Los Hilos del Destino XIII

jueves, 29 de octubre de 2009

29 de Octubre

Me encuentro de nuevo en camino, ahora si cabe con más urgencia y más esperanza que antes, pero también con un nuevo temor anidando en mi pecho.

Ha sido imposible hablar con Kaithan. Raethin, un venerable druida de Claro de la Luna, enviado por Amnehil, vino a buscarme para decirme que Kaithan se había sumido en la Pesadilla y que no sabían cuando despertaría. Él mismo se ofreció a ayudarme en lo que pudiera, y así, confiando en él puesto que Amnehil lo hacía, le conté la historia de Averil y del misterio de su enfermedad. Tuve que, inevitablemente, hablarle a él y otro druida que nos acompañaba de la magia que obró Finarä, puesto que se encuentra al inicio de toda esta historia. No podrías alcanzar a comprender, Gavilán, la angustia que me invadió cuando ambos druidas se mostraron claramente ofendidos por la posibilidad de que una niña humana pudiera penetrar en su bien amado Sueño, y de acuerdo con los actos del Caern Visnu, aunque no aprobaran el asesinato de Finarä. Como mucho, alegaron no quere opinar sobre las decisiones de sus mayores.

¿Sigue el Caern Visnu extendiendo sus redes por el mundo? ¿He descubierto el secreto de Averil a sus mayores enemigos? Siento miedo, mucho miedo... Ojalá hubiera visto a Kaithan. Ojalá Amnehil hubiera estado conmigo. ¿Qué he hecho, Madre? ¿Qué he hecho?

Ahora estoy de camino a Darnassus. Raethin dijo que era sabido que la Suma Sacerdotisa Tyrande había sanado a durmientes que habían vuelto heridos o locos de la Pesadilla. Debo pedir audiencia con ella y rezar para que no sea demasiado tarde para Zoe.

Los Hilos del Destino XII

miércoles, 28 de octubre de 2009

28 de Octubre:

Los recuerdos se clavan en mi alma como puñales mientras miro a los ojos del Guardián. Todo empezó aquí, toda esta senda abominable de dolor y esperanza, y de nuevo dolor... Miro el Sagrado Robledal donde Finarä creó su santuario, donde Amarnä corría descalza sobre la hierba tierna, y solo veo las horribles cicatrices que el Caern Visnu dejó en este lugar y que la vegetación no puede cubrir. Veo a Finarä luchanzo con toda la fiereza y fuerza de una kaldorei, de una druidesa, de una madre... Veo sus garras como cuchillas surcando el aire, la curva de su lomo, las estrellas cayendo del cielo sobre las cabezas de sus enemigos, oigo su rugido ensordecedor, sus gritos de rabia, de desesperación, de dolor...

Todo empezó aquí.

Nada queda de Vesperion ni del milagro que representaba, solo ceniza.

Solo ceniza.

Recuerdo como si fuera ayer el día que Liessel llegó a estas tierras con la esperanza de rogar a La Hija del Roble que obrara su magia y le diera un hijo. Recuerdo su fuerza y determinación, la firmeza de su mirada, el dolor que atesoraba en su interior. Recuerdo el brillo en los ojos de Finarä al desvelarle el secreto de Dishmal y el terrible precio que pidió por obrar el milagro...

Recuerdo a Liessel durmiendo en el vientre del roble, con su alma atada a Vesperion y soñando lejos, muy lejos. ¿Cómo podíamos suponer a qué sueños se entregaba? ¿Como imaginar siquiera que hubiera arrastrado con ella a la criatura de su vientre?

Aquí empezó todo. El dolor es tan intenso que siento ganas de gritar, de rezar, de romper a llorar, pero todas esas cosas quedan fuera del alcance de un Bálsamo que no siente más que entrega, y no queda más remedio que escribirlas para exorcizarlas de mi mente.

¿Flaquea mi fe? ¿Mi vocación?

Será mejor que continue mi camino hasta Amparo de la Noche y pregunte por Kaithan y su sueño, y escriba a Amnehil para que sepa que llegué sana y salva a la casa de mi padre.

Los Hilos del Destino XI

lunes, 26 de octubre de 2009

26 de Octubre:

Elune escucha mis plegarias.

Esta noche, mientras meditaba sobre qué dirección tomar y rogando por una señal, Amnehil me encontró. Mi corazón se llenó de dicha al verle, aunque las razones de nuestro encuentro hayan sido tan oscuras. Y tras nuestra conversación, mi gratitud hacia él no ha hecho más que acrecentarse.

Al contarle el carácter de mi búsqueda, Amnehil entendió de inmediato de qué le hablaba y me habló de algo llamado "la Pesadilla", una corrupción en el Sueño Esmeralda de la cual se desconoce su origen y que, a todas luces, puede ser el origen de la enfermedad de Averil. Al parecer la Pesadilla se desplaza por el Sueño y marchita la tierra a su alrededor, y corrompe a los seres que en ella habitan.

Me habló también de Kaithan, un poderoso druida que duerme frecuentemente el Sueño y que con toda probabilidad pueda hablarme de la Pesadilla con más detalle.

Sabía que Amnehil sería la ayuda que necesitaba, la guía para mi camino. Siento por fin estar sobre la pista correcta y más cerca de la cura para Averil Lumber, quien para mi corazón será siempre Zoe Uscchi, la hija de la otra mitad de mi alma.

Me despedí de Amnehil tras agradecerle de corazón su ayuda y emprendí el camino de inmediato, hacia el norte, siempre hacia el norte. Ahora descanso en el refugio que el Círculo Esmeralda tiene en Frondavil. Antes de que amanezca me pondré de nuevo en camino y espero, si camino a buen paso, alcanzar la frontera boreal del bosque mañana al anochecer.

Desearía que Amnehil estuviera conmigo en esta búsqueda, pero su lugar está en los bosques de Vallefresno y mi corazón no debería ansiar su compañía.

Ahora es hora de descansar, faltan pocas horas para el amanecer y debo dormir.

Los Hilos del Destino X

domingo, 25 de octubre de 2009

25 de Octubre:

Por fin descanso, mientras el sol amanece tras las montañas. Encontré en mi camino muchos viajantes, de los cuales varios preguntaron amablemente la razón de mi peregrinaje y se extrañaron francamente de que, dada la urgencia de mi misión, no vuele hacia mi destino o al menos cabalgue a lomos de Nurr quien, tras cargarme durante mi agotamiento inicial, camina a mi lado. Traté de explicarles que mi viaje reviste una importancia tal que llegar a mi destino resulta insuficiente, y que camino para imprimir a mi misión la fuerza de la oración. Elune bendice la entrega y el trabajo, y contempla con buenos ojos a las criaturas que evitan el camino fácil que se sacrifican por sus semenjantes. Con mi peregrinaje retomo las primeras enseñanzas de mi Orden, que no permitía a sus novicias calzarse ni cabalgar hasta que no hubieran aprendido a comprender la importancia del camino. Con humildad regreso a mis inicios para mostrar a Elune mi devoción y solicitar su guía en esta aciaga misión.

Llegué a Astranaar al amanecer, después de caminar toda la noche. A mi llegada, mientras lavaba mis pies, una lechuza me hizo llegar un mensaje de mi buen Amnehil quien, sabiendo de mi llegada, me ofrece su ayuda y compañía mientras mi camino me mantenga en la fresca sombra de Vallefresno. Le esperaré en la biblioteca mientras investigo sus fondos, aunque tampoco puedo detenerme demasiado tiempo.

Me llenaría de dicha volver a verle de nuevo, pues me es muy querido. Todo lo querido que puede resultar alguien a un Bálsamo que ha renunciado a su propia persona en favor de la entrega.

[...]

Elune escucha mis plegarias, Gavilán, no nos ha abandonado.

Ya entrada la noche me encontraba en la biblioteca consultando algunas obras, sintiendo crecer la frustración, cuando escuché, proveniente del exterior, la voz de una muchacha joven llamando a gritos a su sable. Agradecida por aquella ruptura de la monotonía, salí a la escalinata de la entrada y pude ver que se trataba de una joven centinela, de ojos y vivos y gestos nerviosos. La claridad y franqueza de su alma me inspiró confianza y le pregunté si sabía de algún druida que conociera la historia del Sueño Esmeralda.

La joven, que responde al nombre de Aynarah A´neth Arcopluma, mencionó a un druida llamado Aergard; al parecer es un estudioso del Sueño y podría ser la ayuda que rogué a Elune. Sin embargo, por lo que dijo la joven Aynarah, Aergard se encuentra en la actualidad en las postrimerías del templo maldito de Hakkar, en los Reinos del Este. Tengo ahora el dilema de seguir mi ruta hacia Claro de la Luna o deshacer el camino andado para volver al punto de inicio. También podría caminar hasta el puerto de Auberdine, en la Costa Oscura, y tomar allí un barco hasta Ventormenta, desde donde dirigirme al llamado Pantano de las Penas, donde se encuentra sumergido ese templo maldito.

Ojalá estuviera aquí Amnehil, sin duda él sabría orientarme en la dirección correcta. Esperaré dos días más y partiré en la dirección que Elune me señale. Amnehil, por encima de todos, comprenderá la urgencia de mi partida.

En los Confines de la Tierra V

jueves, 22 de octubre de 2009

Vendida.

Expuesta y comprada en el mercado como una vulgar mercancía, evaluada y negociada como si fuera una yegua, y hacinada en una jaula con otras muchas almas desafortunadas como ella. Envuelta en el humillante vestido manchado de polvo, sujetaba los barrotes de su jaula con tanta fuerza que los puños le temblaban, mirando al exterior. El mercado estaba abarrotado, los posibles compradores paseaban entre los puestos ante los reclamos de los vendedores que les ofrecían todo lo que la mente pudiera imaginar: especias, joyas, animales, esclavos...

La gente pasaba junto a las jaulas sin prestar apenas atención a las criaturas hacinadas en ellas como bestias, llenas de polvo y sangre, con los ojos angustiados y los puños quebrados de tanto apretar los barrotes. No importaba la raza, todas tenían cabida en aquellas jaulas infames. Había hombres y mujeres de todas las razas y aspectos, desde los inmensos orcos de piel oscura a pequeños gnomos de ojos vidriosos. Todos ellos, trolls, elfos, enanos y taurens, se apiñaban uno contra otros de su misma especie para compartir en silencio la angustia de la cautividad. Buscó con la mirada la reconfortante fisionomía de un rostro humano, pero no lo encontró. Estaba sola.

Se desplazó como pudo hacia el grupo de los enanos, tres varones y una mujer, llenos de heridas y del polvo del viaje, que agachaban la mirada triste y se estrechaban las manos en un vano intento de consolarse unos a otros.
Posó con suavidad la mano en el hombro de la enana para llamar su atención.

- ¿Do... donde estamos?- inquirió con la voz quebrada, en común.

La enana bajo su mano se sobresaltó, tensa como la cuerda de un arco, y uno de las enanos la empujó con fuerza para alejarla, sin una palabra. Retrocedió, sorprendida, y algo cedió bajo sus pies. Un chillido ronco le taladró la cabeza y se vio arrojada hacia adelante, aterrizando en el estrecho suelo de la jaula, llena de polvo y orines. Escupiendo tierra se dio la vuelta en el suelo y vio a una orca de cabello negro y trenzado que se palpaba el brazo magullado, mirándola con odio y vociferando en su idioma, amenazante, sin atender a los gestos y susurros de sus congéneres, que a todas luces le rogaban silencio.

- Se llama Cobra- susurró alguien en su oído, un enano- ten cuidado con ella, viene de los campos de batalla de Alterac y detesta a los que no son de su raza.- se acercó más, como temeroso de que pudieran oirle- Tenemos que permanecer en silencio o si no los guardias nos...

El guardia terminó la frase por él, golpeando con fuerza a Cobra con una estaca a través de los barrotes. La orca se revolvió, rugió a su carcelero, mientras sus congéneres, prudentes, se apiñaban bien lejos de los barrotes.
En un alarde de poderío físico, Cobra aferró la estaca con ambas manos y se la arrebató al guardia para partirla con la única fuerza de sus manos, antes de acercarse a él, ahora desarmado, con los ojos amarillos entrecerrados.
Irinna observó como se movía, el avance cadencioso y ondulante, los labios carnosos convertidos en una línea en su rostro, los brazos esculpidos en acero... Un avance hipnótico que podía llenarte de pavor, dejándote estacado en el suelo. El guardia no podía apartar la mirada, con los ojos muy abiertos, observando aquella fascinante criatura acercarse a él. Acurrucada en su apestoso rincón, Irinna observó con fascinación al cazador acercarse a su presa, con el corazón martilleandole en el pecho, a sabiendas de lo que podía ocurrir.

- Muevete- pensó, como si el guardia pudiera oirla- ¡No te quedes ahí! ¡Múevete!

