En los Confines de la Tierra I

sábado, 10 de octubre de 2009

10 de Octubre , taberna de Theramore.

La noche era tranquila y los últimos comensales se habían marchado ya, dejando la taberna en silencio, con el crepitar del fuego como única compañía. Lillian había mandado a Janene a casa y contraba el dinero de la caja, dispuesta a cerrar. De pie en la cocina, Irinna se afanó en secar las jarras, silboteando alegre, con la mente puesta en las inminentes vacaciones. Dos días más y estaría bañándose en las cálidas costas de Tuercespina, visitando antiguas ruinas y haciendo safari con Gaerrick. ¿Podrían entrar en Zul Gurub? ¿Y visitar la Arena de Gurubashi? También quería pasar por la isla de Yojamba, y tenía que preguntar por aquella mujer, Marie Lambeau, en la taberna de Bahía del Botín. Desde luego, serían unas vacaciones muy muy interesantes.

Perdida estaba en sus pensamientos cuando oyó pasos sobre el suelo de madera y oyó la voz de Lillian en la planta baja. Irinna escuchó distraidamente.

- ¡Buenas noches!

- Buenas noches sean.- respondió una voz familiar- ¿No hay clientes esta noche?

Pudo imaginarse a Lillian encogiéndose de hombros y sonriendo.

- Ahora tengo uno. ¿Qué le pongo para beber?

- En realidad espero a otra persona. ¿Cabría la posibilidad de disponer de alguna sala privada?

Escuchó el sonido de unas monedas pesadas deslizándose por la barra. La voz de Lillian cambió, a un tono más profesional y solemne.

- Por supuesto, capitán. Arriba, la tercera puerta a la derecha ¿Quiere que le suba algo para ir abriendo boca mientras espera? ¿Una jarra de ron, por ejemplo?

- Que sea vino mejor. Un tinto de crianza, si es posible.

- Como guste, capitán.

Los pasos se perdieron escaleras arriba.
Lillian se asomó a la cocina.

- Voy a subir una jarra y me marcho, Comadreja.

Irinna asintió.

- Buenas noches, Lill.

Nuevos pasos sonaron en la sala y Lillian volvió a su puesto.

- Buenas noches, señor ¿Puedo ayudaros?

La voz que respondió era tranquila y educada, con el acento característico del Reino de Ventormenta, ligeramente afectado.

- Buenas noches, señora. En realidad, espero a otra persona.

- Oh, si se refiere al Capitán, está arriba esperándoos. Subid, por favor. Es la tercera puerta a la derecha. - respondió Lillian, con una voz más solemne de lo habitual.- Enseguida os llevaré algo de beber.

- Muchas gracias.

Y los pasos se perdieron de nuevo escaleras arriba.

Irinna suspiró. Menudas horas para reuniones, entrada la madrugada. En fin, no era asunto suyo y los negocios como la taberna funcionaban mejor siempre que no se hicieran demasiadas preguntas. Oyó a Lillian subir las bebidas y se despidió de ella cuando volvió a asomarse a la cocina para desearle unas buenas noches. Luego guardó las jarras en el armario sobre la chimenea y, tras limpiarse las manos en el delantal, empuñó la escoba y salió a la sala.
Todavía le dolía el lanzazo del costado. Pese a las atenciones de Bálsamo Trisaga, la herida todavía no había terminado de cicatrizar y los puntos le tiraban, pero el dolor era más sordo que punzante y si no se forzaba, podía trabajar. Repasó la zona de la barra, apartando con cuidado las sillas, y luego la sala de la chimenea, donde tuvo que subirlas a las mesas para poder trabajar. Repasó cada rincón de la taberna con paciencia y esmero, procurando dejar el local en las mejores condiciones para el día siguiente.

