En los Confines de la Tierra V

jueves, 22 de octubre de 2009

Vendida.

Expuesta y comprada en el mercado como una vulgar mercancía, evaluada y negociada como si fuera una yegua, y hacinada en una jaula con otras muchas almas desafortunadas como ella. Envuelta en el humillante vestido manchado de polvo, sujetaba los barrotes de su jaula con tanta fuerza que los puños le temblaban, mirando al exterior. El mercado estaba abarrotado, los posibles compradores paseaban entre los puestos ante los reclamos de los vendedores que les ofrecían todo lo que la mente pudiera imaginar: especias, joyas, animales, esclavos...

La gente pasaba junto a las jaulas sin prestar apenas atención a las criaturas hacinadas en ellas como bestias, llenas de polvo y sangre, con los ojos angustiados y los puños quebrados de tanto apretar los barrotes. No importaba la raza, todas tenían cabida en aquellas jaulas infames. Había hombres y mujeres de todas las razas y aspectos, desde los inmensos orcos de piel oscura a pequeños gnomos de ojos vidriosos. Todos ellos, trolls, elfos, enanos y taurens, se apiñaban uno contra otros de su misma especie para compartir en silencio la angustia de la cautividad. Buscó con la mirada la reconfortante fisionomía de un rostro humano, pero no lo encontró. Estaba sola.

Se desplazó como pudo hacia el grupo de los enanos, tres varones y una mujer, llenos de heridas y del polvo del viaje, que agachaban la mirada triste y se estrechaban las manos en un vano intento de consolarse unos a otros.
Posó con suavidad la mano en el hombro de la enana para llamar su atención.

- ¿Do... donde estamos?- inquirió con la voz quebrada, en común.

La enana bajo su mano se sobresaltó, tensa como la cuerda de un arco, y uno de las enanos la empujó con fuerza para alejarla, sin una palabra. Retrocedió, sorprendida, y algo cedió bajo sus pies. Un chillido ronco le taladró la cabeza y se vio arrojada hacia adelante, aterrizando en el estrecho suelo de la jaula, llena de polvo y orines. Escupiendo tierra se dio la vuelta en el suelo y vio a una orca de cabello negro y trenzado que se palpaba el brazo magullado, mirándola con odio y vociferando en su idioma, amenazante, sin atender a los gestos y susurros de sus congéneres, que a todas luces le rogaban silencio.

- Se llama Cobra- susurró alguien en su oído, un enano- ten cuidado con ella, viene de los campos de batalla de Alterac y detesta a los que no son de su raza.- se acercó más, como temeroso de que pudieran oirle- Tenemos que permanecer en silencio o si no los guardias nos...

El guardia terminó la frase por él, golpeando con fuerza a Cobra con una estaca a través de los barrotes. La orca se revolvió, rugió a su carcelero, mientras sus congéneres, prudentes, se apiñaban bien lejos de los barrotes.
En un alarde de poderío físico, Cobra aferró la estaca con ambas manos y se la arrebató al guardia para partirla con la única fuerza de sus manos, antes de acercarse a él, ahora desarmado, con los ojos amarillos entrecerrados.
Irinna observó como se movía, el avance cadencioso y ondulante, los labios carnosos convertidos en una línea en su rostro, los brazos esculpidos en acero... Un avance hipnótico que podía llenarte de pavor, dejándote estacado en el suelo. El guardia no podía apartar la mirada, con los ojos muy abiertos, observando aquella fascinante criatura acercarse a él. Acurrucada en su apestoso rincón, Irinna observó con fascinación al cazador acercarse a su presa, con el corazón martilleandole en el pecho, a sabiendas de lo que podía ocurrir.

- Muevete- pensó, como si el guardia pudiera oirla- ¡No te quedes ahí! ¡Múevete!

Cobra se detuvo ante los barrotes, a escasa distancia del guardia inmóvil. Sus ojos dorados se clavaron en él, atrayendo su atención por completo. Los segundos pasaron como si fueran horas. Cobra alzó entonces un brazo y rápidamente, lo lanzó contra el guardia a través de los barrotes.

- ¡Apártate!- quiso gritar, pero de pronto el guardia estaba en el suelo y el tiempo volvía a transcurrir con normalidad.

La agitación estalló en el exterior de la jaula. Otros dos guardias se acercaron corriendo, armados con bastones de metal y al ver a su compañero en el suelo, miraron a la orca con odio y enarbolaron sus armas. En el extremo de los bastones relampaguearon sendos rayos azules.

Agazapada como una fiera a punto de saltar, Cobra esquivó el primer bastonazo con agilidad. La movilidad de los bastones entre los barrotes era limitada y aprovechó aquel hecho. Chilló como una pantera al tiempo que retrocedía alejándose, quedando fuera de su alcance, y cuando su espalda chocó contra los barrotes del otro lado de la jaula, respiró pesadamente, sin apartar los ojos amarillos de los guardias. Los prisioneros contenían la respiración. De pronto se escuchó un chasquido y en la jaula flotó un leve olor a carne quemada. Cobra se derrumbó en el suelo.

Tras ella, sudoroso y sosteniendo un tercer bastón, Frinch sonreía.

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