Cobra se detuvo ante los barrotes, a escasa distancia del guardia inmóvil. Sus ojos dorados se clavaron en él, atrayendo su atención por completo. Los segundos pasaron como si fueran horas. Cobra alzó entonces un brazo y rápidamente, lo lanzó contra el guardia a través de los barrotes.

- ¡Apártate!- quiso gritar, pero de pronto el guardia estaba en el suelo y el tiempo volvía a transcurrir con normalidad.

La agitación estalló en el exterior de la jaula. Otros dos guardias se acercaron corriendo, armados con bastones de metal y al ver a su compañero en el suelo, miraron a la orca con odio y enarbolaron sus armas. En el extremo de los bastones relampaguearon sendos rayos azules.

Agazapada como una fiera a punto de saltar, Cobra esquivó el primer bastonazo con agilidad. La movilidad de los bastones entre los barrotes era limitada y aprovechó aquel hecho. Chilló como una pantera al tiempo que retrocedía alejándose, quedando fuera de su alcance, y cuando su espalda chocó contra los barrotes del otro lado de la jaula, respiró pesadamente, sin apartar los ojos amarillos de los guardias. Los prisioneros contenían la respiración. De pronto se escuchó un chasquido y en la jaula flotó un leve olor a carne quemada. Cobra se derrumbó en el suelo.

Tras ella, sudoroso y sosteniendo un tercer bastón, Frinch sonreía.

En los Confines de la Tierra IV

La claridad la deslumbraba y obligaba a entrecerrar los ojos después de tantos días en la penumbra, con las manos atadas a la espalda como las tenía.

- Está muy delgada - dijo el mercader, evaluándola, arrastrando las vocales como con pereza. Era un humano gordo con cara de sapo y una túnica de vistosos colores, con los dedos adornados de pesados anillos- Te doy diez oros, ni uno más.

El capitán la empujó desde atrás para colocarla justo bajo el rayo de sol que se filtraba entre los toldos del mercado atestado.

- Mírala bien, Frinch - espetó el capitán con desinterés- mira esa cara y esos ojos. Seguro que no encuentras muchas como esta para tu colección. Con un poco de comida, será una joya codiciada por unos cuantos que tú y yo conocemos. Veinte monedas.

El mercader bufó y con las manos desnudas le abrió la boca para inspeccionarle los dientes con brusquedad. Irinna reprimió las arcadas.

- Comida - croó escupiendo al hablar- ¿y quien va a pagarme esa comida, capitán? ¿Tú? Quince monedas.

Boney Boone hizo un gesto y uno de sus oficiales se acercó a ella. Con un tirón brusco le arrancó el precario vestido que le habían dado a bordo. Se encontró de pronto desnuda en la tarima del mercado, con la soga que la marcaba como cautiva al cuello y con las manos atadas a la espalda, sin poder cubrirse de ningún modo. Los compradores del mercado la miraron con lascivia y rieron socarronamente. Se encogió.

- Dieciocho- sentenció triunfante el capitán. Frinch bufó de nuevo y se acercó para golpearla en las piernas con un bastón, comprobando su estabilidad y solidez.

- No me gustan sus piernas, demasiado musculosas para una colección- protestó- Y mira los brazos ¿Me has traido a una labriega? Además está herida... Dieciseis.

Esta vez fue Boone quien se carcajeó, sacudiendo la barba cobriza.

- ¿Dieciséis? ¿Has visto una piel así de blanca en una labriega? Esta es una joya en tu estercolero. Dieciocho monedas, Frinch. Dieciocho monedas o me busco a alguien que me compre las armas al precio que valen.

Frinch miró al capitán con sus ojos de sapo cargados de resentimiento durante unos instantes, luego volvió a mirarla a ella, desnuda sobre la tarima, encogida como una bestia, y por fin chasqueó la lengua y agitó los brazos nerviosamente.

- Dieciocho monedas, dieciocho monedas, está bien- croó- Pero me quedo con el vestido.

Y mientras Boone cerraba el trato, carne por oro, un guardia descamisado, con un grueso cinturón entorno a las caderas y un inmenso tatuaje en el brazo, tiró de la soga de su cuello para hacerla bajar de la tarima y señaló a los esclavos apiñados en las jaulas.

- Bien, gatita- dijo, acercándose tanto que veía cada poro de su piel- Saluda a tu nueva familia.

[...]

Los Hilos del Destino IX

22 de Octubre:

Se acaba el tiempo.
Escribo desde la posada del Cruce, donde he decidido pasar la noche acogida al armisticio de los peregrinos.

El día que llegué a Theramore, ya caída la noche, me encontraba estudiando unos manuscritos de la biblioteca de Lady Jayna cuando escuché una fuerte explosión viniendo de la planta baja de la torre. Al bajar a toda prisa, encontré un portal del que salían a toda prisa, cubriéndose las cabezas, varios miembros del Alba de Plata. Algunos estaban malheridos y aturdidos, y sir Noktumbra cargaba a hombros a la joven Averil y a otra muchacha, inconscientes.


Cuando llegué a la enfermería, me explicaron que habían tenido un encuentro con una bruja de inmenso poder que pretendía arrebatarles un objeto mágico que precisaban. No quise saber más detalles sobre aquello, sino sobre los heridos que de pronto abarrotaban la enfermería de la Ciudadela Garrida. La mayoría estaban aturdidos con una fuerte conmoción, y la dulce Pristinaluna sufría quemaduras de distinta intensidad en su pecho y sus brazos. Curé a todos como pude, tal vez inmbuyendo más energía de la que debiera pues quería atender a la joven Lumber, y acabé agotada y pudiendo sostenerme apenas en pie.

Averil, en un intento de proteger a Angeliss, se había interpuesto entre este y una bola de oscuridad que la bruja había lanzado contra él y que había acabado impactando contra su pecho. Temiendo lo peor, quité las vendas que le cubrían y... oh, dioses... Todos mis miedos se hicieron reales. La infección negra que antes cubría su brazo, se había extendido al pecho y al cuello, como siniestros zarzillos que quisieran ahogarla. De algún modo, la energía oscura el ataque de la bruja reaccionó con la infección, que ahora sé a ciencia cierta que es algun tipo de magia desconocida, empeorando la situación.

El tiempo se acaba, la infección se extiende a pasos agigantados y debo encontrar una cura antes de que sea demasiado tarde.

Partí esa misma noche a lomos de Nurr, en peregrinación hacia las tierras de los druidas, al norte. Espero reunirme con Amnehil en los lindes de Vallefresno.Tal vez él, alma noble y justa, sepa darme alguna pista sobre quién podría ayudarme en mi misión.

Seguiré escribiendo cuando tenga alguna novedad.

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En los Confines de la Tierra III

miércoles, 21 de octubre de 2009

Varios días después, en algun lugar del Mare Magnum:

Cuando despertó, su cuerpo magullado se vio sacudido por violentas arcadas y volvió la cabeza para vomitar en el cubo que esperaba al lado de su camastro. Tenía la entrepierna en carne viva y un dolor lacerante le acuchillaba el vientre. Le dolía tanto que incluso respirar era un suplicio.
Abrió los ojos febriles, poco a poco, y la realidad se reconstruyó lentamente a su alrededor: ahí estaba el estrecho cubículo que había sido su mundo durante ya no recordaba cuandos días, el camastro apestoso manchado de orín y vómito, y el diminuto tragaluz por el que entraba un ínfimo rayo de luz que no bastaba para alejar la oscuridad que la embargaba.
Ya había perdido la cuenta de cuantos hombres habían pasado por aquella celda infame sacudida por el embate de las olas, liberando sobre ella su violencia y su lujuria, doblegándo su voluntad hasta que ya no tuvo fuerzas para seguir luchando. Ahora las cuerdas que le mordían las extremidades ya no tenían sentido: no hubiera podido ponerse en pie aunque hubiera querido, débil como estaba. Tampoco podía llorar: las lágrimas habían arrasado sus ojos durante tanto tiempo que se habían agotado, de modo que su angustia y frustración se habían enconado en su alma, como una herida infectada. ¿Cuanto tiempo había pasado? No lo sabía, ya nisiquiera importaba. Llevaban navegando quién sabe cuantos días, y la fiebre había borrado muchos de ellos de su memoria. Tampoco sabía donde estaban.

La herida de su costado supuraba, podía sentir los gusanos retorciéndose en ella, y una nueva arcada la dobló por la mitad. No tuvo tiempo de volverse hacia el cubo. Y así, empapada en su propio vómito, se vio arrastrada de nuevo hacia la inconsciencia.

[...]


La fiebre hizo presa en ella durante días y cuando volvió a despertar, todo resultaba confuso. Recordaba, entre nieblas, la voz cansada y divertida hablando desde la puerta.

- Ya habéis tenido bastante. Lavadla y curadle esa herida- había dicho- o no nos darán por ella ni tres cobres en el mercado.

Alguien había cambiado el jergón y limpiado la inmundicia de su cuerpo. El dolor ahora era sordo y persistente pero lejano, y le habían desatado las manos y los pies. Habían puesto una venda limpia envolviéndole el torso y una sábana gruesa que le arañaba la piel pero que al menos estaba limpia, le cubría el cuerpo. Tiritaba, pero ya no sabía si era por la fiebre o por las corrientes que recorrían el zulo. Todo se movía, sentía los brazos y las piernas entumecidos, y sintió el mordisco del hambre en las entrañas. Vio, junto a la cama, donde antes había estado el cubo, una bandeja de madera con un odre de agua y un mendrugo de pan.

Trató de enderezarse, pero en cuanto alzó la cabeza, el mundo se volvió del revés y la obligó a tenderse de nuevo. Respiró hondo, con mucho cuidado para no reventar los nuevos puntos de su costado. Lo intentó de nuevo, pero las náuseas eran tan intensas que comprendió que tardaría días en poder incoporarse. Se concentró en sus brazos, tenía la certeza de que el hambre y la acuciante sed la debilitaban. Tenía que beber y comer, fuera como fuera. Con lentitud y cuidado, extendió el brazo intentándo alcanzar la bandeja, pero su torpeza hizo que arrastrara demasiado la mano y la bandeja cayó al suelo con un chasquido. En el camastro, Irinna maldijo para sus adentros y se deslizó como pudo hacia el borde del jergón. Inclinándose precariamente hacia el exterior y con ayuda del cabeceo del barco, ella también cayó al suelo con un golpe sordo. La caída la aturdió y le arrebató el aire de los pulmones. La herida del costado protestó con un latigazo de dolor.

- Muévete- se dijo con la voz rasposa de la sed- tienes que beber.

Tanteando torpemente en la oscuridad, buscó el contenido de la bandeja, desperdigado por el suelo tras la caída. Acuciada por la sed, se arrastró precariamente por el suelo, escuchando los chillidos de las ratas por aquella intrusión en su territorio, pero no le importó. Tenía que beber, reponerse de la deshidratación, y comer algo. Su mano por fin tanteó el mendrugo de pan.

Con un jadeo de asco, apartó a las ratas a manotazos y se lo llevo a la boca. Los dientes le dolieron cuando dio el primer bocado, pero se obligó a seguir. El pan duro le arañó la garganta trazando hilos de fuego hasta su estómago. Contuvo las arcadas y dio otro bocado, y otro, y sintió como le estabilizaba el vientre y el mareo se calmaba levemente.
Un bocado, otro, a pesar del dolor de la boca, y de pronto se encontró pellizcándo el suelo en busca de las exiguas migas de pan que habían caído de sus labios. Cuando ya no encontró más, se tendió de nuevo en el suelo y respiró hondo, tratando de aplacar las náuseas.

- Tienes que beber- insistió- ¡Muévete!

Se volvió y se arrastró con el vientre contra el suelo en busca del odre. No estaba lejos, lo encontró entre dos toneles que se apoyaban en la pared. Con ansiedad lo abrió y se llevó el agua a los labios, que se deslizó por su garganta apagando el fuego. Bebió dejando que su frescura la llenara por dentro e imaginó que se sumergía en un lago inmenso de aguas limpias que se llevaban todo el dolor y la humillación y la rabia. Y allí, tirada en el suelo, aferrada al odre ya vacío, se volvió a dormir.

[...]

Despertó sintiendo unas manos callosas y curtidas recorriendo su cuerpo. Se revolvió para librarse, débilmente, y un bofetón le cruzó el rostro, volviéndole la cabeza con brusquedad y dejando un rastro ardiente.

- Estate quiera- escupió su carcelero con una voz ronca que apestaba a alcohol.- No querrás que te ate de nuevo a la cama ¿verdad?

