cabello pajizo, como un aura dorada adornando la cabecita. Se aferró con avidez al pecho lleno y hundió la naricilla respingona contra la piel pálida.

- ¿Seguirá así mucho tiempo?- preguntó Amarnä, fascinada, mientras Trisaga vigilaba que la niña no cayera del cuerpo dormido de su madre.

- Tu madre dijo que el sueño de Vesperion era profundo, y que era imposible saber si algún día despertaría o no.- explicó la sacerdotisa. De pronto sonrió- Fíjate, Amarnä, tiene tus ojos...

La elfa asintió distraidamente, pero se acercó, mirando fijamente a Trisaga.

- Tris...¿Qué ocurrirá si Liessel no despierta? ¿Qué pasará con la niña?

Los ojos de la sacerdotisa de Elune centellearon y su voz tembló con obstinación.

- Despertará.

Amarnä miró a la prima de su madre, asustada por la fiera determinación que había en sus palabras. Al ver como la joven la miraba, Trisaga relajó la tensión en los hombros, suspiró y deslizó los dedos por el largo cabello rubio que yacía desparramado sobre el lecho de hierba. No era necesario disculparse: si alguien sabía el lazo que la unía a Liessel, esa era Amarnä con su extraño don, y sin duda ella comprendía la angustía que despertaba en su interior pensar en que la humana no despertara jamás de su sueño mágico. Acarició la espalda desnuda de la niña, acurrucada contra el pecho de su madre, y sonrió con ternura.

- Esta niña es mucho más que un milagro, Amarnä.- dijo- No es solo la magia que ha obrado tu madre, ni la salvia de Vesperion que corre ahora por estas venas. Esta niña es un imposible, una maravilla, el equilibrio, una esperanza arrancada y devuelta. Y esperanza es lo que necesitamos estos días, Amarnä, y esta niña es un pedazo de futuro luminoso donde todo es oscuridad. Si Liessel no despertara...- se detuvo, pareció coger aire como si admitir esa posibilidad implicara un dolor indecible. Suspiró.- Si Liessel no despertara, Dishmal vendría a por la niña. Tu padre ha pagado un precio muy alto por esta vida, no lo olvides.

Los ojos de Amarná se empañaron levemente y bajó la mirada.

- ¿Cómo olvidarlo?- murmuró, pero no esperaba respuesta. Las manos esbeltas se cerraron en puños tensos y los hombros se cargaron bajo un peso invisible.- No tenía derecho.

- Amarnä, no...

- Dos veces, Trisaga ¿Tan pobre mercancía soy? ¿Tan poco cuesta renunciar a mí? ¿Qué derecho tenía? ¿Qué derecho tiene a jugar con nosotras de esa manera? Es como si... el mundo fuera moneda de cambio en sus manos.

Trisaga acarició el rostro de su sobrina. Comprendió que no hablaba de su padre y que no tardaría en romper los lazos que la ataban.

- Tu madre es una mujer de carne, a parte de una mujer santa, Amarnä. Tiene pasiones que la doblegaron cuando era joven y el orgullo es demasiado fuerte en ella para poder obviarlo.

Una sonrisa sarcástica asomó al rostro aniñado de la joven.

- ¿Orgullo? Soberbia...

La mirada de Trisaga se endureció.

- Tal vez ¿Pero eres tú mejor, Amarnä? ¿Qué altura de espíritu tienes tú para poder juzgar así a cualquier otro ser vivo?

Aquellas palabras, su dureza, inquietaron a la muchacha, pero no bajó la mirada.

- Mírate, Amarnä, mírate ahora, manteniéndome la mirada ¿Tan distinta te crees de tu madre?

Se mantuvieron la mirada en silencio: la de Amarnä llena de fiereza, la de Trisaga llena de reconocimiento. Ninguna dijo nada y el silencio fue tal que solo los leves gemidos de la niña se escucharon. El silencio calmó sus humores y pronto se relajaron, descargando la tensión de sus hombros, y ambas se encontraron mirando a la criatura y a su madre dormida, sin intercambiar más que miradas de nuevo maravilladas.

En el exterior, fuera del roble, unos pasos sordos y tranquilos resonaron contra la hierba y Amarnä se puso en pie para recibir al visitante. Trisaga, desde el interior, escuchó una voz masculina hablar la lengua de los druidas y la hija de Finarä se asomó a la penumbra del roble hueco.

- Hay un hombre en la entrada que quiere verte, un humano.

Trisaga miró a la joven con curiosidad, pero no dijo nada y se puso en pie para salir. Fuera esperaba un centinela del Robledal, que la saludó con respeto. La sacerdotisa asintió y ambos caminaron en silencio por el sagrario en dirección a la puerta, aunque Trisaga sintió una inquietud creciente en su pecho al temer que Dishmal hubiera roto el voto que le mantenía alejado de Claro de la Luna. Sin embargo, no era Dishmal quien esperaba al otro lado del portal.

- Bienvenido.- saludó la sacerdotisa con una leve inclinación de cabeza- Me alegra ver que tus puertas no quedan nunca demasiado lejos.

Brontos, que sin el delantal de tabernero podría haber pasado por uno de tantos aventureros que llegaban hasta el sagrario, asintió. No hizo falta más.

- Quieres verla.- No era una pregunta.- Ven.

Caminaron uno junto al otro de vuelta al Roble, donde encontraron a Amarnä todavía en pie, observando como un duende. No hizo ningún signo de reconocimiento ante Brontos ni se movió de donde estaba. Cuando se detuvieron frente a Vesperion, Trisaga señaló la abertura del Roble.

- Esperaremos aquí.

Brontos asintió y doblándose puesto que su embergadura distaba mucho de dejarle pasar por la entrada, desapareció en el interior del Roble.

Dentro reinaba una fresca penumbra y sus ojos tardaron un poco en acostumbrarse a la oscuridad. Primero percibió las paredes del árbol que se cerraban entorno a él, y la hierba bajo sus pesadas botas de cuero. Entonces distinguió la silueta clara que yacía en el suelo, y se arrodilló junto a ella.

- Liessel...

Un gorgoteo suave como un trino fue su respuesta. Solo entonces reparó en la pequeña figura encaramada al pecho de la mujer, que se agitaba intranquila y saciada.

- Luz...- escapó la exhalación de sus labios y abrió los ojos tanto como se lo permitía la piel. No había esperado que todo fuera tan deprisa... Con cuidado, cogió a la niña en los enormes brazos y pensó que Irinna nunca había sido tan pequeña.

