IV

martes, 18 de septiembre de 2007

Claro de la Luna, final del verano.



La criatura tenía los inmensos ojos del color de la hierba fresca y el cabello pajizo, como un aura dorada adornando la cabecita. Se aferró con avidez al pecho lleno y hundió la naricilla respingona contra la piel pálida.

- ¿Seguirá así mucho tiempo?- preguntó Amarnä, fascinada, mientras Trisaga vigilaba que la niña no cayera del cuerpo dormido de su madre.

- Tu madre dijo que el sueño de Vesperion era profundo, y que era imposible saber si algún día despertaría o no.- explicó la sacerdotisa. De pronto sonrió- Fíjate, Amarnä, tiene tus ojos...

La elfa asintió distraidamente, pero se acercó, mirando fijamente a Trisaga.

- Tris...¿Qué ocurrirá si Liessel no despierta? ¿Qué pasará con la niña?

Los ojos de la sacerdotisa de Elune centellearon y su voz tembló con obstinación.

- Despertará.

Amarnä miró a la prima de su madre, asustada por la fiera determinación que había en sus palabras. Al ver como la joven la miraba, Trisaga relajó la tensión en los hombros, suspiró y deslizó los dedos por el largo cabello rubio que yacía desparramado sobre el lecho de hierba. No era necesario disculparse: si alguien sabía el lazo que la unía a Liessel, esa era Amarnä con su extraño don, y sin duda ella comprendía la angustía que despertaba en su interior pensar en que la humana no despertara jamás de su sueño mágico. Acarició la espalda desnuda de la niña, acurrucada contra el pecho de su madre, y sonrió con ternura.

- Esta niña es mucho más que un milagro, Amarnä.- dijo- No es solo la magia que ha obrado tu madre, ni la salvia de Vesperion que corre ahora por estas venas. Esta niña es un imposible, una maravilla, el equilibrio, una esperanza arrancada y devuelta. Y esperanza es lo que necesitamos estos días, Amarnä, y esta niña es un pedazo de futuro luminoso donde todo es oscuridad. Si Liessel no despertara...- se detuvo, pareció coger aire como si admitir esa posibilidad implicara un dolor indecible. Suspiró.- Si Liessel no despertara, Dishmal vendría a por la niña. Tu padre ha pagado un precio muy alto por esta vida, no lo olvides.

Los ojos de Amarná se empañaron levemente y bajó la mirada.

- ¿Cómo olvidarlo?- murmuró, pero no esperaba respuesta. Las manos esbeltas se cerraron en puños tensos y los hombros se cargaron bajo un peso invisible.- No tenía derecho.

- Amarnä, no...

- Dos veces, Trisaga ¿Tan pobre mercancía soy? ¿Tan poco cuesta renunciar a mí? ¿Qué derecho tenía? ¿Qué derecho tiene a jugar con nosotras de esa manera? Es como si... el mundo fuera moneda de cambio en sus manos.

Trisaga acarició el rostro de su sobrina. Comprendió que no hablaba de su padre y que no tardaría en romper los lazos que la ataban.

- Tu madre es una mujer de carne, a parte de una mujer santa, Amarnä. Tiene pasiones que la doblegaron cuando era joven y el orgullo es demasiado fuerte en ella para poder obviarlo.

Una sonrisa sarcástica asomó al rostro aniñado de la joven.

- ¿Orgullo? Soberbia...

La mirada de Trisaga se endureció.

- Tal vez ¿Pero eres tú mejor, Amarnä? ¿Qué altura de espíritu tienes tú para poder juzgar así a cualquier otro ser vivo?

Aquellas palabras, su dureza, inquietaron a la muchacha, pero no bajó la mirada.

- Mírate, Amarnä, mírate ahora, manteniéndome la mirada ¿Tan distinta te crees de tu madre?

Se mantuvieron la mirada en silencio: la de Amarnä llena de fiereza, la de Trisaga llena de reconocimiento. Ninguna dijo nada y el silencio fue tal que solo los leves gemidos de la niña se escucharon. El silencio calmó sus humores y pronto se relajaron, descargando la tensión de sus hombros, y ambas se encontraron mirando a la criatura y a su madre dormida, sin intercambiar más que miradas de nuevo maravilladas.

En el exterior, fuera del roble, unos pasos sordos y tranquilos resonaron contra la hierba y Amarnä se puso en pie para recibir al visitante. Trisaga, desde el interior, escuchó una voz masculina hablar la lengua de los druidas y la hija de Finarä se asomó a la penumbra del roble hueco.

- Hay un hombre en la entrada que quiere verte, un humano.