Se quedó inmóvil y el visitante recorrió su cuerpo una vez más con insidiosa lentitud. Apretó los dientes, dispuesta a alejarse de su cuerpo una vez más, pero cuando ya esperaba un tirón brusco que le separara las rodillas, se sintió izada por la cintura y depositada en el camastro. De pronto sintió el borde de una jarra en los labios. Los ojos le lagrimearon por los vapores del acohol. Apartó el rostro, pero su captor insistió. El contenido apestaba y la mareaba. Volvió a apartar el rostro.

- Bebe.- dijo la voz de su carcelero en la penumbra, insistiendo con la jarra- No creo que quieras perder los dientes ¿Cierto?

Su mente recordó entre nieblas lo que su tío le había contado sobre la navegación en alta mar... Grog para combatir en escorbuto. Reprimiendo la náusea, bebió.
El grog le ardió en la boca y la garganta y le hizo toser, embotándole la mente.

- ¡Bebe!

Bebió aquel brebaje ardiente hasta que una arcada le sobrevino. Su captor alejó la copa.

- Más te vale no vomitar.- espetó con crueldad desde la puerta- No tendrás comida ni agua hasta mañana por la noche.

Dicho esto, se marchó, y embotada por los vapores etílicos del grog, se quedó dormida.

[...]

Los días pasaron con insidiosa lentitud, sin distinguirse unos de otros salvo por las ocasionales visitas de su carcelero. No sabía cada cuanto venía, ni cada cuanto dejaban en la mesa el mendrugo de pan y el odre de agua. La herida de su costado, pese a todo, se curaba: ya no supuraba y poco a poco el dolor fue remitiendo.

Seguían navegando, el cabeceo del barco era una constante en aquella oscuridad eterna y asfixiante, y ya no recordaba la última vez que la habían forzado. Gracias a la Luz, al fin se habían olvidado de ella. Desconocía lo que el destino le tenía preparado, pero ¿qué importaba? ¿Quién iba a encontrarla y salvarla, perdida como estaba en alta mar? ¿Quién iba a querer encontrarla después de lo que le habían hecho, mancillada y rota como estaba? Trató de alejar los recuerdos, las manos de Gaerrick en su cintura, la silueta de Angeliss contra la chimenea, el alegre parloteo de Klode... Para ellos probablemente ya estaba muerta. Hubiera podido hundirse con aquella certeza, languidecer hasta morir como las protagonistas de las novelas, pero pese a todo se fue abriendo paso en su mente, poco a poco, la determinación de sobrevivir.

El primer paso, el primordial, era conocer el estado de su maltrecho cuerpo. Comprobó, con alivio que podía enderezarse, y con cuidado tanteó cada brazo, cada pierna, y el torso sintiendo bajo las manos la piel antes suave , ahora débil y reseca, los miembros delgados allí donde antes habían sido hermosos y redondeados por los tiempos de bonanza. Tuvo la certeza que de no ser por el entrenamiento de Sir Varian su cuerpo no se hubiera recuperado jamás de aquella cruel penuria. Gracias a la Luz que había gozado de buena salud, gracías a su tío que siempre había procurado que no le faltara de nada...

La puerta del zulo se abrió bruscamente, dejando que la luz entrara y la cegara. La silueta de su carcerlo se recortó contra la luminosidad del exterior.

- Vaya, mira lo que tenemos aquí - escupió con voz ronca, claramente divertido al verla incorporada en el jergón. Y añadió, con una voz que la estremeció por completo- Si puedes caminar, el capitán quiere verte.

[...]

Los Hilos del Destino VIII

martes, 20 de octubre de 2009

20 de Octubre:

Lady Jaina respondió a mi misiva, concediéndome el permiso que le solicité y accediendo a ayudarme en mi investigación en la medida de lo posible. Es un gran honor recibir el apoyo de Lady Jaina, protagonista de episodios tan cruciales para la historia de nuestro mundo.

Escribo desde el puerto de Menethil, a la espera de que llegue el barco que ha de llevarme a Theramore, donde Lady Jaina tiene su torre. Deseo fervientemente, dulce Elune, encontrar allí nuevas pistas o conocimientos que me ayuden a desentrañar este misterio.


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Los Hilos del Destino VII

sábado, 17 de octubre de 2009

17 de Octubre:


Estoy estancada, ya no encuentro más libros que puedan orientarme en mi búsqueda. Este humilde Bálsamo se siente impotente ante las fuerzas que recorren el mundo y que no entiende.

He escrito a Lady Jaina Proodmore rogándole acceso a su biblioteca privada que, según me consta, está exquisitamente surtida en asuntos de la Historia de Azeroth ysus misterios.

Es el único paso que se me antoja provechoso y si eso no resulta, no sé ya qué dirección seguir.

Asuntos Pendientes V

viernes, 16 de octubre de 2009

Por Imoen

Imoen se despertó sintiendo que le faltaba el aire. El eco de la voz de Liessel aún resonaba en su cabeza. Era ya la tercera noche que tenía la misma pesadilla y cada vez los detalles eran más vívidos y desagradables.

Aún no era noche cerrada, pero sabía que no podría volver a conciliar el sueño, así que se puso en pie y preparó sus cosas. Sobre ella, miles de estrellas comenzaban a titilar en el cielo de Trisfal. A lo lejos, las luces de Lunargenta empezaban a hacerse visibles entre los árboles. Al menos aquella zona estaba lo suficientemente al Oeste de La Cicatriz para poder considerarse segura. Repasó mentalmente los acontecimientos de los últimos días.

La visita al barco de Liessel nada más llegar de Rasganorte no es que hubiera sido muy afortunada, pero de todos modos pensaba hacerlo, con o sin pesadillas. En cualquier caso, no había sacado nada en claro. Para Zoë (Averil), Loraine no se salía de lo normal: pelirroja, ojos grises, joven, zurda...¡menudas pistas! Ese asunto tendría que esperar, aunque en su interior sentía que se le escapaba algo…

- Si Zoë no pensaba ya que estoy loca, la visita de la otra noche debe haberla sacado de dudas. – suspiró.

Imoen sacudió la cabeza para aclarar sus ideas, un gesto que últimamente repetía demasiado. No le gustaba. Le daba sensación de inseguridad. Estaba perdiendo facultades y eso era malo, sobre todo ahora que iba a…(a faltar a la promesa que le hiciste a Klode) infiltrarse en territorio enemigo. Cogió aire y lo exhaló lentamente intentando alcanzar el estado de relajación necesario para la tarea que iba a acometer. Pero no fue suficiente. Necesitaba algo más.

Lentamente, se quitó su ropa de viaje quedando desnuda. Entonces comenzó una serie de movimientos lentos y sinuosos, desplazándose sin emitir el más mínimo sonido. Poco a poco sus movimientos ganaron velocidad, sus manos hacía rato que habían adoptado una posición de combate y sus piernas se movían por inercia realizando una danza de la muerte más antigua que los maestros de los maestros de Imoen. Tras unos minutos, el ritmo fue decreciendo hasta que la joven se detuvo en una postura de defensa, con las piernas flexionadas y el cuerpo en perfecto equilibrio. Su cuerpo, perlado de sudor, brillaba a la luz de las estrellas, pero su respiración, esta vez sí, era suave y tranquila. Sólo entonces abrió los ojos, y esta vez su mirada tenía una firme determinación.

Tras refrescarse en un arroyo cercano, se vistió con la ropa oscura que usaba en las infiltraciones, recordando cuán distinta era de la que aquella vez había usado para infiltrarse en Entrañas con Liessel y los otros. Fue la última vez que la vio con vida. ¿Sería cierto que estaba viva? Eso fue lo que Rictus creía, lo que le dijo la bruja pero ¿sería verdad? Por lo pronto, localizar a Rictus había sido virtualmente imposible. Por lo que averiguó estaba retirado en algún lugar de Vallefresno, ciego…

Kronkar. El elfo se lo diría aunque se lo tuviera que arrancar a golpes. Un momento. ¿Se lo diría? ¿Y en qué lengua? Es un elfo de sangre, maldita sea, ¿hablará algún idioma que ella pueda entender medianamente? ¿Común quizás? Ella sabía algo de thalassiano ¿sería suficiente? Tal vez sí…o tal vez no. Encogiéndose de hombros mentalmente, se ajustó las espadas y se caló el casco hasta que casi le dolió. Esta vez no se quedaría sin sentido al chocar con una pared. No si podía evitarlo.

Poniéndose en pie, hizo un repaso mental de su equipo:

- Armadura lista y ajustada, armas en su lugar (ya las envenenaría llegado el caso), hilo de titanio para estrangular, su pequeña porra, partículas explosivas, guijarros para despistar, alguna poción por si la cosa se pone fea…parece que todo está como debe.

A estas alturas era ya noche cerrada. Mirando a su alrededor, comprobó que sus otras pertenencias estaban perfectamente ocultas y emprendió la marcha fundiéndose con la oscuridad. Lunargenta esperaba.

Desde las ramas de un árbol, un solitario búho fue el único testigo de su partida.

Asuntos Pendientes IV

Por Imoen

El cielo de Feralas estaba cubierto, pero las nubes eran rojas. Sola en el muelle, Imoen esperaba. A lo lejos, un barco se acercaba a puerto.

Miró a su alrededor y no vio a nadie. El mar, teñido del color de la sangre, bañaba en silencio la negra costa. Un mar sereno y liso como un plato que, sin embargo, la ponía nerviosa ¿No solía haber un goblin junto al muelle? Y el suelo, ¿siempre había sido de ese color? No lograba recordarlo. ¿Y por qué no había aves? Imoen se estremeció involuntariamente.

Algo llamó su atención. El barco se aproximaba a puerto. ¿Tan pronto? Sus velas, negras como la noche, colgaban inertes de los mástiles y, aún así, el barco seguía su curso. En silencio, el barco llegó a puerto y una escala apareció de la nada. La esperaban, pero ella no quería subir. No a ese barco. Allí dentro había algo maligno. Lo presentía.

Sus pies empezaron a deslizarse sobre la pasarela. Una fuerza invisible contra la que no podía resistirse tiraba de ella hacia el barco y antes de darse cuenta se encontraba en cubierta, mirando hacia el castillo de popa. El barco, que instantes antes se encontraba en la costa, ahora se hallaba entre ésta y el Bastión Plumaluna. El cielo, antes rojo, se había oscurecido progresivamente y el aire a su alrededor parecía ganar consistencia, como las alas de Trisaga en Azshara.

Entonces la vio. Sobre una plataforma al fondo de la cubierta yacía un cuerpo inerte que portaba la palidez de la muerte. Muy a su pesar, sus piernas la llevaron allí y pudo ver de cerca el pálido rostro enmarcado por el largo cabello rubio. Era Liessel. Pero no podía ser, Liessel estaba muerta y enterrada. Ella estaba presente cuando la lanzaron al mar…

El terror atenazó los músculos de Imoen cuando Liessel abrió los ojos y la miró.

- ¡No! ¡Moriste! Moriste en Entrañas. Ellos te mataron. Te enterramos, maldita sea.

Imoen intentó retroceder, pero sus piernas estaban clavadas al suelo. Intentó apartar la mirada, pero su cuerpo ya no le respondía, si es que alguna vez lo había hecho. Sin embargo, vio que Liessel sí se movía. Se acercaba (¿se acercaba?) a ella lentamente hasta que su rostro casi tocó el de ella. Al mirarla de cerca pudo apreciar que la carne había desaparecido en varios lugares de su rostro y que uno de sus ojos estaba vacío.

- ¡No! ¡Aléjate! Estás muerta. – gritó en su mente.
- ¿Estás segura de eso?

Liessel se alejó de Imoen y ésta se dio cuenta de que ahora era ella la que yacía en la plataforma. Con creciente terror notó como se deslizaba a un metro sobre la cubierta en dirección al mar.

- ¡No! ¡Haz que pare! ¡Por favor!
- ¿Por qué? No es tan malo, ya lo verás. Estarás otra vez con tu madre. Es lo que más deseas ¿no?

Imoen había sobrepasado la borda y se encontraba a escasos centímetros del agua, que parecía esperarla con impaciencia.

- ¡No quiero morir! ¡No así!

Silencio.

- Por favor…

El agua cubrió el cuerpo de Imoen, despacio, como los brazos de un amante, hasta que sólo asomó parte de su cara. Veía a Liessel observándola desde la cubierta. Extrañamente, su rostro parecía más vivo que nunca y sus ojos (¿no le faltaba uno?) la miraban fríamente.

- ¿Por qué, Liessel? ¿Por qué?
- Quiero que tú también lo veas, “chico”.

Chico…¿Cuándo había sido la última vez que Liessel la había llamado así? ¿Durante la batalla de Entrañas? ¿Era éste su castigo por haber llegado tarde? A pesar del terror que sentía y que nublaba su mente, se obligó a centrarse en lo que Liessel había dicho.

- ¿Ver? ¿El qué?
- Que no estaban, “chico”... no estaban... - ¿era tristeza lo que teñía su voz?
- ¿Quién no estaba, Liessel?
- …
- ¿Liessel?