Ahora, con los ojos acostumbrados a la oscuridad, distinguió el cabello suave y rubio y lo acarició con cuidado. Dos ojos como esmeraldas se clavaron en él y sonrieron. Una punzada de rechazo le traspasó al ver aquellas pupilas, pero pronto se sobrepuso: aquella era la hija de Liessel, fuera quien fuera el padre.
Los pequeños puños se cerraron entorno a su índice con fuerza inusitada y el hombretón sonrió: aquella criatura era una digna hija de su madre y la imaginó blandiendo diminutas dagas de madera.

Miró a Liessel, que yacía en la hierba, y se dio cuenta entonces de que el halo que se extendía entorno a su cabeza era el cabello, largo como nunca, dorado como siempre y velado por una sombra verdosa que parecía provenir de todas partes. Tenía los ojos cerrados y el rostro pecoso perlado de sudor, pero la respiración era tranquila y constante. Estaba envuelta en una túnica que parecía hecha de piel suave y un pecho, de donde la niña debía haberse saciado, quedaba descubierto. Sujetando a la criatura en una mano, arregló con cuidado la túnica de la madre para cubrirla con decoro y luego se acomodó así, en el suelo, con la niña adormecida en su regazo y la vista clavada en la joven mujer que estaba atando su destino a las raíces de un roble.

No sabía cuanto tiempo había pasado allí en la oscuridad cuando cambió de postura para que no se le adormeciera la pierna. La niña, dormida en su regazo, protestó suavemente y volvió a llevarse el pulgar a la boca. Brontos se preguntó si de niña, también Liessel se había chupado el pulgar de aquella manera, pero algo dentro de él le decía que Liessel jamás había tenido tiempo para ser una niña. Nunca había visto en sus ojos la chispa alegre que vivía en los de Irinna, y cualquier conversación que se acercaba demasiado a su pasado recibía una respuesta cortante y un abruto final. Había aprendido aquello en las noches al lado de la chimenea, saboreando cerveza y burlándose de los paladines mientras compartían un puro. Más de una vez se había sorprendido pensando en ella como en la versión femenina de Leo, con sus comentarios afilados, su sonrisa maliciosa y sus modales de gato. Si tan solo hubiera nacido una década antes...

Sintió un leve movimiento a su espalda y vio a Trisaga entrando en el roble. Se arrodilló a su lado sin una palabra y acarició con suavidad la cabeza de la niña dormida. Con una sonrisa apacible, tomó una de las manos de Liessel y deslizó la punta de los dedos por la palma abierta y tierna.

- Sabe que la esperas- dijo de pronto, sin apartar la vista de la mujer, con la voz llena de dulzura- Esperemos que las raíces que la atan a nuestro mundo sean más fuertes que las raíces de Vesperion. Quien sabe a qué sueños se rinde envuelta en la magia de Finarä. Quien sabe cuanto tiempo más será sagrado este robledal para los druidas...

Brontos la miró sobresaltado.

- ¿Qué quieres decir?

Trisaga cerró con suavidad los dedos dormidos.

- La magia que estás viendo no es bienvenida fuera del Círculo. Es Magia Profunda y solo los varones tienen derecho a usarla. Se tolera a Finarä por lo que representa, siempre y cuando su imagen no sea demasiado poderosa. Y esta niña...- tocó con suavidad la frente de la criatura- representa un poder demasiado grande... Si el Círculo descubre que Vesperion ha concebido con una mujer humana, no habrá en todo Azeroth un lugar seguro para Finarä, para Liessel, ni para esta niña.

Brontos miró los rostros dormidos, tan parecidos en aquel gesto tranquilo que dibuja a todos el sueño. Si lo que vaticinaba Trisaga llegaba a ocurrir, no dudaría: solo tenía que cruzar una puerta.

***

Dremneth la miró, en sus ojos había una pregunta.

- Por eso recurriste a él ¿Cierto?

Trisaga asintió.

- Yo ya conocía el poder de aquellas llaves.-contestó- Y conocía la amistad que le unía a Liessel, y como los Tres Soles se había convertido en un refugio para ella. Y era consciente de que pese a la abierta hostilidad entre Brontos y Dishmal a raíz del pequeño asunto con Irinna, su lealtad hacia ella era inquebrantable.

Caminaron en silencio, reflexionando sobre las circustancias insólitas que se habían dado a lo largo de toda aquella historia, de aquel pedazo de vida, de aquellos recuerdos...

- ¿Pequeño asunto con Irinna?- inquirió Dremneth al cabo.

La sacerdotisa kal´dorei suspiró.

- Debes entender que cuando Liessel se marchó a Claro de la Luna, había tenido que hacer creer a Dishmal que ya no le amaba. Aquel fue un golpe inimaginable para él, y comenzó a caer a un pozo profundo, helado y oscuro. Irinna, que por entonces ya era una joven hermosa y de generosas curvas, y que sentía una secreta fascinación por el mago, se sintió angustiada y conmovida por su pesar, y dividida por la simpatía que sentían ella y su tío por Liessel. Él era un hombre despechado, ella, una joven deseosa de calidez humana. No hizo falta más.

Por primera vez desde que se conocieran, Dremneth arqueó una ceja.

- Fue una sola noche, y de hecho, tan pronto como Irinna se dio cuenta de la gravedad de lo que había hecho, abrió una puerta a Claro de la Luna y se arrodilló junto a Liessel para contarle lo que había hecho, rogándole perdón. La muchacha tenía miedo de que lo sintiera como una traición si algún día llegara a enterarse, pero creo fervientemente que Liessel, aunque dormida, supo lo que había sucedido y que en realidad estaba agradecida a Irinna por darle a Dishmal el amor que ella le había arrebatado.

Dishmal, por su parte, se sintió tan culpable de traición que le reveló a Brontos lo sucedido con su sobrina, la niña de sus ojos. Brontos era ahora un apacible tabernero, pero en el pasado había sido un temible guerrero. La revelación de aquello, tanto de la traición hacia Liessel como por haber utilizado a su sobrina de aquella manera, le sumieron en una ira solo equiparable a la frialdad de Dishmal. Irinna me llamó aquella noche para fuera a buscar al mago: Brontos había estado a punto de matarlo a golpes y él no se había defendido. Lo llevé conmigo a la Casa del Reposo y cuidé de él como había cuidado de Liessel. Traté de aliviar las heridas en su cuerpo y en su alma hasta que estuvo restablecido.

Comenzó a asumir que Liessel no le amaba, y yo, que conocía el secreto, me veía obligada por un juramento, a callar.

Pero cuando la niña nació… Tuve que decírselo: no podía permitir que se marchara creyendo que ella se había alejado por siempre cuando en realidad había arriesgado su vida por él…

La sanadora sonrió, recordando la mirada llena de vida, la sonrisa rabiosa de sus labios.

