Los Hilos del Destino II

sábado, 3 de octubre de 2009

3 de Octubre

Mi buen Gavilán:

Los viejos odios prevalecen. Hoy atacaron Theramore. Ignoro si fue por una provocación o si fue una ofensiva clara, pero incluso ahora, cuando la luna brilla intensa sobre nosotros, el humo de los barcos no permite ver las estrellas.

Había tantos heridos, Gavilán, tanta rabia... Atacantes y defensores yacían en el suelo a partes iguales, mientras los habitantes de Theramore se escondían en sus casas, aterrados y sin comprender por qué eran castigados de aquel modo. Incluso la joven Irinna estaba allí, con un lanzazo en el costado, caída en medio de la plaza.

Eran tantos que sobrepasaban con creces a las avalanchas de refugiados que llegaban a Shattrat durante las guerras de Draenor. Hice todo cuanto pude, pero siento que me agoto con facilidad y que mi Don vuelve solo de manera gradual. Hice cuanto pude, Gavilán, pero no pude salvarlos a todos. Duele pensar que ni siquiera deseaban ser salvados...

***

- Coincidió que mientras yo permanecía en Theramore, recuperando mi vida, el Alba de Plata tomó prisionera a una elfa de sangre llamada Ilessia, una agente de la Horda particularmente molesta para la Hermandad. La atraparon y la llevaron a la ciudadela garrida de Theramore con la intención de interrogarla, unas medidas que jamás hubiera esperado de ellos y que me hizo perder parte del respeto que siempre les había tenido. En consecuencia, la Horda atacó el asentamiento de lady Jayna para rescatar a su agente y hubo un gran número de heridos. Yo me encontraba allí en aquella ocasión y pese al odio y al dolor, no puse un pie en el campo de batalla hasta que los vencidos estuvieron caídos en tierra y los vencedores se hubieran marchado con su presa. Cuando solo quedaron el humo y la sangre, yo abandoné el fortín y recorrí el camino hasta el puerto seguida por aquellos ciudadanos que se habían atrevido a abandonar el refugio de sus casas. Atendí uno a uno a todos los heridos, y fui mandándolos a la enfermería del fortín en parihuelas improvisadas fabricadas por los habitantes del asentamiento. Había heridas de distinta gravedad, y por una mujer no pude hacer absolutamente nada. No volví al fortín hasta que no hube reconocido a todos los heridos y marcado su frente con señas de su gravedad.

Caminé entre los cuerpos inconscientes, evaluando las heridas y los estados más graves, infundiendo alivio a sus corazones y entereza a sus cuerpos maltrechos. Para su consuelo, la mayoría de las heridas no estaban más allá de mis conocimientos, salvo tal vez la de Lady Dánae, que fue trasladada con urgencia a las dependencias del cirujano. Allí estaban los valientes, caídos durante la defensa de lo que creían justo, Nirath El´Moroth, Baner Lightguard, Rëena, defensora de la Luz, la joven Caladnéi, que ni si quiera había terminado su instrucción en Dalaran, Helmyrra con sus pétreos rasgos, Sir Voltox, el siniestro Leshrac, Zelick el oscuro, incluso Irinna, la dulce tabernera yacía con un lanzazo en el costado...

Les atendí uno a uno, estabilizándolos antes de mandarlos a la enfermería en una de las camillas, y cuando pensaba que no quedaba nadie, reparé en la tauren.

Estaba derrumbada al otro lado de la fuente, con la inmensa cabeza oscura caída sobre el pecho, como si amenazara con los cuernos a cualquiera que se acercara, pero no estaba consciente.

Sentí la necesidad de auxiliarla, pues jamás he negado ayuda a ninguna criatura y algo en mis nuevos sentidos me decía que aquella criatura era importante. Con paso sereno me acerqué a ella y deslicé las manos por el pelaje oscuro con suavidad en busca de heridas. ¿Qué decirle, si no podía entenderla? ¿Qué palabras pronunciar para infundirle la entereza que necesitaba? Cerré los ojos y dirigió hacia ella una pequeña porción de su propia energía. Si miraba a su alrededor, no quedaba nadie de los suyos para llevársela, y estaba segura que los camilleros se negarían a subirla a una camilla y meterla en la ciudadela garrida.

La estabilicé como pude y tan pronto como volvió en si y saltó fuera de mi alcance, corrió hacia el embarcadero, donde un mago renegado la esperaba, posiblemente con un portal listo para marcharse de allí.

Caminé hacia ellos, sin miedo y sin prisa, y ellos no huyeron: yo no llevaba armas y mi ropa de trabajo es esta misma túnica que ves. No era una amenaza.

- Coged a vuestros heridos y marchaos – les dije, aún a sabiendas de que no me entendían- Ya ha habido demasiada destrucción hoy aquí. Esta guerra no tiene sentido, cada baja es un guerrero menos en la lucha contra Arthas…

Aunque no entendiera el idioma darnassiano, el renegado asintió, como si al menos hubiera trascendido la intención de mis palabras. Se inclinó ante mí y lo mismo hizo la tauren, antes de que ambos desaparecieran en el mar que bañaba el muelle.
Cuando regresé a la ciudadela, empecé a trabajar de inmediato, atendiendo en primer lugar a los heridos de más gravedad y delegando en aquellos con conocimientos de medicina el cuidado de los más leves. No en pocas ocasiones tuve que recurrir a mi propia energía para sanarlos, pues había heridas de gran gravedad, como la que Razier el Silencioso tenía en su brazo, a punto de perder la mano.

Debes entender que mi magia curativa no es milagrosa, no restaña una herida y la hace desaparecer. El Don de Elune me permite imbuir mi propia esencia en la herida para acelerar su curación en las etapas más cruciales…

No te aburriré hablando de las técnicas médicas de los Bálsamos, basta con saber que, a raíz de aquel ataque, me establecí en Theramore de manera más o menos permanente para poder atender a los herido, entre los cuales había varios que tardarían en poder marcharse por su propio pie.

Mientras tanto, Angeliss y Averil vivían su particular historia de amor. Adquirieron para sí el “Susurro sobre las aguas”, que había sido el hogar de Liessel, y allí eran felices…

Sin embargo, acechaba una sombra del pasado.

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