Pero Liessel ya había desaparecido y una cacofonía de voces que parecían brotar del agua, llamándola, fue lo único que respondió a sus ruegos.

- ¡Liessel! – gritó presa del terror más primitivo.

Imoen se hundió y el agua se cerró sobre ella como la losa de una tumba.

Los Hilos del Destino VI

miércoles, 14 de octubre de 2009

14 de Octubre

La Biblioteca del Monasterio ha resultado ser la de más utilidad hasta la fecha. Tras recorrer durante todo el día sus galerías, he acabado encontrando otro libro que me ofrece nuevas pistas. Su título es "El Árbol del Mundo y el Sueño Esmeralda" y he aquí lo que dice:


[...]Ysera, la soñadora, también lanzó un hechizo sobre el árbol, vinculándolo a su propio reino, la dimensió etérea conocida como el Sueño Esmeralda, un mundo espiritual eternamente cambiante, existía más allá de las fronteras del mundo físico. Desde el Sueño, Ysera regulaba las mareas de la naturaleza y la evolución del mundo propiamente dicho [...] Los druidas de los elfos de la noche, influyendo al propio Malfurion, crearon un vínculo con el Sueño a través del Árbol Mundo. En un pacto místico, los druidas aceptaron dormir simultáneamente durante siglos para que sus espíritus pudiran recorrer las infinitas sendas del mundo de Ysera. Aunque los druidas sufrían ante la perspectiva de perder tantos años de sus vidas entregándose a la hibernación, mantuvieron desinteresadamente su pacto con Ysera. Pero el Sueño de Ysera tenía un terrible secreto que, en ese momento, no fue revelado por los dragones.



¿Un secreto?¿Qué clase de secreto? ¿Puede tener algo que ver con la infección de Averil? Esto es, hasta la fecha, la referencia más clara al Sueño que he obtenido. ¿Cabría la posibilidad de que Vesperion fuera un vástago del Árbol Mundo y que tal vez por ello las almas atadas a su espíritu, trascendieran el Sueño Esmeralda? Triste descubrimiento, ahora que Vesperion ha sido reducido a cenizas por los fanáticos del Caern Visnu...

Pero sigo sin saber cual es el origen de la infección ni como remediarlo, aunque me causa mucho más temor no conocer los efectos que puede llegar a tener en el débil cuerpo de una niña humana...

En los Confines de la Tierra II

lunes, 12 de octubre de 2009

Lunes 12 de Octubre del año 31 tras la apertura del Portal Oscuro:

El sol brillaba sobre Theramore un día más. El ambiente era tranquilo y apacible e incluso los soldados de la ciudadela hacían sus rondas sin prisas, entregados a amigables charlas, con las manos apoyadas descuidadamente en la empuñadura de sus espadas. En la estación de vuelo, los grifos dormitaban tranquilamente mientras tres figuras departían a la sombra de un toldo blanco.

- A Trinquete serán cuatro platas- dijo el Maestro de Vuelo Baldruc, mesándose la barba- más el suplemento del barco, siete.

Irinna asintió y metió con cuidado la mano en su faltriquera en busca de su bolsa. Entrecerrando los ojos, hundió la mano un poco más. Gaerrick se acercó a ella y le apartó un rizo rebelde del rostro.

- ¿La encuentras?

Irinna frunció el ceño y con ambas manos abrió la faltriquera para ver mejor. Al cabo de un instante chasqueó la lengua y se dio un golpecito en la frente con gesto despistado.

- La dejé encima de la mesita mientras hacía la maleta- dijo al fin- Quédate aquí con las cosas, iré a buscarla en un momento.

Besó fugazmente a Gaerrick y se alejó con paso vivo y alegre hacia la posada.

En la planta baja se respiraba tranquilidad, sumergida en la luz cálida de la mañana que se filtraba por las contraventanas cerradas. Era temprano y Lilian y Janene no habían llegado todavía, de modo que las mesas permanecían vacías, el fuego apagado en la chimenea y todas las jarras limpias apiladas en un rincón de la barra esperando el inicio de la jornada.
Con cuidado y llevándose la mano al costado para sujetar la tensión de los puntos, subió las escaleras y entró en su dormitorio, donde todavía, sonrió, flotaba como un rumor el aroma de Gaerrick. La bolsa estaba, como recordaba, sobre la mesilla de noche. Sonriendo por su despiste la cogió y tras comprobar que estaba todo el dinero, la guardó en la faltriquera y salió de la habitación. Tenía ya un pie en la escalera cuando escuchó un golpe sordo proveniente de una de las habitaciones. Frunció el ceño: aquella noche nadie había pedido pasar la noche en la posada.
Se volvió y se dirigió a la habitación de la que provino el ruido. La puerta estaba cerrada y aplicó cuidadosamente la oreja a la madera intentando percibir algo más. No, nada. Suspiró resignada, probablemente la brisa había agitado una contraventana mal cerrada. Iba a alejarse cuando oyó otro golpe, seguido de un gruñido. Esta vez sí, frunció el ceño y golpeó la puerta con los nudillos antes de abrir.

- ¿Hola?- inquirió mientras abría. La luz en la habitación era intensa y pudo ver, por la puerta entreabierta, como la ventana de la pared del fondo estaba abierta de par en par.

Abrió del todo. La habitación estaba vacía.

- ¿Qué...?- murmuró, y de pronto sintió una mano fuerte y callosa tapándole la boca, mientras un brazo rudo rodeaba su torso sin cuidado y tiraba de ella hacia atrás.

Gritó y se revolvió, intentando ver a su atacante, pero la sujetaban con fuerza y de nada valían sus golpes. Decidida a no claudicar tan pronto, mordió ferozmente la mano que le tapaba la boca y lanzó una patada hacia atrás, como le había enseñado Jonás, del destacamento.

- Un buen goolpe ahí- le había dicho con una sonrisa sardónica en el rostro- y te aseguro que estará doblado sobre sí mismo durante un buen rato.

Efectivamente, el hombre dejó escapar un gruñido ahogado y la soltó, momento que ella aprovechó para voltear su faltriquera como si fuera una honda y golpear la cabeza de su atacante con tanta fuerza que de pronto el aire se llenó de resplandecientes monedas y de su alegre tintineo. Saltó hacia adelante, como sir Varian le había enseñado para poner distancia entre ella y su contrincante, mientras su mente repasaba frenéticamente los recién adquiridos conocimientos sobre la lucha cuerpo a cuerpo. La herida del costado le palpitaba con intensidad, pero no le prestó atención, ni siquiera al sentir como saltaban los puntos y la sangre cálida se deslizaba por el costado, empapándole la camisa. Una finta, pensaba, un amago por la derecha y luego una embestida para empujarle por encima de la barandilla de la escalera. Su mente repasaba a toda velocidad los preceptos de la lucha marrullera de los puertos que tan alegremente había aprendido para disgusto del recto Varian.
Flexionó las rodillas para tomar impulso y de pronto sintió el lacerante dolor de unos dedos hurgándole en la herida abierta del costado. Gritó de dolor y las rodillas le fallaron, haciéndole caer al suelo. El dolor estalló en su mente y la hizo jadear, y cuando una mano húmeda de sangre la agarró del pelo y la levantó en vilo, apretó los dientes, con los ojos llenos de lágrimas e incapaz de articular un sonido.

- Vaya, vaya, vaya...- dijo una voz a su espalda, proveniente de la habitación, inconfundiblemente divertida- Caramba con la tabernera... Toda una gata...

Vio como su primer atacante se enderezaba, aturdido. Un hilo de sangre brotaba de una ceja partida y se estremeció de miedo cuando se acercó a ella con paso furibundo. Apretó los dientes, esperando el golpe, pero no llegó.

- Ya basta- restalló a su espalda la voz como un látigo- Ponedle una mordaza y al saco. Nos la llevamos.

Haciendo acopio de todas sus fuerzas se preparó para liberarse, pero antes incluso de que aquella idea acabara de tomar forma en su mente, la mano cruel volvió a hundirse en su costado y el mundo se desvaneció a su alrededor.


***

Gaerrick miró el reloj de la plaza y resopló.

- Iré a buscarla - se disculpó ante el impaciente maestro de vuelo, reprimiendo su propia frustración- Seguro que ha decidido coger algunos vestidos de última hora.

Corrió hacia la taberna con desenfado, tal vez, si la sorprendía en el dormitorio, podría arrinconarla contra la pared y ...

Dejó a su mente divagar con aquella deliciosa sensación de anticipación y entró en la posada.

- ¡Nos vamos a la selva, preciosa!- exclamó en voz alta mientras subía los escalones de dos en dos- ¡No a un jodido ba...!

Las palabras murieron en sus labios.
En el rellano, la faltriquera abierta yacía arrojada de cualquier manera, mientras en el suelo las monedas trazaban un mosaico ensangrentado a sus pies, como un rastro; un rastro que entraba en la habitación y desaparecía en la ventana del fondo, abierta de par en par.

Los Hilos del Destino V

12 de Octubre

Querido Gavilán:

Estoy en Forjaz ahora, la magnífica capital de los enanos. Su sobriedad es ejemplar, y pese a estar excavada en la roca, resulta acogedora y cálida, tal vez por la luz ambarina de la forja que parece llenarlo todo.

La biblioteca de la Liga de Expedicionarios es ejemplar. Grande, clara y ordenada, con volúmenes que daba por perdidos y que hace años que no ven la luz del sol.

He encontrado algunas referncias más claras al Sueño Esmeralda.


Eonar también bendijo a la hermana menor de Alexstrasza, la ágil dragona Ysera, con una porción de su influencia sobre la naturaleza. Ysera cayó en un trance eterno, atada al Sueño de la Creación. Conocida como "La Soñadora" , vigilaría las extensas áreas salvajes del mundo desde su verdeante reino, el Sueño Esmeralda.

Encomienda a los Vuelos




Es una pista, pero no es suficiente. Visitaré la Biblioteca del Monasterio Escarlata en Tirisfall y si no, temo que deba aventurarme en la hechizada biblioteca de Medivh.

Deséame suerte, Gavilán.

En los Confines de la Tierra I

sábado, 10 de octubre de 2009

10 de Octubre , taberna de Theramore.

La noche era tranquila y los últimos comensales se habían marchado ya, dejando la taberna en silencio, con el crepitar del fuego como única compañía. Lillian había mandado a Janene a casa y contraba el dinero de la caja, dispuesta a cerrar. De pie en la cocina, Irinna se afanó en secar las jarras, silboteando alegre, con la mente puesta en las inminentes vacaciones. Dos días más y estaría bañándose en las cálidas costas de Tuercespina, visitando antiguas ruinas y haciendo safari con Gaerrick. ¿Podrían entrar en Zul Gurub? ¿Y visitar la Arena de Gurubashi? También quería pasar por la isla de Yojamba, y tenía que preguntar por aquella mujer, Marie Lambeau, en la taberna de Bahía del Botín. Desde luego, serían unas vacaciones muy muy interesantes.

Perdida estaba en sus pensamientos cuando oyó pasos sobre el suelo de madera y oyó la voz de Lillian en la planta baja. Irinna escuchó distraidamente.

- ¡Buenas noches!

- Buenas noches sean.- respondió una voz familiar- ¿No hay clientes esta noche?

Pudo imaginarse a Lillian encogiéndose de hombros y sonriendo.

- Ahora tengo uno. ¿Qué le pongo para beber?

- En realidad espero a otra persona. ¿Cabría la posibilidad de disponer de alguna sala privada?

Escuchó el sonido de unas monedas pesadas deslizándose por la barra. La voz de Lillian cambió, a un tono más profesional y solemne.

- Por supuesto, capitán. Arriba, la tercera puerta a la derecha ¿Quiere que le suba algo para ir abriendo boca mientras espera? ¿Una jarra de ron, por ejemplo?

- Que sea vino mejor. Un tinto de crianza, si es posible.

- Como guste, capitán.

Los pasos se perdieron escaleras arriba.
Lillian se asomó a la cocina.

- Voy a subir una jarra y me marcho, Comadreja.

Irinna asintió.

- Buenas noches, Lill.

Nuevos pasos sonaron en la sala y Lillian volvió a su puesto.

- Buenas noches, señor ¿Puedo ayudaros?

La voz que respondió era tranquila y educada, con el acento característico del Reino de Ventormenta, ligeramente afectado.

- Buenas noches, señora. En realidad, espero a otra persona.

- Oh, si se refiere al Capitán, está arriba esperándoos. Subid, por favor. Es la tercera puerta a la derecha. - respondió Lillian, con una voz más solemne de lo habitual.- Enseguida os llevaré algo de beber.

- Muchas gracias.

Y los pasos se perdieron de nuevo escaleras arriba.