- ¿Qué ocurrió entonces?- inquirió Dremneth.

- Liessel despertó. Dishmal supo la verdad, supo que ella vivía y que su hija era una realidad. No podía acercarse a Claro de la Luna a causa del juramento hecho a Finarä, pero de pronto el fuego volvía a arder en él, resplandecía como una ciudad en llamas…

Supo de la compasión de Finarä. Por un momento, parecía que de verdad terminaba la historia, que por fin llegaba el ansiado final feliz, la paz que tanto habían ansiado. El precio pagado al fin había valido la pena. Durante algunos meses, Liessel permaneció en Claro de la Luna con su hija Zoe, el tiempo necesario para que su mente regresara del largo sueño que se le había inducido.

Los puños se cerraron con rabia insospechada.

- Pero de nuevo, solo era un espejismo...

III

miércoles, 7 de marzo de 2007

"And you have been kind to be mine for the taken
a part of this terrible mess that I´m making...
"

Claro de la Luna, a quince días de Ostara


Las copas de los árboles formaban una cúpula tan densa que los rayos del sol parecian delgados dedos de luz asomando tímidamente por entre las hojas. A pesar de estar todavía en invierno, la temperatura era cálida como si Elune, consciente de los días aciagos que se avecinaban tras la apertura del Portal Oscuro, quisiera bendecir a sus criaturas con unos últimos tiempos de bonanza; sin embargo, en aquel remanso de paz que era Claro de la Luna nadie hubiera podido sospechar la terrible guerra que se desarrollaba al exterior al escuchar la voz dulce y sosegada de sus habitantes, y observar los bailes de las criaturas de todo Azeroth en el Festival Lunar. Aquí y allá la música resonaba entre los troncos milenarios y las aguas cristalinas del lago, como si los propios árboles cantaran uniéndo sus voces al canto de las ondinas, hamadríades y silfos que habitaban aquella tierra mágica.

Liessel palmeó el lomo de Jazeira y sonrió mientras pasaba junto al claro de las celebraciones, a orillas del lago Elune´ara, dejando que las sombras que proyectaban los árboles dibujaran extraños diseños en su piel. Había gente conocida allí, viejos compañeros que descansaban en aquel remanso de paz antes de retornar a la batalla y al árido mundo exterior, y saludó aquí y allá con un leve gesto de reconocimiento antes de proseguir su camino. Más allá, en el primer desvío del camino, estaba Trisaga.

En todo el tiempo que se conocían, que se remontaba ya a varios años, la joven no había cambiado nada, eran los mismos ojos curiosos que la miraban ávida de nuevas historias aquella vez en el templo, diez años atrás, el mismo gesto amable, la misma trenza gruesa como una serpiente de plata, la misma sonrisa que le había hecho entender la primera vez que acababa de encontrar uno de los fragmentos perdidos de su alma, si hacía caso de las leyendas de los elfos. Liessel detuvo la yegua junto a la joven sacerdotisa y sonrió desde la altura.




- Veo que ya te dejan calzarte- dijo al ver las discretas botas que llevaba la joven. Trisaga sonrió con timidez y se miró las puntas de los pies.

- La Suma Sacerdotisa dice que he servido bien a Elune.- alzó el rostro para mirar a su amiga- ¿Qué tal el viaje?

Liessel desmontó de un salto y se sacudió la ropa.

- Largo, como siempre, sobre todo si sé que tu me estás esperado al final.

Trisaga sonrió de oreja a oreja.

- ¡Sobre todo si pasas la noche con un hombre y no duermes nada!

Ambas rompieron a reir y se fundieron en un cariñoso abrazo.

- Es bueno verte de nuevo, Trisaga.- susurró Liessel- Gracias, por todo, por siempre, gracias...

La sacerdotisa murmuró una bendición en darnassiano y se inclinó en una cortés reverencia. Liessel devolvió el saludo inclinándose con las manos juntas contra el pecho, y dio las gracias por la bienvenida en la lengua de los elfos, que tanto tiempo atrás había aprendido.Trisaga cogió las riendas de la yegua y palmeó con cariño el morro del animal.

- ¿Quieres ir primero a casa a dejar todo?- inquirió sacándo de su bolsillo unas extrañas bolas que Jazeira comió con fruición.

Liessel asintió.

- ¿Quieres montar conmigo?

La sacerdotisa negó amablemente con la cabeza y sonrió con dulzura.

- Debo aprender a caminar por mí misma, a sentir el suelo bajo mis pies. No me estará permitido montar hasta dentro de mucho tiempo, Liss, ya lo sabes.

La mujer humana asintió y descargó su bolsa del caballo.

- Entonces iremos andando.

Caminaron con paso tranquilo deleitándose en la calma del lugar. Liessel escuchó durante el camino la dulce voz de Trisaga hablando de como todo su clan se había reunido para el Festival Lunar y como la Suma Sacerdotisa de su Orden le había permitido abandonar el templo para rendir culto a los ancestros.

- A veces creo que es Elune encarnada- dijo la sacerdotisa en una ocasión, respecto a la Suma Sacerdotisa- tiene tantos rostros como la Diosa.

Trisaga le habló de su familia, de como su padre había tomado la posición de patriarca en el clan y ahora cuidaba de todos, proveyéndolos de todo lo que pudieran necesidad sin mimarlos en exceso. Al oir a Trisaga hablar de él con tanta veneración, Liessel imaginó a un elfo solemne, arrogante, severo pero dondadoso, un auténtico líder. Todos se habían reunido para el Festival en Amparo de la Noche, y eran tantos que la gran casa del padre de Trisaga estaba a rebosar y no cabía ni un alma más.

- Pero puedes quedarte en la posada, pedí que te guardaran una habitación por si decides hacer noche aquí. ¡Ahora hablame del mundo, Liss!

Y Liessel habló de Azeroth, de sus gentes y sus lugares, a una Trisaga carcomida por la curiosidad desde que tenía prohibido abandonar Darnassus salvo por asuntos de máxima importancia y celebraciones. Cuando habló de la Cuna del Invierno, la joven sacerdotisa alzó la mirada hacia las montañas del este y suspiró, tratando de entender que los parajes de los que hablaba la hermana de su alma estaban solo al otro lado de aquel gigantesco muro de tierra y piedras.

- ¡Algún día yo también iré a esos lugares, Liss!- exclamó, y añadió con timidez- Cuando la Suma Sacerdotisa diga que estoy preparada...

