Asuntos Pendientes II

miércoles, 7 de octubre de 2009

Despertó de pronto, tomando una gran bocanada de aire, como si hubiera estado aguantando la respiración. Notaba el pelo empapado en sudor pegándose a su rostro y espalda, y el corazón acelerado. La luz de la luna filtrada entre las ramas entraba por la ventana y tan solo el ulular ocasional de un buho rompía la quietud de la noche. Respiró hondo y, como si el aire llegara a su alma, la pesadilla se desvaneció por completo.

Se volvió hacia Brom, temiendo haberle despertado, y le encontró mirándola fijamente, con la luz de la luna reflejándose en sus pupilas, recostado sobre la almohada.

- ¿Una pesadilla?- inquirió, con la voz ronca a causa del sueño.

Asintió en silencio, intentando calmar a su corazón, que ya no recordaba por qué latía tan deprisa.
Brom se incorporó en la cama y le apartó con suavidad un mechón de cabello que le caía sobre el rostro.

- ¿Estás bien?- su voz llevaba un leve atisbo de preocupación que la enfureció.

Se levantó de la cama, presa de una repentina ansiedad, y se dirigió a la ventana. Fuera, el bosque dormitaba apaciblemente y le infundió serenidad.

Brom la miró desde el lecho. Hacía tiempo que había comprendido que había claroscuros en aquella mujer, zonas de sombra en las que todavía no tenía permiso para entrar. Esperaría. Contempló su silueta recortada contra la luz de la luna en la penumbra de la cabaña y sintió que pese a todo, se sentía afortunado por tenerla a su lado.

- Lo siento- la oyó decir desde la ventana, sin volverse.

Sabía lo difícil que era para ella pronunciar aquellas palabras, de modo que se levantó de la cama en silencio y se acercó sin una palabra. Posó las manos curtidas en la cintura firme y la atrajo hacia sí, sin volverla. Ella no se resistió.
Con suavidad apartó la larga melena cobriza, dejando que se derramara por encima de su hombro, y hundió el rostro en su cuello, permitiendo que su aroma le embargara: olía a cuero y a lluvia, y a tierra despúés de la tormenta, una orquesta de olores sublimada por el inconfundible perfume de su piel.
Depositó un beso como una caricia en la suave piel de la clavícula y sintió como se estremecía. Aquello le bastó y sintió como la excitación hacía presa en él. Acarició su cuerpo con suavidad por encima de la camisa, memorizando cada curva y cada recodo, percibiendo el estremecimiento de su piel, y la liberó embelesado cuando ella tomó los bordes de su camisón y se lo sacó lentamente alzando los brazos, exponiendo los pechos marfileños, antes de volverse hacia él con los ojos brillantes, envuelta en aquel aura de luz pálida en la penumbra.

Se bebieron el uno al otro con la mirada, fijando en sus pupilas el cuerpo amado desnudo bajo la luz de la luna y se entregaron con gentileza, sin urgencias, alargando cada caricia y cada instante como si con ello pudieran llenar la eternidad. Y cuando por fín yacieron exhaustos y triunfantes y aquella deliciosa sensación de languidez hacía presa en ellos, se recostaron sobre la cama, entrelazandos las almas y los cuerpos, y todo estuvo bien.

Sintiéndo como poco a poco el sueño le invadía, Brom alargo una mano y trazó, una a una, aquellas cicatrices que había aprendido a amar y que decoraban el cuerpo que yacía a su lado como un mosaico de plata.

- Por cierto- murmuró somnoliento sin dejar de trazar surcos de plata en su piel- vino alguien preguntando por tí. Tu jefa, Daala. Al parecer tenía asuntos que tratar contigo.

No había terminado de pronunciar la frase cuando sintió como su cuerpo se tensaba y un muro inquebrantable caía entre ambos. Los ojos de Loraine se entrecerraron y la mujer se enderezó de pronto, saltándo de la cama para comenzar a dar vueltas por la cabaña con la ansiedad y la peligrosidad de una bestia enjaulada.

Loraine sintió que enloquecía, desaparecida toda languidez. Los abominables recuerdos de su retorno estallaron en su mente como un coro de voces apremiantes, formulando preguntas que no tenían respuesta. La habían encontrado, su opotunidad de olvidar se había esfumado, atándole de nuevo unos recuerdos que había tenido que arrancarse a mordiscos para sobrevivir. De pronto la cabaña se le antojó asfixiantemente pequeña y, nerviosa se encaminó hacia la puerta. Al abrirla, el frío de la noche mordió su cuerpo desnudo, arrebatándole el aire de los pulmones.
Oyó a Brom pronunciar su nombre, alarmado, pero no le prestó atención. Permaneció en la puerta unos instantes, dejando que el frío aplacara su ira y desmoronara el precario castillo de naipes que era su vida.
Cerró la puerta con cuidado y caminó hacia la ventana sin mirar a Brom, para acurrucarse en el alfeizar, como un duende, con la mirada perdida.

Brom miró a la mujer que amaba, frustrado por su impotencia para entenderla, para ayudarla...

- Loraine - dijo, pero no sabía como seguir. Solo quería que le mirara, que supiera que pasase lo que pasase, él seguía allí.

La mujer en el alfeizar le devolvió una mirada desconocida.

- No me llamo Loraine.

Se habían terminado las mentiras.

Una máscara cayó al suelo.

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