Irinna suspiró. Menudas horas para reuniones, entrada la madrugada. En fin, no era asunto suyo y los negocios como la taberna funcionaban mejor siempre que no se hicieran demasiadas preguntas. Oyó a Lillian subir las bebidas y se despidió de ella cuando volvió a asomarse a la cocina para desearle unas buenas noches. Luego guardó las jarras en el armario sobre la chimenea y, tras limpiarse las manos en el delantal, empuñó la escoba y salió a la sala.
Todavía le dolía el lanzazo del costado. Pese a las atenciones de Bálsamo Trisaga, la herida todavía no había terminado de cicatrizar y los puntos le tiraban, pero el dolor era más sordo que punzante y si no se forzaba, podía trabajar. Repasó la zona de la barra, apartando con cuidado las sillas, y luego la sala de la chimenea, donde tuvo que subirlas a las mesas para poder trabajar. Repasó cada rincón de la taberna con paciencia y esmero, procurando dejar el local en las mejores condiciones para el día siguiente.

Cuando terminó, su boca se abría involuntariamente con grandes bostezos. Sacó las llaves de la cajonera y se disponía a echar la llave cuando recordó que no sabía si los dos últimos clientes se quedarían a pasar la noche. Suspiró, no le hacía demasiada gracia interrumpir. Subió las escaleras lentamente, con cuidado de no saltarse los puntos del costado, pero al alcanzar el rellano, las voces la sobresaltaron: eran dos, y aunque no entendía lo que decían, sonaban claramente exaltadas. La idea de interrumpir se le hizo cada vez más inapropiada pero no podía dejar la taberna sin cerrar, ni dejarles encerrados dentro. Con cuidado de no hacer crugir ningún escalón, ascendió lo que le faltaba hasta la primera planta y de pronto el sonido de un fuerte golpe la dejó clavada en el sitio. Pudo ver que la puerta de la tercera habitación no estaba completamente cerrada. Tal vez por eso el sonido que llegaba al exterior era tan fuerte... Se oyó otro golpe e instintivamente, se pegó a la pared como si quisiera fundirse con ella y desaparecer. Al golpe siguió otro, y un gruñido. Una silla arrastró por el suelo con estruendo y luego cayó con estrépito. El corazón de Irinna se aceleró.

- Listo, muy listo, si señor.- dijo la primera voz que había oído desde abajo.- Pero ya deberíais saber, Conde, que no se puede jugar con Boney Boone sin salir perdiendo.

¿Boney Boone?¿En Theramore? No era posible, la guardia Theramore le hubiera apresado de inmediato, a menos que hubiera acudido disfrazado. Pero aquella era su voz, sin duda... Como si algo tirara de ella, se acercó lentamente y con sigilo a la puerta entreabierta, escuchando con atención.

- Qué curioso, Conde, que no hubiera ni rastro de la flota mercante de la que hablasteis ¿verdad?- siguió la voz del capitán- Seda de Quel´thalas, dijisteis, y un cargamento de especias de las Islas del Sur. ¿Cuales fueron vuestras palabras? Ah, sí... Una fortuna... Que se lo digan al navío de la Armada que apareció allí como por ensalmo, con una batería de treinta y seis cañones ¿Verdad, Conde?

Se oyó un golpe seguido de un quejido ahogado.

- Vete al infierno, Boone.- respondió la otra voz, teñida de dolor y ansiedad- Tarde o temprano te atraparan y te colgarán por todos tus crímenes, sucia escoria pirata.

Irinna escuchó el inconfundible y escalofriante sonido de una pistola al cargarse.

- Tal vez, Conde, tal vez. Pero hasta entonces, Boney Boone seguirá ganando y la gente como vos seguirá perdiendo. Y creedme cuando os digo que ninguna cama es demasiado alta para mí. El mundo pronto lo sabrá pero a vos os voy a condecer la exclusiva. Vos vais a comprobarlo esta noche, Conde.

Oyó la maldición del conde, sollozante y desesperado, y el paso tranquilo y medido del capitán.
Con el corazón latiendo desbocado en su pecho, Irinna trató de atisbar el interior por la rendija de la puerta. El capitán Boney Boone sostenía una gran pistola negra contra la nuca del otro hombre, que permanecía inmóvil, sentado de espaldas a ella.

- Respondedme a una pregunta, Conde.- dijo Boney Boone, con la voz teñida de victoria- ¿Habéis jugado a los dados en los confines de la tierra?

La detonación del arma casi la hizo chillar. Con el corazón saltando latiendo desbocadamente, retrocedió torpemente, con una mando tapándose la boca y los ojos tan abiertos que parecían a punto de salir de su órbita. Por un instante no vio nada más que el estallido escarlata del disparo, y temblando violentamente, retrocedió por el pasillo, intentando no llorar, hasta la puerta de su dormitorio, abierta. Aterrada, oyó la voz del capitán dando una orden que no llegó a escuchar, pero nadie salió de la sala. Retrocedió sin quitar los ojos de la puerta y entonces sintió una mano fuerte que le tapaba la boca y otra que la sujetaba con fuerza del brazo. Con la respiración pesada y el corazón latiéndole en la garganta, sintió como era conducida hacia su dormitorio arrojada dentro. Se dio la vuelta cuando oyó la puerta cerrarse a su espalda y entonces lo vio: en el pasillo, al otro lado del umbral, un hombre vestido de marino, con el rostro embozado por un pañuelo, se llevó el dedo índice a la altura de los labios, en evidente gesto de silencio.

Y luego, muy despacio, cerró la puerta y la dejó sola.

Los Hilos del Destino IV

10 de Octubre:

Mi buen Gavilán:

Llevo tres días encerrada en la biblioteca del Castillo Real de Ventormenta, buscando sin éxito alguna pista que me permita confirmar mi hipótesis en cuanto a la extraña infección que aqueja a Averil, pero lo único que encuentro son referencias vagas a otras obras que hace tiempo que desaparecieron.

El señor Trovald, el bibliotecario, parecía bastante molesto al constatar que no es su biblioteca la más completa de los Reinos del Este, y me ha remitido al Fondo Bibliotecario de la Liga de Expedicionarios de Forjaz, en Dun Morogh.

Mañana por la mañana cogeré un tren y seguiré investigando.

Asuntos Pendientes III

jueves, 8 de octubre de 2009


Por Imoen


Los altos troncos pasaban rápidamente a ambos lados del caballo mientras la bestia se esforzaba por mantener el ritmo endiablado que su jinete le imprimía. Sus ollares se expandieron al olfatear el agua que corría en un arroyo cercano mientras intentaba captar un poco de aire extra para no desfallecer. No habría descanso ni abrevadero hasta que llegaran a su destino. Ella no lo permitiría aunque reventara. Lo intuía.

De pronto, la cerrada vegetación clareó y un edificio, antes oculto por los árboles, apareció ante ellos. ¿Podría descansar aquí?

Como respondiendo a su pregunta, su jinete tiró suavemente pero con firmeza de las riendas, obligándole a frenar. Medio galope, trote largo…hasta finalmente detenerse en la posta. Descanso al fin.

Imoen descendió del caballo.

- No, Imoen no. – se recordó – Ahora soy Daala y estoy de buen humor. No lo olvides.

En realidad estaba hirviendo de ira, pero tiempo atrás aprendió a esconder su estado de ánimo, así que quien la viera la vería de buen humor, casi jovial pero sin exagerar. Entregó sonriendo las riendas a Ackerman rogando que lo cuidara bien y se dirigió al edificio principal.

Vestía su vieja ropa de viaje, cómoda y funcional. Se había recogido el pelo en una cola de caballo y llevaba un cuchillo de desuello sobre una cadera. Los retoques en su cara la harían irreconocible para alguien que no la conociera bien. El maquillaje exagerado quedaba descartado, así que tuvo que conformarse con desdibujar algunos de sus rasgos sin que fuera demasiado evidente.

Anderhol estaba ocupado pero la atendió en cuanto pudo. Tal y como había supuesto, el trato que recibió fue muy distinto de la última vez que estuvo por allí. Se presentó como enviada de El Gremio y no se sorprendió de que el jefe de forestales no supiera gran cosa de ellos. Sus asociados hacen su trabajo de forma discreta y eficiente, así que podías tener uno de sus artesanos junto a tu casa y no lo sabrías aunque sus productos fueran pagados a altos precios en la corte de Ventormenta. Al fin y al cabo, nadie es profeta en su tierra.

Anderhol le explicó que guardan un registro aproximado de la gente que vive por la zona, pero no es exhaustivo. Hay mucha gente que va y viene y en la zona no hay demasiados que quieran hacer trabajo administrativo, así que tendría que buscar ella misma y rezar para que hubiera información más o menos actualizada. El trabajo le llevó un tiempo pero encontró referencias a Loraine concernientes a la apertura de un taller y el alquiler de una cabaña.

Dejar cabos sueltos no era algo que Imoen soliera hacer, así que se acercó nuevamente a Anderhol y le preguntó por una enviada del Kirin Tor llamada Averil. Sí, alguien de la ciudad había estado por allí, pero eso era cosa de la milicia.

Tras una nueva espera y tras hacer uso de sus credenciales para evitar tener que explicar al militar por qué una civil requería tal información, el teniente Dumont le dijo, no sin reticencia, que el Kirin Tor manda habitualmente algunos agentes para investigaciones, aunque le sorprendió que mandaran a alguien tan joven. Brom se ofreció, por su amistad con los forestales, para encontrarle un guía. La elegida había sido Loraine Auburn, por ser más cálida que la mayoría. Aún siendo forastera se había hecho un hueco en la familia de forestales. A Dumont le había parecido bien la asignación. Fin de la historia.

El olor del bosque inundó las fosas nasales de Imoen cuando salió del edificio. Hacía tiempo que no se paraba a disfrutar de los pequeños regalos de la naturaleza y sólo se permitió ese pequeño capricho, apenas un par de bocanadas tomadas con deleite, dejándose llevar por las percepciones de sus sentidos: El trinar de los pájaros, el sol dibujando sombras caprichosas bajo los árboles, la brisa que mecía las ramas y pugnaba por liberar un mechón rebelde de su cabello, el olor a cuero curtido, piel recién desollada y carne asada... A pesar de los peligros que acechaban no demasiado lejos, aquel lugar tenía algo que invitaba a la paz.

- Tal vez algún día Klode y yo podríamos venir a pasar una temporada aquí. – se dijo – Podríamos construir una cabaña y vivir tranquilas llevando una vida sencilla. El aire puro le vendría bien a sus pulmones dañados y yo podría trabajar las pieles mientras ella escribe. Algún día, quizás algún día…

Imoen sacudió la cabeza con pesar. La promesa que le había hecho a Klode unas horas atrás empezaba a pesarle como una losa. Quizás se había precipitado, a fin de cuentas, aunque no era el momento de pensar en ello. Ahora tenía que ver a Loraine, pero antes pasaría a saludar a Brom. Cinco minutos más o menos no supondrían una gran diferencia y puede que averiguara algún detalle extra sobre Loraine. Brom le caía bien. Lo recordaba de anteriores visitas, cuando le había reparado pequeños daños en su equipo. Un hombretón alto y corpulento de inmensos brazos, cortés y trabajador. Un buen elemento. Imoen había pensado ofrecerle formar parte de El Gremio, pero dudaba que quisiera. Parecía ser feliz con el trabajo que realizaba allí. Con estos pensamientos, Imoen se dirigió a la fragua sólo para encontrarla vacía.

- Qué raro. ¿Dónde estará Brom?

Los pensamientos en voz alta de Imoen recibieron una respuesta inesperada.

- Se fue esta mañana.

Imoen se volvió hacia la voz y se encontró con el forestal del día anterior. Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no lanzarse a su cuello.

- Oh, vaya. ¿Dejó dicho dónde iba? Quería enseñarle mi cuchillo y que le diera un repaso.
- Un cuchillo de desuello ¿eh?
- Sí, no son tan buenos como los que usan aquí, ni yo tan diestra con él, pero cumple su función. En fin, tendré que dejarlo para otra ocasión, visto que Brom no está. No sabrás cuándo vuelve o a dónde iba ¿verdad? Lo de mi cuchillo puede esperar, pero una amiga, Averil, me pidió que le diera recuerdos…y también a Loraine. La muchacha pensará que no quise dárselos y la tomará conmigo.

El forestal se encogió de hombros.

- Se fueron temprano. Tenían unos asuntos personales que resolver. No dijeron ni dónde iban ni por cuánto tiempo. Aquí no somos entrometidos, así que no sé más que eso.
- ¿Se fueron?
- Sí, se fueron.
- …
¿Estás bien?
- ¿Eh? Oh, sí, perdona. Es que no sé qué decirle a Averil para que no se sienta mal. Es un primor, pero a veces un poco temperamental. En fin, gracias por todo.