Liessel lanzó una carcajada divertida y rodeó a Trisaga con un brazo mientras caminaban.
Como bien había dicho Trisaga, Amparo de la Noche estaba atestada de gente y de música. Allá donde mirara, los elfos reían, cantaban y bailaban vestidos con sus elegantes trajes de fiesta, y tal era su alegría que Liessel se vio enseguida contagiada por su ánimo y comenzó a canturrear aquellas canciones llenas de misticismo de las que no entendía ni la mitad de la letra. No tardaron mucho en dejar las cosas en la posada y de nuevo regresaron a la quietud del camino, aunque esta vez su charla fue mucho menos festiva y sí mucho más solemne.

- Mi prima es una druida poderosa, Liss, ha accedido a verte porque yo se lo pedí, pero hace años que decidió no volver a tener contacto con los humanos y vive en el Robledal desde entonces, con su hija. Ahora es una de las druidesas más reconocidas del culto. La chiquilla es una mestiza, como Arestes, y la niña de sus ojos. Mírala, ahí está.

Trisaga señaló a una niña elfa que esperaba en el desvío al Santuario de Rémulos. Tenía el cuerpo delgado como un junco y unos hermosos ojos verdes como la espesura que les rodeaba, y el cabello del mismo tono plateado que Trisaga, y corrió hacia ellas en cuanto las vio doblar el recodo del camino.

-¡Amarnä!- exclamó Trisaga corriendo a su encuentro, y cuando la alcanzó, la rodeó con los brazos y la alzó en el aire para dar vueltas con ella como si ambas fueran chiquillas. Cuando dejaron de girar, ambas con las mejillas arreboladas y la respiración agitada, la niña sonrió timidamente a Liessel, quien pareció de pronto recordar algo.

- ¡Tú me diste los dulces festivos!- exclamó- ¡Ya te recuerdo!

La niña asintió, visiblemente complacida de que una extranjera la recordara, y susurró algo al oído de Trisaga, que asintió.

- Tiene un don especial- dijo la sacerdotisa- y ve los fragmentos de las almas rotas. Cuando te vio, supo que eras mi hermana.

Liessel miró a la niña, una hermosa criatura que mezclaba en su rostro los rasgos afilados de los elfos y la solidez de un rostro humano. Esta debía ser la sobrina de la que había hablado Trisaga.

- ¿Dónde está tu madre, Amarnä?- inquirió la sacerdotisa. La niña señalió hacia la arboleda tras el Santuario.

Liessel buscó en su bolsa y le dio a la niña un núcleo de elementos que había recogido el día anterior en Roca Negra. La muchacha la cogió agradecida y salió corriendo en dirección al Santuario mientras Liessel y Trisaga caminaban tras ella mucho más tranquilas.

- Cuando la vi en Amparo de la Noche el otro día, supe que había algo en ella que me resultaba muy familiar- dijo la humana mientras seguían el camino.- Sois muy parecidas, Tris.

Trisaga asintió complacida.

- Mi madre y la madre de Finarä son hermanas.

Llegaron a la entrada del Santuario, donde dos centinelas custodiaban la arcada de acceso. Liessel no esperó instrucciones, sino que sacó sus dagas de las fundas y las metió en la mochila, y lo mismo hizo con el calzado. Trisaga asintió con aprobación y ambas entraron en el Santuario.

El Guardian Rémulos permanecía erguido allí, como una gigantesca escultura custodiando el Roble Sagrado, aquel maravilloso árbol con forma de mujer. Liessel miró los rasos perfilados en la corteza y supo que estaba mirando directamente al rostro de la Diosa. Sintió una poderosa sensación de reverencia y se inclinó ante el árbol en señal de respeto antes de seguir a Trisaga. La joven sacerdotisa se había detenido unos metros más adelante, en el robledal, junto a Amarnä. Liessel se reunión con ellas y Trisaga le hizo señal de guardar silencio antes de inclinarse sobre Amarnä para susurrarle algo al oído. La niña asintió y se deslizó entre los robles hasta desaparecer en la espesura.

- Ha ido a buscar a su madre- susurró Trisaga a Liessel- Solo ella tiene permiso para interrumpir la meditación de Finarä.

Liessel asintió, consciente del privilegio del que estaba a punto de ser objeto, y ambas guardaron silencio hasta que de entre la espesura del robledal surgió una elfa tan hermosa como la luna, con cabellos de plata y ojos de miel, de gesto altivo y andar regio. Vestía una túnica sencilla de antelina en los tonos de la tierra y llevaba hiedras trenzadas en el cabello. Sus pies descalzos caminaban como si cada paso besara el suelo y Liessel supo que, ahora sí, estaba viendo a Elune encarnada. La mujer se detuvo ante ellas y se inclinó con solemnidad ante Trisaga, que respondió al saludo con reverencia, y ambas intercambiaron algunas palabras en Darnassiano antes de que la druida se volviera hacia Liessel.




- Te conozco, Mush´al an an fandu.- dijo, y su voz era el trino de mil ruiseñores y el murmullo del arroyo- El viento me dijo que vendrías.

Liessel juntó las manos y se inclinó ante ella, sobrecogida ante aquella hermosura y solemnidad.

- Es un honor que hayas aceptado verme, Venerable Hija del Roble.- respondió en un darnassiano simple, sin pretensiones. Casi le parecía una herejía hablar en común en aquel sagrario...

Se adentraron en el robledal en silencio, dejando que los grandiosos árboles se alzaran como las columnas de una catedral hacia el cielo. Amarnä caminaba junto a su madre y Liessel se dio cuenta de que la niña se parecía más a Trisaga que a Finarä. La sacerdotisa cogió la mano de la hermana de su alma y la estrechó entre las suyas para infundirle ánimo. Llegaron entonces a un pequeño claro en mitad de la espesura, en el centro del cual había un gran roble que pese a estar agrietado y hueco el tronco, tenía retoños verdes en sus ramas. Un milagro.

- Este es Vesperion.- dijo Finarä con voz tan sosegada como las aguas de Cuiviennen- Él ve el interior de las personas, de sus almas. Él ve y habla conmigo, y solo yo entiendo el Lenguaje del Roble. Desvístete.

Liessel obedeció sin decir nada, y fue entregando su ropa a Trisaga mientras Finarä se desprendía de la túnica. La humana se sintió pequeña y desgarbada en comparación con aquella espléndida desnudez. Sus cicatrices de pronto se le antojaron grotescas, pero la druida puso una mano en su hombro y de pronto su inquietud desapareció. Liessel intentó mirarla a los ojos, pero de pronto Finarä retiró la mano como si ardiera y apartó la mirada.

- Entra conmigo.- dijo, y ambas desaparecieron en el interior del tronco hueco.

