En los Confines de la Tierra II

lunes, 12 de octubre de 2009

Lunes 12 de Octubre del año 31 tras la apertura del Portal Oscuro:

El sol brillaba sobre Theramore un día más. El ambiente era tranquilo y apacible e incluso los soldados de la ciudadela hacían sus rondas sin prisas, entregados a amigables charlas, con las manos apoyadas descuidadamente en la empuñadura de sus espadas. En la estación de vuelo, los grifos dormitaban tranquilamente mientras tres figuras departían a la sombra de un toldo blanco.

- A Trinquete serán cuatro platas- dijo el Maestro de Vuelo Baldruc, mesándose la barba- más el suplemento del barco, siete.

Irinna asintió y metió con cuidado la mano en su faltriquera en busca de su bolsa. Entrecerrando los ojos, hundió la mano un poco más. Gaerrick se acercó a ella y le apartó un rizo rebelde del rostro.

- ¿La encuentras?

Irinna frunció el ceño y con ambas manos abrió la faltriquera para ver mejor. Al cabo de un instante chasqueó la lengua y se dio un golpecito en la frente con gesto despistado.

- La dejé encima de la mesita mientras hacía la maleta- dijo al fin- Quédate aquí con las cosas, iré a buscarla en un momento.

Besó fugazmente a Gaerrick y se alejó con paso vivo y alegre hacia la posada.

En la planta baja se respiraba tranquilidad, sumergida en la luz cálida de la mañana que se filtraba por las contraventanas cerradas. Era temprano y Lilian y Janene no habían llegado todavía, de modo que las mesas permanecían vacías, el fuego apagado en la chimenea y todas las jarras limpias apiladas en un rincón de la barra esperando el inicio de la jornada.
Con cuidado y llevándose la mano al costado para sujetar la tensión de los puntos, subió las escaleras y entró en su dormitorio, donde todavía, sonrió, flotaba como un rumor el aroma de Gaerrick. La bolsa estaba, como recordaba, sobre la mesilla de noche. Sonriendo por su despiste la cogió y tras comprobar que estaba todo el dinero, la guardó en la faltriquera y salió de la habitación. Tenía ya un pie en la escalera cuando escuchó un golpe sordo proveniente de una de las habitaciones. Frunció el ceño: aquella noche nadie había pedido pasar la noche en la posada.
Se volvió y se dirigió a la habitación de la que provino el ruido. La puerta estaba cerrada y aplicó cuidadosamente la oreja a la madera intentando percibir algo más. No, nada. Suspiró resignada, probablemente la brisa había agitado una contraventana mal cerrada. Iba a alejarse cuando oyó otro golpe, seguido de un gruñido. Esta vez sí, frunció el ceño y golpeó la puerta con los nudillos antes de abrir.

- ¿Hola?- inquirió mientras abría. La luz en la habitación era intensa y pudo ver, por la puerta entreabierta, como la ventana de la pared del fondo estaba abierta de par en par.

Abrió del todo. La habitación estaba vacía.

- ¿Qué...?- murmuró, y de pronto sintió una mano fuerte y callosa tapándole la boca, mientras un brazo rudo rodeaba su torso sin cuidado y tiraba de ella hacia atrás.

Gritó y se revolvió, intentando ver a su atacante, pero la sujetaban con fuerza y de nada valían sus golpes. Decidida a no claudicar tan pronto, mordió ferozmente la mano que le tapaba la boca y lanzó una patada hacia atrás, como le había enseñado Jonás, del destacamento.

- Un buen goolpe ahí- le había dicho con una sonrisa sardónica en el rostro- y te aseguro que estará doblado sobre sí mismo durante un buen rato.

Efectivamente, el hombre dejó escapar un gruñido ahogado y la soltó, momento que ella aprovechó para voltear su faltriquera como si fuera una honda y golpear la cabeza de su atacante con tanta fuerza que de pronto el aire se llenó de resplandecientes monedas y de su alegre tintineo. Saltó hacia adelante, como sir Varian le había enseñado para poner distancia entre ella y su contrincante, mientras su mente repasaba frenéticamente los recién adquiridos conocimientos sobre la lucha cuerpo a cuerpo. La herida del costado le palpitaba con intensidad, pero no le prestó atención, ni siquiera al sentir como saltaban los puntos y la sangre cálida se deslizaba por el costado, empapándole la camisa. Una finta, pensaba, un amago por la derecha y luego una embestida para empujarle por encima de la barandilla de la escalera. Su mente repasaba a toda velocidad los preceptos de la lucha marrullera de los puertos que tan alegremente había aprendido para disgusto del recto Varian.
Flexionó las rodillas para tomar impulso y de pronto sintió el lacerante dolor de unos dedos hurgándole en la herida abierta del costado. Gritó de dolor y las rodillas le fallaron, haciéndole caer al suelo. El dolor estalló en su mente y la hizo jadear, y cuando una mano húmeda de sangre la agarró del pelo y la levantó en vilo, apretó los dientes, con los ojos llenos de lágrimas e incapaz de articular un sonido.

- Vaya, vaya, vaya...- dijo una voz a su espalda, proveniente de la habitación, inconfundiblemente divertida- Caramba con la tabernera... Toda una gata...

Vio como su primer atacante se enderezaba, aturdido. Un hilo de sangre brotaba de una ceja partida y se estremeció de miedo cuando se acercó a ella con paso furibundo. Apretó los dientes, esperando el golpe, pero no llegó.

- Ya basta- restalló a su espalda la voz como un látigo- Ponedle una mordaza y al saco. Nos la llevamos.

Haciendo acopio de todas sus fuerzas se preparó para liberarse, pero antes incluso de que aquella idea acabara de tomar forma en su mente, la mano cruel volvió a hundirse en su costado y el mundo se desvaneció a su alrededor.


***

Gaerrick miró el reloj de la plaza y resopló.

- Iré a buscarla - se disculpó ante el impaciente maestro de vuelo, reprimiendo su propia frustración- Seguro que ha decidido coger algunos vestidos de última hora.

Corrió hacia la taberna con desenfado, tal vez, si la sorprendía en el dormitorio, podría arrinconarla contra la pared y ...

Dejó a su mente divagar con aquella deliciosa sensación de anticipación y entró en la posada.

- ¡Nos vamos a la selva, preciosa!- exclamó en voz alta mientras subía los escalones de dos en dos- ¡No a un jodido ba...!

Las palabras murieron en sus labios.
En el rellano, la faltriquera abierta yacía arrojada de cualquier manera, mientras en el suelo las monedas trazaban un mosaico ensangrentado a sus pies, como un rastro; un rastro que entraba en la habitación y desaparecía en la ventana del fondo, abierta de par en par.

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