El forestal contestó con un encogimiento de hombros y volvió a sus quehaceres.

¿Cómo podía alguien tratar de manera tan diferente a una persona sólo por una ridícula máscara? Se obligó a relajarse. La gente normal recela de los enmascarados, se recordó. El forestal no tenía la culpa de que Loraine se hubiera escabullido. Casi parecía como si quisiera esquivarla. Pero, ¿por qué? Sólo era una asociada más a El Gremio. Si no fuera porque su nombre le había llamado la atención al revisar las listas ni siquiera le habría dedicado más de unos segundos en su pensamiento. De acuerdo con que el nombre era el mismo que el de la esposa del capitán del diario, pero no creía que fuese la única Loraine Auburn en el mundo ¿no? ¿Y qué pintaba Brom en todo esto? Imoen reprimió un escalofrío. Todo este asunto cada vez le gustaba menos.

Acercándose a Vana, pagó por un trayecto en grifo hasta Valgarde. Tenía que hablar con Zoë. Tal vez la muchacha supiera algo de Loraine que ella ignoraba y, si Angeliss le había dicho la verdad, sabía exactamente dónde encontrarla.

El rumor de las olas chocando contra el casco se sumó a los crujidos de la madera y los pasos en cubierta. Aún tumbada en su catre, Imoen sabía que el barco pasaba en esos momentos a escasa distancia de las enormes paredes del Fiordo Anquilonal, que los conduciría a mar abierto. Mientras el barco tomaba rumbo a Menethil, Imoen se sumió en un sueño intranquilo.

Los Hilos del Destino III

miércoles, 7 de octubre de 2009

7 de Octubre:

El pasado es como una red tan fuerte y persistente que resulta imposible escapar de ella. Es vertiginosa la velocidad a la que nos alcanzan las sombras que creímos dejar atrás, como surgen en los resquicios más frágiles de nuestro presente.

Hoy la dulce Pristinaluna y Razier el silencioso aparecieron en el umbral de la enfermería, donde me afanaba en la última guardia para los heridos del ataque de cuatro días atrás. No hizo falta que dijeran nada, en su mirada la urgencia y la preocupación lo decían todo, y el lazo que brotaba de Pristinaluna hacia el Este me dijo lo que necesitaba saber.

La joven Timewalker, que descansaba en la enfermería, percibió que algo no marchaba bien y se ofreció a llevarnos haciendo uso de sus portentosas llaves. ¡Ah! ¡Qué delicioso el gesto de sorpresa de nuestros escoltas cuando la muchacha nos pidió que entraramos en la alacena! Y que valiente la joven Irinna, desvelando su secreto por salvar a la que sabe que es la esperanza de un mundo perdido...


Zoe Sueña.

Ya lo sospeché cuando Angeliss me habló de los sueños que Averil le contaba, del mismo modo que temí por su vida cuando habló del interés que la joven despierta en los druidas. Pero lo que vi anoche está más allá de cualquier suposición que este humilde Bálsamo pudiera hacer. La pobre criatura deliraba, presa de fiebres y violentos sollozos, y en su brazo, como una infame flor roja, una herida abierta por la que asomaba el hueso, manchaba de sangre las sábanas y su piel pálida. Angeliss esperaba junto a ella, con el rostro desencajado de preocupación, sabiendo que no podía haber sido él el causante de la herida, pero aún así aterrado por la posibilidad...

Zoe estaba tan alterada como si hubiera mirado a la Muerte a los ojos. Se lamentaba y lloraba por la muerte de alguien que apareció en su sueño, y temblaba violentamente, presa del más absoluto terror. De haber permitido que los recuerdos siguieran atormentándola, hubiera acabado perdiendo la razón, siendo frágil como es su mente. Y lo que vi... ¡Ah Dioses! ¡Pobre criatura!

Ahora lo sé, porque lo he visto. Zoe duerme el Sueño Esmeralda como lo hizo su madre antes que ella, cuando tenía el alma atada a Vesperion. Qué maravilloso y terrible descubrimiento, porque sus visitas al reino onírico de Ysera no han sido contadas, ahora lo sé, sino que se desenvuelve en el sueño como si hubira nacido en él...

Ahora sé que lo hizo. Ahora lo he visto. ¿Qué puertas podría tener el Sueño Esmeralda para una criatura que ha vivido en él desde que flotaba en la oscuridad del vientre materno? Ah, Elune... ¡Qué milagro!

Sin embargo, pese a la maravilla de este descubrimiento, de la delirante belleza que pude atisbar a través de su sueño, hay peligro oculto en el Sueño. La herida del brazo, el hueso roto, no provienen del mundo de Ysera, sino de algo mucho más oscuro... Temo por la vida de la joven Zoe: si no consigo identificar el origen de su infección, temo que pueda alcanzar su corazón o su mente y perderla para siempre en los delirios de se pesadilla...

Tengo que buscar, he de investigar...

Asuntos Pendientes II

Despertó de pronto, tomando una gran bocanada de aire, como si hubiera estado aguantando la respiración. Notaba el pelo empapado en sudor pegándose a su rostro y espalda, y el corazón acelerado. La luz de la luna filtrada entre las ramas entraba por la ventana y tan solo el ulular ocasional de un buho rompía la quietud de la noche. Respiró hondo y, como si el aire llegara a su alma, la pesadilla se desvaneció por completo.

Se volvió hacia Brom, temiendo haberle despertado, y le encontró mirándola fijamente, con la luz de la luna reflejándose en sus pupilas, recostado sobre la almohada.

- ¿Una pesadilla?- inquirió, con la voz ronca a causa del sueño.

Asintió en silencio, intentando calmar a su corazón, que ya no recordaba por qué latía tan deprisa.
Brom se incorporó en la cama y le apartó con suavidad un mechón de cabello que le caía sobre el rostro.

- ¿Estás bien?- su voz llevaba un leve atisbo de preocupación que la enfureció.

Se levantó de la cama, presa de una repentina ansiedad, y se dirigió a la ventana. Fuera, el bosque dormitaba apaciblemente y le infundió serenidad.

Brom la miró desde el lecho. Hacía tiempo que había comprendido que había claroscuros en aquella mujer, zonas de sombra en las que todavía no tenía permiso para entrar. Esperaría. Contempló su silueta recortada contra la luz de la luna en la penumbra de la cabaña y sintió que pese a todo, se sentía afortunado por tenerla a su lado.

- Lo siento- la oyó decir desde la ventana, sin volverse.

Sabía lo difícil que era para ella pronunciar aquellas palabras, de modo que se levantó de la cama en silencio y se acercó sin una palabra. Posó las manos curtidas en la cintura firme y la atrajo hacia sí, sin volverla. Ella no se resistió.
Con suavidad apartó la larga melena cobriza, dejando que se derramara por encima de su hombro, y hundió el rostro en su cuello, permitiendo que su aroma le embargara: olía a cuero y a lluvia, y a tierra despúés de la tormenta, una orquesta de olores sublimada por el inconfundible perfume de su piel.
Depositó un beso como una caricia en la suave piel de la clavícula y sintió como se estremecía. Aquello le bastó y sintió como la excitación hacía presa en él. Acarició su cuerpo con suavidad por encima de la camisa, memorizando cada curva y cada recodo, percibiendo el estremecimiento de su piel, y la liberó embelesado cuando ella tomó los bordes de su camisón y se lo sacó lentamente alzando los brazos, exponiendo los pechos marfileños, antes de volverse hacia él con los ojos brillantes, envuelta en aquel aura de luz pálida en la penumbra.

Se bebieron el uno al otro con la mirada, fijando en sus pupilas el cuerpo amado desnudo bajo la luz de la luna y se entregaron con gentileza, sin urgencias, alargando cada caricia y cada instante como si con ello pudieran llenar la eternidad. Y cuando por fín yacieron exhaustos y triunfantes y aquella deliciosa sensación de languidez hacía presa en ellos, se recostaron sobre la cama, entrelazandos las almas y los cuerpos, y todo estuvo bien.

Sintiéndo como poco a poco el sueño le invadía, Brom alargo una mano y trazó, una a una, aquellas cicatrices que había aprendido a amar y que decoraban el cuerpo que yacía a su lado como un mosaico de plata.

- Por cierto- murmuró somnoliento sin dejar de trazar surcos de plata en su piel- vino alguien preguntando por tí. Tu jefa, Daala. Al parecer tenía asuntos que tratar contigo.

No había terminado de pronunciar la frase cuando sintió como su cuerpo se tensaba y un muro inquebrantable caía entre ambos. Los ojos de Loraine se entrecerraron y la mujer se enderezó de pronto, saltándo de la cama para comenzar a dar vueltas por la cabaña con la ansiedad y la peligrosidad de una bestia enjaulada.

Loraine sintió que enloquecía, desaparecida toda languidez. Los abominables recuerdos de su retorno estallaron en su mente como un coro de voces apremiantes, formulando preguntas que no tenían respuesta. La habían encontrado, su opotunidad de olvidar se había esfumado, atándole de nuevo unos recuerdos que había tenido que arrancarse a mordiscos para sobrevivir. De pronto la cabaña se le antojó asfixiantemente pequeña y, nerviosa se encaminó hacia la puerta. Al abrirla, el frío de la noche mordió su cuerpo desnudo, arrebatándole el aire de los pulmones.
Oyó a Brom pronunciar su nombre, alarmado, pero no le prestó atención. Permaneció en la puerta unos instantes, dejando que el frío aplacara su ira y desmoronara el precario castillo de naipes que era su vida.
Cerró la puerta con cuidado y caminó hacia la ventana sin mirar a Brom, para acurrucarse en el alfeizar, como un duende, con la mirada perdida.

Brom miró a la mujer que amaba, frustrado por su impotencia para entenderla, para ayudarla...

- Loraine - dijo, pero no sabía como seguir. Solo quería que le mirara, que supiera que pasase lo que pasase, él seguía allí.

La mujer en el alfeizar le devolvió una mirada desconocida.

- No me llamo Loraine.

Se habían terminado las mentiras.

Una máscara cayó al suelo.

El Sueño

martes, 6 de octubre de 2009

Como una esmeralda radiante, el bosque resplandecía bajo el cielo azul cobalto y el sol del mediodía le calentaba la espalda como una caricia infinita, llenando su cuerpo de una extraña serenidad. A sus pies, el mundo transcurría vertiginosamente, teñido de un verde tan intenso que cegaba y que alcanzaba hasta allá donde abarcaba la vista, y el murmullo del bosque era como el rumor del río atravesando el aire hasta ella. Gorgeó de placer y descendió casi en picado hacia la espesura, sintiendo el delicioso tirón del viento y, aprovechando una corriente de aire caliente proveniente de la espesura, se deslizó en el camino que el viento le trazaba, con las alas desplegadas invadida por una insospechada sensación de libertad.


Agotada, Averil se acomodó sobre el pecho de Angel y siguió durmiendo.


Cuando la corriente caliente se diluyó dejando paso al aire frío, escoró hacia el oeste, trazando una inmensa curva en el cielo, y descendiendo, acercándose cada vez más a las copas de los árboles que pugnaban por conquistar el cielo. Sintió las hojas consquillearle en las plumas conforme se internaba en la espesura. Esquivó las ramas, se posó en una tan fina como un meñique y contempló con sorpresa un reptil que descansaba sobre la madera. Tenía el cuerpo compacto, con unas patas gruesas terminadas en pequeñas garras, y los ojos como insertados en sendos conos, capaces de orientarse en distintas direcciones. Se acercó al reptil hasta poder distinguir cada escama de su piel del color de la madera ¿No había sido verde cuando le había visto la primera vez? Con dos breves saltitos, se acercó un poco más, pero el reptil se mantuvo inmóvil y cada vez más pardo. ¿Más pardo? Extendió una pata fina como la más fina de las ramas y trató de alcanzarlo, pero era demasiado corta.
Sacudió un poco las plumas, pero el lagarto no se movió. Estaba tan inmóvil y su mimetismo con la rama era tal que de no saber que estaba ahí, lo hubiera pasado de largo. No se movía, no parecía respirar siquiera. Volvió a alargar una pata, pero seguía estando demasiado lejos y chasqueó el pico con impaciencia. Nada, no se movía y, aburrida desplegó las alas azul zafiro y se deslizó hacia la espesura que esperaba más abajo.

Jugueteaba con una nueva masa de aire caliente cuando algo atrajo poderosamente su atención y escoró hacia allí trazando un arco de color con sus plumas. Un destello verde entre las hojas y luego un rumor como el de las olas en los acantilados. Sí, sí, sí. Interesante, interesante. Se acercó un poco más. De nuevo el destello y, mientras esperaba el rumor que lo acompañaba, una fuerte corriente de aire la desestabilizó, lanzándola unos metros más allá y estrellándola contra un grueso tronco.