Dentro estaba oscuro y de un pequeño pebetero brotaba el humo de algunas hierbas aromáticas que ardían. Liessel sintió el escozor en los ojos pero supo de inmediato que aquellas hierbas tenían algunas propiedades místicas. Se sentaron en el suelo.

- Respira hondo- dijo Finarä con aquella voz de campanas, y Liessel obedeció. Inmediatamente sintió la respiración ligera y un mareo sutil.- Deja que Vesperion entre en tu alma. Respira hondo.

De pronto todo se volvió turbio y sintió que los pulmones le ardían. La sensación de asfixia era tan intensa que se sacudió y pataleó intentando liberarse de unas manos que no existían. Intentó gritar para pedir ayuda, pero la voz se le ahogaba en la garganta. Los ojos le lagrimeaban tanto que apenas veía nada en aquella penumbra y algo en su mente le dijo que tal vez fuera el efecto de las hierbas al entrar en contacto con la poción que había tomado aquella mañana. Trató de recuperar el aliento, pero los pulmones parecían a punto de estallar, solo podía sacudirse como una muñeca desmadejada, presa del terror, y sentir como poco a poco perdía la consciencia.

Oyó la voz de Finarä como un eco muy lejano y tendió las manos tratando de encontrarla, pero solo había vacío. Se fue hundiendo poco a poco en la negrura hasta que de pronto sintió una mano cerrarse entorno a su muñeca como una presa de acero, evitado que cayera. Poco a poco recuperó el aliento y el dolor y la asfixia se fueron desvaneciendo hasta dejar paso a una calma casi absoluta.

Respiró hondo como si no hubiera respirado en siglos y poco a poco la realidad volvió a construirse en torno a la mano que la sujetaba con fuerza: allí estaba el tronco hueco, y el pebetero con las hierbas. Sintió la hierba fresca bajo su cuerpo desnudo y de pronto se encontró mirando fijamente en los ojos dorados de Finarä. La elfa parecía exaltada, como si también ella hubiera sentido lo mismo.

- ¿Qué... qué ha pasado?- consiguió decir, tratando de incorporarse.

Finarä la soltó al ver que volvía en sí y la miró con una mezcla de desprecio, sorpresa y resignación.

Liessel se pasó la mano por la frente y se descubrió ardiendo. ¿Ya estaba todo? ¿Era aquello lo único que la Hija del Roble podía hacer por ella?

- ¿Qué has visto?- le preguntó a la elfa, poniéndose de rodillas, como un gato a la defensiva.

Finarä la miró en silencio y luego se puso en pie en toda su estatura. Su rostro volvía a ser aquella máscara insondable de rectitud y solemnidad.

- Estás maldita.- dijo, y salió del roble.

Fuera, la luz la cegó y Trisaga corrió hacia ella con gesto alarmado. También Amarnä parecía sobrecogida por lo que se había escuchado desde fuera, pero ella solo tendió a su madre la túnica y esperó con la mirada baja.

Trisaga se deslizó bajo el brazo de Liessel y la ayudó a ponerse en pie pues las rodillas le flojeaban, y con cuidado, la envolvió con la capa. Caminaron despacio y en silencio entre los robles durante una eternidad hasta llegar al lugar donde el arrollo formaba un pequeño remanso rodeado de rocas. Finarä se acercó a ella y se deslizó bajo su otro brazo para llevarla hasta el agua. Liessel sintió la mordedura helada pero aquello despejó su mente embotada y le devolvió una sensibilidad que no era consciente de haber perdido. Entre las dos elfas la sumergieron brevemente y al cabo de unos segundos, Liessel fue capaz de salir por su propio pie.

Estaba secándose con la capa bajo el sol cuando Finarä se sentó frente a ella con aquellos ojos dorados y la miró fijamente.

- ¿Por qué bebes veneno?- preguntó, pero Liessel sabía que ya tenía la respuesta.

Trató de mantener una mirada desafiante ante aquella elfa, pero de pronto la druida la sujetó de nuevo y la obligó a arrodillarse en el suelo. casi inmediatamente sintió las nauseas y se puso a cuatro patas para vomitar un líquido espeso y oscuro que humeó al tocar la hierba y desapareció. Trisaga retrocedió asustada, igual que Amarnä, que se refugió en los brazos, pero de pronto Liessel sintió que algo que estaba terriblemente mal había desaparecido de su cuerpo y supo que de alguna manera Finarä había hecho que su cuerpo expulsara el veneno que había ido ingiriendo.

- Yo no puedo curarte- dijo entonces la elfa- pues Elune te arrebató el Don como castigo por tu crimen.

Liessel sonrió con amargura, era lo que siempre había sabido y tampoco había tenido mucha fe en que nadie pudiera devolverle lo que había perdido. Se puso en pie lentamente y Trisaga miró confusa a su prima y a la hermana de su alma sin entender como podía haber terminado todo tan deprisa. Desconcertada, ayudó a la humana a vestirse de nuevo mientras Amarnä se sentaba junto a su madre.

Cuando estuvo vestida, Liessel se inclinó en respetuosa reverencia para darle las gracias, pero Finarä no parecía haber terminado. Rodeó con un brazo amoroso a su hija y miró a la humana con una mirada distinta, como si la evaluara.

- Quisiera poder ayudarte con esto, Mush´al an an fandu.- continuó- y si hay alguien a quién Elune escuche, esa soy yo...

Liessel la miró, perpleja ¿Acaso estaba aquella mujer diciendo que podía devolverle el Don? Finarä entrecerró los ojos y por un momento sonrió como un felino.

- Desde que hablaste a Dishmal de tu maldición,- continuó- ha venido a este lugar día sí, día también en busca de nuestra hija.- acarició el cabello plateado de Amarnä, deleitándose en el gesto desconcertado de Liessel, que se había quedado como clavada en el suelo.

- Te ayudaré si consigues que jure una cosa, Mush ´al an an fandu,-continuó con malicia- y he oído que puedes llegar a ser muy convincente...

Liessel se irguió con dignidad, encajando aquel golpe como los otros miles que el destino le había dado a lo largo de su vida. Asintió. Finarä se puso en pie despacio, con solemnidad, y de pronto ya no parecía descendida de los cielos o nacida de la tierra, sino una mujer como cualquier otra, una mujer con un alma y un corazón, una mujer que había amado y había perdido.

- Este es mi precio por ayudarte, Liessel -dijo, y la humana mantuvo la mirada a la elfa que se erguía ante ella, dispuesta a soportar un nuevo olpe del destino- Si consigo que engendres un hijo, él deberá olvidarnos para siempre a Amarnä y a mí, olvidar que existimos y que una vez nuestros caminos se cruzaron.