Cuando terminó, su boca se abría involuntariamente con grandes bostezos. Sacó las llaves de la cajonera y se disponía a echar la llave cuando recordó que no sabía si los dos últimos clientes se quedarían a pasar la noche. Suspiró, no le hacía demasiada gracia interrumpir. Subió las escaleras lentamente, con cuidado de no saltarse los puntos del costado, pero al alcanzar el rellano, las voces la sobresaltaron: eran dos, y aunque no entendía lo que decían, sonaban claramente exaltadas. La idea de interrumpir se le hizo cada vez más inapropiada pero no podía dejar la taberna sin cerrar, ni dejarles encerrados dentro. Con cuidado de no hacer crugir ningún escalón, ascendió lo que le faltaba hasta la primera planta y de pronto el sonido de un fuerte golpe la dejó clavada en el sitio. Pudo ver que la puerta de la tercera habitación no estaba completamente cerrada. Tal vez por eso el sonido que llegaba al exterior era tan fuerte... Se oyó otro golpe e instintivamente, se pegó a la pared como si quisiera fundirse con ella y desaparecer. Al golpe siguió otro, y un gruñido. Una silla arrastró por el suelo con estruendo y luego cayó con estrépito. El corazón de Irinna se aceleró.

- Listo, muy listo, si señor.- dijo la primera voz que había oído desde abajo.- Pero ya deberíais saber, Conde, que no se puede jugar con Boney Boone sin salir perdiendo.

¿Boney Boone?¿En Theramore? No era posible, la guardia Theramore le hubiera apresado de inmediato, a menos que hubiera acudido disfrazado. Pero aquella era su voz, sin duda... Como si algo tirara de ella, se acercó lentamente y con sigilo a la puerta entreabierta, escuchando con atención.

- Qué curioso, Conde, que no hubiera ni rastro de la flota mercante de la que hablasteis ¿verdad?- siguió la voz del capitán- Seda de Quel´thalas, dijisteis, y un cargamento de especias de las Islas del Sur. ¿Cuales fueron vuestras palabras? Ah, sí... Una fortuna... Que se lo digan al navío de la Armada que apareció allí como por ensalmo, con una batería de treinta y seis cañones ¿Verdad, Conde?

Se oyó un golpe seguido de un quejido ahogado.

- Vete al infierno, Boone.- respondió la otra voz, teñida de dolor y ansiedad- Tarde o temprano te atraparan y te colgarán por todos tus crímenes, sucia escoria pirata.

Irinna escuchó el inconfundible y escalofriante sonido de una pistola al cargarse.

- Tal vez, Conde, tal vez. Pero hasta entonces, Boney Boone seguirá ganando y la gente como vos seguirá perdiendo. Y creedme cuando os digo que ninguna cama es demasiado alta para mí. El mundo pronto lo sabrá pero a vos os voy a condecer la exclusiva. Vos vais a comprobarlo esta noche, Conde.

Oyó la maldición del conde, sollozante y desesperado, y el paso tranquilo y medido del capitán.
Con el corazón latiendo desbocado en su pecho, Irinna trató de atisbar el interior por la rendija de la puerta. El capitán Boney Boone sostenía una gran pistola negra contra la nuca del otro hombre, que permanecía inmóvil, sentado de espaldas a ella.

- Respondedme a una pregunta, Conde.- dijo Boney Boone, con la voz teñida de victoria- ¿Habéis jugado a los dados en los confines de la tierra?

La detonación del arma casi la hizo chillar. Con el corazón saltando latiendo desbocadamente, retrocedió torpemente, con una mando tapándose la boca y los ojos tan abiertos que parecían a punto de salir de su órbita. Por un instante no vio nada más que el estallido escarlata del disparo, y temblando violentamente, retrocedió por el pasillo, intentando no llorar, hasta la puerta de su dormitorio, abierta. Aterrada, oyó la voz del capitán dando una orden que no llegó a escuchar, pero nadie salió de la sala. Retrocedió sin quitar los ojos de la puerta y entonces sintió una mano fuerte que le tapaba la boca y otra que la sujetaba con fuerza del brazo. Con la respiración pesada y el corazón latiéndole en la garganta, sintió como era conducida hacia su dormitorio arrojada dentro. Se dio la vuelta cuando oyó la puerta cerrarse a su espalda y entonces lo vio: en el pasillo, al otro lado del umbral, un hombre vestido de marino, con el rostro embozado por un pañuelo, se llevó el dedo índice a la altura de los labios, en evidente gesto de silencio.

Y luego, muy despacio, cerró la puerta y la dejó sola.

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