Con un breve espasmo, Averil gruñó en sueños.

Tardó unos instantes en conseguir que todo dejara de dar vueltas y solo cuando sus patas la sostuvieron y pudo mantenerse en posición vertical gracias a las alas entumecidas, volvió la vista hacia el lugar del que había llegado la bocanada de aire y lo que vio superó con creces la delicia de las cabriolas en el cielo limpio y el interés cualquier reptil de sorprendentes aptitudes.

Un ojo inmenso del color del cobre más intenso la espiaba somnoliento desde la espesura, como si alguien hubiese engastado una inmensa joya en el seno del bosque. La pupila vertical se contrajo con interés y un párpado escamoso y verde como el jade descendió con pereza, cubriendo por un instante el destello ambarino antes de retirarse de nuevo. Sobrecogida hasta lo más profundo de su pequeño ser, contempló como el inmenso cuello surgía de la espesura trazando un arco sublime: era grueso como un tronco y tan largo que, cuando estuvo totalmente erguido, revelando los poderosos músculos que yacían bajo la piel, hubiera podido pasar por un árbol de ensueño en un bosque de esmeraldas. Contempló, fascinada, como tras aquella majestuosa columna, el inmenso cuerpo del dragón, de un verde imposible, surgía de la espesura, quebrando ramas y arrastrando con él cientos de tallos que parecían abrazarlo y que se partían con un chasquido sordo y tierno como un gemido. Una poderosa pata, sólida como la piedra y cubierta de escamas, se alzó un instante, revelando la terrorífica garra, con uñas tan grandes como ella misma, antes de posarse de nuevo estruendosamente. El cuerpo gigantesco se irguió ante sus ojos y pudo contemplar la majestuosa figura del dragón alzarse con toda majestuosidad.
A su alrededor despertó un coro de chillidos indignados y asustados que se alejó rápidamente en pos de lugares más seguros. Se dio cuenta de que temblaba, de que una voz en su interior le advertía del peligro y la conminaba a marcharse todo lo deprisa que le permitieran sus pequeñas alas antes de que fuera tarde, pero su fascinación, su temor reverencial ante aquella magnífica criatura era tal que le impedía moverse. Era tan hermoso... Tan terrible...
Una sombra se cernió sobre ella, haciéndole salir de su estupor. Con un susurro imposible para algo tan grande, el ala descendió provocando otra corriente de aire tan potente que se vio de nuevo arrojada hacia atrás con fuerza. Esta vez no había tronco que frenara su descontrolado vuelo de modo que luchó agitando las alas frenéticamente hasta que, con un chillido de victoria, consiguió estabilizarse, varios metros por encima de la corriente. Un crugido, un rugido y el cuerpo del dragón desapareció de su vista, elevándose entre las ramas para dejar atrás la prisión esmeralda del bosque.

Dormido, Ángel estrechó a Averil con los brazos, en un intento inconsciente de aplacar los latidos del desbocado corazón que latía bajo su piel, martilleando con insistencia contra su costado.


Ascendió tan rápido como pudo, sorteando las ramas que obstaculizaban su camino al cielo, sin importarle los arañazos en las alas ni la caricia de las hojas que tanto le habrían deleitado en cualquier otro momento. La subida fue interminable, y cuando por fin dejó atrás el bosque y se encontró volando muy por encima de la espesura, revoloteó desorientada, tratando de encontrar al inmenso dragón que parecía haber sido engullido por el bosque.
La inmensa cabeza, coronada de cuernos emergió de la nada, abalanzándose sobre ella , y con un chillido de terror, retrocedió frenéticamente varios metros antes de ser embestida por la poderosa mole del dragón. La gigantesca criatura, ajena a todo, agitó las alas creando un nuevo remolino, que la zarandeó con crueldad, dolorida, antes de que consiguiera estabilizarse de nuevo, y emprendió su vuelo, lento y pesado hacia el sol que se ponía allá, tras las montañas del horizonte. Aturdida unos instantes por el repentino atropello, se vio de nuevo carcomida por la curiosidad. ¿Donde iría aquella maravillosa criatura? Y con insensata decisión, emprendió el vuelo en pos del dragón.

Se mantuvo a una distancia prudencial, lo suficientemente alejada para no ser zarandeada por las turbulencias provocadas por las alas, pero lo suficientemente cerca como para poder estudiar con atención a aquella mangnífica criatura de vuelo indolente. Era grande, inmensa incluso en el vacío del cielo de poniente, y el verde centelleante de sus escamas parecía reflejar, como las facetas de un diamante, la luz del crepúsculo creando una visión de sobrecogedora belleza. Escamas marfileñas, bañadas por la luz del sol, jalonaban de oro la espalda del dragón desde la testa hasta la punta de la descomunal cola, que oscilaba a modo de timón en la navegación celeste de aquella criatura de ensueño, y pudo comprobar, no sin sorpresa, que igual que su propio vientre presentaba plumas más claras que el resto del manto, el vientre del dragón era blanco, igual que la tierna piel interior de las inmensas alas. Se demoró un instante más, fijando en sus pupilas aquella maravillosa estampa, antes de verse sorprendida por un pensamiento osado, revestido de un sentimiento de aventura.

Con cuidado, se acercó al dragón, sorteando ya con más destreza las turbulencias que creaba, hasta situarse algo por encima, detrás de las alas. Como supuso, sintió un fuerte tirón y de pronto se vio arrastrada por la inercia de aquella mole que surcaba el aire, creando una corriente suave pero constante que le permitió deslizarse en un vuelo pausado que no requería esfuerzo, planeando con las alas desplegadas, percibiendo el cosquilleo del aire en las plumas. El dragón no le prestó atención, dudaba que la hubiera visto siquiera, y de esta guisa se dirigieron a la puesta de sol mientras el cielo se teñía de malva y ámbar, como si un ente supremo hubiera prendido fuego a las nubes.

Cuando la oscuridad se alzó por el este, cerniéndose sobre el bosque como un manto cuajado de estrellas y ya solo se apreciaba una luz anaranjada tras el arco de las montañas, el dragón viró hacia el norte y con él, su improvisada pasajera. Aunque el vuelo era pesado, lo que antes le había parecido un avance lento, comprendió que no hubiera podido mantener aquel ritmo con sus propias alas, y mientras el dragón y sus corrientes la transportaban en su viaje, se entregó a las delicias del viento caracoleante ciñendo su cuerpo con suavidad.

Cuando aquella indolencia comenzó a sumirla en un somnoliento abandono, un gruñido proveniente del dragón la sobresaltó. De pronto se vio lanzada en picado hacia abajo, siempre cabalgando las corrientes, hacia un punto donde, pudo apreciar, el bosque se oscurecía de un modo siniestro, como tiñendo de una negrura antinatural el cielo circundante. ¿Qué era aquello? El propio dragón parecía acerse la misma pregunta, puesto que al llegar a aquella zona, sobrevoló el lugar trazando circulos intranquilos, con el cuerpo tenso y, pudo apreciar, dispuesto para la lucha. Su pequeño cuerpo se llenó de pavor. Quiso alejarse, chilló y batió las alas para salir de la corriente, pero por los cambios de rumbo y la velocidad recién adquirida de la bestia, se vio atrapada por las turbulencias y comprendió que, quisiera o no, descendería a aquel lugar de pesadilla, arrastrada por sus actos inconscientes.

Durante el descenso, al llegar al borde vertical de la espesura, comprobó angustiada que allí la vegetación estaba marchita y podrida, que cada hoja, brote y tallo presentaban unas vetas oscuras que parecían aprisionarlos con una fuerza estranguladora. Su mente chillaba, su sentido de la alerta bramaba que tenía que salir de allí, pero no había manera. Luchando por mantener la estabilidad en aquella tormenta de corrientes, recibió de pronto un fuerte golpe y el mundo desapareció a su alrededor.

Cuando abrió los ojos estaba en tierra. Sentía su pequeño cuerpo magullado y dolorido, y agitó con suavidad las alas para comprobar su estado. Le dolían, pero no parecía grave, sin embargo era incapaz por el momento de levantar el vuelo para salir de allí. Miró a su alrededor: por todas partes la vegetación presentaba aquel aspecto necrosado y corrupto y multitud insectos oscuros de aspecto quitinoso recorrían la tierra agotada y muerta. Sobrecogida por el miedo, se alejó de allí con breves saltitos tratando de orientarse o de, al menos, encontrar al dragón, junto al cual de pronto se le antojaba la posición más segura. Recorrió con sus cortas patas quien sabe qué distancia, y cuando le pudo la desolación y estaba dispuesta a dejar de intentar salir de allí, un familiar rugido surgió de algún lugar a su izquierda y, con renovado valor, se encaminó en aquella dirección en pos del dragón.

Atravesó aquel bosque ennegrecido y terrorífico, sintiéndose observada con malevolencia, pero no desistió y continuó avanzando hasta que, tras cruzar un último umbral de árboles muertos, llegó a un claro.

Y entonces, el terror absoluto.

De un inmenso roble de tronco podrido y ramas muertas, entre cuyas raíces se abría una negra grieta de la que parecía provenir toda la negrura, surgía una marea de criaturas lobunas aterradoras que, gruñendo y haciendo amenazadores aspavientos con las garras, se abalanzaban contra el dragón, que a dos patas en el claro, ora las abatía con las poderosas garras, ora las despedazaba con los dientes. Eran cientos, miles, y clavaban sus garras y sus dientes en los flancos del dragón, que rugía con rabia, incapaz de bloquear los ataques de todas ellas.
Se encogió de miedo y trató de ocultarse tras un árbol caído y podrido cuando de pronto uno de aquellos inmensos perros se abalanzó sobre ella con un gruñido hambriento. Una inmensa garra verde esmeralda surgió de la nada y se abatió sobre la bestia, aplastándola contra el suelo con un gañido y un desagradable crugido, y de pronto oyó una voz en su mente, poderosa y amenazante.

"Márchate" dijo el dragón.

Quiso obedecer, lo intentó con todas sus fuerzas, pero el terror le impedía mover las alas, la ataba al suelo como una presa tenaz. Trató de hacerse pequeña, encogerse hasta desaparecer, trató de hacerse invisible a los ojos de aquellas bestias, pero sus ojos no podían apartarse de la criatura que yacía aplastada a escasos metros delante de ella. No era un lobo. No era nada que hubiera visto antes. Era tan alto como un kodo, y aunque su cuerpo estaba cubierto de pelo y su morro alargado y provisto de colmillos recordaba al de un lobo, aquella criatura estaba más allá de cualquier descripción. Su mente le gritaba que aquello no podía existir y tenía la poderosa impresión de que algo mucho más grande y mucho más aterrador, una fuerza innombrable y maléfica, había intentado parecerse a un lobo. Pero no lo era, era una pesadilla en la piel de un lobo atroz.
Con un gemido sobrecogedor, el dragón se derrumbó sobre las patas delanteras, cubierto de aquellas bestias que lo desgarraban con los dientes. Las alas estaban rasgadas y sanguinolientas, y había perdido la fuerza para poder levantar el vuelo y alejarse de allí, sucumbiendo a los mordiscos corruptores de aquellas bestias. Se debatió, intentó arrancárselos con las poderosas mandíbulas, pero en el momento en que giró el colosal cuello hacia su flanco, uno de aquellos lobos se lanzó sobre él y clavó garras y dientes que atravesaron la piel escamosa, bañandolo en sangre caliente. Intentó resistir desesperadamente, pero las fuerzas le huían por aquella miriada de heridas y sobretodo por el atroz tajo en el cuello, y después de unos instantes de agónica lucha, con un gemido aterrado, el dragón se derrumbó por completo, despertando un aullido triunfal entre las bestias que lo devoraban.

Un último pensamiento llegó a su mente enloquecida de terror y de pena como una caricia, débil y ya muy lejana.

"Márchate"

Como si aquel aviso hubiera sido pronunciado en voz alta, sintió de pronto todas las miradas, amarillas y maléficas, volviéndose hacia ella con divertida crueldad. Una a una las bestias abandonaron a su presa saltando al suelo y, agazapadas, arrastrando el vientre por el suelo, comenzaron a avanzar hacia ella.
Intentó salir corriendo, intento agitar las alas, desesperada por lo inminente de aquella muerte atroz, pero permanecía inmóvil, su cuerpo aterrado se negó a reaccionar, y encerrada en aquella prisión que era ella misma, sintiéndo el corazón martilleando con fuerza desesperada en su pecho, cerró los ojos y esperó el final.
Sintió una garra poderosa y cubierta de pelo, empapada en la sangre cálida del dragón, cerrarse entorno a su cuello, asfixiándola. Se debatió histérica, chilló y trató de arañarla, de liberarse, pero la presa era inquebrantable. Y de pronto, el dolor lacerante de unos colmillos en el ala, un crugido sobrecogedor y la sangre propia empapándole las plumas.
Rota.
Sintió la presa de la mandíbula en su cuerpo, los colmillos clavándose en ella con crueldad, y sintió como la bestia la zarandeaba, presa en su boca, en un maléfico juego final. Se quedó inmóvil, ya no había escapatoria posible. Sin embargo, cuando la conciencia huía de ella, percibió una conmoción en las bestias hambrientas que se acercaban. Sintió como la presa cedía levemente, sin soltarla. Abrió los ojos, le pesaban los párpados, y entre nieblas, a su derecha, vio saltar desde la espesura a un magnífico felino de manto denso y moteado, que se arrojó contra las bestias como una exhalación, desgarrando cuellos, esquivando los golpes con una gracia infinita y llenando su corazón desfallecido de una renovada esperanza y una fuerza desconocida que la impulsó a luchar. Y aquella lucha frenética por la supervivencia la embargó por completo.