Finarä tendió la mano y la depositó en el hombro de Liessel. Murmuró unas palabras en un idioma que la mujer no conocía y de pronto todo a su alrededor comenzó a desdibujarse. Los árboles desaparecieron, convirtiéndose en columnas de piedra, y la hierba bajo sus pies, en frías baldosas. Reconoció el lugar: la abadía de Villanorte.

" Recuerda mi precio", dijo la voz de la elfa como un eco lejano, "Vuelve a mí cuando puedas pagarlo..."

***

Trisaga tomó con agradecimiento el cuenco con agua que Dremneth le tendía. Sentados en la cima de las colinas que rodean las Cavernas del Tiempo, contemplaban el desierto transcurrir bajo la luz plateada de la noche.

- La entrevista con Finarä fue el inicio de la bendición y la desgracia.

Tomó un sorbo y suspiró.

-Yo sabía que Finarä había tenido a Amarnä con un humano, pero por aquel entonces Liessel no me había dado el nombre de Dishmal. Para el mundo, él era solo un hombre más en la interminable lista. No convenía que se le reconocieran debilidades. Por eso mi sorpresa fue mayúscula cuando Finarä, haciendo gala de una crueldad inimaginable, le reveló la verdad. Al parecer, Dishmal también tenía secretos.

Sin embargo, pese a la revelación, Liessel no se hundió. Pero se negó en redondo a exigirle aquel precio a Dishmal: no podía hacerle renunciar a lo que ella ni siquiera podía acceder. Y continuó con el veneno. Fueron unos meses muy duros para ambos, como cuando Dishmal conoció los detalles del trato de Finarä, su precio. Estaba más que dispuesto a aceptarlo, por mucho que doliera, pero era ella quien no quería que lo aceptara. Al final, de algún modo, tras una noche de culpas y gritos, Liessel abandonó a Dishmal. Él creyó que pese a todo, ella había dejado de amarle, se hundió.

Pero en realidad, Liessel, peligrosamente encinta, volvió a Claro de la Luna para enfrentarse a Finarä. Lo que no había esperado fue la compasión de mi prima. Tampoco yo lo había esperado. Finalmente Finarä aceptó obrar su magia con Liessel sin demandarle ningún precio a cambio.

Finarä había sido una kal´dorei cosmopolita, que gustaba de los ambientes cortesanos y palaciegos, pero tras el nacimiento de su hija se había convertido en una eremita. Al principio fue solo una pose, gustaba del excentrismo de ser considerada una especie de oráculo entre los druidas. El Caer Visnu, una secta dentro del movimiento druídico, compuesto por kal´doreis antiguos, conocedores de oscuros secretos, y poseedores de una magia muy poderosa y desconocida, la toleró. El Caer Visnu hacía gala de un fundamentalismo agresivo: defendían la exclusividad del druidismo para los varones, pero Finarä era solo una mujer que jugaba a ser druida de modo que no le dieron importancia.

Lo que no sabían es que Finarä, contra toda sospecha, era mucho más de lo que parecía, y aprendió a utilizar la Magia Profunda, vetada fuera del Caer Visnu. Con su magia, ató el alma de Liessel al alma de Vesperion, el Roble Sagrado. Con ello, pretendía que la poderosa savia del árbol ayudara a fortalecer a Liessel para que pudiera conservar en el vientre el niño que portaba. Y funcionó. Meses después, aún dormida, Liessel dio a luz una niña. Una niña de cabello rubio e inmensos ojos verdes. Como los retoños verdes en las ramas de Vesperion.

Un milagro...

Un recuerdo

lunes, 1 de enero de 2007

Darnassus, hace ocho años:

La Casa del Reposo estaba en silencio. Unas pocas velas ardían en las ventanas y el único sonido era el de la brisa en las hojas de Teldrassil como un cántico milenario. Una joven Liessel se desvistió con cuidado y se deslizó en la cama.

- Explícamelo otra vez.- murmuró rodeando a Trisaga con los brazos aquella noche. La joven elfa se volvió hacia ella y dejó que la abrazara, pero no dijo nada. Una sonrisa leve como un suspiro asomó a los labios de la novicia, que apartó un mechón rebelde de cabello rubio de los ojos de su compañera.

- Es una antigua leyenda Kal´dorei, Falka. Ya te lo he dicho...- iba a continuar, pero una sonrisa traviesa había cruzado el rostro de la humana. Se detuvo, suspicaz- ¿Qué?

- Dílo otra vez.

Frunció el delicado ceño.

- ¿El qué?

- Lo que has dicho, ¿calorein...?

Una suave carcajada sacudió el pecho de Trisaga.

- Kal´dorei.- su voz era sedosa, profunda como una noche sin estrellas, y adquiría un centenar de nuevos matices cuando hablaba en su lengua materna.

Liessel asintió, la estrechó más y suspiró.

- Me gusta cómo suena.- cerró los ojos y por un momento, Trisaga pensó que se había quedado dormida. Sin embargo añadió- Ojalá pudiera hablar darnassiano...

Recostó el rostro sobre el pecho de la elfa y dejó que su frente encajara perfectamente en el hueco dibujado por el cuello. Esta vez fue Trisaga quien suspiró y deslizó los dedos por el corto cabello rubio.

- Puedo enseñarte, si quieres.

La humana abrió los ojos y la miró fijamente.

- ¿Lo harías?¿En serio?

Una mirada de amor y ternura infinitos, velados de un dolor indescriptible, empañó los ojos de Trisaga.

- Eres mi Falka.- susurró- ¿Qué no haría yo por tí?

Liessel comprendió en silencio y le acarició el rostro. A los ojos de luz asomaban las lágrimas.

- No me voy a ir, Trisaga. Me quedo aquí contigo.- murmuró, y con un susurro añadió- Kess´an

Un estremecimiento en el cuerpo de la sacerdotisa.

- ¿Qué has dicho?- la voz fue débil, casi ahogada.

- Kess´an- la humana se incorporó sobre los antebrazos y la miró fijamente a los ojos, tan cerca que sus pestañas casi rozaban las oscuras marcas del rostro élfico.- Sé que es una leyenda, pero no puede ser de otra manera. Lo que siento aquí- se llevó una mano al pecho y cerró el puño como si doliera- no tiene explicación en el mundo del que vengo.

Gruesas lágrimas se deslizaron por las mejillas de la sacerdotisa, bañando las marcas de un resplandor argentino.

- Trisaga, Làgrima de Plata.- murmuró Liessel, y recogió con sendos besos las lágrimas perladas.- ¿Qué no haría yo por tí?