Trisaga miró a la joven con curiosidad, pero no dijo nada y se puso en pie para salir. Fuera esperaba un centinela del Robledal, que la saludó con respeto. La sacerdotisa asintió y ambos caminaron en silencio por el sagrario en dirección a la puerta, aunque Trisaga sintió una inquietud creciente en su pecho al temer que Dishmal hubiera roto el voto que le mantenía alejado de Claro de la Luna. Sin embargo, no era Dishmal quien esperaba al otro lado del portal.

- Bienvenido.- saludó la sacerdotisa con una leve inclinación de cabeza- Me alegra ver que tus puertas no quedan nunca demasiado lejos.

Brontos, que sin el delantal de tabernero podría haber pasado por uno de tantos aventureros que llegaban hasta el sagrario, asintió. No hizo falta más.

- Quieres verla.- No era una pregunta.- Ven.

Caminaron uno junto al otro de vuelta al Roble, donde encontraron a Amarnä todavía en pie, observando como un duende. No hizo ningún signo de reconocimiento ante Brontos ni se movió de donde estaba. Cuando se detuvieron frente a Vesperion, Trisaga señaló la abertura del Roble.

- Esperaremos aquí.

Brontos asintió y doblándose puesto que su embergadura distaba mucho de dejarle pasar por la entrada, desapareció en el interior del Roble.

Dentro reinaba una fresca penumbra y sus ojos tardaron un poco en acostumbrarse a la oscuridad. Primero percibió las paredes del árbol que se cerraban entorno a él, y la hierba bajo sus pesadas botas de cuero. Entonces distinguió la silueta clara que yacía en el suelo, y se arrodilló junto a ella.

- Liessel...

Un gorgoteo suave como un trino fue su respuesta. Solo entonces reparó en la pequeña figura encaramada al pecho de la mujer, que se agitaba intranquila y saciada.

- Luz...- escapó la exhalación de sus labios y abrió los ojos tanto como se lo permitía la piel. No había esperado que todo fuera tan deprisa... Con cuidado, cogió a la niña en los enormes brazos y pensó que Irinna nunca había sido tan pequeña.

Ahora, con los ojos acostumbrados a la oscuridad, distinguió el cabello suave y rubio y lo acarició con cuidado. Dos ojos como esmeraldas se clavaron en él y sonrieron. Una punzada de rechazo le traspasó al ver aquellas pupilas, pero pronto se sobrepuso: aquella era la hija de Liessel, fuera quien fuera el padre.
Los pequeños puños se cerraron entorno a su índice con fuerza inusitada y el hombretón sonrió: aquella criatura era una digna hija de su madre y la imaginó blandiendo diminutas dagas de madera.

Miró a Liessel, que yacía en la hierba, y se dio cuenta entonces de que el halo que se extendía entorno a su cabeza era el cabello, largo como nunca, dorado como siempre y velado por una sombra verdosa que parecía provenir de todas partes. Tenía los ojos cerrados y el rostro pecoso perlado de sudor, pero la respiración era tranquila y constante. Estaba envuelta en una túnica que parecía hecha de piel suave y un pecho, de donde la niña debía haberse saciado, quedaba descubierto. Sujetando a la criatura en una mano, arregló con cuidado la túnica de la madre para cubrirla con decoro y luego se acomodó así, en el suelo, con la niña adormecida en su regazo y la vista clavada en la joven mujer que estaba atando su destino a las raíces de un roble.

No sabía cuanto tiempo había pasado allí en la oscuridad cuando cambió de postura para que no se le adormeciera la pierna. La niña, dormida en su regazo, protestó suavemente y volvió a llevarse el pulgar a la boca. Brontos se preguntó si de niña, también Liessel se había chupado el pulgar de aquella manera, pero algo dentro de él le decía que Liessel jamás había tenido tiempo para ser una niña. Nunca había visto en sus ojos la chispa alegre que vivía en los de Irinna, y cualquier conversación que se acercaba demasiado a su pasado recibía una respuesta cortante y un abruto final. Había aprendido aquello en las noches al lado de la chimenea, saboreando cerveza y burlándose de los paladines mientras compartían un puro. Más de una vez se había sorprendido pensando en ella como en la versión femenina de Leo, con sus comentarios afilados, su sonrisa maliciosa y sus modales de gato. Si tan solo hubiera nacido una década antes...

Sintió un leve movimiento a su espalda y vio a Trisaga entrando en el roble. Se arrodilló a su lado sin una palabra y acarició con suavidad la cabeza de la niña dormida. Con una sonrisa apacible, tomó una de las manos de Liessel y deslizó la punta de los dedos por la palma abierta y tierna.

- Sabe que la esperas- dijo de pronto, sin apartar la vista de la mujer, con la voz llena de dulzura- Esperemos que las raíces que la atan a nuestro mundo sean más fuertes que las raíces de Vesperion. Quien sabe a qué sueños se rinde envuelta en la magia de Finarä. Quien sabe cuanto tiempo más será sagrado este robledal para los druidas...