Angeliss despertó sobresaltado por aquel grito agónico y vio, sobrecogido, como Averil se debatía en la cama, agitándose como si pelease con un enemigo invisible. Se lanzó sobre ella, intentando sujetarla, despertarla de aquel sueño terrible, pero la muchacha gemía y pataleaba, presa del más auténtico terror. De pronto, un reflejo rojizo atrajo su atención y con gesto firme, sujetó los brazos de la muchacha contra la almohada. Sangre, sangre en las sábanas, sangre en su brazo, doblado en un ángulo antinatural. La angustia repentina de haber sido él, de haberse transformado durante el sueño, le llenó de pavor. Aflojó la presa. No, no podía ser él, ya no...
- ¡Joder!
Sintió de repente un dolor ardiente en el rostro y cuatro trazos sanguinolientos brotaron de su mejilla.
- Mierda.
Con decisión sujetó la mano que acaba de herirle y bloqueó sus piernas, que siguieron luchando por liberarse.
- ¡Averil!- llamó, pero la joven siguió gritando con aquella angustia terrorífica, con el rostro salpicado de sangre y los ojos abiertos en un gesto de horror absoluto y llenos de la certeza de la muerte.- ¡Averil!

Chilló de nuevo y se agitó, sujeta todavía por los infames colmillos, embargada por el terror, pero la presa no se soltaba.
¡Ahora! susurró el irbis en su mente.

Averil dejó de debatirse. Aterrado, Angeliss vio sus ojos abiertos y vacíos mirando al techo, el brazo roto y la herida abierta, la camisa empapada en sudor. Pero inmóvil. Inmóvil. La soltó.
- No...-gimió- No, no, no, no, no, no...

Un parpadeo. El tiempo se detuvo. Otro parpadeo y de pronto los ojos vacíos se llenaron de vida y reconocimiento. El tiempo regresó y de pronto, tan rápido que ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar, Averil se abalanzó sobre él y le ciñó con los brazos, abrazándole con tanta urgencia y desesperación como un náufrago se aferra a la última tabla, con las manos crispadas, temblando violentamente y sacudida por unos sollozos aterrados y cargados de angustia. Todavía sobrecogido, Angeliss reaccionó y la rodeó con los brazos, estrechándola con fuerza contra sí, tratando de aplacar sus temblores. Podía sentir el corazón desbocado en su pecho, sus lágrimas empapándole el hombro, la terrible magnitud de su pavor.
- Ya está... ya está...- susurró en su oído con una suavidad infinita, impotente. Le acarició el cabello empapado en sudor.- Ya está...

Con mucho cuidado tendió una mano hacia el comunicador que yacía en la mesita. Se lo llevó a los labios, sintiendo como entre sus brazos, los temblores de Averil arreciaban

- Que alguien llame a Bálsamo Trisaga- dijo la voz de Angeliss por el comunicador aquella madrugada- Necesitamos un médico.

***

El sol naciente saludó a un nuevo día en Menethil.
En la cama, Averil dormía, todavía con el camisón empapado y manchado de sangre, pero habían decidido dejar que descansara antes de volverla a despertar. Bálsamo Trisaga le apartó el cabello de la frente sudorosa y depositó en ella un beso cargado de ternura. Sentado junto a la ventana, Angeliss suspiró agotado y aliviado, con el terror de aquella noche como un recuerdo lejano. Bendita fuera Trisaga, bendito fuera su don...
Había llegado tan rápido... Había aparecido en la puerta del camarote, escoltada por Pristinaluna, con el hermoso rostro preocupado y los ojos tristes, y Razier, siempre silencioso con el ceño fruncido tras el antifaz, seguidos por la discreta silueta de Irinna, que sujetaba su manojo de llaves contra el pecho con gesto angustiado. Ahora entendía cómo habían llegado tán rápido. Bendita fuera, benditos fueran todos ellos.
Se habían marchado ya, conscientes de la gravedad de la situación y de la concentración requerida por Bálsamo Trisaga para aquella prueba. Probablemente estarían esperando noticias en la taberna del puerto.
- Deja que duerma.- la voz tranquila y agotada de Bálsamo Trisaga le sacó de su ensimismamiento. Levantó la vista para mirar a la sacerdotisa Kaldorei.- Ahora duerme un sueño sin sueños que le será de gran ayuda para la recuperación que le espera. Cuando despierte, no recordará nada.
Asintió.
- Angeliss, ese mordisco...- el mago frunció el ceño, dispuesto a protestar, pero la sacerdotisa alzó una mano, pidiéndole que le dejara continuar- No me gusta, no me gusta nada. He hecho lo que he podido y he recompuesto el hueso partido, pero la herida está enconada y ninguno de mis remedios ha podido eliminar la infección. Es una enfermedad que desconozco, pero intuyo de donde proviene.

La sacerdotisa suspiró. Profundas ojeras bajos sus ojos de luz revelaban la intensidad del trabajo llevado a cabo aquella noche.

- Tendré que marcharme - continuó- Tengo que investigar para encontrar una solución. Tiene que haber alguien que sepa como ayudarnos con este mal. Te he dejado preparados unos bálsamos que deberían aplacar la fiebre y contener la infección, pero no sé por cuanto tiempo. Vigila su herida y procura que no mueva el brazo en unos días. Volveré con una cura.

Suspiró de nuevo y miró a Averil, profundamente dormida.
- Quien sabe a qué sueños se entrega envuelta en la magia de Finarä- susurró para sí- Quien sabe cuanto tiempo más será sagrado este robledal para los druidas.

Alzó la vista y le miró de nuevo.
- Ve y descansa, Angeliss, yo me quedaré con ella. Hay tres personas que han esperado en vela toda la noche y que querrán tener noticias.

Angeliss miró a Averil dormida en la cama. Todo parecía tan lejano a la luz del día y ella parecía tan tranquila ahora... Dirigió una respetuosa inclinación de cabeza a Trisaga y salió en pos de sus compañeros.

Asuntos Pendientes I

Por Imoen

¿Sólo habían pasado tres días? Parecían siglos.

La echaba de menos. Se odiaba a sí misma por su debilidad, por la traición a los principios que tanto le había costado inculcarse a sí misma. Tanto esfuerzo, tanto tiempo reprimiendo sus sentimientos para mandarlo todo al fondo del Maelstrom por una chiquilla.

Un bache le hizo sujetar las riendas un poco más fuerte de lo habitual para evitar caer de la silla y, ladeando la cabeza, intentó aclarar sus ideas.

A lo largo de su vida había yacido tanto con hombres como con mujeres, incluso con varios a la vez. Su “trabajo” así lo requería. Al fin y al cabo la cama es de los mejores lugares para conseguir información ¿verdad? Y sí, algunos que habían retozado con ella no habían visto nacer un nuevo día. No se sentía orgullosa de lo que hacía, pero tampoco se arrepentía de ello. Estaba segura de que si sus compañeros de cama hubieran descubierto quién era en realidad aquella mujer de curvas generosas, no habrían dudado en arrojarla a un foso lleno de serpientes. Y a nadie le habría importado.

Todo ese tiempo había fingido atracción por esas personas. Atracción física…atracción emocional…todo mentira, parte de sus encargos. “Un pequeño sacrificio por la seguridad del reino”. Ésa era la cantinela de Shaw cada vez que la enviaba a uno de sus encargos. Se lo repetía a sí misma cada vez que lo hacía para no sentirse sucia .Y aún así…

Desde muy joven se había creado una fachada. Una máscara de arrogancia, de prepotencia; de estar de vuelta de todo y saberlo todo del mundo y sus habitantes. Consideraba las enemistades que se granjeaba a diario entre los que la rodeaban como un triunfo. Cuanta menos gente la apreciara, mejor. No quería lazos emocionales. En su trabajo eran algo muy peligroso. Y lo seguían siendo. Las miradas de la tropa en Valgarde al verla pasar con Klode no le habían pasado desapercibidas. Tampoco había pasado por alto su propia reacción. En aquel momento habría matado a cualquiera que le pusiera un dedo encima a la mujer que caminaba a su lado, aquella jovencita que se maravillaba de las cosas que ella le contaba sobre el fiordo.

Matar por amor…morir por amor…¿Anteponer el amor al deber? No, no quería tener que pasar por esa disyuntiva. Todo su mundo se basaba en no depender de rehenes que pudieran utilizarse en su contra.

“La seguridad del Reino está por encima de la seguridad del individuo”. Otro de los dichos de Shaw. El Reino…el Rey…Todo se reduce a eso ¿no? Lo que importa es la supervivencia del Rey, de su prole. Mientras haya Rey habrá un Reino, algo por lo que luchar. Si tienen que morir diez inocentes (o cien, o mil) por salvaguardar al Reino, sea. Incluso la gente como ella, entrenados desde niños para realizar trabajos encubiertos no son otra cosa que meros peones, recursos prescindibles. Costosos sí, pero prescindibles.

No, el amor no tenía cabida en su vida. Y sin embargo…

Un nuevo bache la sacó de su ensimismamiento, casi cayendo de la silla en el proceso. Acarició a su raya abisal para hacerle saber que estaba bien. Abajo, muy abajo, las copas de los árboles de Colinas Pardas se elevaban hacia ella como un bosque de lanzas dispuestas a empalarla amorosamente si caía.

Reprimiendo un escalofrío, repasó mentalmente lo que le traía allí: Unos tramperos había avistado un odio hirviente. Hacía tiempo que no se tenía noticia de algo así y podría venirle bien para entrenarse un poco en las artes del combate en zonas boscosas. Era la excusa perfecta para darle a Klode un poco de margen. No quería que el resto de soldados pensara que la estaban favoreciendo. Por otro lado, era una buena ocasión para visitar a sus contactos de El Gremio en la zona. Sacando una lista comenzó a repasar los nombres. Patricks…Sawyer…Tanner…Tranket. A ésos ya los había visto. Quedaban pocos nombres. Winters…Masters…Auburn…¡Dioses! Había olvidado totalmente a Loraine. Su historia con Klode, el rescate de Trisaga, las heridas de Tristan….todo aquéllo había contribuido a distraerla de esta tarea.

Al llegar al Refugio Pino Ámbar dejó a su raya al cuidado de Vana, la maestra de vuelo pero, en vez de ir al edificio principal, se dirigió hacia un grupo de tramperos que desollaban un animal, un venado cornaalta si no se equivocaba. Aunque no le cabía la menor duda de que la habían visto, ninguno dio muestras de ello. Esperó pacientemente mientras miraba cómo desollaban al animal con cortes precisos, mejores inclusos que los que ella haría. Unos segundos después carraspeó. Sólo entonces uno de ellos levantó los ojos y la miró con desconfianza, pero no dijo nada. Tendría que ser ella quien abriera el fuego.

- Busco a alguien.
- ¿Y quién no?
- Se trata de una mujer. Loraine, Loraine Auburn.
- Mmmm…no sé, pasa mucha gente por aquí.
- Si, supongo que sí. En fin, si por un casual la encuentra, dígale que Daala la busca. Soy su jefa. Tenemos asuntos pendientes.

El hombre no contestó. Sabía que este tipo de gente desconfía de los forasteros y el ir encapuchada probablemente les hiciera recelar aún más, pero era algo que ya no tenía remedio. Lentamente, se dio la vuelta y se dirigió al edificio principal. Sentía los ojos del forestal clavados en su espalda. Definitivamente, más gente en la lista de los que no moverían un dedo por ella. En fin, ya hablaría con el maestro de forestales, Anderhol, más adelante. Pero no hoy. Klode no contestaba al comunicador y no sabía por qué. Tendría que mover algunos hilos sin que Klode se enterara para saber dónde se metía. Nuevamente anteponía el amor a las demás cosas, pero hacía lo correcto ¿O no?

Montando sobre su raya abisal, Imoen se perdió entre los árboles rumbo a Valgarde mientras volvía a sumergirse en un laberinto de dudas.