La joven elfa suspiró, conteniendo el llanto, y sonrió. Antes de que se diera cuenta, la humana había hecho un comentario malicioso y ambas se habían enredado en un abrazo, incapaces de parar de reir, hasta que fue necesaria la intervención de las sacerdotisas mayores para hacerlas callar.


Shattrat, esta noche

En el silencio del Hospital, Trisaga despertó sacudida por los sollozos, que ahogó contra la amohada bajo la luz de las estrellas.


***


"Recuerdo la leyenda" dijo Dretelemverneth sobrevolando el cielo de la noche con las alas extendidas "Es muy antigua"

Trisaga, sentada en la arena, alzó el rostro para ver la silueta del dragón recortada contra la luz de la luna y asintió, de nuevo dueña y señora de sí misma.

"¿Por qué Falka y Kess´an?" inquirió el draco haciendo un hermoso giro en el aire "¿Por qué vosotras?"

- Conoces la leyenda- respondió la hija de las estrellas en voz baja.

Aunque su compañero se encontraba a muchos metros por encima, volando en el cielo límpido del desierto, sabía que no necesitaba esucharla para entenderla, pero ella todavía necesitaba hablar para sentir que decía algo.

"Las tradiciones más primitivas del pueblo kal´dorei hablan de la fragmentación de las almas" recordó el dragón.

Bálsamo Trisaga, que de niña había bailado a la sombra del Monte Sagrado para su padre y que había sido educada para respetar las Antiguas Tradiciones, asintió.

- Las almas son inmortales, pero frágiles.- recordó, casi para sí- y cuando una criatura muere, su alma se fragmenta, y cada fragmento se imbuye en un nuevo ser. Las leyendas hablaban de lo excepcional, imposible y maravilloso que podía ser encontrar a uno solo, solo uno de los fragmentos de tu alma.

Kess´an y Falka eran dos fragmentos de una misma alma, un alma antigua y poderosa. Uno de ellos se había imbuido en la hija no-nata del líder de un clan guerrero de los kal´dorei. El otro, en el germen de vida que brotaba en el vientre de una mujer humana, de las primeras tribus de hombres en las llamadas Tierras Altas, al otro lado del mundo. Ambos fragmentos medraron, dieron lugar a sendas niñas que luego crecieron para convertirse en mujeres.

Kess´an, que había sido bendecida con el don de la visión, supo que otro fragmento de su alma habitaba el mundo y, renunciando a su rango y a su herencia, partió en su busca, pues decían las leyendas que quien encontrara un fragmento perdido de su alma,tendría a su alcance la puerta de la felicidad eterna.

Por su parte, Falka emprendió su viaje iniciático, pues deseaba ser considerada una guerrera entre su pueblo. Tomó su lanza y una capa y partió, dispuesta a cruzar el mundo. Nada sabía la humana de las leyendas kaldorei, nada sabía de las almas.

Ambas encontraron grandes obstáculos en sus caminos, pero algo les empelía a superarlos y a continuar...

"Y se encontraron"

Trisaga asintió.

- Se encontraron.

Falka desconocía la leyenda, pero cuando vio a Kess´an, entendió que sabía muy poco del mundo de los espíritus y supo que de algún modo, se conocían desde antes de conocerse. El lazo que las unía estaba más allá del tiempo, más allá del amor, era como si dos almas hermanas se hubieran reencontrado después de un milenio de ausencias. Juntas, se convertían en un alma inmensa, grandiosa, capaz de grandes milagros.

Los cuentos infantiles de mi pueblo cuentan esas aventuras, de como una Hija de las Estrellas y una Hija de Arathor recorrieron el mundo llevando luz a la oscuridad, enfrentando grandes peligros en los que siempre prevalecía su unión, acometiendo grandes sacrificios la una por la otra. Son leyendas para contar a la luz de la lumbre, para jóvenes novicias, para aprendices de todos los gremios, para dormir arropados por el arrullo de las hojas, a la sombra del Gran Árbol, mientras el mundo transcurre ajeno, durante el día.

Sin embargo,la historia no finalizaba ahí. La leyenda continuaba, más allá de la felicidad eterna, de las grandes aventuras. Hablaba de milagros, pero no hablaba del dolor indescriptible que suponía encontrar a quien fue parte de tí mismo y que ya no lo puede volver a ser jamás...

Cuando Liessel acudió a la Casa del Reposo, no sabía nada de las leyendas. Pero ambas supimos que nos conocíamos desde antes de conocernos.>>

"Sin embargo, Falka regresó de la muerte por Kess´an" apuntó Dretelemverneth.

Trisaga suspiró.

- Regresó. Pero precisamente por esto solo es una leyenda.

[...]

La inmensa luna resplandecía en el desierto convirtiéndolo en una superficie argenta con dunas de plata batida. Dremneth descendió lentamente y adquirió la forma humana que le era característica antes de acercarse a la silenciosa kal´dorei, absorta en aquella mística visión.

- ¿Qué ocurrió después?- inquirió en voz baja, tomando asiento.

Trisaga parpadeó, como regresando de un recuerdo privado, y entrelazó los dedos sobre su regazo.

- Cuando su formación finalizó – explicó con voz suave- Liessel consideró que era el momento de regresar a su mundo. Ya no era la criatura rota y frágil que había desembarcado en la Aldea Ruth´Eran. Ahora era Mush´al anan fandu, y su nombre era temido y conocido en los oscuros mundos que frecuentaba. Volvió a los Reinos del Este en busca de una nueva vida. Deshizo, a lomos de su yegua, todo el camino que había hecho para llegar hasta mí

El viaje fue largo y lento, pero su espíritu ahora era ligero y por tanto avanzó con brío, con ganas de iniciar una nueva vida. Fue en aquel camino, en la calle más recóndita de la aldea más perdida del profundo bosque de Elwynn cuando encontró a Zorea, una joven pelirroja de los Páramos con una inquietante habilidad con las energías sombrías y a quien, según me dijo después y pude comprobar por mi misma, consideraba otro fragmento de nuestra alma.

Lady Zorea servía a las órdenes de Sir Tristán de la Tour en la Orden del Sol Plateado, y aquello representó la oportunidad que necesitaba para iniciar su nueva vida. Liessel juró lealtad a sus nuevos señores, Tristán y Ventormenta, y se convirtió en discípula de Tidnar, el maestro de espías del Sol Plateado.
Tidnar era un exiliado de Gnomeregan, un experto en su campo y un maestro paciente, y junto a él, Liessel aprendió los entresijos diplomáticos y políticos de los reinos humanos, tan diferentes y alejados de las costumbres de mi pueblo. También pudo volver a ver a sus hermanos, acogidos y felices en el Orfanato de Ventormenta. Por fin parecía que iba a tener una vida. Conoció a un hombre, un guerrero llamado Aioria por el que comenzó a sentir una incipiente atracción. Sin embargo, al poco tiempo de regresar, algo sucedió.

