En los Confines de la Tierra IV

jueves, 22 de octubre de 2009

La claridad la deslumbraba y obligaba a entrecerrar los ojos después de tantos días en la penumbra, con las manos atadas a la espalda como las tenía.

- Está muy delgada - dijo el mercader, evaluándola, arrastrando las vocales como con pereza. Era un humano gordo con cara de sapo y una túnica de vistosos colores, con los dedos adornados de pesados anillos- Te doy diez oros, ni uno más.

El capitán la empujó desde atrás para colocarla justo bajo el rayo de sol que se filtraba entre los toldos del mercado atestado.

- Mírala bien, Frinch - espetó el capitán con desinterés- mira esa cara y esos ojos. Seguro que no encuentras muchas como esta para tu colección. Con un poco de comida, será una joya codiciada por unos cuantos que tú y yo conocemos. Veinte monedas.

El mercader bufó y con las manos desnudas le abrió la boca para inspeccionarle los dientes con brusquedad. Irinna reprimió las arcadas.

- Comida - croó escupiendo al hablar- ¿y quien va a pagarme esa comida, capitán? ¿Tú? Quince monedas.

Boney Boone hizo un gesto y uno de sus oficiales se acercó a ella. Con un tirón brusco le arrancó el precario vestido que le habían dado a bordo. Se encontró de pronto desnuda en la tarima del mercado, con la soga que la marcaba como cautiva al cuello y con las manos atadas a la espalda, sin poder cubrirse de ningún modo. Los compradores del mercado la miraron con lascivia y rieron socarronamente. Se encogió.

- Dieciocho- sentenció triunfante el capitán. Frinch bufó de nuevo y se acercó para golpearla en las piernas con un bastón, comprobando su estabilidad y solidez.

- No me gustan sus piernas, demasiado musculosas para una colección- protestó- Y mira los brazos ¿Me has traido a una labriega? Además está herida... Dieciseis.

Esta vez fue Boone quien se carcajeó, sacudiendo la barba cobriza.

- ¿Dieciséis? ¿Has visto una piel así de blanca en una labriega? Esta es una joya en tu estercolero. Dieciocho monedas, Frinch. Dieciocho monedas o me busco a alguien que me compre las armas al precio que valen.

Frinch miró al capitán con sus ojos de sapo cargados de resentimiento durante unos instantes, luego volvió a mirarla a ella, desnuda sobre la tarima, encogida como una bestia, y por fin chasqueó la lengua y agitó los brazos nerviosamente.

- Dieciocho monedas, dieciocho monedas, está bien- croó- Pero me quedo con el vestido.

Y mientras Boone cerraba el trato, carne por oro, un guardia descamisado, con un grueso cinturón entorno a las caderas y un inmenso tatuaje en el brazo, tiró de la soga de su cuello para hacerla bajar de la tarima y señaló a los esclavos apiñados en las jaulas.

- Bien, gatita- dijo, acercándose tanto que veía cada poro de su piel- Saluda a tu nueva familia.

[...]

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