Brontos la miró sobresaltado.

- ¿Qué quieres decir?

Trisaga cerró con suavidad los dedos dormidos.

- La magia que estás viendo no es bienvenida fuera del Círculo. Es Magia Profunda y solo los varones tienen derecho a usarla. Se tolera a Finarä por lo que representa, siempre y cuando su imagen no sea demasiado poderosa. Y esta niña...- tocó con suavidad la frente de la criatura- representa un poder demasiado grande... Si el Círculo descubre que Vesperion ha concebido con una mujer humana, no habrá en todo Azeroth un lugar seguro para Finarä, para Liessel, ni para esta niña.

Brontos miró los rostros dormidos, tan parecidos en aquel gesto tranquilo que dibuja a todos el sueño. Si lo que vaticinaba Trisaga llegaba a ocurrir, no dudaría: solo tenía que cruzar una puerta.

***

Dremneth la miró, en sus ojos había una pregunta.

- Por eso recurriste a él ¿Cierto?

Trisaga asintió.

- Yo ya conocía el poder de aquellas llaves.-contestó- Y conocía la amistad que le unía a Liessel, y como los Tres Soles se había convertido en un refugio para ella. Y era consciente de que pese a la abierta hostilidad entre Brontos y Dishmal a raíz del pequeño asunto con Irinna, su lealtad hacia ella era inquebrantable.

Caminaron en silencio, reflexionando sobre las circustancias insólitas que se habían dado a lo largo de toda aquella historia, de aquel pedazo de vida, de aquellos recuerdos...

- ¿Pequeño asunto con Irinna?- inquirió Dremneth al cabo.

La sacerdotisa kal´dorei suspiró.

- Debes entender que cuando Liessel se marchó a Claro de la Luna, había tenido que hacer creer a Dishmal que ya no le amaba. Aquel fue un golpe inimaginable para él, y comenzó a caer a un pozo profundo, helado y oscuro. Irinna, que por entonces ya era una joven hermosa y de generosas curvas, y que sentía una secreta fascinación por el mago, se sintió angustiada y conmovida por su pesar, y dividida por la simpatía que sentían ella y su tío por Liessel. Él era un hombre despechado, ella, una joven deseosa de calidez humana. No hizo falta más.

Por primera vez desde que se conocieran, Dremneth arqueó una ceja.

- Fue una sola noche, y de hecho, tan pronto como Irinna se dio cuenta de la gravedad de lo que había hecho, abrió una puerta a Claro de la Luna y se arrodilló junto a Liessel para contarle lo que había hecho, rogándole perdón. La muchacha tenía miedo de que lo sintiera como una traición si algún día llegara a enterarse, pero creo fervientemente que Liessel, aunque dormida, supo lo que había sucedido y que en realidad estaba agradecida a Irinna por darle a Dishmal el amor que ella le había arrebatado.

Dishmal, por su parte, se sintió tan culpable de traición que le reveló a Brontos lo sucedido con su sobrina, la niña de sus ojos. Brontos era ahora un apacible tabernero, pero en el pasado había sido un temible guerrero. La revelación de aquello, tanto de la traición hacia Liessel como por haber utilizado a su sobrina de aquella manera, le sumieron en una ira solo equiparable a la frialdad de Dishmal. Irinna me llamó aquella noche para fuera a buscar al mago: Brontos había estado a punto de matarlo a golpes y él no se había defendido. Lo llevé conmigo a la Casa del Reposo y cuidé de él como había cuidado de Liessel. Traté de aliviar las heridas en su cuerpo y en su alma hasta que estuvo restablecido.

Comenzó a asumir que Liessel no le amaba, y yo, que conocía el secreto, me veía obligada por un juramento, a callar.

Pero cuando la niña nació… Tuve que decírselo: no podía permitir que se marchara creyendo que ella se había alejado por siempre cuando en realidad había arriesgado su vida por él…

La sanadora sonrió, recordando la mirada llena de vida, la sonrisa rabiosa de sus labios.

- ¿Qué ocurrió entonces?- inquirió Dremneth.

- Liessel despertó. Dishmal supo la verdad, supo que ella vivía y que su hija era una realidad. No podía acercarse a Claro de la Luna a causa del juramento hecho a Finarä, pero de pronto el fuego volvía a arder en él, resplandecía como una ciudad en llamas…

Supo de la compasión de Finarä. Por un momento, parecía que de verdad terminaba la historia, que por fin llegaba el ansiado final feliz, la paz que tanto habían ansiado. El precio pagado al fin había valido la pena. Durante algunos meses, Liessel permaneció en Claro de la Luna con su hija Zoe, el tiempo necesario para que su mente regresara del largo sueño que se le había inducido.

Los puños se cerraron con rabia insospechada.

- Pero de nuevo, solo era un espejismo...

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