Liessel había abandonado los Reinos del Este tras haber intentado matar a su padre, y durante su estancia en Teldrassil, se había arrancado a mordiscos aquellos recuerdos para sobrevivir. No había contado con que al volver, aquellos recuerdos se volverían presentes y reales, y cuando por fin empezó a sentir que podía tener una vida, que aquella podría ser su familia, aquel hombre que la había roto por dentro y por fuera, asestó su último golpe. Una orden recorrió las calles de Ventormenta: se buscaba a Liessel Ruran por homicidio e intento de asesinato.

- ¿Homicidio?- inquirió Dremneth, que había escuchado hasta entonces en silencio- ¿Intento de asesinato?

Trisaga cerró los ojos y asintió en silencio, como si aquel pensamiento la llenara de un dolor indecible.

- Liessel era solo una niña cuando ahogó a su hija en el río. El crimen perpetrado a ojos de Elune, lo era también ahora a ojos de la ley del Reino de Ventormenta y, amparándose en ella, ahora aquel hombre que no podía ser llamado padre, arrojaba sobre ella todo el rencor acumulado en aquellos años. Según la denuncia interpuesta en la oficina del magistrado, los restos de la pequeña Eliza habían aparecido en el río, o tal vez aquel hombre había descubierto el cadáver y había aguardado el momento justo para desvelarlo y acabar de romperla. La acusó de matar a la niña y de haber intentado matarle a él mismo.

Ella vio como, de pronto, aquel nuevo hogar se convertía en un avispero. No podía salir a la calle, sabiendo que era buscada y que se ofrecía una recompensa por su cabeza. Tristán y Tidnar agotaron todas las vías para mantenerla a salvo, para evitar que cometiera una atrocidad. Tidnar apeló a su autocontrol con una voluntad férrea, pero Liessel vio en aquella firmeza un reflejo de su propio padre y le dio la espalda. Tristán por su parte recurrió a todos sus contactos para anular aquella orden de arresto y poder sacar furtivamente a Liessel de la ciudad. La llevó hasta el lejano puerto de Menethil y la ocultó en un barco de su propiedad, con el fin de que permaneciera allí hasta que pasara toda la tormenta. Liessel nunca había conocido a nadie que se preocupara por ella de aquella manera, y la atención de Tristán era tan cálida y genuina, tan desinteresada y entregada que, a pesar de haber jurado unos votos oficiales hacia él como maestre del Sol Plateado, en su fuero interno juró lealtad eterna al hombre que le había salvado la vida y que se acercaba, a pesar de su joven edad, a la figura paterna que ella nunca había tenido.

- De ahí venía- murmuró Dremneth para sí, como si encajara ahora una pieza en su rompecabezas particular.

Trisaga asintió.

- Sin embargo, Liessel no era ya la criatura desvalida que había huido de aquel lugar. Ahora era Mush´al anan fandu, el Susurro en las Sombras, y tomó la firme resolución de acabar con aquel fantasma quejumbroso que la perseguía desde su pasado. No iba a permitir que nadie ensombreciera su presente, ni siquiera él. E hizo lo que mejor sabía hacer: Un muerto.

Aquella fría venganza satisfizo su ansia, pero fue un duro golpe para la confianza que su maestro, Tidnar, tenía en ella. También sus otros maestros tomaron medidas contra aquel acto: Mathias Shaw, otro de sus superiores en el campo del espionaje, movió los hilos y sus hermanos fueron trasladados del Orfanato de Ventormenta y llevados a nuevos destinos que ella no conocía. Castigó con esto su crimen y también por ello, Liessel, que había sido una de sus mejores agentes, le dio la espalda.
Fue una época dura y fría, alejada de nuevo todo aquello que tanto le había costado conseguir. Cambió su nombre, desapareció en el mundo de los bajos fondos de Ventormenta, vendiendo su arte a quien pudiera pagar sus honorarios. Empezó a beber…

Fue, no obstante, aquella familia que ella creía haber perdido, quien se unió para recuperarla: Tidnar, Sir Tristán, Zorea y otros amigos como el recto Galador, o el enano Kurgar. Juntos le demostraron que, pese a su crimen y su dureza, pese a aquella oscuridad que la rodeaba, ellos seguían allí para ella. Afortunadamente, Liessel acabó regresando a su lado y con ello, los lazos que los habían unido, se volvieron infinitamente más fuertes.
El tiempo pasó y ella recuperó, poco a poco, su vida. Su lealtad hacia Tristán, acrecentada por aquellos sucesos, se volvió inquebrantable y fue, paso a paso, convirtiéndose en su consejera, siempre atenta a los rumores, a los tejemanejes políticos. Pasó a ser su mano en la oscuridad para aquellos actos en los que no podía permitirse ensuciar su nombre, y todo ello Liessel lo hacía sin dudar, impelida por aquella férrea lealtad hacia él.

Fue durante el transcurso de una de aquellas misiones cuando, en estas mismas arenas que nos hallamos, se encontró con Dishmal. >>

Dremneth asintió. Aquel nombre tampoco le resultaba desconocido.

- De modo que realmente, podría decirse que todo empezó aquí- hizo un gesto abarcando las dunas infinitas.

Con una sonrisa teñida de añoranza, Trisaga continuó.

- Todo empezó en estas arenas, cuando Liessel y Dishmal se descubrieron el uno al otro. Habían existido otros hombres, desde luego, como Aioria o Soren, pero Dishmal fue quien le estaba realmente destinado. Pese a su reputación, que ponía mucho cuidado en mantener, de mujer fría y peligrosa, en realidad se ocultaba bajo los escudos una mujer que ansiaba paz. Dishmal era esa paz, y fue tan real, tan alcanzable, que construyeron juntos grandes sueños.

Pero la maldición de Liessel no tardó en hacerse patente. No se trataba una maldición realmente, pero para ella lo era. Su matriz estaba destrozada a raíz de la terrible infancia que vivió, no podía concebir sin poner en riesgo su vida. Buscó un boticario, que le proporcionó un remedio para no quedar encinta (lo que hubiera supuesto su muerte), pero en su afán por no descubrirle a Dishmal su secreto, el uso de aquel remedio la llevó a la adicción. Aquello estuvo a punto de salirle más caro que cualquier otra cosa, pero le obligó a hablar con Dishmal, y fue cuando recurrió a mí y pidió hablar con Finarä.